viernes, 16 de diciembre de 2022

09. EL REDENTOR

 


9. EL REDENTOR

¡EL SALVADOR en la cruz! Miles y miles de esas cruces se erigen como testimonio de que Cristo sufrió y murió por la humanidad. En todas partes exhortan a los creyentes: “¡Pensad en ello!”

En la soledad campestre, en las concurridas calles de las ciudades, en el silencioso aposento, en las iglesias, en las tumbas y en las fiestas nupciales, en todas partes sirve esa cruz de consuelo, de confortamiento y de advertencia. ¡Pensad en ello! A causa de vuestros pecados fue por lo que el Hijo de Dios, que vino a la Tierra para proporcionaros la salvación, padeció y murió en la cruz.

Con un íntimo estremecimiento, el creyente se acerca a la Cruz poseído de profunda veneración y lleno de gratitud. Con un sentimiento de bienaventuranza, abandona después el lugar, convencido de que, por el sacrificio de la cruz, ha quedado libre de sus pecados.

Pero tú, buscador serio, ¡vete allí, acércate a ese signo de sagrada gravedad, y esfuérzate en comprender a tu Redentor! ¡Despójate del suave abrigo de la indolencia, ese abrigo que tan agradablemente te calienta y produce en ti esa sensación de bienestar y esa apacible seguridad, que te harán dormitar hasta la última hora terrenal! Entonces, serás sacado repentinamente de tu sopor, quedarás libre de las prevenciones terrenales y, de pronto, te hallarás cara a cara con la Verdad desnuda. Rápidamente cesará ese sueño en el que estás sumido y mediante el cual te has hundido en la más completa inactividad.

¡Despierta, pues! ¡Tu tiempo sobre la Tierra es precioso! Es absolutamente cierto e intangible que el Salvador vino a causa de vuestros pecados. También es verdad que murió a causa de la culpa de la humanidad.

¡Pero no por eso has quedado libre de tus pecados! La obra redentora del Salvador consistió en entablar lucha contra las Tinieblas, a fin de que la Luz pudiera llegar a la humanidad para abrirle el camino de la remisión de todos sus pecados.

Cada uno por sí solo tiene que recorrer ese camino, de acuerdo con las irrefutables leyes del Creador. Tampoco Cristo vino a refutar esas leyes, sino a cumplirlas. ¡Que no sea para ti un extraño el que debe ser tu mejor amigo! ¡No des a las veraces palabras un sentido erróneo!

Cuando se afirma muy justamente: todo esto sucedió a causa de los pecados de la humanidad, quiere decirse que la venida de Jesús se hizo necesaria por el mero hecho de que la humanidad ya no era capaz de encontrar por sí misma la salida de las Tinieblas que ella había creado y de cuyas garras ya no podía liberarse.

Cristo era el que había de mostrar a la humanidad ese camino. Si ésta no se hubiera enredado tan profundamente en sus pecados, es decir, si el género humano no hubiera seguido el falso camino, tampoco hubiera sido necesaria la venida de Jesús, y se habría evitado tener que recorrer la senda de Su calvario.

Así, pues, es absolutamente cierto que El tenía que venir sólo a causa de los pecados de la humanidad, a fin de que ésta, en su caminar por el falso camino, no se hundiera por completo en el abismo y en las Tinieblas.

Pero eso no quiere decir que sea suficiente creer en las palabras de Jesús y vivir de acuerdo con ellas, para que cada uno de los hombres, en un abrir y cerrar de ojos, quede libre de su culpa personal. Pero si obra según las palabras de Jesús, sus pecados llegarán a ser perdonados. Bien entendido: eso sucederá poco a poco, en el transcurso del tiempo, cuando se hagan sentir las consecuencias del efecto recíproco derivado de la opuesta labor de la buena voluntad. ¡Ello no se realizará de otra manera! En contraposición de lo dicho, para los que no vivan de acuerdo con las palabras de Jesús toda remisión será imposible.

No significa esto que sólo los miembros de las iglesias cristianas podrán alcanzar el perdón de sus pecados.

Jesús anunció la Verdad. Sus palabras han de contener, pues, todas las verdades de otras religiones. El no pretendió fundar una iglesia, sino mostrar a la humanidad el verdadero camino, el cual también puede pasar a través de las verdades de otras religiones. He ahí por qué Sus palabras tienen tanto en común con las religiones ya existentes en aquel tiempo.

Cristo no las tomó de ellas, sino que, al ser portador de la Verdad, Sus palabras tenían que reflejar en sí todas las verdades contenidas en otras religiones.

