16. LA CIENCIA MODERNA DEL ESPÍRITU
¡CIENCIA MODERNA DEL ESPÍRITU! ¡Cuánto no se agrupa bajo su pabellón! ¡Cuántas
cosas se reúnen en él y cuántas también se combaten mutuamente! Vasto campo de
seria investigación, de saber mediocre y grandes proyectos, de vanidad y de
necedad, de frecuente y vana ostentación e incluso de intereses comerciales
desprovistos de todo escrúpulo. No es raro que de tal confusión nazca la
envidia y un odio sin límites que acaba dando lugar a un ansia de venganza de
la más vil naturaleza.
Naturalmente, no es de extrañar que, en tales circunstancias,
muchas personas rehuyan con repugnancia este loco trajín, como si temiesen
resultar envenenadas por mero contacto. En realidad no les falta razón; pues
innumerables adeptos de las ciencias del espíritu no muestran en su
comportamiento nada de halagüeño y menos aún de atractivo. Por el contrario
todo en ellos incita más bien a las demás personas a proceder con la mayor
prudencia.
Es singular que todo el campo de la llamada ciencia del
espíritu, que los malintencionados y los ignorantes confunden con frecuencia
con la ciencia de los “espíritus”, se considere hoy día como una especie de tierra de nadie en la que todo el mundo
puede dedicarse a sus manejos y abusos sin que nadie se lo impida, más aún, sin
la más mínima consideración y sin que nadie pueda imponerles sanción alguna.
Esto es lo que muchos creen,
pero la experiencia ya ha enseñado sobradas veces que no es así.
Innumerables pioneros en este campo, lo suficientemente
imprudentes para atreverse a avanzar en sus investigaciones cuando no estaban
dotados más que de un conocimiento puramente imaginario, acabaron siendo
víctimas indefensas de su negligencia. Lo triste de esto es sólo que todas
estas víctimas sucumbieron sin haber proporcionado a la humanidad el más mínimo
provecho.
Cada uno de estos casos hubiera podido constituir, en
efecto, un testimonio de que el camino emprendido no es el camino justo, por
causar tan sólo daños e incluso perdición, mas nunca bendiciones. Sin embargo,
con una singular obstinación se sigue por estos caminos falsos que no hacen más
que causar, de continuo, nuevas víctimas. Por la más ínfima partícula de
conocimiento adquirido, que es evidente en la grandiosa Creación, levantan un
clamor ensordecedor y redactan también innumerables disertaciones y
exposiciones que, por necesidad, han de espantar a no pocas personas que buscan
la Verdad con seriedad, ya que en ellas se descubren, con toda claridad, sus
tanteos llenos de incertidumbre.
En realidad, toda la labor de investigación realizada hasta
ahora no puede calificarse de otra cosa que de un juego peligroso, con un fondo
de buena voluntad.
El dominio de la ciencia del espíritu, considerado como
tierra de nadie, no podrá jamás ser abordado impunemente mientras no se tengan
en cuenta, previamente, las Leyes del
espíritu en toda su amplitud. Toda
oposición a estas leyes, consciente o inconsciente, es decir, toda
“inobservancia” de las mismas – que viene a ser lo mismo que infringirlas –
debe, por su inevitable acción recíproca, herir al hombre temerario, frívolo o
imprudente que no las considere o no sea capaz de considerarlas con
rigurosidad.
Querer explorar lo extraterreno con medios y posibilidades
terrenales viene a ser lo mismo que abandonar a un niño, insuficientemente
desarrollado, desconocedor de los peligros de la Tierra, en una selva de la
cual únicamente un adulto podría tener perspectivas de salir sano y salvo,
actuando con máxima cautela y provisto de los recursos y las fuerzas
necesarias.
A estos adeptos de las ciencias modernas del espíritu, con
sus métodos de trabajo actuales, les ocurre algo similar, por muy seriamente
que se figuren obrar, y por mucho que arriesguen por amor al conocimiento y con
el fin de ayudar a los hombres a progresar más allá de una barrera, frente a la
cual vienen pidiendo acceso con insistencia desde tiempo inmemorial.
