12. ESPIRITISMO
¡Espiritismo! ¡La
ciencia de los médiums! Una violenta lucha está entablada a favor y en contra.
No es de mi incumbencia hablar aquí de sus adversarios y de su afán de negarlo.
Eso sería perder el tiempo; pues, para toda persona que piense lógicamente, es
suficiente leer el contenido de las llamadas experiencias o investigaciones,
para darse cuenta inmediatamente de que ellas ponen en evidencia una ignorancia
absoluta y una incapacidad manifiesta por parte de los “experimentadores”.
¿Por qué? Si yo quiero explorar
los dominios de la tierra, tengo que adaptarme a la estructura del suelo, a su
naturaleza. Si, por el contrario, pretendo hacer una incursión en el mar, no me
queda otro remedio que acomodarme a la constitución del agua y servirme de
instrumentos propios para la misma.
Arremeter contra ella con pala y
azadón o con máquinas perforadoras, no me llevaría, ciertamente, muy lejos en
mis investigaciones. ¿Debería, por eso, negar la existencia del agua, sólo
porque, contrariamente a la compacta tierra, que me es familiar, puedo
traspasarla fácilmente con el azadón? ¿Debo negarla, tal vez, por no poder
andar sobre ella, tal como estoy acostumbrado a hacerlo sobre la tierra?
Los adversarios dirán: “Eso es
muy diferente, porque yo puedo ver el
agua y tocarla; nadie puede, pues, dudar de su existencia.”
¿Cuánto tiempo hace que el hombre
negaba muy enérgicamente la existencia de los millones de microorganismos
multicolores contenidos en una gota de agua, cosa que, hoy día, hasta a los
niños les es conocida? ¿Y por qué no era admitido? ¡Sólo porque no se los vela!
Solamente después de haber sido inventado un instrumento apropiado a su
naturaleza, fue posible reconocer, ver y observar ese nuevo mundo.
Tal sucede también en el mundo
extrafísico, en el llamado “más allá”. ¡Primero es menester ver! ¡Sólo entonces podréis juzgar! De vosotros depende, no del “otro mundo”.
Lleváis dentro de vosotros, además del cuerpo físico, elementos materiales
propios del más allá, mientras que los seres del mundo etéreo ya no poseen
vuestra materialidad física.
Exigís y esperáis de ellos que se
aproximen a vosotros, (dando señales, etc.), estando, como están, desprovistos
de todo elemento físico. Pretendáis que os
den prueba de su existencia, en tanto que vosotros, poseedores no sólo de
elementos físicos sino también de elementos etéreos, permanecéis a la expectativa
con cara de juez.
¡Vosotros sois los que debéis echar el puente que os es dado edificar! ¡Trabajad de una
vez con el material que tenéis a vuestra disposición! Así llegaréis a ver. O,
de lo contrario, si no sois capaces de ello, no digáis nada y continuad cebando
lo físico, agobiando cada vez más a lo etéreo.
Un día llegará en que lo etéreo
habrá de separarse de lo físico y, entonces, quedará inerte, desacostumbrado
como está a emprender el vuelo; pues también ello, al igual que el cuerpo
físico y lo mismo que todo lo existente, está sometido a las leyes terrenales.
¡Únicamente el movimiento
engendra vigor! ¡No necesitáis de médiums para poder reconocer lo etéreo! No se
requiere más que observar la vida que se pone de manifiesto en la materialidad
etérea que os es propia. Proporcionadle, mediante vuestra voluntad, lo que ella
ha de menester para cobrar fuerzas. ¿O es que también pretendéis negar la
existencia de vuestra voluntad, ya que no podéis verla ni tocarla?
Cuántas veces no habréis sentido
en vosotros mismos los efectos de vuestra propia voluntad. Sentirla sí que
podéis, pero verla o palparla no. La exaltación, la alegría, el dolor, la
cólera y la envidia son algunos de esos efectos. Para que la voluntad pueda
entrar en acción tiene que poseer una fuerza capaz de producir una presión,
pues sin tal presión no puede manifestarse ni ser sentida. Ahora bien, toda
presión necesita de un cuerpo activo, de algo sólido constituido de la misma
materia, de lo contrario no puede surgir presión alguna.
