18. ¿QUÉ ES LO QUE ACTUALMENTE
SEPARA DE LA LUZ A TANTOS SERES
HUMANOS?
¡COMO UNA NOCHE PROFUNDA, la oscuridad etérea recubre esta
Tierra! ¡Desde hace muchísimo tiempo! De manera sofocante, envuélvela, densa e
inexorablemente, haciendo que muera en ella toda intuición ascendente en busca
de la Luz, cual sucede a la llama que, falta de oxígeno, pierde al punto su
fulgor, palidece y se apaga.
Este estado de cosas en la
materia etérea, que se manifiesta actualmente en el máximo desarrollo en cuanto
a sus graves repercusiones, es realmente terrible. ¡Si una persona pudiese
observar tan sólo por unos segundos estos acontecimientos, experimentaría tal
horror que al instante perdería toda esperanza de salvación! –
Y todo esto fue ocasionado por
culpa de los seres humanos. Por culpa de su propensión hacia lo vil. La
humanidad ha sido, para sí misma, su más grande enemigo. Actualmente, incluso
los pocos seres que aspiran de nuevo a alcanzar las alturas salvadoras,
hállanse en peligro de ser atraídos, junto
con los otros, hacia el abismo al que éstos van aproximándose con rapidez
fatal.
Es como un abrazo tenebroso al
que indefectiblemente ha de seguir un desliz mortal en el pantano asfixiante y
viscoso en que todo se ahoga calladamente. Ya no cabe hablar de lucha, sino
sólo de siniestra estrangulación silenciosa y muda.
Y el hombre ni siquiera se da
cuenta de ello. La pereza de su espíritu le torna ciego ante tal fatal acaecer.
Pero el pantano sigue exhalando
sin cesar sus deletéreas emanaciones para que, debilitando poco a poco a los
fuertes y vigilantes, se agoten también y, al fin, dormidos como la inmensa
mayoría, acaben sucumbiendo en sus mefíticas entrañas.
Tal es el aspecto que presenta
hoy día esta Tierra. No se crea que trato de desarrollar aquí una metáfora, ¡es
la vida misma lo que estoy
exponiendo! Dado que toda la materia etérea presenta formas creadas y animadas
por la intuición humana, es evidente que estos acontecimientos de los que estoy
hablando tienen lugar, en realidad, constantemente. He aquí, pues, el ambiente,
la atmósfera que espera al ser humano cuando, al tener que abandonar esta
Tierra, compruebe que no puede ser guiado hacia las regiones más luminosas y
más bellas.
Y las tinieblas, entre tanto, van
condensándose cada vez más.
De esta suerte va acercándose la
hora en que nuestra Tierra será entregada por algún tiempo al dominio de las
tinieblas, sin el socorro directo de la Luz, pues la humanidad así lo impuso
por su propia voluntad. Las consecuencias de esta voluntad tenían que conducir
en la mayoría de los casos, obligadamente,
a este final. – Es el tiempo que a Juan le fue dado ver, el tiempo en que Dios
esconderá Su Rostro. –
La noche reina por doquier. Mas
en el instante de máxima miseria, cuando todo, incluso lo que aún quede de
mejor especie, amenace sucumbir, ¡entonces aparecerá la aurora! Sin embargo,
esta aurora aporta primeramente los dolores de una gran purificación
ineludible, antes de que pueda comenzar la salvación de todos los que buscan
con seriedad; pues la mano salvadora no
puede ser tendida a aquellos que no aspiran más que a lo bajo y vil. Tales
seres habrán de precipitarse en las profundidades horrendas en las que sólo
podrán esperar que un día lleguen a despertar a costa de terribles tormentos
hasta sentir repugnancia de sí mismos.
Quienes hasta ahora pudieron
crear obstáculos a los que se esforzaban por ascender, mofándose de ellos y
aparentemente sin sufrir castigo alguno, se volverán silenciosos y pensativos
hasta acabar suplicando y gimiendo por conocer la Verdad.
Mas no ha de resultarles tarea
fácil. Irresistiblemente tendrán que pasar por los molinos de las Leyes inmutables
de la Justicia Divina hasta que la experiencia
vivida les haga reconocer sus errores. –
En el curso de mis viajes he
podido constatar que mi Palabra caía como una antorcha ardiente en medio de los
perezosos de espíritu al afirmar que ningún ser humano puede pretender poseer
esencia divina; mientras que, precisamente hoy, son incontables los esfuerzos
por descubrir a Dios en uno mismo,
hasta el punto de llegar el hombre a considerarse divino.
