lunes, 26 de diciembre de 2022

19. LA BELLEZA DE LOS PUEBLOS

 

19. LA BELLEZA DE LOS PUEBLOS

LA TIERRA será acosada, ahora, por la Luz. Fuertemente se ciñe una espesa envoltura alrededor del globo, para que las Tinieblas no puedan escapar; más y más intensa va haciéndose la presión que habrá de comprimir todo el mal, de modo que los ciclos de todos los eventos tengan que cerrarse uno tras otro, para que el fin se una al principio. Lanzas y dardos de luz surcan el aire; espadas luminosas centellean, y duramente hostigados serán los alabarderos de Lucifer hasta su aniquilamiento.

¡Victoria sagrada a la Luz en la Tierra! Tal es la Voluntad todopoderosa de Dios. Hágase la Luz por doquier, incluso en medio de todas las aberraciones de la humanidad, para que reconozca, ahora, la veracidad.

Para bendición de todos los pueblos, debe empezar la nueva gran época, a fin de que éstos se sientan felices en el suelo al que pertenecen y, en plena correspondencia con su raza, lleguen al máximo florecimiento y puedan recoger los frutos más ricos, de modo que toda su actividad sea una única evolución armoniosa favorable a toda la humanidad terrenal.

¡Así surgirá la belleza! La Tierra entera será una imagen de la belleza, como salida de la misma mano del gran Creador; pues, entonces, los espíritus humanos vibrarán al unísono, y su gozosa labor ascenderá, como una jubilosa acción de gracias, hasta las alturas luminosas, reflejando allá arriba toda la armonía de la felicidad que se manifiesta en la Tierra.

Pero esa belleza querida por Dios no puede hacerse realidad mientras los dirigentes sigan tratando de imponer a sus pueblos, a sus países, costumbres y usos extranjeros, extrañas vestiduras y extraños estilos arquitectónicos, en la ilusoria creencia de que eso supondrá un progreso para su pueblo. Imitación no es encumbramiento, no es una obra propia. ¡La uniformidad mediante la anexión es falsa!

La mejor medida, a tal efecto, es el sentido de lo bello, que se os ha dado para reconocer lo que hay de justo y de falso en semejantes cosas. Si os fiais del verdadero sentido original de lo bello, nunca podréis engañaros, pues va unido a las leyes originarias de la creación, es la expresión de un conocimiento — aún oculto — de la Perfección, un infalible indicador para cada espíritu, puesto que, en esta poscreación, sólo lo espiritual, al llegar a un cierto grado de madurez, posee la facultad de reconocer conscientemente la belleza real.

Pero, por desgracia, hace, ya, mucho tiempo que también habéis extinguido la espontánea facultad de sentir, a causa de vuestro conocido pecado original y de sus nefastas consecuencias, a causa de la dominación del intelecto, que hizo una caricatura de todo. La forma que él puso en lugar del concepto de la verdadera belleza, es la insensatez de la moda, a la que vuestra vanidad se sometió tan gustosamente. Las extravagancias de la moda han trastornado por completo vuestro sentido estético de las formas nobles y graciosas, ese sentido que ha sido dado a vuestro espíritu como pauta y báculo para esta existencia terrenal, por lo que habíais de perder un gran punto de apoyo por culpa propia.

Si no hubiera sido así, en todas las situaciones de la vida y en todos los lugares sentiríais, sabríais siempre donde habría alguna discordancia, porque dondequiera que vuestro sentido de lo bello no pueda vibrar gozosamente, la armonía, estrictamente condicionada por las leyes de la creación, no estará presente tal como debiera ser. Y donde falta armonía no existe tampoco belleza.

Ved a los chinos con sombrero de copa; también a los japoneses y a los turcos. Son caricaturas de la cultura europea. Ved a las japonesas, que ahora se visten a la europea, y vedlas después con sus trajes regionales. ¡Qué diferencia! ¡Cuánto desmerecen esas vestiduras extrañas a su país! Es una gran pérdida para ellas.

¡Únicamente la elevación de la propia cultura supone un progreso real para cada pueblo! Cierto que la ascensión debe estar presente en todo, sin estagnación ninguna; pero esa ascensión en el progreso ha de efectuarse siempre sobre el propio suelo y a partir de éste mismo, y no mediante la anexión de elementos extraños; si no, nunca habrá ahí progreso. En su verdadero sentido, la misma palabra rechaza, ya, las anexiones. El progreso para un pueblo no puede consistir más que en el fomento de lo que ya posee, pero no en la anexión de algo prestado. La anexión no es progreso ninguno, el cual se manifiesta en el desarrollo lógico del orden establecido. Lo prestado o anexionado no es tampoco algo propio, aun cuando se quiera apropiarse de ello. No ha sido adquirido por uno mismo, no es un producto del espíritu de un pueblo: de lo único que podría y debería estar orgulloso.

Ahí reside un gran cometido, para todos, en ultramar: dejar que cada pueblo se engrandezca en sí mismo, por propia iniciativa, mediante sus facultades personales, que tan diferentes son entre los muchos pueblos de la Tierra. Todos deben florecer conforme a la naturaleza del suelo en que han nacido. Tienen que seguir adaptados a ese suelo para desplegar en él esa belleza que vibre armoniosamente con la de todos los pueblos de la Tierra. Ahora bien, la verdadera armonía surge, precisamente, de su heterogeneidad y no de la uniformidad entre todos los pueblos. Si fuera esto lo que se pretendía, no habría habido más que un solo país y un solo pueblo. Pero, entonces, sobrevendría pronto la estagnación y, finalmente, la decadencia y la extinción, pues faltaría la reanimación que produce el elemento complementario.

Considerad, si no, las flores del campo, que, precisamente por su diversidad, vivifican y reaniman. Es más: hacen feliz.

Mas la inobservancia de esas leyes de la evolución se vengará cruelmente de los pueblos, pues también conducirá, en último término, a la regresión y al hundimiento, no al progreso, ya que no existe ahí nada sano. El ser humano no puede rebelarse contra cosas a las que está supeditado como toda criatura, hasta tal punto que nunca puede alcanzar nada si no tiene en cuenta las vivas leyes entretejidas en esta creación. Si obra en contra de ellas o no las toma en consideración, tarde o temprano habrá de fracasar; cuanto más tarde, tanto más rotundamente. Asimismo, cada dirigente ha de llevar la responsabilidad de las faltas cometidas por efecto de sus falsas concepciones. Habrá de sufrir por todo el pueblo, que, en su miseria, se aferrará espiritualmente a él con todas las fuerzas.

Repito una vez más: sólo la elevación de la propia cultura, adaptada al suelo, al clima y a la raza, supone progreso para cada pueblo. El hombre ha de ser autóctono, en el sentido más puro, si quiere crecer y espera ayuda de la Luz. ¡Nada de adoptar costumbres populares y usos extranjeros! ¡Nada de aceptar puntos de vista extraños! El autoctonismo es condición fundamental, y sólo él garantiza salud, fuerza y madurez.

¿Pero es que el hombre no ha aprendido bastante, todavía, de las funestas experiencias provocadas repetidas veces, al dar su propia cultura a pueblos extranjeros, teniendo que asistir después a la decadencia de los mismos? Esto sólo ha hecho reflexionar a muy pocos. Pero, hasta ahora, esas reflexiones también se han perdido en la arena y no han encontrado un fondo capaz de retener un ancla.

Eliminar el mal y establecer una forma de vida nueva, gozosa y rica en los países de ultramar, es una tarea de gran envergadura. Revolucionaria es la empresa; pues sus consecuencias trascienden a todos los pueblos de la Tierra, proporcionando progreso, salud… ¡felicidad!

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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