Es así que todo el que tiende seriamente a la Verdad y al ennoblecimiento, aun cuando desconozca las propias palabras de Jesús, muchas veces vive de acuerdo por completo con el sentido de esas palabras, de aquí que también él vaya con paso seguro hacia una fe pura y hacia una remisión de sus pecados. Guárdate, pues, de subjetivos puntos de vista. Eso es denigrar la obra del Redentor.

Al que aspire sinceramente a la Verdad y a la Pureza, nunca le faltará el Amor. Será conducido, paso a paso, a la cima de su encumbramiento espiritual, aun cuando a veces tenga que enconarse en dura lucha y se apodere de él la duda. Sea cual fuere la religión a que pertenezca, llegará a encontrarse, en este mundo o en el otro, con el Espíritu de Cristo, el cual, en una última fase, le llevará aún más lejos, al conocimiento de Dios Padre, con lo que se cumplirá la palabra: “Nadie viene al Padre, si no por mí”.

Esa “última fase” no comienza con la última hora terrenal, sino a partir de un cierto grado de desarrollo del hombre espiritual, para el cual el pasar del mundo físico al mundo etéreo no es más que una metamorfosis.

Tratemos ahora del evento, propiamente dicho, de la gran obra redentora: la humanidad andaba errante en medio de las tinieblas espirituales. Ella misma las creó al someterse más y más al intelecto, el cual había sido cultivado con gran esmero. Con ello, los hombres fueron estrechando también, cada vez más, los límites de su facultad comprensiva, hasta quedar, lo mismo que su cerebro, incondicionalmente subyugados al espacio y al tiempo, por lo que ya no podían hallar el camino hacia lo infinito y eterno.

Quedaron así completamente atados a lo terrenal, limitados por el espacio y el tiempo. Todo contacto con la Luz, con lo puro y espiritual, quedó interrumpido. La voluntad de los hombres ya sólo podía regirse por lo terrenal, a excepción de unos pocos, que, en calidad de profetas, no poseían fuerza suficiente para imponerse y dejar libre el camino hacia la Luz.

En ese estado de cosas, quedaron abiertas al Mal todas las puertas. Las Tinieblas emanaron de lo más profundo e inundaron la Tierra con sus perniciosas corrientes. Eso no podía tener más que un fin: la muerte espiritual. Lo más terrible que puede suceder al ser humano.

Los propios hombres fueron culpables de todas esas miserias. Ellos fueron los que lo provocaron, puesto que escogieron esa dirección voluntariamente. Ellos lo quisieron y lo fomentaron, e incluso, en su ceguera sin límites, estaban orgullosos de haberlo conseguido, sin percatarse de las terribles consecuencias que se derivarían de esa estrechez a que había quedado reducida la facultad intelectiva, estrechez que ellos mismos tan afanosamente se impusieron. Por parte de la humanidad, ya no era posible crear un camino hacia la Luz. La voluntaria angostura se había hecho demasiado grande.

Para que la salvación aún pudiera tener lugar, era menester que la ayuda proviniera de la Luz. De lo contrario, el hundimiento de la humanidad en las Tinieblas seria inevitable.

Las Tinieblas propiamente dichas poseen una mayor densidad, a causa de su impureza; son, pues, más pesadas. Por ello, no podrán alcanzar más que un cierto grado ascensional, correspondiente a su peso, a no ser que, del otro lado, venga en su ayuda una fuerza atractiva. La Luz, en cambio, posee una ligereza proporcional a su pureza, por lo que no puede descender hasta la oscuridad.

Así, pues, entre ambos elementos existe un abismo infranqueable, en el cual se halla el hombre con su mundo terrenal.

Ahora bien: en manos del hombre está, según el género de su voluntad, ir al encuentro de la Luz o de la Oscuridad, abriendo las puertas y allanando los caminos para que una u otra inunde la Tierra. El hombre mismo, mediante la fuerza de su voluntad, constituye el pedestal capaz de dar apoyo a la Luz o a las Tinieblas para, desde allí, actuar más o menos intensamente.

Cuanto mayor sea el poder que la Luz o la Oscuridad adquieran sobre la Tierra, tanto más será colmada la humanidad de lo que una u otra aporta: el bien o el mal, salud o miseria, bienaventuranza o desgracia, paz paradisiaca o infernales tormentos.

La pura voluntad de los hombres se había debilitado de tal manera, que ya no podía proporcionar a la Luz un punto en el que poder apoyarse, dada la gran densidad alcanzada por la Oscuridad sobre la Tierra, esa oscuridad que todo lo sofoca. Por medio de ese punto de apoyo, la Luz habría podido unirse al hombre, de tal suerte que, por su inalterable pureza y por su fuerza integral, las Tinieblas serían disipadas y la humanidad quedaría liberada, pudiendo beber de la fuente de Fuerza que emana de la Luz y siéndole posible hallar el camino ascendente que conduce a las cimas luminosas.

Pero la Luz no podía, por sí misma, descender hasta las profundidades del fango. Precisaba para ello de una base consistente. Por eso tuvo que venir un mediador. Sólo un enviado de las cumbres luminosas podía, encarnándose, destruir la sombría muralla erigida por voluntad de los hombres, y sólo él podía constituir, en medio del mal, ese pedestal físico, punto de apoyo de la Luz divina, que se yergue sólidamente en el seno de las pesadas Tinieblas.

Tomando dicho pedestal como punto de apoyo, los puros rayos luminosos podían rasgar y dispersar esa tenebrosa masa, a fin de que la humanidad no se hundiese hasta lo más profundo de las Tinieblas, ni se ahogara.

Así fue como Jesús vino a causa de la humanidad y de sus pecados.

Esa unión nueva establecida con la Luz no podía, por razón de la pureza y fuerza del enviado de la Luz, ser rota por la Oscuridad. Ante la humanidad quedó abierto un nuevo camino hacia las alturas espirituales.

Las irradiaciones emanadas de Jesús, pedestal de la Luz erigido en lo terrenal, llegaron a las Tinieblas por medio, de la viva Palabra, portadora de la Verdad. El podía transmitir esa Verdad inalterada, pues El mismo era la personificación de la Palabra y de la Verdad.

Los hombres fueron sacados de su somnolencia espiritual mediante los milagros que tuvieron lugar simultáneamente. Al presenciarlos, encontraron la Verdad. Pero al escuchar la Verdad aportada por Jesús y reflexionar sobre ella, fue despertándose en cientos de miles el deseo de seguirla y de conocerla mejor. Así fueron acercándose a la Luz, poco a poco.

Por efecto de ese anhelo, las Tinieblas que los rodeaban fueron perdiendo firmeza. Una serie ininterrumpida de rayos luminosos iban atravesándolas victoriosamente, a medida que los hombres reflexionaban sobre la Palabra y se convencían de la veracidad de la misma. Alrededor de ellos fue haciéndose todo cada vez más claro; la Oscuridad no podía ya asirse fuertemente a éstos, y acabó desprendiéndose, perdiendo cada vez más terreno. La Palabra de Verdad surtió sus efectos en las Tinieblas como si fuera un grano de mostaza en germinación, tal como la levadura en la masa de pan.

En eso consistió la obra redentora de Jesús, Hijo de Dios, portador de Luz y Verdad.

La Oscuridad, que ya creía dominar sobre la humanidad, entabló una lucha salvaje, tratando de impedir que se realizara la obra redentora. En Jesús no podía hacer mella, ya que, por razón de la pureza de Su sentimiento, no podía asirse a El. Era natural que en la lucha se valiera de los solícitos instrumentos que tenía a su disposición.

Esos instrumentos no eran otros que los hombres denominados, muy acertadamente, “racionalistas”, que se sometieron al intelecto y se ataron, con ello, fuertemente al espacio y al tiempo, incapacitándose así para comprender los conceptos espirituales, más elevados y libres de toda limitación temporal y espacial. Por eso, resultó también imposible, para ellos, seguir las enseñanzas de la Verdad.

Según sus propias convicciones, ellos eran los que pisaban sobre el suelo firme de la “realidad”, tal como piensan tantos otros hoy día. Pero lo que ellos consideraban como terreno de la realidad, no era, en verdad, más que un espacio muy reducido. La mayoría de esos hombres eran, precisamente, los que estaban en el poder, es decir, los que poseían autoridad civil y religiosa.

Las Tinieblas, en un contra-ataque furioso, fustigaron a esos seres humanos hasta hacerles impetrar contra Jesús el más brutal de los delitos, haciendo así abuso del poder temporal de que disponían.

La Oscuridad esperaba poder destruir de esa forma la obra del Redentor. Que ella pudiera ejercer un poder tal sobre la Tierra, se debió exclusivamente a la humanidad, la cual, a consecuencia de la falsa orientación que ella misma escogió, redujo el horizonte de su capacidad comprensiva, y dio así la supremacía a las Tinieblas.

