miércoles, 4 de enero de 2023

41. ¡NO CAIGÁIS EN LA TENTACIÓN!

 

41. ¡NO CAIGÁIS EN LA TENTACIÓN!

“¡VELAD Y ORAD para que no caigáis en la tentación!” Esta advertencia procedente de la Luz no ha sido considerada, hasta ahora, por los hombres, más que como un bondadoso consejo de Jesús, el Hijo de Dios, en vista de la dulzura que se le ha atribuido, como consecuencia de tan remarcada pretensión humana.

Hoy, no me queda más remedio que repetirla.

Pero es más que un consejo. Es una exigencia que Dios os hace, ¡oh hombres!, si queréis salvaros de los venenosos frutos de vuestros falsos conceptos y opiniones.

No penséis que Dios os sacará sin más del repugnante cenagal que os mantiene aprisionados con gran persistencia, con la misma persistencia que vosotros empleasteis para formar ese cenagal, como resultado de la rígida obstinación contra la Voluntad de Dios.

¡No! Dios no os sacará de ahí en agradecimiento de que, tal vez, lo deseéis efectivamente. Vosotros mismos tenéis que desembarazaros, al igual que vosotros mismos dejasteis que os hundieseis.

Tenéis que molestaros, tenéis que esforzaros sinceramente y con gran ahínco a fin de poder resurgir sobre un terreno sano. Si lo hacéis, entonces se os dará la fuerza requerida, pero solamente en la medida exacta de vuestra voluntad: así lo exige inexorablemente la Justicia que reside en Dios.

Y en eso consiste la ayuda que se os ha prometido y que se os dará en el instante preciso en que, por fin, vuestra voluntad se haya traducido en actos; no antes.

Sin embargo, se os ha concedido a tal fin, como un don de Dios, la Palabra, que os muestra el camino con toda claridad, ese camino que habéis de recorrer si queréis salvaros. En la Palabra reside la gracia que Dios os concede en Su inconcebible Amor, como ya aconteció una vez por mediación de Jesús.

La Palabra es el don. Pero el gran sacrificio de Dios es la acción de enviar la Palabra a las materialidades físicas, hasta hacerla llegar a vosotros, hombres, lo que, dada la hostil actitud de los humanos frente a la Luz, a causa de su engreimiento, siempre va unido a un gran sufrimiento. Y ninguno otro puede dar la verdadera Palabra a los hombres si no es como una parte de Ella misma. Por tanto, el dispensario de la Palabra viva tiene que proceder, también, de la misma Palabra.

Mas si después del entenebrecimiento extendido entre los hombres de la Tierra, no se les hubiese dado la Palabra, habrían tenido que hundirse en la descomposición, junto con las Tinieblas que les rodean apretadamente.

Y por el reducido número de los que, a pesar de las Tinieblas que los hombres se crearon, aún llevaban en sí la profunda aspiración a la Luz, Dios, en Su Amor y Justicia, envió de nuevo la Palabra viva a esas Tinieblas, a fin de que, en nombre de esa Justicia, esos pocos hombres no hubieran de perderse con los demás, sino que aún les fuera dado salvarse por el camino que la Palabra les indicara.

Pero para que la Palabra pudiera mostrar el camino hacia fuera de las Tinieblas, era preciso, en primer lugar, que Ella conociera dichas Tinieblas y las experimentara en sí misma; era preciso hundirse en ellas personalmente para ser la primera en salir y abrir, así, el camino a los hombres que quisieran seguirla.

Sólo recorriendo el camino que conduce fuera de las Tinieblas, podía la Palabra describirlo y hacérselo comprensible a los hombres.

Por sí mismos, sin esa ayuda, los seres humanos nunca lo hubieran conseguido. Comprended, pues, hombres, que semejante resolución — que se hizo necesaria solamente a causa de un pequeño número de seres humanos — constituyó efectivamente un inmenso sacrificio de Amor, que sólo Dios, en Su infalible Justicia, podía realizar.

Ese fue el sacrificio que, por Amor y Justicia, debía realizarse completamente de acuerdo con las leyes, en la intangible e inmutable Perfección de la Voluntad divina.

Pero eso no supone disculpa ninguna para los seres humanos; pues ese sacrificio resultó necesario a causa del fracaso de la humanidad al alejarse de la Luz.

Así pues, aun cuando ese sacrificio se llevó a cabo espontáneamente, conforme a las leyes de la sagrada Voluntad divina, no por eso es menor la culpa de la humanidad, sino que eso la hace más grande todavía, puesto que agravó todo criminalmente, deformando y confundiendo todo cuanto le había sido confiado por Dios.

Ese gran sacrificio es, por tanto, un acto completamente aislado, una consecuencia lógica de la Perfección divina de la sacratísima Voluntad.

Sin embargo, si vosotros deseáis salvaros realmente, eso es asunto que sólo a vosotros os concierne; pues esa Perfección divina que tuvo como condición el gran sacrificio de Dios, exige, también, la destrucción de todo lo que, en la creación entera, no sea capaz de someterse voluntariamente a las leyes de Su Voluntad.

Ahí no cabe ni misericordia, ni evasión; ninguna excepción ni desviación, sino únicamente las repercusiones que, conforme a las leyes, tendrán lugar al cerrarse el círculo de todo lo realizado hasta entonces.

De ahí la exigencia: “¡Velad y orad, para que no caigáis en la tentación!”

Comprended primeramente el sentido real de esas palabras, y aprenderéis a reconocer la rigurosa exigencia que ahí se encierra. “Velad” es una llamada a la actividad de vuestro sentimiento y exige, también, la movilidad del espíritu. Sólo en eso reside la verdadera vigilancia. Y también ahí ha de ir en cabeza la feminidad, porque a ella se le ha dado una sensibilidad más grande y más fina.

La feminidad debe estar vigilante en la intensidad de la Pureza, a la que ha de servir si quiere cumplir fielmente la misión de la feminidad en esta creación. ¡Pero eso no puede hacerlo más que como sacerdotisa de la Pureza!

“Velad y orad”, dice la Palabra que se os ha dado una vez más en el camino. El “vigilar” se refiere a vuestra vida terrenal, durante la cual, por propia iniciativa, debéis de estar dispuestos a sentir, en todo instante y con claridad, las impresiones que os asalten, sopesándolas y examinándolas, tal como debéis de seleccionar previa y esmeradamente todo cuanto emane de vosotros.

El orar, sin embargo, asegura el mantenimiento de la ligazón con las alturas luminosas y permite abrirse a los sagrados flujos de fuerza, para su aprovechamiento terrenal.

Tal es el fin de la oración: obligar a vuestras ideas a alejarse de esta Tierra y a dirigirse hacia las alturas. De ahí esa exigencia, cuyo cumplimiento no os servirá más que de beneficios indecibles en forma de poderosas ayudas, a cuyo flujo os cerráis si no observáis las leyes de la creación.

Si cumplís ambas cosas, nunca podréis caer en la tentación. Interpretar, también, esta indicación debidamente; pues si se os dice: “que no caeréis en la tentación”, no quiere decirse que las tentaciones no volverán a afligiros, que permanecerán lejos de vosotros; es decir, que ya no seréis tentados, sino que eso quiere decir: si os mantenéis siempre vigilantes y en oración, nunca podréis caer en las tentaciones que os sobrevengan. ¡Podréis afrontar todo peligro victoriosamente!

Dad a la frase la debida entonación, tal como debe de ser entendida. Por eso, no poner el acento en la palabra “tentación”, sino en la palabra “caigáis” así comprenderéis fácilmente el verdadero sentido. Ha de decir: “¡Velad y orad para que no caigáis en la tentación!” La vigilancia y la oración son, pues, una protección contra la caída. Pero aquí, en medio de las Tinieblas, eso no excluye la posibilidad de que sobrevengan tentaciones, las cuales, si vosotros adoptáis la debida postura, no servirán más que para fortaleceros, para infundir en vuestro espíritu, por el esfuerzo que exige la necesaria resistencia, un ardor más grande que le haga inflamarse, por lo que os proporcionarán grandes ventajas.

Todo eso dejará de ser un peligro para la humanidad, para servir de alegría, de una bienvenida agitación del espíritu que más bien estimula que entorpece, en cuanto la feminidad cumpla fielmente la misión que le ha encomendado el Creador y para la cual ha sido pertrechada muy especialmente.

Si se decide a ello sinceramente, tampoco le resultará difícil cumplirla realmente. ¡Su misión está en el sacerdocio de la Pureza!

La puede ejercer por doquier, en todo instante; no necesita especiales obligaciones, sino que puede cumplirla sencillamente con cada mirada, con cada palabra que brote de su boca, incluso con cada uno de sus movimientos: todo eso tiene que ser natural en ella. Porque vibrar en la Luz de la Pureza constituye su propio elemento, del que ella misma se ha excluido hasta ahora, sólo por insensatez y por ridículas vanidades.

¡Despertad, mujeres y muchachas! ¡Seguid el camino que el Creador trazó con precisión para vosotras! Seguidlo cumpliendo con vuestra feminidad humana, que es, al fin de cuentas, para lo que se os permite existir en esta creación.

Entonces, pronto se revelarán, ante vosotras, maravillas tras maravillas; pues adondequiera que dirijáis vuestra mirada, allí florecerá todo, ya que la bendición de Dios fluirá profusamente a través de vosotras, en cuanto la Pureza de vuestra voluntad allane su camino y abráis en vosotras las puertas.

Una felicidad, una paz y una alegría como nunca han existido, se extenderán radiantes por la Tierra si la feminidad hace de puente hacia las regiones más luminosas, tal como se ha previsto en la creación, y si, por su existencia ejemplar, mantiene despierta en todos los espíritus la aspiración a la Luz, convirtiéndose en guardiana de la Llama Sagrada.

¡Oh mujer! ¡Cuánto se te ha dado y cómo has dilapidado criminalmente todas las delicadezas de la eminente gracia de Dios!

¡Entra en razón y conviértete en sacerdotisa de la Pureza del sentimiento más profundo, para que, radiante de felicidad, puedas caminar por un país florido, en el que los radiantes ojos de los seres humanos expresen jubilosos su agradecimiento a su Creador, por la gracia de su existencia terrenal, que ellos emplearán como etapa hacia las puertas de los eternos jardines!

¡Mujeres! ¡Muchachas! ¡Ved ante vosotras vuestra misión de futuras sacerdotisas de la Pureza divina en la Tierra, y no descanséis hasta no haber logrado lo que os falta por cumplir!

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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