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viernes, 23 de diciembre de 2022

69. ¡Y MIL AÑOS SON COMO UN DÍA!

 

69. ¡Y MIL AÑOS SON COMO UN DÍA!

¿QUIÉN ES EL HOMBRE que ha comprendido el significado de estas palabras? ¿En qué Iglesia se interpretan en su verdadero sentido? Las más de las veces, sólo expresa la idea de una vida en que no existe el concepto tiempo. Pero en la creación no hay nada que no esté sujeto a espacio y tiempo. Ya la misma idea de la palabra “creación” se opone a ello, pues lo creado es una obra, y toda obra tiene sus límites. Ahora bien, lo que tiene límites no está fuera del espacio, y lo que no está fuera del espacio tampoco puede estar fuera del tiempo.

Existen mundos heterogéneos que constituyen la residencia de espíritus humanos de acuerdo con el grado de su madurez espiritual. Esos mundos tienen una densidad más o menos grande, unos están más cerca o más lejos del Paraíso que otros. Cuanto más alejados, tanto más densos y, por consiguiente, tanto más pesados.

El concepto de espacio y tiempo se restringe a medida que la densidad aumenta, a medida que se acentúa la compacidad de la materia y se hace más grande el alejamiento del reino espiritual.

La diversidad que presenta el concepto de espacio y tiempo tiene su origen en la mayor o menor capacidad de asimilación de las experiencias vividas por el cerebro humano, el cual, a su vez, está adaptado al grado de densidad del medio correspondiente, es decir, a la naturaleza de la parte cósmica en que se encuentra el cuerpo. A eso se debe que nos veamos precisados a hablar de los conceptos de espacio y tiempo en las distintas partes cósmicas.

Según lo dicho, existen partes cósmicas mucho más próximas al Paraíso que ésta en que se encuentra la Tierra. Esas partes más próximas son de una materialidad distinta, más ligera y menos compacta. Consecuencia de ello es la mayor amplitud de las posibilidades de vivir experiencias personales con plena consciencia. Aquí las llamamos: experiencias de la vida diurna.

Esas materias de distinta naturaleza pertenecen tanto a la materialidad física más sutil, como a la materialidad etérea más densa, e incluso a la absoluta materialidad etérea, mientras que nosotros nos hallamos actualmente en el mundo de la materialidad física absoluta. Ahora bien, cuanto más sutil es la materialidad, tanto más permeable se vuelve también; y cuanto más permeable, tanto más dilatado es igualmente, para el espíritu humano que mora en el cuerpo, el campo de las posibilidades de vivir conscientemente experiencias personales o, en otros términos, las posibilidades de impresionarse.

El espíritu humano que habite en un cuerpo más compacto, más denso, dotado de un cerebro proporcionalmente densificado como estación de tránsito para los acontecimientos externos, estará, como es natural, más fuertemente aislado o más amurallado que dentro de otro cuerpo de materia más permeable o menos densa. Según esto, dentro del más denso, no podrá percibir acontecimientos exteriores o ser impresionado por ellos más que hasta un límite muy reducido.

Es evidente que cuanto menos densa sea una materia tanto más ligera será también, y, por consiguiente, tanto más elevada se encontrará. Al mismo tiempo, se hará más traslúcida y, con ello, más diáfana. Por razón de su ligereza, a medida que vaya acercándose al Paraíso se volverá más luminosa, más radiante, por ser atravesada por las irradiaciones emanadas de dicho Paraíso.

Por otro lado, cuantas más posibilidades queden abiertas a la viva sensibilidad de un espíritu humano, adquirida por medio de su cuerpo y de un ambiente más ligero, o sea, menos denso, tanto más capacitado estará para vivir íntimas experiencias, de suerte que durante un día terrenal transcurrido en su medio ambiente, podrá reunir muchas más experiencias que un hombre terrenal con un cerebro más denso en un ambiente más pesado y, por tanto, más compacto. Según el grado de permeabilidad, esto es, según la naturaleza más o menos ligera y luminosa del medio ambiente, un espíritu humano puede vivir en un solo día terrestre tantas experiencias como en un año, dada su facilidad de asimilación. En el reino espiritual, puede, incluso, experimentar en el espacio de una jornada terrestre tanto como en mil años terrenales.

Por eso se dijo: “Allí son mil años como un día”, refiriéndose a la riqueza de experiencias vividas, cuyo aumento se rige por la creciente maduración del espíritu humano.

El hombre puede concebir esto perfectamente si se fija en sus sueños. A veces, cuando sueña, puede ver transcurrir toda una vida humana en cuestión de un minuto terrestre, puede vivirla realmente “en espíritu”. Experimenta las cosas agradables y las dolorosas, ríe, llora, se ve envejecer, y todo en el espacio de un solo minuto. Para poder vivir todo eso realmente sobre la Tierra, serían necesarias muchas décadas, pues el espacio y el tiempo de la vida terrenal son demasiado limitados, por lo que cada fase particular se desarrolla más lentamente.

Y así como en la Tierra el ser humano no puede vivir tan rápidamente más que en sueños — porque entonces el espíritu queda parcialmente liberado de las ligaduras del cerebro — del mismo modo, en las partes cósmicas más luminosas, el espíritu humano ya no está tan fuertemente ligado y, después de conseguir la absoluta libertad, vivirá continuamente a ese ritmo agitado y rápido. Efectivamente: para vivir las experiencias de mil años terrestres, no necesitará más tiempo que un día.

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


jueves, 1 de diciembre de 2022

10. ¡NO CODICIARÁS LA MORADA DE TU PRÓJIMO, NI SU PROPIEDAD, NI SU GANADO, NI NADA DE CUANTO SEA DE ÉL!

 


¡NO CODICIARÁS LA MORADA DE TU PRÓJIMO, NI SU PROPIEDAD, NI SU GANADO, NI NADA DE CUANTO SEA DE ÉL!

