¡NO DESEARÁS LA MUJER DE TU PRÓJIMO!
Este mandamiento se dirige clara y directamente
contra los instintos corporales y animales, a los cuales… desgraciadamente… el
hombre da muchas veces rienda suelta, tan pronto se le presenta la oportunidad.
He aquí a la par el punto decisivo, la trampa más
grande para los seres humanos, en la cual caen casi siempre, tan pronto como
entran en contacto con ella: la oportunidad.
El instinto es despertado y dirigido únicamente por
los pensamientos. El hombre puede observarlo muy bien en sí mismo: el instinto
no se despierta, no puede despertar, si no hay pensamientos. Depende
completamente de ellos. Sin ninguna excepción.
No digáis que el tacto también puede despertar el
instinto, pues no es cierto. Es solamente un engaño. El sentido del tacto sólo
despierta los pensamientos, y éstos, a su vez, el instinto. Y para despertar
pensamientos, el incentivo más grande es la oportunidad, a la que el hombre
debe temer.
Por esta razón, evitar la oportunidad es la mejor protección y la mejor
defensa para las personas de ambos sexos. Es la única áncora de salvación en
los tiempos actuales de degeneración, hasta que la humanidad vuelva a ser tan resistente
en sí misma, que ella, como algo natural, sea capaz de conservar limpio el hogar de sus pensamientos. Entonces
la transgresión de este mandamiento será absolutamente imposible.
Muchas tormentas han de pasar hasta ese momento
sobre la humanidad para purificarla, pero este ancla
podrá resistir, si cada uno se esfuerza seriamente en no dar nunca a personas
de ambos sexos la oportunidad de estar solas en proximidad seductora.
Esto debe grabárselo cada uno en su mente con
letras de fuego, pues no es tan fácil liberar el alma de esta transgresión, ya
que esto depende también de la otra persona. Y para una ascensión simultánea raras veces hay posibilidad.
“¡No desearás la mujer de tu prójimo!” no se
refiere solamente a la esposa de un tercero, sino al sexo femenino en general,
también a las hijas. Y como bien claro se dice, “no desearás”, el mandamiento se refiere únicamente al
instinto corporal y no al hecho de cortejar seriamente a una mujer.
Las palabras son tan claras que no cabe error
posible. Aquí se trata del Mandamiento divino, severo, contra la seducción y la
violación así como también contra la profanación por pensamientos de deseo
secreto. Esto último constituye ya la transgresión del mandamiento, pues es el
punto de partida de la mala acción y trae consigo el castigo por medio de un
karma que tendrá que cumplirse, indefectiblemente, de un modo u otro, antes de
que el alma pueda liberarse de su culpa.
Algunas veces, este principio citado, que los
hombres erróneamente consideran una pequeñez, puede influir en el modo de su
próxima encarnación sobre la Tierra o su futuro destino en la vida actual. Así, pues, no toméis a la ligera la fuerza
de vuestros pensamientos, de los cuales sois responsables. Debéis dar cuenta
hasta de los más pequeños pensamientos frívolos, pues ya causan daño en el
reino de la materia etérea, reino al que pasaréis después de la vida terrenal.
Y si el deseo se transforma en acción física, esto
es, llega hasta la seducción, temed las consecuencias, en el caso de que ya no
podáis reparar más el mal sobre la Tierra, corporal y espiritualmente.
No importa que la seducción sea consecuencia de
halago o de rudeza o que, por fin, se obtenga el consentimiento de la mujer, el
efecto recíproco que de ello resulta se mantiene imperturbable, pues ya se
inició con el deseo, y toda astucia, toda artimaña, solamente contribuyen
a activarlo, y el consentimiento final no puede
entonces anularlo.
Por lo tanto, tened cuidado, evitad todas las
oportunidades y no seáis indiferentes. ¡Ante todo, conservad limpio el
hogar de vuestros pensamientos! Así nunca pecaréis contra este
mandamiento.
No hay disculpa tampoco cuando un hombre intenta
convencerse a sí mismo, arguyendo que era posible el matrimonio. Este
pensamiento sería la mayor mentira.
Un matrimonio en el cual falta el amor espiritual
del uno para con el otro no tiene valor ante Dios. Este amor constituye la
mejor defensa para no transgredir este mandamiento, pues una persona que ama
verdaderamente, no deseará más que el bien para el ser amado y no podrá nunca
dar curso a deseos o exigencias impuras, prohibidas por este mandamiento.
Abd Ru Shin
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