lunes, 26 de diciembre de 2022

18. EL DEBER Y LA FIDELIDAD

 

18. EL DEBER Y LA FIDELIDAD


E
L CUMPLIMIENTO del deber ya ha sido considerado siempre como la virtud más preciada del hombre. Ha adquirido en todos los pueblos una categoría más alta que todo lo demás; más alta, incluso, que la misma Vida. Ha sido tan apreciado, que ocupa el primer puesto hasta entre los hombres intelectuales, para los cuales, al fin y al cabo, no había nada más sagrado que el propio intelecto, al que se sometieron como esclavos.

La consciencia del necesario cumplimiento del deber se mantuvo. Ni siquiera la dominación del intelecto pudo quebrantarla. Pero las Tinieblas lograron encontrar todavía un punto de ataque y se pusieron a roer las raíces. También aquí, lo mismo que por doquier, consiguieron alterar el concepto. La idea del cumplimiento del deber persistió, pero los deberes propiamente dichos fueron dictados por el intelecto, con lo que quedaron atados a lo terrenal y se convirtieron en una obra parcial, incompleta.

Por eso resulta muy natural que, frecuentemente, un hombre sensitivo no pueda admitir como justos ciertos deberes a él asignados. Entra en conflicto consigo mismo. El cumplimiento del deber también constituye para él una de las leyes supremas que el ser humano debe cumplir; y no obstante, tiene que constatar al mismo tiempo, que, a veces, cumplir los deberes impuestos significa obrar en contra de su convicción.

La consecuencia de ello es que, por efecto de tal estado, surgen, no sólo en lo íntimo del hombre que así se atormenta, sino también en el mundo etéreo, formas que siembran el descontento y la discordia incluso entre los demás. Eso trasciende a los círculos más extensos, dando lugar a esa manía de criticar y de estar descontento de todo, cuyas verdaderas causas nadie es capaz de descubrir. No pueden ser reconocidas, porque sus efectos emanan de la materialidad etérea, ocasionados por las formas vivas creadas por el hombre sensitivo en conflicto entre cumplir lo que le imponen sus deberes y seguir los distintos dictados del sentimiento.

Resulta, pues, necesario que se verifique aquí un cambio para poner fin al mal. El deber y la íntima convicción tienen que estar siempre en consonancia mutua. Es equivocado que un hombre consagre toda su vida al cumplimiento de un deber que no puede admitir como justo en su fuero interno.

A partir de la correspondencia de la convicción con el deber, es cuando todo sacrificio adquiere verdadero valor. Ahora bien, si un ser humano consagra su vida únicamente al cumplimiento del deber sin convicción, se rebaja a la condición del sobornable mercenario, que combate al servicio y a sueldo de otro nada más que por dinero. Esa manera de combatir se convierte, entonces, en crimen.

En cambio, si alguien pone su vida al servicio de algo por convencimiento, lleva también en sí el amor a la causa por la que se ha decidido a luchar voluntariamente.

¡Y eso solo tiene alto valor para él! Ha de obrar por amor, por amor a la causa. De ese modo, el deber así cumplido adquiere vitalidad y es elevado a un nivel tan alto, que ese hombre pondrá el cumplimiento del mismo por encima de todo.

De esta manera absolutamente natural se establece la separación entre el cumplimiento inerte y rígido del deber, y su cumplimiento vivo. Sólo lo vivo tiene valor espiritual y surte efectos espirituales. Todo lo demás sólo puede servir para fines materiales o intelectuales, sólo para ventaja de éstos, y no a perpetuidad, sino durante un cierto tiempo solamente, pues lo vivo es lo único que posee perenne consistencia.

Así se convierte el cumplimiento del deber basado en la convicción en una fidelidad auténtica y espontánea, en algo natural para el que lo ejerce. Este no querrá ni podrá obrar de otra suerte, no podrá dar traspiés ni caer, pues esa fidelidad es auténtica, está íntimamente unida con él, es, incluso, una parte integrante del mismo, parte de la que no puede desprenderse.

La obediencia ciega y el ciego cumplimiento del deber tienen, pues, tan poco valor como la fe ciega. Ambos están desprovistos de vida, porque en ellos falta amor.

En eso solo puede conocer el hombre, en seguida, la diferencia entre la auténtica consciencia del deber y el sentido del deber, nacido exclusivamente de la educación. Aquélla brota del sentimiento, mientras que el otro es concebido solamente por el intelecto. Según eso, amor y deber tampoco pueden oponerse nunca entre sí, sino que constituyen una unidad, siempre que sean sentidos auténticamente y de ellos florezca la fidelidad.

