sábado, 17 de diciembre de 2022

27. LOS SÍMBOLOS EN EL DESTINO DEL HOMBRE

 

27. LOS SÍMBOLOS EN EL DESTINO DEL HOMBRE

SI LOS HOMBRES no estuvieran tan absorbidos por las necesidades y las numerosas futilidades de la vida diaria; si quisieran, por el contrario, prestar un poco de atención a los grandes y pequeños acontecimientos de su alrededor; si procedieran a observarlos algo más detenidamente, pronto llegarían a poseer un nuevo concepto de las cosas. Quedarían asombrados de sí mismos, y les parecería increíble haber sido inconscientes, hasta entonces, de unos hechos tan evidentes.

 

Y habría razones de sobra para compadecerse de sí mismos y para mover la cabeza en señal de desaprobación. Unas pocas observaciones bastarían para descubrir ante sus ojos todo un mundo de eventos vivientes y estrictamente ordenados, un mundo que les permitiría reconocer en seguida la férrea mano de un dirigente superior: el mundo de los símbolos.

Sus raíces están profundamente hundidas en el terreno de la materialidad etérea de la creación. Sólo sus extremidades se prolongan hasta entrar en el mundo terrenal visible, como un océano bajo la apariencia de una calma absoluta, cuyos continuos movimientos no son visibles, y sólo pueden ser observados en las playas, en sus últimas ramificaciones.

El hombre no puede imaginarse que, con un mínimo esfuerzo, con un poco de atención, pueda observar claramente la actividad, tan temida por él, de ese karma de trascendental importancia para él. Le resulta imposible familiarizarse más con él, lo que conduciría a ir desechando, poco a poco, el temor que suele apoderarse de los hombres que reflexionan, llegando, con el tiempo, a desaparecer por completo, por lo que el karma perdería todo lo que tiene de terrible.

Para muchos, puede servir de camino ascensional aprender a conocer y seguir, partiendo de los acontecimientos materiales visibles, las profundas olas de la vida en el mundo de la materialidad etérea, con lo que, al cabo de cierto tiempo, nacería el convencimiento de la existencia real de efectos recíprocos de consecuencias rigurosas.

Pero una vez que el hombre haya llegado a ese conocimiento, se irá adaptando lentamente, paso a paso, hasta que, por último, se dé cuenta de la lógica estricta y perfección de la Fuerza motriz que emana de la consciente Voluntad divina impuesta en toda la creación, es decir, en el mundo etéreo y en el mundo físico. A partir de ese instante, contará con ella, se someterá a ella voluntariamente. Eso equivaldrá a una inmersión en la Fuerza, cuyos efectos no podrán menos que ser siempre provechosos para él. Esa fuerza, al ser empleada debidamente adaptándose perfectamente a ella, le será de utilidad.

De esta manera, el efecto recíproco caerá sobre él sólo para proporcionarle felicidad. Sonriente, verá cumplidas todas las palabras bíblicas, que, pese a su cándida simplicidad, simplicidad que tantas veces sirvió de piedra de escándalo, amenazaban ser muy difíciles de cumplir, ya que, según la opinión mantenida hasta entonces, exigían una sumisión de esclavos. Esa obediencia exigida, tan desagradablemente sentida, irá adquiriendo un aspecto muy distinto ante sus ojos, llegando a ser considerada como la más alta distinción que puede ser hecha a una criatura, como un verdadero don divino que lleva en sí la posibilidad de desarrollar una inmensa fuerza espiritual y permite colaborar en la maravillosa creación de manera consciente y personal.

Las expresiones: “El que se humilla será enaltecido”; el hombre debe “postrarse humildemente ante su Dios” para poder entrar en Su reino, debe “obedecer”, “servir”, y tantos otros consejos bíblicos, todas estas expresiones, enunciadas con una sencillez aplastante, tan cándidas y, no obstante, tan precisas, han retraído un tanto al hombre desde un principio, porque le hieren en su orgullo, ese orgullo que está latente en la consciencia de sus conocimientos intelectuales. Ya no quiere ser conducido ciegamente, sino que desea conocerlo todo por sí mismo y colaborar conscientemente en todas las cosas, a fin de adquirir, por propia convicción, el ímpetu interior necesario para la realización de toda gran obra. ¡Y eso no es ninguna sinrazón!

