25. LA HIPNOSIS ES UN CRIMEN
¡COSA EXTRAÑA! En un principio se entabló una lucha
encarnizada, con muchos médicos en vanguardia, en contra de la afirmación de
que la hipnosis existía verdaderamente. No vacilaron en calificarla de
charlatanería y mixtificación, tal como habían hecho poco antes con el
magnetismo terapéutico, que tan beneficioso ha resultado para muchos hoy día.
Los que lo practicaban eran objeto de los ataques más violentos, tachándoseles
de farsantes y embusteros.
Hoy, sin embargo, son los mismos médicos quienes, en su
mayor parte, han hecho causa común con el hipnotismo, saliendo en defensa de lo
que fue combatido de la manera más enérgica en otros tiempos.
Esto puede ser interpretado en dos sentidos. El que haya
tenido oportunidad de seguir con toda objetividad esa enconada lucha de antaño,
no podrá, naturalmente, reprimir la risa, al tener que contemplar de nuevo que
los enemigos acérrimos de entonces procuran emplear actualmente, con mucho más
celo, la hipnosis tantas veces despreciada:. Pero, si lo consideramos en el
otro sentido, habrá que admitir igualmente que ese cambio de opinión, casi
grotesco, merece respeto por lo menos.
Hay que poseer una buena dosis de valor para hacer frente al peligro de caer en
ridículo, peligro que, en este caso, resultaba muy inminente.
Es preciso reconocer en ello la gravedad del que desea
verdaderamente ser útil a la humanidad y no vacila, para ello, en correr
cuantos riesgos hagan falta.
Lo único lamentable es que no se haya sacado enseñanza
alguna para el futuro, a fin de ser más prudentes en emitir juicios y,
digámoslo tranquilamente, en sembrar discordias cuando se trata de cosas que
entran dentro del terreno de la hipnosis. Desgraciadamente, a pesar de todas
las experiencias anteriores, el comportamiento actual sigue siendo exactamente
el mismo o, tal vez, peor, respecto a muchas otras ramas dentro de los mismos
dominios.
No obstante, al final volverá a repetirse la misma escena
en que, sin transición alguna, repentinamente, se defiende con ardor algo que,
hasta ese momento, se ha intentado negar obstinadamente. Y no solamente eso,
sino que además se intentará por todos los medios y sin consideración de
ninguna especie, apropiarse y valerse de muchas cosas, cuya búsqueda y
descubrimiento se han dejado prudentemente en manos de otros, víctimas de
continuas hostilidades y considerados, las más de las veces, como “profanos”.
Que ese proceder pueda seguir siendo considerado como
meritorio y como una prueba de valor, es una cuestión que más vale dejar en
suspenso. De lo contrario, sería muy probable que, a la luz de esas eternas
repeticiones, las acciones designadas anteriormente como meritorias adquiriesen
aspectos diferentes, como resultado de un juicio emitido superficialmente.
Pero la cosa resulta más seria cuando se conocen
perfectamente los efectos de la
aplicación de la hipnosis. Que la existencia
de la hipnosis haya sido admitida y confirmada, cesando así los elocuentes
ataques de la ciencia, que, como la experiencia ha demostrado, no eran más que
ignorancia manifiesta, es algo que está bien. Pero que, bajo la activa
protección de esos antagonistas de antaño súbitamente ilustrados en la materia,
el empleo del hipnotismo haya
encontrado tan extensa difusión, prueba que esos sabios se hallan mucho más
alejados del verdadero conocimiento que los investigadores iniciales, esos
profanos tan difamados.
Es estremecedor saber cuántos daños ocasiona el hecho de
que, hoy día, miles y miles se ponen confiadamente en manos de los llamados
profesionales, para someterse voluntariamente a una hipnosis, llegando a ser
persuadidos o, lo que es reprobable en extremo, llegando a ser violados sin
tener consciencia de ello. Aun cuando todo esté animado de la mejor intención
de hacer el bien, ello no influirá para nada en los inconmensurables estragos
que esas prácticas ocasionan en todos los
casos. Las manos que recurren al hipnotismo no son manos expertas. Experto sólo puede ser el que está versado
en la materia y posee pleno dominio de los elementos que maneja. En el caso de
la hipnosis, se trata de la materialidad etérea. Y el que conozca debidamente
ese terreno, no el que, en su osadía, se haga pasar por tal, nunca empleará la hipnosis, si es que
desea lo mejor para su prójimo, es decir, si es que no tiene la intención de
perjudicarle gravemente con pleno conocimiento de causa.
Por tanto, la práctica de la hipnosis siempre resulta
condenable bajo todos los aspectos, sin importar que sea profano o no el que la
emplea. En esto no existe ni una sola excepción.
Por el mero hecho de tratar de pensar lógicamente, se
llegaría a la conclusión inmediata de que, en efecto, es irreflexivo en extremo
operar con algo cuya trascendencia sólo puede ser apreciada en su fase inicial,
dentro de límites sumamente reducidos, y cuyas consecuencias definitivas aún no
son conocidas.
Que esa irreflexión, presente en ocasiones de las que
depende la suerte de un semejante, no sólo ocasione daños a la persona en
cuestión sometida a experimentación, sino que también haga recaer sobre el
experimentador una responsabilidad doblemente grave, eso no puede servir de
consuelo. Lo mejor sería que los hombres se abstuvieran de acceder con ciega
confianza a algo que no les es conocido a fondo. Si ello tuviera lugar sin su
conocimiento y consentimiento, tal proceder sería un crimen en toda regla, aun
cuando haya sido realizado por uno de esos que se dicen expertos.
Pero, como no puede suponerse que todos los hombres que
recurran a la hipnosis lo hagan con la intención de causar daños al prójimo, no
queda otro recurso que establecer el hecho evidente de que son completamente
ignorantes de la verdadera naturaleza del hipnotismo y que no tienen ni la más
remota idea de las consecuencias que pueden derivarse de tal actividad. Tampoco
existe en esto duda alguna, pues sólo cabe considerar lo uno o lo otro, así que
no queda en pie más que la ignorancia.
Cuando un hombre hipnotiza a uno de sus semejantes, procede a encadenar su espíritu. Ese
encadenamiento es, de por sí, un delito o crimen moral. No puede admitirse como
disculpa que la hipnosis sea empleada como medio de curación de una enfermedad
corporal o como medio de mejoramiento síquico. Tampoco puede ser alegado en su
defensa que ese mejoramiento síquico
conseguido contribuye también a que sea mejor la voluntad de la persona en
cuestión, por lo que ese hombre sometido al tratamiento de la hipnosis ha
resultado beneficiado.
Vivir y obrar según esas creencias es engañarse a sí mismo;
pues sólo aquello que el espíritu realiza con una voluntad completamente libre y desligada de toda influencia
exterior, puede aportarle beneficios que contribuyan a su verdadera ascensión.
Todo lo demás son exterioridades que sólo pueden proporcionarle daños o un
provecho aparente y pasajero.
Todo encadenamiento del espíritu, no importa el fin para el
que ha sido realizado, obstaculiza ineludiblemente la posibilidad del progreso
necesario. Aparte de que tal encadenamiento trae consigo muchos más peligros
que ventajas. Un espíritu así encadenado no sólo queda expuesto a las
influencias del hipnotizador, sino que, hasta cierto punto y a pesar de una
eventual prohibición del hipnotizador, también queda a merced de otras
influencias etéreas; pues, por el estado de aprisionamiento en que se
encuentra, falta en él la protección absolutamente necesaria que sólo puede
ofrecerle la completa libertad de movimientos.
El hecho de que esos hombres no se den cuenta ninguna de
esas luchas continuas, de esos ataques y contra-ataques personales, de esas
victorias y derrotas, no excluye en absoluto la realidad viviente del mundo de
la materialidad etérea y de su colaboración personal.
Todo el que se someta a una hipnosis efectiva, quedará
paralizado, más o menos duraderamente, en su progreso verdadero, en el progreso
de su más íntimo ser. Las condiciones exteriores, tanto si han llegado a ser
aún más desfavorables como si han alcanzado una cierta mejoría pasajera, juegan
un papel secundario, por lo que no deben ser consideradas como elementos
decisivos para emitir un juicio. El
espíritu tiene que mantenerse libre a todo trance, pues él es lo único que
cuenta al final de todo.
Aun suponiendo que, efectivamente, se manifestara una
mejoría exterior, hecho en el que se apoyan gustosamente los que practican el
hipnotismo, la persona en cuestión tampoco obtendría, en realidad, beneficio
alguno. Su encadenado espíritu no puede ejercer en la materialidad etérea la
misma labor creadora que le es dado ejercer a un espíritu completamente libre.
Las creaciones etéreas, nacidas de su voluntad subyugada u obligada, no tienen
fuerza alguna, por haber pasado por segundas manos, y se desvanecerán muy
pronto en el mundo de lo etéreo. Por consiguiente, el efecto recíproco derivado
de la mejoría de su voluntad tampoco puede proporcionarle las provechosas
ventajas que son de esperar de las creaciones de un espíritu libre.
Como es natural, lo mismo acontecerá si un espíritu
encadenado desea hacer el mal y lo pone en práctica bajo las órdenes de su
hipnotizador. Dado que esas creaciones etéreas están desprovistas de toda
fuerza, desaparecerán muy pronto, a pesar de tratarse de perniciosas acciones
físicas, o serán absorbidas por otras especies análogas, de manera que no podrá
entrar en funciones ningún efecto recíproco etéreo, por lo que la persona
afectada no podrá tener responsabilidad moral alguna, pero sí será responsable
desde el punto de vista terrenal. El
proceso es exactamente el mismo que tratándose de enajenados mentales.
La perfecta Justicia del Creador aparece aquí nuevamente,
actuando en el mundo materialmente etéreo mediante sus vivas leyes de una
perfección sin igual. Así, pues, el hipnotizado no tendrá culpa ninguna de las
malas acciones cometidas por instigación de la voluntad de otro, pero tampoco
podrá recibir bendición alguna, ya que sus acciones, a pesar de ser buenas, son
realizadas por mandato de una voluntad ajena a la suya, y él no participa en
ellas como un “Yo” independiente.
Pero, en cambio, sucede otra cosa: el forzado
encadenamiento del espíritu por medio de la hipnosis encadena también entre sí,
con las cadenas más pesadas, a los hipnotizadores y sus víctimas, y aquéllos no
podrán liberarse hasta que esas víctimas, retenidas por la fuerza en su
voluntario desarrollo personal, consigan alcanzar, por su mediación, el mismo
grado de evolución que habrían tenido de no haber sido interrumpida su marcha
hacia adelante. Es decir: después de pasar al otro mundo, tendrán que ir a
donde vayan esos espíritus encadenados por ellos, aun cuando sea a las
profundidades más profundas.
Puede uno imaginarse fácilmente los frutos que recogerán
esos que se dedican a la hipnosis con tanto afán. Al dejar el mundo terrenal,
cuando despierten y vuelvan en sí, descubrirán, con espanto, cuántas cadenas
tendrán que llevar: las que los atan a las personas que los han precedido, y
las que los encadenan a aquellos que aún están sobre la tierra. Ni una sola de
esas cadenas les serán quitadas. El hombre habrá de romperlas eslabón por eslabón,
aunque ello suponga una pérdida de miles y miles de años.
Pero es probable que no consiga terminar esa labor, y sea
arrastrado a la desintegración, a la destrucción total de su personalidad, de
su propio “Yo”; pues ha pecado gravemente
contra el Espíritu.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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