Por esta razón, mi Palabra ha
despertado múltiples inquietudes. ¡La humanidad se alza contra ella porque sólo
quiere escuchar palabras tranquilizantes y adormecedoras que le resulten agradables!
Mas aquellos que se alzan
rebeldes no son sino cobardes que prefieren esconderse de sí mismos con el solo
fin de poder permanecer en la penumbra, en la que tan dulce y plácidamente
pueden soñar a la medida de sus propios
deseos.
No todo el mundo puede soportar
ser expuesto a la Luz de la Verdad que deja al descubierto con toda claridad y
sin piedad las faltas y manchas de las vestiduras.
Con sus sonrisas socarronas, su
sarcasmo o su hostilidad, esos seres no pretenden otra cosa que impedir que
llegue el día en que ha de ponerse claramente de manifiesto la base carcomida
del coloso vacilante e idólatra que han hecho de su propio “yo”. Estos
insensatos no hacen más que representarse a sí mismos una comedia carnavalesca
que inexorablemente ha de ir seguida de un miércoles de ceniza exento de todo
artificio. No pretenden otra cosa que deificarse a sí mismos en las falsas
concepciones en las que se encuentran a sus anchas y llenos de complacencia
terrenal. A priori consideran como enemigo a aquél que venga a perturbar su indolente tranquilidad.
¡Más esta vez de nada ha de servirles su rebeldía!
La edificación de uno mismo,
manifestada en la afirmación de que el hombre posee un algo de divinidad, es
una tentativa innoble de profanar la Grandeza y la Pureza de vuestro Dios, una profanación de las cosas más sagradas
hacia las cuales eleváis vuestros ojos con bienaventurada confianza. –
En lo más profundo de vuestro ser
hay un altar que debe servir para adorar a vuestro Dios. Este altar es vuestra
facultad intuitiva que, siendo pura, se mantiene en contacto con la esfera de
lo espiritual y, por ende, con el Paraíso. Así hay momentos en que sentiréis
vosotros mismos plenamente la proximidad de vuestro Dios, cual ocurre con
frecuencia en ocasiones de profundo dolor o de suma alegría.
Sentís Su proximidad del mismo
modo como la viven continuamente en el Paraíso los eternos Espíritus primordiales,
con los cuales estáis en tales momentos estrechamente ligados. Las fuertes
vibraciones, ya sean producidas por la conmoción de una gran alegría o de un
dolor profundo, hacen retroceder por unos segundos a todo lo vil y terrenal,
dejándolo relegado a un término lejano, dando libre curso a la pureza de la
intuición, que tiende inmediatamente un puente hacia esa pureza análoga que da
vida al Paraíso.
En esto radica la dicha suprema
del espíritu humano. Los seres eternos del Paraíso la viven sin cesar, proporcionándoles
la maravillosa certeza de que están a salvo. Sienten entonces con plena
conciencia la proximidad de su Dios en toda su Grandeza, bajo cuya Fuerza se
encuentran. Pero al mismo tiempo conciben como algo natural que se encuentran
en su máxima cumbre y que jamás serán capaces de contemplar a Dios.
Pero el saberlo tampoco los
deprime; al contrario, reconociendo Su inaccesible Grandeza manifiestan
jubilosa gratitud por Su indecible Gracia, con la que siempre ha obrado frente
a la criatura presuntuosa.
Y el hombre puede ya, aquí en la
Tierra, gozar de esta dicha. Es del todo correcto decir que en ciertos momentos
solemnes el hombre terrenal siente la presencia de su Dios. Pero es un
sacrilegio querer deducir de este puente maravilloso, que se constituye al
tomar conciencia de la proximidad divina, que el hombre posea en su interior
una chispa de divinidad.
La depreciación del Amor Divino
va a la par con semejante afirmación. ¿Cómo puede medirse el Amor de Dios con
la medida del amor humano? Más aún: ¿Cómo va a ser posible situarlo por debajo del amor humano en lo que se
refiere a su valor? ¡Observad a los hombres que se imaginan el Amor Divino en
su más sublime idealización sufriendo en silencio y perdonándolo todo!
