viernes, 23 de diciembre de 2022

62. LA LUCHA EN LA NATURALEZA

 

62. LA LUCHA EN LA NATURALEZA

VOSOTROS, LOS QUE os preguntáis, una y otra vez, si la lucha en la creación es justa, los que no veis en ella más que una crueldad: ¡Insensatos! ¿No sabéis que con eso os calificáis de endebles y dañinos para toda posibilidad actual de ascensión?

¡Despertad de una vez de ese inaudito aletargamiento que va hundiendo vuestro cuerpo y vuestro espíritu sin que nunca puedan elevarse!
¡Mirad a vuestro alrededor abriendo bien los ojos! No podréis menos que reconocer y bendecir la gran fuerza motriz que empuja a la lucha y, con ello, a la defensa, a la prudencia, a la vigilancia y a la vida. Ella protege a la criatura del abrazo mortal de la pereza.

¿Puede acaso un artista alcanzar el apogeo de su arte y mantenerse allí si no practica constantemente y no lucha por ello? Poco importa cuál sea su actividad y el desarrollo de las facultades que él posea. La voz de un cantante se debilitaría pronto y perdería seguridad si él no se superara constantemente a sí mismo ejercitándola y estudiando.

El brazo no puede adquirir vigor más que haciendo continuos esfuerzos. Dejándolo relajado, perderá fuerza necesariamente. Otro tanto sucede con el cuerpo y el espíritu. Ahora bien, nadie se presta a ello voluntariamente, por lo que es preciso una cierta coacción.

Si quieres conservarte sano, cuida tu cuerpo y tu espíritu, es decir, mantenlos en rigurosa actividad.
Pero, hasta hoy, lo que el hombre entiende por “cuidados” no es lo adecuado. Llama “cuidarse” a una dulce ociosidad que ya lleva en sí la paralización y el atrofiamiento, o practica los “cuidados” como quien practica un deporte cualquiera, es decir, el “cuidarse” se convierte en un deporte, en una exageración unilateral que da lugar a deformaciones insensatas y ambiciosas, indignas de una humanidad consciente.

Ahora bien, la verdadera humanidad debe aspirar a un fin supremo, y éste no puede ser alcanzado mediante saltos de altura, natación, carreras pedestres, equitación o insensatas carreras automovilísticas. Ni el género humano, ni la creación, sacan provecho alguno de esas competiciones, para las que más de un hombre suele sacrificar la mayor parte de sus pensamientos, de su tiempo y de su existencia terrenal.

El hecho de que tales excrecencias hayan podido tener lugar, muestra cuán falso es el camino seguido por la humanidad, y cómo obliga hasta a esa fuerza motriz latente en la creación a discurrir por vías erróneas, desperdiciándola en bagatelas, e incluso empleándola como obstáculo en perjuicio del saludable progreso, que tiene todos los medios en la creación.

En su presunción, característica propia de la humanidad, los hombres desvían el curso de las potentes corrientes espirituales — destinadas a intensificar el impulso ascensional — de modo que, en lugar del deseado progreso, se producen estancamientos que actúan como obstáculos y amplifican retroactivamente el instinto de lucha, hasta que, desbordándose, arrastren consigo todo a las profundidades.
Esa es la actividad predominante del hombre de hoy: niñerías y ambiciones seudocientíficas desprovistas de todo contenido. El hombre es el perturbador de la armonía de la creación.

Haría mucho tiempo que habría caído en el letárgico sueño de la ociosidad — al cual sigue ineludiblemente la degeneración — si no existiese ese instinto de lucha que, por suerte, está presente en la creación y le obliga, a pesar de todo, a mantenerse activo. Si no fuera así, haría ya mucho tiempo que el hombre habría llegado al extremo de pretender que Dios, por mediación de Su creación, se ocupara de él obligadamente, tal como acontece en los fantásticos relatos del país de Jauja. Y si llegara a expresar su agradecimiento mediante una oración desprovista de todo valor espiritual, su Dios debería considerarse recompensado con creces, y no faltarían quienes ni siquiera Le darían las gracias.

¡Así es el hombre efectivamente, y no de otra manera!
¡Y él habla de crueldad en la naturaleza! Para él, es inconcebible la idea de examinarse a sí mismo antes de nada. No sabe más que criticar siempre.
También la lucha entre animales es beneficiosa y está deprovista de toda crueldad.

Basta someter a atenta observación a un animal cualquiera. Tomemos, por ejemplo, un perro: cuanto más complaciente sea el trato que se le dé, tanto más comodón se volverá, tanto más perezoso. Si un perro se encuentra en el despacho de su amo y éste procura por todos los medios que el animal no sea pisado o incluso empujado solamente, aun cuando esté echado en un sitio donde exista el continuo peligro de poder ser herido involuntariamente — como, por ejemplo, junto a una puerta, etc. — tal proceder no redunda más que en perjuicio del animal.

Al cabo de muy poco tiempo, el perro perderá la facultad de mantenerse vigilante. Personas “de buen corazón” tratarán de justificarlo, “llenas de afecto” e incluso un tanto conmovidas, diciendo que con ello se muestra una “confianza” sin reservas, porque el animal sabe que nadie le hará daño. Sin embargo, no es, en realidad, más que un craso relajamiento de la facultad de “estar vigilante”, una acentuada reducción de la actividad síquica.

Por el contrario, si un animal se ve obligado a estar siempre dispuesto para la defensa, no sólo permanecerá síquicamente despierto, sino que su inteligencia irá también en aumento continuamente, saldrá beneficiado de todas las maneras, se mantendrá vivo en todos los aspectos. ¡Y eso es progreso! Otro tanto acontece en cada criatura, o de lo contrario perecerá, pues el cuerpo también irá aletargándose más y más, se hará más propenso a contraer enfermedades y perderá toda su resistencia.

El hecho de que el hombre también haya adoptado una postura equivocada frente al animal, como se manifiesta en las distintas formas de comportarse con él, no causará asombro al observador perspicaz, pues ya es sabido que el ser humano siempre adopta una actitud completamente falsa frente a todo — también frente a sí mismo y frente a la creación entera — y no hace más que causar daños espirituales en todas partes, en vez de proporcionar beneficios.

Hoy día, si el instinto de lucha ya no existiera en la creación — ese instinto que tantos indolentes tachan de cruel — haría ya mucho tiempo que la materialidad habría entrado en la degeneración y descomposición.
 Ese instinto actúa aún como elemento de conservación síquica y física; no es en modo alguno un elemento destructor, como parece a primera vista. Sin él, ya no habría nada capaz de mantener en movimiento a esta inerte materialidad física, conservándola sana y lozana; pues el efecto vivificante de la fuerza espiritual que todo lo atraviesa, efecto que estaba destinado a infundir actividad, ha sido contrarrestado ignominiosamente por el hombre a causa de su confusión, por lo que dicha fuerza no puede actuar como debiera.

Si el ser humano no hubiera fracasado tan rotundamente en su misión, muchas cosas, o incluso todas, presentarían hoy un aspecto muy diferente. Entonces, eso que se ha dado en llamar “lucha” tampoco tendría lugar en la forma en que ahora se muestra.

El instinto de lucha quedaría ennoblecido, espiritualizado por la voluntad humana orientada hacia un elevado fin. El tosco efecto originario, en lugar de intensificarse como ahora, se transformaría con el tiempo, por la benefactora influencia espiritual, en un gozoso y universal impulso de estimulación mutua, que exige la misma intensidad de fuerza que la lucha más violenta, con la única diferencia de que en la lucha sobreviene el debilitamiento, mientras que con el estímulo se produce, como efecto retroactivo, un continuo aumento de energía.

Por último, también se conseguiría para todas las criaturas de la poscreación, en la cual la voluntad espiritual humana ejerce la mayor influencia, el mismo estado paradisíaco que es propio de la verdadera creación (la creación primera), allí donde ya no es necesaria ni la lucha, ni la aparente crueldad. Pero no se crea que ese estado paradisíaco consiste en la ociosidad, sino que es sinónimo de la más intensa actividad, de un vivir real, personal y plenamente consciente.

¡Culpa es del espíritu humano que esto no haya podido realizarse! Recuérdese, si no, el pecado original, de consecuencias tan decisivas, al que tantas veces me he referido y que tan ampliamente ha sido descrito en la conferencia: “Erase una vez…”.

El total fracaso del espíritu humano en la creación, por el mal uso dado a la fuerza espiritual a él confiada, desviando sus efectos hacia abajo en vez de hacia las alturas luminosas, ha sido la única causa de esas defectuosas excrecencias que existen hoy día.

El hombre ya ha perdido hasta la facultad de reconocer las faltas, y la ha perdido con toda ligereza, jugando. Por eso, es inútil seguir hablando sobre el particular: sería predicar para sordos. El que quiera “oír” verdaderamente, hallará en mi mensaje todo cuanto necesita. 
En todas partes encontrará también la explicación del gran fracaso que, bajo múltiples apariencias, ha traído consigo eventos de inusitada gravedad.

Por otra parte, al sordo de espíritu — y de esos hay muchos — sólo le queda la estúpida sonrisa de la ignorancia, esa sonrisa que pretende ser manifestación de sabiduría, pero que, en realidad, no revela más que una indecible superficialidad, sinónimo de la más remarcada insuficiencia mental.
 El que, no obstante, se deje impresionar de alguna manera por la estúpida sonrisa de esos seres de restringida espiritualidad, no tendrá tampoco valor ninguno. Aquí vienen bien las palabras de Cristo: “¡Dejad que los muertos entierren a sus muertos!” Pues el ciego y sordo de espíritu está muerto espiritualmente. 
Con las facultades que le son propias, el espíritu humano podría hacer que el mundo terrenal, formado a imagen de la creación primera, se convirtiera en un verdadero Paraíso. Pero no lo ha hecho, y por eso ve ante sí ahora al mundo tal como él lo ha deformado con sus nefastas influencias. ¡Ahí está el quid de todo! Así, pues, no denigréis, con sensiblería fuera de lugar, un acontecimiento tan importante como la lucha en la naturaleza, que, siendo aún necesaria, compensa en cierto modo lo desperdiciado por el hombre. 
No tengáis la osadía de designar esa dulce y ardorosa sensiblería con el término “amor” tan gustosamente empleado por los hombres cuando tratan de encubrir sus flaquezas. ¡La falsedad y la hipocresía se vengarán cruelmente!
Por eso, ¡ay de ti, oh hombre, obra caduca y deforme de tu propio engreimiento, caricatura de lo que deberías ser!

Contemplad sosegadamente, en el curso de las estaciones, lo que vosotros soléis llamar naturaleza: las montañas, los lagos, los bosques, las praderas. Los ojos quedan embriagados de tanta belleza como se ofrece ante ellos. Y, entonces, pensad: todo eso que os sirve de gozo y os proporciona solaz es el fruto de la actividad de todo lo sustancial — situado en la creación por debajo de lo espiritual — cuya fuerza os ha sido dada como cosa propia.

Buscad, después, los frutos de vuestras obras, teniendo en cuenta que, como seres espirituales que sois, deberíais realizar una labor mucho más elevada que la realizada anteriormente a vosotros por los seres sustanciales.

Mas ¿qué veis?: solamente una fría imitación de cuanto han llevado a cabo los seres sustanciales, pero no una evolución hacia un elevado ideal impregnado de vida, y, por consiguiente, ninguna evolución en la creación. Valiéndose únicamente de atrofiados instintos creadores, la humanidad trata de copiar formas desprovistas de vida, siendo así que, elevando la mirada hacia la Divinidad, el espíritu libre y consciente sería capaz de crear formas muy diferentes y mucho más grandiosas.

Pero la grandeza, patrimonio del espíritu libre, ha sido interceptada frívolamente por los hombres, y esa es la causa de que, aparte de imitaciones pueriles, no sepan hacer más que … máquinas, construcciones y técnica, cosas estas atadas a la Tierra, de baja condición, vacías y muertas como ellos mismos.

Tales son, pues, los frutos que los hombres — seres netamente espirituales — pueden poner frente a la actividad de los seres sustanciales. Así es como han cumplido su cometido espiritual en la poscreación, que les ha sido donada para ese fin.

¿Cómo pueden creer que saldrán airosos cuando tengan que rendir cuentas? ¿Es, pues, de asombrarse que el sublime Paraíso haya tenido que quedar cerrado para los hombres, tan inclinados a lo vil? ¿Puede uno admirarse de que, al llegar el final, los seres sustanciales destruyan, por repercusión, la obra completa del espíritu humano, tan absurdamente erigida?

Cuando, a consecuencia de vuestra incapacidad manifiesta, esa obra se derrumbe sobre vosotros, entonces, ocultad vuestra faz y reconoced avergonzados la exorbitante culpa que vosotros mismos habéis echado sobre vuestros hombros. No intentéis de nuevo hacer responsable a vuestro Creador o calificarle de cruel e injusto.

Pero tú, buscador, examínate a ti mismo seriamente y sin consideración ninguna, e intenta después dar a todos tus pensamientos y sentimientos, a todo tu ser, una nueva orientación, una base espiritual que no se tambalee nunca más, como es el caso de la base actual, apoyada en el intelecto y, por tanto, extremadamente limitada.

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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