26. ASTROLOGÍA
ES LLAMADA el
arte real, y no sin razón. Pero no en el sentido de que sea el rey de las artes
o que sólo esté reservada a los reyes de la Tierra, sino en el sentido de que
quien sea capaz de practicarla realmente podrá adquirir un rango real dentro de
la espiritualidad, puesto que tendrá en sus manos las riendas de muchos
acontecimientos, dependiendo de él que se cumplan o no.
Pero no existe ni un solo hombre terrenal al que se le
hayan confiado tales facultades. Por consiguiente, todos los esfuerzos
encaminados a tal fin resultarán meros intentos: deplorables y dudosos si el
que los realiza lo hace con seriedad y poseído de buena fe; criminales si, en
lugar de esa seriedad profunda, entra en funciones el orgullo y la fantasía
desenfrenada.
Con solo hacer cálculos astrológicos no podrá obtenerse
apenas resultado alguno; pues las emanaciones siderales también están
constituidas por las respectivas irradiaciones del suelo terrenal y, con
carácter necesario, por la viva materialidad etérea en todas las
manifestaciones de su actividad, tales como, por ejemplo, el mundo de las
formas mentales, los karmas, las corrientes luminosas y tenebrosas que fluyen
en la materialidad, y muchas otras más. ¿Qué hombre puede vanagloriarse de
poseer una visión clara y bien definida de toda la materialidad, desde sus
abismos más profundos hasta las cumbres más elevadas?
Las emanaciones siderales no son más que caminos y canales,
a través de los cuales puede penetrar en el alma de un hombre una mayor
concentración de elementos etéreos vivos de toda especie, para surtir allí sus
efectos. En sentido figurado, podríamos decir: las estrellas señalan las
distintas épocas en que el reflujo de efectos recíprocos y otras influencias
pueden pasar a través de sus radiaciones para recaer sobre el hombre de manera
más compacta y concentrada. Las irradiaciones siderales desfavorables u
hostiles se unen a las perniciosas corrientes de la materialidad etérea que se
ciernen sobre el hombre en cuestión; mientras que las irradiaciones favorables,
en correspondencia con su afinidad, se unen a las corrientes benéficas.
De donde se deduce que los cálculos propiamente dichos no
están desprovistos de todo valor. Pero es condición indispensable que el hombre
sufra la acción de un reflujo de efectos recíprocos desfavorables, cuando
llegan a él irradiaciones desfavorables, siendo beneficiosos los efectos
recíprocos si lo son igualmente las emanaciones siderales. De otro modo, no
podrán tener lugar repercusiones de ninguna clase. No obstante, los efluvios de
las estrellas no son algo espectral, algo incapaz de actuar por sí mismo
independientemente de las demás fuerzas, sino que también poseen una cierta
acción automática de intercepción.
Cuando, en el mundo de la materialidad etérea, el reflujo
de efectos recíprocos netamente malos recaiga sobre el hombre e influya en él,
esa actividad será interceptada, contenida o, por lo menos, amortiguada
considerablemente, según la naturaleza de las irradiaciones, en los días u
horas en que éstas sean favorables. E inversamente, la beneficiosa actividad de
los efectos recíprocos correspondientes también será interrumpida en el momento
preciso en que las irradiaciones desfavorables suplanten a las benéficas.
Así, pues, aun cuando los canales de las irradiaciones siderales permanezcan vacíos por falta de efectos afines, al menos servirán para interceptar
la acción de los efectos recíprocos de especie distinta, por lo que nunca
serán ineficaces del todo. No se puede pretender que las radiaciones buenas
proporcionen siempre lo bueno, y radiaciones malas siempre lo malo, cuando ni
lo uno ni lo otro está a punto de recaer sobre el hombre afectado.
Pero esto no es motivo para que los astrólogos puedan
decir: “Luego, nosotros teníamos razón”. Pues esa pretendida razón es
condicional solamente y muy restringida.
No justifica sus afirmaciones, a menudo tan presuntuosas, ni la
comercialización de sus servicios. Los canales de las irradiaciones estelares
pueden ocasionar intercepciones cuando están vacíos, pero ninguna otra cosa
más, ni buena ni mala.
Asimismo, es preciso reconocer que, en cierto sentido, la
interrupción momentánea del reflujo de repercusiones maléficas es ya, de por
sí, un bien. Efectivamente, da tiempo al afligido por el mal para tomar aliento
y recuperar fuerzas para seguir aguantando.
Por otra parte, esas radiaciones que sirven de impedimento
deberían, precisamente, incitar al ser humano a desplegar una mayor energía que
sirviera para despertar su espíritu, fortalecerle e inflamarle más y más en sus
esfuerzos encaminados a salvar esos obstáculos.
A pesar de todo, los cálculos astrológicos podrían ser
acogidos favorablemente si no se tuviera en cuenta el énfasis y el afán de
publicidad tan frecuente en ellos. Pero muchos otros factores importantes
contribuyen a hacer que no pueda uno fiarse de esos cálculos, que, en realidad,
producen más daños que beneficios en la mayoría de los casos.
Por de pronto, no sólo deben tenerse en cuenta las pocas
estrellas que los astrólogos tienen a su disposición hoy día para sus cálculos.
Muchas otras más, que ni siquiera son conocidas de los astrólogos, juegan un
papel tan importante en lo que se refiere a reducir, intensificar, cruzar y
desplazar efectos, que los resultados finales muchas veces pueden estar en
absoluta contraposición con los obtenidos por el mejor astrólogo de la
actualidad.
Por último, queda todavía un punto decisivo, el más
importante y el más difícil: el alma de
cada uno de los hombres. Sólo aquel que, además de todas las exigencias
restantes, fuera capaz de sopesar con precisión cada una de esas almas
individuales con todas sus facultades y cualidades, con todos sus complicados
karmas y sus aspiraciones; en suma, el que fuera capaz de juzgar cada alma en
su madurez o inmadurez actual hasta en sus detalles más insignificantes, ése, únicamente,
podría, tal vez, arriesgarse a dar un horóscopo. Por muy favorables que puedan
ser las irradiaciones de los astros respecto a un hombre, no llegará a él nada
luminoso, nada bueno, si, por el estado de su alma, se halla rodeado de espesas
tinieblas. Pero, recíprocamente, al hombre cuyo estado anímico no tolere a su
alrededor más que la Pureza y la Luz, las emanaciones siderales más maléficas
de todas no podrán oprimirle hasta el punto de causarle graves daños, y, en
definitiva, todo tendrá que redundar en beneficio suyo.
La Omnipotencia y la Sabiduría de Dios no son tan
subjetivas como se imaginan los discípulos de la astrología en sus
especulaciones. Dios no hace depender el destino de sus criaturas humanas, es
decir, su bienestar y su desgracia, de las radiaciones estelares solamente.
Cierto que éstas colaboran intensamente, no sólo en lo que
se refiere al destino del individuo, sino en todos los acontecimientos
universales; pero son meros instrumentos, cuyo accionamiento no sólo concuerda
con el de otros, sino que, además, depende de ellos en cuanto a las
posibilidades de manifestarse en toda su efectividad. Aun suponiendo que, como
muchos astrólogos creen, se trabajara intuitivamente, por inspiración o
sugestión, tampoco se conseguiría profundizar hasta tal punto de que se pudiera
confiar mucho más en que los cálculos se aproximaran a la realidad.
Esos cálculos seguirán siendo una obra fragmentaria,
subjetiva, insuficiente y llena de lagunas; en resumen: imperfecta. Siembran
inquietud entre los hombres. Pero la inquietud es el enemigo más peligroso del
alma; pues remueve el muro que sirve de protección natural, y suele dejar
entrar al Mal a través de él, un mal que, de otra manera, nunca habría tenido
acceso.
Muchos hombres se intranquilizan ante la idea de que se
encuentran momentáneamente bajo la influencia de perniciosas irradiaciones; en
cambio, cuando están convencidos de que están sometidos, por el momento, a
buenas influencias siderales, se vuelven confiados por demás, es decir,
imprudentes. Dado lo imperfecto de los cálculos horoscópicos, esos hombres no
hacen más que cargarse de inútiles preocupaciones, en lugar de conservar
siempre un espíritu libre y alegre, que proporcionaría, para la defensa, una
fuerza más intensa que la más potente opresión derivada de las corrientes
nocivas.
Si no pueden evitarlo, los astrólogos deberían proseguir
sus trabajos con toda tranquilidad, tratando de perfeccionarse, pero en
silencio y para si mismos, tal como hacen
aquellos de entre ellos que son susceptibles de ser tomados verdaderamente en
serio. Tienen que abstenerse, por ahora, de comunicar tales imperfecciones
a los demás hombres, pues sólo pueden servir para causar perdición, cuyos
frutos serán la pérdida de la confianza en uno mismo y el pernicioso
encadenamiento de los espíritus libres, cosas que han de ser evitadas a toda
costa.
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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