viernes, 16 de diciembre de 2022

12. ESPIRITISMO

 

12. ESPIRITISMO

¡Espiritismo! ¡La ciencia de los médiums! Una violenta lucha está entablada a favor y en contra. No es de mi incumbencia hablar aquí de sus adversarios y de su afán de negarlo. Eso sería perder el tiempo; pues, para toda persona que piense lógicamente, es suficiente leer el contenido de las llamadas experiencias o investigaciones, para darse cuenta inmediatamente de que ellas ponen en evidencia una ignorancia absoluta y una incapacidad manifiesta por parte de los “experimentadores”.

¿Por qué? Si yo quiero explorar los dominios de la tierra, tengo que adaptarme a la estructura del suelo, a su naturaleza. Si, por el contrario, pretendo hacer una incursión en el mar, no me queda otro remedio que acomodarme a la constitución del agua y servirme de instrumentos propios para la misma.

Arremeter contra ella con pala y azadón o con máquinas perforadoras, no me llevaría, ciertamente, muy lejos en mis investigaciones. ¿Debería, por eso, negar la existencia del agua, sólo porque, contrariamente a la compacta tierra, que me es familiar, puedo traspasarla fácilmente con el azadón? ¿Debo negarla, tal vez, por no poder andar sobre ella, tal como estoy acostumbrado a hacerlo sobre la tierra?

Los adversarios dirán: “Eso es muy diferente, porque yo puedo ver el agua y tocarla; nadie puede, pues, dudar de su existencia.”

¿Cuánto tiempo hace que el hombre negaba muy enérgicamente la existencia de los millones de microorganismos multicolores contenidos en una gota de agua, cosa que, hoy día, hasta a los niños les es conocida? ¿Y por qué no era admitido? ¡Sólo porque no se los vela! Solamente después de haber sido inventado un instrumento apropiado a su naturaleza, fue posible reconocer, ver y observar ese nuevo mundo.

Tal sucede también en el mundo extrafísico, en el llamado “más allá”. ¡Primero es menester ver! ¡Sólo entonces podréis juzgar! De vosotros depende, no del “otro mundo”. Lleváis dentro de vosotros, además del cuerpo físico, elementos materiales propios del más allá, mientras que los seres del mundo etéreo ya no poseen vuestra materialidad física.

Exigís y esperáis de ellos que se aproximen a vosotros, (dando señales, etc.), estando, como están, desprovistos de todo elemento físico. Pretendáis que os den prueba de su existencia, en tanto que vosotros, poseedores no sólo de elementos físicos sino también de elementos etéreos, permanecéis a la expectativa con cara de juez.

¡Vosotros sois los que debéis echar el puente que os es dado edificar! ¡Trabajad de una vez con el material que tenéis a vuestra disposición! Así llegaréis a ver. O, de lo contrario, si no sois capaces de ello, no digáis nada y continuad cebando lo físico, agobiando cada vez más a lo etéreo.

Un día llegará en que lo etéreo habrá de separarse de lo físico y, entonces, quedará inerte, desacostumbrado como está a emprender el vuelo; pues también ello, al igual que el cuerpo físico y lo mismo que todo lo existente, está sometido a las leyes terrenales.

¡Únicamente el movimiento engendra vigor! ¡No necesitáis de médiums para poder reconocer lo etéreo! No se requiere más que observar la vida que se pone de manifiesto en la materialidad etérea que os es propia. Proporcionadle, mediante vuestra voluntad, lo que ella ha de menester para cobrar fuerzas. ¿O es que también pretendéis negar la existencia de vuestra voluntad, ya que no podéis verla ni tocarla?

Cuántas veces no habréis sentido en vosotros mismos los efectos de vuestra propia voluntad. Sentirla sí que podéis, pero verla o palparla no. La exaltación, la alegría, el dolor, la cólera y la envidia son algunos de esos efectos. Para que la voluntad pueda entrar en acción tiene que poseer una fuerza capaz de producir una presión, pues sin tal presión no puede manifestarse ni ser sentida. Ahora bien, toda presión necesita de un cuerpo activo, de algo sólido constituido de la misma materia, de lo contrario no puede surgir presión alguna.

