35. POSESOS
Aparece ahí sencillamente y se
mantiene firme con sorprendente tenacidad, a pesar de que nadie sabe decir cómo se ha implantado.
Cuán a menudo, los juicios
emitidos a la ligera son causa, también, de graves daños. Pero eso les da igual
a los hombres: ellos siguen charlando porque así les place. Charlan
incesantemente, por capricho, por obstinación, por indiferencia, por falta de reflexión,
para pasar el rato y, no pocas veces, por el afán de ser escuchados, o bien por
un deliberado deseo de hacer el mal. Siempre se encuentra ahí un fondo de
malevolencia. Sólo en raras ocasiones se encuentra uno con hombres que se
entregan verdaderamente a ese vicio destructor por el simple placer de charlar.
Esa epidemia dialéctica también
ha sobrevenido a consecuencia solamente de la devastadora dominación del
intelecto. Ahora bien, el hablar mucho oprime la facultad sensitiva, que
siempre exige una mayor concentración en
sí mismo.
No sin razón, al charlatán, aun
siendo inofensivo, no se le dispensa confianza alguna, sino solamente al que sabe callar. Se encierran tantas
cosas en ese recelo instintivo frente a los charlatanes, que todo ser humano
debería estar atento para sacar de ahí enseñanzas aplicables al propio trato
con su prójimo.
Pero charlatanes en el sentido
más verdadero son, sobre todo, los que en seguida tienen a mano palabras,
cuando se trata de cosas que no comprenden.
Esos tales son, por su ligereza,
seres nocivos causantes de muchos daños y de indecibles sufrimientos.
Consideremos solamente un caso
cualquiera: en los periódicos suelen aparecer frecuentemente reportajes sobre
las llamadas apariciones de fantasmas en casas donde nunca, hasta entonces,
había sucedido cosa parecida: objetos que se elevan o cambian de lugar;
recipientes que son lanzados violentamente, y cosas semejantes.
De diferentes regiones y países
provienen esas noticias. En todos los casos, los fenómenos se concentran siempre
alrededor de una persona muy determinada.
Adondequiera que ella se encuentra, allí se producen los
incidentes. En seguida se propagará, aquí y allá, la opinión de que esa persona
ha de estar “poseída”, necesariamente.
Otra cosa no pasa siquiera por la imaginación, sino que se habla sencillamente
de “estar poseído” sin reflexionar y sin escrúpulo ninguno.
A menudo, han sido consultadas
las autoridades y las iglesias de los distintos países, y cuando se hubo
comprobado que no había engaño por ninguna parte, se procedió, algunas veces, a
los exorcismos eclesiásticos. Pero éstos no podían servir de gran ayuda, porque
eran ajenos a los hechos mismos.
En otros tiempos, se sometía a
esas personas — en la mayor parte de los casos, niños o jóvenes muchachas — a
un penosísimo interrogatorio, en toda regla, sobre hechicería, hasta que la
atormentada persona declaraba todo tal como
querían los jueces y los siervos de la iglesia. Entonces, se procedía, como
remate, a un repugnante espectáculo, a fin de que, con la muerte en la hoguera
del martirizado, la humanidad devota quedara libre de él.
Pero, en realidad, todo eso se
verificó únicamente para entregarse a la criminal pasión de poder terrenal y
para asegurarse mayor influencia sobre los hombres de aquel tiempo, tan
ingenuamente crédulos.
Esa influencia fue aumentando,
así, cada vez más. La razón de ello no residía en la pura convicción de servir
a Dios procediendo así. Además, ese sacrílego proceder no hizo más que suscitar
el temor humano, que oprimió toda confianza en Dios y dió rienda suelta al
vicio de calumniar de la manera más ignominiosa.
En todo caso, el sombrío final ya
era de prever con seguridad desde un principio, y se habría podido asesinar en
seguida, sin más, a todos los acusados a la ligera. En verdad que la
culpabilidad de los asesinos hubiera sido mucho más pequeña que la de aquellos
monstruos con librea de siervos de Dios y vestiduras de juez.
No quiero hacer comparaciones
entre la época antigua y el tiempo actual. Tampoco quiero tender ningún puente
mediante comentarios especiales; pero espiritualmente,
el proceso ocasionado por las habladurías irreflexivas sigue siendo
exactamente el mismo hoy día. Sólo que está más atenuado físico-terrenalmente por las nuevas leyes. Y sin embargo, ahora
como entonces, los ignorantes siguen pensando erróneamente en ese sentido y
obrarían en consecuencia si las leyes no lo impidiesen.
En las tribus negras menos
evolucionadas, todavía se persigue fanáticamente a esos hombres, se les mata o,
también … se les venera. Los dos extremos aparecen siempre, muy cerca uno del
otro, en todo comportamiento humano.
Y en las tribus primitivas e
ignorantes, sus hechiceros tratan de expulsar a esos malos espíritus de la
choza, martirizando al “poseso” a su manera.
Semejantes analogías podemos
hallarlas por toda la Tierra y entre todos los pueblos. Son hechos que yo cito
solamente para una mejor posibilidad de comprensión.
¡Pero, en todos esos casos, los
hombres considerados como “posesos” son completamente inocentes! No hay el menor
vestigio de posesión, ni, mucho menos, de esos demonios que se pretende
expulsar. Todo eso son habladurías pueriles y superstición medieval, son los
últimos residuos de la época de las hechicerías. En realidad, sólo se hacen
culpables quienes, en su ignorancia, tratan de ayudar en virtud de falsos
puntos de vista y superficiales enjuiciamientos.
En los manicomios hay más posesos de los que los hombres se imaginan. ¡Y
ésos pueden ser curados!
Pero hoy, esos hombres dignos de
lástima son considerados simplemente como dementes, y no se hace distinción
ninguna entre los posesos y los verdaderamente enfermos, porque todavía no se
entiende nada de eso.
Pero esa falta de comprensión
proviene solamente del desconocimiento de la creación. Falta el conocimiento de la creación, que puede
dar la base para conocer todos los
procesos y modificaciones acaecidos en el hombre y a su alrededor, y que, por
tanto, conduce hasta el verdadero saber, hacia esa ciencia futura que no
necesitará ir tanteando con lamentables experimentos para, entonces, establecer
una teoría que, en muchos casos, se
revela como falsa una y otra vez en el curso de décadas.
¡Hombres! ¡Aprended a conocer la creación con las leyes que actúan en
ella! Entonces, ya no necesitaréis tantear ni buscar; pues poseeréis todo
cuanto necesitáis para ayudaron en todas las circunstancias de vuestra vida
terrenal y, en sentido mucho más amplio, de vuestra existencia entera.
Entonces, ya no habrá ningún
seudocientífico, sino que todos ellos serán hombres versados, para los que no podrá haber nada en la existencia humana
que les resulte extraño.
Una parte sorprendentemente
grande de los considerados actualmente como dementes incurables que han de
pasar su vida encerrados en manicomios, no son tales dementes, sino posesos.
Pasa aquí lo mismo que en tantas otras cosas: no se busca ahí y, por tanto, tampoco se puede encontrar nada, como se
deduce de las palabras de Cristo, que dicen inequívocamente y exigen sin lugar
a dudas: “¡Buscad y encontraréis!”
Esas palabras de Verdad tienen
aplicación en todo lo de la Vida, en
todas las formas. Por eso, ya he hecho alusión varias veces al hecho de que
sólo encontrará valores en mi Mensaje el hombre
que busque con toda sinceridad los valores contenidos en él.
Ninguno otro: porque la Palabra viva no “da” más que cuando entra en
contacto con ella una sincera búsqueda salida del alma. Sólo entonces se abre
en abundante generosidad.
La palabra “poseso” nunca se ha
escuchado ni empleado hasta ahora — hoy tampoco — más que cuando no viene al
caso en absoluto.
Y cuando procede emplearla, nadie
piensa en ello siquiera.
Pero, también aquí, el carácter
peculiar de la palabra humana ya ha acertado a expresar justamente, sin quererlo, el justo sentido; pues encontraréis en los
manicomios a muchos seres, de quienes se dice con encogimiento de hombros: “Por
lo demás, se comporta normalmente; sólo que está poseído de una idea fija”.
Sin querer, los hombres aciertan en lo justo, pero sin reflexionar más sobre ello.
Pero no solamente han de ser
llamados posesos esos tales, sino que también pueden ser conceptuados así los
que, además de tener una idea fija y momentos u horas de lucidez, divagan
continuamente. Esos no siempre están enfermos realmente.
Tomemos como ejemplo uno de los
muchos casos en que una joven es considerada como posesa por su medio ambiente
o, al menos, es sospechosa de serlo, porque en
su presencia suceden de repente cosas extrañas de cuya causa no se sabe
nada.
A tal respecto, existen numerosas
posibilidades de explicación que responden a la realidad; pero ni una sola es
compatible con el caso de posesión.
Puede tratarse de un espíritu humano que se encuentre en la
casa en cuestión atado a la Tierra por
alguna razón; pues en todos los casos sólo
puede tratarse de espíritus humanos que
han pasado al más allá. Demonios o cosas parecidas no entran en consideración
aquí bajo ningún aspecto.
Ese espíritu humano acaso esté
atado a la casa o solamente al lugar, a ese punto, por una acción cualquiera.
Por tanto, no es absolutamente necesario que haya hecho algo en el tiempo en que ya existía la casa,
sino que también pudo haber sido hecho anteriormente
en ese lugar o en las inmediaciones de donde se alza la casa actualmente.
A veces, ese espíritu está atado
a ese lugar, desde hace décadas o siglos, por un crimen o por alguna
negligencia de funestas consecuencias, por haber causado daños a otra persona o
por cualquiera otra circunstancia de las muchas que pueden provocar una ligazón
semejante.
No es obligado, pues, de ningún
modo, que él esté relacionado con las personas que moran hoy en la casa. A pesar de su continua presencia en la casa, nunca,
hasta entonces, había tenido oportunidad de manifestar su presencia en el plano
físico-terrenal, cosa que ha sucedido ahora,
mediante esa joven de manera de ser un tanto especial pero, también, momentánea solamente.
Esa forma de ser de la joven es
una cuestión de por sí que no hace más que dar al espíritu la ocasión de una
cierta materialización de su voluntad. Aparte de eso, no tiene absolutamente
nada que ver con el espíritu.
La razón de esa singular forma de
ser reside en la irradiación de la sangre en un momento dado, tan pronto como
posee una composición muy determinada. De
ahí saca el espíritu humano desprovisto de envoltura terrenal, la fuerza
para la realización de su deseo de manifestarse, lo que, a menudo, degenera en
molestas impertinencias.
Cada ser humano tiene una
irradiación sanguínea diferente — como ya he indicado en otra ocasión — y esa
composición se modifica varias veces durante la vida terrenal, con lo que
también se modifica la naturaleza de la irradiación de esa sangre. Por esta
razón, esa especial influencia de ciertas personas para desencadenar extraños
acontecimientos, se mantiene, en la mayoría de los casos, sólo por un tiempo
muy preciso; es, pues, temporal. Apenas
sí habrá un solo caso en que haya persistido durante una vida terrenal entera.
A veces, dura solamente semanas o meses; raramente años.
Así pues, el hecho de que
semejantes acontecimientos cesen de repente no es prueba ninguna de que el
espíritu en cuestión ya no esté presente o se haya liberado, sino que, en la
mayoría de los casos, significa que ya no tiene ninguna posibilidad más de
manifestarse tan palpablemente.
Por tanto, no es que haya sido “expulsado”
o que haya desaparecido, sino que sigue ahí lo mismo que antes, cuando se
mantuvo atado a ese lugar por mucho tiempo sin que los hombres se percataran de
su presencia. Lo que sucede es que permanece tan imperceptible para ellos como
lo es su constante ambiente espiritual. En realidad, los humanos nunca están
solos.
Pero no he expuesto aquí sino una posibilidad, cuando se trata de un
espíritu atado al lugar.
Sin embargo, también puede ser un
espíritu humano que esté encadenado a una persona
que vive en la casa, por uno cualquiera de los procesos que tan
frecuentemente he mencionado en mi Mensaje. No tiene por qué ser precisamente
el niño que, por su composición sanguínea, sólo ofrece la posibilidad pasajera
de una manifestación visible terrenalmente. El causante propiamente dicho puede
ser el padre, la madre, el hermano, la hermana o cualquiera otra persona que
viva en la misma casa o frecuente la misma.
Y también ahí existe, a su vez,
otra diferencia; pues una culpa, ya sea de esta vida terrenal actual, ya sea de
otra anterior, puede adherirse al espíritu humano ya fallecido, tanto como a
una persona que viva en la casa.
Las probabilidades son tan numerosas y, al mismo tiempo,
presentan tal diversidad, que no es posible en absoluto dar una forma fija sin
correr el peligro de suscitar, en cada caso particular, falsos pensamientos en
los hombres y dar pie a un precipitado e irreflexivo enjuiciamiento.
Menciono todas estas razones
posibles con el único fin de mostrar su gran variedad y advertir de que no se
debe proceder demasiado deprisa a emitir una opinión a la ligera; pues, obrando
así, es frecuente expresar una sospecha que no está justificada.
Por consiguiente, sed prudentes
al hablar de cosas que no comprendéis. Sobre vosotros recae toda la responsabilidad,
y puede ser que una sola palabra os ate igualmente durante años y décadas.
En semejantes casos, también
puede ser que el espíritu en cuestión haya sido maligno y esté atado por alguna
de sus culpas. Como no le resulta fácil cambiar en ese sentido, tan pronto como
obtiene de algún sitio la fuerza necesaria para manifestarse en el plano físico-terrenal,
descarga su odio sobre las personas cuya naturaleza se corresponde con la suya.
Acaso haya sido él mismo el perjudicado y se ciña espiritualmente a la persona
que, en otro tiempo, fue la causante de esos daños y que, ahora, vive en esa
casa. Pero en todos los casos, cada una de sus malévolas y molestas acciones le
ata de nuevo, por lo que no hace sino enredarse cada vez más; mientras que, con
buena voluntad, podría liberarse y
proseguir su ascensión. Con tal proceder, esos espíritus pendencieros no
consiguen otra cosa que ocasionarse a sí mismos el daño más grande.
Pero la persona que, por su
irradiación sanguínea, ofrece momentáneamente la posibilidad de tales
manifestaciones, no tiene por qué estar relacionada de algún modo con el asunto
en cuestión, si bien, como es natural, puede estar atada al espíritu o el
espíritu a ella por una culpa anterior. Todo eso no está excluido. Pero una posesión no entra en consideración en
ningún caso.
Si un hombre estuviera poseído de
otro espíritu; es decir, si un espíritu extraño empleara momentáneamente o de
continuo un cuerpo que no le pertenece, con el fin de manifestarse en el plano
físico-terrenal, entonces, el mismo cuerpo
terrenal afectado se vería obligado a llevar a cabo todos los incidentes:
arrojar cosas, golpear, arañar, destruir o cualquiera otra manifestación.
En cuanto alguien está poseído,
el espíritu extraño en cuestión actúa continuamente
por mediación directa del cuerpo físico al que se ha unido y del que se ha
apoderado parcialmente, utilizándolo para sus propios fines. De ahí proviene,
en realidad, el término “poseído”, porque el espíritu extraño toma posesión del
cuerpo de un hombre terrenal, se apodera de él con el fin de actuar en el plano
físico-terrenal. Se toma el derecho de posesionarse del cuerpo físico que le es
ajeno. Y entonces, ese cuerpo está “poseído” de él o, podríamos decir también,
está “ocupado” por él. Se instaura allí, lo posee o lo ha poseído
temporalmente.
Es muy natural que ese proceso de
tomar posesión se realice, ante todo, en
los cerebros. Entonces, esos hombres terrenales a los que les pasa eso son
considerados como anormales espiritualmente o dementes, porque sucede a menudo
que dos espíritus humanos distintos se disputan la utilización de un mismo
cerebro y luchan por conseguirlo.
Por eso, suele tomar expresión
una serie desordenada e incomprensible de pensamientos, palabras y obras que es
contradicen mutuamente, puesto que son dos espíritus distintos los que tratan
de imponer su voluntad: el propietario legítimo y el intruso. Naturalmente, eso
también ocasiona una sobretensión de los nervios cerebrales, que se desquician
y son sacudidos literalmente, con lo que, considerándolo desde fuera, el hombre
sólo puede constatar perturbaciones mentales, a pesar de que el cerebro en sí
puede estar sano. Sólo la lucha y la disputa de los espíritus distintos ponen
en evidencia la confusión.
También sucede de cuando en
cuando, que el espíritu extraño que se ha apoderado por la fuerza de un cuerpo
terrenal no se conforma con servirse por completo del cerebro, sino que sus
pretensiones son mucho más amplias y subyuga, también, a otras partes del
cuerpo para sus fines, llegando incluso a expulsar al alma, que es la legítima
poseedora del cuerpo, no dejándole más que una pequeña parte, que él no puede
robar sin poner en peligro la vida del propio cuerpo.
En casos de tal gravedad aparece
esa doble vida de un persona — frecuentemente mencionada en los relatos
judiciales — que tantos quebraderos de cabeza ha dado a los sabios y que ha
llegado a arrastrar al suicidio a la persona afectada, desesperada por su
estado.
Pero también esos procesos tienen
una explicación conforme a las leyes de la creación. Siempre están
estrictamente supeditados a condiciones que han de ser cumplidas previamente
por ambas partes. El ser humano no
queda, sin más, a merced de la voluntad de intrusión de un espíritu extraño.
Así tenemos, por ejemplo, que el espíritu del hombre cuyo cuerpo ofrece
la posibilidad de semejante abuso por parte de otro espíritu extraño,
dejándolo, más o menos, a su disposición, siempre es un espíritu perezoso o
débil; pues, si no lo fuera, sus propios medios naturales de defensa serían
suficientemente eficaces para impedirlo.
La pereza o debilidad de espíritu
es causada por culpa propia, pero no puede ser apreciada por la humanidad. Ese
estado es igualmente una consecuencia de la dominación del intelecto, que
limita y amuralla al espíritu, le oprime. Es, pues, una consecuencia de ese
pecado original que he descrito exactamente en mi Mensaje junto con todos sus
perniciosos efectos, entre los que también se cuenta la posibilidad de llegar a
ser poseído.
Sin embargo, un hombre de
espíritu cansado puede ser extraordinariamente vivaz en sus pensamientos, así
como en aprender porque la pereza espiritual no tiene nada que ver con la
agudeza del intelecto, como ya saben los lectores de mi Mensaje.
En realidad, precisamente el
espíritu de los sabios prominentes suele ser muy limitado y estar fuertemente
atado a lo terrenal. Como expresión apropiada al caso, se podría emplear el
término: “alicaídos espiritualmente”, porque eso es lo que da mejor forma al
concepto. El espíritu de más de un gran sabio intelectual ya está sumido, en
realidad, en un sueño que se acerca a la muerte espiritual, mientras que, en la
Tierra, esos hombres son honrados, por los demás seres humanos, como lumbreras
de especial realce.
Así pues, un hombre así afectado
puede ser de inteligencia extraordinariamente despierta y ágil, y, no obstante,
poseer un espíritu cansado que se deja disputar, en parte, su cuerpo físico por
otro espíritu humano incorpóreo.
¡Volveos, pues, versados en las originarias leyes de
Dios en la creación, oh hombres, y podréis evitaros muchos males! ¡Arrancad de
vosotros esa vacía pretensión de
saber, que sólo es capaz de crear una obra fragmentaria apenas utilizable en la
más pequeña necesidad!
Para reconocer estas cosas, falta saber a la ciencia actual; pues lo que ella ha enseñado y ha creído
saber hasta hoy, no hace sino probar clara y evidentemente que, en realidad, no
sabe absolutamente nada de la creación. Le falta el conocimiento de la gran
relación de las cosas entre sí y, por tanto, la idea fundamental del evento
real. Su visión es muy corta, muy limitada, y pasa por alto todas las grandes
verdades: ¡Pero nos hallamos en el punto crucial de una nueva época en la que todo volverá a renacer!
Por consiguiente, no siempre se
ha de sospechar de un niño o un adulto cuando provoca cosas tales como
arrastrar ruidosamente objetos o arrojarlos. La base de tales fenómenos es tan
diversa, que sólo puede ser determinada por verdaderos versados, en cada caso
particular y sobre el propio terreno.
Con lo dicho aquí no han quedado
apuradas todas las posibilidades; pero una cosa queda en pie: la posesión no entra en consideración aquí.
Como es natural, en el caso de
las personas que, por la momentánea irradiación de su sangre, hacen posible
semejantes manifestaciones de un espíritu extraño atado a lo terrenal, también
pueden sobrevenir, en el curso de tales acontecimientos, convulsiones físicas,
accesos de fiebre e incluso pérdida del sentido.
Pero todo eso proviene solamente
de que el espíritu extraño, atrayendo hacia sí bruscamente las irradiaciones
que le sirven de ayuda, las retira literalmente del cuerpo por la fuerza,
provocando perturbaciones en la armonía de la normal irradiación del cuerpo, lo
que, naturalmente, en seguida se hace patente en él.
Sin embargo, todo eso no es más
que una serie de acontecimientos sencillos por demás, que pueden ser explicados
lógicamente mediante una buena observación, tan solo con conocer las justas
relaciones.
Inútiles habladurías y sospechas
a tal efecto no tienen ningún sentido; sólo pueden servir para dañar a personas
que no tienen absolutamente ninguna relación con todo ese asunto.
¡Cuidad, pues, oh hombres,
vuestras palabras! Pues también éstas os arrastrarán hacia abajo, ya que todo
lo innecesario estorba en la creación,
y todo lo que estorba se hunde conforme a la ley de la pesadez.
Mas si habláis bien y verazmente,
os impulsaréis a vosotros mismos y, por la claridad de vuestras palabras, os
volveréis más ligeros y os elevaréis; porque también aquí se tienden hilos y se
anudan lo mismo que cuando pensáis y obráis. Y entonces, cuando ya no queráis
hablar en vano, os volveréis más callados, más reservados, y se acumularán en
vosotros las fuerzas que yo he denominado: el poder del silencio.
Se convertirá en algo natural en
cuanto estéis dispuestos a no hablar más que lo que sea útil, tal como debiera haber procedido siempre el hombre desde un
principio. Entonces, ya no llenará con sus conversaciones ni la tercera parte del tiempo que ha empleado hasta ahora
en hablar.
Pero, por desgracia, prefiere
hablar ligeramente a callar, por lo que es arrastrado cada vez más
profundamente según la ley de la pesadez, que empuja hacia abajo y obliga a
hundirse a todo lo inútil de la creación por ser inservible.
¡Cuidad, pues, vuestras palabras, oh hombres! ¡No toméis
tan a la ligera la mala costumbre de hablar irreflexivamente!
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EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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