sábado, 7 de enero de 2023

42. EL SENTIDO DE LA FAMILIA

 

42. EL SENTIDO DE LA FAMILIA

¡EL DULCE HOGAR! Hay en estas palabras una resonancia que indica claramente cómo debe ser el hogar que el ser humano se crea en la Tierra.

La expresión ya es, en sí, muy acertada, como todo lo que la palabra confiere a los hombres. Sin embargo, también en esto ha alterado el hombre la claridad del sentido y lo ha arrastrado consigo a la degeneración.

Así ha ido robándose a sí mismo, uno tras otro, los soportes que podían proporcionarle sostén durante su existencia terrenal; así ha sido gravemente enturbiado, por las falsas ideas de los hombres, todo lo que era puro en el origen, llegando incluso, a veces, a transformarlo sacrílegamente en un cenagal que se ha convertido en una fosa común de las almas.

En su forma actual, también está incluido ahí el sentido de la familia, tan frecuentemente loado y ensalzado como algo noble y peculiar, de un valor particularmente elevado; como algo que proporciona al hombre un gran apoyo, le fortalece, le impulsa y hace de él un ciudadano digno de consideración que, protegido y asegurado, está en condiciones de afrontar la lucha por la existencia, que es como los hombres de hoy gustan de designar cada existencia en la Tierra.

Más qué insensatos sois, hombres, y cuán estrechamente habéis limitado vuestros puntos de vista en todas las cosas, máxime en lo concerniente a vosotros y a vuestras peregrinaciones por las creaciones.

Precisamente, ese sentido de la familia, tan ensalzado por vosotros, constituye una de esas fosas que, con gran seguridad, exige — y obtiene ciertamente — innumerables víctimas; pues, sin consideración ninguna, numerosos son los humanos que se precipitan en ella a causa de los tácitos convenios de las costumbres humanas, siendo apresados por miles de brazos hasta que, atrofiados anímicamente, se inserten, sin resistencia ninguna, en la masa informe que les arrastrará consigo a las profundidades de una lúgubre impersonalidad.

Y cosa extraña: precisamente, todos esos hombres que, con tenaz energía, procuran aferrarse a semejantes formas falsas, se imaginan, además, que son seres de un valor extraordinario ante los ojos de Dios. Más yo os digo que han de ser contados entre los seres perniciosos que entorpecen la evolución y el robustecimiento de numerosos espíritus humanos, en lugar de favorecerlos.

¡Abrid, pues, por fin, de par en par, las puertas de vuestro sentimiento, para que vosotros mismos podáis reconocer todo lo falso que ha anidado en todas las cosas y costumbres que el hombre se ha creado! ¡Pues las ha creado bajo el dominio del deformado intelecto dirigido por Lucifer!

Voy a intentar daros una imagen capaz de hacéroslo más comprensible: está íntimamente relacionada con el inmenso movimiento giratorio de la creación, el cual, conforme a las leyes y accionado por la ley del movimiento, debe mantener sano todo, porque sólo en el debido movimiento puede subsistir lozanía y fuerza.

Imaginémonos por un instante lo que deberían ser las cosas en la Tierra — no como son actualmente: todo lo espiritual de la Tierra se asemejaría a un líquido cristalino que se encontrara en continuo movimiento giratorio, manteniéndose en él para no espesarse o, tal vez, coagularse.

Pensad, también, en un arroyo que murmura alegremente: qué deliciosa es su agua; qué refrescante y vivificadora. Ofreciendo alivio a los sedientos, va proporcionando alegría y prodigando bendiciones a todo lo largo de su recorrido.

Mas si, aquí o allá, una pequeña parte de ese agua se separa, desviándose independientemente hacia un lado, esa parte separada suele quedar pronto estancada y forma un charquito que, en su aislamiento, pierde rápidamente su frescura y claridad, y despide mal olor, porque el agua, al no tener movimiento, tiene que corromperse poco a poco y volverse mala, pútrida.

