domingo, 4 de diciembre de 2022

15. LA LUCHA


 

15. LA LUCHA


HASTA EL PRESENTE no podía hablarse de una oposición auténtica entre dos concepciones del mundo y de la vida. La palabra lucha es, por consiguiente, una expresión mal escogida para calificar lo que ocurre efectivamente entre los hombres saturados de intelectualidad y los que buscan la Verdad con sinceridad.

Todo cuanto hasta ahora ha ocurrido se caracteriza por un ataque unilateral por parte de los hombres de intelecto, que para cualquier observador desapasionado por necesidad ha de resultar visiblemente injustificado y, con frecuencia, ridículo. Enemistad y burla, incluso las más graves persecuciones esperan a todos aquellos que buscan progresar en su evolución puramente espiritual, aun cuando se mantengan en discreta reserva. Siempre se encuentran personas dispuestas a retener, con ironía o por la violencia, a quienes tratan de elevarse y a arrastrarlos hasta que caigan en la somnolencia lúgubre o en la hipocresía de las masas.

Muchos de ellos terminaron siendo realmente mártires, porque no sólo el vulgo, sino también los poderes terrenales eran partidarios de los hombres de intelecto. Lo que tales personas pueden aportar se pone ya de manifiesto en la palabra “intelecto”. A saber: la facultad de comprensión, limitada en su estrechez a lo puramente terrenal, es decir, a la más mínima fracción de la existencia propiamente dicha.

Es fácil de comprender que de esto no puede resultar nada perfecto, es más, ni siquiera nada bueno para una humanidad cuya existencia se desarrolla principalmente en regiones que los hombres de intelecto han vedado para sí mismos. Sobre todo considerando que el ínfimo lapso de tiempo de una vida terrena es precisamente lo que debe llegar a constituir un punto esencial de viraje para toda la existencia y entrañar consecuencias decisivas en esas otras regiones completamente inconcebibles para los hombres de intelecto.

Gigantescas son las proporciones que va adquiriendo la responsabilidad del hombre de intelecto, el cual ha llegado a situarse ya en un plano sumamente bajo. La presión aplastante de esta responsabilidad contribuirá a empujarlo cada vez más deprisa hacia el objetivo elegido, hasta que, al fin, tenga que saborear los frutos de aquello que defendió mediante su palabra con tanta obstinación y arrogancia.

La expresión “hombres de intelecto” ha de interpretarse como designación de aquellos hombres sometidos incondicionalmente a su propio razonamiento intelectual. Lo curioso es que éstos vienen creyendo, desde hace miles de años, que tienen un derecho absoluto a imponer, por la ley y la fuerza, sus limitadas convicciones a aquellos que desean vivir conforme a convicciones diferentes a las suyas. Esta pretensión completamente ilógica tiene su origen, a su vez, en esa estrechez de entendimiento que, incapaz de remontarse a planos superiores, caracteriza al hombre intelectual. Es precisamente esta limitación la que engendra en su imaginación tales pretensiones, pues trae consigo una así llamada culminación en cuanto a la comprensión, culminación que hace creer al hombre intelectual que ha llegado a la más alta cumbre del saber. Para ellos mismos, en realidad, es así, pues han llegado realmente al límite infranqueable de sus estrechas posibilidades.

Mas al examinar detenidamente sus ataques contra los que buscan la Verdad, se descubre, en el odio muchas veces incomprensible, que están acuciados por el látigo de las tinieblas. Rara vez se encuentra en estas animosidades vestigios de una voluntad sincera que podría, en cierta medida, excusar esa manera de obrar, con frecuencia insolente y fuera de lugar. En la mayor parte de los casos, trátase de un ciego ataque de rabia exento de toda verdadera lógica. Consideremos por un momento y en toda calma sus ataques. ¡Cuán raro encontrar un artículo cuyo contenido demuestre el intento de tratar de una manera realmente objetiva los discursos o escritos de un buscador de la Verdad!

La mediocridad e inconsecuencia de sus ataques se revela precisamente, con toda claridad, por esa falta de auténtica objetividad. Siempre contienen encubiertas o manifiestas difamaciones dirigidas contra la persona que busca la Verdad. Sólo puede obrar así quien no es capaz de una réplica objetiva. En efecto, un buscador o un mensajero de la Verdad jamás se muestra personal, sino que se limita a manifestar lo que tiene que decir.

¡La palabra es lo que es preciso examinar, no la persona! Ocuparse con preferencia de la persona y considerar a continuación si se puede prestar oído a sus palabras es cosa común entre los hombres entregados a su intelecto. Por razón de los estrechos límites de su comprensión, precisan de un apoyo externo; necesitan aferrarse a tales exterioridades para no caer en confusión. He aquí, precisamente, en qué consiste el edificio hueco que erigen, edificio, a todas luces, insuficiente para los hombres, además de constituir un serio obstáculo para su progreso.