 

El hombre que trata de buscar la ganancia con un trabajo honrado o con negocios honrados no tendrá que temer este mandamiento cuando venga el día del gran ajuste de cuentas, pues pasará de largo sin hacerle mella. En verdad, es tan fácil cumplir con todos los mandamientos. Sin embargo, … si miráis atentamente a los hombres, tendréis que reconocer que, a pesar de ser tan sencillo, tampoco han cumplido con este mandamiento, y si acaso, raras veces, pero entonces no con alegría, sino con gran dificultad.

No importa la raza a la que pertenecen los hombres — blanca, amarilla, cobriza, negra o roja — todos tienen la tendencia insaciable de envidiar al prójimo todo lo que no poseen ellos mismos. Mejor dicho, les causa envidia todo lo ajeno. En esta envidia ya está incluido el deseo de lo prohibido. Tan sólo con él ya tiene lugar la no observación del mandamiento, constituyéndose en la raíz de muchos males que precipitan al hombre a la caída, de la cual muchas veces no se levanta jamás.

El hombre, en general, muy raramente aprecia los bienes que le pertenecen, sino los que todavía no posee. Las tinieblas esparcieron el deseo y la avidez, y las almas humanas se entregaron, fácilmente dispuestas, a preparar el suelo fértil para semejante siembra funesta.

Así, con el tiempo, el impulso principal de todas las acciones y todo el trajín de la mayoría de los hombres ha sido el deseo de poseer bienes ajenos, comenzando por el simple deseo y la astucia, pasando por el arte de la persuasión, hasta llegar, acrecentándose, a la envidia sin límites, el descontento constante y, finalmente, el odio enceguecido.

Todos los medios se aceptaron como buenos para satisfacer este deseo, mientras no estuvieran en oposición directa y demasiado evidente con las leyes terrenales. Al desarrollarse su ansia de lucro, los hombres olvidaron el Mandamiento de Dios. Se consideraban honorables, en tanto no se veían en conflicto con los tribunales terrenales, lo cual no les costaba mucho evitar, pues ponían en juego toda la astucia del intelecto, y actuaban con mucha prudencia cuando se trataba de perjudicar, sin miramientos, al prójimo para obtener de él alguna ventaja.

No pensaban que tales métodos les resultaban al fin mucho más caros que todo lo que les podían reportar los bienes terrenales. Triunfó lo que llaman inteligencia. Pero la inteligencia, según el concepto actual, no es más que la culminación de la astucia o su perfeccionamiento. No obstante, es extraño que todos desconfíen de los hombres astutos pero respeten a los hombres inteligentes. La actitud que se tiene en general al respecto, pone en evidencia la absurda contradicción que se oculta detrás de esto.

Un hombre astuto es un ignorante en el arte de satisfacer sus deseos, en tanto que los hombres inteligentes son maestros. El ignorante no sabe formular sus deseos de manera aceptable y solamente encuentra desprecio. El maestro, sin embargo, es admirado y envidiado por todos los que tienen los mismos anhelos.

También en esto hay envidia, pues la humanidad, tal y como es hoy, todavía es incapaz de admirar sin envidia a personas de su misma especie. Los hombres no se dan cuenta de que la envidia es el origen de casi todos los males, que la envidia domina actualmente todos sus pensamientos y todas sus acciones, y se encuentra tanto en los individuos como en pueblos enteros. La envidia rige los Estados, origina las guerras, como también los partidos y la discordia eterna que existen aun cuando tan sólo dos personas tienen algo que tratar.

¿Dónde se cumple el Décimo Mandamiento de Dios?, podríamos exhortar a los Estados. Todos los Estados anhelan únicamente, y sin compasión alguna, poseer los bienes de sus vecinos, ambicionan aumentar su poderío, y, para llegar a sus fines, no les importa recurrir al asesinato de personas, individualmente o en masa, ni reducir a la esclavitud a pueblos enteros. Los bonitos discursos sobre la autodefensa y la soberanía, solamente son pretextos vanos, pues ven claramente que han de buscar disculpas para atenuar algo, para excusar estos crímenes monstruosos contra los Mandamientos de Dios.

Pero sus palabras no sirven de nada, pues rigurosamente queda constancia de la desobediencia a los Mandamientos divinos en el libro de los acontecimientos cósmicos. Asimismo, tampoco pueden romperse las mallas de la red en la cual está envuelto cada uno por su propio karma, de manera que no se puede perder ni la más mínima parte de los pensamientos y acciones, antes de ser éstos redimidos.

Aquel que es capaz de ver estos hilos del destino percibe cuán terrible juicio se ha provocado con ello. La confusión general y el hundimiento de lo construido hasta este momento serán las primeras consecuencias leves de esta violación vergonzosa del Décimo Mandamiento. Pero cuando comiencen a manifestarse más y más las repercusiones, ninguna gracia os será concedida. No habéis merecido otra cosa, y sucederá sólo aquello que vosotros mismos provocasteis.

Arrojad de vuestras almas este sentimiento innoble de deseo y avidez. Considerad que también un Estado se compone de individuos. Desechad toda envidia y odio hacia aquellas personas que, según vuestra opinión, poseen más que vosotros. Pues todo esto tiene sus motivos. Pero el que vosotros no seáis capaces de reconocerlo, es vuestra propia culpa, pues sois responsables de la restricción voluntaria de vuestra facultad de comprensión, consecuencia, a su vez, de la adulación de vuestro intelecto en contra de la Voluntad de Dios.

Quien, en el nuevo Reino de Dios aquí en la Tierra, no esté satisfecho con la posición que le corresponda como consecuencia del karma que él mismo se ha forjado, no será digno de vivir en él, ni merece que se le conceda la oportunidad de reparar, de manera relativamente fácil, las culpas contraídas en tiempos pasados y de madurar espiritualmente para encontrar el camino hacia arriba, hacia la patria de los espíritus libres, donde sólo reinan la Luz y la alegría.

