domingo, 4 de diciembre de 2022

16. LA CIENCIA MODERNA DEL ESPÍRITU

 


16. LA CIENCIA MODERNA DEL ESPÍRITU

¡CIENCIA MODERNA DEL ESPÍRITU! ¡Cuánto no se agrupa bajo su pabellón! ¡Cuántas cosas se reúnen en él y cuántas también se combaten mutuamente! Vasto campo de seria investigación, de saber mediocre y grandes proyectos, de vanidad y de necedad, de frecuente y vana ostentación e incluso de intereses comerciales desprovistos de todo escrúpulo. No es raro que de tal confusión nazca la envidia y un odio sin límites que acaba dando lugar a un ansia de venganza de la más vil naturaleza.

Naturalmente, no es de extrañar que, en tales circunstancias, muchas personas rehuyan con repugnancia este loco trajín, como si temiesen resultar envenenadas por mero contacto. En realidad no les falta razón; pues innumerables adeptos de las ciencias del espíritu no muestran en su comportamiento nada de halagüeño y menos aún de atractivo. Por el contrario todo en ellos incita más bien a las demás personas a proceder con la mayor prudencia.

Es singular que todo el campo de la llamada ciencia del espíritu, que los malintencionados y los ignorantes confunden con frecuencia con la ciencia de los “espíritus”, se considere hoy día como una especie de tierra de nadie en la que todo el mundo puede dedicarse a sus manejos y abusos sin que nadie se lo impida, más aún, sin la más mínima consideración y sin que nadie pueda imponerles sanción alguna.

Esto es lo que muchos creen, pero la experiencia ya ha enseñado sobradas veces que no es así.

Innumerables pioneros en este campo, lo suficientemente imprudentes para atreverse a avanzar en sus investigaciones cuando no estaban dotados más que de un conocimiento puramente imaginario, acabaron siendo víctimas indefensas de su negligencia. Lo triste de esto es sólo que todas estas víctimas sucumbieron sin haber proporcionado a la humanidad el más mínimo provecho.

Cada uno de estos casos hubiera podido constituir, en efecto, un testimonio de que el camino emprendido no es el camino justo, por causar tan sólo daños e incluso perdición, mas nunca bendiciones. Sin embargo, con una singular obstinación se sigue por estos caminos falsos que no hacen más que causar, de continuo, nuevas víctimas. Por la más ínfima partícula de conocimiento adquirido, que es evidente en la grandiosa Creación, levantan un clamor ensordecedor y redactan también innumerables disertaciones y exposiciones que, por necesidad, han de espantar a no pocas personas que buscan la Verdad con seriedad, ya que en ellas se descubren, con toda claridad, sus tanteos llenos de incertidumbre.

En realidad, toda la labor de investigación realizada hasta ahora no puede calificarse de otra cosa que de un juego peligroso, con un fondo de buena voluntad.

El dominio de la ciencia del espíritu, considerado como tierra de nadie, no podrá jamás ser abordado impunemente mientras no se tengan en cuenta, previamente, las Leyes del espíritu en toda su amplitud. Toda oposición a estas leyes, consciente o inconsciente, es decir, toda “inobservancia” de las mismas – que viene a ser lo mismo que infringirlas – debe, por su inevitable acción recíproca, herir al hombre temerario, frívolo o imprudente que no las considere o no sea capaz de considerarlas con rigurosidad.

Querer explorar lo extraterreno con medios y posibilidades terrenales viene a ser lo mismo que abandonar a un niño, insuficientemente desarrollado, desconocedor de los peligros de la Tierra, en una selva de la cual únicamente un adulto podría tener perspectivas de salir sano y salvo, actuando con máxima cautela y provisto de los recursos y las fuerzas necesarias.

A estos adeptos de las ciencias modernas del espíritu, con sus métodos de trabajo actuales, les ocurre algo similar, por muy seriamente que se figuren obrar, y por mucho que arriesguen por amor al conocimiento y con el fin de ayudar a los hombres a progresar más allá de una barrera, frente a la cual vienen pidiendo acceso con insistencia desde tiempo inmemorial.

Como niños, estos investigadores hállanse hoy día ante tales límites; impotentes y a tientas, ignorantes de los peligros que en cualquier instante pueden afluir sobre ellos o que a través de ellos pueden recaer sobre otros, cuando en sus experimentos a tientas tengan la desdicha de abrir una brecha en la muralla defensiva natural, o una puerta que, para muchos, mejor sería que permaneciese cerrada.

