1. ¿QUÉ BUSCÁIS?
¿QUÉ BUSCÁIS? Decid, ¿qué significa este instar impetuoso? Como un bramido recorre el mundo, y un aluvión de libros inunda todos los pueblos. Los sabios escudriñan los escritos del pasado, investigan, cavilan hasta el agotamiento espiritual. Surgen profetas para prevenir, prometer… y de todas partes súbitamente, como en un acceso de fiebre, se quiere propagar una nueva luz.
Así, en la hora actual, se desata una tormenta sobre el alma conmovida de la humanidad, mas no refrescándola y confortándola, sino consumiéndola, abrasándola, absorbiéndole las últimas fuerzas que aún le quedan, desgarrada como está, en medio de las tinieblas de los tiempos que corremos.
También aquí y allá adviértese un murmullo, un rumor de creciente expectación por un algo venidero. Cada nervio está en tensión, crispado por un anhelo inconsciente. El mundo bulle en confusión, y todo lo cubre una especie de aturdimiento en lúgubre gestación. Funesto augurio. ¿Qué ha de engendrar por fuerza? La confusión, el desaliento, la perdición, si es que no se rasga con vigor el estrato tenebroso que envuelve espiritualmente nuestro globo, absorbiendo y asfixiando, con la suavidad tenaz del fango inmundo, todo albor de pensamiento libre y lúcido antes de que adquiera fuerza y consistencia. En el silencio lúgubre de un cenagal, aquel estrato tenebroso oprime, disgrega y aniquila en flor toda volición del bien, antes de que pueda convertirse en acto.
Pero el clamor de los que buscan la Luz – ese clamor que posee fuerza para romper el fango – se desvía y enmudece en una bóveda impenetrable, erigida con ahínco precisamente por quienes creen ayudar. ¡Ofrecen piedras en vez de pan!
Considerad el sinnúmero de libros publicados:
Con ellos el espíritu humano no hace sino fatigarse, y no vivificarse. ¡Qué mejor prueba de la esterilidad de todo cuanto ofrecen! Pues lo que fatiga al espíritu nunca puede ser bueno.
El pan espiritual refresca inmediatamente, la Verdad conforta y la Luz vivifica.
Todo hombre sencillo debe desesperar al ver los muros que levantan las pretendidas ciencias espirituales en torno al más allá. ¿Quién de esas almas sencillas puede comprender sus frases eruditas, sus extrañas formas de expresión? ¿Acaso el más allá está reservado solamente para los adeptos de las ciencias espirituales?
¡Y es de Dios de quién se habla! ¿Será preciso crear una universidad, en la que se puedan adquirir primeramente las facultades requeridas para comprender el concepto de la Divinidad? ¿Adónde conduce este afán arraigado mayormente en la ambición?
Titubeantes, como embriagados, los lectores y oyentes van de un lado a otro inseguros, cautivos en sí mismos, estrechos de miras por el hecho de haber sido desviados de la senda de la sencillez.
¡Escuchad, vosotros, los desalentados! Alzad la vista, los que buscáis sinceramente: La senda que conduce hacia el Altísimo está abierta para todos los hombres. ¡La erudición no es la puerta de acceso!
Cristo Jesús, ese gran ejemplo en la senda verdadera hacia la Luz, ¿eligió Él a sus discípulos entre los fariseos eruditos, entre los escribas? No, los buscó en la humildad y en la sencillez, porque ellos no tenían que luchar contra ese grave error de creer que el camino hacia la Luz es difícil y por fuerza arduo de aprender. Esta idea es el mayor enemigo del hombre: ¡Es una mentira!
