18. EL DEBER Y LA FIDELIDAD
EL CUMPLIMIENTO del deber ya ha sido
considerado siempre como la virtud más preciada del hombre. Ha adquirido en todos
los pueblos una categoría más alta que todo lo demás; más alta, incluso, que la
misma Vida. Ha sido tan apreciado, que ocupa el primer puesto hasta entre los
hombres intelectuales, para los cuales, al fin y al cabo, no había nada más
sagrado que el propio intelecto, al que se sometieron como esclavos.
La consciencia del necesario cumplimiento del deber se
mantuvo. Ni siquiera la dominación del intelecto pudo quebrantarla. Pero las
Tinieblas lograron encontrar todavía un punto de ataque y se pusieron a roer
las raíces. También aquí, lo mismo
que por doquier, consiguieron alterar el concepto.
La idea del cumplimiento del deber persistió, pero los deberes propiamente dichos fueron dictados por el intelecto, con lo
que quedaron atados a lo terrenal y se convirtieron en una obra parcial,
incompleta.
Por eso resulta muy natural que, frecuentemente, un hombre
sensitivo no pueda admitir como justos ciertos deberes a él asignados. Entra en
conflicto consigo mismo. El cumplimiento del deber también constituye para él
una de las leyes supremas que el ser humano debe cumplir; y no obstante, tiene
que constatar al mismo tiempo, que, a veces, cumplir los deberes impuestos
significa obrar en contra de su convicción.
La consecuencia de ello es que, por efecto de tal estado,
surgen, no sólo en lo íntimo del hombre que así se atormenta, sino también en
el mundo etéreo, formas que siembran el descontento y la discordia incluso
entre los demás. Eso trasciende a los círculos más extensos, dando lugar a esa
manía de criticar y de estar descontento de todo, cuyas verdaderas causas nadie
es capaz de descubrir. No pueden ser reconocidas, porque sus efectos emanan de
la materialidad etérea, ocasionados por las formas vivas creadas por el hombre
sensitivo en conflicto entre cumplir lo que le imponen sus deberes y seguir los
distintos dictados del sentimiento.
Resulta, pues, necesario que se verifique aquí un cambio
para poner fin al mal. El deber y la íntima convicción tienen que estar siempre
en consonancia mutua. Es equivocado
que un hombre consagre toda su vida al cumplimiento de un deber que no puede
admitir como justo en su fuero interno.
A partir de la correspondencia de la convicción con el
deber, es cuando todo sacrificio adquiere verdadero valor. Ahora bien, si un
ser humano consagra su vida únicamente al cumplimiento del deber sin convicción, se rebaja a la condición
del sobornable mercenario, que combate al servicio y a sueldo de otro nada más
que por dinero. Esa manera de combatir se convierte, entonces, en crimen.
En cambio, si alguien pone su vida al servicio de algo por
convencimiento, lleva también en sí el amor a la causa por la que se ha decidido a luchar voluntariamente.
¡Y eso solo tiene alto valor para él! Ha de obrar por amor,
por amor a la causa. De ese modo, el
deber así cumplido adquiere vitalidad y
es elevado a un nivel tan alto, que ese hombre pondrá el cumplimiento del mismo
por encima de todo.
De esta manera absolutamente natural se establece la
separación entre el cumplimiento inerte y rígido del deber, y su cumplimiento
vivo. Sólo lo vivo tiene valor espiritual y surte efectos espirituales. Todo lo
demás sólo puede servir para fines materiales o intelectuales, sólo para
ventaja de éstos, y no a perpetuidad, sino durante un cierto tiempo solamente,
pues lo vivo es lo único que posee perenne consistencia.
Así se convierte el cumplimiento del deber basado en la
convicción en una fidelidad auténtica y espontánea, en algo natural para el que
lo ejerce. Este no querrá ni podrá obrar de otra suerte, no podrá dar traspiés
ni caer, pues esa fidelidad es auténtica, está íntimamente unida con él, es,
incluso, una parte integrante del mismo, parte de la que no puede desprenderse.
La obediencia ciega y el ciego cumplimiento del deber
tienen, pues, tan poco valor como la fe ciega. Ambos están desprovistos de
vida, porque en ellos falta amor.
En eso solo puede conocer el hombre, en seguida, la
diferencia entre la auténtica consciencia del deber y el sentido del deber,
nacido exclusivamente de la educación. Aquélla brota del sentimiento, mientras
que el otro es concebido solamente por el intelecto. Según eso, amor y deber
tampoco pueden oponerse nunca entre sí, sino que constituyen una unidad, siempre que sean sentidos auténticamente y de ellos florezca la
fidelidad.