Como niños, estos investigadores hállanse hoy día ante
tales límites; impotentes y a tientas, ignorantes de los peligros que en
cualquier instante pueden afluir sobre ellos o que a través de ellos pueden
recaer sobre otros, cuando en sus experimentos a tientas tengan la desdicha de
abrir una brecha en la muralla defensiva natural, o una puerta que, para
muchos, mejor sería que permaneciese cerrada.
Todo esto sólo cabe calificarlo de irreflexión y no de
audacia, en tanto que estos exploradores no tengan toda la certeza de saber
solucionar inmediatamente todos los posibles peligros que se les puedan presentar,
tanto a ellos mismos como a los demás.
Los más irresponsables son los “investigadores” que se
dedican a hacer experimentos. Ya he aludido, en más de una ocasión, al crimen
de la hipnosis.*
Los investigadores que realizan sus experimentos de otra
manera cometen, en la mayor parte de los casos, debido a su ignorancia, una
falta lamentable que, en caso de tener conocimiento, desde luego no cometerían;
una falta que consiste en sumir a otras personas, muy sensibles o especialmente
dotadas de facultades mediumnísticas, en un sueño magnético, o incluso
hipnótico, con el fin de acercarles más a las influencias invisibles del mundo
del “más allá”. Con tal proceder esperan poder escuchar y observar fenómenos
diversos, cosa que sería de todo punto imposible si el sujeto sometido a la
experiencia se encontrase en estado de completa conciencia.
Como mínimo, en el noventa y cinco por ciento de estos
casos exponen a dichas personas a inmensos peligros que aún no están en
* Conferencia
II–25: “El crimen de la hipnosis”
condiciones de afrontar. Pues toda especie de intervención artificial con el fin de profundizar
en tal materia es un encadenamiento del alma, obligándole a entrar en una
sensibilidad mucho mayor de lo que permitiría su desarrollo natural.
Las consecuencias de tales experiencias son que el alma de la
víctima se ve trasladada de repente a un ambiente en el que, a causa de la
intervención artificial, está desprovista de su protección natural; es decir,
irrumpe en un dominio en el cual esta protección natural le falta, puesto que
sólo puede obtenerla por propia
evolución interna y sana.
Es preciso imaginarse a esa persona tan desdichada como si
estuviese despojada de todas sus vestiduras, atada a un poste y sirviendo de
cebo en un terreno por demás peligroso, con el fin de que atraiga hacia sí la
vida y la actividad de ese ambiente aún desconocido, e incluso permita que
descarguen sus influencias sobre sí, para así poder referir sus experiencias o
hacer que, por su mediación, las repercusiones resulten visibles también para
otras personas, sacrificando determinadas sustancias físicas de su propio
cuerpo.
En ciertos momentos, el sujeto con el que se lleva a cabo
el experimento, es capaz – merced al contacto que su alma artificialmente
avanzada tiene que mantener necesariamente con su cuerpo terrenal – de comunicar
a los espectadores todo cuanto acontece, cual si ejerciera las funciones de un
teléfono.
Pero puede ocurrir que esa avanzadilla lograda por medios
artificiales sea atacada de algún modo. El alma, entonces, despojada como está
de su protección natural, es incapaz de defenderse quedando desamparada y sin
posibilidad de ayuda por haber sido trasladada artificialmente con la ayuda de
otros a un terreno que según su evolución no le corresponde o que incluso nunca
le corresponderá. El llamado investigador, que por su sed de saber la expuso a
tal peligro, no puede ayudarla tampoco; pues siendo él mismo extraño y falto de
toda experiencia en el terreno de donde viene el peligro, es incapaz de hacer
algo en su defensa.
De esta suerte, tales investigadores conviértense sin
querer en criminales que no pueden ser juzgados por la justicia terrena. Pero
esto no excluye que las leyes espirituales
ejerzan sus efectos retroactivos con tanto mayor rigor y que, en consecuencia,
el investigador resulte encadenado a su víctima.
No pocos sujetos de investigación sufren ataques por parte
de la materialidad etérea, que, a veces después de un tiempo, otras veces sin
tardar mucho y otras inmediatamente, repercuten en el cuerpo físico, de tal
suerte que acaban enfermando o falleciendo, lo cual no quiere decir que el daño
psíquico quede por fin reparado.
Estos observadores, que dicen ser investigadores y que
lanzan a sus víctimas a regiones desconocidas, suelen mantenerse a cubierto
durante el curso de sus peligrosos experimentos, bien protegidos terrenalmente
por su cuerpo y su consciencia diurna.
Es raro que ellos participen al mismo tiempo de los
peligros que corren los sujetos con los que se hace el experimento, de tal modo
que en cualquier instante puedan hacerse extensivos a su propia persona. Mas
cuando se produce su muerte terrena, en el instante de pasar al mundo de la
materialidad etérea, serán obligados
a seguir a sus víctimas, con las que quedaron encadenados, hasta el lugar en
que éstas sean confinadas eventualmente, para poder emprender el ascenso
conjuntamente con ellas, a paso más lento.
La incursión artificial que un alma realiza penetrando en
una zona distinta no ha de entenderse siempre como una separación del alma de
su cuerpo, encaminándose ésta hacia otras regiones. En la mayor parte de los casos, el alma permanece tranquila dentro del
cuerpo. Lo único que sucede es que, por el sueño magnético o hipnótico, se le
proporciona una sensibilidad antinatural de tal suerte que le es posible
reaccionar ante corrientes e influjos mucho más sutiles que hallándose en su
estado natural.
Es evidente que en este estado antinatural no pueda
disponer de la plenitud de las fuerzas que realmente tendría en caso de haber
llegado a tal estado por evolución interior, ya que, habiéndolo alcanzado, nada
le impediría permanecer con toda confianza y firmeza sobre el nuevo plano de
mayor etereidad, oponiéndose a todas las influencias con la misma fuerza.
Esta carencia de plenitud de fuerzas sanas, debido al
estado artificial en que el alma se encuentra, provoca un desequilibrio que,
necesariamente, ha de entrañar perturbaciones. Como consecuencia, prodúcese un
enturbiamiento de todo su sentir intuitivo, que, a su vez, da lugar a
deformaciones de la realidad.
Son, pues, los investigadores mismos quienes con sus
intervenciones perjudiciales dan origen a tantos informes equívocos y tantos
errores. De aquí que, en los múltiples asuntos que ya se han dado como
“explorados” en el campo del ocultismo, encontraremos no pocas cosas imposibles
de resistir el riguroso examen de la lógica. Los errores que contienen son
tantos, que hasta ahora no ha sido posible reconocerlos todos como tales.
Siguiendo estos caminos tan evidentemente falsos no hay
modo de obtener absolutamente nada que sea capaz de proporcionar provecho o
beneficio alguno al género humano.
Lo que en verdad puede servir a la humanidad es tan sólo
aquello que la ayuda a elevarse o,
cuando menos, a encontrar el camino hacia las alturas. ¡Mas ésto queda
descartado de antemano y por siempre, en lo que concierne a tales experimentos!
Mediante intervenciones artificiales podrá un investigador,
finalmente alguna vez, conseguir que un individuo sensible o con facultades
mediumnísticas abandone su cuerpo y penetre en el mundo de la materialidad
etérea que le sea más próximo, pero en ningún caso logrará que se eleve ni un solo milímetro por encima de lo que corresponde, de un
modo u otro, a su naturaleza interior. Al contrario, mediante la ayuda aportada
artificialmente ni siquiera logran que esos seres lleguen hasta tal punto;
siempre se quedan en los contornos más inmediatos a lo terrestre.