Así pues, apartaos de toda pedantería científica allí donde se trata de lo más sagrado en el hombre, de aquello que exige una comprensión total. Apartaos, ya que la ciencia, como engendro del cerebro humano, es y no podrá dejar de ser otra cosa que una obra fragmentaria. ¡Reflexionad! ¿Cómo una ciencia penosamente adquirida puede conducir a la Divinidad? ¿Qué es el saber en definitiva? Saber es lo que el cerebro puede comprender. Mas cuán limitada es la capacidad comprensiva del cerebro, siempre estrechamente ligada al espacio y al tiempo. La eternidad misma y el sentido de lo infinito ya no es capaz de concebirlos un cerebro humano. Precisamente dos conceptos que se hallan inseparablemente unidos a la Divinidad.
El cerebro enmudece ante esa Fuerza incomprensible que fluye por todo lo existente, y de la cual él mismo saca su actividad. Es la Fuerza que todos sentimos intuitivamente cada día, cada hora, cada instante, como algo natural, reconocido desde siempre por la ciencia misma como existente y que, no obstante, procura el hombre en vano aprehender y concebir con ayuda del cerebro, esto es, con el saber intelectual.
La actividad del cerebro, piedra angular e instrumento de la ciencia, se muestra deficiente y su limitación se proyecta naturalmente en todas las obras que ésta edifica, es decir, en la totalidad de las ciencias mismas. Por consiguiente, la ciencia es apta para un estudio deductivo con miras a una mejor comprensión, clasificación y ordenación de todo aquello que recibe, ya listo, de la fuerza creadora que le precede. Mas ha de fallar indefectiblemente, si pretende arrogarse calidad de mando o crítica, si, como hasta ahora, sigue aferrada en tal medida al intelecto, es decir, a la capacidad comprensiva del cerebro.
Por esta razón, la erudición y la humanidad que por ella se rige, quedan siempre suspensas en detalles, cuando lo cierto es que todo hombre lleva en sí, como un don, el grande e intangible “todo”, siendo plenamente capaz de alcanzar, sin agotador estudio, lo más noble y lo más elevado.
Por eso, ¡acabad con la inútil tortura de esta esclavitud espiritual! No en vano el gran Maestro nos dirige las palabras: “¡Sed como los niños!”.
Quién lleva en sí la firme voluntad de hacer el bien y se esfuerza en investir de pureza sus pensamientos, ya ha encontrado la senda que conduce hacia el Altísimo. Todo lo demás le será otorgado por añadidura. Para ello no es menester ni libros, ni esfuerzo espiritual, ni ascetismo, ni aislamiento. Será sano de cuerpo y alma, libre de la presión de mórbidas cavilaciones; pues todo exceso perjudica. Hombres habéis de ser, y no plantas de invernadero que por un desarrollo unilateral sucumben al primer soplo del viento.
¡Despertad! ¡Mirad a vuestro derredor! ¡Escuchad en vuestro interior! Sólo ésto puede abriros el camino.
No prestéis oído a las controversias de las iglesias. Cristo Jesús, el gran Portador de la Verdad, la encarnación del Amor divino, no preguntó por la confesión. ¿Qué son hoy día las confesiones, si bien se mira? Una atadura del libre espíritu humano, una esclavitud de la chispa divina que mora en vuestro interior, dogmas que tratan de comprimir la Obra del Creador y Su gran Amor en moldes forjados por la mente humana, lo cual significa rebajar lo Divino, desvalorizarlo sistemáticamente.
Tal género repugna a todo buscador sincero, ya que así jamás podrá experimentar la gran realidad, haciéndose así cada vez más vano su anhelo de Verdad, hasta acabar desesperado de sí mismo y del mundo.
¡Despertad, pues! Destruid en vosotros las murallas dogmáticas, arrancaos la venda para que la Luz pura del Altísimo pueda penetrar en vosotros sin alteración. Con regocijo volará entonces vuestro espíritu a las alturas y con júbilo experimentará todo el gran Amor del Padre, que no conoce límites de inteligencia terrena. Sabréis, al fin, que sois una parte de ese Amor, lo abarcaréis sin dificultad en su totalidad, os uniréis a él y así, iréis recibiendo nueva fuerza cada día, cada hora, como un don que os hará evidente la ascensión liberadora del caos.
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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