sábado, 17 de diciembre de 2022

25. LA HIPNOSIS ES UN CRIMEN

 

25. LA HIPNOSIS ES UN CRIMEN

¡COSA EXTRAÑA! En un principio se entabló una lucha encarnizada, con muchos médicos en vanguardia, en contra de la afirmación de que la hipnosis existía verdaderamente. No vacilaron en calificarla de charlatanería y mixtificación, tal como habían hecho poco antes con el magnetismo terapéutico, que tan beneficioso ha resultado para muchos hoy día. Los que lo practicaban eran objeto de los ataques más violentos, tachándoseles de farsantes y embusteros.

Hoy, sin embargo, son los mismos médicos quienes, en su mayor parte, han hecho causa común con el hipnotismo, saliendo en defensa de lo que fue combatido de la manera más enérgica en otros tiempos.

Esto puede ser interpretado en dos sentidos. El que haya tenido oportunidad de seguir con toda objetividad esa enconada lucha de antaño, no podrá, naturalmente, reprimir la risa, al tener que contemplar de nuevo que los enemigos acérrimos de entonces procuran emplear actualmente, con mucho más celo, la hipnosis tantas veces despreciada:. Pero, si lo consideramos en el otro sentido, habrá que admitir igualmente que ese cambio de opinión, casi grotesco, merece respeto por lo menos. Hay que poseer una buena dosis de valor para hacer frente al peligro de caer en ridículo, peligro que, en este caso, resultaba muy inminente.

Es preciso reconocer en ello la gravedad del que desea verdaderamente ser útil a la humanidad y no vacila, para ello, en correr cuantos riesgos hagan falta.

Lo único lamentable es que no se haya sacado enseñanza alguna para el futuro, a fin de ser más prudentes en emitir juicios y, digámoslo tranquilamente, en sembrar discordias cuando se trata de cosas que entran dentro del terreno de la hipnosis. Desgraciadamente, a pesar de todas las experiencias anteriores, el comportamiento actual sigue siendo exactamente el mismo o, tal vez, peor, respecto a muchas otras ramas dentro de los mismos dominios.

No obstante, al final volverá a repetirse la misma escena en que, sin transición alguna, repentinamente, se defiende con ardor algo que, hasta ese momento, se ha intentado negar obstinadamente. Y no solamente eso, sino que además se intentará por todos los medios y sin consideración de ninguna especie, apropiarse y valerse de muchas cosas, cuya búsqueda y descubrimiento se han dejado prudentemente en manos de otros, víctimas de continuas hostilidades y considerados, las más de las veces, como “profanos”.

Que ese proceder pueda seguir siendo considerado como meritorio y como una prueba de valor, es una cuestión que más vale dejar en suspenso. De lo contrario, sería muy probable que, a la luz de esas eternas repeticiones, las acciones designadas anteriormente como meritorias adquiriesen aspectos diferentes, como resultado de un juicio emitido superficialmente.

Pero la cosa resulta más seria cuando se conocen perfectamente los efectos de la aplicación de la hipnosis. Que la existencia de la hipnosis haya sido admitida y confirmada, cesando así los elocuentes ataques de la ciencia, que, como la experiencia ha demostrado, no eran más que ignorancia manifiesta, es algo que está bien. Pero que, bajo la activa protección de esos antagonistas de antaño súbitamente ilustrados en la materia, el empleo del hipnotismo haya encontrado tan extensa difusión, prueba que esos sabios se hallan mucho más alejados del verdadero conocimiento que los investigadores iniciales, esos profanos tan difamados.

Es estremecedor saber cuántos daños ocasiona el hecho de que, hoy día, miles y miles se ponen confiadamente en manos de los llamados profesionales, para someterse voluntariamente a una hipnosis, llegando a ser persuadidos o, lo que es reprobable en extremo, llegando a ser violados sin tener consciencia de ello. Aun cuando todo esté animado de la mejor intención de hacer el bien, ello no influirá para nada en los inconmensurables estragos que esas prácticas ocasionan en todos los casos. Las manos que recurren al hipnotismo no son manos expertas. Experto sólo puede ser el que está versado en la materia y posee pleno dominio de los elementos que maneja. En el caso de la hipnosis, se trata de la materialidad etérea. Y el que conozca debidamente ese terreno, no el que, en su osadía, se haga pasar por tal, nunca empleará la hipnosis, si es que desea lo mejor para su prójimo, es decir, si es que no tiene la intención de perjudicarle gravemente con pleno conocimiento de causa.

Por tanto, la práctica de la hipnosis siempre resulta condenable bajo todos los aspectos, sin importar que sea profano o no el que la emplea. En esto no existe ni una sola excepción.

Por el mero hecho de tratar de pensar lógicamente, se llegaría a la conclusión inmediata de que, en efecto, es irreflexivo en extremo operar con algo cuya trascendencia sólo puede ser apreciada en su fase inicial, dentro de límites sumamente reducidos, y cuyas consecuencias definitivas aún no son conocidas.

Que esa irreflexión, presente en ocasiones de las que depende la suerte de un semejante, no sólo ocasione daños a la persona en cuestión sometida a experimentación, sino que también haga recaer sobre el experimentador una responsabilidad doblemente grave, eso no puede servir de consuelo. Lo mejor sería que los hombres se abstuvieran de acceder con ciega confianza a algo que no les es conocido a fondo. Si ello tuviera lugar sin su conocimiento y consentimiento, tal proceder sería un crimen en toda regla, aun cuando haya sido realizado por uno de esos que se dicen expertos.