Se requieren, pues, formas compactas de una sustancia invisible e intocable para vuestro cuerpo físico. Tal es la materialidad del más allá, la cual sólo puede ser reconocida por vosotros mediante esos elementos afines a ella que moran en vuestro interior.

Las discusiones en pro y en contra de la existencia de una vida después de la muerte terrenal son tan extravagantes que, en verdad, a veces rayan en lo ridículo. Quienquiera que piense y observe libre de prejuicios y abstrayéndose de sus propios deseos, descubrirá en seguida que, efectivamente, todo, absolutamente todo, habla de la probabilidad de que exista un mundo de naturaleza distinta, el cual no puede ser percibido por el hombre medio actual. Son tantos los sucesos que, una y mil veces, nos advierten de ello, que no es posible echarlos a un lado simplemente, como si no hubieran tenido lugar.

En cambio, en pro de un fin definitivo del ser humano después de su muerte, no existe más que el deseo de muchos, que pretenden así sustraerse muy gustosamente a toda responsabilidad moral, en la cual no juega papel ninguno ni la astucia ni la destreza, sino que depende exclusivamente del verdadero sentimiento.

Pero en lo que respecta a los partidarios del espiritismo, del espiritualismo o como quieran llamarlo, queda todo reducido a una misma cosa: son partidarios de un gran error.

Los adictos suelen ser, para la Verdad, más peligrosos y dañinos que los adversarios.

Entre millones de ellos, sólo muy pocos permiten que se les diga la verdad; la mayoría están como circundados de una gigantesca aureola de pequeños errores, que les impide encontrar el camino que conduce a la Verdad escueta. ¿Dónde está la falta? ¿En el más allá, acaso? ¡No! ¿Tal vez en los médiums? ¡Tampoco! ¡Solamente en el propio individuo! No es lo suficiente severo y exigente para consigo mismo, no quiere revocar ideas preconcebidas, ni está dispuesto a destruir la imagen del más allá creada por sí mismo, la cual ha suscitado en su fantasía, durante largo espacio de tiempo, una santa inquietud y un cierto bienestar.

Y ¡ay de quien ose tocarlo! Cada uno de sus seguidores tiene ya preparada la piedra que ha de arrojar. Aferrado convulsivamente a sus opiniones, tachará a los seres del más allá de espíritus embusteros y fastidiosos, y echará en cara a los médiums su mediocridad, antes que entregarse tranquilamente a un autoexamen para determinar si sus propios conceptos son falsos o no.

¿Por dónde empezar a arrancar tanta maleza? Sería un trabajo interminable. Esa es la razón por la que esto que digo va dirigido solamente a los que buscan sinceramente, pues ellos serán los que encontrarán.

Pongamos un ejemplo: una persona va a consultar a un médium. Que sea famoso o no, es indiferente. Allí se reúne con otras personas. Comienza la “sesión”. El médium “fracasa” … ¡ningún resultado! ¿Cuáles son las consecuencias? Unos dirán: “El médium era una nulidad”. Otros: “El espiritismo no vale nada”. Los expertos declararán ufanamente: “Las aptitudes mediumísticas del médium, tantas veces puestas a prueba, no eran más que superchería; pues siempre que nosotros hemos estado presentes, el médium no ha conseguido nada y los “espíritus” han permanecido callados”.

Los partidarios y los convencidos, por su parte, se alejarán con la cabeza baja. La fama del médium se habrá resentido y, al cabo de varios fracasos, puede reducirse a la nada.

Pero si se encuentra allí un cierto empresario del médium, y se ha recaudado dinero, ese empresario, nervioso, insistirá para que el otro haga un esfuerzo, por aquello de que la gente ha pagado, etc. En resumen: cundirá la duda y el descontento, por lo que el médium, para no ser objeto de burla, volverá a intentar, con todas sus fuerzas, caer en trance, y en ese estado de sobreexcitación nerviosa podrá decir, tal vez inconscientemente, cosas que cree escuchar, o bien optará por el disimulo, cosa que no resultará muy difícil para él.

El juicio emitido: el espiritismo es desechado por ser fraudulento; y todo a causa de que alguno de los médiums haya sido un farsante, tal como quedó dicho anteriormente, tratando así de evitar una hostilidad en contra suya. Unas preguntas sobre el particular:

1° ¿En qué clase social humana, sea la que sea, no existen farsantes? ¿Se juzga también, en otros terrenos, a los trabajadores honrados, según el comportamiento de unos pocos simulantes?

2° ¿Por qué precisamente en este caso, y no en ninguno otro?

Fácilmente podrá contestar cada uno a estas preguntas.

Pero, entonces, ¿sobre quién recae la culpa fundamental de este indigno estado de cosas? En el médium, no: ¡en los hombres! Por sus opiniones excesivamente subjetivas y, sobre todo, por su completa ignorancia, obligaron al médium a escoger entre las hostilidades injustas y la superchería.

Los seres humanos no permiten así como así que un médium pueda optar por un camino intermedio.

Hablo aquí únicamente de un médium digno de ser tomado en serio, y no de tantos y tantos individuos que se hacen pasar por tales con el fin de hacer resaltar sus mediocres facultades. Lejos de mi ánimo está también tratar de defender, de un modo u otro, a ese gran número de espiritistas reunidos alrededor del médium, pues raramente se encuentran entre ellos verdaderos valores, si se exceptúan ciertos investigadores formales, que abordan ese inexplorado terreno a fin de aprender, y no para juzgar ni quedar confinados a su ignorancia.

Para la gran mayoría de esos que se llaman creyentes, la asistencia a tales “sesiones” no les proporcionará progreso alguno, sino una estagnación o regresión. Han perdido su independencia hasta tal punto que no pueden decidir nada por sí mismos, sino que siempre necesitan ir a buscar el consejo de los “seres de ultratumba”; a menudo, incluso, en las cosas más ridículas y, las más de las veces, para bagatelas terrenales.

Todo investigador sincero, es decir, todo el que busca honradamente, hallará siempre motivo de indignación en la terrible estrechez espiritual que poseen precisamente aquellos que, durante años, han sido visitantes asiduos de los médiums, entre los cuales se sienten como “en su propia casa”.

Con aires de superioridad y dándoselas de gente extraordinariamente capacitada, suelen decir las mayores insensateces, se complacen en una hipócrita concentración y se dejan invadir por ese agradable escalofrío que proporciona la ilusión de estar en contacto con fuerzas invisibles.

Muchos médiums se deleitan con los aduladores discursos de tales visitantes, los cuales no son otra cosa que la verdadera manifestación de un deseo egoísta de participar lo más posible en numerosas “experiencias”. Pero esas experiencias son, para ellos, sinónimos de visiones o percepciones auditivas, o sea, una manera de entretenerse. Nunca llegarán a “vivir” nada.

¿Qué debe pensar un hombre serio ante tales hechos?

1° Que un médium no puede contribuir absolutamente al “éxito” si no es “abriéndose interiormente”, es decir, entregándose por completo y, por lo demás, permaneciendo a la espera. Pues es un utensilio que debe ser empleado, un instrumento incapaz por sí mismo de emitir sonido alguno si no hay nadie que le haga vibrar. Nunca debe hablarse, pues, de un fallo del médium. Quien tal afirma patentiza su ignorancia. Mejor será que deje esas cosas en manos de otros y que se abstenga de dar una opinión, pues es incapaz de juzgar. Tal como aquel que, no teniendo aptitudes para estudiar, debe abstenerse de ir a una universidad. Un médium es, pues, un mero puente, un simple medio para alcanzar un fin.

2° Que en tales circunstancias, las personas presentes juegan un papel muy importante, no por su aspecto exterior, ni tampoco por su situación social, sino por su vida interior.

La vida interior, como lo reconocen hasta los más cínicos, es todo un mundo. Evidentemente, no puede ser “nada”, poseyendo, como posee, sentimientos y pensamientos creadores y sustentadores; antes bien, ha de estar integrada, lógicamente, por elementos o cosas etéreas, los cuales, por su presión o influencias, despiertan sentimientos que de otro modo nunca podrían haber nacido.

