viernes, 30 de diciembre de 2022

35. POSESOS

 

35. POSESOS

LOS HOMBRES están dispuestos en seguida a dar una opinión sobre cosas que no comprenden. La cosa en sí no sería tan grave si, como sucede muy frecuentemente, esa opinión no se propagara hasta convertirse repentinamente en un juicio firme que es aceptado como un conocimiento preciso por numerosos círculos de perezosos espirituales.

Aparece ahí sencillamente y se mantiene firme con sorprendente tenacidad, a pesar de que nadie sabe decir cómo se ha implantado.

Cuán a menudo, los juicios emitidos a la ligera son causa, también, de graves daños. Pero eso les da igual a los hombres: ellos siguen charlando porque así les place. Charlan incesantemente, por capricho, por obstinación, por indiferencia, por falta de reflexión, para pasar el rato y, no pocas veces, por el afán de ser escuchados, o bien por un deliberado deseo de hacer el mal. Siempre se encuentra ahí un fondo de malevolencia. Sólo en raras ocasiones se encuentra uno con hombres que se entregan verdaderamente a ese vicio destructor por el simple placer de charlar.

Esa epidemia dialéctica también ha sobrevenido a consecuencia solamente de la devastadora dominación del intelecto. Ahora bien, el hablar mucho oprime la facultad sensitiva, que siempre exige una mayor concentración en sí mismo.

No sin razón, al charlatán, aun siendo inofensivo, no se le dispensa confianza alguna, sino solamente al que sabe callar. Se encierran tantas cosas en ese recelo instintivo frente a los charlatanes, que todo ser humano debería estar atento para sacar de ahí enseñanzas aplicables al propio trato con su prójimo.

Pero charlatanes en el sentido más verdadero son, sobre todo, los que en seguida tienen a mano palabras, cuando se trata de cosas que no comprenden.

Esos tales son, por su ligereza, seres nocivos causantes de muchos daños y de indecibles sufrimientos.

Consideremos solamente un caso cualquiera: en los periódicos suelen aparecer frecuentemente reportajes sobre las llamadas apariciones de fantasmas en casas donde nunca, hasta entonces, había sucedido cosa parecida: objetos que se elevan o cambian de lugar; recipientes que son lanzados violentamente, y cosas semejantes.

De diferentes regiones y países provienen esas noticias. En todos los casos, los fenómenos se concentran siempre alrededor de una persona muy determinada.

Adondequiera que ella se encuentra, allí se producen los incidentes. En seguida se propagará, aquí y allá, la opinión de que esa persona ha de estar “poseída”, necesariamente. Otra cosa no pasa siquiera por la imaginación, sino que se habla sencillamente de “estar poseído” sin reflexionar y sin escrúpulo ninguno.

A menudo, han sido consultadas las autoridades y las iglesias de los distintos países, y cuando se hubo comprobado que no había engaño por ninguna parte, se procedió, algunas veces, a los exorcismos eclesiásticos. Pero éstos no podían servir de gran ayuda, porque eran ajenos a los hechos mismos.

En otros tiempos, se sometía a esas personas — en la mayor parte de los casos, niños o jóvenes muchachas — a un penosísimo interrogatorio, en toda regla, sobre hechicería, hasta que la atormentada persona declaraba todo tal como querían los jueces y los siervos de la iglesia. Entonces, se procedía, como remate, a un repugnante espectáculo, a fin de que, con la muerte en la hoguera del martirizado, la humanidad devota quedara libre de él.

Pero, en realidad, todo eso se verificó únicamente para entregarse a la criminal pasión de poder terrenal y para asegurarse mayor influencia sobre los hombres de aquel tiempo, tan ingenuamente crédulos.

Esa influencia fue aumentando, así, cada vez más. La razón de ello no residía en la pura convicción de servir a Dios procediendo así. Además, ese sacrílego proceder no hizo más que suscitar el temor humano, que oprimió toda confianza en Dios y dió rienda suelta al vicio de calumniar de la manera más ignominiosa.

En todo caso, el sombrío final ya era de prever con seguridad desde un principio, y se habría podido asesinar en seguida, sin más, a todos los acusados a la ligera. En verdad que la culpabilidad de los asesinos hubiera sido mucho más pequeña que la de aquellos monstruos con librea de siervos de Dios y vestiduras de juez.

No quiero hacer comparaciones entre la época antigua y el tiempo actual. Tampoco quiero tender ningún puente mediante comentarios especiales; pero espiritualmente, el proceso ocasionado por las habladurías irreflexivas sigue siendo exactamente el mismo hoy día. Sólo que está más atenuado físico-terrenalmente por las nuevas leyes. Y sin embargo, ahora como entonces, los ignorantes siguen pensando erróneamente en ese sentido y obrarían en consecuencia si las leyes no lo impidiesen.

En las tribus negras menos evolucionadas, todavía se persigue fanáticamente a esos hombres, se les mata o, también … se les venera. Los dos extremos aparecen siempre, muy cerca uno del otro, en todo comportamiento humano.

Y en las tribus primitivas e ignorantes, sus hechiceros tratan de expulsar a esos malos espíritus de la choza, martirizando al “poseso” a su manera.

Semejantes analogías podemos hallarlas por toda la Tierra y entre todos los pueblos. Son hechos que yo cito solamente para una mejor posibilidad de comprensión.

¡Pero, en todos esos casos, los hombres considerados como “posesos” son completamente inocentes! No hay el menor vestigio de posesión, ni, mucho menos, de esos demonios que se pretende expulsar. Todo eso son habladurías pueriles y superstición medieval, son los últimos residuos de la época de las hechicerías. En realidad, sólo se hacen culpables quienes, en su ignorancia, tratan de ayudar en virtud de falsos puntos de vista y superficiales enjuiciamientos.

En los manicomios hay más posesos de los que los hombres se imaginan. ¡Y ésos pueden ser curados!

Pero hoy, esos hombres dignos de lástima son considerados simplemente como dementes, y no se hace distinción ninguna entre los posesos y los verdaderamente enfermos, porque todavía no se entiende nada de eso.

Pero esa falta de comprensión proviene solamente del desconocimiento de la creación. Falta el conocimiento de la creación, que puede dar la base para conocer todos los procesos y modificaciones acaecidos en el hombre y a su alrededor, y que, por tanto, conduce hasta el verdadero saber, hacia esa ciencia futura que no necesitará ir tanteando con lamentables experimentos para, entonces, establecer una teoría que, en muchos casos, se revela como falsa una y otra vez en el curso de décadas.

¡Hombres! ¡Aprended a conocer la creación con las leyes que actúan en ella! Entonces, ya no necesitaréis tantear ni buscar; pues poseeréis todo cuanto necesitáis para ayudaron en todas las circunstancias de vuestra vida terrenal y, en sentido mucho más amplio, de vuestra existencia entera.

Entonces, ya no habrá ningún seudocientífico, sino que todos ellos serán hombres versados, para los que no podrá haber nada en la existencia humana que les resulte extraño.

Una parte sorprendentemente grande de los considerados actualmente como dementes incurables que han de pasar su vida encerrados en manicomios, no son tales dementes, sino posesos. Pasa aquí lo mismo que en tantas otras cosas: no se busca ahí y, por tanto, tampoco se puede encontrar nada, como se deduce de las palabras de Cristo, que dicen inequívocamente y exigen sin lugar a dudas: “¡Buscad y encontraréis!”

Esas palabras de Verdad tienen aplicación en todo lo de la Vida, en todas las formas. Por eso, ya he hecho alusión varias veces al hecho de que sólo encontrará valores en mi Mensaje el hombre que busque con toda sinceridad los valores contenidos en él.

