sábado, 17 de diciembre de 2022

24. ECHAD SOBRE ÉL TODA CULPA

 

24. ECHAD SOBRE ÉL TODA CULPA

Esta expresión, tan frecuentemente usada, es uno de los principales calmantes de todos los que se llaman fieles cristianos. Pero este calmante es un tóxico que produce sopor. Desde el punto de vista espiritual, sucede con las palabras: “Echad sobre El toda culpa”, algo parecido como con los muchos tóxicos que se emplean en caso de enfermedad con el único fin de adormecer los dolores físicos, produciendo un estado de calma aparente. “Echad sobre El toda culpa”, pues El nos ha redimido, y Sus llagas nos han devuelto la salud.

 

Comoquiera que esto es considerado por los creyentes como uno de los fundamentos de las doctrinas cristianas, lo efectos que produce en ellos son tanto más desastrosos. Toda su vida interior está orientada en ese sentido.

Pero van a caer, así, en el abrazo mortal de una fe ciega, en cuyos brazos todas las demás cosas se presentarán ante sus ojos más empañadas aún, hasta que, por último, toda la imagen quede deformada y caiga sobre la Verdad un velo gris, de manera que no podrán encontrar otro punto de apoyo que el que ofrece la estructura artificial de esas seudoteorías, estructura que se derrumbará inevitablemente el día en que el error sea reconocido.

“¡Echad sobre El toda culpa!”

¡Insensata pretensión! Como fuego, la luminosa Verdad se propagará entre las filas de los ejércitos de falsos maestros y negligentes creyentes, consumiendo con sus llamas toda falsedad. Las masas siguen viviendo hoy día en la plácida creencia de que todo lo que el Salvador realizó y padeció lo hizo por ellas. Desde el punto de vista de su pereza mental, consideran como ultrajante que un hombre admita la necesidad de poner también algo de su parte para poder entrar en el cielo. En lo que a tal se refiere, dan muestras de una humildad y una modestia asombrosas, como es inútil buscar en ninguna otra parte dentro de ellos.

Según su parecer, sería poco menos que una blasfemia abrigar el más débil y más tímido pensamiento de que la venida del Salvador a la Tierra, Sus padecimientos y Su muerte, no fueran suficientes para lavar los pecados de todos los hombres que ya no dudan de aquella venida a la tierra.

“Echad sobre El toda culpa…”, piensan con ferviente devoción, sin darse plena cuenta de lo que hacen. Están dormidos, pero, un día, su despertar será terrible. Su fe, aparentemente humilde, no es más que vanidad, la manifestación de un orgullo sin límites, pues piensan que todo un Hijo de Dios ha descendido a la Tierra para prepararles servicialmente el camino por el que podrán llegar directamente al reino de los cielos con sólo recorrerlo despreocupadamente.

En realidad, todos deberían haberse dado cuenta inmediatamente del absurdo, ya que salta a la vista. Ello no ha podido resultar más que de una indolencia y una irreflexión indescriptibles, a no ser que haya sido puesto como astuto cebo para obtener ventajas terrenales.

La humanidad se ha perdido en un complicado laberinto, y se engaña a si misma mediante sus insensatas creencias. ¡Cuánta profanación de Dios reposa en ello! Pero, ¡quién es el hombre, para tener la osadía de esperar que todo un Dios envíe a Su Hijo unigénito, a una parte de Su propia vitalidad insustancial, a fin de que los hombres puedan echar sobre El todo el peso de sus culpas, con la única finalidad de que no tengan que molestarse en lavar sus propios trapos sucios y queden aligerados del tenebroso lastre que han venido amontonando sobre sí!

¡Desgraciados de ellos cuando, un día, tengan que rendir cuentas de semejantes pensamientos! ¡Es la profanación más desvergonzada de la majestuosa Divinidad! La misión de Cristo no tuvo ese carácter tan mediocre, sino que fue de una grandiosa majestad, exigiendo y mostrando el camino que conduce al Padre.

Ya me he referido en otra ocasión a la gran obra redentora del Hijo de Dios.* Su inmensa empresa amorosa se ha extendido por este mundo y por el otro, dando los frutos más variados. Pero, entretanto, muchos enviados de los hombres se han hecho pasar a menudo por escogidos de Dios, han tomado en sus sacrílegas manos esas puras enseñanzas y las han emponzoñado al apretarlas fuertemente contra sí.

La humanidad, que se fió de ellos sin pararse a examinar seriamente la palabra que predicaban, se hundió también. La sublime quintaesencia de la Verdad divina quedó cubierta con la capa de las mezquindades terrestres. Si bien conservó su forma, sus destellos, no obstante, quedaron apagados por el afán de poderes y ventajas terrenales. Un crepúsculo macilento reina allí donde podría brillar, en todo su esplendor, el sol de la vida espiritual. La humanidad suplicante ha quedado privada del tesoro que Cristo repartió entre todos los que lo desearon ardientemente. Deformado por la maleza de las ambiciones egoístas, los buscadores se ven obligados a ir por un camino falso, lo cual no sólo supone una pérdida de tiempo precioso, sino que, a menudo, los arroja en los brazos de las Tinieblas.

Las herejías surgieron con gran rapidez. Tergiversaron la simplicidad, la Verdad, y se adornaron de vistosas vestiduras, cuyos vivos colores, al igual que una planta venenosa, encierran el peligro de adormecer a todo el que se acerque, por lo que la vigilancia que los creyentes deben mantener sobre sí mismos quedará paralizada y acabará por desvanecerse. Habrá desaparecido, entonces, toda posibilidad de ascender hacia la verdadera Luz.

Una vez más se dejará oír en todos los países la gran llamada de la Verdad. Pero, después, tendrá lugar, para cada uno, el rendimiento de cuentas mediante el destino que él mismo se haya tejido. Los hombres recogerán, por fin, los frutos de todo por lo que hayan abogado hasta ese día con tanta tenacidad. Tendrán que vivir en todos sus detalles cuantos errores hayan ocasionado o intentado seguir con sus deseos y sus desmesurados pensamientos. Allí será, para muchos, el llanto y crujir de dientes; allí serán las lamentaciones llenas de temor, de odio y de desesperación.

* Conferencia II–9: “El Redentor”

 

Pero los que queden sometidos a tan duras penas, los que sean apartados, sentirán repentinamente la injusticia y el rigor de esa realidad en que se verán obligados a vivir, esa realidad que, durante toda su vida, han venido considerando como la única verdadera, y han tratado de imponérsela a sus semejantes. Y todavía pretenderán que ese Dios, al cual se opusieron con orgullo inaudito, acuda en su ayuda. Le implorarán, Le llamarán, abrigarán la esperanza de que El, en Su Divinidad, perdone al hombre, “insignificante e ignorante”, hasta las ofensas más graves. De pronto, ante sus ojos, Dios será demasiado “grande” como para guardarles rencor. ¡El, al que tanto denigraron!

Pero Dios no los escuchará, no volverá a ayudarles, por no haber querido escuchar Su Palabra cuando El se la envió. Tal es esa Justicia que no puede ser separada de Su gran Amor.

Como un trueno resonará en sus oídos: “¡No habéis querido! ¡Sed, pues, aniquilados y borrados del Libro de la Vida!”.

* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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