Donde falta amor no hay tampoco vida, todo está muerto. Ya lo indicó Cristo repetidas veces. Eso está implícito en las mismas leyes originarias de la creación; es, por tanto, de carácter universal y no admite excepciones.

El voluntario cumplimiento del deber que brota radiante de un alma humana, y aquel otro que es llevado a cabo bajo el incentivo de una recompensa terrenal, no pueden ser confundidos nunca; al contrario, son muy fáciles de distinguir. Por consiguiente, dejad que surja en vosotros la auténtica fidelidad, o apartaos de donde no podáis manteneros fieles.

¡Fidelidad! ¡Frecuentemente ensalzada, pero nunca comprendida! Como siempre, también el concepto de la fidelidad ha sido profundamente envilecido por el hombre terrenal, ha sido restringido, comprimido en formas rígidas. Lo grande, libre y hermoso en él se ha hecho inexpresivo y frío; lo espontáneo se ha vuelto intencionado.

La fidelidad, tal como es conceptuada actualmente, ha dejado de pertenecer a la nobleza del alma para convertirse en un atributo del carácter. La diferencia es como de la noche al día. De ese modo, la fidelidad perdió su alma. Allí donde es necesaria, se convierte en un deber, con lo que se la ha declarado independiente, es dueña de sí misma, está completamente aislada y, por tanto, … es falsa. También ella ha sido deformada y alterada por la mentalidad humana.

La fidelidad no es un elemento independiente, sino solamente la característica del amor, del verdadero amor que todo lo engloba. Pero englobarlo todo no significa algo así como abarcar todo al mismo tiempo, según la idea humana expresada en las conocidas palabras: “Abarcar todo el mundo”. Englobarlo todo significa: poder orientarse sobre todo, tanto sobre personas como sobre cosas. No está supeditada solamente a algo determinado, no está destinada a ser exclusiva.

El verdadero amor no excluye nada que sea puro o se mantenga puro, tanto en lo concerniente a personas o a la Patria, como al trabajo o a la naturaleza. En eso consiste su universalidad. Y la característica del verdadero amor es la fidelidad, que, lo mismo que la castidad, no debe ser tomada en sentido restringido, reduciéndola a los estrechos límites terrenales.

Verdadera fidelidad sin amor no existe, lo mismo que no hay amor sin fidelidad, ¡Pero el hombre terrenal actual llama fidelidad al cumplimiento del deber! La conceptúa como una forma rígida en la que el alma no tiene necesidad de repercutir. Eso es falso. La fidelidad no es sino una característica del verdadero amor, el cual está fusionado con la Justicia, pero no tiene nada que ver con enamoramiento.

La fidelidad reposa en las vibraciones del sentimiento del espíritu, y eso hace de ella la característica del alma.

Hoy día, suele suceder que un ser humano cumple su deber a conciencia, sirviendo a otro al que, en el fondo, desprecia. Naturalmente, eso no debe ser considerado como fidelidad, sino que no pasa de ser un mero cumplimiento de deberes terrenales adquiridos. Se trata de un asunto puramente externo, el cual, por el efecto recíproco, tampoco puede proporcionar al hombre más que beneficios externos, ya sea ganando medios terrenales, ya sea ganando en consideración ante el mundo.

En semejantes casos no puede intervenir la verdadera fidelidad, pues ésta nace espontáneamente del verdadero amor, del que es inseparable. Por eso es que la fidelidad tampoco puede obrar sola.

Ahora bien, si los seres humanos se entregasen al verdadero amor, tal como Dios quiere, esa sola circunstancia constituiría la palanca que cambiaría mucho entre ellos; más aún: cambiaría todo. Entonces, nadie cuyo íntimo ser fuera digno de desprecio podría subsistir, ni, mucho menos, tener éxito en la Tierra. Tendría lugar inmediatamente una depuración grandiosa.

Los hombres despreciables en lo íntimo de su ser no gozarían de honores terrenales, ni tampoco ocuparían cargos oficiales, pues el saber intelectual no da derecho, por sí solo, al ejercicio de funciones públicas.

Entonces, el cumplimiento del deber constituiría siempre una alegría absoluta, y cada trabajo un placer; porque todo pensamiento, toda acción, estarían penetrados del verdadero amor querido por Dios, amor que lleva inherente, junto con el infalible sentimiento de Justicia, la fidelidad, la cual permanece inmutable en sí misma, como algo completamente natural, sin considerarlo como un mérito que haya de ser recompensado.

* * *


EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La fuerza secreta de la luz en la mujer 1

  La fuerza secreta de la luz en la mujer Primera parte   La mujer, ha recibido de Dios una Fuerza especial que le confiere tal delica...