Sin piedad serán eliminados en el futuro todos los hombres descontentos por ser perturbadores inservibles de la paz finalmente deseada y por ser obstáculo para la ascensión sana y natural. Sin embargo, si aún queda en un hombre una pizca de buenos sentimientos que puedan justificar la esperanza de su conversión, entonces éste llegará a reconocer la absoluta perfección de la sabia Voluntad Divina: perfección también válida para él, aunque no haya podido reconocer hasta ese momento, por ceguera de su alma y por voluntaria necedad, que solamente él se forjó su destino actual sobre la Tierra, y que éste es consecuencia de toda la existencia que ha tenido hasta el momento, en forma de sucesivas vidas terrenales y en el más allá, pero no de la ciega arbitrariedad de una casualidad.

Al fin, se dará también cuenta de que para sí mismo no necesita más, nada más que precisamente sus experiencias, la posición y las circunstancias en que nació, con todo lo que esto significa.

Si trabaja con esmero para su desarrollo, no sólo progresará en lo espiritual, sino también en lo terrenal. Si, por el contrario, quiere obstinadamente y sin consideración tomar otro camino, dañando así a su prójimo, entonces no habrá para él beneficio real y duradero.

Las almas humanas tendrán que luchar duramente, antes de poder liberarse de las acostumbradas transgresiones del Décimo Mandamiento de Dios, lo que quiere decir, cambiarse a sí mismas en este punto, para vivir, finalmente, de pensamiento, palabra y obra, según lo que exhorta este mandamiento. ¡A todos aquellos, sin embargo, que no sean capaces de hacerlo, les esperan sufrimientos y destrucción aquí en la Tierra y en el más allá!


Abd Ru Shin

09. ¡NO DESEARÁS LA MUJER DE TU PRÓJIMO!

 


¡NO DESEARÁS LA MUJER DE TU PRÓJIMO!

 

Este mandamiento se dirige clara y directamente contra los instintos corporales y animales, a los cuales… desgraciadamente… el hombre da muchas veces rienda suelta, tan pronto se le presenta la oportunidad.

He aquí a la par el punto decisivo, la trampa más grande para los seres humanos, en la cual caen casi siempre, tan pronto como entran en contacto con ella: la oportunidad.

El instinto es despertado y dirigido únicamente por los pensamientos. El hombre puede observarlo muy bien en sí mismo: el instinto no se despierta, no puede despertar, si no hay pensamientos. Depende completamente de ellos. Sin ninguna excepción.

No digáis que el tacto también puede despertar el instinto, pues no es cierto. Es solamente un engaño. El sentido del tacto sólo despierta los pensamientos, y éstos, a su vez, el instinto. Y para despertar pensamientos, el incentivo más grande es la oportunidad, a la que el hombre debe temer.

Por esta razón, evitar la oportunidad es la mejor protección y la mejor defensa para las personas de ambos sexos. Es la única áncora de salvación en los tiempos actuales de degeneración, hasta que la humanidad vuelva a ser tan resistente en sí misma, que ella, como algo natural, sea capaz de conservar limpio el hogar de sus pensamientos. Entonces la transgresión de este mandamiento será absolutamente imposible.

Muchas tormentas han de pasar hasta ese momento sobre la humanidad para purificarla, pero este ancla podrá resistir, si cada uno se esfuerza seriamente en no dar nunca a personas de ambos sexos la oportunidad de estar solas en proximidad seductora.

Esto debe grabárselo cada uno en su mente con letras de fuego, pues no es tan fácil liberar el alma de esta transgresión, ya que esto depende también de la otra persona. Y para una ascensión simultánea raras veces hay posibilidad.

“¡No desearás la mujer de tu prójimo!” no se refiere solamente a la esposa de un tercero, sino al sexo femenino en general, también a las hijas. Y como bien claro se dice, “no desearás”, el mandamiento se refiere únicamente al instinto corporal y no al hecho de cortejar seriamente a una mujer.

Las palabras son tan claras que no cabe error posible. Aquí se trata del Mandamiento divino, severo, contra la seducción y la violación así como también contra la profanación por pensamientos de deseo secreto. Esto último constituye ya la transgresión del mandamiento, pues es el punto de partida de la mala acción y trae consigo el castigo por medio de un karma que tendrá que cumplirse, indefectiblemente, de un modo u otro, antes de que el alma pueda liberarse de su culpa.

Algunas veces, este principio citado, que los hombres erróneamente consideran una pequeñez, puede influir en el modo de su próxima encarnación sobre la Tierra o su futuro destino en la vida actual. Así, pues, no toméis a la ligera la fuerza de vuestros pensamientos, de los cuales sois responsables. Debéis dar cuenta hasta de los más pequeños pensamientos frívolos, pues ya causan daño en el reino de la materia etérea, reino al que pasaréis después de la vida terrenal.

Y si el deseo se transforma en acción física, esto es, llega hasta la seducción, temed las consecuencias, en el caso de que ya no podáis reparar más el mal sobre la Tierra, corporal y espiritualmente.

No importa que la seducción sea consecuencia de halago o de rudeza o que, por fin, se obtenga el consentimiento de la mujer, el efecto recíproco que de ello resulta se mantiene imperturbable, pues ya se inició con el deseo, y toda astucia, toda artimaña, solamente contribuyen a activarlo, y el consentimiento final no puede entonces anularlo.

Por lo tanto, tened cuidado, evitad todas las oportunidades y no seáis indiferentes. ¡Ante todo, conservad limpio el hogar de vuestros pensamientos! Así nunca pecaréis contra este mandamiento.

No hay disculpa tampoco cuando un hombre intenta convencerse a sí mismo, arguyendo que era posible el matrimonio. Este pensamiento sería la mayor mentira.

