miércoles, 4 de enero de 2023

38. ¡HÁGASE LA LUZ!

 

38. ¡HÁGASE LA LUZ!

¡HÁGASE LA LUZ! ¡Cuán lejos está el hombre, aún, de la comprensión de estas grandiosas palabras creadoras!

¡Cuán lejos, también, de la sincera voluntad de aprender a entender ese proceso! Y sin embargo, viene ocupándose de ello constantemente desde hace milenios. Pero a su manera. Con humildad no quiere aceptar una sola chispa de conocimiento procedente de la Verdad; no quiere recibirla puramente, sino que pretende alcanzar todo por sí solo mediante las sutilezas del intelecto.

Siempre que expone una tesis sobre este particular, quiere poder razonarla íntegramente según la especie y la necesidad de su cerebro terrenal. Eso está muy bien tratándose de cosas terrenales y de todo lo que forma parte de la materialidad física, a la que también pertenece el cerebro, del que nace el intelecto; pues el intelecto no es otra cosa que la facultad de comprender físicamente. Por eso es que todos los hombres que se someten exclusivamente al intelecto y no admiten como justificado y acertado más que lo que puede ser razonado íntegramente por el intelecto, también son muy cortos de entendimiento y están atados inseparablemente a la materialidad física.

Pero, con eso, también son los que más alejados están del verdadero saber y del saber propiamente dicho, a pesar de que ellos, precisamente ellos, alardean de sabios.

En esa indigencia se presenta ante nosotros, hoy día, toda la ciencia si la consideramos como es debido: ella misma se restringe; reprime convulsivamente y desecha temerosamente todo lo que no puede reducir a los estrechos límites de esa comprensión suya, tan atada a lo terrenal. Lo desecha con verdadero temor, porque los sabios, a pesar de su rigidez, no pueden negar que existe más de lo que ellos pueden clasificar en el registro cerebral físico, lo cual pertenece exclusivamente al plano de la materialidad física, a las últimas ramificaciones de los confines más bajos de esta gran creación.

En su inquietud, muchos de ellos se vuelven malignos e incluso peligrosos frente a todos los que no se dejan envolver por esa rigidez, sino que esperan más del espíritu humano y, por esa razón, no investigan más allá de los procesos físicos sólo con el intelecto atado a lo terrenal, sino con el espíritu, como corresponde a la dignidad de un espíritu humano sano todavía, y como es su deber en la creación.

Los hombres intelectuales quieren oprimir a toda costa a los espíritus despiertos. Así ha sido siempre en el curso de los milenios. Y las Tinieblas, al extenderse con mayor rapidez cada vez, a causa principalmente de los hombres terrenales y como consecuencia de esa estrechez física, formaron, con el tiempo, el terreno propicio para el despliegue de poder terrenal por parte del intelecto.

Lo que no podía ser razonado intelectualmente, era atacado, ridiculizado de cualquier manera posible, de modo que no encontrara acogida y no pudiera intranquilizar a los hombres terrenales.

Preventivamente, se procuró extender, a título de sabiduría, la idea de que todo lo que no puede ser razonado ni demostrado con el intelecto, sólo puede constituir una teoría insostenible.

Ese principio así establecido por los hombres intelectuales ha sido, durante milenios, su orgullo, su arma, su escudo e incluso su trono, ese trono que, ahora, en los mismos comienzos del despertar espiritual, habrá de venirse abajo ineludiblemente. El despertar espiritual muestra que ese principio era absolutamente falso, y que ha sido tergiversado con una frescura sin límites, con el único fin de proteger esa estrechez de miras atada a la Tierra, y mantener al espíritu humano en ocioso sueño.

Nadie se dio cuenta de que, precisamente, ese razonamiento aportó también, al mismo tiempo, la prueba de que el trabajo intelectual ha de estar muy lejos del verdadero saber.

