viernes, 16 de diciembre de 2022

06. DIOS

 

6. DIOS

¿POR QUÉ los hombres eluden tan temerosamente esta palabra, que debería serles más familiar que ninguna otra cosa?

¿Es veneración? ¡No! Estáis turbados y confusos, porque nunca, ni en la iglesia ni en la escuela, se os ha dado sobre el particular una clara explicación capaz de saciar vuestro afán de Verdad. De hecho, la Trinidad siguió siendo para vosotros un enigma, al que, por último, intentasteis acostumbraros lo mejor posible.

En esas condiciones, ¿puede resultar la oración tan ferviente y llena de confianza como debe ser? Es imposible.

Y, sin embargo, debéis y tenéis que acercaron a vuestro Dios. Cuán insensato es afirmar que no está bien ocuparse de Él tan explícitamente. Los negligentes e indolentes afirman, incluso, que eso es un sacrilegio.

Pero yo os digo: el carácter necesario de ese acercamiento se hace sentir en la creación entera. Por eso, no es humildad lo que posee el que se sustrae a ello, sino, por el contrario, una arrogancia sin límites. Lo que en realidad pretende es que Dios se acerque a él, en vez de ser él quien se acerque a Dios para conocerle.

¡Hipocresía y negligencia disimuladas bajo un engañoso aspecto de humildad! Eso es cuanto se descubre adondequiera que se mire, adondequiera que se escuche.

Pero vosotros, los que no queréis seguir durmiendo, los que buscáis con ardor y aspiráis a la Verdad, ¡prestad oídos al mensaje! ¡Intendad comprender lo que es justo!:

No hay más que un Dios, una sola Fuerza. Pero, entonces, ¿qué es la Trinidad? ¿Una unión tripartita? ¿Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo?

La humanidad, al cerrarse a sí misma las puertas del Paraíso no dejándose conducir más por el sentimiento, que por ser espiritual está próximo a Dios, sino entregándose voluntariamente al excesivo desarrollo del intelecto y sometiéndose a él por entero, es decir, haciéndose esclava de su propio instrumento, que le había sido dado para servirse de él, fue alejándose más y más de Dios, siguiendo el proceso natural de las cosas.

La escisión quedó consumada cuando los hombres se dedicaron únicamente a lo terrenal, supeditado incondicionalmente al espacio y al tiempo, conceptos estos ajenos a Dios, por Su propia naturaleza, y razón por la cual tampoco puede ser comprendido mediante ellos.

De generación en generación, el abismo fue haciéndose cada vez más grande, pues los hombres se encadenaban cada vez más a la Tierra. Se convirtieron así en esos seres intelectualizados que, ligados a lo material, se denominaron materialistas, incluso con orgullo, pues no tenían consciencia alguna de sus cadenas, ya que, al quedar estrechamente vinculados al espacio y al tiempo, su horizonte había quedado también, lógicamente, considerablemente limitado. Puestas así las cosas, ¿cómo podía ser hallado el camino hacia Dios?

Era imposible, a menos que llegara ayuda procedente de Él. ¡Y Él se compadeció! Dios mismo, en Su Pureza, ya no podía manifestarse a los seres humanos intelectualizados, incapaces como eran de sentir, ver u oír Sus mensajes; y los pocos que aún podían eran objeto de burla, puesto que el angosto horizonte de los materialistas, estrictamente reducido a los límites del espacio y del tiempo, no podía concebir que existiera algo más allá de esos límites, desechándolo como imposible por exceder su capacidad comprensiva.

Por la misma razón, no bastaban ya los profetas, que no poseían poder suficiente para hacerse escuchar; pues finalmente, hasta los mismos principios fundamentales de todas las aspiraciones religiosas habían llegado a ser puramente materialistas.