Un matrimonio en el cual falta el amor espiritual del uno para con el otro no tiene valor ante Dios. Este amor constituye la mejor defensa para no transgredir este mandamiento, pues una persona que ama verdaderamente, no deseará más que el bien para el ser amado y no podrá nunca dar curso a deseos o exigencias impuras, prohibidas por este mandamiento.

Abd Ru Shin

08. ¡NO LEVANTARÁS FALSO TESTIMONIO CONTRA TU PRÓJIMO!

 


¡NO LEVANTARÁS FALSO TESTIMONIO CONTRA TU PRÓJIMO!
 

Cuando atacas a tu prójimo, le golpeas hasta herirlo y quizá aún le robas, sabes que le has causado daño y que serás castigado según las leyes terrenales.

No piensas en tales momentos que, al mismo tiempo te estás enmarañando en los hilos de un efecto recíproco que no está sometido a ningún proceso arbitrario, sino que, con toda justicia, influye hasta en los movimientos más secretos de tu alma, de los cuales no te preocupas y tu intuición ni siquiera conoce.

Y este efecto recíproco no tiene ninguna relación con el castigo terrenal, sino que trabaja por sí mismo, independientemente, pero de forma tan inevitable para el espíritu humano, que éste ya no encontrará ningún lugar en todo el universo en el que se pueda proteger y esconder.

Cuando se habla de un ataque o una violación, vosotros sentís indignación, y cuando son personas relacionadas con vosotros las que sufren por tal concepto, os asustáis y quedáis horrorizados. Sin embargo, poco os importa que, en vuestra presencia, alguien hable mal de otra persona ausente, bien sea con palabras malévolas o solamente con gestos que hacen suponer más de lo que se puede expresar con palabras.

Pero tened cuidado: Es mucho más fácil reparar el mal de un ataque corporal que el de un ataque al alma, la cual padece por pérdida de la buena reputación.

Por lo tanto, apartaos de todos los difamadores que roban a su prójimo la buena reputación y que se asemejan a asesinos del cuerpo material.

Su culpa es la misma, si no aún peor. La poca piedad que tienen estos hombres para con las atormentadas almas de sus víctimas la hallarán reflejada en la poca ayuda que encontrarán en el más allá cuando la supliquen. Les mueve en su interior el funesto deseo de desacreditar a los demás, y lo hacen con frialdad y falta de misericordia, aun con personas desconocidas. Por eso, la misma frialdad y la misma falta de misericordia la encontrarán centuplicada en el lugar que les espera después de haberse separado de su cuerpo terrenal.

En el más allá serán proscritos, y se verán despreciados aún más que los ladrones y estafadores, pues todos tienen rasgos comunes, maliciosos y despreciables, desde las comadres charlatanas hasta las criaturas degeneradas que se ofrecen a levantar falsos testimonios, bajo juramento, contra terceros, a quienes en realidad deberían demostrar gratitud.

A estos hombres hay que tratarlos como a serpientes venenosas, pues no se merecen otra cosa.

Como a la humanidad entera le falta la alta y común aspiración de llegar al Reino de Dios, por eso no tienen nada que decirse dos o tres personas cuando se reúnen, y de ahí que sigan la mala costumbre de hablar de los demás, vicio este tan arraigado, que no se dan cuenta de su bajeza,

por haber perdido la noción de apreciación a fuerza de repetirlo tantas veces.

En el más allá seguirán sentados juntos, entregados a su tema predilecto, hasta que el plazo para la última posibilidad de ascensión, que quizá les hubiera podido traer la salvación, haya pasado, arrastrándolos a la descomposición eterna, donde todas las especies de la materia física o etérea son sometidas a la purificación de todo veneno guardado por los espíritus humanos que no merecen conservar un nombre en el futuro.


Abd Ru Shin

07. ¡NO HURTARÁS!

 


¡NO HURTARÁS!

 

El ladrón es considerado como uno de los seres humanos más despreciables. Un ladrón es todo aquel que toma algo de la propiedad de otro, sin permiso de éste.

La explicación es muy sencilla. Para cumplir con este mandamiento no hay más que distinguir claramente qué pertenece a otra persona. No es muy difícil, dirán todos, sin querer hablar más sobre el particular.

Desde luego, no es difícil, como tampoco es difícil cumplir los Diez Mandamientos, si en verdad se quiere. Condición previa es, sin embargo, que el hombre los conozca, y aquí es donde falla precisamente, en la mayoría de los casos.

Para cumplir con este mandamiento ¿habéis pensado en qué consiste la propiedad de vuestro prójimo, de la cual no debéis tomar nada?

Es su dinero, sus joyas, sus vestidos, quizá su casa, su hacienda con ganado y todo lo que hay en ella. Pero el mandamiento no dice que se trata únicamente de bienes terrenales. Hay también bienes que representan valores mucho más grandes.

La propiedad del hombre está constituida también por su reputación, su prestigio público, sus pensamientos, su modo de ser, la confianza de que goza de parte de otras personas, si no de todas, al menos de algunas.

Llegado hasta aquí, más de uno, al enfrentarse con este mandamiento, verá empeqeñecerse el orgullo que lleva guardado en su alma. Pues, pregúntate a ti mismo si no has tratado nunca, aun con buena fe, de quebrantar la confianza de la que gozaba un hombre de parte de otro, aunque lo hayas hecho únicamente para recomendar precaución. De ser así, hurtaste a la persona que gozaba de esta confianza, pues tú se la robaste o trataste de hacerlo.

Robas a tu prójimo también, cuando sabes algo de sus asuntos privados y lo repites a otro sin el permiso correspondiente. Ahora puedes comprender cuál es la culpa de los hombres que hacen negocios con este tipo de cosas o las utilizan para su lucro.

Las personas que actúan así van tejiendo una red colosal, en la cual se enredan cada vez más a consecuencia de la transgresión permanente de las Leyes divinas, de tal manera que nunca pueden liberarse. A menudo, su culpa es mayor que la de los estafadores y ladrones vulgares. Culpables, igual que encubridores, son los que apoyan a esta clase de “negociantes” y los ayudan en su oficio vergonzoso.

