“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”
13. EL UNIVERSO
¡EL UNIVERSO! Cuando el hombre emplea esta
palabra, la pronuncia muchas veces de manera irreflexiva, sin hacerse una idea de cómo es en realidad ese universo del que habla.
Sin embargo, muchos de los que
tratan de hacerse una idea determinada se imaginan innumerables cuerpos
cósmicos, de constitución y magnitud sumamente diversas, agrupados en sistemas
solares y que siguen su órbita en el espacio. Les consta que cada día están por
descubrirse nuevos mundos, cada vez más numerosos, a medida que va aumentando
la precisión y el alcance de los instrumentos de observación. El hombre se
contenta entonces con la palabra “infinito”, formándose así, en su mente, una
concepción errónea.
El universo no es infinito. Es la
Creación material, es decir, la obra
del Creador. Ésta, como toda obra, se halla al
lado de su creador y, como tal, es limitada.
Las personas que presumen de ser
muy avanzadas se sienten muchas veces orgullosas de poseer el conocimiento de
que Dios está presente en la Creación entera, en cada flor, en cada piedra, y
que las fuerzas motrices de la naturaleza son Dios, es decir, todo lo que es
incognoscible, todo lo que a pesar de manifestarse se escapa a nuestra
capacidad comprensiva. Esto es, una Fuerza primordial en constante actividad,
una Fuente de energía que se renueva eternamente por sí misma: la Luz
primordial insustancial. Estas personas se creen enormemente adelantadas
haciéndose a la idea de poder encontrar a Dios en todo, de reconocerlo en todo
lugar como una fuerza impulsora que todo lo penetra y que obra en cada instante
con el único fin de suscitar una evolución encaminada hacia la perfección.
Pero todo esto no es correcto más
que en un cierto sentido. Lo que nosotros encontramos en toda la Creación es Su
Voluntad, es decir, Su Espíritu, Su Fuerza. Él mismo, se encuentra muy por
encima de la Creación.
La Creación material fue ligada
ya en su origen a la Ley inmutable del devenir y de la disolución. En efecto,
lo que nosotros llamamos leyes naturales es la Voluntad creadora de Dios, la
cual, actuando incesantemente, va creando y deshaciendo mundos. Esta Voluntad
creadora es uniforme en la Creación
entera, a la cual pertenecen, formando un
todo, los mundos de materialidad etérea y los de materialidad densa.
La unidad absoluta e inmutable de
las Leyes primordiales, es decir, de la Voluntad primordial, tiene como
consecuencia que hasta el más mínimo hecho que se produce en la Tierra de
materia densa se desarrolla siguiendo un proceso exactamente igual al que se da
en todo acontecimiento, trátese del más grandioso de toda la Creación o del
proceso creador propiamente dicho.
La severidad de la Voluntad
primordial es clara y sencilla. Una vez reconocida, la descubrimos fácilmente
en todo. La apariencia confusa e incomprensible de numerosos procesos proviene
de los múltiples entrelazamientos originados a partir de las vueltas y rodeos
engendrados por la diversidad de las voliciones humanas.
La obra de Dios, el universo,
está, pues, en tanto creación, sometida a las Leyes divinas que son inmutables
y perfectas en todo; ella tiene su origen en estas mismas Leyes y, por
consecuencia, es limitada.
El artista, por ejemplo, se
encuentra también en su obra y se identifica con ella, y no obstante está fuera
de ella, a un lado. La obra es limitada y efímera, pero no lo es por eso el
talento del artista. El artista, es decir, el creador de la obra, puede
destruir su obra – que es la expresión de su voluntad – sin resultar afectado
él mismo. Con todo, no dejará de ser el artista que es.
Reconocemos y hallamos al artista
en su obra y se nos hace familiar sin necesidad de haberlo visto personalmente.
Poseemos sus obras en las que se halla plasmada su voluntad y su voluntad actúa
en nosotros. El artista se nos acerca a través de su obra y, no obstante, puede
vivir su propia vida alejado de nosotros.
El artista creador y su obra nos
ofrecen un pálido reflejo de la relación existente entre la Creación y el
Creador.