Exactamente igual sucede con las vibraciones espirituales de los hombres terrenales. Mientras recorran armoniosamente su circuito, sin impedimentos ni precipitaciones, en correspondencia con la ley del movimiento, evolucionarán beneficiosamente para convertirse en una fuerza insospechada, lo que traerá consigo una continua ascensión, ya que serán impulsadas simultáneamente por toda clase de vibraciones que existen en la creación, y nada se opondrá a ellas, sino que todo se asociará gozosamente, de suerte que, ayudando, no haya lugar más que a una intensificación de su acción.

Así fueron esas vibraciones hace ya mucho, muchísimo tiempo. Y en una sana espontaneidad y naturalidad, todo espíritu humano se elevaba cada vez más, a medida que iba evolucionando en conocimientos. Con gratitud, absorbía cuantas irradiaciones pudieran serle emitidas desde la Luz para ayudarle. Descendieron así, hasta la Tierra, las vivas aguas de una fresca corriente de fuerza espiritual, para, desde allí, remontarse gozosamente hasta la Fuente de la Conservación, bajo la forma de agradecida adoración y como flujo de continuas experiencias vividas.

Un maravilloso progreso por doquier fue la consecuencia; y en el circuito gozoso y sin impedimentos del movimiento armónico, resonaron en toda la creación, cual jubiloso himno de alabanza, brillantes acordes de inalterada pureza.

Así fue en otros tiempos, hasta que, por la vanidad de los humanos, comenzó la tergiversación de los conocimientos por la formación de falsos conceptos fundamentales, lo que trajo consigo perturbaciones en la maravillosa colaboración de todas las irradiaciones de la creación, perturbaciones que, al ir aumentando ininterrumpidamente en intensidad, tuvieron que acabar por provocar el derrumbamiento de todo lo que tan íntimamente se había unido.

Entre esas perturbaciones se cuenta también, junto con muchas otras, el inflexible sentido de la familia actual, en su forma errónea y en su extensión un tanto increíble.

Sólo necesitáis representároslo imaginativamente: en el armonioso vibrar y girar del espíritu que aspiraba a la ascensión, el cual emitía sus irradiaciones alrededor de la Tierra, reanimándola, penetrándola de sus luminosos y benefactores rayos en unión de las sustancialidades, y encumbrándola consigo en un vehemente anhelo de Luz, se formaron estagnaciones repentinas, a causa de pequeñas condensaciones que no seguían el movimiento del conjunto sino con languidez, tal como la grasa se cuaja y se separa al enfriarse una sopa.

Probablemente, os resultará más fácil de comprender el proceso si lo comparo con la sangre insana, que se coagula aquí y allá, no pudiendo circular por el cuerpo más que pesadamente, obstaculizando, así, la circulación necesaria para la conservación del cuerpo.

Esta imagen os permitirá reconocer mejor el profundo significado fundamental de la pulsación espiritual de la creación, la cual encuentra su expresión más elemental en la sangre del cuerpo físico, que es una pequeña reproducción del proceso. Eso os resultará más fácil de comprender que la imagen de la sopa o la del murmurante arroyo.

También puede venir bien otra comparación: la de una máquina bien engrasada, en la que se echan granos de arena que perturban su funcionamiento.

Mientras el sentido de la familia — completamente natural en sí — siga desarrollándose de manera malsana y errónea, tendrá que causar efectos retardantes y descendentes en la necesaria vibración de la ley del movimiento de la gozosa aspiración a las alturas; pues el sentido actual de la unión familiar tiene como base únicamente la educación y la conservación de ventajas materiales, de comodidades; nada más.

Así surgieron, poco a poco, esos conglomerados familiares que agobian y paralizan toda vibración espiritual. Por la singularidad de su especie, no pueden ser denominados de otro modo; pues los que forman parte de ellos se atan unos a otros, se encadenan entre sí y constituyen, por tanto, un peso que les retiene y les tira constantemente hacia abajo.