Por consiguiente, era necesario que entre la Divinidad y la descarriada humanidad se interpusiera un mediador, el cual debería poseer un poder mucho más grande que los habidos hasta entonces, a fin de hacer prevalecer su mensaje. ¿Diríamos que ese mediador debía venir a causa de los pocos que, aun en medio del materialismo más extremo, seguían anhelando a Dios? Ello sería cierto, pero los adversarios lo tomarían como una presuntuosidad por parte de los creyentes, en vez de reconocer en eso el Amor de Dios y Su rigurosa Justicia, que dispensa equitativamente la redención en la recompensa y el castigo.

He aquí por qué Dios, en Su Amor, separó una parte de Sí mismo, mediante un acto de Su Voluntad, y la hundió en el cuerpo y sangre de un ser humano masculino: Jesús de Nazaret, el Verbo hecho carne, la encarnación del Amor divino, el Hijo de Dios.

Fue un proceso de irradiaciones que será explicado posteriormente.

Esa parte separada de Dios y, no obstante, estrechamente relacionada con El, llegó a ser una entidad personal, y conservó ese carácter aun después de haberse despojado del cuerpo terrenal para reintegrarse enteramente al Padre.

Por consiguiente, Dios Padre y Dios Hijo son dos y, en realidad, uno solo.

¿Y el “Espíritu Santo”? Cristo decía de él que muchos pecados contra Dios Padre y Dios Hijo podrían ser perdonados, pero nunca los cometidos contra el “Espíritu Santo”. Entonces, ¿el “Espíritu Santo” es superior al Padre y al Hijo? ¿Es más que ellos? Estas preguntas han atormentado y preocupado ya a muchos corazones, y han sembrado confusión en más de un niño.

El “Espíritu Santo” es la Voluntad de Dios Padre, el Espíritu de la Verdad, el cual, aunque separado de Él y actuando por sí mismo en toda la creación, prosigue en íntima relación con El, lo mismo que el Hijo, el Amor, como parte integrante del conjunto.

Las férreas leyes de la creación, que, cual cordones nerviosos, se extienden a través del universo entero y provocan el inevitable efecto reciproco, el destino del hombre, su karma, esas leyes… proceden del “Espíritu Santo”. Dicho más claramente: son los efectos que éste produce*.

Por eso decía el Salvador que nadie podía pecar impunemente contra el Espíritu Santo, pues su efecto recíproco es inexorable e ineludible, y las repercusiones correspondientes habrán de caer sobre el promotor, es decir, sobre el punto de partida, tanto para bien como para mal.

Así como el Hijo de Dios, Jesús, pertenece al Padre, del mismo modo pertenece a Él, el Espíritu Santo. Ambos son, por tanto, partes de El mismo, inherentes a Él, inseparables de Él. Son como los miembros de un cuerpo, que actúan independientemente pero permanecen unidos a él conservando su integridad, y que no pueden hacer uso de esa independencia más que siendo parte integrante del conjunto.

Tal es Dios Padre en Su Omnipotencia y Sabiduría: a la derecha, como parte de Él, Dios Hijo, el Amor; a la izquierda, Dios Espíritu Santo, la Justicia. Ambos proceden de Él y siguen siendo partes constitutivas de Él. Esa es la Trinidad del Dios único.

Antes de la creación, Dios era uno. Durante la creación, separó de Sí mismo una parte de Su Voluntad para que obrara independientemente, llegando así a ser duplo. Al hacerse necesario proporcionar un mediador a la humanidad descarriada, como quiera que la Pureza de Dios no podía ponerse en contacto directo con los hombres, voluntariamente encadenados, separó, por amor, otra parte de sí mismo, a fin de que sirviera de medio para acercarse a la humanidad y hacerse entender entre los hombres. De este modo, llegó a ser trino.

Muchos poseían ya un claro concepto de Dios Padre y Dios Hijo, pero seguían teniendo una idea muy confusa del Espíritu Santo. Él es la Justicia en acción. Sus leyes eternas, inmutables e incorruptibles palpitan en todo el cosmos; esas leyes que, hasta ahora, ¡solamente habían sido presentidas y que hemos venido designando con los nombres de destino, karma y Voluntad de Dios!

*  Conferencia II–42: “La evolución de la Creación”

*  * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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