11. ¿ES ACONSEJABLE PRACTICAR EL OCULTISMO?
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El ocultismo es un tanteo unilateral, de abajo hacia
arriba, sin poder sobrepasar nunca los límites de la denominada órbita
terrestre. Todos los eventos que pudieran derivarse de él serán siempre de
calidad muy inferior y de la más baja condición. No serán capaces de elevar
interiormente al hombre, pero sí de inducirle a error.
Por su mediación, el hombre sólo podrá conseguir
traspasar el umbral de la zona etérea inmediata, la cual está poblada de seres
a menudo más ignorantes que los propios hombres terrenales. Lo único que hará
será abrir las puertas a peligros desconocidos, de los cuales está protegido
precisamente, no abriéndolas.
Quien haya alcanzado la clarividencia o la
supersensibilidad auditiva que esas prácticas proporcionan verá y oirá, en ese
medio inferior, cosas que aparentan ser puras y elevadas, pero que están muy
lejos de serlo. A ello contribuye también la imaginación, sobreexcitada por los
ejercicios, la cual crea un medio ficticio que, efectivamente, es visto y oído
por el neófito, siendo así inducido a engaño.
El hombre que, a consecuencia de una ejercitación
artificial, pise sobre un terreno tan poco firme no podrá, a pesar de su mejor
voluntad, ni distinguir ni trazar una clara línea divisoria entre lo verdadero
y lo falso, como tampoco será capaz de apreciar la realidad en medio de la
inconmensurable variedad de fuerzas creativas residentes en el mundo de lo
etéreo. A ello hay que agregar, por último, las bajas influencias,
absolutamente perniciosas para él, a las cuales él mismo abrió las puertas
voluntariamente y con grandes esfuerzos, siendo incapaz de oponerles una fuerza
contraria y más intensa. Pronto se convertirá en una nave sin timón sobre un
mar desconocido, constituyendo un peligro para todo lo que se cruce con él.
Sucede exactamente igual que cuando un hombre no sabe
nadar. Montado en una barca, puede navegar perfectamente y con toda seguridad
sobre el elemento que no le es familiar. En la vida terrenal suele acontecer
algo parecido. Pero si durante la travesía arranca una plancha de la
embarcación protectora, dejará abierta una brecha, el agua entrará por ella, le
privará de tan seguro refugio y le arrastrará al fondo. Ese hombre, incapaz de
nadar, habrá sido víctima del elemento desconocido para él.
Tal es el
proceso de las prácticas ocultas. Entregándose a ellas, el hombre arranca
una plancha del navío que le protege, pero
no aprende a nadar.
Existen también, por otro lado, los llamados
campeones, esos nadadores que poseen aptitudes innatas para la natación y que
las han desarrollado mediante un entrenamiento personal, a fin de sacar de
ellas el mayor partido y adquirir un dominio cada vez más grande. En tales casos,
pues, es compaginable un entrenamiento artificial con una aptitud más o menos
pronunciada. Pero hasta el nadador mejor preparado está sometido a límites muy
estrechos. Si osa alejarse demasiado, sus fuerzas se agotarán, y, a fin de
cuentas, estará tan perdido como el que no sabe nadar, si… si tanto el uno como
el otro no reciben ayuda.
En el mundo de la materialidad etérea, sin embargo,
una ayuda tal sólo puede provenir de las alturas luminosas, de la
espiritualidad pura. Y esa ayuda, a su vez, sólo podrá llegar hasta el que se
encuentra en peligro si éste ha alcanzado, en su evolución síquica, un cierto
grado de pureza que pueda servirle de punto de apoyo. Esa pureza no podrá ser
conseguida mediante las prácticas ocultas encaminadas a ese fin, sino que sólo
puede resultar del enaltecimiento de la verdadera moral interior, elevando
constantemente el alma hacia la pureza de la Luz.
Si un hombre sigue este camino, el cual, con el tiempo, le proporcionará un cierto
grado de pureza interior que, naturalmente, se reflejará en sus pensamientos,
palabras y obras, irá estableciendo contacto con las alturas más puras, y desde
allí recibirá, por el efecto recíproco, una fuerza intensificada.
Habrá constituido así, a través de todas las etapas
intermedias, un vínculo de unión, el cual le sostiene y al cual él puede
asirse. No tardará, entonces, en conseguir, sin esfuerzos personales, todo lo
que esos “nadadores” en vano intentan alcanzar. Pero lo obtendrá, gracias a la
minuciosidad y prudencia que están presentes en las rigurosas leyes del efecto
recíproco, en la medida más exacta, proporcionalmente a la intensidad de la
fuerza contraria que él pueda desarrollar. Queda así excluido de antemano todo
peligro.
Por último, la barrera separadora, que puede
compararse con las planchas de una barca, se irá haciendo más y más delgada,
hasta desaparecer por completo. Pero entonces habrá llegado también el instante
en que, cual pez en el agua, el hombre se sentirá como en su propia casa dentro
del ámbito que se extiende desde el mundo etéreo hasta las cumbres luminosas.
Ese, únicamente, es el recto camino.
Toda tentativa prematura realizada con la ayuda de un
adiestramiento artificial habrá fracasado. Sólo para el pez en el agua ésta
resulta verdaderamente inofensiva, pues es “su elemento”, para el cual está
equipado de todo lo necesario, lo cual ni siquiera un nadador experimentado podrá conseguir nunca.
Si un hombre prefiere seguir el camino del ocultismo,
lo hará por efecto de una libre resolución tomada previamente, por lo que
tendrá que atenerse a las consecuencias correspondientes. No podrá contar, por
tanto, con que la ayuda le será proporcionada.
Pero aquel que incita a otros a tales prácticas,
exponiéndolos, por ello, a múltiples peligros, habrá de cargar con una gran
parte de las consecuencias que cada uno de ellos sufra individualmente. Quedará
encadenado a todos con ligaduras etéreas. Después de su muerte terrenal, tendrá
que descender, ineludiblemente, hasta donde se encuentre el más profundamente
hundido de aquellos que, arrollados por los peligros, le hayan precedido.
No le será posible ascender en tanto no haya ayudado
a cada uno de los otros a elevarse, a expiar los errores cometidos y, además, a
recuperar lo perdido.
Tal será para él el proceso de la compensación en el
efecto recíproco y, al mismo tiempo, el camino de la gracia, que le permite
reparar los daños ocasionados y emprender su ascensión.
Pero si ese hombre ha hecho sus manifestaciones no
sólo de palabra, sino también por escrito, será castigado aún más duramente,
pues sus escritos seguirán causando perniciosos efectos después de su muerte
terrenal. Estará obligado a esperar en la vida etérea hasta que llegue el
último de los que hayan sido inducidos a error por sus obras, y a ése también
tendrá que ayudarle a elevarse. Siglos y siglos podrán transcurrir hasta que
eso tenga lugar.
Pero no quiere decirse con eso que el mundo de la
materialidad etérea permanezca inaccesible e inexpugnable durante la vida
terrenal.
En el momento oportuno, siempre
sucederá que quienes logren alcanzar una cierta madurez interior puedan
sentirse como en casa allí donde, para los demás, se ocultan peligros. Les será
permitido descubrir la Verdad y propagarla. Pero también se darán perfecta
cuenta de los peligros que amenazan a los que, mediante sus prácticas ocultas,
pretenden entrar, sin ser aptos para ello, en las profundidades de una región
desconocida para ellos. Esos tales no se dejarán inducir nunca a practicar el
ocultismo.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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