miércoles, 4 de enero de 2023

37. AGRADECIMIENTO

 

37. AGRADECIMIENTO

“¡GRACIAS! ¡Mil gracias!” Todo ser humano ha podido escuchar frecuentemente estas palabras. Son pronunciadas con matices tan diversos, que no pueden ser clasificadas sin más, dentro de una categoría determinada, tal como exige, en realidad, el sentido de las palabras.

Precisamente, en este caso, el sentido de las palabras no entra en consideración más que en segundo o, incluso, en tercer lugar. Es, más bien, el tono, la entonación, lo que da valor a las palabras o pone de manifiesto su futilidad.

En muchos casos — en la mayoría de ellos — no es más que la expresión de una costumbre superficial dentro de las normas corrientes de la cortesía social. Es, pues, lo mismo que si no hubieran sido pronunciadas en absoluto; no pasan de ser frases vacías que, para aquellos a los que van dirigidas, son más una ofensa que una señal de gratitud. Sólo alguna vez que otra — muy raramente por cierto se deja oir en ellas una cierta vibración que da testimonio de un sentimiento del alma.

No es preciso poseer un sentido auditivo demasiado sensible, para reconocer la intención del que pronuncia esas palabras. No siempre contiene algo bueno; pues idénticas palabras pueden dar lugar a muy diferentes vibraciones del alma.

Pueden denotar descontento o decepción, incluso envidia, odio, engaño y una cierta malevolencia. De todos los modos se abusa de estas hermosas palabras de auténtico agradecimiento, con el fin de encubrir cuidadosamente algo muy distinto, suponiendo que no sean absolutamente vanas y que no hayan sido pronunciadas más que por decir, porque así se usa o por costumbre.

En general, son la expresión de los que reciben rutinariamente, los cuales tienen esas palabras continuamente a flor de labios, siempre dispuestas para todo, sin pensar en ellas, algo así como la palabrería de esa cadena interminable de rezos de toda clase que uno encuentra a menudo, rezos que, por su monotonía desprovista de sentimiento, no son más que una ofensa a la santidad y grandeza de Dios.

Pero, cual maravillosas flores en terreno árido, resplandecen remarcadamente, en la creación, los casos en que las palabras son empleadas realmente según el sentido que quieren expresar; esto es, cuando el alma vibra en el sentido real de las palabras, cuando las palabras formadas siguen siendo la expresión de las puras vibraciones del alma, tal como debe ser siempre que un ser humano forma palabras.

Si lo pensáis bien, tendréis que reconocer que todo lo hablado sin sentimiento no puede ser sino palabrería vana con la que el hombre pierde el tiempo que debía emplear de otro modo, o bien sólo puede contener una falsa voluntad si las palabras pretenden aparentar ante el prójimo lo que no siente el que habla. Algo sano o constructivo no puede surgir nunca de ahí. Las leyes de la creación lo impiden.

Tal es la realidad por triste que sea; y ella muestra claramente todo el fango que, con sus múltiples habladurías, los hombres han amontonado en la materialidad física sutil, ese plano que repercute en la existencia terrenal y que toda alma humana ha de recorrer antes de poder entrar en regiones más ligeras.

No olvidéis jamás, que cada una de vuestras palabras da nacimiento a una forma que pone en evidencia claramente la contradicción de vuestro sentimiento, tanto si queréis como si no. No podéis cambiar nada a tal respecto. Si, por suerte para vosotros, no son más que formas sin contenido que vuelvan a disiparse rápidamente, no obstante, sigue existiendo el peligro de que esas formas reciban repentinamente flujos de origen extraño que las refuerce y condense en su misma especie, con lo que ejercerán una acción que habrá de ser forzosamente una maldición para vosotros.

Por esta razón, procurad hablar solamente aquello en que vibre vuestra alma.

Os imagináis que eso es absolutamente imposible en la Tierra dado que, por las condiciones de las costumbres actuales, sólo podríais deciros muy pocas cosas, lo que amenazaría hacer de la Vida algo monótono y aburrido, máxime durante las horas de convivencia social. En verdad que son muchos los hombres que así piensan y tal temen.

Mas si el hombre llega alguna vez tan lejos con sus pensamientos, verá, también, cuántas cosas de su época actual han sido, hasta ahora, completamente vacías, sin valor, ni, por tanto, finalidad. Entonces, ya no se lamentará de la futilidad de tantas horas, sino que por el contrario, las rehuirá temerosamente.

El hombre que trata de llenar su tiempo con palabras vacías, con el único fin de mantener un trato social con el prójimo, es tan vacío como su propio ambiente. Pero eso no se lo confesará nunca a sí mismo. Se consolará diciendo que no puede hablar siempre de cosas serias, porque ello resultaría aburrido para los demás, y que sólo los otros tienen la culpa de que no pueda decir lo que, tal vez, se sienta impulsado a hablar.

Pero, así, se engaña a sí mismo. Pues si los que le rodean fueran efectivamente como él dice, eso sería prueba de que él mismo tampoco tiene otra cosa que ofrecer, puesto que sólo la afinidad crea, por la atracción que ella ejerce, el medio ambiente con el que él se relaciona. O bien su medio ambiente le ha atraído por afinidad. Tanto en un caso como en otro, la cosa es la misma. Ya se dice acertadamente en el lenguaje popular: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.

Los hombres vacíos que no aspiran a dar un contenido real a su vida huirán de quienes llevan en sí valores espirituales.

Nadie puede ocultar los valores espirituales; pues, por la ley del movimiento impuesta en la creación, el espíritu tiende poderosamente, por su propia naturaleza, a la actividad, tan pronto como deja de estar sepultado en el hombre; es decir, tan pronto como llega a ser vivo realmente. Se siente irresistiblemente impulsado a exteriorizarse, y ese hombre encontrará, a su vez, otros hombres a quienes poder ofrecer algo en compensación mediante su actividad espiritual, con lo que él también recibirá de ellos, aunque nada más sea un nuevo estímulo o mediante preguntas expuestas con sinceridad.

Queda excluido por completo que el hastío pueda tener cabida en esas vidas. Al contrario: los días se harán demasiado cortos; el tiempo pasará mucho más deprisa y no bastará para llenarlo con todo lo que el espíritu puede dar cuando se agita realmente.

Dirigíos a vuestros semejantes; escuchad las muchas palabras que ellos pronuncian y ved qué contenido digno de mención tienen éstas: pronto os percataréis, sin ningún esfuerzo, de cuán muerta espiritualmente está la humanidad en la actualidad, esa humanidad que, por ser de espíritu, debería obrar espiritualmente, dando contenido y valor constructivo a cada palabra pronunciada. Por el erróneo empleo dado a la última forma de expresión de vuestros pensamientos, vosotros mismos habéis robado a vuestras palabras toda la gran fuerza que debían llevar en sí conforme a la ley de la creación. El lenguaje debe de ser, para los hombres, el poder y la espada para fomentar y proteger la armonía, pero no para sembrar sufrimientos y discordias.

El que dice lo que sale del fondo del espíritu no puede formar muchas palabras; cada una de ellas se traduce, también, en hechos, porque vibra en ellas, y ese vibrar constituye el cumplimiento por la ley del efecto recíproco, que, a su vez, se cumple en la ley de atracción de las especies afines.

Por eso, el ser humano tampoco debe pronunciar jamás superficialmente las palabras de agradecimiento, pues no son tal agradecimiento si no se ha puesto en ellas toda el alma.

¿No es cierto que las palabras: ¡Gracias! ¡Mil gracias! resuenan como un himno de alegría cuando salen de la boca de un hombre impregnadas de profundo sentimiento?

Pero eso es más, muchísimo más en realidad; pues ese agradecimiento salido de un alma conmovida es, al mismo tiempo, una oración, una acción de gracias a Dios.

En todos esos casos, los sentimientos contenidos en las palabras se elevan infaliblemente hacia lo alto, y las bendiciones que de ahí resultan descienden retroactivamente sobre el hombre o sobre quienes han suscitado tales sentimientos; es decir, sobre el lugar en que esas palabras de auténtica gratitud son aplicables a quienes van dirigidas.

Ahí reside la justa compensación que se cumple con la bendición, esa compensación que también toma forma y se hace visible necesariamente en la Tierra.

Pero… no en todas partes puede florecer visiblemente la bendición; pues el proceso exige una cosa: sea cual fuere lo que haya hecho aquel a quien van dirigidas las palabras de auténtica gratitud, ha debido de hacerlo con amor y con intención de proporcionar una alegría al otro, ya se trate de un don o de una acción cualquiera, ya sea solamente un consejo bienintencionado dado con una buena palabra.

Si el donante no cumple esta condición preliminar, la bendición surgida a partir de la ascensión del sentimiento de gratitud no hallará en ese hombre, al descender por el efecto recíproco, un terreno en el que poder echar el anda, y, en todos esos casos, la equitativa bendición habrá de quedar sin efecto, ya que el que debería recibirla no estará capacitado para aceptarla o acogerla.

En eso se manifiesta una justicia desconocida del hombre terrenal; una justicia que lleva en sí únicamente las vivas y autoactivas leyes de la creación, inmutables y ajenas a toda influencia.

Según esto, si, por ejemplo, un hombre hace algo contando con rodearse de gloria o crearse buena fama, nunca podrá recoger las verdaderas bendiciones de sus buenas acciones, porque no ofrecerá en sí el terreno propicio para recibirlas, tal como exigen las leyes. Todo lo más, podrá obtener ventajas terrenales efímeras, muertas y, por tanto, meramente pasajeras, pero jamás la verdadera recompensa de Dios, que sólo puede recibirla el hombre mismo que vive y actúa en la creación según el sentido dado por la Voluntad divina.

Aunque un hombre repartiera millones entre los pobres o, como tantas veces sucede, los dedicara para fomento de las ciencias, si el móvil que le impulsara a ello no fuera el verdadero amor, el vehemente deseo del alma de ayudar, entonces, ese tal tampoco recibiría ninguna recompensa divina; pues ésta no podría tener lugar, dado que ese hombre no sería apto para acogerla, para recibirla.

En realidad, la bendición ya se cierne sobre él — en plena conformidad con las leyes — como consecuencia de algún sentimiento de auténtica gratitud surgido en los círculos de los agraciados; ya ha descendido hasta él, pero un hombre así no puede participar de ella por culpa propia, por no ofrecer en sí el terreno necesario para acogerla.

Ante un sentimiento de auténtica gratitud, el desencadenamiento se efectúa de todos los modos. Mas el grado de efectividad se rige nuevamente, conforme a las leyes, por la naturaleza del estado anímico de aquel para quien llega bendición por el efecto recíproco.

El que debe recibir es, pues, el único culpable de que esa bendición no pueda tomar forma para él, puesto que, por faltarle el verdadero calor del alma, tampoco posee la facultad de acogerla según las prescripciones de las leyes originarias de la creación.

Ahora bien, el abuso de las hermosas palabras de gratitud no es cometido solamente por una de las partes: por los que reciben, sino que el concepto de agradecimiento también es deformado y adulterado absolutamente por los donantes.

No son pocos los hombres que, aparentemente, hacen mucho bien y proporcionan ayuda con el único fin de cosechar agradecimiento a su favor.

Cuando dan, lo hacen solamente con frío egoísmo, movidos únicamente por el intelecto calculador. Entre ellos también se cuentan algunos que, si bien se prestan a ayudar espontáneamente en un momento dado, sin embargo, más tarde, hacen valer continuamente sus derechos frente al favorecido por esa acción, esperando de él agradecimiento durante toda la Vida.

Hombres de tal calaña son peores que los peores usureros. No tienen reparo ninguno en esperar toda una vida de esclavitud de quienes han recibido su ayuda alguna vez.

De ese modo, no sólo destruyen, ante sí y para sí, el valor de esa ayuda, sino que también se encadenan y echan sobre sí una monstruosa culpa. Son criaturas despreciables que no merecen seguir respirando una hora más en la creación, ni disfrutar de las gracias que el Creador les depara en ella continuamente. Son los más infieles de los siervos, que habrán de ser rechazados por su propia culpa.