Si tuviesen una base sólida en su interior, no tendrían inconveniente en oponer simplemente hechos contra hechos, sin ocuparse de las personas. Pero son incapaces de hacerlo. Es más, lo evitan intencionadamente porque sienten, o saben en parte, que en un torneo reglamentado no tardarían en caer de la silla. La expresión irónica tan frecuentemente empleada de “predicador laico” o “comentario profano” revela, ya de por sí, tal ridícula pretensión, que cualquier hombre sincero no puede menos que intuir: “¡He aquí un escudo para ocultar tras él, desesperadamente, la carencia de argumentos y cubrir con una vistosa insignia la propia vacuidad!”

Esta es una torpe táctica que no puede mantenerse mucho tiempo. Tiene como finalidad desplazar a priori a los buscadores de la Verdad, que podrían resultar molestos, situándolos en un plano de “inferioridad” ante los ojos de sus contemporáneos, pretende incluso ridiculizarlos o, al menos, hacer que se los catalogue dentro de la categoría de los “charlatanes”, a fin de que nadie pueda tomarlos en serio.

Mediante tal proceder, se pretende evitar que alguien se ocupe seriamente de sus palabras. Con todo, el motivo de este modo de obrar no es la preocupación de que el prójimo pueda ser retenido en su camino hacia la evolución interior mediante la influencia de doctrinas falsas, sino un vago temor de que su influencia resulte mermada y ellos mismos tengan entonces que profundizar más en sus lucubraciones, viéndose obligados a modificar no pocos conceptos admitidos hasta ahora como intangibles y que, por otra parte, resultaban harto cómodos.

Precisamente estas alusiones frecuentes a los “laicos”, esta singular manera de mirar por encima del hombro a aquellos que, por su intuición más viva y más independiente, se hallan más próximos a la Verdad y no viven encerrados entre los muros erigidos por las rígidas concepciones intelectuales; todo esto, revela una debilidad oculta, cuyos peligros no pueden escapar a ninguno que reflexione. Quien profesa semejantes opiniones queda excluido de antemano de la posibilidad de ser un instructor y un guía independiente, pues con ello se halla más alejado de Dios y de Su actividad que cualquier otro.

El conocimiento de la evolución de las religiones, con todos sus errores y faltas, no aproxima al hombre a su Dios, como tampoco la interpretación intelectual de la Biblia o de cualquier otra valiosa escritura de las diversas religiones.

El intelecto está y estará siempre ligado al espacio y al tiempo, es decir, a la Tierra, mientras que la Divinidad, y por consecuencia el reconocimiento de Dios y de Su Voluntad, se hallan por encima del espacio y del tiempo, por encima de todo lo efímero, por lo cual jamás podrán ser aprehendidos por la estrechez de una intelectualidad limitada.

Por esta sencilla razón, no es misión del intelecto el aportar esclarecimientos en lo que concierne a valores eternos. De otro modo, la contradicción sería evidente. Por eso el que en estas cuestiones hace alarde de sus títulos académicos y mira de lado a los seres que no han sido influenciados, no hace sino evidenciar su propia incapacidad y sus limitaciones. Los hombres reflexivos advertirán al instante la tendencia unilateral, y se mostrarán precavidos frente a quienes de tal modo los exhorten a la prudencia.

Solamente los llamados pueden ser verdaderos instructores. Y los llamados no son otros que los que portan ya, en sí, la aptitud requerida para serlo. Tal aptitud no exige de ningún modo una instrucción superior, sino las vibraciones de una fina facultad intuitiva, capaz de elevarse por encima del espacio y del tiempo, es decir, por encima de los límites de las concepciones del cerebralismo terrestre.

Por otra parte, todo hombre interiormente libre juzgará siempre una cosa o una enseñanza en función de lo que aporte y no en función de la persona de la que provenga. Proceder de esta última manera es un certificado de pobreza tal, que no cabe imaginarse otra mayor. El oro es oro, ya se encuentre en manos de un príncipe, ya de un mendigo.

Sin embargo, este hecho irrefutable es lo que se intenta ignorar o falsear con la mayor obstinación, cuando precisamente se trata de lo más precioso que existe para el hombre espiritual. Naturalmente, el éxito no es otro que en el caso del oro. Pues aquellos que buscan realmente y con sinceridad, no se dejan disuadir por tales distracciones y examinan por cuenta propia la cuestión. Los que, por el contrario, se dejan disuadir, es que no están aún maduros para recibir la Verdad; tampoco está destinada a ellos.

Sin embargo, no está lejana la hora en que habrá de iniciarse una lucha hasta hoy jamás emprendida. La parcialidad llegará a su fin, seguida de una rigurosa confrontación que aniquilará toda falsa pretensión.

* * *



Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio



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