En la vida privada o de negocios, todo hombre serio, de carácter honorable, tiene derecho, y el deber, de pedir credenciales o explicaciones directamente a toda persona que se le acerque con una petición determinada, para así poder darse cuenta hasta dónde puede tener confianza y acceder a los deseos formulados. Proceder de otro modo sería malsano y reprochable.

Por otra parte, el cumplimiento de este mandamiento redunda en provecho del sentido intuitivo que va despertando más y más al paso que evolucionan y salen a la luz sus facultades. El hombre adquiere, por tanto, un conocimiento cada vez más perfecto sobre el ser humano, un conocimiento que había perdido por comodidad. Gradualmente va perdiendo lo muerto, lo mecánico, hasta resucitar como hombre. Surgen de esta manera hombres de carácter, mientras que el hombre actual, criado artificialmente como animal de manada, tiende por obligación a desaparecer.

Tomaos la molestia de reflexionar profundamente sobre este punto, y procurad no encontrar al fin, en las páginas de vuestro libro de cuentas, la constancia de haber violado muchas veces este mandamiento.

¡NO HURTARÁS!

 

El ladrón es considerado como uno de los seres humanos más despreciables. Un ladrón es todo aquel que toma algo de la propiedad de otro, sin permiso de éste.

La explicación es muy sencilla. Para cumplir con este mandamiento no hay más que distinguir claramente qué pertenece a otra persona. No es muy difícil, dirán todos, sin querer hablar más sobre el particular.

Desde luego, no es difícil, como tampoco es difícil cumplir los Diez Mandamientos, si en verdad se quiere. Condición previa es, sin embargo, que el hombre los conozca, y aquí es donde falla precisamente, en la mayoría de los casos.

Para cumplir con este mandamiento ¿habéis pensado en qué consiste la propiedad de vuestro prójimo, de la cual no debéis tomar nada?

Es su dinero, sus joyas, sus vestidos, quizá su casa, su hacienda con ganado y todo lo que hay en ella. Pero el mandamiento no dice que se trata únicamente de bienes terrenales. Hay también bienes que representan valores mucho más grandes.

La propiedad del hombre está constituida también por su reputación, su prestigio público, sus pensamientos, su modo de ser, la confianza de que goza de parte de otras personas, si no de todas, al menos de algunas.

Llegado hasta aquí, más de uno, al enfrentarse con este mandamiento, verá empeqeñecerse el orgullo que lleva guardado en su alma. Pues, pregúntate a ti mismo si no has tratado nunca, aun con buena fe, de quebrantar la confianza de la que gozaba un hombre de parte de otro, aunque lo hayas hecho únicamente para recomendar precaución. De ser así, hurtaste a la persona que gozaba de esta confianza, pues tú se la robaste o trataste de hacerlo.

Robas a tu prójimo también, cuando sabes algo de sus asuntos privados y lo repites a otro sin el permiso correspondiente. Ahora puedes comprender cuál es la culpa de los hombres que hacen negocios con este tipo de cosas o las utilizan para su lucro.

Las personas que actúan así van tejiendo una red colosal, en la cual se enredan cada vez más a consecuencia de la transgresión permanente de las Leyes divinas, de tal manera que nunca pueden liberarse. A menudo, su culpa es mayor que la de los estafadores y ladrones vulgares. Culpables, igual que encubridores, son los que apoyan a esta clase de “negociantes” y los ayudan en su oficio vergonzoso.

En la vida privada o de negocios, todo hombre serio, de carácter honorable, tiene derecho, y el deber, de pedir credenciales o explicaciones directamente a toda persona que se le acerque con una petición determinada, para así poder darse cuenta hasta dónde puede tener confianza y acceder a los deseos formulados. Proceder de otro modo sería malsano y reprochable.

Por otra parte, el cumplimiento de este mandamiento redunda en provecho del sentido intuitivo que va despertando más y más al paso que evolucionan y salen a la luz sus facultades. El hombre adquiere, por tanto, un conocimiento cada vez más perfecto sobre el ser humano, un conocimiento que había perdido por comodidad. Gradualmente va perdiendo lo muerto, lo mecánico, hasta resucitar como hombre. Surgen de esta manera hombres de carácter, mientras que el hombre actual, criado artificialmente como animal de manada, tiende por obligación a desaparecer.

Tomaos la molestia de reflexionar profundamente sobre este punto, y procurad no encontrar al fin, en las páginas de vuestro libro de cuentas, la constancia de haber violado muchas veces este mandamiento.


Abd Ru Shin

05. ¡NO MATARÁS!

 


¡NO MATARÁS!


Vosotros los hombres os golpeáis en el pecho y declaráis en voz alta que no sois asesinos. Como matar significa asesinar, vosotros tenéis la firme convicción de que nunca habéis transgredido este mandamiento del Señor y que podréis presentaros con orgullo ante Él y esperar sin miedo y sin temor que se abra esta página del libro de vuestra vida.

¿Pero habéis pensado alguna vez que vosotros podéis amortiguar, restar fuerza, y que esto también significa matar?

No hay diferencia; ésta se hace solamente en la forma de expresión, en el lenguaje. En efecto, el mandamiento no dice de manera unilateral: No matarás una vida física terrenal, sino que dice en pocas palabras significativas: No matarás.

Por ejemplo, un padre tiene un hijo y quiere a toda costa, por ambición terrenal, que éste siga estudios universitarios. El hijo, sin embargo, tiene facultades especiales que lo impulsan a hacer otros trabajos, para los cuales los estudios universitarios no le son de utilidad.

Es, por lo tanto, natural que el hijo no tenga interés en los estudios forzados y que tampoco logre desarrollar alegremente la energía necesaria para esta tarea. Sin embargo, el padre exige y el hijo obedece. El esfuerzo por complacer a su padre afecta a su salud, pues, como va en contra de su naturaleza, en contra del talento que posee, es natural que su cuerpo padezca por ello.

No quiero ir más adelante con este ejemplo, que solamente es uno de los muchos que se repiten en la vida terrenal. Es innegable, sin embargo, que este padre, por su falsa ambición y terquedad, quiso apagar en su hijo algo que le fue dado para su desarrollo en la Tierra. En muchos casos se llega realmente a destruirlo, porque, más tarde, el desarrollo apenas es posible, dado que la fuerza sana necesaria ha sido ahogada en el mejor momento y se ha malgastado imprudentemente para fines ajenos a la naturaleza del muchacho.

En este ejemplo, el padre ha pecado gravemente contra el mandamiento: “¡No matarás!”, sin considerar, además, por otra parte, que por obstinación, quizá ha privado a la humanidad de cosas muy útiles que hubiera podido realizar el muchacho. Sin embargo, el padre debía haber considerado que, aunque el muchacho poseía o podía haber tenido un parentesco espiritual con él mismo o con la madre, ante el Creador sigue siendo una personalidad individual con el deber de desarrollar el talento que le fue dado en la Tierra para su propio beneficio.

Posiblemente, por la merced de Dios, hubiera podido el muchacho acaso inventar algo de gran importancia para la humanidad y, de esta manera, habría reparado un karma muy pesado.

En tal caso, el padre o la madre habrán contraído una culpa muy grande, por anteponer sus concepciones terrenales mezquinas a los grandes decretos del destino y abusar del poder de su paternidad.

Lo mismo sucede cuando los padres, en los matrimonios de sus hijos, se dejan llevar en sus decisiones por los cálculos egoístas de su intelecto. ¡Cuántas veces no sofocan los más nobles sentimientos del hijo o de la hija y, si bien les aseguran el bienestar material en la Tierra, les sustraen la felicidad de sus almas, más importante para su existencia que todos los bienes terrenales!

Desde luego, esto no quiere decir que los padres deban cumplir cada sueño o cada deseo de sus hijos, pues eso no estaría de acuerdo con sus deberes paternos. Lo que se exige es un examen minucioso que no sea unilateral y que no tenga en cuenta consideraciones terrenales. Casi nunca realizan los padres tal examen libre de pensamientos egoístas.

Hay miles de estos casos, y no es preciso hablar más de ellos. Examinaos vosotros mismos y tratad de no pecar contra la Palabra divina en este mandamiento. ¡Nuevos caminos inesperados se abrirán ante vosotros!

Los hijos también pueden defraudar las esperanzas de los padres, a las cuales éstos tienen derecho. Sobre todo, cuando no desarrollan su talento en la debida forma para llegar a grandes éxitos, a pesar de que los padres les dieron la posibilidad de seguir el camino que ellos habían escogido. En este caso también apagan sentimientos nobles en sus padres y violan bruscamente este mandamiento.

Lo mismo ocurre cuando un hombre abusa de una amistad sincera o de la confianza que demuestra una persona. Con esto mata y lesiona algo en su prójimo que realmente tenía vida, y así transgrede la Palabra divina que dice: No matarás. El destino, más tarde, le pedirá cuentas.

Como veis, todos los mandamientos son los mejores amigos del hombre y no tienen otro fin que protegerlo del mal y del sufrimiento. Por eso, amadlos y apreciadlos como un tesoro, cuya conservación

será para vosotros causa de alegría.


Abd Ru Shin



04. ¡HONRARÁS PADRE Y MADRE!

 

¡HONRARÁS PADRE Y MADRE!

 

Este mandamiento, enviado por Dios a los hombres, fue causa de indecibles angustias, y muchos jóvenes y también adultos, tuvieron que luchar desesperadamente para no transgredir precisamente este mandamiento de la forma más grave.

¡Cómo puede un hijo honrar a su padre, si éste se ha degradado a sí mismo hasta emborracharse, o a una madre que por su mal humor, su mal carácter, su descontrol de sí misma y otros defectos, amarga la vida del padre y de los suyos y no les permite gozar de tranquilidad en el hogar!

¿Puede un niño honrar a sus padres si oye que se insultan mutuamente, que se engañan el uno al otro y que tienen disputas hasta llegar a las manos? Muchas veces el comportamiento de los padres ha hecho de este mandamiento un suplicio para los hijos, imposibilitando a éstos su cumplimiento.

¿No sería hipocresía de parte de un hijo pretender decir que honra a una madre que trata a extraños con más complacencia que a su propio esposo, el padre del niño? Cuando observe en ella una tendencia a lo superficial, cuando vea cómo se rebaja, por su vanidad ridícula, a esclava dócil de todas las extravagancias de la moda, lo que muchas veces es incompatible con la seriedad y alteza de la maternidad, despojándola por completo de su belleza y dignidad … ¿cómo puede el hijo honrar espontáneamente a la madre? ¡Qué gran significado tiene la palabra madre, mas cuánto exige también!

Un niño todavía no contaminado por el mundo tiene que sentir inconscientemente que un individuo serio y maduro no puede exhibir su cuerpo solamente porque así lo pide la moda del día. ¡Cómo puede, en este caso, la madre seguir siendo sagrada para el hijo! La veneración se transforma impulsivamente en una forma vacía de deberes dictados por la costumbre o, según la educación, en cortesía social y, por consiguiente, en hipocresía, a la cual le falta todo impulso del alma. Falta, entonces, precisamente aquel impulso que encierra en sí el calor de la vida y que es imprescindible para un hijo, porque le confiere protección, cual escudo, contra todo tipo de adversidades que pueden aparecer durante la época de crecimiento y cuando sale hacia la vida, sirviéndole de baluarte hasta su vejez en los momentos de duda.

