“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”
8. Culto
El culto debe Ser
la forma visible del afán por acercar de algún modo al entendimiento humano
aquello que es incomprensible desde el punto de vista terrenal.
Ese afán que cobra forma
visible debe ser, si, pero desgraciadamente aún no lo es, pues muchas cosas
deberían tener formas enteramente distintas si éstas hubiesen surgido de tal
afán. El camino recto, a tal efecto,
exige precisamente que las formas exteriores provengan de lo más profundo del
alma. Más todo cuanto vemos hoy día es una estructura de orden intelectual en la que las intuiciones han de ser
empotradas a posteri. El camino que
se sigue, pues, es justamente el contrario, el equivocado o falso cabría decir
también, el que nunca puede portar realmente vida en sí mismo.
Por eso muchas cosas se
presentan de manera tosca o inoportuna mientras que, adoptando otra forma, se
acercarían mucho más a la intención verdadera,
logrando así un efecto convincente.
Cuantas cosas bien
intencionadas repugnan por necesidad en lugar de convencer, por no haberse
encontrado aún la forma adecuada, forma que el intelecto jamás podrá dar a lo
terrenalmente incomprensible.
Lo mismo ocurre en las
iglesias. La estructura intelectual orientada a adquirir influencia en la
Tierra salta a la vista con sobrada claridad y ciertas cosas buenas no logran
conmover porque la impresión que dan carece de naturalidad.
Ahora bien, sólo lo que
no concuerda con las Leyes de la Creación se manifiesta de manera antinatural.
Mas he aquí que precisamente las cosas de este género son las que abundan en
los cultos actuales, donde todo cuan to es opuesto a las Leyes naturales de la
Creación es envuelto simplemente en una misteriosa oscuridad
Precisamente al no hablar
el hombre nunca a tal respecto de una luz misteriosa, sino siempre
inconscientemente de una oscuridad, da en lo justo; pues la Luz no conoce
encubrimientos y, por ende, tampoco misticismos, para los que no habría lugar
en la Creación que, surgida por la Voluntad perfectísima de Dios, funciona
autoactivamente a ritmo inmutable. ¡Nada hay más claro en su funcionamiento que
precisamente la Creación, que es la obra de Dios!
En ello estriba el secreto
del éxito y la continuidad o del derrumbe. Allí donde se haya edificado sobre
las Leyes vivientes de la Creación, éstas ayudarán y aportarán éxito y también
perennidad. Pero allí donde las Leyes no hayan sido respetadas, ya sea por
ignorancia o por obstinación, el derrumbe acabará produciéndose
indefectiblemente, tarde o temprano; pues, a la larga, una construcción tal no
podrá mantenerse en pie, porque carece de fundamento sólido y estable.
Por eso resultan efímeras
tantas obras humanas que no tenían por qué serlo. Entre ellas figuran no pocas
formas de culto de toda clase, que continuamente han de ser sometidas a nuevas
modificaciones para evitar que se derrumben por completo.
Con Su Palabra, el Hijo de Dios mostró a los
seres humanos, de la forma más sencilla y clara, el camino recto por el que ha de avanzar su vida terrenal en conformidad con
la actividad funcional de la Creación, para que, ayudados por las Leyes
divinas, sean apoyados y elevados hacia Alturas luminosas a fin de obtener paz
y alegría en la Tierra.
Pero, desgraciadamente,
las iglesias no siguieron el camino que el Hijo de Dios mismo había trazado y
señalado con toda exactitud para redención y elevación del género humano, sino
que añadieron a Su doctrina no pocos elementos nacidos de sus propias
especulaciones, sembrando así una con fusión que, por necesidad, había de dar
lugar a divisiones, puesto que no estaban en consonancia con las Leyes de la
Creación y, por lo mismo, con todo lo extraño que parezca, eran contrarias a la
clara doctrina del Hijo de Dios, de quien ellas mismas tomaron el calificativo
de “cristianas”.
Así por ejemplo, en el
caso del culto mariano de los católicos romanos. Jesús, que todo lo enseñó a
los hombres, cómo debían pensar y obrar, y aun cómo debían hablar y rezar para
hacer lo que es justo y conforme a la Voluntad de Dios, ¿dijo jamás palabra
alguna sobre este culto? ¡No, nada dijo
de él! ¡He aquí, pues, una prueba de que no era de Su Voluntad, de que no
debía existir! Es más, algunas palabras Suyas prueban incluso lo contra rio de
lo que exige el culto a María.
Con todo, es obvio que
los cristianos quieren sinceramente seguir a Cristo, y sólo a Él, pues, de lo
contrario, no serían cristianos.
Que por industria humana
se hayan hecho adiciones a su doctrina y las iglesias papistas obren de forma
distinta a la que Cristo enseñó, no es sino una prueba de que éstas tienen la
osadía de encumbrarse por encima del
Hijo de Dios; pues tratan de corregir Sus palabras instaurando nuevas prácticas
que el Hijo de Dios no quiso que fueran, ya que, de otro modo, después de todo
cuanto enseñó a los hombres, sin duda también se las hubiera enseñado.
