viernes, 16 de diciembre de 2022

10. EL MISTERIO DEL NACIMIENTO

 


10. EL MISTERIO DEL NACIMIENTO

CUANDO LOS HOMBRES afirman que en la manera de estar repartidos los nacimientos yace una gran injusticia, ¡no saben lo que dicen! 

Con gran insistencia dicen unos: “Si existe una justicia, ¡cómo es que permite nacer a un niño tarado con una enfermedad hereditaria! ¡La inocente criatura tiene que sufrir por los pecados de sus padres!”

Otros: “Unos niños nacen en la riqueza, otros en la necesidad y miseria más extremas. No se puede creer en una justicia”.

Y por último: “Suponiendo que los padres deban ser castigados, no es justo que ello suceda mediante la enfermedad y muerte de un niño. Este se vería obligado a padecer inocentemente”.

Estas y parecidas formas de hablar corren a millares entre la humanidad. Los mismos buscadores sinceros suelen romperse la cabeza pensando en ello.

Simplemente con hacer mención a “los inescrutables caminos de Dios, que llevan todo a buen fin”, no queda satisfecho ese afán de saber el “por qué” de las cosas. El que se conforme con eso, tendrá que someterse a ello estúpidamente o habrá de reprimir inmediatamente todo pensamiento interrogativo, por considerarlo una sinrazón.

¡No es eso lo que se pretende! Preguntando se encuentra el recto sendero. Ciega sumisión o un violento refrenamiento hace pensar en la esclavitud. ¡Pero Dios no quiere esclavos! No desea un conformismo incondicional, sino una libre y consciente manera de mirar hacia arriba.

Sus esplendorosas y sabias disposiciones no necesitan revestirse de un oscuro misticismo, sino que ganan en sublime e intangible grandeza y perfección cuando se presentan ante nosotros tal como son.

Invariables e insobornables, con serenidad y seguridad siempre parejas, cumplen ininterrumpidamente su eterno cometido.

No les importa la repulsa o aceptación por parte de los hombres, ni tampoco su ignorancia, sino que restituirán a cada uno, hasta en los matices más extremadamente finos, los maduros frutos de lo que ellos hayan sembrado.

“Los molinos de Dios muelen despacio, pero seguros”, dice el proverbio, expresando así, muy acertadamente, la actividad del efecto recíproco que reina en toda la creación, cuyas leyes inviolables son portadoras de la Justicia de Dios y la hacen cumplir. Esa actividad se extiende, emana, discurre y se vierte torrencialmente sobre todos los hombres. Nada importa que ellos lo deseen o no, que se sometan a ello o se rebelen en contra suya. Tendrán que aceptarlo como justa punición expiatoria o como recompensa en la salvación.

Si uno de los que protestan o dudan pudiese arrojar una sola mirada en ese movimiento ondulante etéreo que, impregnado y sostenido por un espíritu severo, penetra y abarca toda la creación, en la cual reposa y de la cual es parte constituyente, una parte llena de vida, tal como un telar divino en eterna acción, ese hombre enmudecería en seguida, lleno de vergüenza, y reconocería, consternado, la arrogancia que encierran sus palabras.

La serena majestad y la seguridad que descubriría le obligarían a postrarse en el polvo, implorando perdón.

¡Cuán mezquino se había imaginado a Dios! ¡Qué monstruosa grandeza hallaría en Sus leyes! Se percataría de que, aun habiendo alcanzado las más elevadas esferas terrenales, ni siquiera podría intentar superar a Dios ni hacer de menos a la perfección de la obra sublime, esforzándose en vano por reducirla a la nimia estrechez creada por el culto del intelecto, el cual nunca puede elevarse por encima del espacio y del tiempo.

El hombre no debe olvidar que se encuentra dentro de la obra de Dios, que es una parte de la misma y que, por lo tanto, está sometido incondicionalmente a sus leyes.

Pero esa obra no sólo abarca aquello que se presenta ante los ojos terrenales, sino también el mundo materialmente etéreo, en el cual transcurre la mayor parte de la propia existencia humana y de su actividad. Las actuales vidas terrenales son meras secuencias pequeñas, pero constituyen siempre grandes etapas decisivas.

El nacimiento terrenal marca el comienzo de una fase particular en la existencia global de un hombre, pero no es un comienzo absoluto.