Ahora bien, estas inmediaciones de lo terrestre sólo pueden
albergar en sí lo que aún está íntimamente ligado a lo terrenal, es decir, lo
que por su mediocridad, sus vicios y sus pasiones sigue encadenado a la Tierra.
Claro está que, de vez en cuando, puede toparse aquí o allá
con un alma un poco más evolucionada que resida pasajeramente en estos
contornos. Pero no siempre cabe esperar tal suerte. Por razones meramente
naturales, aquello que es más elevado no puede encontrarse allí. El universo
entero se desquiciaría antes de que lo contrario ocurriera, o bien… sería
necesaria la presencia de un hombre con una base firme en la cual la Luz pudiese
echar el ancla.
Mas es poco probable que esa base firme se encuentre en un
sujeto experimental o en uno de esos experimentadores a tientas. El peligro y
la inutilidad de todos estos experimentos sigue siendo, pues, una realidad.
También es seguro que algo que sea verdaderamente sublime no puede aproximarse a un médium, y
menos aún cobrar expresión por intermedio de él, sin la presencia de un ser
humano más evolucionado que purifique todo aquello que es más denso. Que
semejantes materializaciones procedan de regiones más elevadas no puede admitirse de ningún modo, mucho menos en el
caso de esos pasatiempos tan populares, en los que intervienen ruidos
misteriosos, objetos que cambian de sitio, y quién sabe cuántas cosas más. El
abismo es demasiado grande como para poder franquearlo así, sin más ni más.
Aunque intervenga un médium, todas estas manifestaciones no
pueden ser realizadas más que por seres del más allá que aún se hallan
estrechamente ligados a la materia. Si otra cosa fuera posible, es decir, si lo
elevado pudiera ser puesto en relación con la humanidad, de manera tan
sencilla, Cristo no hubiera tenido necesidad de hacerse hombre, sino que, sin
sacrificio alguno, hubiera podido cumplir su misión*. Por otra parte, los
hombres de hoy día tampoco están más
* Conferencia
II–9: “El Redentor”
evolucionados espiritualmente de lo que estaban quienes
vivieron en los tiempos de Jesús, de suerte que no cabe suponer que en la
actualidad sea más fácil que entonces establecer contacto con la Luz.
Sin embargo, los científicos investigadores del espíritu
objetan que lo que ellos buscan en primer lugar es constatar la vida del más allá,
es decir, la continuación de la vida después de la muerte terrena; y que, dado
el escepticismo que reina actualmente, es necesario recurrir a proyectiles de
calibre extraordinariamente grande, o sea, pruebas físicamente palpables, para poder abrir una brecha en las
posiciones defensivas del enemigo.
¡Semejantes argumentos no justifican en modo alguno que se
ponga en juego, de manera tan despreocupada y continua, el alma humana!
¡Además, tampoco existe ninguna necesidad imperativa de
tener que convencer, a toda costa, a los adversarios malintencionados! Es cosa
sabida que éstos no estarían dispuestos a creer ni aunque un ángel bajase
directamente del cielo a anunciarles la Verdad. Tan pronto hubiese desaparecido
el ángel, afirmarían que se había tratado de una simple alucinación masiva y no
de un ángel, o, si no, de otro modo cualquiera, ya sabrían hallar escapatoria.
Y si se presentase un ser o una cosa de permanencia terrestre, es decir, que no
volviera a desaparecer o a hacerse invisible, tampoco habrían de faltar
argumentos contrarios, pues tales manifestaciones parecerían demasiado
terrenales a los que no quieren creer en un más allá.
No vacilarían en hacer pasar por engaño una prueba
semejante, o por soñador al hombre que surgiera como tal, catalogándole de
fanático o de impostor. Ya se tratase de algo terrenal o supraterreno, o de
ambas cosas a la vez, siempre encontrarían materia de suspicacia y de crítica.
Y llegados a un punto en que ya no supiesen cómo salir del paso, echarían mano
de injurias y ataques más enérgicos, sin importarles ya recurrir incluso a la
violencia.
¡Para convencer a semejantes
individuos están, pues, fuera de lugar los sacrificios! Y menos aún tratándose
de los llamados adeptos. Estos últimos, por una extraña presunción, y por
efecto de su creencia en el más allá, creencia las más de las veces harto
confusa y fantástica, se imaginan poder imponer al respecto ciertas condiciones
y tener derecho a disfrutar de la ventaja de “ver” y “experimentar”. He aquí
por qué esperan de sus guías signos del otro mundo como recompensa por su buena
conducta.
Las exigencias que ellos consideran como evidentes son a
menudo tan ridículas como su sonrisa de sabios, condescendientes y bondadosos,
en la que revelan su completa ignorancia. Un verdadero veneno para estas masas
es, en efecto, tratar de ofrecerles, además, un espectáculo, pues sabiendo
tanto como pretenden saber, un experimento no tiene mayor valor para ellos que unas
bien merecidas horas de distracción en las que los seres del otro mundo deben
hacer el papel de artistas de variedades.
Pero dejemos a un lado, de momento, estos grandes
experimentos y consideremos esos otros de menor importancia como son los de las
mesas que se mueven. No se crea que son tan inocentes como se suele pensar. ¡Al
contrario, por la extraordinaria facilidad con que pueden ser divulgados,
constituyen un gravísimo peligro!
¡Todos tendrían que ser advertidos de ello! Los que poseen
conocimiento no pueden menos que apartarse horrorizados al ver la frivolidad
con que se practican estas cosas. ¡Cuántos adeptos hay que tratan de mostrar su
“saber” dentro de determinados círculos proponiendo esas sesiones de mesas
móviles! Otras veces se presentan en familia, sonrientes o entre misteriosos
murmullos, y muestran sus experimentos – juegos cabría decir – sirviéndose para
ello del alfabeto y un vaso, o cualquier otro requisito, que al pasar
ligeramente la mano sobre él resulta dirigido o atraído hacia ciertas letras,
de tal suerte que llegan a formar palabras.
Con siniestra rapidez ha venido desarrollándose todo esto,
hasta convertirse en auténticos juegos de sociedad, entre risas, burlas y
ciertas dosis de agradables sensaciones escalofriantes.
Así se explica que muchas señoras de todas las edades se
reúnan diariamente en su círculo íntimo, sentadas en torno a una mesa o frente
a letras dibujadas sobre cartulina y, si es posible, dispuestas de una manera
determinada, con el fin de que no falte esa magia estimulante de la fantasía
que por lo demás es completamente innecesaria, puesto que sin ella también
puede hacerse, por poco que la persona se preste para tales experimentos. Y
¡son tantas las que reúnen semejantes condiciones!
Los sabios espiritistas modernos y los jefes de las
sociedades ocultistas se regocijan de que lleguen a formarse de tal modo
auténticas palabras y frases que la persona ejecutante no ha pensado, ni
consciente ni inconscientemente, circunstancia esta que acaba convenciéndola,
pasando así a engrosar las filas de los adeptos del “ocultismo”.
De ello se hace mención en los tratados de las escuelas
ocultistas y en las conferencias que pronuncian sus oradores. Se fabrican y
venden accesorios para facilitar todas estas aberraciones y, en resumen, la
inmensa mayoría de aquellos que constituyen ese mundo del ocultismo no hacen
otra cosa que actuar como eficaces
ayudantes de las tinieblas, convencidos todos, sinceramente, de que son
sacerdotes de la Luz.
¡Estos hechos, por sí solos, demuestran ya la total
ignorancia que se manifiesta en las tentativas ocultistas de tal género!
¡Demuestran que ninguna de estas personas es verdaderamente vidente! Tampoco puede admitirse como argumento en
contra el hecho de que, de vez en cuando, haya salido algún buen médium de
entre tales ensayos o, mejor dicho y con mas exactitud, que un buen médium haya
intervenido alguna vez pasajeramente.