Por lo mismo, tampoco podrían ser suscitadas imágenes mentales si no existiera nada. Precisamente, si esa opinión fuese cierta, ello constituiría la mayor laguna en las leyes de las ciencias exactas.

Es preciso, por tanto, que ahí haya algo, y lo hay efectivamente. Pues la mente creadora engendra inmediatamente en lo etéreo, en el mundo extrafísico, formas correspondientes, cuya densidad y vitalidad dependen de los pensamientos creadores en cuestión. Así es como surge alrededor del hombre, junto con ese algo denominado “vida interior”, un medio ambiente de materialidad etérea, cuya naturaleza es análoga a la de esa vida interior.

Y ese ambiente es el que afectará al médium, más sensible a las influencias del mundo etéreo, produciendo en él sensaciones agradables o desagradables, y hasta dolorosas también. Por esta razón, puede suceder que auténticos mensajes procedentes del más allá no sean susceptibles de ser transmitidos con toda fidelidad por parte del médium, si éste, a causa de la presencia de personas de vida interior espiritual o etérea impura, se siente aprisionado, oprimido o turbado.

Pero más aún: esa pureza es como una muralla que se alza ante la materialidad etérea pura, de forma que no puede tener lugar comunicación alguna con ella, si bien es posible establecer contacto con los elementos etéreos que poseen una impureza afín.

Naturalmente, para los consultantes de vida interior pura, es posible relacionarse con las regiones etéreas del mismo grado de pureza. ¡Pero toda diferencia constituye un abismo infranqueable! De aquí los distintos resultados en las denominadas sesiones espiritistas; de aquí también los completos fracasos o confusiones que suelen tener lugar. Todo esto se basa en leyes inmutables, puramente físicas, que están vigentes tanto en el más allá como en este mundo.

Según lo dicho, los desfavorables informes de los “examinadores” presentan un carácter muy distinto. Quienquiera que sea capaz de observar los procesos etéreos no podrá menos que reírse al ver cómo más de un examinador pronuncia, con su veredicto, su propia condena, cómo deja al descubierto su vida interior y cómo vitupera su propio estado anímico.

Un segundo ejemplo: una persona consulta a un médium. Acontece que uno de los miembros de su familia, ya fallecido, le habla por boca del médium. Esa persona le pide consejo sobre un asunto terrenal, tal vez de gran importancia para ella, y el difunto da sobre el particular algunas indicaciones, que el consultante acoge como si se tratara del Evangelio, como una revelación del otro mundo. Las observa con toda minuciosidad y … sufre un descalabro, a menudo acompañado de graves daños.

Consecuencias: en primer lugar, el consultante dudará del médium, siendo posible que, por la decepción sufrida y enojado por los daños ocasionados, intrigue contra él. En algunos casos se creerá obligado moralmente a atacarle públicamente, a fin de impedir que otro sufra los mismos daños y descalabros. —

Aquí tendría que abrir un paréntesis y explicar la vida del más allá, y decir cómo un hombre tal, por efecto de la atracción de las afinidades espirituales, queda expuesto a las corrientes de naturaleza etérea similar; cómo él, instrumento de tales contracorrientes, se convierte en un fanático, orgullosamente persuadido de ser paladín de la Verdad y de prestar un gran servicio a la humanidad con ello, cuando en realidad se ha hecho esclavo de lo impuro y ha cargado sobre sí un karma, para cuya remisión necesitará toda una vida y mucho más. De ese karma parten constantemente nuevos hilos, que acaban por formar una malla, en la que ese hombre queda enredado y, en su ardor fanático, no sabiendo que hacer para salir, se revuelve furioso. — Si el decepcionado consultante no considera al médium como un impostor, por lo menos sentirá nacer dentro de sí una grave duda respecto a todo lo que concierne al más allá, u optará, tal vez, por tomar el camino más cómodo, como han hecho tantos y tantos miles, diciendo: “Bien mirado, ¡qué me importa a mí el otro mundo! ¡Allá se rompan la cabeza los demás! ¡Yo tengo algo más importante que hacer!” Pero ese “algo tan importante” no es otra cosa que acaparar dinero para satisfacer con él sus necesidades corporales, alejándose así, aún más, de lo materialmente etéreo.

