viernes, 16 de diciembre de 2022

7. LA VOZ INTERIOR

 

7. LA VOZ INTERIOR

LA LLAMADA “VOZ INTERIOR”, ese elemento espiritual en el hombre, del cual éste puede fiarse, es el sentimiento. No en vano dice la voz popular: “la primera impresión es siempre la buena”.

Aquí también, como en todos los dichos y proverbios de este género, reside una profunda verdad. Cuando se dice “impresión”, quiere decirse, generalmente, “sentimiento”. Lo que un hombre experimenta, por ejemplo, al encontrarse por primera vez con un extraño, puede ser una especie de advertencia que le invita a ser prudente, pudiendo, incluso, convertirse en una repulsa total; o bien puede ser una impresión agradable, capaz de traducirse en una simpatía sin reservas. En muchos casos, es mera indiferencia lo que se siente.

Pero si, en el curso de la conversación y mediante el trato personal, esa impresión llega a ser modificada o, incluso, completamente desvirtuada por el juicio del intelecto, de tal manera que surge el pensamiento de que aquella primera impresión había sido falsa, casi siempre, al finalizar tales relaciones, suele confirmarse la exactitud de la misma; a menudo para dolor de los que, fiándose del intelecto, fueron inducidos a error por el aspecto engañoso del otro.

El sentimiento, que no está supeditado al espacio ni al tiempo y que está relacionado con sus especies análogas, es decir, con lo espiritual, descubrió en seguida la verdadera forma de ser del otro, y no se dejó engañar por la sagacidad del intelecto.

El error está excluido por completo en el sentimiento.

Siempre que los hombres sean inducidos a error, la causa de ello será o el intelecto o la sensación.

Cuántas veces se oye decir: “En esta o en aquella ocasión me dejé llevar por la sensación y me equivoqué. No puede uno fiarse más que de la inteligencia”.

Esos tales cometen la falta de confundir la sensación con la voz interior. Hacen elogio de la inteligencia, y no se dan cuenta de que precisamente ella juega un importante papel en la sensación.

¡Estad, pues, alerta! La sensación no es el sentimiento. Aquélla procede del cuerpo físico, y nace como consecuencia de los instintos engendrados por éste y dirigidos por el intelecto. Es, pues, muy distinta del sentimiento. El trabajo en común de la sensación y del intelecto, por su parte, produce la imaginación.

Por lo tanto, en el plano espiritual solamente tenemos al sentimiento*, elevado por encima del espacio y del tiempo. En el plano terrenal se halla, en primer lugar, el cuerpo material, supeditado a esos conceptos. De ese cuerpo emanan ciertos instintos que, mediante la colaboración del intelecto, hacen surgir la sensación.

El intelecto, un producto del cerebro ligado al espacio y tiempo, constituye el elemento más sutil y noble dentro de lo físico, y, en colaboración con la sensación, sólo puede crear la imaginación.

La imaginación es, pues, resultado de dicha colaboración entre la sensación y el intelecto. Es etérea, pero no posee fuerza espiritual, por lo que sólo podrá ser retroactiva. Sólo es capaz de influenciar constantemente en las sensaciones de su promotor, pero nunca podrá emitir por si misma una corriente de fuerza sobre otros.

Por lo tanto, la fantasía o imaginación repercute solamente en la sensación de que ella proviene; no puede enardecer más que su propio entusiasmo, y nunca podrá hacer sentir sus efectos sobre lo que la rodea. En esto se pone en evidencia su inferior calidad. El sentimiento es distinto. Este lleva en sí fuerza espiritual, fuerza creadora y vivificante, y la vierte sobre otros, arrebatándolos y convenciéndolos. Por consiguiente, podemos distinguir, por un lado, el sentimiento;

* Conferencia II–70: “El sentimiento”

por otro, el cuerpo, los instintos, el intelecto, la sensación y la imaginación.

El sentimiento es espiritual, es superior a los conceptos terrenales de espacio y tiempo. La sensación es materialidad física sutil, depende de los instintos y del intelecto; pertenece, por tanto, a un plano inferior.

A pesar de lo sutil de la materialidad física de la sensación, nunca puede tener lugar una mixtura con el sentimiento espiritual, quedando descartado así todo enturbiamiento del mismo. El sentimiento permanecerá siempre puro y límpido, ya que es espiritual. Será siempre claramente sentido u “oído” por el hombre si… es él verdaderamente el que habla.

Pero la mayoría de los hombres han roto con ese sentimiento al dar prioridad a la sensación y ponerla como compacta pantalla, como muro de separación; se mantienen en la falsa creencia de que la sensación es su voz interior, y sufren por ello numerosas decepciones; de aquí que se fíen cada vez más del intelecto, sin darse cuenta de que fueron inducidos a engaño precisamente por la participación del mismo.

Como consecuencia de tal error, desecharon apresuradamente todo lo espiritual, que no tenía absolutamente nada que ver con sus experiencias, y se ataron aún más a lo mediocre.