Pretenden reconocer lo Divino en el hecho
de que Él tolera toda insolencia por parte de criaturas inferiores, tal y como solamente puede darse en el más
débil de los hombres y el más cobarde, a quien precisamente se desprecia por lo
mismo. ¡Reflexionad sobre la terrible deshonra que esto implica!
¡Los seres humanos quieren poder
pecar impunemente y poder causar finalmente una gran alegría a Dios por el
hecho de dejarle la facultad de perdonar sus faltas sin expiaciones personales!
Para admitir semejante concepción es preciso poseer una desmesurada estrechez
de miras y una pereza digna de castigo o estar plenamente convencido de su
propia y desesperante debilidad en cuanto a querer el bien en el ascenso hacia
las alturas: tan condenable es lo uno como lo otro.
¡Imaginaos por un momento el Amor
Divino: claro como el cristal, radiante, puro y magno! ¿Podéis imaginároslo al
mismo tiempo de una debilidad tan melosa y de una condescendencia tan
degradante como les gustaría a los hombres que fuera? Su intención no es otra
que construir una falsa grandeza allí donde lo que desean es debilidad. Dan una imagen falsa, con el único fin de
poder engañarse a sí mismos y tranquilizarse respecto a sus propios defectos,
con los que se sitúan voluntariamente al servicio de las tinieblas.
¿Dónde quedan, pues, esa frescura y
ese vigor que son atributos de la Pureza cristalina del Amor Divino? El Amor
Divino es inseparable de la Justicia Divina en su magna severidad. En realidad
es la Justicia misma. La Justicia es Amor y el Amor, a su vez, reposa en la Justicia.
Y sólo en esto radica el perdón
divino.
Las iglesias tienen razón al
afirmar que Dios lo perdona todo. ¡Y
que perdona realmente! Lo contrario
sucede entre los seres humanos que consideran como persona para siempre indigna
a quien fue sancionado por una falta, aunque sea pequeña. Tal modo de pensar
acarrea una doble culpabilidad, ya que no corresponde al modo de obrar según la
Voluntad de Dios. El amor humano carece aquí de verdadera justicia.
Los efectos de la Voluntad
creadora divina purifican a todo espíritu humano tan pronto éste anhela
ascender, librándole de su culpa mediante la experiencia vivida personalmente o
a través del esfuerzo voluntario por mejorar.
Más tarde, al volver al plano
espiritual, después de pasar por los molinos de la materialidad, el espíritu
humano se encuentra puro en el Reino de su Creador, sin importar lo que de malo haya cometido. Su pureza
será igual a la de aquel que jamás cometió falta alguna. Mas, su camino tiene
que pasar previamente por los efectos
de las Leyes divinas, y precisamente en esto
radica la garantía del Perdón divino, de Su Gracia.
¿No es frecuente en nuestros días la
pregunta llena de horror de cómo es posible que Dios haya permitido que ocurra
tanta miseria en los últimos años? ¿Dónde queda, entonces, el Amor, dónde la
Justicia? ¡Se pregunta la humanidad,
se preguntan las naciones, con
frecuencia las familias y hasta el individuo mismo! ¿No sería más lógico
considerar tales hechos como una prueba evidente de que el Amor Divino es completamente diferente de lo que muchos
se imaginan? ¡Tratad, por una vez, de imaginaros así hasta un último término
el Amor Divino que todo lo perdona, tal y como los hombres, en su obstinación,
se esfuerzan por representar! Sin exigir expiación alguna por parte del hombre,
consintiéndolo todo y finalmente perdonándolo con magnanimidad. ¡Qué deplorable
resultado! ¿Se imagina el hombre ser tan valioso como para que su Dios tenga
que sufrir por él? ¿Se imagina por consecuencia ser aún más valioso que el
propio
Dios? ¡Cuánto no encierra esta
pretensión humana! –
Pensando lógicamente, por
necesidad habéis de tropezar con miles de obstáculos sin poder llegar a una
solución, salvo empequeñeciendo a
Dios o haciéndolo imperfecto.
Mas lo cierto es que Él siempre
ha sido, es y será perfecto, cualquiera que sea la actitud de los hombres a
este respecto.
Su
perdón reposa en la Justicia y no en
otra cosa. ¡Y sólo en esta Justicia inmutable reposa también Su gran Amor, tan
desconocido hasta el presente!
