viernes, 16 de diciembre de 2022

13. ATADO A LO TERRENAL

 

13. ATADO A LO TERRENAL

ESTAS PALABRAS SUELEN ser usadas con mucha frecuencia.

Pero, al pronunciarlas, ¿quién entiende también lo que verdaderamente significan? “Atado a lo terrenal” suena algo así como a castigo terrible. La mayoría de los hombres son un poco aprensivos y sienten temor de quienes aún están atados a lo terrenal. Sin embargo, el significado de tales palabras no es tan inquietante.

Cierto que hay muchas cosas oscuras que incitan a éste o a aquél a atarse a lo terrenal, pero las más simples son las que, generalmente, obligan a una existencia vinculada a la Tierra.

Tomemos un caso como ejemplo: las consecuencias de los pecados de los padres se dejan sentir hasta en la tercera o cuarta generación.

Un niño hace a la familia una pregunta cualquiera sobre el más allá o sobre Dios, cuestiones que ha oído en la escuela o en la iglesia. El padre le replica despectivo: “¡Déjate de semejantes tonterías! ¡Al morir se acaba todo!”

El niño se queda perplejo y empieza a dudar. Esas desdeñosas manifestaciones del padre o de la madre se repiten, las escucha también en boca de otros y acaba por admitir la opinión general.

He aquí que llega el momento en que el padre ha de abandonar este mundo. Entonces, con espanto, comprueba que no ha dejado de existir. Al mismo tiempo, nace en él un ardiente deseo de comunicar a su hijo lo que ha constatado. Ese deseo le ata a él.

Pero éste no le oye ni siente su proximidad, pues vive convencido de que su padre ya no existe. Una especie de barrera sólida e infranqueable se interpone entre el hijo y los esfuerzos del padre. Ahora bien, el sufrimiento de éste al tener que contemplar cómo su hijo, a causa de su instigación, camina por una senda errónea que le aparta más y más de la Verdad; la angustia de ver que, si sigue por ese falso camino, no podrá eludir el peligro de hundirse más profundamente; y, sobre todo, la angustia que sentirá al ser consciente de la inminencia de tal peligro, todo eso servirá también de castigo, por haber conducido al hijo por ese sendero.

Raras veces sucederá que el padre pueda comunicar al hijo, de una u otra forma, los conocimientos adquiridos. Habrá de presenciar cómo la falsa concepción se transmite a los hijos de su hijo, de éstos a los suyos, y así sucesivamente, sufriendo todas las consecuencias de su propio error. No quedará libre de ello en tanto que uno de los descendientes no descubra el recto sendero y ejerza también su influencia sobre los demás, por lo que el padre, al cabo del tiempo, quedará liberado y podrá pensar en su encumbramiento personal.

Otro caso: un fumador empedernido lleva consigo al más allá su imperiosa necesidad de fumar, pues se trata de una pasión que roza en el sentimiento, es decir, en lo espiritual, si bien sólo le afecta en sus ramificaciones más externas. Esa pasión, ese vehemente deseo, le retiene allí donde puede encontrar satisfacción… en la Tierra. Tal satisfacción consistirá en ir tras de los fumadores y participar de los sentimientos de los mismos.

Si a esos tales no los retiene en otro lugar un pesado karma, se sentirán muy a su gusto, y rarísimas veces llegarán a ser conscientes del castigo propiamente dicho. Únicamente aquel que posee una idea de conjunto de toda su existencia puede percatarse del castigo que va inherente en el ineludible efecto recíproco, el cual impide que la persona en cuestión ascienda mientras siga manteniendo “vivo” ese imperante deseo que le ata a otros hombres de carne y hueso, cuyos sentimientos son lo único que puede proporcionarle una participación de la satisfacción experimentada por ellos.

Tal sucede también con la satisfacción sexual, con el beber e incluso con la marcada propensión a comer. A causa de esta inclinación, muchos se ven obligados a merodear por cocinas y despensas a fin de poder contemplar cómo otros disfrutan de los placeres de la mesa, experimentando así una pequeña parte, por lo menos, de ese disfrute.

Estrictamente considerado, se trata, en verdad, de un “castigo”. Pero el ardiente deseo de esos seres “atados a la Tierra” les impide sentirlo como tal castigo, ya que su presencia eclipsa a todos los demás, razón por la cual el anhelo de lo más noble y elevado no llega a ser lo suficiente intenso como para convertirse en sentimiento dominante capaz de liberarlos de toda otra aspiración y de elevarlos.

No serán absolutamente conscientes de lo que se han perdido, en tanto que ese afán de placeres, siguiendo una especie de proceso de deshabituamiento, no se debilite y desfallezca, precisamente por no poder hallar en otros hombres más que una pequeña parte de satisfacción. Entonces, otros sentimientos aún latentes en ellos ocuparán primeramente el puesto de aquél, luego irán avanzando hasta ponerse en cabeza, y se convertirán así, inmediatamente, en manifestaciones vivas, adquiriendo con ello la fuerza de la realidad.

La naturaleza de cada uno de esos sentimientos así revividos conducirá al hombre en cuestión allí donde se encuentran las especies afines, ya sea ascendiendo o descendiendo, y allí permanecerá hasta que el sentimiento correspondiente, lo mismo que el primero, desaparezca también mediante el deshabituamiento, dando paso así al más inmediato de todos los que estén presentes.

Al cabo de cierto tiempo, habrá tenido lugar una depuración de todas las taras llevadas al más allá. ¿No quedará detenido un día en algún sitio, a causa de un último sentimiento? ¡No! Pues una vez liberado de los sentimientos más bajos, es decir, después de haberlos hecho desaparecer definitivamente, ese hombre habrá alcanzado una cierta altura espiritual, sentirá un continuo afán de conseguir siempre lo que está más alto, lo que es más puro, y ese afán le empujará constantemente hacia arriba.

Tal es el desarrollo normal. Pero hay miles de incidentes intermedios. El peligro de caer, el riesgo de quedar enganchado, es mucho más grande que cuando se está en la Tierra, cuando el hombre es de carne y hueso.

Si, habiendo alcanzado una cierta altura, te entregas a un sentimiento más bajo, aunque no sea más que por un instante, ese sentimiento se convertirá inmediatamente en una experiencia vivida y, por consiguiente, en una realidad. Te habrás vuelto más denso y, por tanto, más pesado, y te hundirás hasta las regiones de las afinidades idénticas. Tu horizonte se habrá limitado, y te verás obligado a emprender de nuevo tu penosa labor ascensional, si es que no te hundes cada vez más.

Por eso, la exhortación “velad y orad” no es palabra vana. La materialidad etérea que llevas dentro de ti está protegida actualmente por tu cuerpo físico, está anclada en él.

Pero cuando sobrevenga la “muerte” y el cuerpo se descomponga, tendrá lugar la separación, habrás quedado sin protección y serás atraído irremediablemente, por las especies análogas a tu naturaleza etérea, hacia arriba o hacia abajo, sin posibilidad de huir. Solamente una gran fuerza motriz puede ayudarte a ascender: la fuerza de tu voluntad encaminada hacia el bien, hacia lo elevado, la cual, como anhelo y sentimiento que es, se convierte en experiencia vivida y cobra realidad conforme a la ley del mundo de la materialidad etérea, en el cual no tienen cabida más que los sentimientos.

Por consiguiente, prepárate, empieza hoy mismo a desarrollar tu voluntad, a fin de que no quede suplantada por otros deseos terrenales más fuertes, cuando tenga lugar la metamorfosis que, de un momento a otro, puede sobrevenirte. ¡Ponte en guardia, oh hombre, y mantente vigilante!

* * *



Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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