¡Romped los estrechos límites que se os han impuesto por la astucia, para que no fueseis capaces de alzaros por encima de la engreída erudición terrenal del intelecto humano! Pronto aprenderéis a sentir que todo lo que puede ser razonado intelectualmente pertenece precisamente a la teoría; porque sólo la teoría edificada sobre el plano terrenal tiene justificación como edificio; el verdadero saber: ¡nunca!

Así pues, también aquí, eso es precisamente todo lo contrario de lo que se ha venido afirmando hasta ahora. También aquí tiene que renovarse todo, tal como el Señor anunció a los hombres.

Todo lo que puede ser razonado con el intelecto es teoría terrenal: nada más que eso. Y en eso se basa la erudición actual; así se muestra ante nosotros. Pero eso no tiene nada que ver con ciencia, con verdadero saber. Hay sabios que, según las leyes originarias de la creación, esto es, según la realidad, se cuentan entre los más limitados de los espíritus humanos, aun cuando gocen de gran fama terrenal y sean altamente considerados por los hombres. En la creación misma, hacen un papel ridículo.

Pero para los espíritus humanos de la Tierra, más de uno de esos tales puede ser peligroso por demás, ya que los lleva por caminos erróneos y estrechos en los que el espíritu nunca puede expansionarse. Les reprime, trata de introducirles a la fuerza en la propia erudición, que, en el fondo, no es más que la estrechez terrenal del intelecto cubierta de baratijas.

Despertad y expansionaros. Haced sitio para altos vuelos, vosotros, espíritus humanos, que no habéis sido creados para quedaros solamente en la materialidad física. Debéis utilizarla, pero no considerarla como vuestra patria.

En esta época actual tan trastornada, algunos campesinos están más despiertos espiritualmente y, por tanto, son más valiosos en la creación que el erudito en el que el sentimiento se ha perdido por completo. Es muy significativo que se hable de un trabajo intelectual árido o de una seca erudición. Cuántas veces, el hombre más sencillo acierta infaliblemente en lo justo mediante una expresión salida del sentimiento. La expresión “árido” significa aquí “inerte”, o sea, muerto. Ahí no hay vida. La sentencia lleva, pues, verdad en sí.

Por esta razón, el hombre no podrá comprender jamás, con el intelecto, el elevado concepto de las sagradas palabras: “¡Hágase la luz!” A pesar de todo o, tal vez, precisamente por eso, ese “hágase” no le deja momento de reposo en sus pensamientos. Incesantemente, trata de forjarse una idea de ello para, así, llegar al cómo. Pero tan pronto como sabe algo de ese “cómo”, se suscita en él inmediatamente la pregunta: ¿Por qué?

Por último, hasta quiere saber por qué Dios ha permitido que surja la creación. Esa es la forma de ser del hombre. El querría poder averiguar todo por sí solo. Sin embargo, no podrá averiguarlo nunca. Pues, para averiguar, tendría que valerse de la actividad de su propio espíritu, y éste, dado que, hoy día, el trabajo expresamente intelectual es lo que prevalece, no podría entrar en funciones, ya que el intelecto le mantiene poderosamente oprimido y atado exclusivamente a lo físico, mientras que los comienzos de la creación se sitúan infinitamente más arriba de la materialidad física, como parte constitutiva de una especie completamente diferente.

Así pues, en su estado actual, el hombre no podría ni esperar siquiera llegar a tener una idea de ello aunque estuviese facultado para eso. Pero tampoco lo está. El espíritu humano no puede averiguar absolutamente nada de los procesos desarrollados a esa altura, porque están situados muy por encima del punto donde él puede “saber” algo, es decir, donde él es capaz de asimilar algo conscientemente.

En este caso, no se puede hablar, por tanto, de querer averiguar. De ahí que tampoco tenga ningún sentido que el hombre quiera dedicarse a ello. Todo lo más, podrá recibir en imágenes si está dispuesto a acoger, con verdadera humildad, una idea aproximada. Tener una “idea aproximada” no es, naturalmente, el saber propiamente dicho, que él no podrá conseguir jamás.

