7. ASCENSIÓN
¡VOSOTROS,
los que con afán buscáis conocimiento, no os enmarañéis en una red, sino tratad
de ver con claridad!
Por Ley eterna pesa sobre vosotros una inmutable obligación
de expiación que jamás podréis volcar sobre ningún otro. La carga que os
imponéis por vuestros pensamientos, palabras u obras no puede ser desatada por
nadie más que por vosotros mismos. Reflexionad: de no ser así, la Justicia
divina no sería más que mera palabrería huera y con ella todo lo demás se
vendría abajo.
Por eso, ¡liberaos! No demoréis la hora de poner término a
ese deber de expiación. La sincera aspiración hacia lo bueno, hacia lo mejor,
que adquiere fuerza a través de la oración verdaderamente sentida, trae la redención.
Sin querer el bien firme y sinceramente no puede llevarse a
cabo expiación alguna. Lo vil seguirá proporcionándose a sí mismo nuevo
alimento una y otra vez, volviendo a hacer necesarias nuevas y continuas
expiaciones, de tal suerte que lo que se está renovando constantemente os
parecerá un solo vicio o sufrimiento. Sin embargo, se trata de toda una cadena
sin fin que va atando siempre de nuevo, antes de que lo anterior haya podido
liberarse.
De este modo no hay jamás redención alguna, puesto que de
continuo se exigen nuevas expiaciones. Es como si una cadena os tuviese atados
al suelo, corriendo, por añadidura, grandísimo peligro de hundiros aún más. Por
eso, vosotros, los que aún estáis en la Tierra o, según vuestros conceptos, ya
en el más allá, ¡esforzáos de una vez por querer el bien! Queriendo siempre el
bien acabarán necesariamente las
expiaciones, puesto que quien quiere el bien y obra en consecuencia, no da
lugar a que se constituyan nuevas deudas que exigen ser saldadas. Entonces es
cuando llega la liberación, la redención, que es lo único que permite la
ascensión hacia la Luz. ¡Escuchad la
advertencia! ¡No hay otro camino para vosotros, ni para nadie!
Esto, a su vez, proporciona a cada uno la certeza de que
nunca puede ser demasiado tarde. Claro está que el acto en particular tenéis
que expiarlo, purgarlo, esto es indudable; mas en el momento en que vuestra
aspiración hacia el bien se implante seriamente, habréis clavado ya el hito que
marcará el fín de vuestras expiaciones, pudiendo estar seguros de que este fin
tendrá que llegar un día infaliblemente,
y que entonces iniciará vuestra ascensión. Con júbilo podréis entonces poneros
a trabajar para ir pagando todas vuestras culpas. Todo lo que a continuación se
os interponga en el camino será por vuestro bien, os acercará a la hora de la
redención, de la liberación.
¿Comprendéis ahora el valor de mis palabras al aconsejaros
que comencéis con todas vuestras fuerzas a desear el bien, a purificar vuestros
pensamientos? No ceséis en vuestro empeño, sino aferráos a él con todo vuestro
ardor, con todas vuestras energías. Ello os eleva a las alturas, os transforma,
a vosotros y a vuestro ambiente.
Pensad que cada vida en la Tierra es una breve escuela y
que el abandonar la carne no significa el fin para vosotros mismos. Viviréis
permanentemente o moriréis de continuo. Gozaréis de felicidad sin ninguna
interrupción o padeceréis continuamente.
Quien se entregue a la ilusión de que con el entierro todo
queda solucionado para él, todo saldado, que se dé media vuelta y siga su
camino, pues lo único que hace con ello es engañarse a sí mismo. Cuando se vea
ante la Verdad se quedará horrorizado y entonces comenzará su sendero de dolor…
quiera o no. Su verdadero ser,
despojado de la protección que le ofrecía su cuerpo, cuya densidad le rodeaba
como un bastión, será atraído, cercado y apresado por aquello que le es afín.
Sometido únicamente a la influencia de un ambiente de
género afín, que no abriga en sí ningún pensamiento luminoso capaz de
despertarle o ayudarle, le será muy difícil y, por mucho tiempo, aún imposible
esforzarse para hacer surgir el serio anhelo por mejorar, que es lo que podría
elevarle y liberarle. Su padecimiento será doble, bajo el peso de todo cuanto
él mismo ha creado para sí.
Por esta razón, la ascensión resulta en tales
circunstancias mucho más difícil que en un cuerpo de carne y hueso donde lo
bueno camina al lado de lo malo, cosa solamente posible gracias a la protección
del cuerpo físico y … porque esta vida terrenal es una escuela en la que a todo
“yo” se le ha dado posibilidad de progresar conforme a su libre albedrío.
¡Haced, pues, un esfuerzo! Los frutos de cada pensamiento
repercuten en vosotros mismos, ya sea aquí o allá, y sois vosotros los que
debéis comer de ellos. ¡Ningún ser humano puede rehuir este hecho!
¿De qué os sirve, ante esta realidad, hundir la cabeza con
temor en la arena como lo hace el avestruz? ¡Enfrentad los hechos cara a cara
con decisión! Así haréis más fácil vuestra labor, pues aquí en la Tierra se
puede progresar con mayor rapidez.
¡Comenzad! Pero con plena consciencia de que todo lo pasado
tiene que ser saldado. No esperéis, como muchos insensatos, que la felicidad
vaya a caeros del cielo de buenas a primeras entrando por puertas y ventanas.
Quizás tenga todavía alguno de vosotros que liberarse de una enorme cadena. Sin
embargo, si se acobarda por eso, no hace más que perjudicarse a sí mismo, pues
nada se le podrá evitar entonces, nada se le podrá quitar de encima. Demorar
las cosas es hacerlas aún más difíciles, si no imposibles por largo tiempo.
