19. LA BELLEZA DE LOS PUEBLOS
LA TIERRA será acosada, ahora, por la
Luz. Fuertemente se ciñe una espesa envoltura alrededor del globo, para que las
Tinieblas no puedan escapar; más y más intensa va haciéndose la presión que
habrá de comprimir todo el mal, de modo que los ciclos de todos los eventos
tengan que cerrarse uno tras otro, para que el fin se una al principio. Lanzas
y dardos de luz surcan el aire; espadas luminosas centellean, y duramente
hostigados serán los alabarderos de Lucifer hasta su aniquilamiento.
¡Victoria sagrada a
la Luz en la Tierra! Tal es la Voluntad todopoderosa de Dios. Hágase la Luz
por doquier, incluso en medio de todas las aberraciones de la humanidad, para
que reconozca, ahora, la veracidad.
Para bendición de todos los pueblos, debe empezar la nueva
gran época, a fin de que éstos se sientan felices en el suelo al que pertenecen
y, en plena correspondencia con su raza, lleguen al máximo florecimiento y
puedan recoger los frutos más ricos, de modo que toda su actividad sea una
única evolución armoniosa favorable a toda la humanidad terrenal.
¡Así surgirá la belleza! La Tierra entera será una imagen
de la belleza, como salida de la misma mano del gran Creador; pues, entonces,
los espíritus humanos vibrarán al unísono, y su gozosa labor ascenderá, como
una jubilosa acción de gracias, hasta las alturas luminosas, reflejando allá
arriba toda la armonía de la felicidad que se manifiesta en la Tierra.
Pero esa belleza querida por Dios no puede hacerse realidad
mientras los dirigentes sigan tratando de imponer a sus pueblos, a sus países,
costumbres y usos extranjeros, extrañas vestiduras y extraños estilos
arquitectónicos, en la ilusoria creencia de que eso supondrá un progreso para
su pueblo. Imitación no es encumbramiento, no es una obra propia. ¡La
uniformidad mediante la anexión es falsa!
La mejor medida, a tal efecto, es el sentido de lo bello,
que se os ha dado para reconocer lo que hay de justo y de falso en semejantes
cosas. Si os fiais del verdadero sentido
original de lo bello, nunca podréis engañaros, pues va unido a las leyes
originarias de la creación, es la expresión de un conocimiento — aún oculto —
de la Perfección, un infalible indicador para cada espíritu, puesto que, en esta poscreación, sólo lo espiritual, al llegar a un cierto
grado de madurez, posee la facultad de reconocer conscientemente la belleza
real.
Pero, por desgracia, hace, ya, mucho tiempo que también
habéis extinguido la espontánea facultad de sentir, a causa de vuestro conocido
pecado original y de sus nefastas consecuencias, a causa de la dominación del
intelecto, que hizo una caricatura de todo. La forma que él puso en lugar del
concepto de la verdadera belleza, es la insensatez de la moda, a la que vuestra
vanidad se sometió tan gustosamente. Las extravagancias de la moda han
trastornado por completo vuestro sentido estético de las formas nobles y
graciosas, ese sentido que ha sido dado a vuestro espíritu como pauta y báculo para esta existencia terrenal, por lo
que habíais de perder un gran punto de apoyo por culpa propia.
Si no hubiera sido así, en todas las situaciones de la vida y en todos los lugares sentiríais, sabríais
siempre donde habría alguna discordancia, porque dondequiera que vuestro
sentido de lo bello no pueda vibrar gozosamente, la armonía, estrictamente
condicionada por las leyes de la creación, no estará presente tal como debiera ser. Y donde falta
armonía no existe tampoco belleza.
Ved a los chinos con sombrero de copa; también a los
japoneses y a los turcos. Son caricaturas de la cultura europea. Ved a las
japonesas, que ahora se visten a la europea, y vedlas después con sus trajes
regionales. ¡Qué diferencia! ¡Cuánto desmerecen esas vestiduras extrañas a su
país! Es una gran pérdida para ellas.