Se requieren, pues, formas
compactas de una sustancia invisible e intocable para vuestro cuerpo físico.
Tal es la materialidad del más allá, la cual sólo puede ser reconocida por
vosotros mediante esos elementos afines a ella que moran en vuestro interior.
Las discusiones en pro y en
contra de la existencia de una vida después de la muerte terrenal son tan
extravagantes que, en verdad, a veces rayan en lo ridículo. Quienquiera que
piense y observe libre de prejuicios y abstrayéndose de sus propios deseos,
descubrirá en seguida que, efectivamente, todo,
absolutamente todo, habla de la probabilidad de que exista un mundo de
naturaleza distinta, el cual no puede ser percibido por el hombre medio actual.
Son tantos los sucesos que, una y mil veces, nos advierten de ello, que no es
posible echarlos a un lado simplemente, como si no hubieran tenido lugar.
En cambio, en pro de un fin
definitivo del ser humano después de su muerte, no existe más que el deseo de
muchos, que pretenden así sustraerse muy gustosamente a toda responsabilidad
moral, en la cual no juega papel ninguno ni la astucia ni la destreza, sino que
depende exclusivamente del verdadero sentimiento.
Pero en lo que respecta a los partidarios del espiritismo, del
espiritualismo o como quieran llamarlo, queda todo reducido a una misma cosa:
son partidarios de un gran error.
Los adictos suelen ser, para la
Verdad, más peligrosos y dañinos que los adversarios.
Entre millones de ellos, sólo muy
pocos permiten que se les diga la verdad; la mayoría están como circundados de
una gigantesca aureola de pequeños errores, que les impide encontrar el camino
que conduce a la Verdad escueta. ¿Dónde está la falta? ¿En el más allá, acaso?
¡No! ¿Tal vez en los médiums? ¡Tampoco! ¡Solamente
en el propio individuo! No es lo suficiente severo y exigente para consigo
mismo, no quiere revocar ideas preconcebidas, ni está dispuesto a destruir la
imagen del más allá creada por sí mismo, la cual ha suscitado en su fantasía,
durante largo espacio de tiempo, una
santa inquietud y un cierto bienestar.
Y ¡ay de quien ose tocarlo! Cada
uno de sus seguidores tiene ya preparada la piedra que ha de arrojar. Aferrado
convulsivamente a sus opiniones, tachará a los seres del más allá de espíritus
embusteros y fastidiosos, y echará en cara a los médiums su mediocridad, antes
que entregarse tranquilamente a un autoexamen para determinar si sus propios conceptos son falsos o no.
¿Por dónde empezar a arrancar
tanta maleza? Sería un trabajo interminable. Esa es la razón por la que esto
que digo va dirigido solamente a los que buscan sinceramente, pues ellos serán
los que encontrarán.
Pongamos un ejemplo: una persona
va a consultar a un médium. Que sea famoso o no, es indiferente. Allí se reúne
con otras personas. Comienza la “sesión”. El médium “fracasa” … ¡ningún
resultado! ¿Cuáles son las consecuencias? Unos dirán: “El médium era una
nulidad”. Otros: “El espiritismo no vale nada”. Los expertos declararán
ufanamente: “Las aptitudes mediumísticas del médium, tantas veces puestas a
prueba, no eran más que superchería; pues siempre que nosotros hemos estado presentes, el médium no ha conseguido nada y
los “espíritus” han permanecido callados”.
Los partidarios y los
convencidos, por su parte, se alejarán con la cabeza baja. La fama del médium
se habrá resentido y, al cabo de varios fracasos, puede reducirse a la nada.
Pero si se encuentra allí un
cierto empresario del médium, y se ha recaudado dinero, ese empresario, nervioso, insistirá para que el otro haga un
esfuerzo, por aquello de que la gente ha pagado, etc. En resumen: cundirá la
duda y el descontento, por lo que el médium, para no ser objeto de burla,
volverá a intentar, con todas sus fuerzas, caer en trance, y en ese estado de
sobreexcitación nerviosa podrá decir, tal vez inconscientemente, cosas que cree
escuchar, o bien optará por el disimulo, cosa que no resultará muy difícil para
él.
