sábado, 17 de diciembre de 2022

26. ASTROLOGÍA

 26. ASTROLOGÍA

ES LLAMADA el arte real, y no sin razón. Pero no en el sentido de que sea el rey de las artes o que sólo esté reservada a los reyes de la Tierra, sino en el sentido de que quien sea capaz de practicarla realmente podrá adquirir un rango real dentro de la espiritualidad, puesto que tendrá en sus manos las riendas de muchos acontecimientos, dependiendo de él que se cumplan o no.

Pero no existe ni un solo hombre terrenal al que se le hayan confiado tales facultades. Por consiguiente, todos los esfuerzos encaminados a tal fin resultarán meros intentos: deplorables y dudosos si el que los realiza lo hace con seriedad y poseído de buena fe; criminales si, en lugar de esa seriedad profunda, entra en funciones el orgullo y la fantasía desenfrenada.

Con solo hacer cálculos astrológicos no podrá obtenerse apenas resultado alguno; pues las emanaciones siderales también están constituidas por las respectivas irradiaciones del suelo terrenal y, con carácter necesario, por la viva materialidad etérea en todas las manifestaciones de su actividad, tales como, por ejemplo, el mundo de las formas mentales, los karmas, las corrientes luminosas y tenebrosas que fluyen en la materialidad, y muchas otras más. ¿Qué hombre puede vanagloriarse de poseer una visión clara y bien definida de toda la materialidad, desde sus abismos más profundos hasta las cumbres más elevadas?

Las emanaciones siderales no son más que caminos y canales, a través de los cuales puede penetrar en el alma de un hombre una mayor concentración de elementos etéreos vivos de toda especie, para surtir allí sus efectos. En sentido figurado, podríamos decir: las estrellas señalan las distintas épocas en que el reflujo de efectos recíprocos y otras influencias pueden pasar a través de sus radiaciones para recaer sobre el hombre de manera más compacta y concentrada. Las irradiaciones siderales desfavorables u hostiles se unen a las perniciosas corrientes de la materialidad etérea que se ciernen sobre el hombre en cuestión; mientras que las irradiaciones favorables, en correspondencia con su afinidad, se unen a las corrientes benéficas.

De donde se deduce que los cálculos propiamente dichos no están desprovistos de todo valor. Pero es condición indispensable que el hombre sufra la acción de un reflujo de efectos recíprocos desfavorables, cuando llegan a él irradiaciones desfavorables, siendo beneficiosos los efectos recíprocos si lo son igualmente las emanaciones siderales. De otro modo, no podrán tener lugar repercusiones de ninguna clase. No obstante, los efluvios de las estrellas no son algo espectral, algo incapaz de actuar por sí mismo independientemente de las demás fuerzas, sino que también poseen una cierta acción automática de intercepción.

Cuando, en el mundo de la materialidad etérea, el reflujo de efectos recíprocos netamente malos recaiga sobre el hombre e influya en él, esa actividad será interceptada, contenida o, por lo menos, amortiguada considerablemente, según la naturaleza de las irradiaciones, en los días u horas en que éstas sean favorables. E inversamente, la beneficiosa actividad de los efectos recíprocos correspondientes también será interrumpida en el momento preciso en que las irradiaciones desfavorables suplanten a las benéficas.

Así, pues, aun cuando los canales de las irradiaciones siderales permanezcan vacíos por falta de efectos afines, al menos servirán para interceptar la acción de los efectos recíprocos de especie distinta, por lo que nunca serán ineficaces del todo. No se puede pretender que las radiaciones buenas proporcionen siempre lo bueno, y radiaciones malas siempre lo malo, cuando ni lo uno ni lo otro está a punto de recaer sobre el hombre afectado.

Pero esto no es motivo para que los astrólogos puedan decir: “Luego, nosotros teníamos razón”. Pues esa pretendida razón es condicional solamente y muy restringida. No justifica sus afirmaciones, a menudo tan presuntuosas, ni la comercialización de sus servicios. Los canales de las irradiaciones estelares pueden ocasionar intercepciones cuando están vacíos, pero ninguna otra cosa más, ni buena ni mala.

Asimismo, es preciso reconocer que, en cierto sentido, la interrupción momentánea del reflujo de repercusiones maléficas es ya, de por sí, un bien. Efectivamente, da tiempo al afligido por el mal para tomar aliento y recuperar fuerzas para seguir aguantando.

Por otra parte, esas radiaciones que sirven de impedimento deberían, precisamente, incitar al ser humano a desplegar una mayor energía que sirviera para despertar su espíritu, fortalecerle e inflamarle más y más en sus esfuerzos encaminados a salvar esos obstáculos.

A pesar de todo, los cálculos astrológicos podrían ser acogidos favorablemente si no se tuviera en cuenta el énfasis y el afán de publicidad tan frecuente en ellos. Pero muchos otros factores importantes contribuyen a hacer que no pueda uno fiarse de esos cálculos, que, en realidad, producen más daños que beneficios en la mayoría de los casos.

Por de pronto, no sólo deben tenerse en cuenta las pocas estrellas que los astrólogos tienen a su disposición hoy día para sus cálculos. Muchas otras más, que ni siquiera son conocidas de los astrólogos, juegan un papel tan importante en lo que se refiere a reducir, intensificar, cruzar y desplazar efectos, que los resultados finales muchas veces pueden estar en absoluta contraposición con los obtenidos por el mejor astrólogo de la actualidad.

Por último, queda todavía un punto decisivo, el más importante y el más difícil: el alma de cada uno de los hombres. Sólo aquel que, además de todas las exigencias restantes, fuera capaz de sopesar con precisión cada una de esas almas individuales con todas sus facultades y cualidades, con todos sus complicados karmas y sus aspiraciones; en suma, el que fuera capaz de juzgar cada alma en su madurez o inmadurez actual hasta en sus detalles más insignificantes, ése, únicamente, podría, tal vez, arriesgarse a dar un horóscopo. Por muy favorables que puedan ser las irradiaciones de los astros respecto a un hombre, no llegará a él nada luminoso, nada bueno, si, por el estado de su alma, se halla rodeado de espesas tinieblas. Pero, recíprocamente, al hombre cuyo estado anímico no tolere a su alrededor más que la Pureza y la Luz, las emanaciones siderales más maléficas de todas no podrán oprimirle hasta el punto de causarle graves daños, y, en definitiva, todo tendrá que redundar en beneficio suyo.

La Omnipotencia y la Sabiduría de Dios no son tan subjetivas como se imaginan los discípulos de la astrología en sus especulaciones. Dios no hace depender el destino de sus criaturas humanas, es decir, su bienestar y su desgracia, de las radiaciones estelares solamente.

Cierto que éstas colaboran intensamente, no sólo en lo que se refiere al destino del individuo, sino en todos los acontecimientos universales; pero son meros instrumentos, cuyo accionamiento no sólo concuerda con el de otros, sino que, además, depende de ellos en cuanto a las posibilidades de manifestarse en toda su efectividad. Aun suponiendo que, como muchos astrólogos creen, se trabajara intuitivamente, por inspiración o sugestión, tampoco se conseguiría profundizar hasta tal punto de que se pudiera confiar mucho más en que los cálculos se aproximaran a la realidad.

Esos cálculos seguirán siendo una obra fragmentaria, subjetiva, insuficiente y llena de lagunas; en resumen: imperfecta. Siembran inquietud entre los hombres. Pero la inquietud es el enemigo más peligroso del alma; pues remueve el muro que sirve de protección natural, y suele dejar entrar al Mal a través de él, un mal que, de otra manera, nunca habría tenido acceso.

Muchos hombres se intranquilizan ante la idea de que se encuentran momentáneamente bajo la influencia de perniciosas irradiaciones; en cambio, cuando están convencidos de que están sometidos, por el momento, a buenas influencias siderales, se vuelven confiados por demás, es decir, imprudentes. Dado lo imperfecto de los cálculos horoscópicos, esos hombres no hacen más que cargarse de inútiles preocupaciones, en lugar de conservar siempre un espíritu libre y alegre, que proporcionaría, para la defensa, una fuerza más intensa que la más potente opresión derivada de las corrientes nocivas.

Si no pueden evitarlo, los astrólogos deberían proseguir sus trabajos con toda tranquilidad, tratando de perfeccionarse, pero en silencio y para si mismos, tal como hacen aquellos de entre ellos que son susceptibles de ser tomados verdaderamente en serio. Tienen que abstenerse, por ahora, de comunicar tales imperfecciones a los demás hombres, pues sólo pueden servir para causar perdición, cuyos frutos serán la pérdida de la confianza en uno mismo y el pernicioso encadenamiento de los espíritus libres, cosas que han de ser evitadas a toda costa.


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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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