sábado, 14 de enero de 2023

46. LA SUPREMA SABIDURÍA

 

46. LA SUPREMA SABIDURÍA

CON MI PALABRA, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco, os habéis alejado a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.

Y los que aún están penetrados de la certeza de la suprema sabiduría de Dios, los que quieren someterse humildemente a esa eminente y amorosa acción que les guía y que va inherente en esa suprema sabiduría, por los efectos de las inderogables leyes de esta creación — ésos, se imaginan la suprema sabiduría de Dios muy diferente de lo que es.

Se imaginan la sabiduría divina demasiado humanamente y, por tanto, demasiado restringida, comprimida en límites demasiado estrechos. Con la mejor voluntad, hacen de la suprema sabiduría una simple omnisciencia terrenal.

Pero todo lo que buenamente piensan sobre ese particular tiene un carácter demasiado humano. Una y otra vez, incurren en la misma gran falta de querer imaginarse a Dios y lo divino como una culminación de lo humano.

No abandonan por nada el carácter humano, sino que sacan conclusiones pensando únicamente en un encumbramiento de su propia constitución, partiendo del terreno humano, perfeccionado hasta el grado más alto, más ideal, de una misma especie. A pesar de todo, no dejan su propio terreno al representarse a Dios.

Aun cuando procuren llevar sus esperanzas hasta lo inconcebible, todo continuará manteniéndose en la misma línea de pensamientos y, por eso, nunca podrán descubrir ni sombra del concepto de la verdadera grandeza de Dios, pese a sus esfuerzos por vislumbrarlo.

Lo mismo sucede con el concepto de la suprema sabiduría de Dios. En vuestros pensamientos más temerarios, hacéis de ella, simplemente, una mezquina omnisciencia terrenal.

Creéis que la suprema sabiduría de Dios debe “saber” vuestros pensamientos y sentimientos humanos. Así pues, esa noción exige o espera de la sabiduría divina, que penetre y se posesione, sin reservas, de los pensamientos más personales y mezquinos de cada individuo de la Tierra y de todos los mundos; que cuide y comprenda a todo insignificante espíritu humano. Más aún: que se preocupe de ello.

¡Ese pretendido saber no es sabiduría! La sabiduría es mucho más grande, está muy por encima de todo eso.

¡En la sabiduría reposa la Providencia!

Ahora bien, providencia no es sinónimo de previsión por parte del guía, como suelen entender los hombres la expresión: “sabia Providencia”; es decir, como ellos se imaginan que es. También en esto se equivocan; porque, una vez más, en su humana manera de pensar, miran toda grandeza desde abajo y se la imaginan como un superlativo de todo lo que llevan en sí mismos en calidad de humanos.

Aun en el caso de dar a sus pensamientos la mejor orientación, no dejan esa costumbre, ni piensan en que Dios y lo divino son de naturaleza completamente extraña a ellos, y que todo pensamiento sobre ese particular no puede menos de engendrar errores si se ponen puntos de vista humanos como base.

Y de ahí se ha derivado, hasta el presente, todo lo falso, todo error de concepto. Puede decirse con toda tranquilidad, que ni uno solo de los conceptos actuales, nacidos de pensamientos, cavilaciones e investigaciones, ha sido realmente exacto: en su pequeñez humana, nunca han podido acercarse a la Verdad propiamente dicha.

La Providencia es actividad divina. Está anclada en la sabiduría divina; es decir, en la suprema sabiduría. Y la suprema sabiduría ha entrado en acción en las leyes divinas de esta creación. En ellas reposa; en ellas reside, también, la Providencia que se manifiesta ante los hombres.

No penséis, pues, que la suprema sabiduría de Dios debe conocer vuestros pensamientos y saber cómo os va en la Tierra. La actividad de Dios es muy diferente, es mucho más grande y abarca mucho más. Con Su Voluntad, Dios lo abarca todo, mantiene todo, hace progresar a todo, por razón de la viva ley que da a cada uno lo que merece; es decir, lo que él mismo se ha tejido.

Ni uno solo puede escapar a las consecuencias de sus acciones, ya sean buenas o malas. Ahí se muestra la suprema sabiduría de Dios, que va ligada a la Justicia y al Amor. En la actividad de esta creación, todo ha sido sabiamente previsto para el ser humano: todo, incluso que él mismo habrá de juzgarse.

