13. ATADO A LO TERRENAL
ESTAS
PALABRAS SUELEN ser usadas con mucha frecuencia.
Pero, al pronunciarlas, ¿quién entiende también lo que verdaderamente
significan? “Atado a lo terrenal” suena algo así como a castigo terrible. La
mayoría de los hombres son un poco aprensivos y sienten temor de quienes aún
están atados a lo terrenal. Sin embargo, el significado de tales palabras no es
tan inquietante.
Cierto que hay muchas cosas oscuras que incitan a éste o a
aquél a atarse a lo terrenal, pero las más simples son las que, generalmente,
obligan a una existencia vinculada a la Tierra.
Tomemos un caso como ejemplo: las consecuencias de los
pecados de los padres se dejan sentir hasta en la tercera o cuarta generación.
Un niño hace a la familia una pregunta cualquiera sobre el
más allá o sobre Dios, cuestiones que ha oído en la escuela o en la iglesia. El
padre le replica despectivo: “¡Déjate de semejantes tonterías! ¡Al morir se
acaba todo!”
El niño se queda perplejo y empieza a dudar. Esas
desdeñosas manifestaciones del padre o de la madre se repiten, las escucha
también en boca de otros y acaba por admitir la opinión general.
He aquí que llega el momento en que el padre ha de
abandonar este mundo. Entonces, con espanto, comprueba que no ha dejado de
existir. Al mismo tiempo, nace en él un ardiente deseo de comunicar a su hijo
lo que ha constatado. Ese deseo le ata a él.
Pero éste no le oye ni siente su proximidad, pues vive
convencido de que su padre ya no existe. Una especie de barrera sólida e
infranqueable se interpone entre el hijo y los esfuerzos del padre. Ahora bien,
el sufrimiento de éste al tener que contemplar cómo su hijo, a causa de su instigación,
camina por una senda errónea que le aparta más y más de la Verdad; la angustia
de ver que, si sigue por ese falso camino, no podrá eludir el peligro de
hundirse más profundamente; y, sobre todo, la angustia que sentirá al ser
consciente de la inminencia de tal peligro, todo eso servirá también de
castigo, por haber conducido al hijo por ese sendero.
Raras veces sucederá que el padre pueda comunicar al hijo,
de una u otra forma, los conocimientos adquiridos. Habrá de presenciar cómo la
falsa concepción se transmite a los hijos de su hijo, de éstos a los suyos, y
así sucesivamente, sufriendo todas las consecuencias de su propio error. No
quedará libre de ello en tanto que uno de los descendientes no descubra el
recto sendero y ejerza también su influencia sobre los demás, por lo que el
padre, al cabo del tiempo, quedará liberado y podrá pensar en su encumbramiento
personal.
Otro caso: un fumador empedernido lleva consigo al más allá
su imperiosa necesidad de fumar, pues se trata de una pasión que roza en el
sentimiento, es decir, en lo espiritual, si bien sólo le afecta en sus
ramificaciones más externas. Esa pasión, ese
vehemente deseo, le retiene allí donde puede encontrar satisfacción… en la
Tierra. Tal satisfacción consistirá en ir tras de los fumadores y participar de los sentimientos de los
mismos.
Si a esos tales no los retiene en otro lugar un pesado
karma, se sentirán muy a su gusto, y rarísimas veces llegarán a ser conscientes
del castigo propiamente dicho. Únicamente aquel que posee una idea de conjunto
de toda su existencia puede percatarse del castigo que va inherente en el
ineludible efecto recíproco, el cual impide que la persona en cuestión ascienda
mientras siga manteniendo “vivo” ese imperante
deseo que le ata a otros hombres de carne y hueso, cuyos sentimientos son lo
único que puede proporcionarle una participación de la satisfacción
experimentada por ellos.