Las palabras “madre” y “padre” siempre tendrían que evocar un sentimiento íntimo de calor intenso en el alma, suscitando una imagen pura, digna, que advierte, estimula y sirve de guía, como una estrella, a través de toda la existencia terrenal.

¡Cuán gran tesoro pierde un hijo que no puede venerar de todo corazón a su padre o a su madre!

La causa de estas angustias del alma reside, como siempre, en la falsa concepción que han tenido los hombres de este mandamiento. Las opiniones hasta ahora eran falsas, porque limitaban el sentido y eran unilaterales, cuando ninguna enseñanza que viene de Dios puede ser unilateral.

Y aún más falsa era la deformación de este mandamiento, corregido según las concepciones humanas, para hacerlo, según se dice, más comprensible: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Con este añadido, el mandamiento se hizo personal y dio origen a errores, porque en su forma original reza escuetamente: “¡Honrarás padre y madre!”.

No se refiere, por consiguiente, a determinadas personas, de las cuales no se puede, de antemano, determinar o prever el carácter. En las Leyes divinas no hay sitio para cosas tan absurdas. ¡Dios no exige, de ningún modo, honrar lo que no merece claramente ser honrado!

Al contrario, este mandamiento comprende, en lugar del individuo, la noción de la paternidad y la maternidad. No se dirige a los hijos, sino primeramente a los padres, a ellos les manda honrar el concepto adquirido de la paternidad y la maternidad. El mandamiento impone a los padres el deber absoluto de recordar siempre su alta misión y de no perder de vista la responsabilidad que tienen.

En el más allá y en el reino de la Luz, la vida no se manifiesta con palabras, sino a través de conceptos.

Por esta razón resulta que, en la expresión mediante palabras, los conceptos se ven fácilmente limitados, como se pone de manifiesto en este caso. Desgraciados los que no observaron este mandamiento y no se esforzaron en conocer el sentido exacto de sus palabras. No es excusa el que hasta ahora haya sido explicado e interpretado tantas veces sólo incorrectamente.

Las consecuencias de la desobediencia del mandamiento ya se hacen sentir en la procreación y la encarnación de las almas. Si los hombres hubieran comprendido y cumplido este mandamiento esencial, la Tierra tendría ahora otro aspecto. Almas muy diferentes hubieran podido encarnar, almas que no habrían permitido una degradación de las costumbres y de la moralidad en el grado en que existe actualmente.

Mirad los asesinatos, los bailes desenfrenados, las orgías, en las cuales se consumen hoy las pasiones humanas. Es la coronación del triunfo de las inmundas corrientes de las tinieblas. Mirad con qué indiferencia y falta de comprensión se admite la decadencia, cómo se la acepta y fomenta como algo natural que siempre ha existido.

Dónde está el hombre que se esfuerza por conocer con exactitud la Voluntad de Dios, el hombre que, impulsándose hacia arriba, trata de comprender Su eterna Grandeza en lugar de comprimir continuamente esa Voluntad Divina en los límites miserables de su cerebro terrenal, del cual hizo un templo del intelecto. Así, por su propia voluntad, se obliga a dirigir sus ojos hacia el suelo como un esclavo encadenado, en lugar de dirigirlos hacia arriba con una mirada jubilosa para encontrar los rayos del conocimiento.

¿No véis vosotros lo pobre que es cada una de vuestras concepciones de todo lo que proviene de la Luz, ya se trate de mandamientos, de promesas, del Mensaje de Cristo o hasta de la Creación entera? No queréis ver ni reconocer, ni tratáis en ningún momento, bajo esta luz, de comprender nada verdaderamente. No lo aceptáis tal cual es, sino que os esforzáis convulsivamente en transformarlo todo en las bajas concepciones a las cuales os entregasteis hace milenios.

¡Liberaos ya de una vez de estas tradiciones! Para ello disponéis de fuerza suficiente. En cada momento y sin que tengáis que sacrificaros. ¡Pero con un impulso, un acto de voluntad, debéis liberaros! Sin simpatizar con compromisos. No tratéis de buscar salidas intermedias, porque nunca os liberaréis del pasado, antes bien éste tirará de vosotros continuamente hacia atrás. Pero se os hará fácil si rompéis de una vez con las viejas costumbres, y así, sin cargas anteriores, os aproximáis a lo nuevo. Sólo entonces se os abrirá la puerta que, en caso contrario, quedará firmemente cerrada.

Y para esto se precisa sólo un verdadero acto de voluntad. Se trata de un solo momento. Es como el despertar tras el sueño. Si uno no se levanta enseguida, volverá a dormirse, desfalleciendo en él la alegría en la nueva labor de la jornada, cuando no, perdiendo aquélla por entero.

¡Honrarás padre y madre! Que de aquí en adelante, este mandamiento sea sagrado para vosotros. ¡Honrad la noción de la paternidad y de la maternidad! ¿Quién conoce hoy en día la inmensa dignidad que se encierra en ellas y el poder que tienen para ennoblecer a la humanidad? Los individuos que en esta Tierra desean contraer matrimonio, deberían darse perfecta cuenta de ello, entonces cada unión conyugal sería una unión verdadera, con sus raíces en el reino espiritual. Y todos los padres, al igual que todas las madres, serían dignos de ser honrados según las Leyes divinas.

Para los hijos, sin embargo, este mandamiento será santificado por sus padres. No podrán hacer otra cosa más que honrar al padre y a la madre con toda su alma, cualquiera que sea el carácter de los hijos, porque se sentirán obligados a ello por las cualidades de sus padres.

Desgraciados entonces los hijos que no cumplan íntegramente este mandamiento. Contraerán un karma pesado, ampliamente merecido.

Sin embargo, su observancia se convertirá pronto, por acción recíproca, en algo natural, en alegría, en necesidad. Por tanto, tened presente y observad los Mandamientos de Dios con más seriedad que hasta ahora. ¡Cumplidlos para encontrar la felicidad!