Donde falta amor no hay tampoco vida, todo está muerto. Ya
lo indicó Cristo repetidas veces. Eso está implícito en las mismas leyes
originarias de la creación; es, por tanto, de carácter universal y no admite
excepciones.
El voluntario cumplimiento del deber que brota radiante de
un alma humana, y aquel otro que es llevado a cabo bajo el incentivo de una
recompensa terrenal, no pueden ser confundidos nunca; al contrario, son muy
fáciles de distinguir. Por consiguiente, dejad que surja en vosotros la
auténtica fidelidad, o apartaos de donde no podáis manteneros fieles.
¡Fidelidad! ¡Frecuentemente ensalzada, pero nunca
comprendida! Como siempre, también el concepto de la fidelidad ha sido
profundamente envilecido por el hombre terrenal, ha sido restringido,
comprimido en formas rígidas. Lo grande, libre y hermoso en él se ha hecho
inexpresivo y frío; lo espontáneo se ha vuelto intencionado.
La fidelidad, tal como es conceptuada actualmente, ha
dejado de pertenecer a la nobleza del alma para convertirse en un atributo del
carácter. La diferencia es como de la noche al día. De ese modo, la fidelidad
perdió su alma. Allí donde es necesaria, se convierte en un deber, con lo que
se la ha declarado independiente, es dueña de sí misma, está completamente
aislada y, por tanto, … es falsa. También ella ha sido deformada y alterada por
la mentalidad humana.
La fidelidad no es
un elemento independiente, sino solamente la característica del amor, del verdadero amor que todo lo engloba. Pero
englobarlo todo no significa algo así como abarcar todo al mismo tiempo, según
la idea humana expresada en las conocidas palabras: “Abarcar todo el mundo”.
Englobarlo todo significa: poder
orientarse sobre todo, tanto sobre personas como sobre cosas. No está
supeditada solamente a algo determinado, no está destinada a ser exclusiva.
El verdadero amor no excluye nada que sea puro o se
mantenga puro, tanto en lo concerniente a personas o a la Patria, como al
trabajo o a la naturaleza. En eso consiste
su universalidad. Y la característica del
verdadero amor es la fidelidad, que, lo mismo que la castidad, no debe ser
tomada en sentido restringido, reduciéndola a los estrechos límites terrenales.
Verdadera fidelidad sin amor no existe, lo mismo que no hay
amor sin fidelidad, ¡Pero el hombre terrenal actual llama fidelidad al
cumplimiento del deber! La conceptúa como una forma rígida en la que el alma no tiene necesidad de repercutir. Eso es
falso. La fidelidad no es sino una
característica del verdadero amor, el cual está fusionado con la Justicia, pero
no tiene nada que ver con enamoramiento.
La fidelidad reposa en las vibraciones del sentimiento del
espíritu, y eso hace de ella la característica del alma.
Hoy día, suele suceder que un ser humano cumple su deber a
conciencia, sirviendo a otro al que, en el fondo, desprecia. Naturalmente, eso
no debe ser considerado como fidelidad, sino que no pasa de ser un mero
cumplimiento de deberes terrenales adquiridos. Se trata de un asunto puramente externo, el cual, por el efecto recíproco,
tampoco puede proporcionar al hombre más
que beneficios externos, ya sea ganando medios terrenales, ya sea ganando
en consideración ante el mundo.
En semejantes casos no puede intervenir la verdadera
fidelidad, pues ésta nace espontáneamente
del verdadero amor, del que es inseparable. Por eso es que la fidelidad
tampoco puede obrar sola.
Ahora bien, si los seres humanos se entregasen al verdadero
amor, tal como Dios quiere, esa sola circunstancia constituiría la palanca que
cambiaría mucho entre ellos; más aún: cambiaría todo. Entonces, nadie cuyo
íntimo ser fuera digno de desprecio podría subsistir, ni, mucho menos, tener
éxito en la Tierra. Tendría lugar inmediatamente una depuración grandiosa.
Los hombres despreciables en lo íntimo de su ser no gozarían
de honores terrenales, ni tampoco ocuparían cargos oficiales, pues el saber
intelectual no da derecho, por sí solo, al ejercicio de funciones públicas.
Entonces, el cumplimiento del deber constituiría siempre
una alegría absoluta, y cada trabajo un placer; porque todo pensamiento, toda
acción, estarían penetrados del verdadero amor querido por Dios, amor que lleva
inherente, junto con el infalible sentimiento de Justicia, la fidelidad, la
cual permanece inmutable en sí misma, como algo completamente natural, sin
considerarlo como un mérito que haya de ser recompensado.
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EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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