Tal sucede también con la satisfacción sexual, con el beber
e incluso con la marcada propensión a comer. A causa de esta inclinación,
muchos se ven obligados a merodear por cocinas y despensas a fin de poder
contemplar cómo otros disfrutan de los placeres de la mesa, experimentando así
una pequeña parte, por lo menos, de ese disfrute.
Estrictamente considerado, se trata, en verdad, de un
“castigo”. Pero el ardiente deseo de esos seres “atados a la Tierra” les impide
sentirlo como tal castigo, ya que su presencia eclipsa a todos los demás, razón
por la cual el anhelo de lo más noble y elevado no llega a ser lo suficiente
intenso como para convertirse en sentimiento dominante capaz de liberarlos de
toda otra aspiración y de elevarlos.
No serán absolutamente conscientes de lo que se han
perdido, en tanto que ese afán de placeres, siguiendo una especie de proceso de
deshabituamiento, no se debilite y desfallezca, precisamente por no poder
hallar en otros hombres más que una pequeña parte de satisfacción. Entonces,
otros sentimientos aún latentes en ellos ocuparán primeramente el puesto de
aquél, luego irán avanzando hasta ponerse en cabeza, y se convertirán así,
inmediatamente, en manifestaciones vivas, adquiriendo con ello la fuerza de la
realidad.
La naturaleza de cada uno de esos sentimientos así
revividos conducirá al hombre en cuestión allí donde se encuentran las especies
afines, ya sea ascendiendo o descendiendo, y allí permanecerá hasta que el
sentimiento correspondiente, lo mismo que el primero, desaparezca también
mediante el deshabituamiento, dando paso así al más inmediato de todos los que
estén presentes.
Al cabo de cierto tiempo, habrá tenido lugar una depuración
de todas las taras llevadas al más allá. ¿No quedará detenido un día en algún
sitio, a causa de un último sentimiento? ¡No! Pues una vez liberado de los
sentimientos más bajos, es decir, después de haberlos hecho desaparecer
definitivamente, ese hombre habrá alcanzado una cierta altura espiritual,
sentirá un continuo afán de conseguir siempre lo que está más alto, lo que es
más puro, y ese afán le empujará constantemente hacia arriba.
Tal es el desarrollo normal.
Pero hay miles de incidentes intermedios. El peligro de caer, el riesgo de
quedar enganchado, es mucho más grande que cuando se está en la Tierra, cuando
el hombre es de carne y hueso.
Si, habiendo alcanzado una cierta altura, te entregas a un
sentimiento más bajo, aunque no sea más que por un instante, ese sentimiento se
convertirá inmediatamente en una experiencia vivida y, por consiguiente, en una
realidad. Te habrás vuelto más denso y, por tanto, más pesado, y te hundirás
hasta las regiones de las afinidades idénticas. Tu horizonte se habrá limitado,
y te verás obligado a emprender de nuevo tu penosa labor ascensional, si es que
no te hundes cada vez más.
Por eso, la exhortación “velad y orad” no es palabra vana.
La materialidad etérea que llevas dentro de ti está protegida actualmente por
tu cuerpo físico, está anclada en él.
Pero cuando sobrevenga la “muerte” y el cuerpo se
descomponga, tendrá lugar la separación, habrás quedado sin protección y serás
atraído irremediablemente, por las especies análogas a tu naturaleza etérea,
hacia arriba o hacia abajo, sin posibilidad de huir. Solamente una gran fuerza
motriz puede ayudarte a ascender: la fuerza de tu voluntad encaminada hacia el
bien, hacia lo elevado, la cual, como anhelo y sentimiento que es, se convierte
en experiencia vivida y cobra realidad conforme a la ley del mundo de la
materialidad etérea, en el cual no tienen cabida más que los sentimientos.
Por consiguiente, prepárate, empieza hoy mismo a
desarrollar tu voluntad, a fin de que no quede suplantada por otros deseos
terrenales más fuertes, cuando tenga lugar la metamorfosis que, de un momento a
otro, puede sobrevenirte. ¡Ponte en guardia, oh hombre, y mantente vigilante!
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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