El juicio emitido: el espiritismo
es desechado por ser fraudulento; y todo a causa de que alguno de los médiums
haya sido un farsante, tal como quedó dicho anteriormente, tratando así de
evitar una hostilidad en contra suya. Unas preguntas sobre el particular:
1° ¿En qué clase social humana,
sea la que sea, no existen farsantes? ¿Se juzga también, en otros terrenos, a
los trabajadores honrados, según el comportamiento de unos pocos simulantes?
2° ¿Por qué precisamente en este
caso, y no en ninguno otro?
Fácilmente podrá contestar cada
uno a estas preguntas.
Pero, entonces, ¿sobre quién
recae la culpa fundamental de este indigno estado de cosas? En el médium, no:
¡en los hombres! Por sus opiniones excesivamente subjetivas y, sobre todo, por
su completa ignorancia, obligaron al médium a escoger entre las hostilidades
injustas y la superchería.
Los seres humanos no permiten así
como así que un médium pueda optar por un camino intermedio.
Hablo aquí únicamente de un médium
digno de ser tomado en serio, y no de tantos y tantos individuos que se hacen
pasar por tales con el fin de hacer resaltar sus mediocres facultades. Lejos de
mi ánimo está también tratar de defender, de un modo u otro, a ese gran número
de espiritistas reunidos alrededor del médium, pues raramente se encuentran
entre ellos verdaderos valores, si se exceptúan ciertos investigadores
formales, que abordan ese inexplorado terreno a fin de aprender, y no para juzgar ni quedar confinados a su ignorancia.
Para la gran mayoría de esos que
se llaman creyentes, la asistencia a tales “sesiones” no les proporcionará
progreso alguno, sino una estagnación o regresión. Han perdido su independencia
hasta tal punto que no pueden decidir nada por sí mismos, sino que siempre
necesitan ir a buscar el consejo de los “seres de ultratumba”; a menudo,
incluso, en las cosas más ridículas y, las más de las veces, para bagatelas
terrenales.
Todo investigador sincero, es
decir, todo el que busca honradamente, hallará siempre motivo de indignación en
la terrible estrechez espiritual que poseen precisamente aquellos que, durante
años, han sido visitantes asiduos de los médiums, entre los cuales se sienten
como “en su propia casa”.
Con aires de superioridad y
dándoselas de gente extraordinariamente capacitada, suelen decir las mayores
insensateces, se complacen en una hipócrita concentración y se dejan invadir
por ese agradable escalofrío que proporciona la ilusión de estar en contacto
con fuerzas invisibles.
Muchos médiums se deleitan con
los aduladores discursos de tales visitantes, los cuales no son otra cosa que
la verdadera manifestación de un deseo egoísta de participar lo más posible en
numerosas “experiencias”. Pero esas experiencias son, para ellos, sinónimos de
visiones o percepciones auditivas, o sea, una manera de entretenerse. Nunca
llegarán a “vivir” nada.
¿Qué debe pensar un hombre serio ante tales hechos?
1° Que un médium no puede contribuir
absolutamente al “éxito” si no es “abriéndose interiormente”, es decir,
entregándose por completo y, por lo demás, permaneciendo a la espera. Pues es
un utensilio que debe ser empleado, un instrumento incapaz por sí mismo de
emitir sonido alguno si no hay nadie que le haga vibrar. Nunca debe hablarse,
pues, de un fallo del médium. Quien
tal afirma patentiza su ignorancia. Mejor será que deje esas cosas en manos de
otros y que se abstenga de dar una opinión, pues es incapaz de juzgar. Tal como
aquel que, no teniendo aptitudes para estudiar, debe abstenerse de ir a una
universidad. Un médium es, pues, un mero puente, un simple medio para alcanzar
un fin.
2° Que en tales circunstancias,
las personas presentes juegan un
papel muy importante, no por su aspecto exterior, ni tampoco por su situación
social, sino por su vida interior.
La vida interior, como lo
reconocen hasta los más cínicos, es todo un mundo. Evidentemente, no puede ser
“nada”, poseyendo, como posee, sentimientos y pensamientos creadores y sustentadores;
antes bien, ha de estar integrada, lógicamente, por elementos o cosas etéreas,
los cuales, por su presión o influencias, despiertan sentimientos que de otro
modo nunca podrían haber nacido.
