jueves, 1 de diciembre de 2022

13. EL UNIVERSO

 


“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”


13. EL UNIVERSO



¡EL UNIVERSO! Cuando el hombre emplea esta palabra, la pronuncia muchas veces de manera irreflexiva, sin hacerse una idea de cómo es en realidad ese universo del que habla.

Sin embargo, muchos de los que tratan de hacerse una idea determinada se imaginan innumerables cuerpos cósmicos, de constitución y magnitud sumamente diversas, agrupados en sistemas solares y que siguen su órbita en el espacio. Les consta que cada día están por descubrirse nuevos mundos, cada vez más numerosos, a medida que va aumentando la precisión y el alcance de los instrumentos de observación. El hombre se contenta entonces con la palabra “infinito”, formándose así, en su mente, una concepción errónea.

El universo no es infinito. Es la Creación material, es decir, la obra del Creador. Ésta, como toda obra, se halla al lado de su creador y, como tal, es limitada.

Las personas que presumen de ser muy avanzadas se sienten muchas veces orgullosas de poseer el conocimiento de que Dios está presente en la Creación entera, en cada flor, en cada piedra, y que las fuerzas motrices de la naturaleza son Dios, es decir, todo lo que es incognoscible, todo lo que a pesar de manifestarse se escapa a nuestra capacidad comprensiva. Esto es, una Fuerza primordial en constante actividad, una Fuente de energía que se renueva eternamente por sí misma: la Luz primordial insustancial. Estas personas se creen enormemente adelantadas haciéndose a la idea de poder encontrar a Dios en todo, de reconocerlo en todo lugar como una fuerza impulsora que todo lo penetra y que obra en cada instante con el único fin de suscitar una evolución encaminada hacia la perfección.

Pero todo esto no es correcto más que en un cierto sentido. Lo que nosotros encontramos en toda la Creación es Su Voluntad, es decir, Su Espíritu, Su Fuerza. Él mismo, se encuentra muy por encima de la Creación.

La Creación material fue ligada ya en su origen a la Ley inmutable del devenir y de la disolución. En efecto, lo que nosotros llamamos leyes naturales es la Voluntad creadora de Dios, la cual, actuando incesantemente, va creando y deshaciendo mundos. Esta Voluntad creadora es uniforme en la Creación entera, a la cual pertenecen, formando un todo, los mundos de materialidad etérea y los de materialidad densa.

La unidad absoluta e inmutable de las Leyes primordiales, es decir, de la Voluntad primordial, tiene como consecuencia que hasta el más mínimo hecho que se produce en la Tierra de materia densa se desarrolla siguiendo un proceso exactamente igual al que se da en todo acontecimiento, trátese del más grandioso de toda la Creación o del proceso creador propiamente dicho.

La severidad de la Voluntad primordial es clara y sencilla. Una vez reconocida, la descubrimos fácilmente en todo. La apariencia confusa e incomprensible de numerosos procesos proviene de los múltiples entrelazamientos originados a partir de las vueltas y rodeos engendrados por la diversidad de las voliciones humanas.

La obra de Dios, el universo, está, pues, en tanto creación, sometida a las Leyes divinas que son inmutables y perfectas en todo; ella tiene su origen en estas mismas Leyes y, por consecuencia, es limitada.

El artista, por ejemplo, se encuentra también en su obra y se identifica con ella, y no obstante está fuera de ella, a un lado. La obra es limitada y efímera, pero no lo es por eso el talento del artista. El artista, es decir, el creador de la obra, puede destruir su obra – que es la expresión de su voluntad – sin resultar afectado él mismo. Con todo, no dejará de ser el artista que es.

Reconocemos y hallamos al artista en su obra y se nos hace familiar sin necesidad de haberlo visto personalmente. Poseemos sus obras en las que se halla plasmada su voluntad y su voluntad actúa en nosotros. El artista se nos acerca a través de su obra y, no obstante, puede vivir su propia vida alejado de nosotros.