Las pocas personas predestinadas para tales cosas
encuentran en su propia evolución natural una protección completamente
diferente y mucho mejor constituida, que va desarrollándose en cada nueva etapa
y que las demás personas no poseen. Mas esta protección no actúa sino en caso
de existir una evolución natural y personal, libre de toda intervención artificial. Pues, precisamente, sólo lo
que es natural confiere protección.
En cuanto se hace intervenir cualquier recurso auxiliar,
bien sea por medio de ejercicios prácticos efectuados por el propio interesado,
bien por medio del sueño magnético o de la hipnosis, el desarrollo se torna
antinatural y, por consiguiente, ya no concuerda por entero con las leyes de la
naturaleza, únicas capaces de proporcionar protección. Si, además de esto,
entra en juego la ignorancia, tal y como se encuentra hoy día por doquier, la
catástrofe resulta entonces inevitable. El querer
por sí solo no puede sustituir jamás al poder, cuando se trata de actuar. Es
por esto que nadie debe intentar acceder más allá de los límites de su propia
capacidad.
Esto no excluye, naturalmente, que, entre los miles y miles
de personas que se dedican a estos juegos peligrosos, surja de vez en cuando
una que logre salir impune y posea una buena protección. Muchas otras personas,
sin embargo, resultan perjudicadas de tal forma que no puede advertirse nada
durante su vida terrenal. Solamente después de pasar al más allá reconocen de
repente y sin poder evadirlo, cuán imprudente fue su proceder. Mas también hay
muchos que arrastran ya consigo de manera terrenalmente visible los daños
sufridos, sin llegar a tomar conciencia de su causa verdadera durante toda su
vida terrenal.
Esta es la razón por la cual es preciso que sean explicados
de una vez los procesos que durante esos pasatiempos se desarrollan en la
materialidad etérea y en el plano espiritual. Como todo en la Creación, tales
procesos son bien simples, y nada complicados, aunque más difíciles de lo que
muchos creen.
En el estado actual de la Tierra, por voluntad de la
humanidad, las tinieblas han
alcanzado la supremacía sobre toda la materialidad. Esto quiere decir que, en
todo lo material, las tinieblas se encuentran como en su propio y bien conocido
terreno, pudiendo, por consiguiente, desarrollar con plenitud en él todas sus
actividades. Se hallan en su elemento y luchan sobre terreno conocido. He aquí
por qué actualmente superan a la Luz en todo lo material, es decir, en la
materialidad densa.
De ello resulta que, en todo lo material, la fuerza de las
tinieblas aumenta con respecto a la fuerza de la Luz. Ahora bien, en todos esos
pasatiempos, tales como los movimientos de las mesas, etc., la Luz, es decir,
lo superior, no tiene participación alguna. A lo sumo podemos hablar de la
intervención de lo malo, es decir, de la oscuridad, y de algo mejor o más
claro.
En cuanto alguien recurre al empleo de una mesa, o de un
vaso o, en general, de cualquier objeto de materia física, penetra en el campo
de lucha que las tinieblas conocen a la perfección, se adentra en un terreno en
el que la oscuridad todo lo domina. Quien así procede proporciona, ya desde el
principio, una fuerza a su adversario contra la cual él mismo no puede oponer
protección alguna.
Consideremos, por una vez, una de esas sesiones
espiritistas o cualquiera de esos juegos de sociedad en los que las mesas se
mueven, y observemos, al mismo tiempo, los procesos del espíritu, o mejor dicho
etéreos, que se desarrollan.
Cuando una o varias personas se acercan a una mesa con
intención de entrar por intermedio de ella en contacto con espíritus del más
allá, ya sea manifestándose éstos por medio de sonidos o – lo que es más
corriente – mediante movimientos de la mesa, que, con la ayuda de estos signos,
permiten la formación de palabras, lo primero que ocurre es que, debido a esta
conexión íntima con la materia, la oscuridad resulta atraída, encargándose de
transmitir los mensajes.