En el momento en que el hombre, como tal, inicia su periplo por la creación, está libre, sin hilos que le aten al destino, los cuales, a partir de ese instante, empezarán a emanar de él por efecto de su voluntad, penetrarán el mundo de lo etéreo y, durante su caminar, se reforzarán mediante la fuerza atractiva de las afinidades, se cruzarán y entrelazarán con otros y actuarán retroactivamente sobre su autor, al cual permanecerán atados, constituyendo su destino o karma.

Los efectos correspondientes a los hilos que refluyan simultáneamente se mezclarán entre sí, de donde los colores originales, intensamente estampados, adquirirán tonalidades diversas y formarán nuevas combinaciones plásticas.*

Cada uno de esos hilos seguirá sirviendo de camino para las retroacciones hasta que el hombre que fue su promotor ya no pueda ofrecer, por la naturaleza de su vida interior, un punto de apoyo para las especies afines, es decir, cuando por sí mismo no mantenga el camino limpio y despejado, por lo que los hilos no podrán ni sujetarse ni engancharse, se ajarán y tendrán que desprenderse de él, tanto para el bien como para el mal.

Así, pues, mediante la voluntad impuesta en el momento de la resolución, todos los hilos del destino adquieren una forma etérea, alejándose de su promotor y, no obstante, permaneciendo anclados en él, constituyendo así un camino seguro para las especies idénticas,

* Conferencia II–2: “El destino”

reforzándolas y siendo reforzados por ellas, las cuales volverán a recorrer ese camino para llegar al punto de partida.

En ese proceso reposa la ayuda que, según la profecía, habrá de recibir el que se inclina hacia el bien; pero también es la causa por la que “el mal continúa engendrando el mal”.*

El hombre se ata a esos hilos nuevamente cada día. Sus efectos retroactivos hacen llegar a él el destino que se forjó y al cual se sometió. Toda arbitrariedad está excluida; por consiguiente, también toda injusticia. El karma, que cada hombre lleva consigo y que tiene la apariencia de una predestinación unilateral, no es, en realidad, más que la consecuencia estricta de su pasado, en tanto éste no haya causado el efecto recíproco correspondiente.

El comienzo, propiamente dicho, de la existencia de un hombre es siempre bueno, y también lo es para muchos el final, a excepción de quienes se pierden por sí mismos, tendiendo la mano al mal espontáneamente y por sus propias resoluciones, para ser arrastrados por él a la más completa perdición. Las vicisitudes se sitúan siempre en el intervalo de tiempo que va desde el principio del desarrollo interior hasta la madurez espiritual. Por lo tanto, el hombre es quien forma siempre su vida futura. El suministra los hilos, y determina así el color y el modelo del ropaje que el telar de Dios tejerá para él conforme a la ley del efecto recíproco.

A menudo, se remontan mucho más lejos las causas que determinan las condiciones en que un alma habrá de encarnarse y las influencias de la época en la que el niño hará su entrada en el mundo terrenal; esas influencias surtirán sus efectos en él constantemente y proporcionarán a su alma todo aquello que precisa para expiar, pulirse y depurarse, y para poder continuar su evolución.

Pero eso tampoco se cumple unilateralmente, sólo para el niño, sino que los hilos se traman automáticamente, de manera que en lo terrenal esté también presente un efecto recíproco.

Los padres proporcionan a su hijo lo que necesita para su desarrollo progresivo, y el niño obra recíprocamente respecto a sus padres, tanto para bien como para mal; pues, como es natural, para continuar el desarrollo y conseguir un impulso, hace falta también liberarse de un mal experimentándolo personalmente hasta en sus más pequeños detalles, a fin de que sea reconocido como tal mal y desechado. La ocasión propicia la ofrece siempre el efecto recíproco. Sin éste, el hombre nunca podría quedar completamente libre de su pasado.

Así, pues, en las leyes del efecto recíproco reside, como un don maravilloso, el camino de la libertad y de la ascensión. Por consiguiente, no se debería hablar en absoluto de un castigo. Castigo es un falso concepto, pues en el efecto recíproco se pone de manifiesto, precisamente, el más inmenso amor; es la mano del Creador tendida para el perdón y la liberación.