¡Desechad de vosotros el hábito
de medir en estos dominios empleando medidas terrenales! La Justicia de Dios y
el Amor de Dios se dirigen al espíritu
humano. La materia no desempeña ningún papel. En efecto, no está formada sino por el espíritu humano
mismo, y sin él no puede tener vida.
¿Por qué os atormentáis tan
frecuentemente con insignificancias puramente terrenales que consideráis como
culpas cuando en realidad no lo son?
Lo único decisivo para las Leyes
divinas en la Creación es lo que el espíritu
desea en el momento de actuar. Pero esta voluntad espiritual no es la
actividad del pensamiento sino la intuición más íntima, la verdadera volición
en el hombre, que es lo único capaz de poner en movimiento las Leyes que rigen
el más allá y que de hecho las pone automáticamente en movimiento.
El Amor Divino no se deja
envilecer por los hombres, porque en Él residen en la Creación entera,
sostenidas por el Amor, las Leyes inmutables de la Voluntad de Dios. Y estas
Leyes se manifiestan según como se comporte el hombre. Ellas pueden religarlo a
la proximidad de su Dios o constituir una barrera imposible de ser demolida
jamás, a menos que el hombre acabe adaptándose, es decir, obedeciendo; único
modo de hallar su salvación y su felicidad.
La Gran Obra no tiene defectos ni
fallos sino que constituye un todo
perfecto. El hombre insensato o necio que pretenda verlo de otra manera se
estrellará. –
El
Amor Divino sólo actúa en aquello que puede ser de utilidad para todo espíritu humano y no en lo que le causa alegría
en la Tierra y le parece agradable. El Amor Divino va mucho más lejos, pues domina la existencia entera. –
En la actualidad hay quienes
piensan muy a menudo: si se esperan tribulaciones y destrucciones que provoquen
una gran depuración, también Dios ha de ser lo suficientemente justo para
mandar previamente predicadores que inciten a la penitencia. Es preciso que los
seres humanos sean advertidos. ¿Dónde está Juan para anunciar lo que ha de
acontecer?
¡Lamentables en su falta de
reflexión son quienes así piensan! Sólo la presunción de la más grande vacuidad
puede crear tales exclamaciones. ¡De seguro que le azotarían y encerrarían en
prisión!
¡Abrid por una vez los ojos y los
oídos! ¿Qué hacéis en cambio? Saltáis
frívolamente por encima de todas las miserias y angustias del prójimo. ¡Nadie quiere ver ni oír! –
Hace ya dos mil años hubo un
precursor que predicó también la penitencia, y el Verbo Encarnado le siguió
inmediatamente. Más los hombres se esforzaron con empeño en hacer desaparecer
el resplandor puro de Su Palabra, oscureciéndola a fin de que la fuerza de
atracción de su luminosidad se apagase poco a poco. –
Y ahora todos esos hombres que
quieren desenterrar la Palabra y sacarla a la luz por entre la asfixiante
maleza de concepciones parasitarias que la recubren, advierten bien pronto que
los agentes de las tinieblas tratan obstinadamente de impedir en flor cualquier
jubiloso despertar del espíritu.
¡Más ningún suceso ocurrido en los tiempos de Cristo se repetirá hoy
día! ¡En ese entonces vino la Palabra! La humanidad tenía su libre albedrío
y la mayor parte optó por rechazarla y desestimarla. Desde entonces, los
hombres quedaron sujetos a las leyes que, de manera
autoactiva, entraron en acción en
consonancia con la decisión libre mente tomada. En el camino que ellos mismos
habían elegido encontraron los hombres, entonces, los frutos inevitables de su
propia volición.
Pronto, sin embargo, va a
cerrarse el ciclo. Todo va acumulándose con fuerza creciente constituyendo un
dique próximo a desbordarse sobre el género humano que vegeta inconsciente en
su letargia espiritual. ¡Al final, llegada la hora en que todo haya de
cumplirse ya no tendrán, naturalmente, libertad de elección!
En tal momento, los hombres
tendrán que cosechar los frutos nacidos de lo que sembraron en tiempos de
Cristo y posteriormente en sus caminos errados.