Ninguno otro: porque la Palabra viva no “da” más que cuando entra en contacto con ella una sincera búsqueda salida del alma. Sólo entonces se abre en abundante generosidad.

La palabra “poseso” nunca se ha escuchado ni empleado hasta ahora — hoy tampoco — más que cuando no viene al caso en absoluto.

Y cuando procede emplearla, nadie piensa en ello siquiera.

Pero, también aquí, el carácter peculiar de la palabra humana ya ha acertado a expresar justamente, sin quererlo, el justo sentido; pues encontraréis en los manicomios a muchos seres, de quienes se dice con encogimiento de hombros: “Por lo demás, se comporta normalmente; sólo que está poseído de una idea fija”.

Sin querer, los hombres aciertan en lo justo, pero sin reflexionar más sobre ello.

Pero no solamente han de ser llamados posesos esos tales, sino que también pueden ser conceptuados así los que, además de tener una idea fija y momentos u horas de lucidez, divagan continuamente. Esos no siempre están enfermos realmente.

Tomemos como ejemplo uno de los muchos casos en que una joven es considerada como posesa por su medio ambiente o, al menos, es sospechosa de serlo, porque en su presencia suceden de repente cosas extrañas de cuya causa no se sabe nada.

A tal respecto, existen numerosas posibilidades de explicación que responden a la realidad; pero ni una sola es compatible con el caso de posesión.

Puede tratarse de un espíritu humano que se encuentre en la casa en cuestión atado a la Tierra por alguna razón; pues en todos los casos sólo puede tratarse de espíritus humanos que han pasado al más allá. Demonios o cosas parecidas no entran en consideración aquí bajo ningún aspecto.

Ese espíritu humano acaso esté atado a la casa o solamente al lugar, a ese punto, por una acción cualquiera. Por tanto, no es absolutamente necesario que haya hecho algo en el tiempo en que ya existía la casa, sino que también pudo haber sido hecho anteriormente en ese lugar o en las inmediaciones de donde se alza la casa actualmente.

A veces, ese espíritu está atado a ese lugar, desde hace décadas o siglos, por un crimen o por alguna negligencia de funestas consecuencias, por haber causado daños a otra persona o por cualquiera otra circunstancia de las muchas que pueden provocar una ligazón semejante.

No es obligado, pues, de ningún modo, que él esté relacionado con las personas que moran hoy en la casa. A pesar de su continua presencia en la casa, nunca, hasta entonces, había tenido oportunidad de manifestar su presencia en el plano físico-terrenal, cosa que ha sucedido ahora, mediante esa joven de manera de ser un tanto especial pero, también, momentánea solamente.

Esa forma de ser de la joven es una cuestión de por sí que no hace más que dar al espíritu la ocasión de una cierta materialización de su voluntad. Aparte de eso, no tiene absolutamente nada que ver con el espíritu.

La razón de esa singular forma de ser reside en la irradiación de la sangre en un momento dado, tan pronto como posee una composición muy determinada. De ahí saca el espíritu humano desprovisto de envoltura terrenal, la fuerza para la realización de su deseo de manifestarse, lo que, a menudo, degenera en molestas impertinencias.

Cada ser humano tiene una irradiación sanguínea diferente — como ya he indicado en otra ocasión — y esa composición se modifica varias veces durante la vida terrenal, con lo que también se modifica la naturaleza de la irradiación de esa sangre. Por esta razón, esa especial influencia de ciertas personas para desencadenar extraños acontecimientos, se mantiene, en la mayoría de los casos, sólo por un tiempo muy preciso; es, pues, temporal. Apenas sí habrá un solo caso en que haya persistido durante una vida terrenal entera. A veces, dura solamente semanas o meses; raramente años.

Así pues, el hecho de que semejantes acontecimientos cesen de repente no es prueba ninguna de que el espíritu en cuestión ya no esté presente o se haya liberado, sino que, en la mayoría de los casos, significa que ya no tiene ninguna posibilidad más de manifestarse tan palpablemente.

Por tanto, no es que haya sido “expulsado” o que haya desaparecido, sino que sigue ahí lo mismo que antes, cuando se mantuvo atado a ese lugar por mucho tiempo sin que los hombres se percataran de su presencia. Lo que sucede es que permanece tan imperceptible para ellos como lo es su constante ambiente espiritual. En realidad, los humanos nunca están solos.

Pero no he expuesto aquí sino una posibilidad, cuando se trata de un espíritu atado al lugar.

Sin embargo, también puede ser un espíritu humano que esté encadenado a una persona que vive en la casa, por uno cualquiera de los procesos que tan frecuentemente he mencionado en mi Mensaje. No tiene por qué ser precisamente el niño que, por su composición sanguínea, sólo ofrece la posibilidad pasajera de una manifestación visible terrenalmente. El causante propiamente dicho puede ser el padre, la madre, el hermano, la hermana o cualquiera otra persona que viva en la misma casa o frecuente la misma.

Y también ahí existe, a su vez, otra diferencia; pues una culpa, ya sea de esta vida terrenal actual, ya sea de otra anterior, puede adherirse al espíritu humano ya fallecido, tanto como a una persona que viva en la casa.

Las probabilidades son tan numerosas y, al mismo tiempo, presentan tal diversidad, que no es posible en absoluto dar una forma fija sin correr el peligro de suscitar, en cada caso particular, falsos pensamientos en los hombres y dar pie a un precipitado e irreflexivo enjuiciamiento.

Menciono todas estas razones posibles con el único fin de mostrar su gran variedad y advertir de que no se debe proceder demasiado deprisa a emitir una opinión a la ligera; pues, obrando así, es frecuente expresar una sospecha que no está justificada.

Por consiguiente, sed prudentes al hablar de cosas que no comprendéis. Sobre vosotros recae toda la responsabilidad, y puede ser que una sola palabra os ate igualmente durante años y décadas.

En semejantes casos, también puede ser que el espíritu en cuestión haya sido maligno y esté atado por alguna de sus culpas. Como no le resulta fácil cambiar en ese sentido, tan pronto como obtiene de algún sitio la fuerza necesaria para manifestarse en el plano físico-terrenal, descarga su odio sobre las personas cuya naturaleza se corresponde con la suya. Acaso haya sido él mismo el perjudicado y se ciña espiritualmente a la persona que, en otro tiempo, fue la causante de esos daños y que, ahora, vive en esa casa. Pero en todos los casos, cada una de sus malévolas y molestas acciones le ata de nuevo, por lo que no hace sino enredarse cada vez más; mientras que, con buena voluntad, podría liberarse y proseguir su ascensión. Con tal proceder, esos espíritus pendencieros no consiguen otra cosa que ocasionarse a sí mismos el daño más grande.

Pero la persona que, por su irradiación sanguínea, ofrece momentáneamente la posibilidad de tales manifestaciones, no tiene por qué estar relacionada de algún modo con el asunto en cuestión, si bien, como es natural, puede estar atada al espíritu o el espíritu a ella por una culpa anterior. Todo eso no está excluido. Pero una posesión no entra en consideración en ningún caso.

Si un hombre estuviera poseído de otro espíritu; es decir, si un espíritu extraño empleara momentáneamente o de continuo un cuerpo que no le pertenece, con el fin de manifestarse en el plano físico-terrenal, entonces, el mismo cuerpo terrenal afectado se vería obligado a llevar a cabo todos los incidentes: arrojar cosas, golpear, arañar, destruir o cualquiera otra manifestación.

En cuanto alguien está poseído, el espíritu extraño en cuestión actúa continuamente por mediación directa del cuerpo físico al que se ha unido y del que se ha apoderado parcialmente, utilizándolo para sus propios fines. De ahí proviene, en realidad, el término “poseído”, porque el espíritu extraño toma posesión del cuerpo de un hombre terrenal, se apodera de él con el fin de actuar en el plano físico-terrenal. Se toma el derecho de posesionarse del cuerpo físico que le es ajeno. Y entonces, ese cuerpo está “poseído” de él o, podríamos decir también, está “ocupado” por él. Se instaura allí, lo posee o lo ha poseído temporalmente.

Es muy natural que ese proceso de tomar posesión se realice, ante todo, en los cerebros. Entonces, esos hombres terrenales a los que les pasa eso son considerados como anormales espiritualmente o dementes, porque sucede a menudo que dos espíritus humanos distintos se disputan la utilización de un mismo cerebro y luchan por conseguirlo.

Por eso, suele tomar expresión una serie desordenada e incomprensible de pensamientos, palabras y obras que es contradicen mutuamente, puesto que son dos espíritus distintos los que tratan de imponer su voluntad: el propietario legítimo y el intruso. Naturalmente, eso también ocasiona una sobretensión de los nervios cerebrales, que se desquician y son sacudidos literalmente, con lo que, considerándolo desde fuera, el hombre sólo puede constatar perturbaciones mentales, a pesar de que el cerebro en sí puede estar sano. Sólo la lucha y la disputa de los espíritus distintos ponen en evidencia la confusión.

También sucede de cuando en cuando, que el espíritu extraño que se ha apoderado por la fuerza de un cuerpo terrenal no se conforma con servirse por completo del cerebro, sino que sus pretensiones son mucho más amplias y subyuga, también, a otras partes del cuerpo para sus fines, llegando incluso a expulsar al alma, que es la legítima poseedora del cuerpo, no dejándole más que una pequeña parte, que él no puede robar sin poner en peligro la vida del propio cuerpo.

En casos de tal gravedad aparece esa doble vida de un persona — frecuentemente mencionada en los relatos judiciales — que tantos quebraderos de cabeza ha dado a los sabios y que ha llegado a arrastrar al suicidio a la persona afectada, desesperada por su estado.

Pero también esos procesos tienen una explicación conforme a las leyes de la creación. Siempre están estrictamente supeditados a condiciones que han de ser cumplidas previamente por ambas partes. El ser humano no queda, sin más, a merced de la voluntad de intrusión de un espíritu extraño.

Así tenemos, por ejemplo, que el espíritu del hombre cuyo cuerpo ofrece la posibilidad de semejante abuso por parte de otro espíritu extraño, dejándolo, más o menos, a su disposición, siempre es un espíritu perezoso o débil; pues, si no lo fuera, sus propios medios naturales de defensa serían suficientemente eficaces para impedirlo.

La pereza o debilidad de espíritu es causada por culpa propia, pero no puede ser apreciada por la humanidad. Ese estado es igualmente una consecuencia de la dominación del intelecto, que limita y amuralla al espíritu, le oprime. Es, pues, una consecuencia de ese pecado original que he descrito exactamente en mi Mensaje junto con todos sus perniciosos efectos, entre los que también se cuenta la posibilidad de llegar a ser poseído.

Sin embargo, un hombre de espíritu cansado puede ser extraordinariamente vivaz en sus pensamientos, así como en aprender porque la pereza espiritual no tiene nada que ver con la agudeza del intelecto, como ya saben los lectores de mi Mensaje.

En realidad, precisamente el espíritu de los sabios prominentes suele ser muy limitado y estar fuertemente atado a lo terrenal. Como expresión apropiada al caso, se podría emplear el término: “alicaídos espiritualmente”, porque eso es lo que da mejor forma al concepto. El espíritu de más de un gran sabio intelectual ya está sumido, en realidad, en un sueño que se acerca a la muerte espiritual, mientras que, en la Tierra, esos hombres son honrados, por los demás seres humanos, como lumbreras de especial realce.

