“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”
5. ¡DESPERTAD!
¡DESPERTAD,
HOMBRES, de vuestro pesado sueño! Tomad consciencia del fardo indigno
que portáis, un fardo que está abrumando a millones de hombres con tenacidad
indescriptible. ¡Desprendeos de él! ¿Merece ser soportada su carga? ¡Ni
siquiera un segundo!
¿Qué oculta? Paja huera que al soplo de la Verdad se
estremece de espanto. Habéis gastado en vano vuestro tiempo y vuestras fuerzas.
Por eso, ¡haced saltar las cadenas que os tienen reprimidos! ¡Liberaos de una
vez!
El hombre que permanezca encadenado interiormente será
esclavo, por toda la eternidad, aún siendo rey.
Os encadenáis con todo cuanto es objeto de vuestros afanes
de aprender. Reflexionad: Aprendiendo os subordináis vosotros mismos a formas
ajenas que otros pensaron, os adherís voluntariamente a convicciones extrañas,
no hacéis vuestras más que las experiencias que otros hicieron en sí y para sí mismos.
Considerad: ¡Lo que conviene a uno, no conviene a todos! Lo
que a uno le es útil, puede perjudicar a otro. Cada cual debe seguir su propio
camino hacia la perfección. Los medios para alcanzar esta meta son las
facultades que cada uno lleva en sí. ¡Por ellas ha de guiarse, sobre ellas ha
de edificar! Si no lo hace permanecerá un extraño para sí mismo, siempre
quedará al margen de lo aprendido sin
lograr jamás que aquello cobre vida en él. Y de este modo queda ya descartado
para él todo provecho. Seguirá vegetando, pues le será imposible progresar.
Recordad, los que aspiráis seriamente a la Luz y a la
Verdad:
El camino hacia la Luz ha de experimentarlo cada uno en su
interior, ha de descubrirlo él mismo
si es que desea ir por él con pie seguro. Sólo lo que el hombre ha vivido en su
interior, lo que ha sentido intuitivamente en todas sus variaciones, es lo que
ha captado íntegramente.
Las penas, y también las alegrías, llaman constantemente a
la puerta para animar al hombre, para sacudirle con miras a un despertar
espiritual. En tales ocasiones, el hombre se siente liberado por unos segundos
de toda futileza cotidiana y, en la ventura como en el dolor, siente,
intuitivamente, la conexión con el espíritu que fluye a través de todo lo que
vive.
Y en efecto, todo
es vida, nada está muerto. Bienaventurado aquél que comprende y retiene esos
instantes de contacto para levantar el vuelo hacia las alturas. No debe, pues,
asirse a formas rígidas, sino desarrollarse por sí mismo, partiendo de lo que
lleva en su interior.
No hagáis caso de los burlones, a quienes la vida del
espíritu les es todavía ajena. Como embriagados, como enfermos permanecen
inmutables ante la obra inmensa de la Creación que tanto nos ofrece. ¡Como
ciegos caminan a tientas por la vida terrena y no ven el esplendor que les
rodea!
Están confundidos, duermen. Pues, ¿cómo puede alguien
afirmar aún, por ejemplo, que sólo existe lo que él ve; que no existe vida allí
donde él no puede percibirla con sus propios ojos; que al morir su cuerpo
también él mismo deja de existir, y todo porque, estando ciego, sus ojos no han
podido hasta ahora convencerle de lo contrario? ¿Es que no sabe, aún en base a
tantas experiencias, cuán estrechamente limitada es la capacidad perceptiva del
ojo humano? ¿No sabe todavía que su vista se halla condicionada por la
capacidad de su cerebro, dependiente, a su vez, del tiempo y del espacio, y que
por esta razón todo lo que está por
encima del espacio y del tiempo indefectiblemente ha de escapar a su visión? ¿Es que ninguno de esos burlones se ha
dado cuenta hasta ahora del fundamento lógico de tal razonamiento? La vida
espiritual – llamémosla también el más allá – no es nada más que algo que
sobrepasa completamente la división terrenal del espacio y del tiempo, algo
que, por lo mismo, requiere medios de igual naturaleza para poder ser
reconocido.
Sin embargo, nuestros ojos ni siquiera logran ver todo lo
que puede ser clasificado dentro del espacio y del tiempo. Recordemos la gota
de agua, de cuya pureza absoluta puede dar testimonio cualquier ojo humano y en
la que, no obstante, observada a través de un microscopio, distinguimos
millones de seres vivos que se combaten y destruyen despiadadamente. ¿No
existen a veces en el agua, en el aire, bacilos que poseen fuerza suficiente
para destruir el cuerpo humano y que, sin embargo, no pueden ser reconocidos a
simple vista? En cambio, con ayuda de instrumentos de precisión se tornan visibles.
¿Quién puede atreverse aún a afirmar que no veréis nada
nuevo, desconocido por el momento, en cuanto os sirváis de instrumentos de
mayor aumento? Perfeccionadlos miles, millones de veces: la observación no
tendrá límites, siempre iréis descubriendo nuevos mundos que antes no podíais
ver, ni aún presentir y que, no obstante, existían.
También en todo lo que las ciencias han logrado recopilar
se llega a las mismas conclusiones mediante una reflexión lógica. Ésta ofrece
una perspectiva sobre un continuo progreso y desarrollo, mas nunca sobre un
fin.
¿Qué es, pues, el más allá? Este concepto confunde a muchos. El más allá es simplemente todo aquello
que no puede ser reconocido con la ayuda de medios terrenales. Por medios
terrenales se entiende tanto los ojos, el cerebro y todas las demás partes del
cuerpo, como también los instrumentos que ayudan a los miembros y órganos a
realizar sus funciones con mayor precisión y agudeza ampliando su campo de
acción.
Cabría decir, pues: el más allá es lo que se encuentra “más
allá” de la capacidad visual de nuestros ojos corporales. Mas lo cierto es que entre este mundo y el más allá no existe
separación alguna. Ni tampoco abismo alguno. Todo es una unidad continua,
como la obra entera de la Creación. Una
es la fuerza que fluye por este y el otro mundo, todo vive y actúa animado por
ese flujo vivificador único, quedando todo indisolublemente ligado. Esto hace
comprensible el siguiente razonamiento:
Si una de las partes se enferma, los efectos han de
sentirse forzosamente en la parte restante, como ocurre en el cuerpo humano.
Elementos afectados de esta parte restante confluyen hacia las ya enfermas, en
virtud de la atracción de las afinidades, agravando así la enfermedad. Si ésta
resulta incurable, entonces la necesidad de extirpar radicalmente la parte
enferma se impone como algo ineludible, si no queremos que el todo continúe
sufriendo.
Es por esto por lo que debéis corregir vuestro criterio.
¡No existe este y el otro mundo, sino una sola existencia conjunta! El concepto
de la separación es pura invención del ser humano, que, incapaz de verlo todo,
presume ser el punto central y capital del mundo visible a sus ojos. Pero su
campo de acción es más amplio. Con la idea errónea de esta separación, no hace
más que limitarse violentamente, impedir su desarrollo y dar cabida a una
desenfrenada fantasía provocadora de imágenes monstruosas.
¿Cómo ha de sorprendernos, pues, que, como consecuencia,
muchos muestren una sonrisa incrédula y otros una veneración mórbida que se
convierte en esclavitud o degenera en fanatismo? ¿Quién puede asombrarse aún
ante el sobrecogimiento, la angustia y el terror que va creciendo en algunos?
¡Fuera con todo! ¿A qué viene sufrir esa tortura? ¡Derribad
la barrera que el error humano se ha obstinado en levantar y que, de hecho,
jamás ha existido! La postura errónea mantenida hasta ahora sólo os ha
proporcionado fundamentos falsos, sobre los cuales, con incesante pero vano
empeño, tratáis de edificar la verdadera fe, es decir, la íntima convicción.
Topáis con puntos, con peñascos que os hacen vacilar fatalmente, que os obligan
a demoler de nuevo toda la obra para que, desalentados, o movidos tal vez por
la cólera, terminéis abandonándolo todo.
Vosotros sois los únicos perjudicados, pues tal proceder no
representa para vosotros ningún progreso, sino un estancamiento o un retroceso.
El camino que de todos modos tendréis que recorrer un día se torna, pues, más
largo.
Por el contrario, si al fin llegáis a comprender la
Creación como una unidad, tal cual es, y dejáis de hacer separación entre este
mundo y el más allá, entonces habréis encontrado el recto camino, la meta
verdadera se habrá acercado y la ascención os colmará de alegría y
satisfacción. Entonces podréis también sentir y comprender mejor los efectos
recíprocos que palpitan con calor vital a través del conjunto en su unidad,
pues toda actividad es propulsada y mantenida por esta fuerza única. ¡La Luz de
la Verdad comenzará a brillar para vosotros!
Pronto conoceréis que en muchos el orígen de su burla
radica en su propia comodidad y pereza espiritual, puesto que derribar todo lo
que llevan pensado y aprendido hasta ahora, y reedificar una obra nueva,
supondría para ellos un esfuerzo. En otros, porque el tener que salirse de su
acostumbrado modo de vida les resultaría molesto.
¡Dejadlos en paz, no discutáis! Pero ayudad solícitos con
vuestro saber a los que no se conforman con placeres efímeros, a los que desean
encontrar en la vida terrenal algo más que la sola satisfacción de llenar sus
vientres, asemejándose a los animales. Hacedlos partícipes del conocimiento que
ha brotado en vosotros; no enterréis vuestro talento, porque dando se
enriquecerá y reforzará vuestro saber, por efecto recíproco.
En el universo es ley eterna que, tratándose de valores
imperecederos, solamente dando se puede recibir. Sus profundos efectos se
manifiestan a través de toda la Creación como un legado de su Creador. Dar
desinteresadamente, ayudar donde sea necesario y tener comprensión para los
sufrimientos del prójimo como para sus debilidades, significa recibir; pues es
éste el camino sencillo y verdadero que conduce hacia el Altísimo.
El querer seriamente obrar así os proporciona fuerza y
ayuda inmediatas. Un solo deseo de hacer el bien, sentido sincera y
profundamente, basta ya para que desde ese más allá, invisible aún para
vosotros, sea abatida, como por espada de fuego, la muralla que vuestros
propios pensamientos erigieran hasta ahora como obstáculo; pues vosotros y ese
más allá que teméis, negáis o anheláis sois uno; con él constituís una unidad
compacta e indivisible.
Intentadlo, pues vuestros pensamientos son los mensajeros
que enviáis y que vuelven de regreso cargados con la pesada carga de todo
aquello que habéis pensado, ya sea bueno o malo. ¡Todo se cumple! Recordad que
vuestros pensamientos son realidades que toman forma espiritual, realidades que
a menudo llegan a constituir formaciones que sobreviven la existencia terrenal
de vuestro cuerpo. Recordadlo y muchas cosas se os esclarecerán.
De aquí que sea justo decir: “pues vuestras obras os
seguirán”. Las creaciones del pensamiento son obras que os esperarán un día.
Ellas forman en vuestro entorno círculos luminosos o sombríos que tendréis que
atravesar para penetrar en el mundo del espíritu. Ni protección ni intervención
alguna puede serviros de ayuda, pues vosotros sois quienes decidís libremente.
Por consiguiente, el primer paso en todo habéis de darlo vosotros mismos. No es
difícil, pero depende de cómo sea la volición que se manifieste en vuestros
pensamientos. De esta suerte, sois vosotros mismos quienes lleváis en vuestro
interior el cielo y el infierno.
Es a vosotros a quienes corresponde decidir, mas las
consecuencias de vuestros pensamientos, de vuestras manifestaciones volitivas,
habréis de sufrirlas luego incondicionalmente. Sois vosotros, pues, quienes
creáis las consecuencias, por eso os exhorto:
“¡Conservad puro el hogar de vuestros pensamientos, así
sembraréis paz y seréis felices!”
No olvidéis que cada pensamiento que concebís y emitís va
atrayendo en su camino todo lo que le es afín, o se queda adherido a otros
pensamientos. De este modo su potencia va aumentando más y más, hasta que al
fin alcanza un objetivo: otro cerebro que, tal vez olvidado de sí mismo por un
solo segundo, da cabida a esas formas de pensamiento que flotan en el ambiente,
permitiéndoles penetrar y actuar en su interior.
Pensad ahora en la enorme responsabilidad que recae sobre
vosotros en caso de que ese pensamiento se ponga en acción por intermedio de
una persona cualquiera, a la cual haya podido influenciar. Esa responsabilidad
es activada por el solo hecho de que cada pensamiento particular mantiene una
unión constante con vosotros mismos, como a través de un hilo imposible de
romper, para así retornar hacia vosotros con la fuerza adquirida en el camino y
oprimiros nuevamente o colmaros de dicha, según el género de lo que hayáis
concebido.
Resulta, pues, que, hallándoos en el mundo de los
pensamientos, dais cabida a formas mentales similares a vuestro modo de pensar.
Es por eso por lo que no debéis malgastar las fuerzas del pensar, sino
concentrarlas para la defensa y para lograr una mayor agudeza en el
pensamiento, de manera que éste, semejante a una lanza, sea impulsado para
actuar sobre todas las cosas. ¡Forjád así a partir de vuestros pensamientos la
Lanza Sagrada que lucha por el bien, que cura heridas y hace que progrese la
Creación entera!
¡Poned, pues, vuestro pensar al servicio de la actividad y
del progreso! Para ello tendréis que sacudir ciertos pilares que sostienen
concepciones harto ancestrales. A menudo trátase tan sólo de un concepto que,
mal comprendido impide al hombre encontrar el verdadero camino. El único
recurso es volver al punto de partida. Un viso de Luz basta para que se venga
abajo todo el edificio erigido afanosamente por él durante decenas de años, y
tras un aturdimiento más o menos duradero, vuelve el hombre a reanudar la obra.
Tiene que hacerlo, pues la inactividad no existe en el Universo. Sírvanos de
ejemplo el concepto del tiempo:
¡El tiempo pasa! ¡Los tiempos cambian! Así se escucha por
doquier, y, sin querer, surge en nuestro espíritu una imagen: vemos desfilar
los tiempos en incesante transformación.
Esta imagen se convierte en costumbre, llegando a
constituir para muchos una base firme sobre la que siguen edificando, un
fundamento que guía todas sus investigaciones y reflexiones. Mas no tardan en
tropezar con obstáculos contradictorios. Aún con la mejor voluntad no hay modo
de que todo concuerde. Perdidos, por fin, van dejando lagunas imposibles de
llenar por más que sigan cavilando.
Esto hace que muchas personas piensen que, en tal caso,
cuando el pensar lógico no ofrece fundamento alguno, es preciso recurrir a la
fe como sustitutivo. ¡Pero esto es una equivocación! ¡El hombre no debe creer
en cosas que no puede concebir! Tiene que intentar comprenderlas, pues, de lo
contrario, abre ampliamente la puerta a los errores, y con los errores
disminuye siempre el valor de la Verdad.
¡Creer sin comprender no es más que indolencia, pereza
mental! No es éste el modo de elevar el espíritu, sino el de oprimirlo. Por lo
tanto, alzad la mirada; pues debemos examinar e investigar. No en vano sentimos
la necesidad de hacerlo.
¡El tiempo! ¿Es cierto que transcurre? Si aceptamos tal
principio, ¿por qué topamos con obstáculos tan pronto intentamos profundizar en
nuestras reflexiones? La razón es bien sencilla: porque el pensamiento
fundamental es erróneo, pues el tiempo es inmóvil. Nosotros somos los que
corremos a su encuentro. ¡Nos movemos impetuosamente en pos del tiempo que es
eterno y en él buscamos la Verdad!
El tiempo es inmóvil. Siempre es el mismo: hoy, mañana y en
un millar de años. Sólo las formas cambian. Nos sumergimos en el tiempo para beber
del seno de sus memorias, para enriquecer nuestro saber con sus compilaciones.
Pues nada se ha perdido en él, todo lo ha conservado. Jamás ha sufrido
alteración alguna porque es eterno.
También tú, ¡oh hombre!, eres siempre el mismo, ya seas
joven o anciano. ¡El que eres serás siempre! ¿No lo has advertido ya tú mismo?
¿No notas claramente una diferencia entre la forma física y tu “yo”; entre el
cuerpo, sujeto a transformaciones, y tú, el espíritu, que es eterno?
¡Buscáis la Verdad! ¿Qué es la Verdad? Lo que hoy aún
sentís como tal, mañana lo tendréis por un error y más tarde hallaréis en los
errores algunos granos de verdad. Pues también las revelaciones cambian de
forma. De esta suerte seguís en incansable búsqueda, mas en el curso de los
continuos cambios vais alcanzando madurez.
La Verdad, empero, es siempre la misma, nunca cambia porque
es eterna. Y, por serlo, jamás podrá ser comprendida en toda su pureza y
realidad por los sentidos terrenos que no conocen más que el cambio de las
formas.
Por lo tanto, ¡hacéos espirituales! Despojáos de todo
pensamiento terrenal y poseeréis la Verdad, os hallaréis en la Verdad, os
bañaréis en ella bajo el incesante resplandor de su Luz purísima, pues ella os
rodeará completamente. Os mantendréis a flote en ella, en cuanto seáis
espirituales.
Entonces ya no necesitaréis aprender ciencias en largas
lucubraciones, ya no tendréis por qué temer errores, sino que a cualquier
pregunta encontraréis al instante respuesta en la Verdad misma; es más, ya no
tendréis pregunta alguna, porque sin necesidad de pensar lo sabréis todo, lo
abarcaréis todo, porque vuestro espíritu vivirá en la Luz pura, en la Verdad.
Por consiguiente, ¡hacéos libres en espíritu! ¡Romped las
ligaduras que os retienen! Y, si surgen obstáculos, acercáos a ellos con sereno
júbilo, pues para vosotros significan el camino hacia la libertad y la fuerza.
Consideradlos como un obsequio que os traerá ventajas, y los venceréis con
facilidad.
Estos obstáculos, o bien son colocados en vuestro camino
para instruiros y ayudaros a evolucionar – multiplicando así los medios de que
disponéis para la ascensión – o son efectos retroactivos de una deuda que os es
dado saldar, pudiendo de esta manera liberaros de ella. En ambos casos os harán
adelantar en vuestro camino. Por lo tanto, ¡afrontadlos, pues, sin vacilar! ¡Es
por vuestro bien!
Es de necios hablar de reveses del destino o de pruebas a
que somos sometidos. Cualquier luchar, cualquier sufrir es progresar. Así es
como se brinda ocasión al ser humano para borrar las sombras de deudas pasadas,
pues a nadie se le puede perdonar ni un solo céntimo, ya que también en ésto,
el ciclo de las Leyes eternas que rigen el Universo es inmutable. La Voluntad
creadora del Padre se revela en ellas y de tal modo nos perdona y elimina toda oscuridad.
Todo está dispuesto con tal claridad y sabiduría, que el
más mínimo desvío tornaría al mundo en ruinas.
Y aquél que tenga que reparar muchos errores del pasado,
¿no se desalentará irremediablemente, no se horrorizará al pensar en todas las
culpas que tiene que redimir?
Si su Voluntad es sincera, que comience alegre y confiado,
que no se preocupe. Pues también puede crearse una compensación por la
contracorriente de una fuerza emanada de aquella buena voluntad, que al igual
que otras formas de pensamiento cobra vida en el dominio espiritual y se
convierte en arma potentísima, capaz de eliminar toda carga, toda opresión de
las tinieblas y de liberar el “yo” conduciéndolo a la Luz.
¡Fuerza de voluntad! Poder por tantos ni siquiera
sospechado, que atrayendo como imán infalible las fuerzas semejantes va
acrecentándose, al igual que un alud, y que, unido luego a otras fuerzas
espiritualmente afines, vuelve retroactivamente al punto de partida, es decir,
retorna a su origen, o, mejor dicho, se reintegra a su progenitor para elevarle
a las alturas, hacia la Luz, o hundirle aún más en el fango y la inmundicia,
según la naturaleza de su voluntad inicial.
Quien conoce esta Ley constante de la acción recíproca que,
con precisión absoluta, rige en toda la Creación realizando y desarrollando sus
funciones con invariable certeza, debe saber aplicarla, tiene que amarla, que
temerla. Para él, el mundo invisible que le circunda cobra vida poco a poco,
pues va dándose cuenta de sus efectos con una claridad que no permite duda
alguna.
A poco que fije su atención, sentirá intuitivamente las
ondas potentísimas de la actividad incesante que desde el Universo inmenso
actúan sobre él. Finalmente se dará cuenta de que él mismo es capaz de
canalizar hacia un solo punto de enfoque potentes flujos, cual una lente que
capta los rayos solares, los concentra en un punto preciso y genera allí una
energía de efectos abrasadores que puede fluir quemando y destruyendo, pero
también curando, vivificando, beneficiando, y que es capaz asimismo de encender
un fuego de vivas llamaradas.
Vosotros sois tales lentes, capaces de concentrar mediante
vuestra voluntad esas corrientes invisibles de fuerza que llegan hasta
vosotros, dirigiéndolas con una mayor potencia hacia fines buenos o malos, para
el bien de la humanidad o para su perdición. Con ella podéis y debéis encender
un fuego vivo en las almas, un fuego de entusiasmo por lo bueno, por lo noble,
por lo perfecto.
Para ello, sólo se requiere la fuerza de voluntad que, en
cierto modo, es la que hace del hombre el rey de la Creación, el artífice de su
propio destino. Su propia volición le aporta la perdición o la salvación, crea
su recompensa o su castigo con certeza inexorable.
Mas no temáis ahora que este saber os aleje del Creador,
que debilite en vosotros la fe que habéis tenido hasta hoy día. ¡Al contrario!
El conocimiento de estas Leyes eternas que podéis aprovechar, hace que la obra
entera de la Creación os parezca aún más sublime; su grandeza obliga a
postrarse devotamente a aquél que profundiza en su búsqueda.
Ya no volverá jamás el hombre a querer el mal. Con alegría
se apoyará en el mejor estribo que para él existe: el Amor. El amor a la
maravillosa Creación, el amor al prójimo para guiarle y hacerle partícipe
también del esplendor de esta dicha, de esta consciencia de la Fuerza.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* *
*
Traducido de la
edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta
obra está disponible en 15 idiomas:
español,
inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco,
polaco, húngaro, árabe y estonio
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