Represénteselo, pues, imaginativamente, quien sienta el deseo sincero, pero humilde, de concebir algo de eso. Voy a describirle el proceso de suerte que pueda asimilarlo. Desarrollarlo en toda su grandeza o, simplemente, exponerlo en imágenes ante el espíritu humano, no es posible: resultan insuficientes las formas de expresión dadas al espíritu humano para comprender.

En mi conferencia: “La Vida”, ya explique cómo por el acto de voluntad de Dios concretado en las palabras: “¡Hágase la luz!”, las irradiaciones se proyectaron más allá de los límites de la esfera divina y, después, descendiendo continuamente, fueron enfriándose de manera progresiva, surtiendo, en cada caso, los correspondientes y obligados efectos, con lo que, al ir reduciéndose más y más la fuerza de tensión o presión por efecto del enfriamiento, diferentes entidades pudieron alcanzar, poco a poco, una consciencia personal: primero, en el sentimiento; después, al ir adquiriendo más vigor paulatinamente, también en su acción hacia el exterior. Dicho más explícitamente, no se reduce la presión en el enfriamiento, sino que el enfriamiento se produce por y en la disminución de la presión.

Ni qué decir tiene que cada proceso particular, cada mínima modificación, abarca extensiones y distancias inmensas que, a su vez, no pueden ser comprendidas ni concebidas por el espíritu humano.

En mi conferencia anterior me contenté con decir sencillamente que las irradiaciones fueron proyectadas más allá de los límites de la esfera divina por un acto de voluntad. Del acto de voluntad propiamente dicho no me ocupé detenidamente.

Hoy, voy a proseguir con ese tema y explicar por qué las irradiaciones tuvieron que salir de los límites de la esfera divina; pues, en la evolución de la creación, todo sucede así, simplemente porque no puede ser de otro modo, porque así lo exigen las leyes.

Desde la eternidad, el Santo Grial era el polo terminal de la irradiación inmediata de Dios, era un recipiente que constituía el punto más externo donde se concentraban las irradiaciones, para refluyendo, renovarse continuamente. A su alrededor, se extendía la divina Mansión del Grial con sus puertas exteriores herméticamente cerradas, de suerte que no pudiera entrar nada más en ella y no existiera la posibilidad de un enfriamiento posterior. Todo estaba cuidado y vigilado por los “Ancianos”: los eternos inmutables, que pueden llevar una existencia consciente en los límites más externos de la divina región de las irradiaciones.

Si el hombre quiere seguirme debidamente en mis descripciones, ha de considerar ahora, antes de nada, que, en la esfera divina, voluntad y acción es siempre una y la misma cosa. A cada palabra sigue inmediatamente la acción o, más exactamente, cada palabra es, ya, en sí la acción propiamente dicha, porque la Palabra divina posee fuerza creadora y se manifiesta, pues, inmediatamente en forma de acción. Así aconteció con las grandiosas palabras: “¡Hágase la luz!”

¡Sólo Dios es Luz! Y Su natural irradiación forma el círculo de la región divina, inconmensurable para los sentidos humanos y cuyo anclaje más externo es, y ha sido de toda la eternidad, la Mansión del Grial. Así pues, cuando Dios quiso que también se hiciera la Luz más allá de los límites de la inmediata irradiación divina, no pudo tratarse de una simple y arbitraria dilatación de la irradiación, sino que la Luz tenía que ser situada en los puntos más alejados de los límites inmediatos de la irradiación de la Perfección divina, para, desde allí, irradiar sobre lo que no había sido iluminado hasta entonces.

Por consiguiente, Dios no pronunció las palabras: “¡Hágase la luz!” solamente en el sentido humano, sino que eso constituyó simultáneamente un proceso de acción. ¡Fue el gran acontecimiento de enviar o engendrar fuera de la divinidad una parte de Emanuel! Fue imponer afuera una parte de la Luz procedente de la Luz originaria, a fin de que brillara e iluminara por sí misma fuera de la inmediata irradiación de Dios. El comienzo del gran devenir de la creación fue, al mismo tiempo, la consecuencia del envío de una parte de Emanuel.

Emanuel es, pues, la causa y el punto de partida de la creación, por efecto del envío de una parte de sí mismo. El es la Voluntad de Dios impuesta vivamente en las palabras: “¡Hágase la luz!”, esas palabras que son él mismo, la Voluntad divina, la Cruz viviente de la creación, alrededor de la cual la creación podía y debía de cobrar forma. Por eso, es él, también, la Verdad, así como la Ley de la creación, que pudo formarse por él y a partir de él.

El es el puente que parte de la divinidad; el camino de la Verdad y de la Vida; la Fuente creadora y la Fuerza que procede de Dios.

Esto constituye una nueva imagen que se despliega ante la humanidad y que no desvía nada, sino que, por el contrario, rectifica lo que han desviado las opiniones humanas.

Queda, ahora, por aclarar el “por qué”. ¡Por qué Dios ha hecho el envío de Emanuel! Aunque esta pregunta del espíritu humano es un tanto singular y hasta pretenciosa, sin embargo, voy a aclarárosla, porque muchos hombres terrenales se sienten víctimas de esta creación, en la creencia de que Dios les ha creado con defectos, ya que pueden cometer faltas.

Esa pretensión llega al extremo de hacer de ello un reproche, disculpándose a sí mismos diciendo que Dios no hubiera necesitado más que crear a los hombres de manera que nunca pudieran pensar ni obrar injustamente, con lo que también se habría evitado la caída del hombre.

¡Pero sólo la libre facultad de resolución del espíritu humano ha ocasionado su decadencia y su caída! Si hubiera observado y obedecido constantemente las leyes de la creación, no habría habido, para él, más que ascensión, felicidad y paz; pues así lo quieren esas leyes. Pero, naturalmente, no observándolas, choca contra ellas, se tambalea y cae.

En el círculo de la Perfección divina, sólo lo divino puede disfrutar de los goces de la existencia consciente, prodigados por la irradiación de Dios. Es lo más puro que se puede formar en la pureza de las irradiaciones, como, por ejemplo, los Arcángeles, a los que siguen, a una distancia mucho más grande, en el punto límite del dominio de la irradiación de Dios, los Ancianos, que, a su vez, son los guardianes del Grial en la Mansión del Grial dentro de la divinidad.

Se extrajo, así, lo más poderoso, lo más vigoroso de la irradiación. Del resto se formaron paisajes, edificios y formas animales en la esfera divina. De ese modo, la especie de los últimos residuos fue modificándose más y más, pero manteniéndose éstos sometidos a la suprema tensión de la enorme presión que la proximidad de Dios trae consigo, aun cuando la distancia siga siendo inconmensurable e inconcebible para el espíritu humano.

Ahora bien, en esos residuos, en esas ramificaciones y últimos despojos de las irradiaciones — los cuales ya no eran capaces de cobrar forma en la divinidad, en cuyos límites extremos se movían y flotaban cual simples nubecillas luminosas — también se encontraba el elemento espiritual. Bajo esa alta presión, no podía expansionarse ni lograr el estado de consciencia. Pero en todo lo espiritual existe la intensa aspiración a conseguirlo, y esa aspiración se elevó, como una gran plegaria, desde los incesantes remolinos que, en los confines de la esfera divina, no podían emprender ninguna actividad ni adquirir forma alguna.

Y esa plegaria nacida de la inconsciente aspiración fue la que hizo que Dios, en Su Amor, accediera a permitir su cumplimiento; pues únicamente fuera de los límites de todo lo divino era dado a lo espiritual seguir sus inclinaciones, expansionarse y, en parte, disfrutar conscientemente de las bendiciones de las irradiaciones divinas, vivir en ellas gozosamente, crearse un reino que pudiera prosperar y se erigiera en monumento a la gloria de Dios, como agradecimiento por Su bondad de haber dado ocasión a todo lo espiritual para expansionarse con plena libertad y, con ello, dar cumplimiento a todos sus deseos.

Según la naturaleza y las leyes de las irradiaciones de Dios, para todo lo que, de ese modo, se volviera consciente, no habría más que felicidad y alegría. No podía ser de otra manera, ya que todo lo tenebroso es absolutamente extraño e incomprensible hasta para la misma Luz.

Ese grandioso acto fue una ofrenda de Amor por parte de Dios, que separó de Emanuel una pequeña parte y la envió fuera de la divinidad con el único fin de conceder a esa constante y suplicante aspiración del elemento espiritual, la posibilidad de gozar conscientemente de la existencia.

Para llegar a ese extremo, lo espiritual tuvo que rebasar los límites de la esfera divina y alejarse de ella. Mas, para un acontecimiento semejante, únicamente una parte de viva Luz podía abrir el camino, porque la atracción ejercida por la Luz originaria es tan intensa que todo lo demás quedaría retenido en los límites inmediatos de la irradiación y no podría seguir adelante.

Para que la aspiración de lo espiritual pudiera tener cumplimiento, no había, pues, más que una posibilidad: el envío de una parte de la Luz misma. Sólo por esa fuerza podía lo espiritual traspasar los límites que le permitieran alcanzar la consciencia personal, empleando como puente el camino trazado por esa parte de Luz.

Pero eso todavía no era suficiente, puesto que esa pequeña parte de Luz también sería atraída hacia atrás por la Luz originaria, como así lo exige la ley. Por eso es que dicha parte de Luz tuvo que anclarse fuera de los límites de la esfera divina: si no, el elemento espiritual allí situado estaría perdido irremisiblemente.

Después de haber franqueado los límites de la inmediata irradiación de Dios — que sólo pudo realizarse con la ayuda de una pequeña parte de Luz — el elemento espiritual dejó de estar sometido a la atracción de la Fuerza originaria, por efecto del enfriamiento y, en parte, por la progresiva consciencia adquirida a medida que la distancia fue haciéndose más grande, con lo que también perdió ese gran apoyo, ya que, por el enfriamiento, surgió una especie distinta y se abrió un abismo de separación. Sólo la parte de Luz, por ser de igual especie que la Luz originaria, permaneció siempre unida a ésta y directamente sometida a su ley de atracción.

En ese estado de cosas, la consecuencia ineludible habría sido que esa parte de Luz enviada volviera a ser atraída por la Luz originaria, lo que traería consigo necesariamente una continua repetición del proceso de envío con las correspondientes interrupciones del acto salvador. Eso debía ser evitado; porque si la parte de Luz regresara a la Luz originaria a través de los límites de la región divina, el elemento espiritual, situado fuera de esos límites, quedaría inmediatamente abandonado a sí mismo, sin apoyo ninguno, sin flujo de fuerza, por lo que tampoco podría conservarse viable. Eso significaría la destrucción de todo lo situado fuera de la esfera divina.

Por esa razón, la Luz originaria, Dios, hizo que la parte de Emanuel por El enviada se uniera con una parte de la esencia más pura de todo lo espiritual y la tomara como envoltura, quedando establecido, así, un anclaje de esa parte de Luz en todo lo de fuera de los límites divinos. Eso constituyó un sacrifico de Amor de Dios a favor del elemento espiritual, que, de ese modo, podía llegar a ser consciente y permanecer allí.

La espiritualidad y todo lo surgido de ella encontró, así, fuera de los límites de la divinidad, un apoyo y una eterna fuente de vida, mediante la cual podía evolucionar constantemente. Al mismo tiempo, fue echado el puente de la divinidad como si fuera un puente levadizo bajado, de suerte que el elemento espiritual pudiera renovarse y extenderse continuamente.

Así fue como ese “hágase la luz”, esa parte de Emanuel, se convirtió, para la creación, en punto de partida y torrente inagotable de vida, en el núcleo alrededor del cual pudo formarse toda la creación.

Lo primero en formarse fue la región de la espiritualidad originaria en calidad de creación fundamental, para la que Emanuel constituyó el puente. Se convirtió, así, en el Hijo de Dios engendrado, en cuya irradiación pudo nacer a la consciencia de sí mismo el mundo de la espiritualidad originaria. Se convirtió, pues, en el Hijo en cuya irradiación pudo evolucionar la humanidad; de ahí el origen del sobrenombre: “Hijo del Hombre”. Es el Hijo que se encuentra inmediatamente por encima de los espíritus humanos, puesto que éstos no podían evolucionar hacia la consciencia más que por El.

Al realizarse el misterio de la separación y envío de una parte de Emanuel, esta parte permaneció en la Mansión del Grial de la región divina en calidad de Rey del Santo Grial, como así correspondía por la ley y por razón de Su origen. El abrió las puertas hacia el exterior y proporcionó, así, el puente para el paso de lo espiritual. Personalmente, El no estuvo fuera de esos límites. Sólo sus irradiaciones se proyectaron fuera de esos límites, penetrando en el espacio privado de Luz hasta entonces.

Así nació, en la espiritualidad originaria, Parsifal, procedente de Emanuel y unido a él constantemente por un lazo o, dicho más exactamente, por una irradiación inquebrantable. De ese modo puede imaginarse el ser humano esa ligazón. Son dos y, no obstante, uno en su acción. Por un lado, en la parte divina de la Mansión del Grial, en los últimos confines de la región divina, pero dentro de ella todavía: Emanuel, mero puente hacia la espiritualidad originaria, que permanece abierto por él y hasta en él mismo. Por otro lado, en la parte de la Mansión del Grial situada en la espiritualidad originaria, parte que surgió al ir haciéndose consciente el elemento espiritual y al formarse los paisajes y edificios que ello trajo consigo: Parsifal. Ambas personas están unidas inseparablemente, actúan como una sola persona y son, por tanto, una unidad.

Parsifal está unido a Emanuel por un lazo irradiante. Al mismo tiempo, también por un lazo irradiante, está unido a Isabel: su madre, la reina de la feminidad en la región divina, constituyendo, pues, por esa ligazón irradiante, el perpetuo anclaje. De las irradiaciones de su manto, Isabel proporcionó la primera envoltura que dio forma al insustancial núcleo irradiante de Parsifal.

Así pudo surgir la poscreación a partir de la actividad de las criaturas originarias espirituales. En sentido descendente, el proceso consistió en una continua repetición — si bien más débil — de la creación originaria, siguiendo las correspondientes leyes, siendo natural que, con las respectivas transformaciones de las leyes, también se modificara convenientemente la naturaleza del evento.

Entre Emanuel y la poscreación ya no había una ligazón directa, puesto que ésta sólo se desarrolló por voluntad de las criaturas originarias espirituales como consecuencia de la poscreación. Pero este proceso también tuvo como base el amor al elemento espiritual, que, hallándose inconsciente en el reino de espiritualidad originaria, desarrolló en sí la misma aspiración que desarrollara anteriormente la espiritualidad originaria en la región divina: la aspiración a ser consciente; solo que la fuerza del elemento espiritual no era suficiente para poder tomar forma inmediatamente y adquirir instantáneamente la consciencia en la poscreación, tal como fue capaz la espiritualidad originaria, más potente.

En la poscreación, el último sedimento del elemento espiritual tuvo que evolucionar lentamente al principio, bajo la influencia de las criaturas de la espiritualidad originaria, por ser de esencia menos rica que ésta.

Mas como la poscreación se hizo tenebrosa por efecto de la lenta evolución de los espíritus humanos y a causa de su caída, provocada por el intelecto cultivado preponderantemente, se hizo necesaria una intervención. Para rectificar provechosamente todo lo deformado por la humanidad, Parsifal fue ligado a la materialidad física en Abd-rushin. Abd-ru-shin era, pues, Parsifal por la prolongación de la directa ligazón irradiante, cuya realización exigió grandes preparativos y cuantiosas molestias. Gracias a su existencia en la Tierra, se podía dar a la poscreación una nueva y proporcionada Fuerza luminosa, para esclarecer, vigorizar y ayudar a todo lo espiritual y, a través de éste, a toda la poscreación.