Se hacen dependientes unos de otros y pierden, poco a poco, la marcada personalidad individual, que es lo que les caracteriza como seres espirituales y, por consiguiente, lo que les obliga a ello.

De ese modo, echan a un lado, despreocupadamente, el mandamiento contenido, para ellos, en la Voluntad divina, y se transforman en una especie de “almas colectivas”, que, por su propia constitución, ellos nunca pueden llegar a ser realmente.

Cada uno se mezcla en los asuntos del otro y, a veces, llega hasta a decidir por él, con lo que tiende hilos irrompibles que encadenan y oprimen a todos entre sí.

Esos tales dificultan la tarea del individuo cuando, al despertar su espíritu, quiere emanciparse y recorrer él solo el camino por el que le es dado evolucionar y que el mismo destino le ha trazado. Le resulta, pues, imposible liberarse de su karma para emprender la elevación de su espíritu, tal como Dios quiere.

Mas tan pronto como intente dar el primer paso por el camino de la liberación de su espíritu — ese camino que sólo es bueno para él y para su forma de ser; no, al mismo tiempo, para todos los que se llaman miembros de la familia — se levantará un tumulto de gritos, advertencias, ruegos, reproches y hasta amenazas, por parte de todos aquellos que, de ese modo, intentan, por la fuerza, que ese “desagradecido” vuelva a echar sobre sí el yugo de su amor familiar o de sus opiniones.

¡Qué no se hará en ese sentido! ¡Qué no se alegará! Y eso, tratándose de lo más precioso que el hombre posee: la indispensable fuerza de decisión de su libre albedrío en cuestiones espirituales, esa fuerza que le ha sido dada por Dios y de la que la ley del efecto recíproco le pedirá cuentas a él solo y a nadie en su lugar.

Es voluntad de Dios que el ser humano evolucione hacia una personalidad propia, con la consciencia más expresa de la responsabilidad que tiene en cuanto a sus pensamientos, voliciones y actos. Ahora bien, las posibilidades para el desarrollo de la propia personalidad, para el fortalecimiento de una independiente facultad de decidir y, sobre todo, para el necesario temple del espíritu y el mantenimiento de su actividad con vistas a una constante vigilancia — todo eso (que sólo puede ser consecuencia de depender exclusivamente de uno mismo) queda destruido dentro de los reducidos límites del sentido de la familia, que abotarga y sofoca la germinación y la gozosa expansión de lo más precioso del hombre, lo que le distingue como ser humano de entre todas las criaturas de la materialidad física: la propia personalidad. Su origen espiritual le capacita para ello y se lo exige.

Esa personalidad no puede desarrollarse, porque existe un sentido de la familia de deplorable naturaleza, el cual no hace sino exigir derechos que, en realidad, no existen, por lo que, a menudo, se convierte en un tormento inaudito, rompe la paz y destruye toda felicidad. La consecuencia es que, al final, se desvanece toda fuerza ascensional.

Haced un llamamiento a todos los seres humanos que ya han tenido que sufrir bajo esa sujeción, atrofiándose, así, anímicamente: formarán multitudes casi imposibles de contar.

Y cuando a través del sentido de la familia sopla el bienintencionado amor humano — o, al menos, ese sentimiento que los hombres terrenales llaman amor — no por eso es mucho mejor; pues entonces, se procura de continuo hacérselo todo lo más cómodo posible al otro, evitándole, precisamente, lo que obligaría a desarrollar sus fuerzas espirituales; y todo… por amor, por solicitud o por deber familiar.

Y esos seres humanos a los que les son allanados todos los caminos, suelen ser envidiados; acaso, hasta son odiados por ello. Pero, en realidad, sólo son dignos de lástima; pues un amor tan mal orientado, o las costumbres de un sentido de la familia erróneamente empleado, no deben de ser consideradas nunca como un beneficio, sino que surten los efectos de un veneno lento que, con infalible seguridad, no permite a los interesados desplegar sus fuerzas, por lo que no hace más que debilitar su espíritu.