Actualmente, a la hora de rendir
cuentas, todos los que en tiempos de Cristo rechazaron su Palabra viven
reencarnados en la Tierra. Hoy ya no tienen derecho a una advertencia previa
para tomar por segunda vez una decisión. ¡En dos milenios han tenido tiempo más
que suficiente para cambiar de parecer! Del mismo modo, aquellos que admiten
una explicación falsa de Dios y de Su Creación y que no se esfuerzan en
comprenderlo de manera más pura, no han entendido nada. Esto aún es peor, pues
una creencia errónea impide ya de por sí captar la Verdad.
¡Desventurado aquel que falsifique o altere la Verdad con el fin
de granjearse simpatías pensando que la forma más cómoda le resulta a los
hombres también más agradable! No solamente se hace culpable de adulteración o
de engaño sino que asume a su vez toda la responsabilidad por aquellos que
logró atraer proponiendo lo más cómodo y más aceptable. Cuando llegue su hora
de expiación no le será prestada
ayuda alguna. ¡Se hundirá en las profundidades, de las que nunca más volverá a
salir, y en verdad que tal suerte será justa! También esto le fue dado ver a
Juan y transmitirnos como advertencia en su Apocalipsis.
Y cuando comience la gran
depuración no quedará tiempo al hombre para protestar u oponerse a los
acontecimientos. Las Leyes divi nas, de las cuales el hombre gusta crearse una
imagen falsa, actuarán entonces inexorablemente.
Precisamente al vivir tales
tiempos, los más terribles que la humanidad habrá experimentado jamás, los
hombres se darán cuenta, por fin, de que el Amor de Dios está muy lejos de la
flaqueza y debilidad que ellos le atribuyeron en su desmedida presunción.
¡Más de la mitad del número total
de hombres que pueblan actualmente la Tierra no pertenecen a ella!
Hace ya miles de años que la
humanidad ha caído a un nivel tan bajo y vive tan sumergida en la oscuridad que con su impura voluntad tendió
innumerables puentes hacia regiones tenebrosas situadas muy por debajo de todo plano terrenal. Allí,
en las profundidades, viven espíritus caídos cuyo peso etéreo jamás les
permitió elevarse hasta el nivel de esta Tierra.
Esto formaba una protección para los hombres que viven en
ella y para los propios espíritus oscuros. La ley natural de la gravedad de la
materialidad etérea los mantiene separados unos de otros. Allá abajo pueden dar
rienda suelta a sus pasiones y a todas sus vilezas sin causar perjuicio. Al
contrario, su vida desenfrenada no afecta más que a los seres de condición afín
que a su vez los atacan de la misma manera. De esta forma todos sufren
recíprocamente, y este sufrimiento los va acercando a la madurez sin inducirles
a cometer otras culpas. Pues por el sufrimiento puede despertar en ellos, en un
momento determinado, el horror de sí mismos, y con él, el deseo de salir de las
regiones en que se encuentran. Este deseo se torna al fin en desesperación
cruel que puede hacer surgir las más ardientes plegarias y, por ende, una
sincera voluntad de enmendarse.
¡Es así como debía suceder! ¡Pero por la
errónea voluntad de los hombres no fue así!
Con su impura voluntad formaron
un puente hacia las regiones de las tinieblas, tendiendo la mano a los que en
ellas vivían y ofreciéndoles la posibilidad, por la fuerza de atracción de las
afinidades, de ascender al plano terrenal y hallar, naturalmente, ocasión de
una nueva encarnación que aún no estaba prevista para ellos en el curso normal
de los eventos cósmicos.
Mas en el plano terrenal, donde
por mediación de la materia densa pueden convivir
con otros seres más luminosos y mejores, no hacen sino causar daños y volverse
a cargar de una nueva culpa. En las
regiones más bajas no pueden hacer tal cosa, pues sus bajos instintos solamente
pueden beneficiar a sus semejantes, ya que éstos, en definitiva, acaban
reconociéndose a sí mismos; así aprenden a aborrecer aquello, contribuyendo de
esta manera a su enmienda.
El hombre ha perturbado esta vía normal de toda evolución, mediante el vil
empleo de su libre albedrío, tendiendo puentes de materia etérea hacia las
regiones de las tinieblas, de manera que los que se habían hundido en ellas
pudieron ser arrojados al plano terrenal igual que una jauría que ahora puebla
satisfecha la mayor parte de la Tierra.