Con habilidad extraordinaria los espíritus del más allá se
sirven a menudo de palabras grandilocuentes y, dado que ellos pueden leer
fácilmente los pensamientos de las personas que intervienen, tratan de dar
contestación en el sentido deseado por estas últimas; pero, en cuanto se trate
de preguntas serias procuran siempre engañar y, al repetirse esto con
frecuencia, intentan someterlas poco a poco bajo su creciente influencia para
atraerlas lentamente pero con toda seguridad hacia el abismo. Su habilidad es
tal, que dejan a sus víctimas con el convencimiento de que van acercándose a
las alturas.
El engaño resulta aún más sencillo cuando, desde el
principio, o en otra ocasión, un pariente o amigo fallecido logra manifestarse
sirviéndose de la mesa experimental, cosa que ocurre con mucha frecuencia. Los
presentes no pueden menos de reconocer que, en realidad, se trata de un amigo
determinado que efectivamente se manifiesta de tal modo, con lo cual, en lo
sucesivo, acaban creyendo que cualquier manifestación transmitida por conducto
de la mesa en la que se dice el nombre de la persona conocida también proviene
de ella.
¡Pero esto no es el
caso! Las tinieblas, siempre alertas, no sólo se sirven hábilmente del
nombre de una persona para dar a sus engaños una apariencia de verdad y
granjearse la confianza del que hace las preguntas. Muchas veces ocurre que un
ser oscuro interviene en una frase ya empezada por el verdadero amigo y la
continúa falseándola intencionadamente. Así se da la circunstancia, casi
desconocida, de que en una frase emitida de forma completa y sin ninguna
interrupción intervienen a menudo dos
espíritus. En primer lugar, el verdadero amigo, tal vez luminoso y puro, y, en
segundo lugar, un ser oscuro, malintencionado, que pasa inadvertido para el que
formula las preguntas.
Las consecuencias son fáciles de imaginar. La persona que
confía resulta engañada y su fe se quebranta. El escéptico aprovecha esta
circunstancia para reforzar en ella su sarcasmo y sus dudas y, no pocas veces,
para atacar violentamente la cuestión en sí. En realidad los dos están
equivocados, cosa sólo explicable dada la enorme ignorancia existente todavía
en este dominio.
El proceso, sin embargo, se desarrolla con toda
naturalidad: Cuando un amigo auténtico, un ser más luminoso, se manifiesta a
través de la mesa con la intención de satisfacer los deseos del que pregunta,
este espíritu se ve obligado a retirarse apenas se acerque un ser más oscuro
que, reforzado por la materialidad de la mesa intermediaria, está capacitado
para desarrollar una fuerza mayor, dado que toda materia es actualmente del
dominio de las tinieblas.
El error procede, pues, del hombre mismo, que es quien
escoge la materia. Pues con ello crea a priori un terreno inadecuado. Todo lo
denso y pesado, y por consiguiente oscuro, está por la razón misma de su
densidad más cerca de la materia densa que lo luminoso, puro y más liviano. Por
esta unión más estrecha lo oscuro es capaz de desarrollar una fuerza de mayor
intensidad.
Por otra parte, lo más luminoso y todavía capaz de
manifestarse a través de lo material, tiene que poseer también, por necesidad,
una cierta densidad próxima a la materia, puesto que, de lo contrario, no sería
posible que llegase a establecer contacto con ésta para manifestarse de una u
otra forma. Esta manifestación implica, por lo tanto, una previa aproximación a
la materia, y esto a su vez trae consigo la posibilidad de sufrir una
contaminación, apenas establezca la oscuridad conexión con la materia.
Para sustraerse de tal peligro, no le queda otra
posibilidad al espíritu más luminoso que retirarse cuanto antes de la materia,
es decir, de la mesa u otro utensilio, con el fin de, tan pronto se acerque un
espíritu oscuro, eliminar el elemento intermediario que constituiría un puente
por encima del abismo natural que sirve de separación y a la vez de protección.