A consecuencia de su evolución progresiva, el hombre debe llevar una existencia más consciente que antes. Y cuando haya reconocido con alegría que las sencillas expresiones bíblicas, tan extrañas para la época actual, aconsejan exactamente todo lo que él mismo ha admitido ya, voluntariamente y con plena consciencia, a partir de sus conocimientos de las universales leyes naturales, entonces, caerá la venda de sus ojos. Estupefacto, tendrá ante sí el hecho evidente de que ha venido desechando esas antiguas enseñanzas por la simple razón de haberlas interpretado erróneamente, por no haber intentado nunca profundizar en ellas con la atención que se requería, a fin de tratar de adaptarlas a la mentalidad de la época actual.

Por tanto, decir: “Postrarse humildemente ante la Voluntad de Dios”, o “sacar provecho de las inmensas leyes naturales, después de reconocer debidamente su naturaleza y sus efectos”, es una y la misma cosa.

El hombre sólo puede sacar provecho de las fuerzas portadoras de la Voluntad de Dios, si las estudia en todos sus detalles, es decir, si llega a comprenderlas y se rige por ellas. Ese “contar con ellas” o “regirse por ellas” no es, en realidad, más que someterse a ellas, es decir, doblegarse ante ellas, no ir en contra de ellas, sino de acuerdo con ellas. Únicamente si el hombre adapta su voluntad a las características particulares de las fuerzas, es decir, si sigue su dirección, podrá utilizar al máximo el poder de las mismas.

Eso no es ser dominado por las fuerzas, sino acatar humildemente la divina Voluntad. Que el hombre lo atribuya a su inteligencia, o lo considere como conquistas de la ciencia, no cambia en nada al hecho de que todo eso que se denomina “descubrimiento” no es más que llegar a conocer nuevos efectos de las leyes naturales establecidas, es decir, “reconocer” la Voluntad de Dios, y “someterse” a ella al valorar o emplear dichos descubrimientos. Es innegable que eso supone acatar humildemente la Voluntad de Dios, obedecerla.

Pero pasemos ahora a tratar de los símbolos. Todo evento de la creación, es decir, todo acontecimiento que tiene lugar en la materialidad, tiene que llegar a un desenlace adecuado en el transcurso de su ciclo evolutivo o, dicho de otra manera, tiene que cerrarse el círculo. Por eso es que, según las leyes de la creación, todo tiene que volver ineludiblemente a su punto de partida, donde tendrá lugar su última fase, es decir, su disolución, su disgregación o desaparición como elemento activo. Eso sucede en la creación como conjunto y en todo evento como elemento aislado. De ahí nace el inevitable efecto reciproco, el cual, a su vez, es la manifestación simbólica del destino.

Puesto que todas las acciones tienen que terminar allí donde surgieron, se concluirá que toda acción habrá de encontrar su fin en la misma materialidad en que nació. Así, pues, todo comienzo materialmente etéreo implicará un final etéreo también; y el final habrá de ser materialmente físico si también lo ha sido el comienzo. Los elementos etéreos no pueden ser visibles para los hombres. El desenlace físico de un acontecimiento cualquiera puede, en cambio, ser percibido por ellos, pero a muchos les falta la clave del secreto, el comienzo propiamente dicho, que, en la mayoría de los casos, se halla en una existencia física anterior.

Si bien, en este caso también, la mayor parte de los eventos relacionados con el efecto recíproco se desarrollan en el mundo de la materialidad etérea, el karma no podría desplegar nunca toda su actividad si sus efectos no se dejaran sentir y ver al final, de alguna manera, en el mundo materialmente físico. Solamente cuando tenga lugar un proceso visible en el que se manifieste la actividad del efecto recíproco, podrá cerrarse el círculo evolutivo, con lo que habrá llegado el desenlace final, bueno o malo, feliz o desgraciado, sirviendo de bendición o como remisión del karma propiamente dicho, todo según la naturaleza de los actos cometidos en un principio lejano. Esta última y visible manifestación tiene que darse necesariamente en el mismo punto en que se encuentra su origen: en el hombre, que dio principio a todo mediante un acto cualquiera realizado en aquel entonces. No podrá ser evitado en ningún caso.

