miércoles, 28 de diciembre de 2022

20. ¡CONSUMADO ES!

 

20. ¡CONSUMADO ES!

¡CONSUMADO ES! Esta trascendental palabra del Hijo de Dios fue recogida por la humanidad y presentada como la conclusión de la obra redentora, como la coronación de un sacrificio expiatorio ofrecido por Dios en sufragio de todos los pecados de los hombres terrenales.

De ahí que los cristianos creyentes, con emocionado agradecimiento, se dejen influenciar por la resonancia de esas palabras y exhalen un profundo suspiro, expresión de una sensación de agradable seguridad.

Sin embargo, en este caso, esa sensación no tiene ninguna base sólida, sino que procede solamente de una vana ilusión. Más o menos encubierta, está latente, en toda alma humana, una angustiosa pregunta que se suscita de continuo: ¿Cómo fue posible un sacrificio tan inmenso por parte de Dios? ¿Tiene la humanidad tanto valor para El?

Y esa angustiosa pregunta está justificada, pues emana del sentimiento y debe ser una advertencia.

Ante esa cuestión, el espíritu se rebela, y trata de manifestarse por medio del sentimiento. Por eso es que esa advertencia no se deja aplacar nunca con las vacías palabras contenidas en la observación de que Dios es el Amor y que el Amor divino sigue siendo incomprensible para el hombre.

Con semejantes palabras se intenta rellenar las lagunas dejadas por falta de conocimientos.

Pero el tiempo de las vacías locuciones ya ha pasado. ¡Es preciso que el espíritu despierte ahora! Tiene que hacerlo, pues no le queda otra elección.

Quien se contenta con vanos pretextos en cosas que implican la salvación de los hombres, demuestra ser perezoso de espíritu en las cuestiones más importantes de esta creación; demuestra también ser indolente e indiferente frente a las leyes de Dios, que están latentes en dicha creación.

“¡Consumado es!” Este fue el último suspiro de Jesús al acabar Su vida terrenal y, con ella, Sus sufrimientos a causa de los hombres.

No para los hombres, como éstos, en su irresponsable presunción, pretenden hacer creer, sino a causa de los hombres. Fue una exclamación de alivio al ver que el sufrimiento llegaba a su fin, confirmando así, expresamente, la magnitud de lo que ya había padecido.

Con esas palabras no pretendía acusar; pues, por ser la personificación del Amor, nunca habría sido capaz de ello. Sin embargo, a pesar de todo, las leyes de Dios actúan aquí, lo mismo que en todas partes, imperturbables e inexorables; y en este caso preciso, con doble rigor, porque, según la ley, ese inmenso sufrir sin odio recae sobre el causante de los sufrimientos con una gravedad diez veces mayor.

El hombre no debe olvidar que Dios es también la Justicia misma en su intangible Perfección. Dudar de ello es cometer un sacrilegio contra Dios, es ofender a la Perfección.

¡Dios es la ley viva e inflexible por los siglos de los siglos! ¡Cómo un ser humano puede atreverse a ponerlo en duda mediante el deseo de que Dios acepte una expiación por parte de alguien que no ha cometido falta ninguna en la creación, que no es el propio culpable!

Eso no es posible ni siquiera terrenalmente: ¡Cuánto menos en la divinidad! ¿Quién de vosotros, hombres, considera probable que un juez de la Tierra ordene, con pleno conocimiento de causa, ejecutar a un hombre absolutamente inocente del delito, en lugar de ejecutar al asesino, y que, después, deje marchar al verdadero delincuente sin imponerle ninguna pena? ¡Ni uno solo de vosotros aprobaría tal contrasentido! Y sin embargo, tratándose de Dios, permitís que cosas semejantes os sean dichas por los hombres, sin rebelaros en contra de ellas ni siquiera interiormente.

Incluso las aceptáis con agradecimiento, tratando siempre de ahogar la voz que se alza en vosotros para incitaros a reflexionar sobre el particular, esa voz que vosotros tacháis de sinrazón.

Yo os digo: la actividad de la viva ley de Dios no tiene en consideración las falsas opiniones a las que intentáis entregaros en contra de vuestra propia convicción, sino que, ahora, recae pesadamente sobre vosotros y, al mismo tiempo, aporta las consecuencias del sacrilegio de esa errónea forma de pensar. ¡Despertad, pues, para que no se os haga demasiado tarde! Desprendeos de adormecedores puntos de vista que nunca pueden ser puestos en consonancia con la Justicia divina; si no, puede sucederos que el indolente letargo se convierta en sueño mortal que tendrá como fatal consecuencia la muerte espiritual.

Hasta el presente, habíais pensado que la Divinidad debía dejarse escarnecer y perseguir impunemente, en tanto que vosotros, hombres terrenales, reclamáis para vosotros mismos el verdadero derecho. Según vosotros, la grandeza de Dios debe consistir en poder sufrir por vosotros y en daros, además, favores a cambio del mal que Le hayáis infligido. Calificáis eso de divino porque, conforme a vuestros conceptos, sólo lo puede hacer un Dios.

Por tanto, presentáis al hombre como un ser mucho más justo que Dios. En Dios no queréis reconocer nada más que lo inverosímil, y eso, únicamente si redunda en vuestro mejor provecho, porque, en cuanto las circunstancias amenazan seros desfavorables, apeláis en seguida al Dios justo.

¡Pero si vosotros mismos tenéis que daros cuenta de to pueril de una actitud tan unilateral! ¡Rojos de vergüenza tendréis que poneros sólo conque intentéis una vez reflexionar debidamente sobre el particular!

Según vuestra manera de pensar, resulta, pues, que Dios cultivaría y reforzaría lo vulgar y vil. ¡Admitid la Verdad, oh insensatos!:

En esta creación, Dios ejerce Su acción sobre todas las criaturas — también sobre vosotros, por tanto — única y exclusivamente mediante las férreas leyes ancladas firmemente allí, desde los primeros orígenes. Inflexibles son e intangibles. Su acción se ejerce siempre con infalible certeza, es también irresistible, y demuele todo lo que intenta interponerse en su camino en lugar de adaptarse con conocimiento a sus vibraciones.

Ahora bien, saber implica humildad, pues el que posee el verdadero saber no puede nunca excluir la humildad. Es tanto como decir que son una y la misma cosa. Con el verdadero saber aparece simultáneamente la humildad como consecuencia absolutamente natural. Donde no hay humildad no puede haber tampoco verdadero saber. ¡Humildad, a su vez, significa libertad! Sólo en la humildad reside la auténtica libertad de todo espíritu humano.

¡Que eso os sirva de guía! Y no olvidéis nunca más, que el Amor de Dios no se puede desligar de la Justicia.

Dios es tanto Amor como Justicia viva, puesto que es la Ley. ¡Aceptad de una vez este hecho y ponedlo como base de vuestros pensamientos para todos los tiempos! No erraréis, entonces, el recto sendero que conduce a la convicción de la grandeza de Dios, y la reconoceréis en vuestro ambiente mediante la observación de la vida diaria. ¡Estad, pues, espiritualmente despiertos!

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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