41. ¡NO CAIGÁIS EN LA TENTACIÓN!
“¡VELAD
Y ORAD para que no caigáis en la tentación!” Esta advertencia procedente
de la Luz no ha sido considerada, hasta ahora, por los hombres, más que como un
bondadoso consejo de Jesús, el Hijo de Dios, en vista de la dulzura que se le
ha atribuido, como consecuencia de tan remarcada pretensión humana.
Hoy, no me queda más remedio que repetirla.
Pero es más que un consejo. Es una exigencia
que Dios os hace, ¡oh hombres!, si queréis salvaros de los venenosos frutos
de vuestros falsos conceptos y opiniones.
No penséis que Dios os sacará sin más del repugnante
cenagal que os mantiene aprisionados con gran persistencia, con la misma
persistencia que vosotros empleasteis para formar ese cenagal, como resultado
de la rígida obstinación contra la Voluntad de Dios.
¡No! Dios no os sacará de ahí en agradecimiento de que, tal
vez, lo deseéis efectivamente. Vosotros
mismos tenéis que desembarazaros, al igual que vosotros mismos dejasteis
que os hundieseis.
Tenéis que molestaros, tenéis que esforzaros sinceramente y
con gran ahínco a fin de poder resurgir sobre un terreno sano. Si lo hacéis, entonces se os dará la fuerza
requerida, pero solamente en la medida exacta de vuestra voluntad: así lo exige
inexorablemente la Justicia que reside en Dios.
Y en eso consiste
la ayuda que se os ha prometido y que se os dará en el instante preciso en que,
por fin, vuestra voluntad se haya traducido en actos; no antes.
Sin embargo, se os ha concedido a tal fin, como un don de Dios, la Palabra, que os muestra el camino con toda claridad, ese camino que
habéis de recorrer si queréis salvaros. En la Palabra reside la gracia que Dios os concede en Su inconcebible
Amor, como ya aconteció una vez por mediación de Jesús.
La Palabra es el don. Pero el gran sacrificio de Dios es la acción
de enviar la Palabra a las materialidades físicas, hasta hacerla llegar a
vosotros, hombres, lo que, dada la hostil actitud de los humanos frente a la
Luz, a causa de su engreimiento, siempre va unido a un gran sufrimiento. Y
ninguno otro puede dar la verdadera Palabra a los hombres si no es como una
parte de Ella misma. Por tanto, el dispensario de la Palabra viva tiene que proceder, también, de la misma Palabra.
Mas si después del entenebrecimiento extendido entre los
hombres de la Tierra, no se les
hubiese dado la Palabra, habrían tenido que hundirse en la descomposición,
junto con las Tinieblas que les rodean apretadamente.
Y por el reducido número de los que, a pesar de las
Tinieblas que los hombres se crearon, aún llevaban en sí la profunda aspiración
a la Luz, Dios, en Su Amor y Justicia, envió de nuevo la Palabra viva a esas
Tinieblas, a fin de que, en nombre de esa Justicia, esos pocos hombres no
hubieran de perderse con los demás, sino que aún les fuera dado salvarse por el
camino que la Palabra les indicara.
Pero para que la Palabra pudiera mostrar el camino hacia
fuera de las Tinieblas, era preciso, en primer lugar, que Ella conociera dichas
Tinieblas y las experimentara en sí misma; era preciso hundirse en ellas
personalmente para ser la primera en salir y abrir, así, el camino a los
hombres que quisieran seguirla.
Sólo recorriendo el camino que conduce fuera de las
Tinieblas, podía la Palabra describirlo y hacérselo comprensible a los hombres.
Por sí mismos, sin esa ayuda, los seres humanos nunca lo
hubieran conseguido. Comprended, pues, hombres, que semejante resolución — que
se hizo necesaria solamente a causa de un pequeño número de seres humanos —
constituyó efectivamente un inmenso sacrificio de Amor, que sólo Dios, en Su infalible Justicia, podía
realizar.
Ese fue el sacrificio que, por Amor y Justicia, debía realizarse completamente de acuerdo
con las leyes, en la intangible e inmutable Perfección de la Voluntad divina.
Pero eso no supone disculpa ninguna para los seres humanos;
pues ese sacrificio resultó necesario a causa del fracaso de la humanidad al
alejarse de la Luz.
Así pues, aun cuando ese sacrificio se llevó a cabo
espontáneamente, conforme a las leyes de la sagrada Voluntad divina, no por eso
es menor la culpa de la humanidad, sino que eso la hace más grande todavía,
puesto que agravó todo criminalmente, deformando y confundiendo todo cuanto le
había sido confiado por Dios.
Ese gran sacrificio es, por tanto, un acto completamente
aislado, una consecuencia lógica de la Perfección divina de la sacratísima
Voluntad.
Sin embargo, si vosotros deseáis salvaros realmente, eso es
asunto que sólo a vosotros os concierne; pues esa Perfección divina que tuvo como
condición el gran sacrificio de Dios, exige, también, la destrucción de todo lo
que, en la creación entera, no sea capaz de someterse voluntariamente a las
leyes de Su Voluntad.
Ahí no cabe ni misericordia, ni evasión; ninguna excepción
ni desviación, sino únicamente las repercusiones que, conforme a las leyes,
tendrán lugar al cerrarse el círculo de todo lo realizado hasta entonces.
De ahí la exigencia: “¡Velad y orad, para que no caigáis en la tentación!”