Pero, si sucede que el hombre en cuestión ha sufrido una transformación; si acontece que, entretanto, su íntimo ser se ha vivificado, se ha hecho mejor de lo que era al principio de tales acciones, el efecto retroactivo, dado su diferente naturaleza, no podrá afirmarse en él. No encontrará terreno apropiado a su especie en ese alma que aspira a su encumbramiento, la cual, según la ley de la pesadez espiritual,* se habrá vuelto más luminosa y, por tanto, más ligera.

Como consecuencia natural, el medio luminoso que rodea al hombre en cuestión se impondrá a esas repercusiones sombrías que se aproximan a él, por lo que quedarán debilitadas considerablemente. Pero, a pesar de todo, la ley de los ciclos y la del efecto recíproco han de cumplirse en toda la intensidad de su fuerza autoactiva. Una derogación de una cualquiera de las leyes naturales es imposible.

Por tal razón, en correspondencia con esas leyes irrevocables, también esas debilitadas repercusiones del efecto recíproco tienen que manifestarse de forma visible en el mundo físico, a fin de agotar verdaderamente todas sus energías, es decir, para extinguirse. Principio y fin tienen que volver a encontrarse en el origen. Pero, a causa de que el medio ambiente en el que se desenvuelve el hombre a que nos referimos se ha hecho luminoso, el tenebroso karma no podrá ocasionarle daño alguno, sino que ese efecto reciproco, tan considerablemente atenuado, actuará sobre los alrededores inmediatos de tal forma que el afectado por él sea puesto en la situación de realizar cualquier acto voluntario cuya naturaleza coincida exactamente con el contenido de dicho efecto recíproco.

A diferencia de los efectos que habrían producido en él las tenebrosas corrientes retroactivas si hubieran conservado invariablemente toda su intensidad inicial, ese acto voluntario no le ocasionará dolor ni daño alguno. Al contrario: podrá ser que hasta sienta placer.

* Conferencia II–2: “El destino”*

Tal es la extinción puramente simbólica de más de un pesado karma, pero siempre en correspondencia completa con las leyes de la creación, actuando automáticamente según la transformación experimentada en el estado del alma. Por eso es que la mayoría de los hombres no llegan a ser conscientes de ello. El karma, por tanto, se ha extinguido, y la inflexible Justicia ha quedado satisfecha hasta en las últimas y más tenues afluencias. En estos procesos naturales conformes a las leyes de la creación están contenidas gracias tan prodigiosas, como sólo pueden provenir de la suprema Sabiduría del Creador impuesta en Su perfecta obra.

Numerosas son esas extinciones puramente simbólicas de efectos recíprocos, que, de otra manera, habrían resultado muy pesados.

Pongamos un ejemplo: un hombre de carácter severo y dominador se ha cargado de un pesado karma al emplear sus facultades para oprimir a sus semejantes. Ese karma cobra vida, según las cualidades que le son propias, y efectúa su ciclo, habiendo de volver a recaer sobre él mucho más intensificado en su naturaleza original. A medida que va acercándose ese momento, dicho karma se va convirtiendo, según la ley de la fuerza de atracción de las especies afines etéreas, en un torrente inmensamente amplificado de despóticas ambiciones de poder, el cual se impondrá sobre todo el ambiente etéreo de la persona que nos ocupa, llegando a manifestarse activamente y de forma categórica en el medio ambiente físico, íntimamente relacionado con él, y creando así una serie de circunstancias que obligarán al promotor inicial a sufrir una tiranía mucho más despótica que la que él impuso a sus semejantes.

Pero si, entretanto, ese hombre hubiera reconocido su error y, gracias a sus sinceros esfuerzos por ascender, hubiera conseguido rodearse de un medio ambiente luminoso y más ligero, cambiaría también, naturalmente, la naturaleza de los últimos efectos. La densa oscuridad de esa corriente regresiva sería penetrada más o menos, según la intensidad luminosa del nuevo ambiente, por la Luz que emana de éste y, consecuentemente, iría perdiendo su pernicioso carácter. Si esa persona, en un principio tan ávida de poder, hubiera ascendido muy alto, si hubiera mejorado extraordinariamente, podría suceder que los efectos finales quedaran poco menos que eliminados, y bastaría que hiciese un acto pasajero que tuviera el aspecto de una expiación.

Si se tratara, supongámoslo así, de una mujer, ese acto podría consistir en tomar el cepillo de las manos de su criada para enseñarle, amablemente, cómo debe limpiar el suelo. Bastaría que restregara un poco con el cepillo para que quedara cumplido el gesto simbólico de servir. Esta breve acción constituiría la última manifestación que tenía que acontecer visiblemente, y, a pesar de su simplicidad, sería suficiente para poner término a un pesado karma.

Igualmente, el simple hecho de cambiar los muebles de sitio en un solo cuarto de la casa, podría servir también como símbolo de que ha sido borrada y suprimida una falta, cuya expiación o efecto retroactivo hubiera requerido trastornos mucho más grandes, más dolorosos y más categóricos. Estas cosas suceden, de una manera o de otra, a consecuencia de la mitigada influencia de una repercusión, o por circunstancias fortuitas, que suelen ser ocasionadas por la dirección espiritual, valiéndose de ellas para provocar una extinción.

En todos los casos, es condición natural y lógica que haya tenido lugar, ya, un impulso extraordinariamente grande capaz de producir una transformación del estado anímico, circunstancias estas que no pueden ser tenidas en cuenta, naturalmente, por parte de los astrólogos, por lo que suelen causar con sus horóscopos inútiles preocupaciones y, en muchos casos, un pánico tan terrible que basta por sí mismo para provocar o crear nuevas consecuencias desagradables, hecho que parece confirmar los resultados de los cálculos astrológicos, que, de no haber estado presente ese pánico, se habrían revelado como falsos. En semejantes ocasiones, es el mismo interesado el que, con su pánico, abre una brecha en el círculo luminoso que le rodea.

El que extiende voluntariamente su propia mano a través de la envoltura protectora, no puede ser ayudado en modo alguno. Su propia voluntad se opone desde dentro a toda protección de fuera, mientras que, si no quiere, nada del exterior podrá llegar hasta él a través de la Luz.

A eso se debe que el más pequeño favor hecho a un semejante, un sincero compadecerse del prójimo, una única palabra amable, puedan dar lugar a una simbólica extinción de un karma, pero siempre que esos íntimos sentimientos tengan como base una firme voluntad de hacer el bien.

Es evidente que eso tenga que preceder a todo; pues, de lo contrario, no podrá hablarse de una extinción simbólica, ya que las retroacciones se manifestarán en toda su eficacia, independientemente de su naturaleza.

Pero, en cuanto en el hombre surja verdaderamente la firme voluntad de evolución, observará muy pronto cómo, poco a poco, su medio ambiente cobra más vida cada vez, como si se pusieran en su camino toda suerte de obstáculos, pero acabando por resolverse todo de la forma más satisfactoria. Es algo que saltará a la vista. Por último, ante sus asombrados ojos, sobrevendrá un período de mayor calma, un periodo en que todos los acontecimientos contribuirán también visiblemente a su progreso terrenal: la época de expiaciones habrá pasado.

Con gozosa gratitud, podrá complacerse en el pensamiento de que ha sido eximido de muchas culpas que habría tenido que expiar duramente. Y entonces, ¡que se mantenga vigilante! para que todos los hilos del destino, nuevamente tendidos mediante su voluntad y sus deseos, sean absolutamente buenos, y sólo lo bueno pueda llegar a él a su través.


* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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