Pero esos tales son precisamente los que exigen moralidad terrenal, apoyados por los moralistas de la Tierra, que, con palabras altisonantes, tratan de favorecer las mismas falsas opiniones sobre el deber del agradecimiento, cultivando así lo que, bajo el punto de vista de las leyes originarias de la creación, constituye la mayor inmoralidad.

Actualmente, muchos son los que asignan a la gratitud un carácter de virtud. Otros hacen de ella un deber de honor. Con estrechez de miras y una falta absoluta de comprensión, son expuestas y propagadas irreflexivamente ideas que ya han podido causar graves daños a muchos seres humanos.

Por eso, el hombre debe adquirir, ahora, una clara idea de lo que es realmente la gratitud, de lo que ella provoca y de cómo actúa.

Entonces, muchas cosas tomarán aspectos distintos, y caerán todas las cadenas de esclavitud impuestas por los falsos conceptos respecto al agradecimiento. Por fin, la humanidad quedará libre de ellos. No podéis imaginar cuánto dolor ha recaído sobre la humanidad terrenal, a causa de la mutilación del agradecimiento y de los falsos conceptos relativos a él impuestos por la fuerza, que son como un sudario para la dignidad humana y para la noble y gozosa voluntad de ayudar. Innumerables familias se han contaminado con ello y son, desde hace milenios, las víctimas acusadoras.

¡Fuera con esa errónea creencia que, consciente y premeditadamente, intenta hundir en profundo lodo toda noble acción que, para la dignidad humana, es natural!

¡El agradecimiento no es ninguna virtud! No debe ni puede ser contado entre las virtudes. Pues toda virtud es de Dios y, por consiguiente, ilimitada.

Asimismo, tampoco se debe imprimir en el auténtico agradecimiento el sello de un deber. Pues, entonces, no puede desarrollar en sí la Vida, ese calor que le es necesario para obtener la bendición de Dios, prodigada por la creación mediante el efecto recíproco.

¡El agradecimiento está íntimamente relacionado con la alegría! El mismo es una manifestación de la alegría más pura. Por consiguiente, dondequiera que la alegría no constituya la base, dondequiera que una gozosa emoción no sea la causa del agradecimiento, allí se emplea erróneamente la expresión de gratitud, allí se usa de ella indebidamente.

En tales casos, ella tampoco es capaz, nunca, de accionar la palanca que el verdadero agradecimiento acciona automáticamente conforme a las leyes de esta creación. La bendición queda, pues, excluida. En su lugar, sobrevendrá forzosamente la confusión.

Ahora bien, semejantes abusos se dan en casi todos los sitios donde, hoy día, los hombres hablan de agradecimiento, de gratitud.

El agradecimiento verdaderamente sentido es un factor de compensación — querido por Dios — que proporciona el contravalor a aquel a quien va dirigido dicho agradecimiento, cumpliéndose así la ley de la necesaria compensación impuesta en esta creación, que sólo puede ser sostenida e impulsada por la armonía que reside en el cumplimiento de todas las leyes originarias de la creación.

Pero vosotros, hombres, enredáis todos esos hilos de las leyes a causa del mal empleo que hacéis de ellos, a causa de vuestros falsos conceptos. Por eso os resulta tan difícil, también, alcanzar la verdadera felicidad, la paz. En la mayor parte de los casos, vuestras palabras son hipócritas. ¿Cómo podéis esperar, así, que florezca de ahí la verdad y la felicidad? Siempre tendréis que cosechar lo que hayáis sembrado.

¡También todo lo que sembréis con vuestras palabras y por el modo de expresarlas, por vuestra propia actitud frente a esas vuestras palabras!

Ninguna otra cosa puede surgiros de ahí: ¡Tenedlo presente en todo lo que habléis!