La venida del hombre a la tierra es un proceso que comprende la procreación, la encarnación y el nacimiento. En la encarnación es, en realidad, cuando el hombre entra en la vida terrenal.*

Innumerables son los hilos que contribuyen a determinar una encarnación. Pero también en ese acontecimiento de la creación está presente una justicia matizada en extremo, la cual surte sus efectos sobre todos los participantes, fomentando su desarrollo.

He aquí que el nacimiento de un niño es algo más importante y precioso que lo comúnmente supuesto. Pues, efectivamente, al venir el niño al mundo terrenal, recae sobre él, sobre sus padres e incluso sobre sus hermanos, si los hubiese, y sobre todos los hombres que, de una forma u otra, se relacionan con él, una gracia nueva y especial procedente del Creador, por medio de la cual todos tendrán oportunidad de progresar de alguna manera.

Los padres hallarán ocasión de beneficiarse espiritualmente en los

* Conferencia II–3: “La creación del hombre”

cuidados necesarios que exige un niño enfermo, en los disgustos y en las grandes preocupaciones, ya sea como simple medio para lograr un fin o como verdadera redención de una antigua culpa, tal vez, incluso, como anticipada expiación de un karma amenazador.

Sucede muy a menudo que, a consecuencia de una buena voluntad ya impuesta, el hombre puede ser liberado por anticipado de una grave enfermedad que habría de apoderarse de él como karma derivado de las leyes del efecto recíproco. Esta gracia es una consecuencia de la buena voluntad con que él, por propia iniciativa, se sacrificó a cuidar a su propio hijo o al de otro.

Un rescate verdadero sólo puede realizarse mediante el sentimiento, por una experiencia intensamente vivida. La acción de prodigar cuidados a alguien con sincero amor, suele ser una prueba más dura que la propia enfermedad. Son mucho más profundos los dolores y la angustia que se sienten durante la enfermedad del hijo o de otro cualquiera al que se le considera verdaderamente como prójimo. Tanto más profunda será también la alegría de su curación.

Esta sola experiencia, tan intensamente vivida, deja profundas huellas en el sentimiento, en el ser espiritual; le da una forma distinta y, por la transformación sufrida, quedan cortados los hilos del destino que, de otro modo, le habrían alcanzado.

Una vez cortados o dejados caer, esos hilos se contraerán, como una goma estirada, hacia el lado opuesto, hacia la central de las especies idénticas situada en el mundo de lo etéreo, atraídos por la fuerza que ellas desarrollan. Quedará eliminado con ello todo efecto posterior sobre el hombre así transformado, pues ya no existirá medio de comunicación ninguno.

Miles y miles son los rescates así conseguidos cuando un hombre, de buen grado y por amor, cumple voluntariamente sus deberes para con otro.

Jesús expuso en Sus parábolas los mejores ejemplos. Tanto en el sermón de la montaña como en otras predicaciones, hizo destacar muy claramente los buenos resultados de tales prácticas. Siempre hacía referencia al “prójimo”, y mostró así, de la forma más sencilla y realista, el camino que conduce a la liberación del karma y a la ascensión espiritual.

“Ama a tu prójimo como a ti mismo”, exhortaba; y con ello proporcionó la llave que abriría las puertas de la ascensión. No siempre tiene que tratarse de una enfermedad. Los niños, los cuidados y la educación que requieren, ofrecen, de la manera más natural, tantas y tantas oportunidades, que contienen en sí todo lo que puede ser considerado como expiatorio. He aquí por qué los niños son una bendición, sea cual fuere su nacimiento y su desarrollo.

Lo que a los padres se refiere es también válido para los hermanos y hermanas y para todos los que se relacionan con niños. También ellos podrán beneficiarse mediante esos nuevos ciudadanos del mundo, esforzándose en ser pacientes, prestando los cuidados más diversos, no teniendo en cuenta sus defectos u otras imperfecciones semejantes.

Pero no será menor la ayuda proporcionada al niño mismo. Con el nacimiento se hace posible, para cada uno, avanzar un gran trecho en el camino ascensional. Si eso no tiene lugar, el propio interesado será culpable. Significa que no ha querido hacerlo.

Por eso, todo nacimiento debe ser considerado como un bondadoso regalo del cielo, que se reparte proporcionalmente entre todos. Para aquel que, no teniendo hijos propios, adopta un niño de otro, la bendición no será menor, sino, al contrario, la recibirá con mayor profusión, a consecuencia, precisamente, de la adopción, si es que ésta ha sido hecha por amor al niño y no para satisfacción personal.

En una encarnación ordinaria, la fuerza de atracción de las especies espirituales idénticas juega un papel primordial en cooperación con el efecto recíproco. Las cualidades consideradas como hereditarias, en realidad, no son tales, sino que se deben únicamente a esa fuerza de atracción. No existe herencia espiritual por parte de la madre o del padre, pues el niño, lo mismo que ellos, posee una personalidad propia, si bien lleva en sí especies idénticas, por las cuales se siente atraído.

Pero esa fuerza de atracción de las afinidades no es lo único que actúa decisivamente en la encarnación, sino que también toman parte en ella un sinfín de hilos del destino, a los que está atada el alma que va a encarnarse, los cuales pudiera ser que, de alguna manera, estuvieran anudados a los miembros de la familia. Todo ello coopera conjuntamente, se atrae mutuamente y, por último, da lugar a la encarnación.

Pero muy distinto es cuando un alma toma sobre sí, voluntariamente, una misión, ya sea para ayudar a determinados hombres terrenales o para colaborar en una obra remediadora dirigida a toda la humanidad. En este caso, el alma tomará sobre sí, también, todo lo que anteriormente fue deseado, todo lo que es capaz de herirla sobre la Tierra, por cuanto tampoco se puede hablar aquí de una injusticia. Pero hallará la recompensa en las consecuencias del efecto recíproco, siempre y cuando lo haya hecho por amor desinteresado, el cual, por su parte, no pretende ser recompensado.

En las familias en que existen enfermedades hereditarias se encarnan las almas que necesitan de tales enfermedades para conseguir, por medio del efecto recíproco, la liberación, la purificación y su progreso evolutivo.

Los hilos sostenedores y conductores no permiten absolutamente ninguna encarnación errónea, es decir, injusta. En ellos queda excluido todo error. Sería pretender nadar contra una corriente que, con ímpetu arrollador e inflexiblemente, sigue su curso normal, haciendo imposible de antemano toda resistencia, de manera que ni siquiera sea factible intentarlo. Pero ateniéndose meticulosamente a su carácter particular, esa corriente no prodiga más que bendiciones.

Y eso es precisamente lo que se cumple en todas esas encarnaciones voluntarias, que toman sobre sí, por propia voluntad, las enfermedades que servirán para alcanzar un fin determinado. Si esa enfermedad hubiera sido contraída a causa de una falta cometida por el padre o por la madre, falta que puede consistir en el mero incumplimiento de las leyes naturales, que exigen ciertos cuidados imperiosos para el mantenimiento de la salud del cuerpo que se nos ha confiado, al verla reproducida en el hijo, el dolor que sentirán servirá también de expiación, la cual conducirá a una purificación, siempre y cuando ese dolor haya sido sincero.

Apenas si tendría interés poner ejemplos particulares, pues cada nacimiento posee aspectos nuevos y muy distintos de los demás, debido al múltiple entrelazamiento de los hilos del destino, y cada una de las especies afines presenta las apariencias más diversas, a causa de las sutiles tonalidades que adquiere el efecto reciproco al mezclarse aquéllas entre si.

Pero pongamos un ejemplo sencillo: una madre ama a su hijo de tal manera que procura, por todos los medios, que éste no se case, a fin de que no se aleje de ella. Le mantiene atado a ella constantemente. Ese amor es falso, puramente egoísta, aun cuando la madre crea proporcionar al hijo todo cuanto él necesita para poder llevar una vida lo más agradable posible. Con su amor egoísta se ha interpuesto injustamente en la vida de su hijo.

El verdadero Amor no piensa nunca en sí mismo, sino solamente en la felicidad del ser amado, y obra siempre en ese sentido, aunque para ello sea preciso un renunciamiento personal.

Cuando llegue para esa madre el momento de morir, el hijo quedará solo. Será demasiado tarde para recobrar el alegre ímpetu que proporciona la juventud, ese ímpetu que le permitiría satisfacer sus propios deseos. Pero, no obstante, habrá salido ganando; pues, por el renunciamiento impuesto, habrá quedado redimido de algo. Puede tratarse de una especie afín procedente de su vida anterior, quedando, al mismo tiempo, privado del aislamiento interior que sobrevendría con el matrimonio, o de muchas otras cosas. Pero, de una forma u otra, obtendrá beneficios.

