“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”
14. LA ESTRELLA DE BELÉN
¡LA LUZ debe ahora iluminar la Tierra, así como debía haber ocurrido tiempo atrás, cuando la Estrella de la Promesa brilló sobre un establo en Belén!
Pero en aquel tiempo, la Luz no
fue acogida más que por unos cuantos, y los que la escucharon, como es
costumbre en el género humano, no tardaron en deformarla y desvirtuarla. Lo que
habían olvidado trataron de reemplazarlo por sus propias interpretaciones y, de
este modo, no hicieron sino crear una confusión que hoy en día se hace pasar
por verdad intangible.
Por miedo de que el edificio
entero se venga abajo, apenas se revele como falso el más insignificante pilar,
se combate y mancilla todo rayo de Luz capaz de aportar conocimiento, y allí
donde no cabe obrar de otra manera, se trata, por lo menos, de ridiculizarlo
con tal malevolencia y perfidia que, ante un criterio claro, sólo demuestran ser
producto del temor. Sin embargo, rara vez se encuentra en esta Tierra un
pensamiento claro.
¡No obstante, la Luz del
verdadero conocimiento debe descender por fin sobre toda la humanidad!
Ha llegado la hora en que todo lo
malsano que ha inventado el cerebro humano será barrido de la Creación a fin de
que en lo sucesivo no siga impidiendo tomar conciencia de que la Verdad es
completamente diferente a esas
concepciones carentes de toda base, creadas por la jactanciosa presunción y el
sentido comercial, por la imaginación enferma y la hipocresía que, como frutos
de fangosas especulaciones cerebrales, estrechas y ruines, tratan de alcanzar
únicamente poderío y honores terrenales.
Maldición ahora a aquellos que,
induciendo a error a millones de hombres, han llegado a esclavizarlos de tal
modo que ya no se atreven a abrir los ojos a la Luz y difaman ciegamente todo
cuanto llega a sus oídos con un tono distinto al que están acostumbrados a oír,
en lugar de decidirse a escuchar y tratar de constatar si no es precisamente lo
nuevo lo que responde mejor a su entendimiento que lo que han aprendido hasta
ahora.
Los oídos están taponados y con
miedo se vigila que entre un solo soplo de aire puro. La causa no es otra que
la pereza y el miedo de que este aire puro, al traer consigo el
restablecimiento, implique necesariamente la
actividad del espíritu, que exige e impone el esfuerzo personal. Esfuerzo
opuesto a la actual somnolencia espiritual, aparentemente tan cómoda pero que,
en realidad, no hace más que provocar un sueño pesado y permanente, dejando
plena libertad para que actúe la astucia del intelecto deformado y corrupto.
¡Mas de nada sirve taparse los oídos ante la Palabra nueva, cerrar los
ojos para que no os deslumbre ni os sobresalte! ¡Con violencia seréis sacudidos de este triste entumecimiento!
Tiritando quedaréis expuestos a la fría Luz que os despojará despiadadamente de
todas vuestras falsas vestiduras. Tiritando de frío, porque la chispa del
espíritu en vosotros ya no puede ser
encendida para que, adquiriendo calor, desde vuestro interior se una a la Luz.
A vosotros os resulta tan fácil creer lo increíble; pues, de este
modo, no tenéis necesidad de esforzaros en pensar y comprobar por vosotros
mismos. Precisamente porque todos vuestros dogmas no son capaces de soportar un
examen a la luz de las Leyes naturales divinas, estáis obligados a creer simplemente, sin preguntar cómo ni por
qué; tenéis que creer a ciegas, y esto os parece magnífico. Vosotros, los que en esta
cómoda actitud imagináis ser, sobre todo, muy creyentes, os alzáis simplemente
por encima de toda duda y… os sentís a gusto, protegidos, nobles, piadosos y
seguros de poder así llegar a la santidad. Pero obrando de esta manera no
habéis superado todas vuestras dudas, sino que las habéis rehuido cobardemente.
Por la indigencia de vuestro espíritu, habéis sido demasiado perezosos para
hacer algo por vuestra cuenta y habéis preferido la fe ciega al conocimiento de
los procesos naturales dentro de las Leyes de la Voluntad de Dios. Las
ficciones engendradas por el cerebro humano os han hecho sencilla la elección.
Pues cuanto más imposible sea lo que debéis creer, cuanto más incomprensible,
tanto más cómodo resulta creer en ello ciegamente
al pie de la letra, ya que en tales asuntos no queda otro recurso: es preciso eliminar el conocimiento y la
convicción.
Sólo lo imposible exige una fe
ciega e incondicional; pues todo lo que es factible incita inmediatamente a la
reflexión personal. Allí donde reside la Verdad que siempre se manifiesta de
manera natural y lógica, allí entra en función el pensar reflexivo y la
comprensión intuitiva. Estos dejan de actuar allí donde no encuentran
naturalidad alguna, es decir, donde la Verdad no existe. ¡Solamente de la comprensión intuitiva puede nacer la convicción, la
cual, a su vez, es la única capaz de aportar valores al espíritu humano!
De este modo se cierra ahora, con
todo lo demás, el ciclo iniciado en la noche sacra de Belén. Y al cerrarse el
ciclo tendrá que ser eliminado todo cuanto hay de erróneo en las tradiciones haciendo
que, en su lugar, triunfe la Verdad. ¡La oscuridad creada por la humanidad ha
de ser disipada por la irrupción de la Luz!
Todas las leyendas creadas con el
tiempo en torno a Jesús deben ser derribadas para que su vida resplandezca
finalmente en toda su pureza y en conformidad con las Leyes divinas, pues de
otra manera no hubiese sido posible este suceso en la Creación. En los cultos
que vosotros mismos habéis instaurado habéis negado con una ligereza sacrílega
la Perfección del Creador, vuestro Dios.
Intencionadamente, con plena
consciencia Le habéis representado de forma imperfecta en Su Voluntad. Ya lo he
dejado dicho. Discutid como y cuanto queráis. No encontraréis ninguna excusa que os libre del reproche
de haber sido harto indolentes como para reflexionar por vosotros mismos. No
penséis que honráis a Dios creyendo ciegamente lo que es incompatible con las
Leyes primordiales de la Creación. Al contrario, si creéis en la Perfección del
Creador, debéis saber que en la Creación no puede suceder nada en absoluto que
no sea consecuencia exacta de Sus férreas Leyes. Sólo así podréis honrar a Dios
verdaderamente.
¡Quien piensa de otro modo duda,
por ende, de la Perfección del Creador, su Dios! ¡Pues allí donde aún es
posible cambiar o mejorar no existe – ni existió jamás – la perfección! Otra cosa es la evolución,
prevista y deseada en la Creación. Mas la evolución debe ser necesariamente la consecuencia de la actividad de las
Leyes ya existentes. Todo esto no puede producir ni admitir aquellas cosas que
los creyentes – con relación a la vida de Cristo – han considerado como algo
muy natural.
¡Despertad de una vez de vuestros
sueños, tornaos veraces! Una vez más os digo que, según las Leyes de la
Creación, es imposible que el cuerpo humano pueda nacer jamás sin previa
procreación material. De igual suerte, imposible es que un cuerpo de materia
densa ascienda después de su muerte a las esferas de la materialidad etérea y
menos aún al reino de la sustancialidad, o con menos razón al reino espiritual.
Y, puesto que Jesús tuvo que nacer aquí en la Tierra, es de rigor que este
suceso haya estado sometido en la materialidad densa a la Ley divina de una
previa procreación.
Dios debería haber obrado
contrariamente a sus propias Leyes si en el caso de Cristo todo se hubiese
desarrollado como lo enseña la tradición. Tal cosa es imposible por el hecho
mismo de ser Dios perfecto desde el
principio y perfecta su Voluntad que reside en las Leyes de la Creación.
