6. DIOS
¿POR
QUÉ los hombres eluden tan temerosamente esta palabra, que debería
serles más familiar que ninguna otra cosa?
¿Es veneración? ¡No! Estáis
turbados y confusos, porque nunca, ni en la iglesia ni en la escuela, se os ha
dado sobre el particular una clara explicación capaz de saciar vuestro afán de
Verdad. De hecho, la Trinidad siguió siendo para vosotros un enigma, al que,
por último, intentasteis acostumbraros lo mejor posible.
En esas condiciones, ¿puede
resultar la oración tan ferviente y llena de confianza como debe ser? Es
imposible.
Y, sin embargo, debéis y tenéis
que acercaron a vuestro Dios. Cuán
insensato es afirmar que no está bien ocuparse de Él tan explícitamente. Los
negligentes e indolentes afirman, incluso, que eso es un sacrilegio.
Pero yo os digo: el carácter
necesario de ese acercamiento se hace sentir en la creación entera. Por eso, no
es humildad lo que posee el que se sustrae a ello, sino, por el contrario, una
arrogancia sin límites. Lo que en realidad
pretende es que Dios se acerque a él, en vez de ser él quien se acerque a Dios
para conocerle.
¡Hipocresía y negligencia
disimuladas bajo un engañoso aspecto de humildad! Eso es cuanto se descubre
adondequiera que se mire, adondequiera que se escuche.
Pero vosotros, los que no queréis
seguir durmiendo, los que buscáis con ardor y aspiráis a la Verdad, ¡prestad
oídos al mensaje! ¡Intendad comprender lo que es justo!:
No hay más que un Dios, una sola Fuerza. Pero, entonces, ¿qué es
la Trinidad? ¿Una unión tripartita? ¿Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo?
La humanidad, al cerrarse a sí
misma las puertas del Paraíso no dejándose conducir más por el sentimiento, que
por ser espiritual está próximo a Dios, sino entregándose voluntariamente al
excesivo desarrollo del intelecto y sometiéndose a él por entero, es decir,
haciéndose esclava de su propio instrumento, que le había sido dado para
servirse de él, fue alejándose más y más de Dios, siguiendo el proceso natural
de las cosas.
La escisión quedó consumada
cuando los hombres se dedicaron únicamente a lo terrenal, supeditado
incondicionalmente al espacio y al tiempo, conceptos estos ajenos a Dios, por
Su propia naturaleza, y razón por la cual tampoco puede ser comprendido
mediante ellos.
De generación en generación, el
abismo fue haciéndose cada vez más grande, pues los hombres se encadenaban cada
vez más a la Tierra. Se convirtieron así en esos seres intelectualizados que,
ligados a lo material, se denominaron materialistas, incluso con orgullo, pues
no tenían consciencia alguna de sus cadenas, ya que, al quedar estrechamente
vinculados al espacio y al tiempo, su horizonte había quedado también,
lógicamente, considerablemente limitado. Puestas así las cosas, ¿cómo podía ser
hallado el camino hacia Dios?
Era imposible, a menos que
llegara ayuda procedente de Él. ¡Y Él se compadeció! Dios mismo, en Su Pureza,
ya no podía manifestarse a los seres humanos intelectualizados, incapaces como
eran de sentir, ver u oír Sus mensajes; y los pocos que aún podían eran objeto
de burla, puesto que el angosto horizonte de los materialistas, estrictamente
reducido a los límites del espacio y del tiempo, no podía concebir que existiera
algo más allá de esos límites, desechándolo como imposible por exceder su
capacidad comprensiva.
Por la misma razón, no bastaban
ya los profetas, que no poseían poder suficiente para hacerse escuchar; pues
finalmente, hasta los mismos principios fundamentales de todas las aspiraciones
religiosas habían llegado a ser puramente materialistas.
Por consiguiente, era necesario
que entre la Divinidad y la descarriada humanidad se interpusiera un mediador,
el cual debería poseer un poder mucho más grande que los habidos hasta
entonces, a fin de hacer prevalecer su mensaje. ¿Diríamos que ese mediador
debía venir a causa de los pocos que, aun en medio del materialismo más
extremo, seguían anhelando a Dios? Ello sería cierto, pero los adversarios lo
tomarían como una presuntuosidad por parte de los creyentes, en vez de
reconocer en eso el Amor de Dios y Su rigurosa Justicia, que dispensa
equitativamente la redención en la recompensa y el castigo.
He aquí por qué Dios, en Su Amor,
separó una parte de Sí mismo, mediante
un acto de Su Voluntad, y la hundió en el cuerpo y sangre de un ser humano
masculino: Jesús de Nazaret, el Verbo hecho carne, la encarnación del Amor
divino, el Hijo de Dios.
Fue un proceso de irradiaciones
que será explicado posteriormente.
Esa parte separada de Dios y, no
obstante, estrechamente relacionada con El, llegó a ser una entidad personal, y conservó ese carácter aun después de haberse
despojado del cuerpo terrenal para reintegrarse enteramente al Padre.
Por consiguiente, Dios Padre y Dios
Hijo son dos y, en realidad, uno solo.
¿Y el “Espíritu Santo”? Cristo
decía de él que muchos pecados contra Dios Padre y Dios Hijo podrían ser
perdonados, pero nunca los cometidos contra el “Espíritu Santo”. Entonces, ¿el
“Espíritu Santo” es superior al Padre y al Hijo? ¿Es más que ellos? Estas
preguntas han atormentado y preocupado ya a muchos corazones, y han sembrado
confusión en más de un niño.
El “Espíritu Santo” es la
Voluntad de Dios Padre, el Espíritu de la Verdad, el cual, aunque separado de Él
y actuando por sí mismo en toda la creación, prosigue en íntima relación con
El, lo mismo que el Hijo, el Amor, como parte integrante del conjunto.
Las férreas leyes de la creación,
que, cual cordones nerviosos, se extienden a través del universo entero y provocan
el inevitable efecto reciproco, el destino del hombre, su karma, esas leyes…
proceden del “Espíritu Santo”. Dicho más claramente: son los efectos que éste
produce*.
Por eso decía el Salvador que
nadie podía pecar impunemente contra el Espíritu Santo, pues su efecto
recíproco es inexorable e ineludible, y las repercusiones correspondientes
habrán de caer sobre el promotor, es decir, sobre el punto de partida, tanto
para bien como para mal.
Así como el Hijo de Dios, Jesús,
pertenece al Padre, del mismo modo pertenece a Él, el Espíritu Santo. Ambos
son, por tanto, partes de El mismo, inherentes a Él, inseparables de Él. Son
como los miembros de un cuerpo, que actúan independientemente pero permanecen
unidos a él conservando su integridad, y que no pueden hacer uso de esa
independencia más que siendo parte integrante del conjunto.
Tal es Dios Padre en Su
Omnipotencia y Sabiduría: a la derecha, como parte de Él, Dios Hijo, el Amor; a
la izquierda, Dios Espíritu Santo, la Justicia. Ambos proceden de Él y siguen
siendo partes constitutivas de Él. Esa es la Trinidad del Dios único.
Antes de la creación, Dios era uno. Durante la creación, separó de Sí
mismo una parte de Su Voluntad para que obrara independientemente, llegando así
a ser duplo. Al hacerse necesario
proporcionar un mediador a la humanidad descarriada, como quiera que la Pureza
de Dios no podía ponerse en contacto directo con los hombres, voluntariamente
encadenados, separó, por amor, otra parte de sí mismo, a fin de que sirviera de
medio para acercarse a la humanidad y hacerse entender entre los hombres. De
este modo, llegó a ser trino.
Muchos poseían ya un claro concepto de Dios Padre y Dios
Hijo, pero seguían teniendo una idea muy confusa del Espíritu Santo. Él es la Justicia en acción. Sus leyes eternas, inmutables e
incorruptibles palpitan en todo el cosmos;
* Conferencia II–42: “La evolución de la Creación”
* * *
Esta conferencia fue extractada de:
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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