Pero la madre llevará consigo al más allá su amor egoísta. La fuerza de atracción de las especies idénticas espirituales la arrastrará irresistiblemente hacia los seres humanos que posean cualidades análogas, pues sólo en las proximidades de los mismos tendrá ocasión de participar de su vida sentimental, experimentando una pequeña parte de su propia pasión cuando esos hombres manifiesten su amor egoísta para con otros. Permanecerá, por ello, atada a lo terrenal.

Pero si en esos hombres, en cuyas cercanías ella se encuentra, tiene lugar una procreación, esa madre se encarnará también, como consecuencia del vínculo que la mantiene encadenada espiritualmente a ellos.

Entonces, se habrán cambiado los papeles. A causa de los mismos defectos del padre o de la madre, se verá obligada a sufrir, bajo la forma de niño, todo cuanto ella hizo padecer a su hijo. No podrá desligarse de la casa paterna, a pesar de sus deseos y de las ocasiones que pudieran presentarse. Expiará su culpa cuando, por haberlo vivido personalmente, reconozca que su forma de proceder fue injusta, quedando, entonces, liberada.

Al tener lugar la unión con el cuerpo físico, es decir, mediante la encarnación, se pone ante los ojos de cada hombre una venda, la cual impide que pueda echar una mirada retrospectiva hacia su vida anterior. Esto, al igual que todo lo que acontece en la creación, también es una ventaja para él. También ahí se patentiza la Sabiduría y el Amor del Creador.

Si le fuera dado a cada uno tener presente todos los detalles de su pasada vida, durante su existencia terrenal actual sería un mero espectador pasivo, permanecería fuera de la realidad, consciente de que esa vida le proporcionará un progreso beneficioso o una expiación. Pero, precisamente por eso, no tendría lugar progreso alguno, sino que, antes bien, ello constituiría eminente peligro de caer hacia atrás.

La vida terrenal ha de ser plenamente vivida si es que debe ser provechosa. Sólo aquello que se ha experimentado personalmente en sus altos y bajos puede ser considerado como cosa propia. Si un hombre pudiera prever siempre, con toda claridad y exactitud, la dirección a seguir para obtener beneficios, no existiría en él reflexión ni decisión alguna. Pero, por otro lado, tampoco podría obtener la fuerza y la independencia de que él tiene necesidad absoluta.

De esta manera, en cambio, considerará cada una de las situaciones de su vida terrenal con mucho más realismo. Toda experiencia vivida dejará grabado en el sentimiento, en lo imperecedero, un sello indeleble, el cual, al tener lugar la metamorfosis, será llevado por el hombre al más allá como una cosa propia, como una parte de sí mismo, nuevamente formado según esas impresiones. Pero sólo llevará consigo sus experiencias personales, todo lo demás se extinguirá con la muerte física, mientras que lo vivido por uno mismo permanecerá en calidad de extracto purificado de la vida terrenal, y constituirá el beneficio propiamente dicho.

A la experiencia vivida no pertenece todo lo aprendido, sino sólo aquello que se ha convertido en algo propio por haber sido vivido personalmente. Los restantes conocimientos adquiridos, en pro de los cuales muchas personas sacrifican toda su vida terrenal, no son más que un montón de desechos. De aquí que nunca sea suficiente la seriedad con que se tome cada instante de la vida, a fin de que los pensamientos, palabras y obras no queden reducidos a meras costumbres vacías, sino que sean impulsados por un intenso calor vital.

El niño recién nacido llega al mundo en la ignorancia más absoluta, ya que lleva ante sus ojos la venda impuesta en la encarnación, razón por la que se le considera erróneamente como inocente. Pero, en realidad, suele venir acompañado de un enorme karma, el cual le ofrece la oportunidad de enmendar errores pasados viviéndolos personalmente hasta en sus últimos detalles. En lo que a la predestinación se refiere, el karma no es otra cosa que una inevitable consecuencia del pasado. En las misiones se le acepta voluntariamente con el fin de adquirir la comprensión y la madurez terrenales necesarias para el cumplimiento de la propia misión, a menos que no sea parte inherente a la misma.

Por esta razón, el hombre no debería lamentarse de la injusticia en los nacimientos, sino que debería alzar su mirada agradecida hacia el Creador, el cual no prodiga más que bendiciones con cada nacimiento.

* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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