El mal fundamental está aquí, lo mismo que en muchos otros casos, en el sometimiento voluntario de esos hombres a ese intelecto limitado por el espacio y el tiempo.

El hombre que se sometió por entero a su intelecto se sometió también por completo a las limitaciones del mismo, el cual, por ser producto del cerebro físico, está íntimamente vinculado al espacio y al tiempo. El hombre se encadenó así totalmente a lo material.

Todo lo que el hombre hace, lo realiza por propia iniciativa y voluntariamente. No ha sido encadenado, sino que se encadenó él mismo.

Se dejó dominar por el intelecto, (pues si no hubiera querido, eso no habría podido suceder nunca), el cual, por su misma naturaleza, le subyugó consigo al espacio y tiempo y no le permitió reconocer ni entender lo que no conoce limitaciones temporales ni espaciales.

He ahí por qué, a consecuencia de lo reducido de su capacidad de comprensión, surgió ante el sentimiento, libre de limitaciones espaciales y temporales, una envoltura estrechamente ligada a espacio y tiempo, una línea divisoria, a causa de la cual el hombre o bien no puede ya oír nada, pues su “pura voz interior” está apagada, o sólo es capaz de “oír” las sensaciones relacionadas con el intelecto, desoyendo por completo las indicaciones del sentimiento.

Es un falso concepto afirmar que la sensación oprime al sentimiento; pues nada es más fuerte que él, que es la más grande fuerza del hombre, ni puede ser nunca reprimido por nada y ni siquiera influenciado. Es más propio decir que el hombre se hace incapaz de reconocer el sentimiento.

El fracaso estriba sólo y exclusivamente en el hombre mismo, no en la fuerza o debilidad de algunos de sus dones; pues, precisamente, el don más importante, la fuerza propiamente dicha, lo que hace al hombre más fuerte que nada, lo que lleva en si toda vida y es inmortal, eso ha sido concedido a cada uno en la misma medida. En eso nadie aventaja a nadie. La única diferencia está en la manera de emplearlo.

Ese don fundamental, esa chispa espiritual, tampoco podrá llegar nunca a ser empañado o emponzoñado. Permanecerá puro incluso en medio del más espeso lodo. No tenéis más que saltar por encima de esa barrera que vosotros mismos pusisteis mediante la voluntaria limitación de la capacidad comprensiva. Entonces, esa chispa surgirá esplendorosamente, pura y límpida como en un principio, desplegando fuerza y lozanea y uniéndose a lo espiritual.

¡Regocijaos de ese tesoro inviolable que yace en vosotros! ¡Poco importa que seáis considerados como seres valiosos o no por vuestro prójimo! Con una voluntad sincera y honrada puede ser eliminado todo el fango que, cual si fuera un dique, se ha ido amontonando alrededor de esa chispa espiritual. Una vez que vuestra labor esté cumplida y hayáis puesto al descubierto ese tesoro, seréis tan valiosos como aquel que nunca lo enterró.

Pero, ¡ay del que, por razones de comodidad, rehusa estrictamente emplear su voluntad para el bien! En la hora del Juicio le será arrebatado el tesoro y, con ello, dejará de existir.

¡Despertad, pues, los que habéis cerrado vuestros oídos, los que echasteis sobre el sentimiento la capa del intelecto con su limitada capacidad comprensiva! ¡Estad alerta y prestad atención a los llamamientos que os conciernen! Sea lo que fuere lo susceptible de desgarrar esa turbia capa de bajas sensaciones, un intenso dolor, una gran conmoción espiritual, un profundo sufrimiento o un gozo puro y sublime, ¡no lo dejéis pasar de largo sin sacar beneficio de ello! ¡Son ayudas que os indican el camino!

Mejor sería que no esperaseis a que ello suceda y os dedicaseis, con sincera voluntad, a hacer el bien y a encumbraron espiritualmente. La capa separadora irá haciéndose cada vez más delgada y ligera, hasta llegar a volatilizarse. Surgirá, entonces, esa chispa siempre pura y sin mácula, elevándose bajo la forma de ardiente llama.

Pero ese primer paso sólo puede ser dado por el hombre mismo; él es quien tiene que darlo; si no, es imposible toda ayuda.

En todo eso se hace necesario establecer una rigurosa distinción entre el deseo y la voluntad. Con el deseo solo no se da principio a nada, es insuficiente para poder realizar progreso alguno. Es preciso hacer uso de la voluntad, la cual lleva inherente la acción propiamente dicha. Al aparecer una sincera voluntad, el acto en sí da comienzo inmediatamente.

Aun cuando alguno tenga que dar un sinfín de rodeos para conseguir llegar a la meta propuesta, debido a que, hasta ahora, sólo se había ligado al intelecto, ¡que no se arredre por eso! ¡también él saldrá victorioso! Mediante las experiencias adquiridas en su caminar a través de tan escabrosos senderos, irá sorteando los obstáculos hasta eliminarlos todos, purificando así su intelecto.

¡Comenzad sin dilación! Con sincera voluntad, todos los caminos conducirán a la meta.

* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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