En el tribunal de Dios no se verificará más que el cumplimiento de las sentencias que han tenido que recaer sobre los propios hombres, por la ley de la sabia Providencia de Dios.

Pero, por extraño que parezca, hace, ya, muchos años que la humanidad viene hablando de ese cambio universal que debe producirse; y en eso sí que tiene razón excepcionalmente. ¡Pero ese cambio ya está aquí! La humanidad se halla en medio de ese acontecimiento universal que ella espera, sin percatarse de él porque no quiere.

Como siempre, se lo imagina de otra forma, y no quiere aceptarlo tal como es realmente. Pero, así, se priva a sí misma de la ocasión de aprovechar el tiempo propicio para alcanzar su propia madurez, y fracasa. Fracasa siempre; pues todavía falta la primera vez que la humanidad haya cumplido lo que Dios puede esperar de ella. Más aún: lo que El ha de esperar necesariamente, si quiere dejarla seguir más tiempo en esta creación.

En su estrechez de miras — que se repite de idéntica manera en cada acontecimiento previsto por la Luz — el comportamiento de los hombres es tan obstinado, tan puerilmente terco y tan ridículamente presuntuoso, que no quedan muchas esperanzas de una posible salvación.

Por esa razón, la creación será depurada de todos los males de ese orden. La Sacratísima Voluntad trae la purificación al completarse el ciclo de todos los acontecimientos, de toda acción.

El ciclo se completa por la fuerza de la Luz. Todo ha de juzgarse o purificarse en él, o bien perecer, sumirse en la terrible descomposición.

Es natural — y así lo exigen las leyes de la creación — que, ahora, en esta etapa final, todos los atributos malignos lleguen a su máximo apogeo y hayan de dar sus repugnantes frutos, para, de ese modo, proceder a un aniquilamiento total y recíproco.

En la fuerza de la Luz, es preciso que todo alcance su punto de ebullición. Pero esta vez, sólo podrá volver al levantarse de ese borboteo, la humanidad madura que sea capaz y quiera acoger, con gratitud y alegría, las nuevas revelaciones de Dios, y viva conforme a ellas, para caminar por la creación obrando como es justo.

En todo cambio cósmico, el Creador ofrece, a los espíritus humanos en maduración, nuevas revelaciones desconocidas de ellos hasta ese instante. Esas revelaciones deben servir para ampliar su saber, de suerte que, por sus mayores conocimientos, su espíritu sea capaz de emprender la ascensión hacia las alturas luminosas, esas alturas que, un día, abandonaron en calidad de gérmenes espirituales inconscientes.

Sin embargo, siempre han sido muy pocos los que han estado dispuestos a acoger agradecidamente las descripciones bajadas de la esfera divina, adquiriendo, así, todo el valor y la fuerza espiritual necesarios para los seres humanos. La mayoría de los hombres ha rehusado esos elevados dones de Dios, en la estrecha limitación — más acentuada cada vez — de su entendimiento espiritual.

Las épocas en que tuvieron lugar esos cambios cósmicos, siempre guardaron relación con el correspondiente estado de madurez de la creación. En el curso de la evolución conforme a la sagrada ley de Dios, la creación siempre ha alcanzado el grado de madurez requerido. Pero, muy a menudo, los hombres de esa creación han constituido un obstáculo en el camino de la evolución, a causa de su pereza espiritual.

Cada vez que, en las distintas épocas cósmicas, se ha procedido a sembrar, para los seres humanos, la semilla del progresivo conocimiento de la actividad divina, los hombres se han cerrado a ella casi siempre.

Como los humanos se consideraban a sí mismos el punto de partida de toda existencia, no querían creer que existiera algo que ellos no pudieran comprender con sus sentidos físicos. Sólo a eso redujeron su saber, y por eso no querían admitir otros puntos de vista que los suyos; ellos que son las ramificaciones más insignificantes de la creación, las más alejadas del Ser Verdadero y de la Vida real, los que desperdician criminalmente el tiempo que se les ha concedido generosamente para poder madurar mediante el progresivo conocimiento.

Pero he aquí que llega un nuevo y trascendental cambio cósmico que también trae consigo un nuevo saber. Los mismos hombres hablan, ya, de ese cambio, pero se lo imaginan de nuevo, como la realización de los vanidosos deseos humanos, concebidos a su manera. No es que piensen en los deberes que ello implica; no. Una vez más, no esperan de la Luz otra cosa sino que les venga a las manos una mejora de sus comodidades terrenales. Tal debe ser, a su modo de ver, ese gran cambio, pues sus pensamientos no tienen más alcance.

El nuevo y obligado saber que va íntimamente ligado con ese cambio y que es imprescindible para elevarse espiritualmente y para transformar, por fin, el medio ambiente de las materialidades, no les interesa. En su pereza espiritual, rechazan simplemente lo que no existía hasta entonces.

Peros los seres humanos serán obligados por Dios a aceptar Sus preceptos, ya que, de lo contrario, nunca más podrán ascender espiritualmente, pues tienen que conocerlos.

Va implícito en la actividad de la suprema sabiduría, que, en muy determinados períodos de maduración de la creación, se den, a los espíritus humanos, nuevas revelaciones referentes a la actividad de Dios.

Así fue que, en tiempos inmemoriables, fueron enviados a la Tierra seres creados recientemente, una vez que los gérmenes espirituales, en el curso de su lenta evolución, hubieron transformado en cuerpos humanos los cuerpos animales elegidos a tal efecto, lo que corrió parejas con la adquisición de la espiritual consciencia de sí mismo dentro del cuerpo físico. Eso tuvo lugar en épocas indeciblemente lejanas, antes de la conocida época glacial de esta Tierra.

Dado que ya he mencionado la existencia de criaturas originarias, se deduce que también han de existir seres poscreados o, simplemente, seres creados, puesto que he hablado igualmente de seres evolucionados, entre los que se cuenta únicamente la humanidad terrenal.

Esos seres creados de que no habíamos hablado hasta ahora, pueblan planos de la creación situados entre las criaturas originarias de la creación primera y los seres evolucionados de la poscreación.

En las estirpes que se formaron a partir de gérmenes espirituales en evolución, se encarnó, en los primeros tiempos, alguno que otro espíritu creado, a fin de guiar y establecer la ligazón con el plano inmediato superior, en el curso de la indispensable evolución ascendente de todo lo espiritual. Esos fueron los grandes cambios cósmicos de las primeras épocas.

Más tarde, aparecieron los profetas en calidad de seres privilegiados. Tal ha sido la actividad del Supremo Amor desde la Luz, a fin de ayudar a los espíritus humanos mediante las nuevas revelaciones hechas en las distintas épocas de la evolución de la creación, hasta que, finalmente, tuvo lugar la sagrada revelación concerniente a la Divinidad y a Su actividad.

También hoy, en el instante del gran cambio cósmico que ya está en acción, se presenta la absoluta necesidad de la ampliación del saber.

O el espíritu humano se esfuerza en elevar sus conocimientos, o se queda detenido, lo que, para él, es tanto como el comienzo de la descomposición, ya que, por su inactiva sobremaduración, propia del espíritu humano que no sabe emplear debidamente la fuerza luminosa acumulada en él, resultará inservible. De ese modo, lo que puede ayudarle — y le ayudaría — será su perdición, como lo es toda energía mal empleada.

Dios es el Señor: El sólo. Y quien no quiera reconocerle humildemente tal como Él es en realidad, y no como vosotros os Le imagináis, no podrá resurgir en la nueva vida.

Me ha sido dado desplegar entre vosotros el cuadro de la actividad en la creación de que sois parte constitutiva, a fin de que os volváis videntes y podáis gozar conscientemente de las bendiciones contenidas en esa creación para vosotros, y las empleéis en provecho propio, de manera que, en el futuro, os ayuden, activen vuestra ascensión y no tengáis que ser castigados dolorosamente o que, incluso, os condenéis. Dad gracias, pues, al Señor, porque piensa en vosotros con tanto amor y porque me ha permitido explicar, en mi Mensaje, lo que os es útil y, también, lo que os es peligroso.

Yo os he mostrado los caminos que conducen a las alturas luminosas. ¡Seguidlos pues!

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La fuerza secreta de la luz en la mujer 1

  La fuerza secreta de la luz en la mujer Primera parte   La mujer, ha recibido de Dios una Fuerza especial que le confiere tal delica...