Pero es inevitable que, en tales casos, la persona que
realiza los experimentos mediante la mesa quede en el más allá expuesta a bajas
influencias. Su comportamiento demuestra que no quiso otra cosa, pues el desconocimiento de las Leyes tampoco
puede en estos casos servirle de protección.
Para muchos, estos hechos esclarecerán no pocas
circunstancias que, hasta ahora, les resultaban inexplicables y numerosas
contradicciones misteriosas se mostrarán aclaradas. De ser así, cabe esperar
que muchos sean también los que, en lo sucesivo, dejen de practicar esos juegos
tan peligrosos.
Del mismo modo exhaustivo cabría explicar también los
peligros de todos los demás experimentos de mayor alcance y gravedad. Mas de
momento basta la aclaración de estas cosas tan frecuentes y conocidas.
Unicamente voy a referirme a otro gran peligro. Por este
procedimiento de hacer preguntas y pedir respuestas o consejos, las personas
acaban perdiendo la confianza en sí mismas, volviéndose dependientes de otras
influencias. Sucede justamente lo contrario de lo que es la finalidad de la
vida sobre la Tierra.
¡Cualquiera que sea la dirección, el camino es falso!
Solamente puede acarrear perjuicios y ningún provecho. Es como un arrastrarse
por el suelo con el consiguiente peligro de topar a cada momento con gusanos
repugnantes y malgastar sus fuerzas para, al fin, quedar desfallecidos en medio
del camino … para nada.
Y, por si esto fuera poco, su “deseo de investigar”
perjudica además, en gran manera, a los espíritus del más allá.
A muchos seres oscuros se les ofrece así una excelente
oportunidad. Tal vez incluso se les tienta a hacer el mal, quedando cargados de
nuevas culpas que, de otro modo, no recaerían sobre ellos por resultarles todo
más difícil. Otros son retenidos en su afán de ascensión por la atadura
contínua que provocan sus deseos y sus pensamientos.
Cuando se observa detenidamente el carácter de estas
investigaciones, parecen con frecuencia como saturadas de una obstinación tan
pueril, penetradas de un egoísmo tan extremado y, al mismo tiempo, tan torpes,
que uno no puede menos que preguntarse cómo es posible que ciertas personas
pretendan dar a conocer a la humanidad un terreno del cual ellas mismas no
tienen ni la más mínima idea.
Un error es también practicar tales investigaciones frente
a un nutrido auditorio. Procediendo así, se deja el campo libre a los
charlatanes y creadores de fantasías, haciendo más difícil a la humanidad el
tener confianza.
En ningún otro sector ha ocurrido algo igual, pues toda
investigación que ha logrado hoy un éxito sobresaliente ha tenido que pasar
previamente, en el curso de su desarrollo, por numerosos fracasos, los cuales
no fueron dados a conocer al público, pues sólo hubiesen conseguido cansarlo,
provocando en él una pérdida completa de su interés. La consecuencia es que
cuando, al fin, se logra encontrar la Verdad, la fuerza inicial del entusiasmo
que transforma y convence ya habrá dejado de existir. Entonces la humanidad ya
no puede alzarse con un júbilo capaz de arrastrarlo todo consigo con una
convicción total.
Habiendo reconocido los caminos falsos, las derrotas
experimentadas se tornan en armas muy eficaces en manos de numerosos enemigos
que, con el tiempo, pueden inspirar a cientos de miles de seres humanos una
desconfianza tal, que los muy infelices ya no querrán ni siquiera examinar
sinceramente la Verdad cuando aparezca, por puro miedo de resultar engañados
nuevamente. Se taparán los oídos, que en otras circunstancias habrían mantenido
bien abiertos, y perderán el último plazo en que aún hubieran podido encontrar
ocasión de ascender hacia la Luz.
De este modo las tinieblas habrán logrado un nuevo triunfo.
Las gracias pueden dárselas a los investigadores que les tendieron la mano y
que, con orgullo y placer, se presentan como los dirigentes de las ciencias
modernas del espíritu.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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