Todo esto sólo cabe calificarlo de irreflexión y no de audacia, en tanto que estos exploradores no tengan toda la certeza de saber solucionar inmediatamente todos los posibles peligros que se les puedan presentar, tanto a ellos mismos como a los demás.

Los más irresponsables son los “investigadores” que se dedican a hacer experimentos. Ya he aludido, en más de una ocasión, al crimen de la hipnosis.*

Los investigadores que realizan sus experimentos de otra manera cometen, en la mayor parte de los casos, debido a su ignorancia, una falta lamentable que, en caso de tener conocimiento, desde luego no cometerían; una falta que consiste en sumir a otras personas, muy sensibles o especialmente dotadas de facultades mediumnísticas, en un sueño magnético, o incluso hipnótico, con el fin de acercarles más a las influencias invisibles del mundo del “más allá”. Con tal proceder esperan poder escuchar y observar fenómenos diversos, cosa que sería de todo punto imposible si el sujeto sometido a la experiencia se encontrase en estado de completa conciencia.

Como mínimo, en el noventa y cinco por ciento de estos casos exponen a dichas personas a inmensos peligros que aún no están en

* Conferencia II–25: “El crimen de la hipnosis

condiciones de afrontar. Pues toda especie de intervención artificial con el fin de profundizar en tal materia es un encadenamiento del alma, obligándole a entrar en una sensibilidad mucho mayor de lo que permitiría su desarrollo natural.

Las consecuencias de tales experiencias son que el alma de la víctima se ve trasladada de repente a un ambiente en el que, a causa de la intervención artificial, está desprovista de su protección natural; es decir, irrumpe en un dominio en el cual esta protección natural le falta, puesto que sólo puede obtenerla por propia evolución interna y sana.

Es preciso imaginarse a esa persona tan desdichada como si estuviese despojada de todas sus vestiduras, atada a un poste y sirviendo de cebo en un terreno por demás peligroso, con el fin de que atraiga hacia sí la vida y la actividad de ese ambiente aún desconocido, e incluso permita que descarguen sus influencias sobre sí, para así poder referir sus experiencias o hacer que, por su mediación, las repercusiones resulten visibles también para otras personas, sacrificando determinadas sustancias físicas de su propio cuerpo.

En ciertos momentos, el sujeto con el que se lleva a cabo el experimento, es capaz – merced al contacto que su alma artificialmente avanzada tiene que mantener necesariamente con su cuerpo terrenal – de comunicar a los espectadores todo cuanto acontece, cual si ejerciera las funciones de un teléfono.

Pero puede ocurrir que esa avanzadilla lograda por medios artificiales sea atacada de algún modo. El alma, entonces, despojada como está de su protección natural, es incapaz de defenderse quedando desamparada y sin posibilidad de ayuda por haber sido trasladada artificialmente con la ayuda de otros a un terreno que según su evolución no le corresponde o que incluso nunca le corresponderá. El llamado investigador, que por su sed de saber la expuso a tal peligro, no puede ayudarla tampoco; pues siendo él mismo extraño y falto de toda experiencia en el terreno de donde viene el peligro, es incapaz de hacer algo en su defensa.

De esta suerte, tales investigadores conviértense sin querer en criminales que no pueden ser juzgados por la justicia terrena. Pero esto no excluye que las leyes espirituales ejerzan sus efectos retroactivos con tanto mayor rigor y que, en consecuencia, el investigador resulte encadenado a su víctima.

No pocos sujetos de investigación sufren ataques por parte de la materialidad etérea, que, a veces después de un tiempo, otras veces sin tardar mucho y otras inmediatamente, repercuten en el cuerpo físico, de tal suerte que acaban enfermando o falleciendo, lo cual no quiere decir que el daño psíquico quede por fin reparado.

Estos observadores, que dicen ser investigadores y que lanzan a sus víctimas a regiones desconocidas, suelen mantenerse a cubierto durante el curso de sus peligrosos experimentos, bien protegidos terrenalmente por su cuerpo y su consciencia diurna.

Es raro que ellos participen al mismo tiempo de los peligros que corren los sujetos con los que se hace el experimento, de tal modo que en cualquier instante puedan hacerse extensivos a su propia persona. Mas cuando se produce su muerte terrena, en el instante de pasar al mundo de la materialidad etérea, serán obligados a seguir a sus víctimas, con las que quedaron encadenados, hasta el lugar en que éstas sean confinadas eventualmente, para poder emprender el ascenso conjuntamente con ellas, a paso más lento.

La incursión artificial que un alma realiza penetrando en una zona distinta no ha de entenderse siempre como una separación del alma de su cuerpo, encaminándose ésta hacia otras regiones. En la mayor parte de los casos, el alma permanece tranquila dentro del cuerpo. Lo único que sucede es que, por el sueño magnético o hipnótico, se le proporciona una sensibilidad antinatural de tal suerte que le es posible reaccionar ante corrientes e influjos mucho más sutiles que hallándose en su estado natural.

Es evidente que en este estado antinatural no pueda disponer de la plenitud de las fuerzas que realmente tendría en caso de haber llegado a tal estado por evolución interior, ya que, habiéndolo alcanzado, nada le impediría permanecer con toda confianza y firmeza sobre el nuevo plano de mayor etereidad, oponiéndose a todas las influencias con la misma fuerza.

Esta carencia de plenitud de fuerzas sanas, debido al estado artificial en que el alma se encuentra, provoca un desequilibrio que, necesariamente, ha de entrañar perturbaciones. Como consecuencia, prodúcese un enturbiamiento de todo su sentir intuitivo, que, a su vez, da lugar a deformaciones de la realidad.

Son, pues, los investigadores mismos quienes con sus intervenciones perjudiciales dan origen a tantos informes equívocos y tantos errores. De aquí que, en los múltiples asuntos que ya se han dado como “explorados” en el campo del ocultismo, encontraremos no pocas cosas imposibles de resistir el riguroso examen de la lógica. Los errores que contienen son tantos, que hasta ahora no ha sido posible reconocerlos todos como tales.

Siguiendo estos caminos tan evidentemente falsos no hay modo de obtener absolutamente nada que sea capaz de proporcionar provecho o beneficio alguno al género humano.

Lo que en verdad puede servir a la humanidad es tan sólo aquello que la ayuda a elevarse o, cuando menos, a encontrar el camino hacia las alturas. ¡Mas ésto queda descartado de antemano y por siempre, en lo que concierne a tales experimentos!

Mediante intervenciones artificiales podrá un investigador, finalmente alguna vez, conseguir que un individuo sensible o con facultades mediumnísticas abandone su cuerpo y penetre en el mundo de la materialidad etérea que le sea más próximo, pero en ningún caso logrará que se eleve ni un solo milímetro por encima de lo que corresponde, de un modo u otro, a su naturaleza interior. Al contrario, mediante la ayuda aportada artificialmente ni siquiera logran que esos seres lleguen hasta tal punto; siempre se quedan en los contornos más inmediatos a lo terrestre.

Ahora bien, estas inmediaciones de lo terrestre sólo pueden albergar en sí lo que aún está íntimamente ligado a lo terrenal, es decir, lo que por su mediocridad, sus vicios y sus pasiones sigue encadenado a la Tierra.

Claro está que, de vez en cuando, puede toparse aquí o allá con un alma un poco más evolucionada que resida pasajeramente en estos contornos. Pero no siempre cabe esperar tal suerte. Por razones meramente naturales, aquello que es más elevado no puede encontrarse allí. El universo entero se desquiciaría antes de que lo contrario ocurriera, o bien… sería necesaria la presencia de un hombre con una base firme en la cual la Luz pudiese echar el ancla.

Mas es poco probable que esa base firme se encuentre en un sujeto experimental o en uno de esos experimentadores a tientas. El peligro y la inutilidad de todos estos experimentos sigue siendo, pues, una realidad.

También es seguro que algo que sea verdaderamente sublime no puede aproximarse a un médium, y menos aún cobrar expresión por intermedio de él, sin la presencia de un ser humano más evolucionado que purifique todo aquello que es más denso. Que semejantes materializaciones procedan de regiones más elevadas no puede admitirse de ningún modo, mucho menos en el caso de esos pasatiempos tan populares, en los que intervienen ruidos misteriosos, objetos que cambian de sitio, y quién sabe cuántas cosas más. El abismo es demasiado grande como para poder franquearlo así, sin más ni más.

Aunque intervenga un médium, todas estas manifestaciones no pueden ser realizadas más que por seres del más allá que aún se hallan estrechamente ligados a la materia. Si otra cosa fuera posible, es decir, si lo elevado pudiera ser puesto en relación con la humanidad, de manera tan sencilla, Cristo no hubiera tenido necesidad de hacerse hombre, sino que, sin sacrificio alguno, hubiera podido cumplir su misión*. Por otra parte, los hombres de hoy día tampoco están más

* Conferencia II–9: “El Redentor

evolucionados espiritualmente de lo que estaban quienes vivieron en los tiempos de Jesús, de suerte que no cabe suponer que en la actualidad sea más fácil que entonces establecer contacto con la Luz.

Sin embargo, los científicos investigadores del espíritu objetan que lo que ellos buscan en primer lugar es constatar la vida del más allá, es decir, la continuación de la vida después de la muerte terrena; y que, dado el escepticismo que reina actualmente, es necesario recurrir a proyectiles de calibre extraordinariamente grande, o sea, pruebas físicamente palpables, para poder abrir una brecha en las posiciones defensivas del enemigo.

¡Semejantes argumentos no justifican en modo alguno que se ponga en juego, de manera tan despreocupada y continua, el alma humana!

¡Además, tampoco existe ninguna necesidad imperativa de tener que convencer, a toda costa, a los adversarios malintencionados! Es cosa sabida que éstos no estarían dispuestos a creer ni aunque un ángel bajase directamente del cielo a anunciarles la Verdad. Tan pronto hubiese desaparecido el ángel, afirmarían que se había tratado de una simple alucinación masiva y no de un ángel, o, si no, de otro modo cualquiera, ya sabrían hallar escapatoria. Y si se presentase un ser o una cosa de permanencia terrestre, es decir, que no volviera a desaparecer o a hacerse invisible, tampoco habrían de faltar argumentos contrarios, pues tales manifestaciones parecerían demasiado terrenales a los que no quieren creer en un más allá.

No vacilarían en hacer pasar por engaño una prueba semejante, o por soñador al hombre que surgiera como tal, catalogándole de fanático o de impostor. Ya se tratase de algo terrenal o supraterreno, o de ambas cosas a la vez, siempre encontrarían materia de suspicacia y de crítica. Y llegados a un punto en que ya no supiesen cómo salir del paso, echarían mano de injurias y ataques más enérgicos, sin importarles ya recurrir incluso a la violencia.

¡Para convencer a semejantes individuos están, pues, fuera de lugar los sacrificios! Y menos aún tratándose de los llamados adeptos. Estos últimos, por una extraña presunción, y por efecto de su creencia en el más allá, creencia las más de las veces harto confusa y fantástica, se imaginan poder imponer al respecto ciertas condiciones y tener derecho a disfrutar de la ventaja de “ver” y “experimentar”. He aquí por qué esperan de sus guías signos del otro mundo como recompensa por su buena conducta.

Las exigencias que ellos consideran como evidentes son a menudo tan ridículas como su sonrisa de sabios, condescendientes y bondadosos, en la que revelan su completa ignorancia. Un verdadero veneno para estas masas es, en efecto, tratar de ofrecerles, además, un espectáculo, pues sabiendo tanto como pretenden saber, un experimento no tiene mayor valor para ellos que unas bien merecidas horas de distracción en las que los seres del otro mundo deben hacer el papel de artistas de variedades.

Pero dejemos a un lado, de momento, estos grandes experimentos y consideremos esos otros de menor importancia como son los de las mesas que se mueven. No se crea que son tan inocentes como se suele pensar. ¡Al contrario, por la extraordinaria facilidad con que pueden ser divulgados, constituyen un gravísimo peligro!

¡Todos tendrían que ser advertidos de ello! Los que poseen conocimiento no pueden menos que apartarse horrorizados al ver la frivolidad con que se practican estas cosas. ¡Cuántos adeptos hay que tratan de mostrar su “saber” dentro de determinados círculos proponiendo esas sesiones de mesas móviles! Otras veces se presentan en familia, sonrientes o entre misteriosos murmullos, y muestran sus experimentos – juegos cabría decir – sirviéndose para ello del alfabeto y un vaso, o cualquier otro requisito, que al pasar ligeramente la mano sobre él resulta dirigido o atraído hacia ciertas letras, de tal suerte que llegan a formar palabras.

Con siniestra rapidez ha venido desarrollándose todo esto, hasta convertirse en auténticos juegos de sociedad, entre risas, burlas y ciertas dosis de agradables sensaciones escalofriantes.

Así se explica que muchas señoras de todas las edades se reúnan diariamente en su círculo íntimo, sentadas en torno a una mesa o frente a letras dibujadas sobre cartulina y, si es posible, dispuestas de una manera determinada, con el fin de que no falte esa magia estimulante de la fantasía que por lo demás es completamente innecesaria, puesto que sin ella también puede hacerse, por poco que la persona se preste para tales experimentos. Y ¡son tantas las que reúnen semejantes condiciones!

Los sabios espiritistas modernos y los jefes de las sociedades ocultistas se regocijan de que lleguen a formarse de tal modo auténticas palabras y frases que la persona ejecutante no ha pensado, ni consciente ni inconscientemente, circunstancia esta que acaba convenciéndola, pasando así a engrosar las filas de los adeptos del “ocultismo”.

De ello se hace mención en los tratados de las escuelas ocultistas y en las conferencias que pronuncian sus oradores. Se fabrican y venden accesorios para facilitar todas estas aberraciones y, en resumen, la inmensa mayoría de aquellos que constituyen ese mundo del ocultismo no hacen otra cosa que actuar como eficaces ayudantes de las tinieblas, convencidos todos, sinceramente, de que son sacerdotes de la Luz.

¡Estos hechos, por sí solos, demuestran ya la total ignorancia que se manifiesta en las tentativas ocultistas de tal género! ¡Demuestran que ninguna de estas personas es verdaderamente vidente! Tampoco puede admitirse como argumento en contra el hecho de que, de vez en cuando, haya salido algún buen médium de entre tales ensayos o, mejor dicho y con mas exactitud, que un buen médium haya intervenido alguna vez pasajeramente.

Las pocas personas predestinadas para tales cosas encuentran en su propia evolución natural una protección completamente diferente y mucho mejor constituida, que va desarrollándose en cada nueva etapa y que las demás personas no poseen. Mas esta protección no actúa sino en caso de existir una evolución natural y personal, libre de toda intervención artificial. Pues, precisamente, sólo lo que es natural confiere protección.

En cuanto se hace intervenir cualquier recurso auxiliar, bien sea por medio de ejercicios prácticos efectuados por el propio interesado, bien por medio del sueño magnético o de la hipnosis, el desarrollo se torna antinatural y, por consiguiente, ya no concuerda por entero con las leyes de la naturaleza, únicas capaces de proporcionar protección. Si, además de esto, entra en juego la ignorancia, tal y como se encuentra hoy día por doquier, la catástrofe resulta entonces inevitable. El querer por sí solo no puede sustituir jamás al poder, cuando se trata de actuar. Es por esto que nadie debe intentar acceder más allá de los límites de su propia capacidad.

Esto no excluye, naturalmente, que, entre los miles y miles de personas que se dedican a estos juegos peligrosos, surja de vez en cuando una que logre salir impune y posea una buena protección. Muchas otras personas, sin embargo, resultan perjudicadas de tal forma que no puede advertirse nada durante su vida terrenal. Solamente después de pasar al más allá reconocen de repente y sin poder evadirlo, cuán imprudente fue su proceder. Mas también hay muchos que arrastran ya consigo de manera terrenalmente visible los daños sufridos, sin llegar a tomar conciencia de su causa verdadera durante toda su vida terrenal.

Esta es la razón por la cual es preciso que sean explicados de una vez los procesos que durante esos pasatiempos se desarrollan en la materialidad etérea y en el plano espiritual. Como todo en la Creación, tales procesos son bien simples, y nada complicados, aunque más difíciles de lo que muchos creen.

En el estado actual de la Tierra, por voluntad de la humanidad, las tinieblas han alcanzado la supremacía sobre toda la materialidad. Esto quiere decir que, en todo lo material, las tinieblas se encuentran como en su propio y bien conocido terreno, pudiendo, por consiguiente, desarrollar con plenitud en él todas sus actividades. Se hallan en su elemento y luchan sobre terreno conocido. He aquí por qué actualmente superan a la Luz en todo lo material, es decir, en la materialidad densa.

De ello resulta que, en todo lo material, la fuerza de las tinieblas aumenta con respecto a la fuerza de la Luz. Ahora bien, en todos esos pasatiempos, tales como los movimientos de las mesas, etc., la Luz, es decir, lo superior, no tiene participación alguna. A lo sumo podemos hablar de la intervención de lo malo, es decir, de la oscuridad, y de algo mejor o más claro.

En cuanto alguien recurre al empleo de una mesa, o de un vaso o, en general, de cualquier objeto de materia física, penetra en el campo de lucha que las tinieblas conocen a la perfección, se adentra en un terreno en el que la oscuridad todo lo domina. Quien así procede proporciona, ya desde el principio, una fuerza a su adversario contra la cual él mismo no puede oponer protección alguna.

Consideremos, por una vez, una de esas sesiones espiritistas o cualquiera de esos juegos de sociedad en los que las mesas se mueven, y observemos, al mismo tiempo, los procesos del espíritu, o mejor dicho etéreos, que se desarrollan.

Cuando una o varias personas se acercan a una mesa con intención de entrar por intermedio de ella en contacto con espíritus del más allá, ya sea manifestándose éstos por medio de sonidos o – lo que es más corriente – mediante movimientos de la mesa, que, con la ayuda de estos signos, permiten la formación de palabras, lo primero que ocurre es que, debido a esta conexión íntima con la materia, la oscuridad resulta atraída, encargándose de transmitir los mensajes.

Con habilidad extraordinaria los espíritus del más allá se sirven a menudo de palabras grandilocuentes y, dado que ellos pueden leer fácilmente los pensamientos de las personas que intervienen, tratan de dar contestación en el sentido deseado por estas últimas; pero, en cuanto se trate de preguntas serias procuran siempre engañar y, al repetirse esto con frecuencia, intentan someterlas poco a poco bajo su creciente influencia para atraerlas lentamente pero con toda seguridad hacia el abismo. Su habilidad es tal, que dejan a sus víctimas con el convencimiento de que van acercándose a las alturas.

El engaño resulta aún más sencillo cuando, desde el principio, o en otra ocasión, un pariente o amigo fallecido logra manifestarse sirviéndose de la mesa experimental, cosa que ocurre con mucha frecuencia. Los presentes no pueden menos de reconocer que, en realidad, se trata de un amigo determinado que efectivamente se manifiesta de tal modo, con lo cual, en lo sucesivo, acaban creyendo que cualquier manifestación transmitida por conducto de la mesa en la que se dice el nombre de la persona conocida también proviene de ella.

¡Pero esto no es el caso! Las tinieblas, siempre alertas, no sólo se sirven hábilmente del nombre de una persona para dar a sus engaños una apariencia de verdad y granjearse la confianza del que hace las preguntas. Muchas veces ocurre que un ser oscuro interviene en una frase ya empezada por el verdadero amigo y la continúa falseándola intencionadamente. Así se da la circunstancia, casi desconocida, de que en una frase emitida de forma completa y sin ninguna interrupción intervienen a menudo dos espíritus. En primer lugar, el verdadero amigo, tal vez luminoso y puro, y, en segundo lugar, un ser oscuro, malintencionado, que pasa inadvertido para el que formula las preguntas.

Las consecuencias son fáciles de imaginar. La persona que confía resulta engañada y su fe se quebranta. El escéptico aprovecha esta circunstancia para reforzar en ella su sarcasmo y sus dudas y, no pocas veces, para atacar violentamente la cuestión en sí. En realidad los dos están equivocados, cosa sólo explicable dada la enorme ignorancia existente todavía en este dominio.

El proceso, sin embargo, se desarrolla con toda naturalidad: Cuando un amigo auténtico, un ser más luminoso, se manifiesta a través de la mesa con la intención de satisfacer los deseos del que pregunta, este espíritu se ve obligado a retirarse apenas se acerque un ser más oscuro que, reforzado por la materialidad de la mesa intermediaria, está capacitado para desarrollar una fuerza mayor, dado que toda materia es actualmente del dominio de las tinieblas.

El error procede, pues, del hombre mismo, que es quien escoge la materia. Pues con ello crea a priori un terreno inadecuado. Todo lo denso y pesado, y por consiguiente oscuro, está por la razón misma de su densidad más cerca de la materia densa que lo luminoso, puro y más liviano. Por esta unión más estrecha lo oscuro es capaz de desarrollar una fuerza de mayor intensidad.

Por otra parte, lo más luminoso y todavía capaz de manifestarse a través de lo material, tiene que poseer también, por necesidad, una cierta densidad próxima a la materia, puesto que, de lo contrario, no sería posible que llegase a establecer contacto con ésta para manifestarse de una u otra forma. Esta manifestación implica, por lo tanto, una previa aproximación a la materia, y esto a su vez trae consigo la posibilidad de sufrir una contaminación, apenas establezca la oscuridad conexión con la materia.

Para sustraerse de tal peligro, no le queda otra posibilidad al espíritu más luminoso que retirarse cuanto antes de la materia, es decir, de la mesa u otro utensilio, con el fin de, tan pronto se acerque un espíritu oscuro, eliminar el elemento intermediario que constituiría un puente por encima del abismo natural que sirve de separación y a la vez de protección.

Pero es inevitable que, en tales casos, la persona que realiza los experimentos mediante la mesa quede en el más allá expuesta a bajas influencias. Su comportamiento demuestra que no quiso otra cosa, pues el desconocimiento de las Leyes tampoco puede en estos casos servirle de protección.

Para muchos, estos hechos esclarecerán no pocas circunstancias que, hasta ahora, les resultaban inexplicables y numerosas contradicciones misteriosas se mostrarán aclaradas. De ser así, cabe esperar que muchos sean también los que, en lo sucesivo, dejen de practicar esos juegos tan peligrosos.

Del mismo modo exhaustivo cabría explicar también los peligros de todos los demás experimentos de mayor alcance y gravedad. Mas de momento basta la aclaración de estas cosas tan frecuentes y conocidas.

Unicamente voy a referirme a otro gran peligro. Por este procedimiento de hacer preguntas y pedir respuestas o consejos, las personas acaban perdiendo la confianza en sí mismas, volviéndose dependientes de otras influencias. Sucede justamente lo contrario de lo que es la finalidad de la vida sobre la Tierra.

¡Cualquiera que sea la dirección, el camino es falso! Solamente puede acarrear perjuicios y ningún provecho. Es como un arrastrarse por el suelo con el consiguiente peligro de topar a cada momento con gusanos repugnantes y malgastar sus fuerzas para, al fin, quedar desfallecidos en medio del camino … para nada.

Y, por si esto fuera poco, su “deseo de investigar” perjudica además, en gran manera, a los espíritus del más allá.

A muchos seres oscuros se les ofrece así una excelente oportunidad. Tal vez incluso se les tienta a hacer el mal, quedando cargados de nuevas culpas que, de otro modo, no recaerían sobre ellos por resultarles todo más difícil. Otros son retenidos en su afán de ascensión por la atadura contínua que provocan sus deseos y sus pensamientos.

Cuando se observa detenidamente el carácter de estas investigaciones, parecen con frecuencia como saturadas de una obstinación tan pueril, penetradas de un egoísmo tan extremado y, al mismo tiempo, tan torpes, que uno no puede menos que preguntarse cómo es posible que ciertas personas pretendan dar a conocer a la humanidad un terreno del cual ellas mismas no tienen ni la más mínima idea.

Un error es también practicar tales investigaciones frente a un nutrido auditorio. Procediendo así, se deja el campo libre a los charlatanes y creadores de fantasías, haciendo más difícil a la humanidad el tener confianza.

En ningún otro sector ha ocurrido algo igual, pues toda investigación que ha logrado hoy un éxito sobresaliente ha tenido que pasar previamente, en el curso de su desarrollo, por numerosos fracasos, los cuales no fueron dados a conocer al público, pues sólo hubiesen conseguido cansarlo, provocando en él una pérdida completa de su interés. La consecuencia es que cuando, al fin, se logra encontrar la Verdad, la fuerza inicial del entusiasmo que transforma y convence ya habrá dejado de existir. Entonces la humanidad ya no puede alzarse con un júbilo capaz de arrastrarlo todo consigo con una convicción total.

Habiendo reconocido los caminos falsos, las derrotas experimentadas se tornan en armas muy eficaces en manos de numerosos enemigos que, con el tiempo, pueden inspirar a cientos de miles de seres humanos una desconfianza tal, que los muy infelices ya no querrán ni siquiera examinar sinceramente la Verdad cuando aparezca, por puro miedo de resultar engañados nuevamente. Se taparán los oídos, que en otras circunstancias habrían mantenido bien abiertos, y perderán el último plazo en que aún hubieran podido encontrar ocasión de ascender hacia la Luz.

De este modo las tinieblas habrán logrado un nuevo triunfo. Las gracias pueden dárselas a los investigadores que les tendieron la mano y que, con orgullo y placer, se presentan como los dirigentes de las ciencias modernas del espíritu.

* * *



Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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