sábado, 17 de diciembre de 2022

23. HOMBRES IDEALES

 

23. HOMBRES IDEALES

Hablemos más propiamente de hombres que quieren ser ideales. Pero, ante todo, es preciso excluir con toda rigurosidad a todos aquellos que, si bien se consideran como tales o se precian de ser llamados así, no pertenecen al grupo de los que desean ser ideales.

Son esos seres humanos de ambos sexos, clasificados dentro de la gran categoría de hombres endebles y delirantes, entre los cuales también se cuentan los dotados de gran imaginación, que nunca han sido capaces de dominar sus facultades y de emplearlas de manera útil. También tienen que ser eliminados los eternos descontentos de todas las circunstancias actuales, que atribuyen su descontento al hecho de aspirar a un idealismo más elevado que el de los demás, por lo que no pueden adaptarse a su época.

A continuación, se hallan las masas de los llamados “incomprendidos” de ambos sexos, entre los que las jóvenes y las mujeres constituyen la gran mayoría. Esta clase de personas se imaginan ser incomprendidas. Dicho en buen castellano, viven en la continua creencia de que llevan consigo un valioso tesoro, que los demás, los que frecuentan el trato con ellas, son incapaces de descubrir. Pero, en realidad, en esas almas no existe tesoro escondido ninguno, sino, por el contrario, una fuente inagotable de descomedidos deseos nunca satisfechos.

Esas personas que se dicen incomprendidas pueden ser designadas tranquilamente con el simple nombre de “inútiles”, ya que se muestran ineptas para vivir el presente, estando siempre pendientes de cosas irreales y, en cierto modo, de cosas inestables. En todo caso, se sienten atraídas por todo lo que no conviene a una sana existencia terrenal. Pero, desgraciadamente, el camino de esas jóvenes y mujeres siempre incomprendidas conduce, muy a menudo, a ese género de vida que suele ser llamado corrientemente “vida ligera”, inmoral; porque se dejan “consolar” demasiado gustosamente, con demasiada facilidad y con excesiva frecuencia, lo que algunos hombres, sabedores de eso, explotan sin escrúpulos.

Precisamente esas incomprendidas serán y figurarán siempre entre las personas con las que no se puede contar en ningún caso. Pretenden ser ideales, pero están desprovistas de todo valor, de manera que toda persona seria que no abrigue malas intenciones procurará apartarse de su camino. Acudir en su ayuda resultaría inútil. Casi siempre, no se acercan a ellas más que “consoladores” con malas intenciones, por lo que el efecto recíproco se manifiesta inmediatamente. En efecto: en los brazos de uno de esos pretendidos consoladores, o junto a su corazón, esas jóvenes, esas mujeres incomprendidas, se sentirán, a los pocos días o semanas, nuevamente “incomprendidas”, y anhelarán volver a ser comprendidas, puesto que no saben en absoluto lo que verdaderamente buscan.

A ese grupo de ineptos viene a juntarse todavía el grupo de los cándidos soñadores, tan cándidos, aparentemente, como los niños. Pero esa candidez de semejantes soñadores es inofensiva en cuanto a sí mismos, en lo que se refiere a su propia personalidad, pero no respecto al medio ambiente y a todos los hombres con los que se relacionan. Para muchos, alguno de esos inofensivos soñadores producen con sus conversaciones efectos similares a los de un veneno lento y corrosivo, destruyendo y descomponiendo; pues, con sus fantasiosas ideas, pueden transportar a sus interlocutores fuera de la vida terrestre normal y sana, para llevarlos hasta los dominios de lo irreal, impropios para la época sobre la Tierra.

Entiéndase bien: no pretendo afirmar que tal soñador sea impuro o incluso malo. Al contrario: puede ser que quiera hacer el bien animado de la mejor voluntad; pero sus deseos no pertenecen a la Tierra, son irreales, prácticamente irrealizables, por lo que no contribuye al progreso de la existencia terrenal, sino que es un obstáculo, y sus efectos son destructores.

Incluso entre los restantes hombres “que tienden a un ideal”, es menester establecer una clara distinción y someterlos a una rigurosa observación. Podemos distinguir entre ellos otras dos clases: la clase de los hombres que “tratan de alcanzar” ciertos ideales, y la clase de los que aspiran al idealismo.

Los primeros son, en su mayor parte, seres endebles, que anhelan siempre aquello que no pueden alcanzar nunca, por lo menos sobre la Tierra, por lo que nunca se sentirán verdaderamente felices, y ni siquiera contentos. Se aproximan mucho al grupo de los “incomprendidos”, y, con el tiempo, llegan a caer en un sentimentalismo enfermizo que no puede conducir a nada bueno.

Después de haber hecho esta selección tan rigurosa, para encontrar los pocos que han quedado, nos veremos precisados a buscarlos en pleno día, metafóricamente hablando, valiéndonos de una linterna: ¡tan escasos son! Esos pocos tampoco pueden ser considerados como “hombres ideales”, sino que, como ya se dijo, sólo merecen ser calificados de hombres “que aspiran al idealismo”. Esta aspiración constituye una especie de facultad personal que se manifiesta activamente en la Tierra.

Esos son los hombres en la plenitud de su valor, los cuales, si bien suelen tener la mirada puesta en una meta grandiosa, no por eso viven de ilusiones, sino que sus pies se hallan firmemente anclados en la vida terrenal, de manera que no puedan abandonar la Tierra para sumergirse en el mundo de lo irreal. Paso a paso, con una clara visión de las cosas y con mano diestra, van acercándose a tan alejada meta, sin causar a otros hombres daños inmerecidos.

Los beneficios que esa clase de hombres proporcionan, raras veces quedarán en usufructo de un restringido número de personas. Todo abuso, sea de la clase que sea, queda descartado por completo; pues, de lo contrario, ya no tendría justificación alguna la denominación “aspirantes al idealismo”, aspiración que todo hombre puede y debe tener, cualquiera que sea su actividad sobre la Tierra. De esta forma, podría ennoblecer todos los trabajos y darles un elevado fin. Lo único que no debe olvidar nunca es mantener todo dentro del marco de la vida terrenal. Si se sale de ese marco, dejará de ser algo real para la Tierra, y, por tanto, se convertirá en algo malsano. Como consecuencia de ello, nunca podrá alcanzar un puesto más elevado, tal como es condición fundamental y signo característico de todo lo que aspira al idealismo.

En la Tierra, el hombre tiene el deber de proponerse como fin el máximo de lo que es capaz de hacer, y debe procurar, con todas sus fuerzas, llegar hasta esa meta… ¡como hombre! Esto excluye desde un principio que se ocupe solamente de comer y beber como los animales, tal como hacen, desgraciadamente, muchos hombres. No debe dejarse fustigar por el intelecto ávido de grandeza o celebridad puramente terrenal, y no debe perder de vista el fin primordial de su vida: el bienestar general y el encumbramiento de la humanidad. Los que no obren así, tendrán, para la tierra, menos valor que los animales, ya que un animal, sin subterfugios de ninguna especie, siempre es lo que debe ser por completo, aun cuando su fin se reduzca a mantener despiertas a las criaturas para que no se apodere de ellas un sopor paralizador, que tendría como consecuencia su decadencia y su extinción, puesto que el movimiento sigue siendo, en la creación, condición indispensable para vivir.

¡Estad alerta! Al hombre que aspira verdaderamente a un ideal se le conoce en que procura elevar todo lo terrenal existente; pero no para engrandecerlo y darle mayor poder según pretende el intelecto, sino para ennoblecerlo.

Todas sus ideas también serán susceptibles de realizarse en la Tierra, lo que redundará en beneficio del individuo y de la comunidad, mientras que las ideas de los que creen ser ideales, sin valor práctico e imposibles de llevar a cabo en una vida terrenal sana, los alejan de la realidad, arrastrándolos hacia el mundo de las quimeras, lo que redundará en perjuicio suyo, ya que no se habrán ocupado de aprovechar el presente para conseguir la madurez espiritual que todo hombre debe alcanzar y fomentar en el transcurso de las experiencias vividas en este mundo.

Según eso, también el idealismo de los comunistas convencidos es, estrictamente considerado, pernicioso para la humanidad; pues la realización de tales ideas produciría un estado malsano, a pesar de que, en el fondo, ellos solamente quieren el bien. Son comparables a un arquitecto que, en sus talleres, construyera con todo esmero una casa destinada a erigirse sobre otro terreno. Esa casa presenta un aspecto elegante y bello… en los talleres. Pero levantada sobre el terreno para el que fue proyectada, se muestra inclinada e insegura, de tal modo que nadie puede morar en ella, pues el terreno es desigual y, a pesar de todos los intentos y de todos los esfuerzos, no ha podido ser nivelado. El arquitecto olvidó tenerlo en cuenta. No se ocupó de apreciar en su justo valor los elementos existentes, los cuales habían de constituir los cimientos invariables de la edificación. ¡Eso no lo hace un hombre que aspira verdaderamente al idealismo!

Los principios del comunismo idealista no pueden, en su desarrollo, erigirse sobre un terreno firme, ni tampoco pueden ser implantados en él. Toda unión con ese terreno, es decir, con el hombre, resulta imposible, pues esos principios no se adaptan en absoluto a la naturaleza del ser humano. Es demasiado desigual y lo será siempre, ya que es imposible que toda la humanidad consiga un mismo nivel de madurez.

Siempre, absolutamente siempre, existirá una gran diferencia entre los distintos grados de madurez, puesto que cada hombre, cada individuo, posee una personalidad espiritual exclusivamente suya. Esa exclusividad se mantendrá indefinidamente, por lo que cada uno se desarrollará de distinta manera, pues esos seres espirituales jamás deben ser privados de imponer su libre voluntad sobre sí mismos.

Así, pues, esforzaos en reconocer a los hombres que aspiran verdaderamente a un ideal sobre la Tierra, a fin de fomentar su actividad; esa actividad constructiva que sólo puede proporcionar beneficios.

* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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