Sólo el ciclo de la Creación es eterno y sin fin, es decir, infinito en su
incesante devenir, perecer y resurgir.
En este acaecer se cumplen
asimismo todas las revelaciones y todas las profecías. También para la Tierra
acabará cumpliéndose en este ciclo el “Juicio Final”.
El Juicio final, es decir, el último, ha de llegar un día para todo cuerpo cósmico material, pero no
simultáneamente para toda la Creación.
Es éste un proceso inevitable
para todo cuerpo cósmico que haya llegado a aquel punto dentro de su ciclo, en
el cual ha de comenzar su disolución con el fin de poder tomar nueva forma en
su próximo recorrido.
Este ciclo eterno no debe
confundirse con la rotación de la Tierra y de otros astros alrededor de su sol,
sino que debe interpretarse como el gran ciclo, el ciclo más importante, por el
que todos los sistemas solares tienen que pasar mientras efectúan, por su
parte, sus movimientos propios.
El punto en que ha de comenzar la
disolución de cada astro está exactamente fijado, siempre en razón de la lógica
de las leyes naturales. En un lugar determinado con toda precisión comenzará a
desarrollarse ineludiblemente el
proceso de la descomposición, independientemente del estado del astro en
cuestión y de sus habitantes.
Irresistiblemente, el movimiento
cósmico impulsa a todo cuerpo sideral hacia su destino; sin demora llegará la
hora de esa desintegración que, en realidad, como en todas las cosas de la
Creación, no es sino una transformación, que ofrece una oportunidad para
proseguir la evolución. Entonces habrá sonado para todo ser humano la hora “del
pro o del contra”. O será elevado hacia los dominios de la Luz, si sus
aspiraciones tienden hacia lo espiritual, o quedará encadenado a la
materialidad a la que se mantiene aferrado a causa de su convencimiento de que
sólo lo material es lo que realmente tiene valor.
En este caso, como consecuencia
lógica de su propia volición, no podrá desprenderse de la materia y será
arrastrado con ella hacia la última etapa del camino que conduce a la
descomposición. ¡Esto significa la muerte espiritual, lo cual equivale a ser
borrado del “Libro de la Vida”!
A este proceso, en sí tan
natural, se le califica también de condenación eterna, debido a que el ser
humano arrastrado hasta la descomposición “deja, por necesidad, de poseer una
existencia personal”. He aquí lo más terrible que puede acaecer al hombre. Ser
considerado como una “piedra rechazada” que no puede ser utilizada para una
edificación espiritual y que, por ello, tendrá que ser triturada.
Esta separación entre el espíritu
y la materia, determinada por leyes y procesos completamente naturales, es el
llamado “Juicio Final” que va acompañado de profundas transformaciones y
grandes cambios.
Que esta disolución no se efectúa
en un día terrestre, es obvio; pues, para el acontecer cósmico, mil años son
como un día.
No obstante, nos encontramos en
pleno comienzo de esta fase. La Tierra se aproxima ahora al punto en que se
desviará de su camino seguido hasta el momento, lo que ha de hacerse sentir muy
claramente en la materia densa. Entonces, la separación entre todos los hombres
entrará en acción con más rigor. Ésta separación ya ha sido preparada en los
últimos tiempos, pero hasta ahora solamente se ha manifestado en forma de
“opiniones y convicciones”.
Por eso, cada hora de existencia
terrestre es más preciosa que nunca. Quien busca sinceramente y quiere
aprender, habrá de arrancarse con todas sus fuerzas los pensamientos viles que
le encadenan necesariamente a lo terrenal. De lo contrario, correrá peligro de
quedar ligado a la materia y ser arrastrado con ella hacia la disolución
completa.
Mas aquellos que aspiran a la Luz
verán soltarse poco a poco sus ligaduras y acabarán elevándose hasta alcanzar
la Patria espiritual.
La separación entre la Luz y las
tinieblas se habrá consumado entonces definitivamente, y el Juicio se habrá
cumplido.
“El universo”, es decir la
Creación entera, no desaparecerá en este proceso, los astros no serán
arrastrados hacia la disolución antes de que su curso haya alcanzado el punto
en el cual deba comenzar la disolución y, con ello, la separación previa.
El cumplimiento de estos
fenómenos se desarrolla bajo el efecto natural de las Leyes divinas que, desde
el más remoto comienzo, reposan en la Creación. Estas Leyes que dieron origen a
la Creación son invariablemente portadoras, tanto hoy día como en el futuro, de
la Voluntad del Creador. El ciclo eterno consta de una perpetua creación,
siembra, maduración, cosecha y disolución, con el fin de que todo, estimulado
por la variación de las combinaciones, adquiera de nuevo otras formas que
corren al encuentro de un siguiente ciclo.
Considerando este ciclo evolutivo
de la Creación, uno puede imaginarse un embudo gigantesco o un cráter colosal
del cual brota un torrente incesante de simientes primas que, en movimiento
giratorio constante, tratan de conseguir nuevas combinaciones y nueva
evolución. Exactamente tal como la ciencia lo conoce y lo ha descrito ya
correctamente.
Densas nieblas van originándose
por fricción y aglomeración, y de ellas surgen a su vez astros que, en virtud
de leyes inmutables y siguiendo una lógica infalible, se agrupan luego en
sistemas solares. Girando en sí mismos, se ven obligados a seguir todos juntos
ese gran ciclo, que es el ciclo eterno.
Así como en los fenómenos
visibles a los ojos terrenales, la simiente se desarrolla, toma forma, madura y
es recolectada o entra en descomposición, proceso que para los vegetales, los
animales y los seres humanos entraña una transformación y una disolución
encaminada a una evolución ulterior, así también ocurren los grandes fenómenos
cósmicos. Los astros visibles de materia densa, entrañando una envoltura mucho
más considerable de materia etérea, invisible por consiguiente al ojo físico,
se hallan sometidos a los mismos fenómenos en su ciclo eterno, puesto que están
regidos por las mismas Leyes.
Ni los escépticos más fanáticos
pueden negar la existencia de la simiente prima, aun cuando ésta resulte
invisible a todo ojo humano a causa de su esencia particular, es decir, de su
materialidad genuina del “más allá”, que podemos seguir denominando
materialidad etérea.
Tampoco es difícil comprender
que, en el orden natural de las cosas, el mundo que se forma primero, partiendo de esa simiente, ha
de ser también de materialidad etérea y, por ende, imperceptible para el ojo
terrenal. Sólo al formarse de allí más
tarde la precipitación de mayor
densidad, va constituyéndose, de acuerdo al mundo de materialidad etérea,
paulatinamente, el mundo de materialidad densa con sus cuerpos de materia
densa. Y es sólo esto lo que, desde
su primer comienzo, los ojos terrestres junto con todos sus instrumentos de
observación están en capacidad de ver.
Otro tanto ocurre con lo que
envuelve al espíritu humano, al hombre propiamente dicho, del cual también
hablaré. En el curso de sus peregrinaciones a través de los mundos de género
diferente, sus vestiduras, su manto, su “ropaje”, su cuerpo, su instrumento
poco – importa cómo designemos su envoltura – deberá ser siempre de la misma
esencia que el ambiente en que penetre, con el fin de que le sirva de
protección y recurso indispensable en el caso de que quiera tener la
posibilidad de actuar de modo directo
y eficaz.
Ahora bien, como el mundo de la
materialidad densa depende del mundo de materialidad etérea, es obvio que todos
los fenómenos que se producen en éste han de tener repercusión en aquél.
Este entorno de materialidad
etérea, con sus considerables dimensiones, fue creado a partir de la simiente
prima y, como tal, recorre también el ciclo eterno, resultando finalmente
absorbido hacia la parte opuesta de ese gigantesco embudo del que ya he
hablado, que es donde tiene lugar la descomposición, para volver a ser
expulsado por el otro lado en forma de simiente prima con destino a cumplir un
nuevo ciclo.
Comparado con la actividad del
corazón y la circulación sanguínea, el embudo viene a ser el corazón de la
Creación material. El proceso de descomposición alcanza, por consiguiente, a
toda la Creación, incluyendo la parte de materialidad etérea, puesto que todo lo material vuelve a disolverse en
simiente prima con el fin de desarrollarse de nuevo. En todo ello no hay
ninguna acción arbitraria: todo se desarrolla, por el contrario, según la
lógica evidente de las Leyes primordiales que no admiten otra posibilidad.
Por eso, en un determinado
estadio del gran ciclo, ha de llegar para todo lo creado, ya sea de
materialidad densa o etérea, el instante en el cual se preparará
autoactivamente, a partir de lo creado, el proceso de descomposición, hasta que
éste llegue finalmente a desencadenarse.
Ahora bien, ese mundo de
materialidad etérea es el lugar de tránsito para los que dejan la Tierra; lo
solemos llamar el más allá. Se halla íntimamente ligado al mundo de
materialidad densa correspondiente, con el que constituye una unidad. En el
momento de fallecer, el hombre penetra con su cuerpo de materialidad etérea –
cuerpo que porta conjuntamente con su cuerpo físico – en el ambiente etéreo que
le es afín y que envuelve al mundo de la materialidad densa, en tanto que su
cuerpo carnal queda atrás en la Tierra.
El mundo de materialidad etérea,
el más allá, como parte integrante de la Creación, se halla sometido a las
mismas leyes de la evolución permanente y de la disolución. Por consiguiente,
en el momento de producirse la descomposición, se efectúa nuevamente, de modo
completamente natural, una separación entre lo espiritual y lo material. Según
el estado espiritual del ser humano, tanto en el mundo de la materialidad densa
como en el de la materialidad etérea, el hombre espiritual, es decir su
verdadero “yo”, tendrá que elevarse o permanecer encadenado a la materialidad.
La sincera aspiración hacia la
Verdad y la Luz hará a cada hombre, en virtud de la transformación en él
efectuada, cada vez más puro espiritualmente y, por tanto, más luminoso, de
suerte que esta circunstancia irá desprendiéndole, paulatinamente y por ley
natural, de la materialidad más densa y elevándole más y más hacia las alturas
conforme a su pureza y su grado de levedad.
Pero aquél que sólo cree en la
materialidad se ata a sí mismo por su convicción y permanece encadenado a esta
materia, sin poder ser impulsado hacia lo alto. La resolución personal de cada
uno determina, pues, una separación entre los que aspiran a la Luz y los que
permanecen ligados a las tinieblas, conforme lo determinan las existentes leyes
naturales de la gravedad espiritual.
De esto resulta evidente que,
dentro del proceso de purificación en el llamado más allá, la posibilidad de
evolución para los que han dejado ya esta Tierra, llegará en un momento
determinado definitivamente a su fin.
¡Una última decisión! Los hombres de este mundo y del otro, o bien han llegado
a un grado de ennoblecimiento tal que les permite elevarse a las regiones de la
Luz, o permanecerán, como consecuencia de su propia volición, cautivos en su
condición inferior, hasta acabar siendo arrojados a la “condenación eterna”; es
decir, serán empujados hacia la descomposición junto con la materia de la que no
pueden desprenderse. Dolorosamente experimentarán tal descomposición y dejarán
de existir como personalidad.
¡Serán dispersados como hojarasca
llevada por el viento, reducidos a polvo y borrados del Libro de la Vida!
El llamado “Juicio Final”, es
decir, el último Juicio, es también un proceso que se verifica de manera
absolutamente natural bajo el efecto de las Leyes que rigen la Creación, de
suerte tal que otro proceder jamás sería posible. También aquí recoge el hombre
nada más que los frutos de lo que él mismo ha querido, de lo que ha provocado
por su convicción.
El hecho de saber que todo lo que
acontece en la Creación repercute por sí mismo conforme a la más estricta
lógica, que el hilo conductor del destino del hombre es hilado siempre y
exclusivamente por él mismo a partir de sus deseos y de su volición, y que el
Creador no interviene como observador que castiga o recompensa, este hecho no
aminora Su Grandeza, sino, al contrario, sólo puede ser motivo para
considerarlo muchísimo más sublime.
