64. EL SEXO
UNA GRAN PARTE
de los hombres terrenales experimentan un profundo agobio ante el pensamiento
referido a las relaciones entre los dos sexos: el masculino y el femenino. Bien
entendido, quedan exceptuados solamente los irreflexivos, que no se dejan
impresionar por nada en absoluto. Todos los demás, por muy indiferentes que
sean, tratan de encontrar una solución, ya sea abiertamente, ya sea
retrayéndose en sí mismos.
Por suerte, hay muchos hombres que ansían descubrir en ello
un verdadero indicador del camino. Queda por saber si, una vez descubierto, se
regirían por él. Por de pronto, es un hecho evidente que se ocupan del asunto
intensamente y que, en su mayor parte, se sienten oprimidos por la consciencia
de enfrentarse a dicha cuestión llenos de ignorancia.
Se ha intentado hallar una respuesta al asunto situándolo
en el terreno de los problemas matrimoniales, pero no se ha conseguido un
acercamiento a un pensamiento fundamental satisfactorio, ya que también aquí,
lo mismo que en todas partes, lo verdaderamente importante es que el hombre
sepa de qué se trata, pues de otro modo nunca podrá encontrar la solución que
busca; la preocupación persistirá.
Sucede muy a menudo que, desde un principio, muchos tienen
un concepto equivocado de la palabra “sexo”. Se la toma en sentido general,
cuando su verdadero significado es mucho más profundo.
Si queremos hacernos una idea exacta sobre el particular,
no debemos ser tan subjetivos que restrinjamos esa idea con prescripciones que
sólo son válidas dentro de un orden social puramente terrenal, el cual, muchas
veces, se encuentra en franca oposición con las leyes de la creación. En cosas
de tanta gravedad, es menester profundizar más en la creación para llegar a
comprender el pensamiento fundamental.
Por extensión, designamos como ambos sexos a los conceptos
“femenino” y “masculino”. Pero, desde un principio, el término “sexo” induce a
grave error a la mayoría de los hombres, ya que se le asocia involuntariamente
con ciertas ideas relativas a la procreación. Y eso es una equivocación. Desde
el punto de vista de los grandes pensamientos que rigen en la creación, la
distinción entre masculino y femenino, hecha en ese sentido, sólo tiene cabida en la más densa y más externa
materialidad física, pero no tiene nada que ver con lo esencial del evento.
¿Qué es un sexo? En el instante de su partida del reino
espiritual, el germen de espíritu es asexual. No se produce escisión ninguna,
como se supone frecuentemente. En el fondo, el germen espiritual sigue siendo
siempre una entidad exclusiva. Como ya he indicado repetidas veces, el germen
espiritual, después de su peregrinación a través de la poscreación, que es
imagen autoactiva de la creación propiamente dicha, toma, en el curso de su
evolución y según el grado de consciencia que haya alcanzado, las formas
humanas que nos son conocidas, las cuales son reproducciones de las criaturas
originarias hechas a imagen y semejanza de Dios.
Así, pues, durante esa fase evolutiva, la naturaleza de la actividad del germen espiritual juega un papel
decisivo, pues en ella se determina la dirección que dicho germen toma
preponderantemente durante el desarrollo de su consciencia, de acuerdo con las
facultades inherentes en él, ya sea tendiendo hacia el género positivo,
vigoroso y activo, o hacia el género negativo, sosegado y conservador, todo
según la orientación determinada por sus inclinaciones fundamentales.
Y de esa actividad por él ejercida surge la forma, aun cuando, al principio, esa actividad se reduzca
a una serie de vehementes deseos susceptibles de convertirse en irresistibles
impulsos.
Lo positivo engendra la forma masculina, y lo negativo la
forma femenina. Ya se manifiesta aquí exteriormente la diferencia existente
entre lo masculino y lo femenino. Cada uno en su forma, ambos son la expresión
exacta de la naturaleza de la
actividad elegida o deseada. En realidad, esos deseos no son, en principio, más
que la manifestación de la constitución propia del germen espiritual en
cuestión, es decir, son los que determinan su carácter positivo o negativo.
Por tanto, la denominación “masculino” y “femenino” no
guarda relación ninguna con el concepto habitual de sexo, sino que solamente
determina la naturaleza de la actividad
en la creación. Únicamente en la materialidad física, tan conocida de los
hombres, es donde, a partir de esa forma, surgen los órganos genitales que
llamamos masculinos y femeninos. El cuerpo físico, es decir, el cuerpo
terrenal, es el único que precisa de esos órganos para su reproducción.
Por consiguiente, la
naturaleza de la actividad en la creación determina la forma — masculina o
femenina — del cuerpo propiamente dicho, del que el cuerpo físico no es más que
una imagen compacta.
De este modo, los actos sexuales quedan emplazados en el nivel que les
corresponde, es decir, en el escalón más bajo de toda la creación: la
materialidad física, que se halla muy alejada de la esfera espiritual.
Tanto más lamentable es, pues, que un espíritu humano se
doblegue bajo el yugo de esa actividad, propia de la corteza más externa, hasta
el extremo de convertirse en su esclavo. Y, desgraciadamente, esto ha llegado a
ser tan corriente hoy día, que ello da idea de cómo la inestimable y sublime
espiritualidad se ve obligada a dejarse denigrar y a mantenerse subyugada por
la materialidad física más pesada.
Es evidente que semejante comportamiento, tan contrario a
la naturaleza, habrá de tener un desenlace fatal. Contrario a la naturaleza
porque, según el orden establecido, lo espiritual es lo más elevado de toda la
creación, y en ésta sólo puede existir armonía mientras lo espiritual sea el
elemento dominante, en tanto que todo lo demás debe permanecer subordinado a ello incluso en la unión
con lo físico-terrenal.
Creo que no necesitaré hacer especial mención del triste
papel que hace un hombre cuyo espíritu se doblega bajo el dominio de la más
densa envoltura material, la cual adquiere su sensibilidad gracias a él, y
habrá de perderla cuando él se separe de ella; un instrumento en manos del
espíritu que requiere efectivamente ciertos cuidados para seguir siendo útil,
pero que, sin embargo, debe continuar siendo siempre un instrumento bajo
control.
La forma espiritual, sustancial y etérea del cuerpo se
modifica en cuanto sufre un cambio la actividad del germen espiritual. Si el
carácter negativo de esa actividad pasa a ser preponderantemente positivo, la
forma femenina se transformará necesariamente en masculina, y viceversa; pues
el género predominante de la
actividad es lo que determina la forma.
Ahora bien, la corteza de materialidad físico-terrenal no
puede seguir tan rápidamente esas transformaciones, no es lo suficiente
maleable para ello, y a eso se debe precisamente que sólo esté prevista para un
espacio de tiempo muy corto. Los cambios se ponen de manifiesto en las reencarnaciones, que, en la mayor parte
de los casos, son muy numerosas.
Así suele suceder que un espíritu humano recorra sus
distintas existencias terrenales dentro de cuerpos femeninos y masculinos alternativamente, según las
modificaciones sufridas por su constitución intrínseca. No obstante, eso
constituye un estado anormal producido por una deformación violenta y
obstinada.
El concepto humano según el cual existe un alma
complementaria para cada hombre es, en sí, exacto, pero no en el sentido de una
disociación previa. El alma dual no es más que un alma adaptada a otra. Es decir, un alma que ha desarrollado precisamente
aquellas facultades que la otra alma
ha dejado adormecer dentro de si. Por eso es que la una complementa a la otra,
resultando de ello un trabajo en común de todas las facultades del espíritu,
tanto las positivas como las negativas. Ahora bien, no existe un alma única
como complemento de otra, sino que existen muchas, de manera que un hombre que
quiera encontrar su complemento no está reducido a buscar un ser humano único y
perfectamente determinado. Podrá encontrarse con muchos de ellos, en el curso de su existencia terrenal,
sólo con mantener despierta y pura su facultad sensitiva.
Así, pues, las condiciones impuestas por la Vida para
alcanzar la felicidad no son, en modo alguno, difíciles de cumplir, como les
parece a primera vista a los que no poseen más que mediocres conocimientos. La
felicidad es mucho más fácil de conseguir de lo que muchos se imaginan. Basta
con que la humanidad conozca primeramente las leyes que reposan en la creación;
y si vive de acuerdo con ellas, será feliz necesariamente.
Pero, hoy día, la humanidad está aún muy lejos de ello, y a eso se debe
que, por el momento, los que se aproximan a la Verdad por el conocimiento de la
creación hayan de sentirse solos, lo cual no es razón ninguna para ser
desgraciados, sino que lleva implícita una gran paz.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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