El artista creador y su obra nos ofrecen un pálido reflejo de la relación existente entre la Creación y el Creador.

Sólo el ciclo de la Creación es eterno y sin fin, es decir, infinito en su incesante devenir, perecer y resurgir.

En este acaecer se cumplen asimismo todas las revelaciones y todas las profecías. También para la Tierra acabará cumpliéndose en este ciclo el “Juicio Final”.

El Juicio final, es decir, el último, ha de llegar un día para todo cuerpo cósmico material, pero no simultáneamente para toda la Creación.

Es éste un proceso inevitable para todo cuerpo cósmico que haya llegado a aquel punto dentro de su ciclo, en el cual ha de comenzar su disolución con el fin de poder tomar nueva forma en su próximo recorrido.

Este ciclo eterno no debe confundirse con la rotación de la Tierra y de otros astros alrededor de su sol, sino que debe interpretarse como el gran ciclo, el ciclo más importante, por el que todos los sistemas solares tienen que pasar mientras efectúan, por su parte, sus movimientos propios.

El punto en que ha de comenzar la disolución de cada astro está exactamente fijado, siempre en razón de la lógica de las leyes naturales. En un lugar determinado con toda precisión comenzará a desarrollarse ineludiblemente el proceso de la descomposición, independientemente del estado del astro en cuestión y de sus habitantes.

Irresistiblemente, el movimiento cósmico impulsa a todo cuerpo sideral hacia su destino; sin demora llegará la hora de esa desintegración que, en realidad, como en todas las cosas de la Creación, no es sino una transformación, que ofrece una oportunidad para proseguir la evolución. Entonces habrá sonado para todo ser humano la hora “del pro o del contra”. O será elevado hacia los dominios de la Luz, si sus aspiraciones tienden hacia lo espiritual, o quedará encadenado a la materialidad a la que se mantiene aferrado a causa de su convencimiento de que sólo lo material es lo que realmente tiene valor.

En este caso, como consecuencia lógica de su propia volición, no podrá desprenderse de la materia y será arrastrado con ella hacia la última etapa del camino que conduce a la descomposición. ¡Esto significa la muerte espiritual, lo cual equivale a ser borrado del “Libro de la Vida”!

A este proceso, en sí tan natural, se le califica también de condenación eterna, debido a que el ser humano arrastrado hasta la descomposición “deja, por necesidad, de poseer una existencia personal”. He aquí lo más terrible que puede acaecer al hombre. Ser considerado como una “piedra rechazada” que no puede ser utilizada para una edificación espiritual y que, por ello, tendrá que ser triturada.

Esta separación entre el espíritu y la materia, determinada por leyes y procesos completamente naturales, es el llamado “Juicio Final” que va acompañado de profundas transformaciones y grandes cambios.

Que esta disolución no se efectúa en un día terrestre, es obvio; pues, para el acontecer cósmico, mil años son como un día.

No obstante, nos encontramos en pleno comienzo de esta fase. La Tierra se aproxima ahora al punto en que se desviará de su camino seguido hasta el momento, lo que ha de hacerse sentir muy claramente en la materia densa. Entonces, la separación entre todos los hombres entrará en acción con más rigor. Ésta separación ya ha sido preparada en los últimos tiempos, pero hasta ahora solamente se ha manifestado en forma de “opiniones y convicciones”.

Por eso, cada hora de existencia terrestre es más preciosa que nunca. Quien busca sinceramente y quiere aprender, habrá de arrancarse con todas sus fuerzas los pensamientos viles que le encadenan necesariamente a lo terrenal. De lo contrario, correrá peligro de quedar ligado a la materia y ser arrastrado con ella hacia la disolución completa.

Mas aquellos que aspiran a la Luz verán soltarse poco a poco sus ligaduras y acabarán elevándose hasta alcanzar la Patria espiritual.

La separación entre la Luz y las tinieblas se habrá consumado entonces definitivamente, y el Juicio se habrá cumplido.

“El universo”, es decir la Creación entera, no desaparecerá en este proceso, los astros no serán arrastrados hacia la disolución antes de que su curso haya alcanzado el punto en el cual deba comenzar la disolución y, con ello, la separación previa.

El cumplimiento de estos fenómenos se desarrolla bajo el efecto natural de las Leyes divinas que, desde el más remoto comienzo, reposan en la Creación. Estas Leyes que dieron origen a la Creación son invariablemente portadoras, tanto hoy día como en el futuro, de la Voluntad del Creador. El ciclo eterno consta de una perpetua creación, siembra, maduración, cosecha y disolución, con el fin de que todo, estimulado por la variación de las combinaciones, adquiera de nuevo otras formas que corren al encuentro de un siguiente ciclo.

Considerando este ciclo evolutivo de la Creación, uno puede imaginarse un embudo gigantesco o un cráter colosal del cual brota un torrente incesante de simientes primas que, en movimiento giratorio constante, tratan de conseguir nuevas combinaciones y nueva evolución. Exactamente tal como la ciencia lo conoce y lo ha descrito ya correctamente.

Densas nieblas van originándose por fricción y aglomeración, y de ellas surgen a su vez astros que, en virtud de leyes inmutables y siguiendo una lógica infalible, se agrupan luego en sistemas solares. Girando en sí mismos, se ven obligados a seguir todos juntos ese gran ciclo, que es el ciclo eterno.

Así como en los fenómenos visibles a los ojos terrenales, la simiente se desarrolla, toma forma, madura y es recolectada o entra en descomposición, proceso que para los vegetales, los animales y los seres humanos entraña una transformación y una disolución encaminada a una evolución ulterior, así también ocurren los grandes fenómenos cósmicos. Los astros visibles de materia densa, entrañando una envoltura mucho más considerable de materia etérea, invisible por consiguiente al ojo físico, se hallan sometidos a los mismos fenómenos en su ciclo eterno, puesto que están regidos por las mismas Leyes.

Ni los escépticos más fanáticos pueden negar la existencia de la simiente prima, aun cuando ésta resulte invisible a todo ojo humano a causa de su esencia particular, es decir, de su materialidad genuina del “más allá”, que podemos seguir denominando materialidad etérea.

Tampoco es difícil comprender que, en el orden natural de las cosas, el mundo que se forma primero, partiendo de esa simiente, ha de ser también de materialidad etérea y, por ende, imperceptible para el ojo terrenal. Sólo al formarse de allí más tarde la precipitación de mayor densidad, va constituyéndose, de acuerdo al mundo de materialidad etérea, paulatinamente, el mundo de materialidad densa con sus cuerpos de materia densa. Y es sólo esto lo que, desde su primer comienzo, los ojos terrestres junto con todos sus instrumentos de observación están en capacidad de ver.

Otro tanto ocurre con lo que envuelve al espíritu humano, al hombre propiamente dicho, del cual también hablaré. En el curso de sus peregrinaciones a través de los mundos de género diferente, sus vestiduras, su manto, su “ropaje”, su cuerpo, su instrumento poco – importa cómo designemos su envoltura – deberá ser siempre de la misma esencia que el ambiente en que penetre, con el fin de que le sirva de protección y recurso indispensable en el caso de que quiera tener la posibilidad de actuar de modo directo y eficaz.

Ahora bien, como el mundo de la materialidad densa depende del mundo de materialidad etérea, es obvio que todos los fenómenos que se producen en éste han de tener repercusión en aquél.

Este entorno de materialidad etérea, con sus considerables dimensiones, fue creado a partir de la simiente prima y, como tal, recorre también el ciclo eterno, resultando finalmente absorbido hacia la parte opuesta de ese gigantesco embudo del que ya he hablado, que es donde tiene lugar la descomposición, para volver a ser expulsado por el otro lado en forma de simiente prima con destino a cumplir un nuevo ciclo.

Comparado con la actividad del corazón y la circulación sanguínea, el embudo viene a ser el corazón de la Creación material. El proceso de descomposición alcanza, por consiguiente, a toda la Creación, incluyendo la parte de materialidad etérea, puesto que todo lo material vuelve a disolverse en simiente prima con el fin de desarrollarse de nuevo. En todo ello no hay ninguna acción arbitraria: todo se desarrolla, por el contrario, según la lógica evidente de las Leyes primordiales que no admiten otra posibilidad.

Por eso, en un determinado estadio del gran ciclo, ha de llegar para todo lo creado, ya sea de materialidad densa o etérea, el instante en el cual se preparará autoactivamente, a partir de lo creado, el proceso de descomposición, hasta que éste llegue finalmente a desencadenarse.

Ahora bien, ese mundo de materialidad etérea es el lugar de tránsito para los que dejan la Tierra; lo solemos llamar el más allá. Se halla íntimamente ligado al mundo de materialidad densa correspondiente, con el que constituye una unidad. En el momento de fallecer, el hombre penetra con su cuerpo de materialidad etérea – cuerpo que porta conjuntamente con su cuerpo físico – en el ambiente etéreo que le es afín y que envuelve al mundo de la materialidad densa, en tanto que su cuerpo carnal queda atrás en la Tierra.

El mundo de materialidad etérea, el más allá, como parte integrante de la Creación, se halla sometido a las mismas leyes de la evolución permanente y de la disolución. Por consiguiente, en el momento de producirse la descomposición, se efectúa nuevamente, de modo completamente natural, una separación entre lo espiritual y lo material. Según el estado espiritual del ser humano, tanto en el mundo de la materialidad densa como en el de la materialidad etérea, el hombre espiritual, es decir su verdadero “yo”, tendrá que elevarse o permanecer encadenado a la materialidad.

La sincera aspiración hacia la Verdad y la Luz hará a cada hombre, en virtud de la transformación en él efectuada, cada vez más puro espiritualmente y, por tanto, más luminoso, de suerte que esta circunstancia irá desprendiéndole, paulatinamente y por ley natural, de la materialidad más densa y elevándole más y más hacia las alturas conforme a su pureza y su grado de levedad.

Pero aquél que sólo cree en la materialidad se ata a sí mismo por su convicción y permanece encadenado a esta materia, sin poder ser impulsado hacia lo alto. La resolución personal de cada uno determina, pues, una separación entre los que aspiran a la Luz y los que permanecen ligados a las tinieblas, conforme lo determinan las existentes leyes naturales de la gravedad espiritual.

De esto resulta evidente que, dentro del proceso de purificación en el llamado más allá, la posibilidad de evolución para los que han dejado ya esta Tierra, llegará en un momento determinado definitivamente a su fin. ¡Una última decisión! Los hombres de este mundo y del otro, o bien han llegado a un grado de ennoblecimiento tal que les permite elevarse a las regiones de la Luz, o permanecerán, como consecuencia de su propia volición, cautivos en su condición inferior, hasta acabar siendo arrojados a la “condenación eterna”; es decir, serán empujados hacia la descomposición junto con la materia de la que no pueden desprenderse. Dolorosamente experimentarán tal descomposición y dejarán de existir como personalidad.

¡Serán dispersados como hojarasca llevada por el viento, reducidos a polvo y borrados del Libro de la Vida!

El llamado “Juicio Final”, es decir, el último Juicio, es también un proceso que se verifica de manera absolutamente natural bajo el efecto de las Leyes que rigen la Creación, de suerte tal que otro proceder jamás sería posible. También aquí recoge el hombre nada más que los frutos de lo que él mismo ha querido, de lo que ha provocado por su convicción.

El hecho de saber que todo lo que acontece en la Creación repercute por sí mismo conforme a la más estricta lógica, que el hilo conductor del destino del hombre es hilado siempre y exclusivamente por él mismo a partir de sus deseos y de su volición, y que el Creador no interviene como observador que castiga o recompensa, este hecho no aminora Su Grandeza, sino, al contrario, sólo puede ser motivo para considerarlo muchísimo más sublime.