Pero, como no puede suponerse que todos los hombres que recurran a la hipnosis lo hagan con la intención de causar daños al prójimo, no queda otro recurso que establecer el hecho evidente de que son completamente ignorantes de la verdadera naturaleza del hipnotismo y que no tienen ni la más remota idea de las consecuencias que pueden derivarse de tal actividad. Tampoco existe en esto duda alguna, pues sólo cabe considerar lo uno o lo otro, así que no queda en pie más que la ignorancia.

Cuando un hombre hipnotiza a uno de sus semejantes, procede a encadenar su espíritu. Ese encadenamiento es, de por sí, un delito o crimen moral. No puede admitirse como disculpa que la hipnosis sea empleada como medio de curación de una enfermedad corporal o como medio de mejoramiento síquico. Tampoco puede ser alegado en su defensa que ese mejoramiento síquico conseguido contribuye también a que sea mejor la voluntad de la persona en cuestión, por lo que ese hombre sometido al tratamiento de la hipnosis ha resultado beneficiado.

Vivir y obrar según esas creencias es engañarse a sí mismo; pues sólo aquello que el espíritu realiza con una voluntad completamente libre y desligada de toda influencia exterior, puede aportarle beneficios que contribuyan a su verdadera ascensión. Todo lo demás son exterioridades que sólo pueden proporcionarle daños o un provecho aparente y pasajero.

Todo encadenamiento del espíritu, no importa el fin para el que ha sido realizado, obstaculiza ineludiblemente la posibilidad del progreso necesario. Aparte de que tal encadenamiento trae consigo muchos más peligros que ventajas. Un espíritu así encadenado no sólo queda expuesto a las influencias del hipnotizador, sino que, hasta cierto punto y a pesar de una eventual prohibición del hipnotizador, también queda a merced de otras influencias etéreas; pues, por el estado de aprisionamiento en que se encuentra, falta en él la protección absolutamente necesaria que sólo puede ofrecerle la completa libertad de movimientos.

El hecho de que esos hombres no se den cuenta ninguna de esas luchas continuas, de esos ataques y contra-ataques personales, de esas victorias y derrotas, no excluye en absoluto la realidad viviente del mundo de la materialidad etérea y de su colaboración personal.

Todo el que se someta a una hipnosis efectiva, quedará paralizado, más o menos duraderamente, en su progreso verdadero, en el progreso de su más íntimo ser. Las condiciones exteriores, tanto si han llegado a ser aún más desfavorables como si han alcanzado una cierta mejoría pasajera, juegan un papel secundario, por lo que no deben ser consideradas como elementos decisivos para emitir un juicio. El espíritu tiene que mantenerse libre a todo trance, pues él es lo único que cuenta al final de todo.

Aun suponiendo que, efectivamente, se manifestara una mejoría exterior, hecho en el que se apoyan gustosamente los que practican el hipnotismo, la persona en cuestión tampoco obtendría, en realidad, beneficio alguno. Su encadenado espíritu no puede ejercer en la materialidad etérea la misma labor creadora que le es dado ejercer a un espíritu completamente libre. Las creaciones etéreas, nacidas de su voluntad subyugada u obligada, no tienen fuerza alguna, por haber pasado por segundas manos, y se desvanecerán muy pronto en el mundo de lo etéreo. Por consiguiente, el efecto recíproco derivado de la mejoría de su voluntad tampoco puede proporcionarle las provechosas ventajas que son de esperar de las creaciones de un espíritu libre.

Como es natural, lo mismo acontecerá si un espíritu encadenado desea hacer el mal y lo pone en práctica bajo las órdenes de su hipnotizador. Dado que esas creaciones etéreas están desprovistas de toda fuerza, desaparecerán muy pronto, a pesar de tratarse de perniciosas acciones físicas, o serán absorbidas por otras especies análogas, de manera que no podrá entrar en funciones ningún efecto recíproco etéreo, por lo que la persona afectada no podrá tener responsabilidad moral alguna, pero sí será responsable desde el punto de vista terrenal. El proceso es exactamente el mismo que tratándose de enajenados mentales.

La perfecta Justicia del Creador aparece aquí nuevamente, actuando en el mundo materialmente etéreo mediante sus vivas leyes de una perfección sin igual. Así, pues, el hipnotizado no tendrá culpa ninguna de las malas acciones cometidas por instigación de la voluntad de otro, pero tampoco podrá recibir bendición alguna, ya que sus acciones, a pesar de ser buenas, son realizadas por mandato de una voluntad ajena a la suya, y él no participa en ellas como un “Yo” independiente.

Pero, en cambio, sucede otra cosa: el forzado encadenamiento del espíritu por medio de la hipnosis encadena también entre sí, con las cadenas más pesadas, a los hipnotizadores y sus víctimas, y aquéllos no podrán liberarse hasta que esas víctimas, retenidas por la fuerza en su voluntario desarrollo personal, consigan alcanzar, por su mediación, el mismo grado de evolución que habrían tenido de no haber sido interrumpida su marcha hacia adelante. Es decir: después de pasar al otro mundo, tendrán que ir a donde vayan esos espíritus encadenados por ellos, aun cuando sea a las profundidades más profundas.

Puede uno imaginarse fácilmente los frutos que recogerán esos que se dedican a la hipnosis con tanto afán. Al dejar el mundo terrenal, cuando despierten y vuelvan en sí, descubrirán, con espanto, cuántas cadenas tendrán que llevar: las que los atan a las personas que los han precedido, y las que los encadenan a aquellos que aún están sobre la tierra. Ni una sola de esas cadenas les serán quitadas. El hombre habrá de romperlas eslabón por eslabón, aunque ello suponga una pérdida de miles y miles de años.

Pero es probable que no consiga terminar esa labor, y sea arrastrado a la desintegración, a la destrucción total de su personalidad, de su propio “Yo”; pues ha pecado gravemente contra el Espíritu.


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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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