Así pues, un hombre así afectado puede ser de inteligencia extraordinariamente despierta y ágil, y, no obstante, poseer un espíritu cansado que se deja disputar, en parte, su cuerpo físico por otro espíritu humano incorpóreo.

¡Volveos, pues, versados en las originarias leyes de Dios en la creación, oh hombres, y podréis evitaros muchos males! ¡Arrancad de vosotros esa vacía pretensión de saber, que sólo es capaz de crear una obra fragmentaria apenas utilizable en la más pequeña necesidad!

Para reconocer estas cosas, falta saber a la ciencia actual; pues lo que ella ha enseñado y ha creído saber hasta hoy, no hace sino probar clara y evidentemente que, en realidad, no sabe absolutamente nada de la creación. Le falta el conocimiento de la gran relación de las cosas entre sí y, por tanto, la idea fundamental del evento real. Su visión es muy corta, muy limitada, y pasa por alto todas las grandes verdades: ¡Pero nos hallamos en el punto crucial de una nueva época en la que todo volverá a renacer!

Por consiguiente, no siempre se ha de sospechar de un niño o un adulto cuando provoca cosas tales como arrastrar ruidosamente objetos o arrojarlos. La base de tales fenómenos es tan diversa, que sólo puede ser determinada por verdaderos versados, en cada caso particular y sobre el propio terreno.

Con lo dicho aquí no han quedado apuradas todas las posibilidades; pero una cosa queda en pie: la posesión no entra en consideración aquí.

Como es natural, en el caso de las personas que, por la momentánea irradiación de su sangre, hacen posible semejantes manifestaciones de un espíritu extraño atado a lo terrenal, también pueden sobrevenir, en el curso de tales acontecimientos, convulsiones físicas, accesos de fiebre e incluso pérdida del sentido.

Pero todo eso proviene solamente de que el espíritu extraño, atrayendo hacia sí bruscamente las irradiaciones que le sirven de ayuda, las retira literalmente del cuerpo por la fuerza, provocando perturbaciones en la armonía de la normal irradiación del cuerpo, lo que, naturalmente, en seguida se hace patente en él.

Sin embargo, todo eso no es más que una serie de acontecimientos sencillos por demás, que pueden ser explicados lógicamente mediante una buena observación, tan solo con conocer las justas relaciones.

Inútiles habladurías y sospechas a tal efecto no tienen ningún sentido; sólo pueden servir para dañar a personas que no tienen absolutamente ninguna relación con todo ese asunto.

¡Cuidad, pues, oh hombres, vuestras palabras! Pues también éstas os arrastrarán hacia abajo, ya que todo lo innecesario estorba en la creación, y todo lo que estorba se hunde conforme a la ley de la pesadez.

Mas si habláis bien y verazmente, os impulsaréis a vosotros mismos y, por la claridad de vuestras palabras, os volveréis más ligeros y os elevaréis; porque también aquí se tienden hilos y se anudan lo mismo que cuando pensáis y obráis. Y entonces, cuando ya no queráis hablar en vano, os volveréis más callados, más reservados, y se acumularán en vosotros las fuerzas que yo he denominado: el poder del silencio.

Se convertirá en algo natural en cuanto estéis dispuestos a no hablar más que lo que sea útil, tal como debiera haber procedido siempre el hombre desde un principio. Entonces, ya no llenará con sus conversaciones ni la tercera parte del tiempo que ha empleado hasta ahora en hablar.

Pero, por desgracia, prefiere hablar ligeramente a callar, por lo que es arrastrado cada vez más profundamente según la ley de la pesadez, que empuja hacia abajo y obliga a hundirse a todo lo inútil de la creación por ser inservible.

¡Cuidad, pues, vuestras palabras, oh hombres! ¡No toméis tan a la ligera la mala costumbre de hablar irreflexivamente!

* * *




EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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