Que le sirva esto de estímulo para no perder ni una sola
hora; pues con el primer paso es cuando comienza realmente su vida.
Bienaventurado el que se decide a darlo con valor; su cadena saltará, eslabón
tras eslabón. Con júbilo y agradecimiento avanzará entonces a pasos agigantados
y vencerá también los últimos obstáculos, pues se habrá liberado.
Las piedras que los efectos de sus erróneos actos han ido
levantando ante él como un muro que forzosamente
había de impedir su avance, no son apartadas del medio, sino que, por el
contrario, le son puestas delante con todo cuidado para que las reconozca y las
supere, puesto que él es quien tiene que reparar todas sus faltas. Y así, no
tarda en descubrir con asombro y admiración el amor que le circunda, en cuanto
demuestra su buena voluntad.
Se le facilita el camino con tanta consideración y
delicadeza, como lo hace una madre en los primeros intentos de su hijo por
caminar. Que hay cosas de su vida pasada que le horrorizan en angustioso
silencio y que de buen grado dejaría dormitar continuamente … pues bien, cuando
menos lo espere, se verá ante ellas cara a cara. No le quedará otro recurso que
decidir y actuar. El encadenamiento de los hechos le instará a ello de modo
inequívoco. Si entonces se atreve a dar el primer paso, confiando en el triunfo
de la volición del bién, se deshará el nudo fatal, franqueará el obstáculo y
quedará libre.
Mas apenas haya redimido esta culpa, surge la siguiente, en
una forma u otra, exigiendo a su vez ser redimida.
De este modo van saltando en pedazos, uno tras otro, los
eslabones de la cadena que, por necesidad, tenía que inmovilizarle y oprimirle.
¡Qué alivio el que ahora siente! Y no es ninguna ilusión esa sensación de
ligereza que muchos de vosotros de seguro habéis experimentado ya alguna vez,
sino efecto de una realidad. El espíritu, liberado así de la opresión, se eleva
ligero y rápido, según la Ley de la gravedad espiritual, remontándose a la
región a la que pertenece ya por su liviandad.
Así es como se debe seguir avanzando en pos de la anhelada
Luz. Querer el mal oprime al espíritu y lo hace más pesado; querer el bien, en
cambio, lo eleva.
Ya Jesús os mostró el camino recto que lleva infaliblemente
a la meta; pues una profunda verdad yace en sus sencillas palabras: “¡Ama a tu prójimo como a ti mismo!”
¡Con ellas os dio la llave hacia la libertad y la
ascensión! Porque es una verdad irrevocable: ¡Lo que hagáis por el prójimo, lo
haréis, en realidad por vosotros mismos! Sólo por vosotros; pues según las
Leyes eternas, todo recae ineludiblemente sobre vosotros, tanto lo bueno como
lo malo, ya sea aquí o allá. ¡Todo ha de llegar! Por eso, el camino que se os
ha señalado es el más sencillo para llegar a comprender cómo han de ser
vuestros pasos hacia la volición del bién.
¡Con vuestro ser,
vuestra naturaleza, debéis dar a vuestro prójimo! No necesariamente en dinero o
en bienes. Si así fuera, los menesterosos quedarían excluidos de la posibilidad
de dar. En esa vuestra manera de ser, ese “darse uno mismo” en el trato con el
prójimo, en la consideración y en el respeto que le ofrecéis voluntariamente,
radica el Amor del que Jesús nos habla y tambien la ayuda que prestáis a
vuestro prójimo. De este modo le ofrecéis la posibilidad de cambiar, o de
continuar su ascención, pudiendo fortalecerse a través de ello.
Las radiaciones que retroactivamente lleguen luego hasta
vosotros os elevarán rápidamente en virtud del efecto recíproco. Por ellas
cobraréis de continuo nuevas fuerzas y, con fragoroso vuelo, podréis remontaros
hacia la Luz…
Pobres necios, los que aún pregunten: “¿Qué provecho saco
con abandonar tantos viejos hábitos y cambiar de modo de ser?”
¿Acaso se trata de hacer un negocio? Y aún cuando sólo
ganaran desde el punto de vista humano, adquiriendo un modo de ser más noble,
el beneficio ya sería suficiente. ¡Pero es infinitamente más! Repito: Desde el
momento en que el hombre comienza a querer el bien, coloca el hito final de su
deber de expiación que ha de cumplir y del cual jamás habrá escapatoria. Nadie
puede sustituirle en lo que a esto respecta.
Con su decisión pone así un final previsible a su
obligación de expiación. Y esto es de tal valor que sobrepasa todos los tesoros
del mundo. De esta forma, el hombre puede liberarse de las esclavizantes
cadenas que él mismo se forja constantemente. ¡Sacudid, pues, el sueño que os
aletarga! ¡Despertad por fin!
¡Acabad con el entorpecimiento que os paraliza, con la
ilusión de que la redención por el Salvador es el salvoconducto con el cual
podéis entregaros durante toda vuestra vida a un egoísmo despreocupado, con tal
de convertiros en creyentes al final, abandonando este mundo con fe en el
Salvador y en Su obra! ¡Que insensatos, esperar de la Divinidad una obra a
medias, incoherente e imperfecta! ¡Sería lo mismo que querer fomentar el mal!
¡Pensad en ello, liberaos!
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* *
*
Traducido de la
edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta
obra está disponible en 15 idiomas:
español,
inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco,
polaco, húngaro, árabe y estonio
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