Cierto que existe una Reina del Cielo, a quien en
conceptos terrenales cabría denominar también “Madre Originaria” de purísima
virginidad. Pero ella ha existido eternamente en las Alturas supremas y nunca fue encarnada en la Tierra.
Es su imagen radiante, y no ella
verdaderamente, la que puede ser “vista” o “sentida intuitivamente” en ciertas
ocasiones por seres humanos profundamente conmovidos. Y también por su
mediación se producen a veces ayudas repentinas a las que se llama milagros.
Pero una visión directa y
en persona de esta Reina Originaria
es absolutamente imposible, incluso para el espíritu humano ya maduro; pues,
según las inalterables Leyes de la Creación, cada especie solamente puede ver
la especie de naturaleza idéntica a la suya. De aquí que el ojo terrenal no
pueda ver otra cosa que lo terrenal, el ojo etéreo solamente lo etéreo, y el
ojo espiritual nada más que lo espiritual, etcétera.
Y porque el espíritu humano no puede ver más que lo
espiritual, que es de donde él mismo procede, es incapaz de contemplar
verdaderamente a la Reina Originaria, de género mucho más elevado. Lo único que
puede ver, si recibe la gracia, es su
imagen espiritual radiante, que, apareciendo como algo viviente, puede
tener en su irradiación una potencia tal, que realice milagros allí donde
encuentre un terreno preparado para ello gracias a una fe inquebrantable o como
consecuencia de una emoción profunda de aflicción o de gozo.
Esto forma parte de la
actividad de la Creación, emanada de la Voluntad perfectísima de Dios y regida
por Ella. En esta actividad se hallan, desde el principio y para toda la
eternidad, todas las ayudas destinadas al hombre, a menos que él mismo se aleje
de ellas, con su engreimiento de querer saber lo todo mejor. Dios actúa en la
Creación, pues Su obra es perfecta.
Y es, precisamente por
esta misma perfección, que el nacimiento terrenal del Hijo de Dios tenía que
ser precedido por una procreación también terrenal. Quien afirme lo contrario
duda de la perfección de las obras de Dios y, por consiguiente, de la
Perfección de Dios mismo, de cuya Voluntad surgió la Creación.
Una concepción inmaculada es una concepción realizada
en el más puro amor, en contraposición a una concepción en pecaminosa lascivia.
Un nacimiento terrenal sin procreación no existe.
Si una concepción
terrenal, es decir, una procreación, no pudiese darse sin mancha, entonces,
¡por fuerza habría que considerar toda maternidad como un mancillamiento!
Dios también habla a
través de la Creación, expresando claramente Su Voluntad.
Reconocer esta Voluntad
es el deber del hombre. Y el Hijo de Dios indicó con Su Santa Palabra el camino
recto a seguir, porque la humanidad no hacía nada por reconocerla,
enmarañándose así más y más en las Leyes autoactivas de la Creación.
Con el tiempo, la ignorancia
y el uso indebido de este mecanismo invariable de la Creación acabarían
necesariamente por aniquilar al hombre; en cambio, esa misma actividad elevará
a la humanidad cuando ésta viva con forme a la Voluntad de Dios.
La recompensa y el
castigo de que el hombre se hace acreedor están con tenidos en la actividad de
la Creación, dirigida constante e invariablemente por la Voluntad de Dios. ¡En
ella se halla también la reprobación o la redención! Es inexorable y justa,
siempre objetiva y jamás arbitraria.
En ella se manifiesta la
indecible Grandeza de Dios, Su Amor y Su Justicia. En ella, es decir, en Su obra confiada al hombre, como también
a otros muchos seres, para que les sirva de morada y patria.
¡Ha llegado el tiempo en
el cual es indispensable que el hombre adquiera este saber, para que con plena convicción llegue al conocimiento de la actividad de Dios, manifestada en Su obra!
Entonces, todo ser humano
se mantendrá aquí en la Tierra firmemente erguido, con la voluntad jubilosa de
obrar, dirigiendo su mirada hacia Dios en la más profunda gratitud, pues al
haber reconocido, se mantendrá para siempre unido gracias al saber.
Para transmitir al hombre
este saber que le proporcionará una convicción clara y una visión de conjunto
de la acción de Dios en Su Amor y Su Justicia, he escrito la obra En la Luz de la Verdad, la cual no
presenta lagunas, sino que contiene respuesta a toda pregunta y reporta
claridad a los hombres, mostrándoles cuán maravillosos son los caminos de la
Creación mantenidos por innumerables servidores de Su Voluntad.
¡Pero sólo Dios es
Santo!
* * *
Esta
conferencia fue extractada de:
EN
LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición
original en alemán: Im lichte der
Wahrheit
– Gralsbotschaft. Esta obra está disponible
en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués,
holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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