Y a causa de ese pecado de la humanidad fue por lo que Jesús tuvo que padecer. La Oscuridad continuó fustigando en extremo: Jesús sería condenado a muerte de cruz si se mantenía firme en su aseveración de que El era el portador de la Luz y de la Verdad. Se trataba, pues, de una última decisión. La huida, el abandono de todo, podía salvarle de la crucifixión. Pero ello significaría una victoria de las Tinieblas en el momento definitivo, porque, entonces, todas las obras de Jesús habrían resultado estériles y las Tinieblas podrían aprisionar, triunfantes, todo lo existente. Jesús no habría cumplido Su misión; la comenzada obra redentora habría quedado inacabada.

La lucha interior en Getsemaní fue dura, pero corta. Jesús no temía la muerte física, sino que, por el contrario, aceptó con serenidad morir en loor de la Verdad que El había traído. Con Su sangre derramada en la cruz, dejó sellado todo cuanto había dicho y hecho.

Mediante ese acto, se sobrepuso por entero a la Oscuridad, la cual había jugado su última carta. Jesús quedó vencedor. Triunfó por amor a la humanidad, para la que permaneció abierto el camino hacia la libertad y la Luz, pues en esa muerte halló confirmación a la veracidad de Sus palabras.

Un renunciamiento mediante la huída, con el correspondiente abandono de Su obra, habría sido motivo de duda en los hombres.

Jesús murió, pues, por los pecados de la humanidad. Si ésta no hubiera incurrido en culpa, apartándose de Dios mediante la limitación producida por el intelecto, Jesús no hubiera necesitado venir, y se habría evitado Sus sufrimientos y Su crucifixión. Por eso, es muy justo decir que, por nuestros pecados, Jesús vino, padeció y murió en la cruz.

Pero eso no implica que tú no tengas que liberarte a ti mismo de tus propios pecados.

Lo que sucede es que ahora puedes hacerlo fácilmente, puesto que Jesús te ha mostrado el camino mediante la transmisión de la Verdad contenida en Sus palabras.

La crucifixión de Jesús tampoco basta para lavar tus pecados sin más ni más. Para que tal sucediera, primero tendrían que quedar trastornadas todas las leyes del universo. Pero eso no acontecerá. El mismo Jesús se refirió, con bastante frecuencia, a todo lo que “está escrito”, es decir, a lo que siempre ha estado en vigor. El nuevo Evangelio del Amor tampoco pretende trasponer o desechar la antigua Justicia, sino completarla. Permanence, por tanto, supeditado a ella.

Por consiguiente, no echéis en olvido la Justicia del gran Creador de todas las cosas, la cual no sufrirá ni la más mínima desviación, sino que, impuesta férreamente desde los orígenes del mundo, permanecerá en vigor hasta la consumación de los siglos. No puede permitir que alguien eche sobre sí la culpa de otro para expiarla.

A Jesús le fue permitido venir, sufrir y morir por la culpa de otros, es decir, a causa de esa culpa, y pudo erigirse como paladín de la Verdad. Pero El mismo quedó siempre puro e inmaculado, exento de toda culpa, ya que, por no afectarle en absoluto, tampoco podía cargarla sobre Sí.

Su obra redentora no es, por eso, menos grande, sino que constituyó el mayor sacrificio que nadie es capaz de hacer. Jesús descendió de las cumbres luminosas y se hundió en el fango por ti; padeció y murió por ti, para proporcionarte la Luz que alumbrara el verdadero camino hacia las alturas espirituales y no te perdieses en las Tinieblas ni fueses devorado por ellas.

Así es como se presenta ante ti tu Redentor. Esa fue la inconmensurable obra de Su Amor.

La Justicia de Dios, severa e inmutable, siguió en vigor en las leyes universales; pues lo que el hombre sembrare, eso cosechará. El mismo Jesús lo dijo en Su mensaje. Por razón de esa Justicia divina, tendrá que dar cuentas hasta del último centavo.

Piensa en ello cuando te encuentres ante ese símbolo de una gravedad sagrada. Agradece de todo corazón que el Redentor te haya abierto, con Su Palabra, el camino del perdón de tus pecados, y abandona el lugar con el firme propósito de seguir el camino que se te ha mostrado, a fin de que puedas obtener remisión.

Seguir ese camino no significa solamente aprender la Palabra y creer en ella, sino, sobre todo, vivirla. Creer en ella, considerarla como justa, y no obrar de acuerdo con la misma, no te servirá de nada. Al contrario, serás condenado por ello más que los que nunca han oído hablar de ella.

¡Despierta, pues! El tiempo sobre la Tierra es precioso para ti.

* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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