A una hora de la Cruz de oro:
¿Cómo me ayudarán los
espíritus lánguidos y desfallecidos que retroceden a la menor brisa? El poder
del Amor que vuelve a acercarse a vosotros los destruirá; porque no pueden ser
ayudantes en la obra radiante.
¿Cómo pueden ayudarme los
espíritus que sólo se conocen a sí mismos y a su propia vida terrenal? Serán
quemados en el calor del amor que, buscando, envía sus rayos alrededor de la
tierra y quema todo lo que no puede soportar la radiación de su poder.
¿Cómo pueden ayudarme los
llamados que, sabiendo la vocación que les fue dada, no la cumplen?
¡Juan tachará sus nombres
en el Libro del Cumplimiento!
Y no serán dignos de
llevar el signo sagrado de la Luz. No serán dignos de que les llame una vez más
hoy: ¡Proclamados!
Mi Padre celestial me dio
Fortaleza. Mi Padre celestial me dio Luz y toda vida, y yo soy Su Espíritu.
¡Proclámalo en mi Palabra, proclámalo en tu acción, proclámalo en tu vida! Ha
llegado el momento de transformarse ahora finalmente en el poder de su
realización. ¡Gota a gota, el calor de la vida desciende hasta ti desde las
alturas más altas, te inflama con su resplandor y te eleva a la acción por fin!
Te digo:
Yo soy la Vida, y
vosotros debéis compartir la rica bendición que caerá sobre la tierra cuando
todos los cielos se abran de par en par y el Santo Grial emita a toda vida una
Luz tan roja como la sangre.
Te pido que:
¡Estés alerta y sígueme!
Te proclamo:
Yo porto la Espada y os
juzgo por la voluntad del Altísimo, que me hizo surgir de Su Espíritu y me
envió a las profundidades, para que pudiera traer la paz de la verdadera y eterna
armonía a los círculos vacilantes por los que vuestra tierra ha pasado durante
milenios. A mi lado está el Amor de Dios, que es de mí mismo origen, y mi pie
recorre el camino que la Pureza me prepara.
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