Comprended primeramente el sentido real de esas palabras, y
aprenderéis a reconocer la rigurosa exigencia que ahí se encierra. “Velad” es una llamada a la actividad de
vuestro sentimiento y exige, también,
la movilidad del espíritu. Sólo en eso reside la verdadera vigilancia. Y
también ahí ha de ir en cabeza la
feminidad, porque a ella se le ha dado una sensibilidad más grande y más fina.
La feminidad debe estar vigilante en la intensidad de la
Pureza, a la que ha de servir si quiere cumplir fielmente la misión de la
feminidad en esta creación. ¡Pero eso no puede hacerlo más que como sacerdotisa
de la Pureza!
“Velad y orad”, dice
la Palabra que se os ha dado una vez más en el camino. El “vigilar” se refiere a vuestra vida terrenal, durante la cual, por
propia iniciativa, debéis de estar dispuestos a sentir, en todo instante y con
claridad, las impresiones que os asalten, sopesándolas y examinándolas, tal
como debéis de seleccionar previa y esmeradamente todo cuanto emane de
vosotros.
El orar, sin
embargo, asegura el mantenimiento de la ligazón con las alturas luminosas y
permite abrirse a los sagrados flujos de fuerza, para su aprovechamiento
terrenal.
Tal es el fin de
la oración: obligar a vuestras ideas a alejarse de esta Tierra y a dirigirse
hacia las alturas. De ahí esa
exigencia, cuyo cumplimiento no os servirá más que de beneficios indecibles en
forma de poderosas ayudas, a cuyo flujo os cerráis si no observáis las leyes de
la creación.
Si cumplís ambas
cosas, nunca podréis caer en la
tentación. Interpretar, también, esta indicación debidamente; pues si se os
dice: “que no caeréis en la tentación”, no quiere decirse que las tentaciones
no volverán a afligiros, que permanecerán lejos de vosotros; es decir, que ya
no seréis tentados, sino que eso quiere decir: si os mantenéis siempre
vigilantes y en oración, nunca podréis caer en las tentaciones que os
sobrevengan. ¡Podréis afrontar todo peligro victoriosamente!
Dad a la frase la debida entonación, tal como debe de ser
entendida. Por eso, no poner el acento en la palabra “tentación”, sino en la
palabra “caigáis” así comprenderéis
fácilmente el verdadero sentido. Ha de decir: “¡Velad y orad para que no caigáis en la tentación!” La vigilancia
y la oración son, pues, una protección contra la caída. Pero aquí, en medio de las Tinieblas, eso no excluye la
posibilidad de que sobrevengan tentaciones, las cuales, si vosotros adoptáis la
debida postura, no servirán más que para fortaleceros, para infundir en vuestro
espíritu, por el esfuerzo que exige la necesaria resistencia, un ardor más
grande que le haga inflamarse, por lo que os proporcionarán grandes ventajas.
Todo eso dejará de ser un peligro para la humanidad, para servir
de alegría, de una bienvenida agitación del espíritu que más bien estimula que
entorpece, en cuanto la feminidad cumpla
fielmente la misión que le ha encomendado el Creador y para la cual ha sido
pertrechada muy especialmente.
Si se decide a ello sinceramente, tampoco le resultará
difícil cumplirla realmente. ¡Su misión está en el sacerdocio de la Pureza!
La puede ejercer por
doquier, en todo instante; no necesita especiales obligaciones, sino que
puede cumplirla sencillamente con cada
mirada, con cada palabra que
brote de su boca, incluso con cada uno de sus movimientos: todo eso tiene que
ser natural en ella. Porque vibrar en la Luz de la Pureza constituye su propio
elemento, del que ella misma se ha excluido hasta ahora, sólo por insensatez y
por ridículas vanidades.
¡Despertad, mujeres y muchachas! ¡Seguid el camino que el
Creador trazó con precisión para vosotras! Seguidlo cumpliendo con vuestra
feminidad humana, que es, al fin de cuentas, para lo que se os permite existir
en esta creación.
Entonces, pronto se revelarán, ante vosotras, maravillas
tras maravillas; pues adondequiera que dirijáis vuestra mirada, allí florecerá
todo, ya que la bendición de Dios fluirá profusamente a través de vosotras, en
cuanto la Pureza de vuestra voluntad allane su camino y abráis en vosotras las
puertas.
Una felicidad, una paz y una alegría como nunca han
existido, se extenderán radiantes por la Tierra si la feminidad hace de puente
hacia las regiones más luminosas, tal como se ha previsto en la creación, y si,
por su existencia ejemplar, mantiene despierta en todos los espíritus la
aspiración a la Luz, convirtiéndose en guardiana de la Llama Sagrada.
¡Oh mujer! ¡Cuánto se te ha dado y cómo has dilapidado
criminalmente todas las delicadezas de la eminente gracia de Dios!
¡Entra en razón y conviértete en sacerdotisa de la Pureza
del sentimiento más profundo, para que, radiante de felicidad, puedas caminar
por un país florido, en el que los radiantes ojos de los seres humanos expresen
jubilosos su agradecimiento a su Creador, por la gracia de su existencia
terrenal, que ellos emplearán como etapa hacia las puertas de los eternos
jardines!
¡Mujeres! ¡Muchachas! ¡Ved ante vosotras vuestra misión de
futuras sacerdotisas de la Pureza divina en la Tierra, y no descanséis hasta no
haber logrado lo que os falta por cumplir!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario