domingo, 4 de diciembre de 2022

17. CAMINOS FALSOS

 

17. Caminos falsos

¡Los seres humanos, salvo pocas excepciones, se hallan sumidos en un error sin límites y de funestas consecuencias para ellos mismos!

Dios no tiene necesidad de correr tras ellos ni implorar para que crean en su existencia. Ni tampoco sus siervos son enviados para exhortar de continuo a que no dejen de creer en Él. Esto sería ridículo. Pensar de tal modo y esperar tales cosas es despreciar y rebajar la sublime Divinidad.

Esta concepción errónea es causa de grandes daños. Estimulada por el comportamiento de numerosos pastores de almas, realmente sinceros, que, por un auténtico amor a Dios y a los hombres, tratan incansablemente de convertir, convencer y ganar para la iglesia a esas personas que solamente se interesan por las cosas terrenales. Lo que se logra con eso es que se acreciente de manera desmesurada la ya considerable presunción que tiene el ser humano de creerse importante, e, incluso, que muchos lleguen a vivir en la ilusión de que es natural que deba suplicárseles el practicar el bien.

De aquí proviene asimismo esa extraña actitud de la mayor parte de los “creyentes” que más bien cabe considerar como ejemplo de lo que no se debe hacer en vez de tomarlos como modelos dignos de imitación. Se cuentan por millares los que experimentan dentro de sí una cierta satisfacción, una especie de exaltación, al tener conciencia de que creen en Dios, de que recitan sus oraciones con toda la seriedad posible y que intencionadamente no hacen daño alguno al prójimo.

En este sentimiento de “exaltación interior” creen ver la recompensa por el bien que han hecho, un agradecimiento de Dios por su obediencia; se sienten unidos a Dios y, de vez en cuando, piensan en Él con un cierto estremecimiento sagrado que despierta o deja en ellos un sentimiento de beatitud al que se entregan con inefable dicha.

¡Mas lo cierto es que esa multitud de creyentes recorre caminos falsos! La felicidad en que viven no es sino una ilusión creada por ellos mismos y que los incorpora, sin darse cuenta, dentro del grupo de los fariseos que presentan sus pequeñas ofrendas con un sentimiento de gratitud real pero no por eso menos equívoco: “Señor, gracias Te sean dadas porque yo no soy como ellos”. No es que pronuncien efectivamente estas palabras, ni aún que las piensen, pero ese sentimiento de “exaltación interior” no es otra cosa que una acción de gracias exactamente igual, si bien inconsciente, y que ya Cristo dejó sentada como falsa.

La “exaltación interior” no es en tales casos más que una autosatisfacción nacida de la oración o de pensamientos intencionadamente buenos. ¡Aquellos que se tienen por humildes, suelen ser, en la mayoría de los casos, los más alejados de la verdadera humildad! Con frecuencia es preciso hacer un gran esfuerzo para entrar en coloquio con tales creyentes. ¡Nunca jamás llegarán a alcanzar con tal estado de espíritu la beatitud que ya creen poseer con toda seguridad! ¡Más les valiera procurar no perderse irremisiblemente debido a ese orgullo espiritual que ellos toman por humildad!

Muchos de los que hasta ahora son completamente incrédulos encontrarán más fácilmente el modo de entrar en el Reino de Dios que todas esas multitudes que, con su presuntuosa humildad, no se presentan ante Dios suplicando con sencillez sino exigiendo indirectamente de Él la recompensa por sus oraciones y sus piadosas palabras. Sus súplicas no son más que exigencias, su actitud verdadera hipocresía. Como paja huera arrastrada por el viento desaparecerán de Su presencia. Recibirán su recompensa, ciertamente, pero de manera muy otra de como ellos piensan. Sobradamente saciáronse ya en la Tierra con la conciencia de su propio valer.

El sentimiento de bienestar desaparece en cuanto se pasa al mundo de la materialidad etérea, siendo entonces cuando se pone de manifiesto la intuición profunda, apenas presentida aquí en la Tierra, en tanto que el sentimiento, producido hasta entonces predominantemente por los pensamientos, se desvanece por completo.

La esperanza interior de algo mejor, silenciosa y falsamente humilde, no es, en realidad, más que una exigencia, por muy hermosas palabras de que uno se sirva para expresarla.

Y toda exigencia es presunción. ¡Solamente Dios tiene derecho a exigir! Tampoco Cristo se acercó suplicante a los hombres con su Mensaje, sino advirtiendo y exigiendo. Cierto es que dio aclaración sobre la Verdad, pero jamás ofreció seductoras recompensas a quienes le escuchaban, para así, incitarlos a enmendarse. Con calma y rigor ordenó a los que buscaban seriamente: “¡Id y obrad en consecuencia!”

Dios se halla ante la humanidad para exigir, no para seducir ni suplicar, no para lamentar ni afligirse. Tranquilamente dejará a todos los malévolos, y hasta a los indecisos, a merced de las tinieblas, para que los que aspiran a ascender no queden expuestos a los ataques, y para que los otros puedan vivir a fondo todo cuanto ellos consideran como justo, a fin de que lleguen a reconocer su error.

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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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