Dado que las almas luminosas se
ven obligadas a retroceder ante las tinieblas allí donde estas últimas han
logrado ganar terreno, resultó muy fácil para las almas oscuras, que sin
derecho alguno han alcanzado el plano terrestre, encarnar incluso allí, donde
en otro caso sólo un alma luminosa hubiese tenido acceso. Así es como las almas
oscuras encuentran un apoyo por medio de una persona cualquiera existente en el
ambiente circundante de la futura madre, una apoyo que les permite imponerse y
suplantar a las almas luminosas aun en aquellos casos en que el padre o la
madre se encuentren entre los seres más evolucionados y luminosos.
De esta forma se explica el
enigma de que nazcan tantas veces ovejas negras de padres buenos. Si las
futuras madres prestasen mayor atención al ambiente que las circunda y
eligiesen mejor el círculo de las personas con que tratan, esto no podría producirse.
Por lo tanto, no puede
reconocerse nada más que Amor, cuando
las repercusiones finales de las Leyes terminan barriendo del plano ter renal,
en estricta Justicia, a todos aquellos seres que no deberían estar aquí,
arrastrándolos hacia aquel reino de las tinieblas, al que pertenecen por su
naturaleza. Así ya no podrán impedir la ascensión de seres luminosos ni se
cargarán, a su vez, de nuevas culpas, sino que podrán acaso alcanzar madurez
ante la repugnancia de sus propias experiencias. – –
Llegará la hora, ciertamente, en
que el corazón de cada hombre será asido
por un puño de hierro, la hora en que con una inexorabilidad terrible se
arrancará de toda criatura humana su orgullo espiritual. Entonces desaparecerá
la duda que actualmente impide a los espíritus humanos reconocer que lo Divino
no está en ellos mismos sino muy por
encima de ellos; que solamente la más pura imagen de Dios puede elevarse sobre el altar de su vida interior
para ser venerada en humilde plegaria. –
No se trata de un error, sino de
un pecado el hecho de que un espíritu humano pretenda también ser divino.
Semejante presunción por fuerza ha de provocar su caída, ya que no es otra cosa
que una tentativa de arrancar el cetro de la mano de su Dios, de rebajarlo
hasta el nivel del hombre, nivel en el cual el hombre mismo ni siquiera ha
logrado mantenerse, puesto que, queriendo ser más aún, puso sus miras en alturas que jamás podrá alcanzar, ni
siquiera entrever. ¡De esta suerte pasó por alto la realidad e hizo de sí mismo
un ser no solamente inútil en la Creación, sino mucho peor aún, un ser directamente
nocivo para ella.
Al final, y provocado por su
propia aberración, le será mostrado con siniestra claridad, que en su
decadencia actual no representa ni siquiera una leve sombra de la Divinidad.
Todo el tesoro de su saber terreno que haya acumulado a costa de tan penoso
esfuerzo en el curso de millares de años se evidenciará como nulo ante sus propios ojos horrorizados,
teniendo que experimentar en sí mismo cómo los frutos de sus aspiraciones
exclusivamente materiales se tornan completamente inútiles y, en ciertas
ocasiones, incluso una maldición.
¡Que trate de pensar entonces, si aún es
capaz de ello, en su propia divinidad! – –
Imperiosa, retumbará una voz a su
encuentro: “¡Póstrate, criatura, ante tu Dios y Señor! ¡No cometas el sacrilegio
de divinizarte a ti mismo!” – –
El egocentrismo del corrupto
espíritu humano habrá llegado a su fin. –
Sólo entonces podrá esta
humanidad pensar en una ascensión. Y será entonces cuando habrá llegado la hora
en que se venga abajo todo lo que no repose sobre una base sólida. ¡Las
grandezas ficticias, los falsos profetas y las asociaciones que se agruparon en
su derredor se derrumbarán y será entonces cuando las sendas seguidas hasta
ahora se muestren en toda su falsedad!
No pocos seres satisfechos de sí mismos advertirán
horrorizados, y sin ningún género de duda, que se encuentran al borde del
abismo y que, mal guiados, van deslizándose rápidamente hacia él, mientras
llenos de orgullo creían ascender, acercándose a la Luz. Reconocerán haber
abierto las barreras protectoras sin estar respaldados por toda la fuerza
necesaria para la defensa, y comprenderán que han lanzado sobre sí mismos
ingentes peligros que se hubieran evitado siguiendo un desarrollo natural.
¡Bienaventurado aquél que entonces logre hallar el buen camino de retorno!
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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