24. ECHAD SOBRE ÉL TODA CULPA
Esta expresión, tan frecuentemente usada, es uno de
los principales calmantes de todos los que se llaman fieles cristianos. Pero
este calmante es un tóxico que produce sopor. Desde el punto de vista
espiritual, sucede con las palabras: “Echad sobre El toda culpa”, algo parecido
como con los muchos tóxicos que se emplean en caso de enfermedad con el único
fin de adormecer los dolores físicos, produciendo un estado de calma aparente.
“Echad sobre El toda culpa”, pues El nos ha redimido, y Sus llagas nos han
devuelto la salud.
Comoquiera que esto es
considerado por los creyentes como uno de los fundamentos de las doctrinas cristianas,
lo efectos que produce en ellos son tanto más desastrosos. Toda su vida
interior está orientada en ese sentido.
Pero van a caer, así, en el
abrazo mortal de una fe ciega, en cuyos brazos todas las demás cosas se
presentarán ante sus ojos más empañadas aún, hasta que, por último, toda la
imagen quede deformada y caiga sobre la Verdad un velo gris, de manera que no
podrán encontrar otro punto de apoyo que el que ofrece la estructura artificial
de esas seudoteorías, estructura que se derrumbará inevitablemente el día en
que el error sea reconocido.
“¡Echad sobre El toda culpa!”
¡Insensata pretensión! Como
fuego, la luminosa Verdad se propagará entre las filas de los ejércitos de
falsos maestros y negligentes creyentes, consumiendo con sus llamas toda
falsedad. Las masas siguen viviendo hoy día en la plácida creencia de que todo
lo que el Salvador realizó y padeció lo hizo por ellas. Desde el punto de vista
de su pereza mental, consideran como ultrajante que un hombre admita la
necesidad de poner también algo de su parte para poder entrar en el cielo. En
lo que a tal se refiere, dan muestras de una humildad y una modestia
asombrosas, como es inútil buscar en ninguna otra parte dentro de ellos.
Según su parecer, sería poco
menos que una blasfemia abrigar el más débil y más tímido pensamiento de que la
venida del Salvador a la Tierra, Sus padecimientos y Su muerte, no fueran
suficientes para lavar los pecados de todos los hombres que ya no dudan de
aquella venida a la tierra.
“Echad sobre El toda culpa…”,
piensan con ferviente devoción, sin darse plena cuenta de lo que hacen. Están
dormidos, pero, un día, su despertar será terrible. Su fe, aparentemente
humilde, no es más que vanidad, la manifestación de un orgullo sin límites,
pues piensan que todo un Hijo de Dios ha descendido a la Tierra para
prepararles servicialmente el camino por el que podrán llegar directamente al
reino de los cielos con sólo recorrerlo despreocupadamente.
En realidad, todos deberían
haberse dado cuenta inmediatamente del absurdo, ya que salta a la vista. Ello
no ha podido resultar más que de una indolencia y una irreflexión
indescriptibles, a no ser que haya sido puesto como astuto cebo para obtener
ventajas terrenales.
La humanidad se ha perdido en un
complicado laberinto, y se engaña a si misma mediante sus insensatas creencias.
¡Cuánta profanación de Dios reposa en ello! Pero, ¡quién es el hombre, para
tener la osadía de esperar que todo un Dios envíe a Su Hijo unigénito, a una
parte de Su propia vitalidad insustancial, a fin de que los hombres puedan
echar sobre El todo el peso de sus culpas, con la única finalidad de que no
tengan que molestarse en lavar sus propios trapos sucios y queden aligerados
del tenebroso lastre que han venido amontonando sobre sí!
¡Desgraciados de ellos cuando, un
día, tengan que rendir cuentas de semejantes pensamientos! ¡Es la profanación
más desvergonzada de la majestuosa Divinidad! La misión de Cristo no tuvo ese
carácter tan mediocre, sino que fue de una grandiosa majestad, exigiendo y
mostrando el camino que conduce al Padre.
Ya me he referido en otra ocasión
a la gran obra redentora del Hijo de Dios.* Su inmensa empresa amorosa se ha
extendido por este mundo y por el otro, dando los frutos más variados. Pero,
entretanto, muchos enviados de los hombres se han hecho pasar a menudo por
escogidos de Dios, han tomado en sus sacrílegas manos esas puras enseñanzas y
las han emponzoñado al apretarlas fuertemente contra sí.
La humanidad, que se fió de ellos
sin pararse a examinar seriamente la palabra que predicaban, se hundió también.
La sublime quintaesencia de la Verdad divina quedó cubierta con la capa de las
mezquindades terrestres. Si bien conservó su forma, sus destellos, no obstante,
quedaron apagados por el afán de poderes y ventajas terrenales. Un crepúsculo
macilento reina allí donde podría brillar, en todo su esplendor, el sol de la
vida espiritual. La humanidad suplicante ha quedado privada del tesoro que
Cristo repartió entre todos los que lo
desearon ardientemente. Deformado por la maleza de las ambiciones egoístas,
los buscadores se ven obligados a ir por un camino falso, lo cual no sólo
supone una pérdida de tiempo precioso, sino que, a menudo, los arroja en los
brazos de las Tinieblas.
Las herejías surgieron con gran
rapidez. Tergiversaron la simplicidad, la Verdad, y se adornaron de vistosas
vestiduras, cuyos vivos colores, al igual que una planta venenosa, encierran el
peligro de adormecer a todo el que se acerque, por lo que la vigilancia que los
creyentes deben mantener sobre sí mismos quedará paralizada y acabará por
desvanecerse. Habrá desaparecido, entonces, toda posibilidad de ascender hacia
la verdadera Luz.
Una vez más se dejará oír en todos los países la gran
llamada de la Verdad. Pero, después, tendrá lugar, para cada uno, el rendimiento
de cuentas mediante el destino que él mismo se haya tejido. Los hombres
recogerán, por fin, los frutos de todo por lo que hayan abogado hasta ese día
con tanta tenacidad. Tendrán que vivir en todos sus detalles cuantos errores
hayan ocasionado o intentado seguir con sus deseos y sus desmesurados
pensamientos. Allí será, para muchos, el llanto y crujir de dientes; allí serán
las lamentaciones llenas de temor, de odio y de desesperación.
*
Conferencia II–9: “El Redentor”
Pero los que queden sometidos a tan
duras penas, los que sean apartados, sentirán repentinamente la injusticia y el
rigor de esa realidad en que se verán
obligados a vivir, esa realidad que, durante toda su vida, han venido
considerando como la única verdadera, y han tratado de imponérsela a sus
semejantes. Y todavía pretenderán que ese
Dios, al cual se opusieron con orgullo inaudito, acuda en su ayuda. Le
implorarán, Le llamarán, abrigarán la esperanza de que El, en Su Divinidad,
perdone al hombre, “insignificante e ignorante”, hasta las ofensas más graves.
De pronto, ante sus ojos, Dios será demasiado “grande” como para guardarles
rencor. ¡El, al que tanto denigraron!
Pero Dios no los escuchará, no volverá
a ayudarles, por no haber querido escuchar Su Palabra cuando El se la envió.
Tal es esa Justicia que no puede ser separada de Su gran Amor.
Como un trueno resonará en sus oídos: “¡No habéis querido!
¡Sed, pues, aniquilados y borrados del Libro de la Vida!”.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario