42. EL SENTIDO DE LA FAMILIA
¡EL DULCE HOGAR! Hay en estas palabras una resonancia que indica claramente cómo debe ser el hogar que el ser humano se crea en la Tierra.
La expresión ya
es, en sí, muy acertada, como todo lo que la palabra confiere a los hombres.
Sin embargo, también en esto ha alterado el hombre la claridad del sentido y lo
ha arrastrado consigo a la degeneración.
Así ha ido robándose a sí mismo, uno tras otro, los
soportes que podían proporcionarle sostén durante su existencia terrenal; así
ha sido gravemente enturbiado, por las falsas ideas de los hombres, todo lo que
era puro en el origen, llegando incluso, a veces, a transformarlo
sacrílegamente en un cenagal que se ha convertido en una fosa común de las
almas.
En su forma actual, también
está incluido ahí el sentido de la familia, tan frecuentemente loado y
ensalzado como algo noble y peculiar, de un valor particularmente elevado; como
algo que proporciona al hombre un gran apoyo, le fortalece, le impulsa y hace
de él un ciudadano digno de consideración que, protegido y asegurado, está en
condiciones de afrontar la lucha por la existencia, que es como los hombres de
hoy gustan de designar cada existencia en la Tierra.
Más qué insensatos sois, hombres, y cuán estrechamente
habéis limitado vuestros puntos de vista en todas las cosas, máxime en lo
concerniente a vosotros y a vuestras
peregrinaciones por las creaciones.
Precisamente, ese sentido de la familia, tan ensalzado por
vosotros, constituye una de esas fosas que, con gran seguridad, exige — y
obtiene ciertamente — innumerables víctimas; pues, sin consideración ninguna,
numerosos son los humanos que se precipitan en ella a causa de los tácitos
convenios de las costumbres humanas, siendo apresados por miles de brazos hasta
que, atrofiados anímicamente, se inserten, sin resistencia ninguna, en la masa
informe que les arrastrará consigo a las profundidades de una lúgubre impersonalidad.
Y cosa extraña: precisamente, todos esos hombres que, con
tenaz energía, procuran aferrarse a semejantes formas falsas, se imaginan,
además, que son seres de un valor extraordinario ante los ojos de Dios. Más yo
os digo que han de ser contados entre los seres perniciosos que entorpecen la evolución y el
robustecimiento de numerosos espíritus humanos, en lugar de favorecerlos.
¡Abrid, pues, por fin, de par en par, las puertas de
vuestro sentimiento, para que vosotros mismos podáis reconocer todo lo falso
que ha anidado en todas las cosas y
costumbres que el hombre se ha creado! ¡Pues las ha creado bajo el dominio del
deformado intelecto dirigido por Lucifer!
Voy a intentar daros una imagen capaz de hacéroslo más
comprensible: está íntimamente relacionada con el inmenso movimiento giratorio
de la creación, el cual, conforme a las leyes y accionado por la ley del
movimiento, debe mantener sano todo, porque sólo en el debido movimiento puede
subsistir lozanía y fuerza.
Imaginémonos por un instante lo que deberían ser las cosas en la Tierra — no como son actualmente: todo
lo espiritual de la Tierra se asemejaría a un líquido cristalino que se
encontrara en continuo movimiento giratorio, manteniéndose en él para no
espesarse o, tal vez, coagularse.
Pensad, también, en un arroyo que murmura alegremente: qué
deliciosa es su agua; qué refrescante y vivificadora. Ofreciendo alivio a los
sedientos, va proporcionando alegría y prodigando bendiciones a todo lo largo
de su recorrido.
Mas si, aquí o allá, una pequeña parte de ese agua se
separa, desviándose independientemente hacia un lado, esa parte separada suele
quedar pronto estancada y forma un charquito que, en su aislamiento, pierde
rápidamente su frescura y claridad, y despide mal olor, porque el agua, al no tener
movimiento, tiene que corromperse poco a poco y volverse mala, pútrida.
Exactamente igual sucede con las vibraciones espirituales
de los hombres terrenales. Mientras recorran armoniosamente su circuito, sin
impedimentos ni precipitaciones, en correspondencia con la ley del movimiento,
evolucionarán beneficiosamente para convertirse en una fuerza insospechada, lo
que traerá consigo una continua ascensión, ya que serán impulsadas
simultáneamente por toda clase de vibraciones que existen en la creación, y
nada se opondrá a ellas, sino que todo se asociará gozosamente, de suerte que,
ayudando, no haya lugar más que a una intensificación de su acción.
Así fueron esas vibraciones hace ya mucho, muchísimo
tiempo. Y en una sana espontaneidad y naturalidad, todo espíritu humano se
elevaba cada vez más, a medida que iba evolucionando en conocimientos. Con
gratitud, absorbía cuantas irradiaciones pudieran serle emitidas desde la Luz
para ayudarle. Descendieron así, hasta la Tierra, las vivas aguas de una fresca
corriente de fuerza espiritual, para, desde allí, remontarse gozosamente hasta
la Fuente de la Conservación, bajo la forma de agradecida adoración y como
flujo de continuas experiencias vividas.
Un maravilloso progreso por doquier fue la consecuencia; y
en el circuito gozoso y sin impedimentos del movimiento armónico, resonaron en
toda la creación, cual jubiloso himno de alabanza, brillantes acordes de
inalterada pureza.
Así fue en otros tiempos, hasta que, por la vanidad de los
humanos, comenzó la tergiversación de los conocimientos por la formación de
falsos conceptos fundamentales, lo que trajo consigo perturbaciones en la
maravillosa colaboración de todas las irradiaciones de la creación,
perturbaciones que, al ir aumentando ininterrumpidamente en intensidad,
tuvieron que acabar por provocar el derrumbamiento de todo lo que tan
íntimamente se había unido.
Entre esas perturbaciones se cuenta también, junto con
muchas otras, el inflexible sentido de la familia actual, en su forma errónea y
en su extensión un tanto increíble.
Sólo necesitáis representároslo imaginativamente: en el
armonioso vibrar y girar del espíritu que aspiraba a la ascensión, el cual
emitía sus irradiaciones alrededor de la Tierra, reanimándola, penetrándola de
sus luminosos y benefactores rayos en unión de las sustancialidades, y
encumbrándola consigo en un vehemente anhelo de Luz, se formaron estagnaciones
repentinas, a causa de pequeñas condensaciones que no seguían el movimiento del
conjunto sino con languidez, tal como la grasa se cuaja y se separa al
enfriarse una sopa.
Probablemente, os resultará más fácil de comprender el
proceso si lo comparo con la sangre insana, que se coagula aquí y allá, no
pudiendo circular por el cuerpo más que pesadamente, obstaculizando, así, la
circulación necesaria para la conservación del cuerpo.
Esta imagen os permitirá reconocer mejor el profundo
significado fundamental de la pulsación espiritual
de la creación, la cual encuentra su expresión más elemental en la sangre
del cuerpo físico, que es una pequeña reproducción del proceso. Eso os
resultará más fácil de comprender que la imagen de la sopa o la del murmurante
arroyo.
También puede venir bien otra comparación: la de una
máquina bien engrasada, en la que se echan granos de arena que perturban su
funcionamiento.
Mientras el sentido de la familia — completamente natural
en sí — siga desarrollándose de manera malsana y errónea, tendrá que causar
efectos retardantes y descendentes en la necesaria vibración de la ley del
movimiento de la gozosa aspiración a las alturas; pues el sentido actual de la
unión familiar tiene como base únicamente la educación y la conservación de
ventajas materiales, de comodidades;
nada más.
Así surgieron, poco a poco, esos conglomerados familiares
que agobian y paralizan toda vibración espiritual. Por la singularidad de su
especie, no pueden ser denominados de otro modo; pues los que forman parte de
ellos se atan unos a otros, se
encadenan entre sí y constituyen, por tanto, un peso que les retiene y les tira
constantemente hacia abajo.
Se hacen dependientes unos de otros y pierden, poco a poco,
la marcada personalidad individual, que
es lo que les caracteriza como seres espirituales y, por consiguiente, lo que
les obliga a ello.
De ese modo, echan a un lado, despreocupadamente, el
mandamiento contenido, para ellos, en la Voluntad divina, y se transforman en
una especie de “almas colectivas”, que, por su propia constitución, ellos nunca
pueden llegar a ser realmente.
Cada uno se mezcla en los asuntos del otro y, a veces,
llega hasta a decidir por él, con lo que tiende hilos irrompibles que encadenan
y oprimen a todos entre sí.
Esos tales dificultan la tarea del individuo cuando, al
despertar su espíritu, quiere emanciparse y recorrer él solo el camino por el que
le es dado evolucionar y que el mismo destino le ha trazado. Le resulta, pues,
imposible liberarse de su karma para emprender la elevación de su espíritu, tal
como Dios quiere.
Mas tan pronto como intente dar el primer paso por el
camino de la liberación de su espíritu
— ese camino que sólo es bueno para él y para
su forma de ser; no, al mismo tiempo,
para todos los que se llaman miembros de la familia — se levantará un tumulto
de gritos, advertencias, ruegos, reproches y hasta amenazas, por parte de todos
aquellos que, de ese modo, intentan, por la fuerza, que ese “desagradecido”
vuelva a echar sobre sí el yugo de su amor familiar o de sus opiniones.
¡Qué no se hará en ese sentido! ¡Qué no se alegará! Y eso,
tratándose de lo más precioso que el hombre posee: la indispensable fuerza de
decisión de su libre albedrío en cuestiones espirituales,
esa fuerza que le ha sido dada por Dios y de la que la ley del efecto
recíproco le pedirá cuentas a él solo y
a nadie en su lugar.
Es voluntad de Dios que el ser humano evolucione hacia una
personalidad propia, con la
consciencia más expresa de la responsabilidad que tiene en cuanto a sus
pensamientos, voliciones y actos. Ahora bien, las posibilidades para el
desarrollo de la propia personalidad, para el fortalecimiento de una
independiente facultad de decidir y, sobre todo, para el necesario temple del
espíritu y el mantenimiento de su actividad con vistas a una constante
vigilancia — todo eso (que sólo puede ser consecuencia de depender
exclusivamente de uno mismo) queda
destruido dentro de los reducidos límites del sentido de la familia, que
abotarga y sofoca la germinación y la gozosa expansión de lo más precioso del
hombre, lo que le distingue como ser humano de entre todas las criaturas de la
materialidad física: la propia
personalidad. Su origen espiritual le capacita para ello y se lo exige.
Esa personalidad no puede desarrollarse, porque existe un
sentido de la familia de deplorable naturaleza,
el cual no hace sino exigir derechos que, en realidad, no existen, por lo que,
a menudo, se convierte en un tormento inaudito, rompe la paz y destruye toda
felicidad. La consecuencia es que, al final, se desvanece toda fuerza
ascensional.
Haced un llamamiento a todos los seres humanos que ya han tenido que sufrir bajo esa sujeción,
atrofiándose, así, anímicamente: formarán multitudes casi imposibles de contar.
Y cuando a través del sentido de la familia sopla el
bienintencionado amor humano — o, al menos, ese sentimiento que los hombres
terrenales llaman amor — no por eso es mucho mejor; pues entonces, se procura
de continuo hacérselo todo lo más cómodo posible al otro, evitándole,
precisamente, lo que obligaría a desarrollar sus fuerzas espirituales; y todo…
por amor, por solicitud o por deber familiar.
Y esos seres humanos a los que les son allanados todos los
caminos, suelen ser envidiados; acaso, hasta son odiados por ello. Pero, en
realidad, sólo son dignos de lástima; pues un amor tan mal orientado, o las
costumbres de un sentido de la familia erróneamente empleado, no deben de ser
consideradas nunca como un beneficio, sino que surten los efectos de un veneno
lento que, con infalible seguridad, no permite a los interesados desplegar sus
fuerzas, por lo que no hace más que debilitar su espíritu.
Se priva al ser humano del esfuerzo temporal previsto en la
evolución normal, el cual provoca el despliegue de todas las fuerzas
espirituales y es, precisamente por eso, la ayuda mejor y más segura para el
desarrollo espiritual, como un don de la suprema sabiduría del Creador, que
encierra en sí grandes bendiciones para la conservación y para todo progreso.
En su significado más extendido, el sentido de la familia,
tan conocido y apreciado por todos actualmente, es, para todo espíritu humano,
como un peligroso soporífero que le fatiga y le paraliza. Dificulta e impide la
indispensable ascensión espiritual, porque se quita de delante de cada uno de
los miembros, precisamente todo lo que puede ayudarles a fortalecerse
interiormente. Se crían y se cultivan espiritualmente plantas de invernadero
cansadas, pero no espíritus fuertes.
Múltiples son las clases de costumbres nocivas y
paralizantes, que el sentido de la familia, falsamente empleado, trae consigo
como funestas consecuencias. Aprenderéis a reconocerlas muy rápidamente y con
facilidad, cuando seáis capaces de considerar todo bajo el adecuado punto de
vista, el cual infundirá vida y movimiento en la masa inerte de esos somnolientos
conglomerados familiares, que se revuelcan en el circuito de un movimiento
espiritual conforme a las leyes de la creación, hacinándose y obstruyendo,
paralizando y emponzoñando todo agradable frescor, en tanto que, al mismo
tiempo, se ciñen, con miles de garfios, alrededor de los espíritus humanos que
aspiran a ascender, a fin de que no puedan escapárseles o para que no causen,
en la habitual rutina diaria, ninguna inquietud, lo que turbaría necesariamente
su vanidosa complacencia.
Con horror, veréis que vosotros mismos aún estáis
prisioneros en muchos de esos hilos, como la mosca en la red de la mortífera
araña.
Tan sólo con que os mováis, con que tratéis de liberaros
con el fin de lograr vuestra independencia espiritual querida por Dios — ya
que, de todas formas, vosotros solos lleváis la responsabilidad — comprobaréis,
con espanto, las terribles consecuencias a que dará lugar repentinamente el
simple intento de vuestro movimiento, y es entonces cuando también podréis
reconocer cuán múltiples son los hilos en que las falsas costumbres os han
enredado despiadadamente.
Un gran temor se apoderará de vosotros al llegar a ese
conocimiento, que sólo podéis adquirir en la experiencia vivida. Pero esa experiencia la viviréis en seguida.
Todo hervirá a vuestro alrededor, en cuanto vuestro medio ambiente vea que os
proponéis seriamente modificar
vuestra manera de pensar y vuestros sentimientos, y que vuestro espíritu quiere
despertar para recorrer sus propios caminos,
que han sido previstos para él, para su evolución y, al mismo tiempo, para su
liberación y salvación, que son efectos recíprocos de decisiones anteriores.
Quedaréis sorprendidos, estupefactos, al constatar que se
está dispuesto a perdonar la falta más enorme; a perdonar todo, hasta lo peor,
pero no el afán de ser libre espiritualmente
y tener convicciones propias en
esas cuestiones. Aun cuando no queráis hablar de ello en absoluto, con el fin
de dejar en paz a los demás, veréis que eso no servirá de nada, porque ellos no
os dejarán en paz.
Sin embargo, si observáis y examináis con toda
tranquilidad, eso no podrá menos que fortificaros, al reconocer todo lo falso
que los hombres llevan dentro de sí; pues lo muestran muy claramente en cómo
intentan reteneros con un celo repentino, un celo que se ha desplegado
únicamente por la intranquilidad de lo desacostumbrado, y que procede del deseo
de permanecer en la tibieza acostumbrada, es decir, del deseo de no ser
molestados.
Es el temor de verse
puestos repentinamente ante una verdad que
es muy distinta de aquello en que se mecían hasta entonces, sumidos en la
indolente complacencia de sí mismos.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario