jueves, 1 de diciembre de 2022

14. LA ESTRELLA DE BELÉN

 

“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”

14. LA ESTRELLA DE BELÉN

¡LA LUZ debe ahora iluminar la Tierra, así como debía haber ocurrido tiempo atrás, cuando la Estrella de la Promesa brilló sobre un establo en Belén!

Pero en aquel tiempo, la Luz no fue acogida más que por unos cuantos, y los que la escucharon, como es costumbre en el género humano, no tardaron en deformarla y desvirtuarla. Lo que habían olvidado trataron de reemplazarlo por sus propias interpretaciones y, de este modo, no hicieron sino crear una confusión que hoy en día se hace pasar por verdad intangible.

Por miedo de que el edificio entero se venga abajo, apenas se revele como falso el más insignificante pilar, se combate y mancilla todo rayo de Luz capaz de aportar conocimiento, y allí donde no cabe obrar de otra manera, se trata, por lo menos, de ridiculizarlo con tal malevolencia y perfidia que, ante un criterio claro, sólo demuestran ser producto del temor. Sin embargo, rara vez se encuentra en esta Tierra un pensamiento claro.

¡No obstante, la Luz del verdadero conocimiento debe descender por fin sobre toda la humanidad!

Ha llegado la hora en que todo lo malsano que ha inventado el cerebro humano será barrido de la Creación a fin de que en lo sucesivo no siga impidiendo tomar conciencia de que la Verdad es completamente diferente a esas concepciones carentes de toda base, creadas por la jactanciosa presunción y el sentido comercial, por la imaginación enferma y la hipocresía que, como frutos de fangosas especulaciones cerebrales, estrechas y ruines, tratan de alcanzar únicamente poderío y honores terrenales.

Maldición ahora a aquellos que, induciendo a error a millones de hombres, han llegado a esclavizarlos de tal modo que ya no se atreven a abrir los ojos a la Luz y difaman ciegamente todo cuanto llega a sus oídos con un tono distinto al que están acostumbrados a oír, en lugar de decidirse a escuchar y tratar de constatar si no es precisamente lo nuevo lo que responde mejor a su entendimiento que lo que han aprendido hasta ahora.

Los oídos están taponados y con miedo se vigila que entre un solo soplo de aire puro. La causa no es otra que la pereza y el miedo de que este aire puro, al traer consigo el restablecimiento, implique necesariamente la actividad del espíritu, que exige e impone el esfuerzo personal. Esfuerzo opuesto a la actual somnolencia espiritual, aparentemente tan cómoda pero que, en realidad, no hace más que provocar un sueño pesado y permanente, dejando plena libertad para que actúe la astucia del intelecto deformado y corrupto.

¡Mas de nada sirve taparse los oídos ante la Palabra nueva, cerrar los ojos para que no os deslumbre ni os sobresalte! ¡Con violencia seréis sacudidos de este triste entumecimiento! Tiritando quedaréis expuestos a la fría Luz que os despojará despiadadamente de todas vuestras falsas vestiduras. Tiritando de frío, porque la chispa del espíritu en vosotros ya no puede ser encendida para que, adquiriendo calor, desde vuestro interior se una a la Luz.

A vosotros os resulta tan fácil creer lo increíble; pues, de este modo, no tenéis necesidad de esforzaros en pensar y comprobar por vosotros mismos. Precisamente porque todos vuestros dogmas no son capaces de soportar un examen a la luz de las Leyes naturales divinas, estáis obligados a creer simplemente, sin preguntar cómo ni por qué; tenéis que creer a ciegas, y esto os parece magnífico. Vosotros, los que en esta cómoda actitud imagináis ser, sobre todo, muy creyentes, os alzáis simplemente por encima de toda duda y… os sentís a gusto, protegidos, nobles, piadosos y seguros de poder así llegar a la santidad. Pero obrando de esta manera no habéis superado todas vuestras dudas, sino que las habéis rehuido cobardemente. Por la indigencia de vuestro espíritu, habéis sido demasiado perezosos para hacer algo por vuestra cuenta y habéis preferido la fe ciega al conocimiento de los procesos naturales dentro de las Leyes de la Voluntad de Dios. Las ficciones engendradas por el cerebro humano os han hecho sencilla la elección. Pues cuanto más imposible sea lo que debéis creer, cuanto más incomprensible, tanto más cómodo resulta creer en ello ciegamente al pie de la letra, ya que en tales asuntos no queda otro recurso: es preciso eliminar el conocimiento y la convicción.

Sólo lo imposible exige una fe ciega e incondicional; pues todo lo que es factible incita inmediatamente a la reflexión personal. Allí donde reside la Verdad que siempre se manifiesta de manera natural y lógica, allí entra en función el pensar reflexivo y la comprensión intuitiva. Estos dejan de actuar allí donde no encuentran naturalidad alguna, es decir, donde la Verdad no existe. ¡Solamente de la comprensión intuitiva puede nacer la convicción, la cual, a su vez, es la única capaz de aportar valores al espíritu humano!

De este modo se cierra ahora, con todo lo demás, el ciclo iniciado en la noche sacra de Belén. Y al cerrarse el ciclo tendrá que ser eliminado todo cuanto hay de erróneo en las tradiciones haciendo que, en su lugar, triunfe la Verdad. ¡La oscuridad creada por la humanidad ha de ser disipada por la irrupción de la Luz!

Todas las leyendas creadas con el tiempo en torno a Jesús deben ser derribadas para que su vida resplandezca finalmente en toda su pureza y en conformidad con las Leyes divinas, pues de otra manera no hubiese sido posible este suceso en la Creación. En los cultos que vosotros mismos habéis instaurado habéis negado con una ligereza sacrílega la Perfección del Creador, vuestro Dios.

Intencionadamente, con plena consciencia Le habéis representado de forma imperfecta en Su Voluntad. Ya lo he dejado dicho. Discutid como y cuanto queráis. No encontraréis ninguna excusa que os libre del reproche de haber sido harto indolentes como para reflexionar por vosotros mismos. No penséis que honráis a Dios creyendo ciegamente lo que es incompatible con las Leyes primordiales de la Creación. Al contrario, si creéis en la Perfección del Creador, debéis saber que en la Creación no puede suceder nada en absoluto que no sea consecuencia exacta de Sus férreas Leyes. Sólo así podréis honrar a Dios verdaderamente.

¡Quien piensa de otro modo duda, por ende, de la Perfección del Creador, su Dios! ¡Pues allí donde aún es posible cambiar o mejorar no existe – ni existió jamás – la perfección! Otra cosa es la evolución, prevista y deseada en la Creación. Mas la evolución debe ser necesariamente la consecuencia de la actividad de las Leyes ya existentes. Todo esto no puede producir ni admitir aquellas cosas que los creyentes – con relación a la vida de Cristo – han considerado como algo muy natural.

¡Despertad de una vez de vuestros sueños, tornaos veraces! Una vez más os digo que, según las Leyes de la Creación, es imposible que el cuerpo humano pueda nacer jamás sin previa procreación material. De igual suerte, imposible es que un cuerpo de materia densa ascienda después de su muerte a las esferas de la materialidad etérea y menos aún al reino de la sustancialidad, o con menos razón al reino espiritual. Y, puesto que Jesús tuvo que nacer aquí en la Tierra, es de rigor que este suceso haya estado sometido en la materialidad densa a la Ley divina de una previa procreación.

Dios debería haber obrado contrariamente a sus propias Leyes si en el caso de Cristo todo se hubiese desarrollado como lo enseña la tradición. Tal cosa es imposible por el hecho mismo de ser Dios perfecto desde el principio y perfecta su Voluntad que reside en las Leyes de la Creación. ¡Quien ose pensar de otro modo, duda de esta Perfección y, en última consecuencia, duda de Dios! Pues Dios sin Perfección no sería Dios. Aquí no hay escapatoria posible. Ningún espíritu humano puede interpretar a su conveniencia esta simple evidencia, ni aun cuando ésta provoque el desmoronamiento de los fundamentos de no pocas concepciones conservadas hasta ahora. Sobre este punto no hay alternativa: o sí o no. O todo o nada. ¡Aquí no cabe compromiso alguno, pues en la Divinidad no puede haber nada a medias, nada incompleto y, por ende, tampoco puede haberlo en aquello que trata de Dios!

Jesús fue engendrado físicamente, de no haber sido así, su nacimiento en la Tierra no hubiera sido posible.

Pocos fueron los que antaño reconocieron en la Estrella el cumplimiento de la Promesa. Entre ellos, la propia María y José, que conmovido ocultó su rostro.

Tres reyes encontraron el camino del establo y depositaron allí sus presentes terrenales. Mas no tardaron en abandonar, sin ninguna protección, al Niño a quien debían allanar el camino con sus riquezas y su poder, para que no sufriera daño alguno en el cumplimiento de Su Misión. Sin duda no reconocieron enteramente su eminente deber, a pesar de haberles sido revelado el modo de encontrar al Niño.

La inquietud indujo a María a abandonar Nazaret, y José, viendo su silencioso sufrir, su nostalgia, accedió a su deseo, únicamente para devolverle la tranquilidad. Encomendó la dirección de su taller de carpintería al mayor de sus obreros y se puso en camino con María y el Niño hacia un país lejano. Con la rutina del trabajo y las preocupaciones cotidianas fue empalideciendo lentamente, en ambos, su recuerdo de la Estrella radiante, tanto más cuanto que Jesús no manifestaba nada de particular durante Su juventud, sino que se comportaba en todo de modo tan natural como cualquier otro niño de Su edad.

Fue al regresar para morir en su ciudad natal, cuando José, quien había sido siempre el mejor y más paternal amigo de Jesús, en el momento de pasar al más allá, en los últimos instantes de vida en la Tierra, vio sobre Jesús, quien le acompañaba, solo, en su lecho mortuorio, la Cruz y la Paloma. Estremecedoras fueron sus últimas palabras: ¡Entonces, realmente, Tú lo eres!

Jesús, por su parte, nada sabía de esto hasta que un día se sintió empujado hacia Juan, atraído por lo que se decía de él, que predicaba sabias enseñanzas y bautizaba a orillas del Jordán.

Por ese acto físico del bautismo, el comienzo de Su Misión quedó anclado firmemente en la materialidad densa. La venda cayó. A partir de ese instante, Jesús tuvo plena conciencia de que debía llevar la Palabra del Padre a la humanidad de la Tierra.

Toda Su vida se revelará ante vuestros ojos tal y como fue en realidad, despojada de todas las fantasías engendradas por los cerebros humanos. Cerrándose el ciclo en torno a este suceso, Su vida será revelada a todos durante el Juicio, al triunfar la Verdad que por mucho tiempo ya no podrá ser alterada.

María luchó interiormente con las dudas, agravadas a causa de las preocupaciones maternales por su hijo, hasta el doloroso ascenso al Gólgota. Humanamente, sin ninguna manifestación sobrenatural. Fue allí cuando, finalmente, cobró conocimiento de la Misión de su Hijo y, con el conocimiento, la fe.

Ahora, empero, al regreso de la Estrella, todos los errores serán disipados por la Gracia de Dios, y todas las faltas deben también ser desatadas de aquellos que, sin obrar por obstinación o malicia, dificultaron antaño el camino de Cristo, si en el tiempo actual, en que debe cerrarse el ciclo, adquieren conciencia de ello y quieren reparar el mal que hicieron o el bien que dejaron de hacer.

En el deseo de reparar aquello se eleva, con la Estrella Radiante, para ellos la redención. Ya liberados podrán entonar con júbilo su agradecimiento a Aquél que en Su Sabiduría y Bondad creó las Leyes por las que han de regirse y redimirse todas las criaturas.

* * *





Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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