¡Quien ose pensar de otro modo, duda de esta Perfección y, en última
consecuencia, duda de Dios! Pues Dios sin Perfección no sería Dios. Aquí no hay
escapatoria posible. Ningún espíritu humano puede interpretar a su conveniencia
esta simple evidencia, ni aun cuando ésta provoque el desmoronamiento de los fundamentos
de no pocas concepciones conservadas hasta ahora. Sobre este punto no hay
alternativa: o sí o no. O todo o nada. ¡Aquí no cabe compromiso alguno, pues en
la Divinidad no puede haber nada a medias, nada incompleto y, por ende, tampoco
puede haberlo en aquello que trata de Dios!
Jesús fue engendrado físicamente, de no haber sido así, su
nacimiento en la Tierra no hubiera sido posible.
Pocos fueron los que antaño
reconocieron en la Estrella el cumplimiento de la Promesa. Entre ellos, la
propia María y José, que conmovido ocultó su rostro.
Tres reyes encontraron el camino
del establo y depositaron allí sus presentes terrenales. Mas no tardaron en
abandonar, sin ninguna protección, al Niño a quien debían allanar el camino con
sus riquezas y su poder, para que no sufriera daño alguno en el cumplimiento de
Su Misión. Sin duda no reconocieron enteramente su eminente deber, a pesar de
haberles sido revelado el modo de encontrar al Niño.
La inquietud indujo a María a
abandonar Nazaret, y José, viendo su silencioso sufrir, su nostalgia, accedió a
su deseo, únicamente para devolverle la tranquilidad. Encomendó la dirección de
su taller de carpintería al mayor de sus obreros y se puso en camino con María
y el Niño hacia un país lejano. Con la rutina del trabajo y las preocupaciones
cotidianas fue empalideciendo lentamente, en ambos, su recuerdo de la Estrella
radiante, tanto más cuanto que Jesús no manifestaba nada de particular durante
Su juventud, sino que se comportaba en todo de modo tan natural como cualquier
otro niño de Su edad.
Fue al regresar para morir en su
ciudad natal, cuando José, quien había sido siempre el mejor y más paternal
amigo de Jesús, en el momento de pasar al más allá, en los últimos instantes de
vida en la Tierra, vio sobre Jesús, quien le acompañaba, solo, en su lecho
mortuorio, la Cruz y la Paloma. Estremecedoras fueron sus últimas palabras:
¡Entonces, realmente, Tú lo eres!
Jesús, por su parte, nada sabía
de esto hasta que un día se sintió empujado hacia Juan, atraído por lo que se
decía de él, que predicaba sabias enseñanzas y bautizaba a orillas del Jordán.
Por ese acto físico del bautismo,
el comienzo de Su Misión quedó anclado firmemente en la materialidad densa. La
venda cayó. A partir de ese instante, Jesús tuvo plena conciencia de que debía
llevar la Palabra del Padre a la humanidad de la Tierra.
Toda Su vida se revelará ante
vuestros ojos tal y como fue en realidad, despojada de todas las fantasías
engendradas por los cerebros humanos. Cerrándose el ciclo en torno a este
suceso, Su vida será revelada a todos durante el Juicio, al triunfar la Verdad
que por mucho tiempo ya no podrá ser alterada.
María luchó interiormente con las
dudas, agravadas a causa de las preocupaciones maternales por su hijo, hasta el
doloroso ascenso al Gólgota. Humanamente, sin ninguna manifestación
sobrenatural. Fue allí cuando, finalmente, cobró conocimiento de la Misión de
su Hijo y, con el conocimiento, la fe.
Ahora, empero, al regreso de la
Estrella, todos los errores serán disipados por la Gracia de Dios, y todas las
faltas deben también ser desatadas de aquellos que, sin obrar por obstinación o
malicia, dificultaron antaño el camino de Cristo, si en el tiempo actual, en
que debe cerrarse el ciclo, adquieren conciencia de ello y quieren reparar el
mal que hicieron o el bien que dejaron de hacer.
En el deseo de reparar aquello se eleva, con la Estrella
Radiante, para ellos la redención. Ya liberados podrán entonar con júbilo su
agradecimiento a Aquél que en Su Sabiduría y Bondad creó las Leyes por las que han
de regirse y redimirse todas las criaturas.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* *
*
Traducido de la
edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta
obra está disponible en 15 idiomas:
español,
inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco,
polaco, húngaro, árabe y estonio
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