17. Caminos falsos
¡Los seres humanos, salvo pocas
excepciones, se hallan sumidos en un error sin límites y de funestas
consecuencias para ellos mismos!
Dios no tiene necesidad de correr
tras ellos ni implorar para que crean en su existencia. Ni tampoco sus siervos
son enviados para exhortar de continuo a que no dejen de creer en Él. Esto
sería ridículo. Pensar de tal modo y esperar tales cosas es despreciar y
rebajar la sublime Divinidad.
Esta concepción errónea es causa
de grandes daños. Estimulada por el comportamiento de numerosos pastores de
almas, realmente sinceros, que, por un auténtico amor a Dios y a los hombres,
tratan incansablemente de convertir, convencer y ganar para la iglesia a esas
personas que solamente se interesan por las cosas terrenales. Lo que se logra
con eso es que se acreciente de manera desmesurada la ya considerable
presunción que tiene el ser humano de creerse importante, e, incluso, que
muchos lleguen a vivir en la ilusión de que es natural que deba suplicárseles
el practicar el bien.
De aquí proviene asimismo esa
extraña actitud de la mayor parte de los “creyentes” que más bien cabe
considerar como ejemplo de lo que no se debe hacer en vez de tomarlos como
modelos dignos de imitación. Se cuentan por millares los que experimentan
dentro de sí una cierta satisfacción, una especie de exaltación, al tener
conciencia de que creen en Dios, de que recitan sus oraciones con toda la seriedad
posible y que intencionadamente no hacen daño alguno al prójimo.
En este sentimiento de “exaltación interior” creen ver la recompensa por el bien que han hecho, un agradecimiento de Dios por su obediencia; se sienten unidos a Dios y, de vez en cuando, piensan en Él con un cierto estremecimiento sagrado que despierta o deja en ellos un sentimiento de beatitud al que se entregan con inefable dicha.
¡Mas lo cierto es que esa
multitud de creyentes recorre caminos falsos! La felicidad en que viven no es
sino una ilusión creada por ellos mismos y que los incorpora, sin darse cuenta,
dentro del grupo de los fariseos que presentan sus pequeñas ofrendas con un
sentimiento de gratitud real pero no por eso menos equívoco: “Señor, gracias Te
sean dadas porque yo no soy como ellos”. No es que pronuncien efectivamente
estas palabras, ni aún que las piensen, pero ese sentimiento de “exaltación
interior” no es otra cosa que una acción de gracias exactamente igual, si bien
inconsciente, y que ya Cristo dejó sentada como falsa.
La “exaltación interior” no es en
tales casos más que una autosatisfacción nacida de la oración o de pensamientos
intencionadamente buenos. ¡Aquellos que se tienen por humildes, suelen ser, en
la mayoría de los casos, los más alejados de la verdadera humildad! Con
frecuencia es preciso hacer un gran esfuerzo para entrar en coloquio con tales
creyentes. ¡Nunca jamás llegarán a alcanzar con tal estado de espíritu la
beatitud que ya creen poseer con toda seguridad! ¡Más les valiera procurar no
perderse irremisiblemente debido a ese orgullo espiritual que ellos toman por
humildad!
Muchos de los que hasta ahora son
completamente incrédulos encontrarán más fácilmente el modo de entrar en el
Reino de Dios que todas esas multitudes que, con su presuntuosa humildad, no se
presentan ante Dios suplicando con sencillez sino exigiendo indirectamente de
Él la recompensa por sus oraciones y sus piadosas palabras. Sus súplicas no son
más que exigencias, su actitud verdadera hipocresía. Como paja huera arrastrada
por el viento desaparecerán de Su presencia. Recibirán su recompensa,
ciertamente, pero de manera muy otra de como ellos piensan. Sobradamente
saciáronse ya en la Tierra con la conciencia de su propio valer.
El sentimiento de bienestar desaparece en cuanto se pasa al mundo de la materialidad etérea, siendo entonces cuando se pone de manifiesto la intuición profunda, apenas presentida aquí en la Tierra, en tanto que el sentimiento, producido hasta entonces predominantemente por los pensamientos, se desvanece por completo.
La esperanza interior de algo
mejor, silenciosa y falsamente humilde, no es, en realidad, más que una
exigencia, por muy hermosas palabras de que uno se sirva para expresarla.
Y toda exigencia es presunción.
¡Solamente Dios tiene derecho a exigir! Tampoco Cristo se acercó suplicante a
los hombres con su Mensaje, sino advirtiendo y exigiendo. Cierto es que dio
aclaración sobre la Verdad, pero jamás ofreció seductoras recompensas a quienes
le escuchaban, para así, incitarlos a enmendarse. Con calma y rigor ordenó a
los que buscaban seriamente: “¡Id y obrad en consecuencia!”
Dios se halla ante la humanidad para exigir, no para seducir ni suplicar, no para lamentar ni afligirse.
Tranquilamente dejará a todos los malévolos, y hasta a los indecisos, a merced
de las tinieblas, para que los que aspiran a ascender no queden expuestos a los
ataques, y para que los otros puedan vivir a fondo todo cuanto ellos consideran
como justo, a fin de que lleguen a reconocer su error.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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