Por lo mismo, tampoco podrían ser
suscitadas imágenes mentales si no existiera nada. Precisamente, si esa opinión
fuese cierta, ello constituiría la mayor laguna en las leyes de las ciencias
exactas.
Es preciso, por tanto, que ahí haya algo, y lo hay efectivamente. Pues la mente creadora engendra inmediatamente
en lo etéreo, en el mundo extrafísico, formas correspondientes, cuya densidad y
vitalidad dependen de los pensamientos creadores en cuestión. Así es como surge
alrededor del hombre, junto con ese algo denominado “vida interior”, un medio
ambiente de materialidad etérea, cuya naturaleza es análoga a la de esa vida
interior.
Y ese ambiente es el que afectará al médium, más sensible a las
influencias del mundo etéreo, produciendo en él sensaciones agradables o
desagradables, y hasta dolorosas también. Por esta razón, puede suceder que
auténticos mensajes procedentes del más allá no sean susceptibles de ser
transmitidos con toda fidelidad por parte del médium, si éste, a causa de la
presencia de personas de vida interior espiritual o etérea impura, se siente
aprisionado, oprimido o turbado.
Pero más aún: esa pureza es como
una muralla que se alza ante la materialidad etérea pura, de forma que no puede
tener lugar comunicación alguna con ella, si bien es posible establecer
contacto con los elementos etéreos que poseen una impureza afín.
Naturalmente, para los
consultantes de vida interior pura, es
posible relacionarse con las regiones etéreas del mismo grado de pureza. ¡Pero
toda diferencia constituye un abismo infranqueable! De aquí los distintos
resultados en las denominadas sesiones espiritistas; de aquí también los
completos fracasos o confusiones que suelen tener lugar. Todo esto se basa en
leyes inmutables, puramente físicas, que están vigentes tanto en el más allá
como en este mundo.
Según lo dicho, los desfavorables
informes de los “examinadores” presentan un carácter muy distinto. Quienquiera
que sea capaz de observar los procesos etéreos no podrá menos que reírse al ver
cómo más de un examinador pronuncia, con su veredicto, su propia condena, cómo deja al descubierto su vida interior y cómo
vitupera su propio estado anímico.
Un segundo ejemplo: una persona
consulta a un médium. Acontece que uno de los miembros de su familia, ya
fallecido, le habla por boca del médium. Esa persona le pide consejo sobre un
asunto terrenal, tal vez de gran importancia para ella, y el difunto da sobre
el particular algunas indicaciones, que el consultante acoge como si se tratara
del Evangelio, como una revelación del otro mundo. Las observa con toda
minuciosidad y … sufre un descalabro, a menudo acompañado de graves daños.
Consecuencias: en primer lugar,
el consultante dudará del médium, siendo posible que, por la decepción sufrida
y enojado por los daños ocasionados, intrigue contra él. En algunos casos se
creerá obligado moralmente a atacarle públicamente, a fin de impedir que otro
sufra los mismos daños y descalabros. —
Aquí tendría que abrir un
paréntesis y explicar la vida del más allá, y decir cómo un hombre tal, por
efecto de la atracción de las afinidades espirituales, queda expuesto a las
corrientes de naturaleza etérea similar; cómo él, instrumento de tales
contracorrientes, se convierte en un fanático, orgullosamente persuadido de ser
paladín de la Verdad y de prestar un gran servicio a la humanidad con ello, cuando
en realidad se ha hecho esclavo de lo impuro y ha cargado sobre sí un karma,
para cuya remisión necesitará toda una vida y mucho más. De ese karma parten
constantemente nuevos hilos, que acaban por formar una malla, en la que ese
hombre queda enredado y, en su ardor fanático, no sabiendo que hacer para
salir, se revuelve furioso. — Si el decepcionado consultante no considera al médium
como un impostor, por lo menos sentirá nacer dentro de sí una grave duda
respecto a todo lo que concierne al más allá, u optará, tal vez, por tomar el
camino más cómodo, como han hecho tantos y tantos miles, diciendo: “Bien
mirado, ¡qué me importa a mí el otro mundo! ¡Allá se rompan la cabeza los
demás! ¡Yo tengo algo más importante que hacer!” Pero ese “algo tan importante” no es otra cosa que acaparar dinero para
satisfacer con él sus necesidades corporales, alejándose así, aún más, de lo
materialmente etéreo.