Su Grandeza reside en la perfección de Su obra, y esta perfección
nos obliga a elevar nuestra vista con veneración, pues todos los sucesos, tanto
los más importantes como los más insignificantes, se hallan penetrados,
necesariamente y sin diferencia alguna, por el más grande Amor y la más
incorruptible Justicia.
¡Grande es también el hombre,
emplazado como tal en la Creación y artífice de su propio destino! Merced a su
voluntad, está en condiciones de elevarse por encima de la Obra y contribuir
impulsándola a un mayor desarrollo. No obstante, también puede degradarla y
enmarañarse en ella de tal suerte que, no pudiendo ya liberarse, marche con
ella hacia la descomposición, bien sea en el mundo de la materialidad densa,
como también en el de la materialidad etérea.
Liberaos, pues, de todos los lazos que os unen a los bajos sentimientos.
¡El tiempo apremia! Próxima está ya la hora en que ha de expirar el plazo
concedido para ello. ¡Despertad en vosotros el anhelo hacia lo bueno, verdadero
y noble! –
Muy por encima del ciclo eterno
de la Creación flota en el centro, como una corona, una “Isla Azul”, la morada
de los bienaventurados, de los espíritus purificados, a los que ya ha sido
permitido permanecer en las regiones de la Luz. Esta Isla está separada del
universo, razón por la cual no participa del ritmo cíclico, sino que, a pesar
de la altura donde se encuentra con respecto a la Creación rotativa, constituye
el fundamento y el punto central de las fuerzas que emanan del reino
espiritual. Es la Isla que alberga en su altitud la tan celebrada “Ciudad de
las calles de oro”. Nada hay en ella sometido a transformación alguna. En ella
ya no hay que temer ningún “Juicio Final”. Los que en ella pueden morar se
hallan en su “Patria”.
Y en los confines de esta Isla
Azul, como cumbre máxima, inaccesible a los profanos, se halla … la Mansión del
Grial tan cantada en los poemas.
Envuelto en leyendas, anhelado
por muchos, álzase allí, en el fulgor de la suprema magnificencia, guardando el
Cáliz sagrado del Amor puro del Omnipotente: El Grial.
Los espíritus más puros han sido
encomendados a su custodia. Ellos son los portadores del Amor divino en su
forma más pura, esencialmente diferente de lo que se imaginan los hombres de la
Tierra, a pesar de experimentar sus efectos todos los días y a toda hora.
A través de las revelaciones, la
noticia de la existencia de esa Mansión fue descendiendo las numerosas gradas
del larguísimo camino que dista de la Isla Azul y, atravesando el mundo de la
materia etérea, llegó finalmente, gracias a la alta inspiración de algunos
poetas, hasta los hombres de esta Tierra en la materialidad densa. De peldaño
en peldaño en su prolongado descenso, la realidad de este hecho no tardó en
sufrir alteraciones involuntarias, de tal suerte que la última versión que de
ella existe sólo es un reflejo harto tenue y turbio, que dio lugar a numerosos
errores.
Ahora bien, cuando de una parte
de la Creación se remonta hasta el Creador una súplica vehemente, motivada por
un profundo sufrimiento, ocurre que un Siervo del Cáliz, Mensajero del Amor
divino, es enviado, como portador de este Amor, para intervenir auxiliando en
la miseria espiritual. De este modo, ¡lo que solamente existe en la obra de la
Creación flotando sobre ella como un mito o una leyenda, acaba penetrando y actuando
en ella vivamente!
Mas tales misiones no se realizan
con frecuencia. Su presencia viene siempre acompañada de cambios radicales y de
transformaciones profundas. Los Mensajeros enviados como remediadores traen Luz
y Verdad a los descarriados, Paz a los desesperados. Con su Mensaje tienden la
mano a todos los que buscan para ofrecerles nuevos ánimos, para conferirles
nuevas fuerzas y guiarlos, a través de todas las tinieblas, hacia lo alto,
hacia la Luz.
Cuando vienen, lo hacen tan sólo para aquellos que anhelan
el auxilio de la Luz, mas no para los burlones y fariseos.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN
LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* *
*
Traducido de la
edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta
obra está disponible en 15 idiomas:
español,
inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco,
polaco, húngaro, árabe y estonio
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