Todas las tardes, haced memoria vosotros mismos de todo eso; tratad de reconocer el valor de las palabras que habéis cambiado con vuestro prójimo en el curso de un día: ¡Os horrorizaréis ante tanta futilidad! ¡Y eso, solamente ante el vacío de las horas de un solo día! Haced ese intento sin consideración ninguna para con vosotros. Con horror, veréis lo que habrá de salir, para vosotros, de los talleres de la creación — que bien conocéis por mi Mensaje — como resultado de los efectos espontáneos de todo lo que sale de vosotros en forma de sentimientos, pensamientos, palabras y obras.

¡Examinaos con seriedad y reconoced sinceramente vuestras faltas! A partir de ese instante, cambiaréis en muchas cosas.

Para seguir el buen camino, no hace falta, pues, ir por la vida terrenal como seres taciturnos. Pero debéis eludir las superficialidades y la falta de franqueza que se ocultan tras la parte más importante de todas las conversaciones de los hombres terrenales actuales.

Pues obráis en todas vuestras conversaciones lo mismo que hacéis con las expresiones de gratitud: ponéis muy alto en vosotros mismos esos instantes serios, solemnes e importantes en que expresáis vuestros sentimientos con vuestras palabras al mismo tiempo. Pero eso sucede solamente raras veces, aun cuando debiera ser siempre así. Cuántos hombres hay que se consideran muy inteligentes, sabios e, incluso, altamente desarrollados espiritualmente porque saben disimular sus sentimientos y la propia voluntad bajo la capa de sus palabras, no dejando nunca su verdadera cara a la vista del prójimo, pese a lo animado de la conversación.

Diplomacia, se llama a esa forma de ser: una expresión tranquilizadora dada a esa mezcla especial de habilidad para el engaño, hipocresía, falsedad y un continuo estar al acecho codiciosamente para obtener el triunfo de crearse ventajas a costa de flaquezas descubiertas en otros.

Pero, según la ley de la creación, no es ninguna diferencia que todo eso sea emprendido por un hombre para beneficio propio o a favor de un Estado. Una acción es una acción, y ha de hacer sentir los efectos de esas leyes.

El que conoce las leyes y sus efectos no necesita ser un profeta para reconocer atinadamente el fin de todo lo que encierra en sí el destino de cada pueblo y de la humanidad terrenal; pues la humanidad entera es incapaz de modificar o desviar algo a tal respecto.

Sólo con que hubiese cambiado a tiempo su forma de obrar, conociendo las leyes y observándolas fielmente, la humanidad aún podría haber intentado atenuar muchas cosas, a fin de hacer más llevaderas ciertas circunstancias dolorosas para ella. Pero, para eso, ya es demasiado tarde. Pues todas las consecuencias de su conducta actual ya están en movimiento.

Sin embargo, toda la gravedad de los acontecimientos no sirve, en realidad, más que de bendición. Es una gracia. Trae la depuración adonde reside el error, que provoca el hundimiento como última consecuencia, ya sea en el Estado o en la familia, en el mismo pueblo o en el trato con los demás. Nos hallamos ante la gran liquidación de cuentas que domina sobre el poder de los recursos humanos. Nada puede excluirse de ella, ni ocultarse ante ella.

Sólo siguen teniendo la palabra las leyes de Dios, que se cumplen automáticamente, con precisión e infalibilidad sobrehumanas, en todo lo acontecido hasta hoy; pues se ha infundido en ellas, procedente de la Voluntad de Dios, una nueva fuerza que las permite ceñirse alrededor de los hombres cual férreas murallas, protegiendo o destruyendo, según la actitud que los mismos seres humanos adopten frente a ellas.

En el futuro, continuarán haciendo las veces de murallas por largo tiempo, a fin de mantener todo con la misma energía, de manera que no pueda producirse otra vez una confusión como la habida hasta ahora. Muy pronto, eso obligará a los hombres a moverse exclusivamente dentro de las normas queridas por Dios, para su propia prosperidad, para su salvación dentro de lo posible, hasta que ellos mismos vuelvan a ir conscientemente por los justos caminos trazados según la Voluntad de Dios.

¡Mirad, pues, a vuestro alrededor, oh hombres! ¡Aprended a vibrar en vuestras palabras de manera que no desperdiciéis nada!

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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