¡Únicamente la
elevación de la propia cultura supone un progreso real para cada pueblo! Cierto
que la ascensión debe estar presente
en todo, sin estagnación ninguna; pero esa ascensión en el progreso ha de
efectuarse siempre sobre el propio suelo
y a partir de éste mismo, y no
mediante la anexión de elementos extraños; si no, nunca habrá ahí progreso. En
su verdadero sentido, la misma palabra rechaza, ya, las anexiones. El progreso para un pueblo no puede
consistir más que en el fomento de lo que ya posee, pero no en la anexión de
algo prestado. La anexión no es progreso ninguno, el cual se manifiesta en el
desarrollo lógico del orden establecido. Lo prestado o anexionado no es tampoco
algo propio, aun cuando se quiera apropiarse de ello. No ha sido adquirido por
uno mismo, no es un producto del espíritu de un pueblo: de lo único que podría
y debería estar orgulloso.
Ahí reside un gran cometido, para todos, en ultramar: dejar
que cada pueblo se engrandezca en sí
mismo, por propia iniciativa, mediante sus facultades personales, que tan
diferentes son entre los muchos pueblos de la Tierra. Todos deben florecer conforme
a la naturaleza del suelo en que han nacido. Tienen que seguir adaptados a
ese suelo para desplegar en él esa belleza
que vibre armoniosamente con la de todos los pueblos de la Tierra. Ahora bien,
la verdadera armonía surge, precisamente, de su heterogeneidad y no de la uniformidad entre todos los pueblos. Si
fuera esto lo que se pretendía, no habría habido más que un solo país y un solo pueblo. Pero, entonces, sobrevendría pronto
la estagnación y, finalmente, la decadencia y la extinción, pues faltaría la
reanimación que produce el elemento complementario.
Considerad, si no, las flores del campo, que, precisamente
por su diversidad, vivifican y reaniman. Es más: hacen feliz.
Mas la inobservancia de esas leyes de la evolución se
vengará cruelmente de los pueblos, pues también conducirá, en último término, a
la regresión y al hundimiento, no al progreso, ya que no existe ahí nada sano.
El ser humano no puede rebelarse contra cosas a las que está supeditado como
toda criatura, hasta tal punto que nunca puede alcanzar nada si no tiene en
cuenta las vivas leyes entretejidas en esta creación. Si obra en contra de
ellas o no las toma en consideración, tarde o temprano habrá de fracasar; cuanto más tarde, tanto más rotundamente.
Asimismo, cada dirigente ha de llevar la responsabilidad de las faltas
cometidas por efecto de sus falsas
concepciones. Habrá de sufrir por todo el pueblo, que, en su miseria, se
aferrará espiritualmente a él con todas las fuerzas.
Repito una vez más: sólo la elevación de la propia cultura,
adaptada al suelo, al clima y a la raza, supone progreso para cada pueblo. El
hombre ha de ser autóctono, en el
sentido más puro, si quiere crecer y espera ayuda de la Luz. ¡Nada de adoptar
costumbres populares y usos extranjeros! ¡Nada de aceptar puntos de vista
extraños! El autoctonismo es condición fundamental, y sólo él garantiza salud,
fuerza y madurez.
¿Pero es que el hombre no ha aprendido bastante, todavía,
de las funestas experiencias provocadas repetidas veces, al dar su propia
cultura a pueblos extranjeros, teniendo que asistir después a la decadencia de
los mismos? Esto sólo ha hecho reflexionar a muy pocos. Pero, hasta ahora, esas
reflexiones también se han perdido en la arena y no han encontrado un fondo
capaz de retener un ancla.
Eliminar el mal y establecer una forma de vida nueva,
gozosa y rica en los países de ultramar, es una tarea de gran envergadura.
Revolucionaria es la empresa; pues sus consecuencias trascienden a todos los pueblos de la Tierra,
proporcionando progreso, salud… ¡felicidad!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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