20. ¡CONSUMADO ES!
¡CONSUMADO ES! Esta trascendental palabra del Hijo de Dios fue recogida por la humanidad y presentada como la conclusión de la obra redentora, como la coronación de un sacrificio expiatorio ofrecido por Dios en sufragio de todos los pecados de los hombres terrenales.
De ahí que los cristianos creyentes, con emocionado
agradecimiento, se dejen influenciar por la resonancia de esas palabras y
exhalen un profundo suspiro, expresión de una sensación de agradable seguridad.
Sin embargo, en este caso, esa sensación no tiene ninguna base sólida, sino que procede solamente
de una vana ilusión. Más o menos encubierta, está latente, en toda alma humana,
una angustiosa pregunta que se suscita de continuo: ¿Cómo fue posible un
sacrificio tan inmenso por parte de Dios? ¿Tiene la humanidad tanto valor para
El?
Y esa angustiosa pregunta está justificada, pues emana del
sentimiento y debe ser una advertencia.
Ante esa cuestión, el espíritu se rebela, y trata de
manifestarse por medio del sentimiento. Por eso es que esa advertencia no se
deja aplacar nunca con las vacías palabras contenidas en la observación de que
Dios es el Amor y que el Amor divino
sigue siendo incomprensible para el hombre.
Con semejantes palabras se intenta rellenar las lagunas
dejadas por falta de conocimientos.
Pero el tiempo de las vacías locuciones ya ha pasado. ¡Es
preciso que el espíritu despierte ahora! Tiene
que hacerlo, pues no le queda otra elección.
Quien se contenta con vanos pretextos en cosas que implican
la salvación de los hombres, demuestra ser perezoso de espíritu en las
cuestiones más importantes de esta creación; demuestra también ser indolente e
indiferente frente a las leyes de Dios, que están latentes en dicha creación.
“¡Consumado es!” Este
fue el último suspiro de Jesús al acabar Su vida terrenal y, con ella, Sus
sufrimientos a causa de los hombres.
No para los
hombres, como éstos, en su irresponsable presunción, pretenden hacer creer,
sino a causa de los hombres. Fue una
exclamación de alivio al ver que el sufrimiento llegaba a su fin, confirmando
así, expresamente, la magnitud de lo que ya había padecido.
Con esas palabras no pretendía acusar; pues, por ser la
personificación del Amor, nunca habría sido capaz de ello. Sin embargo, a pesar
de todo, las leyes de Dios actúan aquí, lo mismo que en todas partes,
imperturbables e inexorables; y en este caso preciso, con doble rigor, porque,
según la ley, ese inmenso sufrir sin odio
recae sobre el causante de los sufrimientos con una gravedad diez veces
mayor.
El hombre no debe olvidar que Dios es también la Justicia
misma en su intangible Perfección. Dudar de ello es cometer un sacrilegio
contra Dios, es ofender a la Perfección.
¡Dios es la ley viva e inflexible por los siglos de los
siglos! ¡Cómo un ser humano puede atreverse a ponerlo en duda mediante el deseo
de que Dios acepte una expiación por parte de alguien que no ha cometido falta
ninguna en la creación, que no es el propio culpable!
Eso no es posible ni siquiera terrenalmente: ¡Cuánto menos en la divinidad! ¿Quién de vosotros,
hombres, considera probable que un juez de la Tierra ordene, con pleno
conocimiento de causa, ejecutar a un hombre absolutamente inocente del delito,
en lugar de ejecutar al asesino, y que, después, deje marchar al verdadero
delincuente sin imponerle ninguna pena? ¡Ni uno solo de vosotros aprobaría tal
contrasentido! Y sin embargo, tratándose de Dios, permitís que cosas semejantes
os sean dichas por los hombres, sin rebelaros en contra de ellas ni siquiera
interiormente.
Incluso las aceptáis con agradecimiento, tratando siempre
de ahogar la voz que se alza en vosotros para incitaros a reflexionar sobre el
particular, esa voz que vosotros tacháis de sinrazón.
Yo os digo: la actividad de la viva ley de Dios no tiene en
consideración las falsas opiniones a las que intentáis entregaros en contra de
vuestra propia convicción, sino que, ahora, recae pesadamente sobre vosotros y,
al mismo tiempo, aporta las consecuencias del sacrilegio de esa errónea forma
de pensar. ¡Despertad, pues, para que no se os haga demasiado tarde!
Desprendeos de adormecedores puntos de vista que nunca pueden ser puestos en
consonancia con la Justicia divina; si no, puede sucederos que el indolente
letargo se convierta en sueño mortal que tendrá como fatal consecuencia la
muerte espiritual.
Hasta el presente, habíais pensado que la Divinidad debía dejarse
escarnecer y perseguir impunemente, en tanto que vosotros, hombres terrenales,
reclamáis para vosotros mismos el verdadero derecho. Según vosotros, la
grandeza de Dios debe consistir en poder sufrir por vosotros y en daros,
además, favores a cambio del mal que Le hayáis infligido. Calificáis eso de
divino porque, conforme a vuestros conceptos, sólo lo puede hacer un Dios.
Por tanto, presentáis al hombre como un ser mucho más justo
que Dios. En Dios no queréis reconocer nada más que lo inverosímil, y eso,
únicamente si redunda en vuestro mejor provecho, porque, en cuanto las
circunstancias amenazan seros desfavorables, apeláis en seguida al Dios justo.
¡Pero si vosotros mismos tenéis que daros cuenta de to
pueril de una actitud tan unilateral! ¡Rojos de vergüenza tendréis que poneros
sólo conque intentéis una vez reflexionar debidamente sobre el particular!
Según vuestra manera de pensar, resulta, pues, que Dios
cultivaría y reforzaría lo vulgar y vil. ¡Admitid la Verdad, oh insensatos!:
En esta creación, Dios ejerce Su acción sobre todas las
criaturas — también sobre vosotros, por tanto — única y exclusivamente mediante
las férreas leyes ancladas firmemente allí, desde los primeros orígenes.
Inflexibles son e intangibles. Su acción se ejerce siempre con infalible
certeza, es también irresistible, y demuele todo lo que intenta interponerse en
su camino en lugar de adaptarse con
conocimiento a sus vibraciones.
Ahora bien, saber implica humildad, pues el que posee el
verdadero saber no puede nunca excluir la humildad. Es tanto como decir que son
una y la misma cosa. Con el verdadero saber aparece simultáneamente la humildad
como consecuencia absolutamente natural. Donde no hay humildad no puede haber
tampoco verdadero saber. ¡Humildad, a su
vez, significa libertad! Sólo en la humildad reside la auténtica libertad
de todo espíritu humano.
¡Que eso os sirva de guía! Y no olvidéis nunca más, que el Amor de Dios no se puede desligar de la Justicia.
Dios es tanto Amor como Justicia viva, puesto que es la Ley. ¡Aceptad de una vez este
hecho y ponedlo como base de vuestros pensamientos para todos los tiempos! No
erraréis, entonces, el recto sendero que conduce a la convicción de la grandeza
de Dios, y la reconoceréis en vuestro
ambiente mediante la observación de la vida diaria. ¡Estad, pues,
espiritualmente despiertos!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario