57. PRÁCTICAS OCULTAS, COMIDA DE CARNE O VEGETALES
LAS TENDENCIAS de las prácticas ocultas
y de la llamada reforma de la vida están orientadas hacia un elevado fin, cuya consecución
marcará una nueva época en la evolución de la humanidad. Día llegará, también,
en que esos valiosos fines serán
alcanzados. Pero los esfuerzos actuales en ese sentido sólo forman parte del
proceso de esa nueva época.
Sin embargo, mientras los líderes de las tendencias ocultas
trazan, con la mejor intención, un camino completamente erróneo dentro de ese
terreno que ellos mismos desconocen — camino que no conduce sino a dejar libre
acceso a las Tinieblas y a exponer a la humanidad a mayores peligros
procedentes del más allá —, los llamados reformadores de la vida tratan de
alcanzar ese fin, en sí muy loable, tendiendo hacia cosas que están muy por
encima del mismo en relación con los tiempos
actuales.
Las actividades de ambas partes han de ser concebidas de
diferente manera. Por de pronto, los ejercicios espirituales deben ser de
naturaleza más elevada que los
realizados hasta el momento. Es menester seguir un camino completamente
distinto para poder llegar a la cumbre, pues el camino actual no conduce más
que a los bajos matorrales del más allá, donde la mayor parte de los seguidores
quedarán totalmente envueltos por las Tinieblas y se hundirán en ellas.
El verdadero camino
tiene que llevar hacia arriba desde el
principio, no debe desviarse primeramente hacia un medio ambiente inferior
o, como máximo, análogo. Ambos caminos no tienen absolutamente ningún parecido,
son completamente distintos en su naturaleza. El verdadero camino eleva en
seguida interiormente; esto es, empieza a ascender desde el principio sin
entrar en contacto con un medio ambiente etéreo análogo ni, mucho menos, con
uno inferior, pues eso es innecesario, ya que, normalmente, no debe existir más
que una sola tendencia a elevarse desde la Tierra. A tal respecto, se previene
seriamente, una vez más, de toda acrobacia espiritual.
Durante su estancia en la Tierra, el espíritu humano
precisa de un cuerpo absolutamente sano, vigoroso y normal desde el punto de
vista terrenal, a fin de poder cumplir por
completo la misión de su existencia. Si ese estado del cuerpo sufre una
modificación, se rompe la necesaria e imprescindible armonía entre cuerpo y
espíritu. Sólo esa armonía permite un
desarrollo sano y vigoroso del espíritu, desarrollo que no tolera deformidades
patológicas.
Con toda naturalidad, el cuerpo físico sano, no
obstaculizado en su evolución, armonizará siempre con el espíritu a
consecuencia de su estado normal, y le ofrecerá una base sólida en la
materialidad — en la que el espíritu no se encuentra sin razón — con lo que
también le proporcionará la mejor ayuda para cumplir por entero su cometido: la
evolución de sí mismo y, al mismo tiempo, el desarrollo de la creación.
Cada cuerpo emite irradiaciones determinadas que el
espíritu necesita urgentemente para su actividad en la materialidad, siendo la
más importante de ellas la fuerza sexual, que es independiente del instinto
sexual. Toda alteración de la armonía entre cuerpo y espíritu provoca una
desviación de esa fuerza de irradiación y de penetración en otra dirección, con
lo que queda debilitada para el fin propiamente dicho.
Eso supone un obstáculo o paralización en el cumplimiento
de la misión del espíritu durante su existencia en la materialidad, de donde se
infiere que el espíritu tampoco podrá obtener un normal desarrollo, por lo que,
al llegar a un cierto punto de su deseada evolución, habrá de caer desfallecido
para volver a recorrer nuevamente una gran parte de su proceso evolutivo, como
se desprende de la misma naturaleza de las cosas, pues lo desperdiciado en la
materialidad física no puede ser recuperado en la materialidad etérea, ya que
allí el espíritu está desprovisto de las correspondientes irradiaciones del
cuerpo físico. Por tanto, no le queda otro recurso más que volver atrás para
rellenar la laguna.
También en estos eventos reina una gran objetividad, una
lógica tan evidente, tan natural y sencilla, que no puede ser de otra manera.
Hasta un niño lo comprendería perfectamente y lo admitiría como cosa evidente,
si tuviera un claro concepto de las leyes fundamentales. Aún tendré que dar
toda una serie de conferencias para explicar a la humanidad la prodigiosa
creación, de manera que pueda abarcar con la mirada los acontecimientos pasados
y futuros, con sus correspondientes consecuencias completamente naturales y sus
leyes incomparables y maravillosas.
La desviación de la fuerza sexual, tan necesaria para el
espíritu en la materialidad, puede acontecer de varias maneras, ya sea abusando
de las prácticas sexuales o por la simple excitación, así como también mediante
las prácticas ocultas o falsos ejercicios espirituales, en los que el espíritu
se apodera violentamente de esa fuerza propia del cuerpo maduro, y la desperdicia
en esa clase de actividad errónea e inútil. En ambos casos, se trata de un uso
malsano que, con el tiempo, habrá de traer consigo un debilitamiento corporal.
Un cuerpo débil tampoco puede emitir radiaciones tan
intensas como el espíritu necesita verdaderamente, por lo que el uno hará
enfermar al otro cada vez más gravemente. Resulta de ahí un desequilibrio que siempre se efectúa a costa del verdadero
fin, y que, por consiguiente, es pernicioso. No voy a mencionar aquí otros
desvíos en que el espíritu consume demasiada fuerza sexual con fines absurdos,
dejando muy poca para el fin principal, tal como sucede al leer ciertos libros
que, en la imaginación, hacen surgir un mundo ideal. Este es un ejemplo entre
muchos.
En todo caso, el espíritu llega así al mundo etéreo sin estar maduro, y lleva consigo
también un cuerpo etéreo débil. Las
consecuencias de tales pecados terrenales son tan decisivas para toda la
existencia, que han de ser sufridas por cada hombre con intensidad cien veces
mayor. Esa negligencia, ese absurdo proceder, se adhiere a él como un lastre
que va haciéndose cada vez más pesado, hasta que, como ya se ha dicho, al
llegar a un cierto punto de su ascensión, no pueda seguir adelante y caiga
cuesta abajo hasta llegar al lugar donde tuvieron comienzo sus falsas acciones,
es decir, hasta el límite en que aún conservaba su armonía.
El fortalecimiento que un espíritu pueda obtener mediante
prácticas ocultas, a costa del cuerpo, es aparente
solamente. El espíritu no adquiere
vigor, sino que, como plantas de un invernadero, apenas si puede resistir
las embestidas del viento y, no digamos, las tempestades. En lugar de
progresar, ese espíritu ha enfermado. Su
estado se asemeja a una fiebre producida artificialmente. El febricitante
también puede desplegar una fuerza extraordinaria, para recaer a continuación
en un mayor debilitamiento. Pero lo que, en el caso de los enfermos de fiebre,
tiene lugar en cuestión de unos segundos o minutos, supone para el espíritu
décadas y siglos. Llegará un momento en que todo esto se vengará cruelmente.
Lo armonioso es lo único justo, y la armonía reside
solamente en el término medio. Muchas
veces se ha loado la belleza y la fuerza de la armonía. ¿Por qué no se quiere
admitirlas aquí? ¿Por qué se intenta destruirlas a toda costa?
En su forma actual, todas las prácticas ocultas son falsas,
aun cuando el fin propuesto sea elevado y necesario.
Otra cosa muy diferente es lo que se refiere a los
promotores y adeptos de las llamadas “reformas vitales”. El camino que aquí se
sigue es bueno, pero se pretende hacer ya hoy
lo que corresponde hacer al cabo de
generaciones; y, por esta razón, esos principios no son, para la mayor
parte de los hombres, menos peligrosos en sus efectos finales: falta la necesaria transición. Este es
el momento de empezar; pero no se debe dar un salto a pies juntillas sin más ni
más, sino que la humanidad debe ir paso a
paso. ¡Decenas de años no son suficientes! Tal como se procede actualmente,
esa reforma también produce un aparente bienestar corporal, lo que, en
realidad, no es otra cosa que un debilitamiento del cuerpo a causa de la
rapidez de la transición. ¡Y ese cuerpo así debilitado no podrá fortalecerse
nunca más!
¡Comida de vegetales! Efectivamente, el vegetarismo
contribuye al refinamiento del cuerpo humano, a su ennoblecimiento; lo
fortalece y lo sanea considerablemente, con lo que también el espíritu se eleva
más aún. Pero todo esto no puede ser
conseguido inmediatamente, en el curso de la generación actual. En esas
tentativas y luchas se echa de menos una dirección sensata.
El cuerpo actual no puede acomodarse sin transición a una
alimentación netamente vegetariana, como frecuentemente se pretende. Bien está
que sea empleada temporalmente e incluso, en caso de enfermedad, durante años,
siendo también necesaria para una completa curación o como ayuda para un
fortalecimiento local; pero no debe prolongarse demasiado. Para que el cuerpo
pueda conservar todo su vigor, ha de volver poco a poco al régimen alimenticio
que es usual, hoy día, entre los hombres. El aparente bienestar es engañoso.
Cierto que también resulta beneficioso, para las personas
sanas, seguir un régimen vegetariano durante algún tiempo. Es indudable que se
sentirán mucho mejor y que notarán también el libre ímpetu de su espíritu. Pero
esos efectos son producidos por el cambio,
pues todo cambio reanima tanto física como espiritualmente. No obstante,
las personas que mantienen indefinidamente esa alimentación tan exclusiva, no
se dan cuenta de que, en realidad, se debilitan cada vez más y son más
sensibles a muchas cosas. La calma y el relajamiento no son, en la mayoría de
los casos, síntomas de fuerza, sino de una debilidad muy especial. Se
manifiesta agradablemente y sin depresiones, porque no tiene su origen en una
enfermedad.
Ese relajamiento es parecido al estado en que se encuentra
un anciano que, aparte de su
debilidad corporal, aún se conserva sano. Al menos, se asemeja a esa clase de
debilidad más que a la producida por enfermedad. Al faltar repentinamente
aquello a lo que estaba acostumbrado desde hace miles de años, el cuerpo no
podrá desplegar toda la fuerza sexual requerida por el espíritu para cumplir
por entero su misión en la materialidad.
Muchos vegetarianos declarados lo notan en un ligera
moderación del apetito sexual, lo que es motivo de júbilo para ellos por
considerarlo un progreso. Pero eso no es señal ninguna de que el espíritu se
haya ennoblecido mediante el vegetarismo, sino que es prueba de la reducción de la fuerza sexual, lo que
también traerá consigo necesariamente un debilitamiento de su ímpetu espiritual
en la materialidad.
Se cuentan aquí errores sobre errores, pues el hombre casi
siempre ve únicamente lo más inmediato. Cierto que sería un progreso loable
conseguir que, mediante el ennoblecimiento del espíritu, el bajo instinto
sexual fuera mucho más moderado de lo que es hoy día. También es verdad que el
comer carne excita ese instinto
sexual, pero no debemos regimos por la generación actual, en la que el instinto
sexual ha sido cultivado con morbosa
exclusividad, haciendo de él una cosa completamente antinatural. Pero eso
no debe ser achacado a la comida de carne.
La moderación del instinto sexual no depende en absoluto de
la reducción de la fuerza sexual. Al contrario, ésta es capaz de secundar y estimular al espíritu humano en su afán
de liberarse de la dependencia — tan
pronunciada hoy día — de ese basto instinto. La fuerza sexual es, incluso, el mejor medio para ello.
El primer paso a dar, a guisa de transición, es limitarse a
comer solamente carnes blancas: aves,
ternera, cordero, etc. y hacer, al mismo tiempo, un mayor consumo de vegetales.
A título de advertencia, exhortaría a unos: “¡No abandonéis
el cuidado de vuestro cuerpo!” Y a los otros: “¡Pensad en el espíritu!” De este
modo, aún será posible descubrir el recto sendero en medio de la confusión de
los tiempos actuales.
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EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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