Por Ab Ru Shin

Los 10 Mandamientos

03. ¡SANTIFICARÁS LAS FIESTAS!

 

¡SANTIFICARÁS LAS FIESTAS!

 

¿Dónde está el hombre que se esfuerza por sentir en su alma los Mandamientos de Dios? Viendo a los niños, a los adultos, cuán frívolamente tratan los mandamientos de su Dios, todo hombre que reflexione con seriedad tendría que espantarse.

 

Los mandamientos se aprenden en la escuela y se comentan superficialmente. Los hombres se contentan con saber las palabras y poder comentarlas someramente, pero esto, sólo mientras se encuentren en peligro de poder ser preguntados. Una vez terminada la escuela y ya dentro de la vida profesional, se olvidan de las palabras y con ello también de su sentido. He aquí la mejor prueba de que el hombre no tiene ningún interés en lo que le exige su Señor y Dios.

 

Sin embargo, bien se puede decir que Dios no exige con ello nada, sino que da a todos los hombres, con su gran amor, todo cuanto necesitan apremiantemente. La Luz se percató de cuánto se habían extraviado los hombres. Por eso Dios, como educador, les enseñó el camino que conduce a la existencia eterna en el reino luminoso del espíritu, es decir, a la felicidad. Mientras que la desobediencia de los mandamientos conduce a los hombres a la miseria y a la destrucción.

Precisamente por esto no es del todo correcto hablar de mandamientos. Más bien son consejos bien intencionados, la indicación del camino recto a través del mundo material que los espíritus humanos quisieron conocer por su propio impulso.

Pero aun esta gran idea no halla ningún efecto en los hombres. Ellos se han envuelto demasiado en sus propios pensamientos, y no quieren ver ni oír nada, aparte de las ideas que ellos se han formado en base a sus escasos conocimientos terrenales.

 

El hombre no se da cuenta de que la materia lo va llevando siempre más allá, hasta el límite, donde tendrá que decidirse, por última vez, por un camino u otro. Esta resolución será la decisiva para su existencia entera, y conforme a ella continuará el camino escogido, hasta el final, sin la posibilidad de volver atrás. Aunque después reconozca su equivocación, será demasiado tarde, y ello contribuirá únicamente a aumentar sus sufrimientos.

 

Para ayudarles en esto y para darles la oportunidad de reconocer a tiempo sus errores, Dios entregó a los hombres el Tercer Mandamiento, el consejo de santificar las fiestas.

Al cumplir este mandamiento, se hubiera despertado en cada hombre, poco a poco, con el paso del tiempo, el anhelo de encaminarse hacia la Luz, y con este anhelo hubieran encontrado el camino para poder cumplir sus deseos, los cuales, a su vez, al ir intensificándose, se hubieran convertido en oraciones. Entonces, el hombre de hoy sería diferente, habría logrado ser el hombre espiritual, maduro, preparado para vivir en el reino que ha de venir.

Por lo tanto escuchad, vosotros, y actuad, para que el cumplimiento de este mandamiento os prepare el camino.

 

“¡Santificarás las fiestas!”. ¡Tú! Se indica muy claramente en estas palabras que eres  quién debe dar al día de reposo la santidad que le corresponde, de manera que para ti sea sagrado.

El día de fiesta es la hora de descanso del trabajo que te impone tu camino por la Tierra. Pero tú no santificarás la hora de reposo, el día de fiesta, si lo único que quieres es cuidar tu cuerpo, tampoco si buscas diversión a través del juego, la bebida o el baile.

La hora de reposo ha de ser para ti la ocasión propicia para interiorizar con tranquilidad en tus pensamientos y sentimientos, para evaluar tu vida terrenal hasta el momento y, sobre todo, los días hábiles de la última semana, a fin de poner en práctica en el futuro las enseñanzas aprendidas. Fácilmente se pueden recordar los acontecimientos de seis días, más difícilmente los de un período mayor.

 

Así aumentará la capacidad intuitiva de tu alma, y tú serás un buscador de la verdad. Y a quien realmente busca, el camino le será enseñado. Al igual que en la Tierra andas por caminos nuevos, desconocidos, examinándolos con cautela, así deberás andar por los nuevos caminos espirituales que se abrirán ante ti, pisando cuidadosamente, paso a paso, para tener siempre los pies en terreno firme. No debes saltar, pues el peligro de caer será mayor.

 

Con tales pensamientos y sentimientos en las horas de reposo de tu existencia terrenal, nunca perderás nada, antes bien ganarás siempre.

De nada le sirve al hombre ir a la iglesia para santificar un día de fiesta, si no quiere pensar después, en sus horas de reposo, en lo que ha oído, para comprenderlo y para vivirlo correctamente. El sacerdote no puede santificarte a ti tu día de fiesta, si tú no lo haces por ti mismo. Tú has de examinar siempre si tu trabajo y tus acciones están de acuerdo con la Palabra divina. De esta manera santificarás el día de fiesta, pues, manteniendo una reflexión profunda y tranquila, le habrás dado aquel significado para el cual se instituyó.

 

De este modo, cada día de reposo será para ti un hito en tu camino que, retroactivamente, dará a los días de trabajo ordinario el justo valor que deben tener para la madurez de tu alma. Así, no habrás vivido los días en vano y siempre avanzarás.

 

Santificar no quiere decir desperdiciar. Si descuidas esto, pierdes el tiempo que te fue otorgado para madurar, y después del viraje cósmico, que ahora os va envolviendo poco a poco en sus radiaciones, tendréis poco tiempo para recuperar lo perdido, suponiendo que empleéis todas las fuerzas que os hayan quedado.

Por esto, no dejéis de santificar las fiestas, ya sea en vuestra casa o, mejor todavía, en medio de la naturaleza, que ayudará a despertar vuestros pensamientos y el sentir del alma. Cumplid así con el mandamiento del Señor. Es para vuestro provecho.

 

  Abd Ru Shin

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