Pero, entonces, ¿dónde reside verdaderamente la falta? ¡Otra vez en él solamente! Él fue quien se forjó una falsa idea, acogiendo como palabras del Evangelio lo que le fue dicho. Fue una falta exclusivamente suya y no de otro cualquiera; pues supuso que un ser ultraterreno, gracias a su materialidad etérea, sería casi omnisciente o que, por lo menos, sabría mucho más.

En eso estriba el error de cientos de miles. Todo lo que un morador del mundo etéreo sabe de más, al tener lugar su metamorfosis, es que, en efecto, después de su “muerte”, no ha dejado de existir.

Pero eso es todo en tanto no aproveche la oportunidad de progresar en el más allá, lo cual depende — allí también — de su resolución libre y personal, así como de sus esfuerzos honrados y asiduos.

Por consiguiente, al ser preguntado sobre cosas terrenales, expondrá su opinión con buena voluntad de satisfacer los deseos formulados y con la convicción de obrar de la mejor manera. Pero él mismo, inconscientemente, no está en condiciones de considerar las cosas y circunstancias terrenales tal como lo haría un hombre de carne y hueso, un hombre terrenal vivo, pues está desprovisto de la materialidad física, absolutamente necesaria para poder juzgar como es debido.

Su punto de vista, por tanto, tiene que ser diferente. Pero él da, ciertamente, lo que puede dar, y lo hace con la mejor voluntad, en la creencia de que también es lo mejor. Así, pues, no se puede hacer reproche alguno, ni a él ni al médium. Por la misma razón, no puede ser tachado de espíritu embustero, sino que siempre debemos hacer distinción entre espíritus ignorantes y espíritus sabios, ya que en cuanto uno de ellos se hunde, es decir, en cuanto se vuelve menos puro y más pesado, aparece simultáneamente y de manera espontánea una limitación de su horizonte.

Pero en todo caso aconsejará lo que verdaderamente sienta, y obrará según sus convicciones. ¡Y en él, sólo el sentimiento cobra vida! No el intelecto calculador, que él ya no posee, ya que éste estaba atado al cerebro terrenal y, por consiguiente, también al espacio y al tiempo. En cuanto el intelecto hubo desaparecido con la muerte, desapareció también la facultad de pensar y reflexionar, quedando únicamente el sentimiento, es decir, un continuo e inmediato vivir.

La falta está en quienes, buscando consejo para cosas terrenales limitadas por el espacio y el tiempo, acuden a esos seres que, por no poseer ya tales limitaciones, tampoco pueden comprenderlas.

Los moradores del otro mundo están, efectivamente, en condiciones de reconocer en un asunto cualquiera qué dirección es buena y cuál es mala, pero al hombre le incumbe buscar el modo de seguir la buena dirección valiéndose de los medios terrenales de que dispone, es decir, mediante la inteligencia y su experiencia. Ha de hacerlo al unísono con todas las posibilidades terrenales. Esa es su labor.

Aunque un espíritu profundamente hundido encuentre ocasión de influir en el médium y se manifieste por él, nadie podrá afirmar que tal espíritu miente o que pretende inducir a error, pues él comunica fielmente lo que verdaderamente siente, y procura convencer a los demás de ello. De otra cosa no es capaz.

Innumerables son, pues, los errores contenidos en las interpretaciones de los espiritistas.

El “espiritismo” ha llegado a ser algo muy sospechoso, no por si mismo, sino por la mayor parte de sus partidarios, los cuales, después de algunas experiencias, a menudo muy lamentables, estiman, entusiasmados, que ante ellos se ha descorrido el velo, y pretenden entonces, con gran afán, hacer la felicidad de los demás mediante una descripción de la vida del más allá, descripción que ellos mismos imaginaron con su desenfrenada fantasía y que no es otra cosa que un compendio de todos sus deseos. Pero muy raras veces tales visiones coinciden exactamente con la Verdad.

* * *




Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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