Pero, entonces, ¿dónde reside
verdaderamente la falta? ¡Otra vez en él
solamente! Él fue quien se forjó
una falsa idea, acogiendo como
palabras del Evangelio lo que le fue dicho. Fue una falta exclusivamente suya y no de otro cualquiera; pues
supuso que un ser ultraterreno, gracias a su materialidad etérea, sería casi
omnisciente o que, por lo menos, sabría mucho más.
En eso estriba el error de
cientos de miles. Todo lo que un morador del mundo etéreo sabe de más, al tener
lugar su metamorfosis, es que, en efecto, después de su “muerte”, no ha dejado
de existir.
Pero eso es todo en tanto no
aproveche la oportunidad de progresar en el más allá, lo cual depende — allí
también — de su resolución libre y personal, así como de sus esfuerzos honrados
y asiduos.
Por consiguiente, al ser
preguntado sobre cosas terrenales, expondrá su opinión con buena voluntad de
satisfacer los deseos formulados y con la convicción de obrar de la mejor
manera. Pero él mismo, inconscientemente, no está en condiciones de considerar las cosas y circunstancias terrenales
tal como lo haría un hombre de carne y hueso, un hombre terrenal vivo, pues está
desprovisto de la materialidad física, absolutamente necesaria para poder
juzgar como es debido.
Su punto de vista, por tanto,
tiene que ser diferente. Pero él da, ciertamente, lo que puede dar, y lo hace
con la mejor voluntad, en la creencia de que también es lo mejor. Así, pues, no
se puede hacer reproche alguno, ni a él ni al médium. Por la misma razón, no
puede ser tachado de espíritu embustero, sino que siempre debemos hacer
distinción entre espíritus ignorantes y espíritus sabios, ya que en cuanto uno
de ellos se hunde, es decir, en cuanto se vuelve menos puro y más pesado,
aparece simultáneamente y de manera espontánea una limitación de su horizonte.
Pero en todo caso aconsejará lo
que verdaderamente sienta, y obrará según sus convicciones. ¡Y en él, sólo el sentimiento cobra vida! No
el intelecto calculador, que él ya no posee, ya que éste estaba atado al cerebro terrenal y, por consiguiente,
también al espacio y al tiempo. En cuanto el intelecto hubo desaparecido con la
muerte, desapareció también la facultad de pensar y reflexionar, quedando
únicamente el sentimiento, es decir, un
continuo e inmediato vivir.
La falta está en quienes,
buscando consejo para cosas terrenales limitadas por el espacio y el tiempo,
acuden a esos seres que, por no poseer ya tales limitaciones, tampoco pueden
comprenderlas.
Los moradores del otro mundo
están, efectivamente, en condiciones de reconocer en un asunto cualquiera qué
dirección es buena y cuál es mala, pero al hombre le incumbe buscar el modo de
seguir la buena dirección valiéndose de los medios terrenales de que dispone,
es decir, mediante la inteligencia y su experiencia. Ha de hacerlo al unísono
con todas las posibilidades terrenales. Esa es su labor.
Aunque un espíritu profundamente
hundido encuentre ocasión de influir en el médium y se manifieste por él, nadie
podrá afirmar que tal espíritu miente o que pretende inducir a error, pues él
comunica fielmente lo que verdaderamente siente, y procura convencer a los
demás de ello. De otra cosa no es capaz.
Innumerables son, pues, los
errores contenidos en las interpretaciones de los espiritistas.
El “espiritismo” ha llegado a ser algo muy sospechoso, no
por si mismo, sino por la mayor parte de sus partidarios, los cuales, después
de algunas experiencias, a menudo muy lamentables, estiman, entusiasmados, que
ante ellos se ha descorrido el velo, y pretenden entonces, con gran afán, hacer
la felicidad de los demás mediante una descripción de la vida del más allá,
descripción que ellos mismos imaginaron con su desenfrenada fantasía y que no
es otra cosa que un compendio de todos sus deseos. Pero muy raras veces tales
visiones coinciden exactamente con la Verdad.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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