Su Grandeza reside en la perfección de Su obra, y esta perfección nos obliga a elevar nuestra vista con veneración, pues todos los sucesos, tanto los más importantes como los más insignificantes, se hallan penetrados, necesariamente y sin diferencia alguna, por el más grande Amor y la más incorruptible Justicia.

¡Grande es también el hombre, emplazado como tal en la Creación y artífice de su propio destino! Merced a su voluntad, está en condiciones de elevarse por encima de la Obra y contribuir impulsándola a un mayor desarrollo. No obstante, también puede degradarla y enmarañarse en ella de tal suerte que, no pudiendo ya liberarse, marche con ella hacia la descomposición, bien sea en el mundo de la materialidad densa, como también en el de la materialidad etérea.

Liberaos, pues, de todos los lazos que os unen a los bajos sentimientos. ¡El tiempo apremia! Próxima está ya la hora en que ha de expirar el plazo concedido para ello. ¡Despertad en vosotros el anhelo hacia lo bueno, verdadero y noble! –

Muy por encima del ciclo eterno de la Creación flota en el centro, como una corona, una “Isla Azul”, la morada de los bienaventurados, de los espíritus purificados, a los que ya ha sido permitido permanecer en las regiones de la Luz. Esta Isla está separada del universo, razón por la cual no participa del ritmo cíclico, sino que, a pesar de la altura donde se encuentra con respecto a la Creación rotativa, constituye el fundamento y el punto central de las fuerzas que emanan del reino espiritual. Es la Isla que alberga en su altitud la tan celebrada “Ciudad de las calles de oro”. Nada hay en ella sometido a transformación alguna. En ella ya no hay que temer ningún “Juicio Final”. Los que en ella pueden morar se hallan en su “Patria”.

Y en los confines de esta Isla Azul, como cumbre máxima, inaccesible a los profanos, se halla … la Mansión del Grial tan cantada en los poemas.

Envuelto en leyendas, anhelado por muchos, álzase allí, en el fulgor de la suprema magnificencia, guardando el Cáliz sagrado del Amor puro del Omnipotente: El Grial.

Los espíritus más puros han sido encomendados a su custodia. Ellos son los portadores del Amor divino en su forma más pura, esencialmente diferente de lo que se imaginan los hombres de la Tierra, a pesar de experimentar sus efectos todos los días y a toda hora.

A través de las revelaciones, la noticia de la existencia de esa Mansión fue descendiendo las numerosas gradas del larguísimo camino que dista de la Isla Azul y, atravesando el mundo de la materia etérea, llegó finalmente, gracias a la alta inspiración de algunos poetas, hasta los hombres de esta Tierra en la materialidad densa. De peldaño en peldaño en su prolongado descenso, la realidad de este hecho no tardó en sufrir alteraciones involuntarias, de tal suerte que la última versión que de ella existe sólo es un reflejo harto tenue y turbio, que dio lugar a numerosos errores.

Ahora bien, cuando de una parte de la Creación se remonta hasta el Creador una súplica vehemente, motivada por un profundo sufrimiento, ocurre que un Siervo del Cáliz, Mensajero del Amor divino, es enviado, como portador de este Amor, para intervenir auxiliando en la miseria espiritual. De este modo, ¡lo que solamente existe en la obra de la Creación flotando sobre ella como un mito o una leyenda, acaba penetrando y actuando en ella vivamente!

Mas tales misiones no se realizan con frecuencia. Su presencia viene siempre acompañada de cambios radicales y de transformaciones profundas. Los Mensajeros enviados como remediadores traen Luz y Verdad a los descarriados, Paz a los desesperados. Con su Mensaje tienden la mano a todos los que buscan para ofrecerles nuevos ánimos, para conferirles nuevas fuerzas y guiarlos, a través de todas las tinieblas, hacia lo alto, hacia la Luz.

Cuando vienen, lo hacen tan sólo para aquellos que anhelan el auxilio de la Luz, mas no para los burlones y fariseos.

* * *





Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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