viernes, 23 de diciembre de 2022

61. ¡MIRAS LA PAJA QUE ESTÁ EN EL OJO DE TU HERMANO, Y NO ECHAS DE VER LA VIGA QUE ESTÁ EN TU PROPIO OJO!

 

61. ¡MIRAS LA PAJA QUE ESTÁ EN EL
OJO DE TU HERMANO, Y NO ECHAS DE VER LA VIGA QUE ESTÁ EN TU PROPIO OJO!

TODO EL MUNDO se imagina haber entendido perfectamente estas sencillas palabras, y, sin embargo, pocos habrá que las hayan comprendido en su verdadero sentido. Resulta superficial y equivocado interpretarlas como si hubieran sido dichas solamente para que el hombre aprendiese a ser tolerante con su prójimo. La tolerancia para con el prójimo es una evidencia que nace espontáneamente al ser vivida esta máxima, pero, no obstante, ocupa un lugar secundario.

El que así escruta en las palabras de Cristo no escruta con suficiente profundidad, y muestra con ello que está muy lejos de poder dar vida a las palabras del Hijo de Dios, o que, desde un principio, aprecia la sabiduría de Sus máximas en menos de lo que valen. Estas palabras, lo mismo que todas, también son expuestas por muchos predicadores como expresión de la debilidad e indolencia de ese amor que la Iglesia tanto gusta de hacer pasar por amor cristiano.

Pero el hombre puede y debe emplear esa máxima del Hijo de Dios únicamente como la medida de sus propios defectos. Si, con ojos abiertos, mira a su alrededor y se observa a sí mismo al mismo tiempo, pronto se dará cuenta de que esos defectos del prójimo que más le molestan son precisamente los que él mismo posee en mucho mayor grado, y los que más molestos resultan para los demás.

Ahora bien, para aprender a observar como es debido, lo mejor es empezar por concentrar vuestra atención en vuestros semejantes. Apenas si se encontrará uno solo entre ellos que no tenga tal o cual reproche que hacer a otro, y que no hable de ello abierta o solapadamente. En cuanto eso suceda, someted a minuciosa observación a ese hombre que critica los defectos de otros o incluso se escandaliza de ellos. No tardaréis mucho en descubrir, para asombro vuestro, que precisamente esos defectos que la persona en cuestión tan duramente reprocha a los demás existen en ella en una medida mucho más grande.

Es este un hecho que os desconcertará al principio, pero es un hecho que se cumple siempre sin excepción ninguna. En lo sucesivo, al juzgar a los hombres, podéis admitirlo tranquilamente como algo cierto, sin temor a equivocaros. Es indiscutible que un hombre que se indigna por este o aquel defecto de otro, lleva en sí, con toda certeza, ese mismo defecto, pero mucho más pronunciado.

Proceded, pues, con calma en exámenes de esta índole. Pronto conseguiréis descubrir esta verdad, puesto que, por no ser parte interesada, no intentaréis favorecer en nada a ninguna de las partes.

Fijémonos, por ejemplo, en un hombre que ha cultivado dentro de sí la ineducación, que casi siempre está malhumorado y se comporta con grosería, que raras veces muestra una cara amable; en resumen: un hombre a quien se prefiere eludir. Esos tales son precisamente los que se sienten con derecho a ser tratados con esmerada amabilidad, y se ponen fuera de sí — las jóvenes y las mujeres incluso se echan a llorar — cuando se topan justificadamente con una mirada llena de reproches. Esto resulta tan indeciblemente trágico-cómico para un observador serio, que uno se olvida de indignarse por ello.

Y así pasa en miles de casos diferentes. Os será fácil descubrirlo y reconocerlo. Pero una vez que lo hayáis conseguido, tened también la valentía de admitir que vosotros mismos no constituís una excepción a tal respecto, como ha quedado demostrado en las observaciones hechas a los demás. De este modo, se abrirán por fin vuestros ojos para veros a vosotros mismos, lo que supondrá un gran paso hacia adelante, el más grande tal vez, en el camino de vuestra evolución. Desharéis así un nudo que subyuga hoy a todo la humanidad. ¡Liberaos y ayudad después a los demás gozosamente y de la misma manera!

Eso es lo que quiso decir el Hijo de Dios con esas sencillas palabras. Tales son los valores educativos que El dio en Sus simples frases. Pero los hombres no buscaron sinceramente en ellas. Como siempre, situándose por encima de ellas, aprendieron solamente a mirar a los demás con benevolencia, lo cual halagaba su repugnante orgullo.

Toda la mezquindad de su erróneo pensar, todo su fariseísmo hipócrita y sin reservas, se pone de manifiesto en las interpretaciones dadas hasta ahora. Ha sido trasplantado invariablemente en el cristianismo, pues también los llamados buscadores aceptaron todo — y siguen haciéndolo hoy día — con demasiada ligereza. Dada su acostumbrada presunción, pretendían que bastaba leer para comprender el verdadero sentido, es decir, se lo hicieron creer a sí mismos completamente de acuerdo con su propia manera de ver.

Eso no es una búsqueda sincera. De ahí que no puedan encontrar el verdadero tesoro; por eso es que tampoco podía haber progreso alguno. La Palabra permaneció muerta para quienes debían hacerla vivir dentro de sí, a fin de alcanzar valores que llevan a la cumbre.

Y cada una de las frases pronunciadas por el Hijo de Dios para la humanidad contiene tales valores, los cuales no han sido descubiertos por el mero hecho de no haber sido buscados nunca debidamente.

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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