Sin embargo, los hombres de la poscreación se opusieron a ello obstinadamente y, en su presunción, no lo aceptaron, porque no se preocupaban de las leyes de la creación y querían mantener sus propias afirmaciones sobre el particular. Tampoco tomaron en consideración la venida del Hijo de Dios, que debía aportarles ayuda antes del Juicio Universal.

El Juicio Universal propiamente dicho es un proceso natural consecuencia del establecimiento de una línea recta con la Luz, lo que se verificó durante la peregrinación de Parsifal a través de las partes cósmicas.

La Tierra, situada en los últimos confines de la materialidad física, fue el punto crucial de esa peregrinación, puesto que aún ofrecía un terreno propicio para el anclaje, gracias al estado espiritual de unos pocos hombres, de ahí que sea el último planeta que aún puede salvarse, a pesar de que ya pertenece al reino de las Tinieblas. Lo que se halle a más profundidad todavía que la Tierra; es decir, lo que esté más rodeado de Tinieblas, quedará abandonado a su suerte y caerá inevitablemente en la descomposición que espera a todo lo tenebroso y a lo que se mantiene aferrado a ello.

Así pues, la Tierra se ha convertido en el último bastión de la Luz en un terreno hostil a ella. A eso se debe igualmente que, hoy día, el terminal de la Luz esté anclado aquí. Cuanto mayor sea la tensión alcanzada cada día por la línea directa de la unidad tripartita de la acción de la Luz: Emanuel-Parsifal-Abd-ru-shin, tanto más palpable y evidente se hará le actividad de la Fuerza de la Voluntad de Dios, que establece el orden y endereza por la fuerza todo lo que la humanidad ha deformado; es decir, todo lo que aún sea posible de enderezar. Lo que no puede ser enderezado, se quebrará irremediablemente. La fuerza de la Luz no admite nunca un término medio.

Esa tensión directa de la línea de la Luz será la que hará temblar al mundo por la Fuerza divina; y entonces, la humanidad reconocerá a Emanuel en Abd-ru-shin.

Tal es el curso de los acontecimientos en toda su sencillez. Por amor, se concedió a todas las criaturas la realización del deseo que tanto les apremiaba: una vida consciente. Pero, también por amor a quienes quieren alcanzar la felicidad y la paz obedeciendo las leyes naturales de esta creación, será destruido todo elemento perturbador de la paz, porque revela ser indigno del derecho a la consciencia de sí mismo.

En eso consistirá ese Juicio Universal. Ese será el gran viraje cósmico.

El espíritu humano no tiene derecho ninguno a preguntar el “por qué” de la creación; pues eso constituye una exigencia a Dios que él no ha de formular, ya que él mismo se cerró a toda sabiduría y a la posibilidad de adquirir conocimientos superiores, a causa de su voluntaria caída en pecado.

He dado estas explicaciones para salir al paso de las insensatas maquinaciones de la imaginación del hombre terrenal, a fin de que los espíritus humanos que aspiren sinceramente a la Verdad y estén dispuestos a acogerla con humildad, no se dejen inducir a error por una presunción tan criminal y sacrílega, en el instante en que toda criatura tome las últimas decisiones sobre ser o no ser.

Esta idea aproximada servirá de mucho al buscador sincero; pues ninguno de vosotros puede vivir de otro modo más que en la ley: en la ley viva.

Que seáis capaces de concebirlo o no, eso es cosa vuestra; pues yo tampoco puedo ayudaron en ese aspecto. La humanidad ha preguntado, ha suplicado, y yo he respondido, en cosas que están muy por encima de la facultad comprensiva de un espíritu humano y se cumplen a distancias cósmicas, rodando por las férreas vías de la Justicia y de la Perfección divinas. ¡Inclínese el hombre con humildad!

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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