El derramamiento de poder
a través del Espíritu Santo, Pentecostés, es un fenómeno que se ha repetido
regularmente a lo largo de la creación desde el principio de los tiempos y no
estaba reservado únicamente para los discípulos. Es el tiempo de la provisión
de poder para toda la creación, el tiempo de la renovación, sin el cual toda la
creación eventualmente se marchitaría y desaparecería, como se describe en las
leyendas del Grial.
El famoso rey David
conocía este fenómeno y cantó en este salmo: "Señor, ¡cuántas son tus
obras! ¡Llena está la tierra de tu bondad! Si les quitas el aliento, mueren y
vuelven al polvo del que fueron formados. Si envías tu Espíritu, vivirán;
renovarás la tierra" (Salmo 104:24-29-30). Que Pentecostés no ocurrió solo
una vez y exclusivamente para los discípulos queda claro en varios pasajes de
los Hechos de los Apóstoles: «Mientras Pedro aún hablaba estas palabras, el
Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían la palabra. Los creyentes judíos
que habían venido con Pedro se maravillaron de que el don del Espíritu Santo se
hubiera derramado sobre un gentil» (Hechos 10:44-45).
«¿Puede alguien negar el
bautismo a estos que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? (...) Y
cuando comencé a hablar, el Espíritu Santo cayó también sobre ellos, como cayó
sobre nosotros al principio» (Hechos 10:47; 11:15).
Los judíos de aquella
época se maravillaban del derramamiento del poder del Espíritu Santo sobre los
gentiles, pues desconocían la regularidad de la renovación del poder de Dios
para toda la creación, así como los cristianos creyentes de hoy se asombrarían
si supieran que esta renovación ocurre año tras año. Sin embargo, Pedro ya
había dicho a sus oyentes que el don del Espíritu Santo estaba destinado a
ellos y a sus hijos, así como a "todos los que están lejos" (Hechos
2:39). En el Antiguo Testamento, encontramos una alusión a este proceso,
completamente desconocido para los israelitas, con la referencia a que "la
gloria del Señor llenó el templo del Señor" (1 Reyes 8:11).
Pentecostés tiene lugar
en toda la creación, y por lo tanto también en la tierra y para toda la
humanidad. Y, de hecho, ocurre regularmente, año tras año, en un momento muy
específico. Basta con que una persona tenga un alma abierta y llena de humildad
para recibirlo y disfrutar de las bendiciones del poder del Creador derramado
por el Espíritu Santo. Este estado de alma purificada, humilde y receptiva es
un prerrequisito para recibir este poder.
El día sin mañana
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