Se priva al ser humano del esfuerzo temporal previsto en la evolución normal, el cual provoca el despliegue de todas las fuerzas espirituales y es, precisamente por eso, la ayuda mejor y más segura para el desarrollo espiritual, como un don de la suprema sabiduría del Creador, que encierra en sí grandes bendiciones para la conservación y para todo progreso.

En su significado más extendido, el sentido de la familia, tan conocido y apreciado por todos actualmente, es, para todo espíritu humano, como un peligroso soporífero que le fatiga y le paraliza. Dificulta e impide la indispensable ascensión espiritual, porque se quita de delante de cada uno de los miembros, precisamente todo lo que puede ayudarles a fortalecerse interiormente. Se crían y se cultivan espiritualmente plantas de invernadero cansadas, pero no espíritus fuertes.

Múltiples son las clases de costumbres nocivas y paralizantes, que el sentido de la familia, falsamente empleado, trae consigo como funestas consecuencias. Aprenderéis a reconocerlas muy rápidamente y con facilidad, cuando seáis capaces de considerar todo bajo el adecuado punto de vista, el cual infundirá vida y movimiento en la masa inerte de esos somnolientos conglomerados familiares, que se revuelcan en el circuito de un movimiento espiritual conforme a las leyes de la creación, hacinándose y obstruyendo, paralizando y emponzoñando todo agradable frescor, en tanto que, al mismo tiempo, se ciñen, con miles de garfios, alrededor de los espíritus humanos que aspiran a ascender, a fin de que no puedan escapárseles o para que no causen, en la habitual rutina diaria, ninguna inquietud, lo que turbaría necesariamente su vanidosa complacencia.

Con horror, veréis que vosotros mismos aún estáis prisioneros en muchos de esos hilos, como la mosca en la red de la mortífera araña.

Tan sólo con que os mováis, con que tratéis de liberaros con el fin de lograr vuestra independencia espiritual querida por Dios — ya que, de todas formas, vosotros solos lleváis la responsabilidad — comprobaréis, con espanto, las terribles consecuencias a que dará lugar repentinamente el simple intento de vuestro movimiento, y es entonces cuando también podréis reconocer cuán múltiples son los hilos en que las falsas costumbres os han enredado despiadadamente.

Un gran temor se apoderará de vosotros al llegar a ese conocimiento, que sólo podéis adquirir en la experiencia vivida. Pero esa experiencia la viviréis en seguida. Todo hervirá a vuestro alrededor, en cuanto vuestro medio ambiente vea que os proponéis seriamente modificar vuestra manera de pensar y vuestros sentimientos, y que vuestro espíritu quiere despertar para recorrer sus propios caminos, que han sido previstos para él, para su evolución y, al mismo tiempo, para su liberación y salvación, que son efectos recíprocos de decisiones anteriores.

Quedaréis sorprendidos, estupefactos, al constatar que se está dispuesto a perdonar la falta más enorme; a perdonar todo, hasta lo peor, pero no el afán de ser libre espiritualmente y tener convicciones propias en esas cuestiones. Aun cuando no queráis hablar de ello en absoluto, con el fin de dejar en paz a los demás, veréis que eso no servirá de nada, porque ellos no os dejarán en paz.

Sin embargo, si observáis y examináis con toda tranquilidad, eso no podrá menos que fortificaros, al reconocer todo lo falso que los hombres llevan dentro de sí; pues lo muestran muy claramente en cómo intentan reteneros con un celo repentino, un celo que se ha desplegado únicamente por la intranquilidad de lo desacostumbrado, y que procede del deseo de permanecer en la tibieza acostumbrada, es decir, del deseo de no ser molestados.

Es el temor de verse puestos repentinamente ante una verdad que es muy distinta de aquello en que se mecían hasta entonces, sumidos en la indolente complacencia de sí mismos.

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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