51. EL ALMA
MUCHOS
HOMBRES que han acogido muy bien mi Mensaje, no tienen, a pesar de todo,
una idea clara de la expresión: “alma”. Sin embargo, es preciso que ahí también
reine la claridad.
Precisamente, la humanidad
siempre ha hablado demasiado del alma y ha dado forma a una idea vulgar que, en
su superficialidad, se ha convertido en un concepto general que no contiene
nada.
Como un cuadro borroso y
deteriorado por el uso surge ante los hombres cada vez que se pronuncia la
palabra “alma”. Pálida y desprovista de contenido, esa palabra pasa a su lado
silenciosamente. No puede decirle nada al individuo, pues ha sido usada con
demasiada frecuencia.
Pero precisamente porque no puede
expresar nada, se han apropiado de ella, gustosamente, los hombres que quieren hacer brillar su aparente ingenio mediante
la fútil elocuencia empleada en terrenos que no pueden ser accesibles al saber
humano, porque el hombre de hoy se mantiene cerrado a ellos.
Entre esos tales también se
cuentan los seres humanos que
pretenden ocuparse de esas cosas seriamente. Se excluyen de ese conocimiento
por su falsa voluntad de buscar, que no es ninguna búsqueda verdadera, ya que
abordan el trabajo con opiniones preconcebidas y estrechamente limitadas,
tratando de comprimirlo en los conceptos propios del intelecto atado a lo
terrenal, que nunca estará en condiciones de asimilar algo de eso por sí mismo.
Poned ante un
ojo présbita una lupa tallada para la miopía… comprobaréis que ese ojo no podrá
apreciar absolutamente nada con ella. No sucede de otro modo en cuanto a la
actividad que esos buscadores pretenden ejercer partiendo de principios
erróneos. Y si alguna vez hacen un descubrimiento, tendrá una apariencia
nebulosa y deformada. En todo caso, no corresponderá a la realidad de los
hechos.
Y entre esas incógnitas de
nebulosa apariencia, siempre deformadas por carecer de suficientes medios, se
ha contado de continuo la expresión “alma”, pero ha sido presentada como si
estuviera basada en un sólido conocimiento.
Se tuvo esa osadía, porque cada
uno se decía que no habría nadie capaz de refutar semejante afirmación.
Todo eso ha arraigado tan
profundamente, que nadie puede renunciar a ello; pues esa imagen sin
consistencia y vaga se suscita siempre en el término alma.
Sin duda, el hombre piensa que
dando a una imagen un carácter lo más amplio posible no se puede incurrir en
error tan fácilmente como estableciendo límites rigurosos.
Pero esa mayor amplitud es, al
mismo tiempo, algo impreciso, sin claridad, hasta inconsistente y difusa, como
en este caso. No os proporciona nada, porque ella misma no es adecuada.
Por esta razón, voy a expresar
nuevamente, en términos claros, lo que es
el alma realmente, a fin de que, de una vez, veáis más claramente y no
sigáis empleando expresiones sin fundamento cuyo sentido no conocéis en
absoluto.
Que se haya hablado tanto del
alma se debe, también, a que el espíritu del
hombre no ha sido suficientemente activo para mostrar que él también está presente.
Que siempre se haya hablado del
alma solamente, y que al espíritu se le haya considerado preferentemente como
un producto del intelecto atado a lo terrenal, constituye, en realidad, el
testimonio mejor y más expresivo del lamentable estado en que se encuentran
realmente todos los hombres de la época actual.
El alma era considerada lo más
íntimo del ser, y no se llegó más lejos porque el espíritu está realmente
dormido o es demasiado débil y perezoso para poder manifestarse como tal. Por
eso ha venido desempeñando un papel secundario que, al parecer, es el justo… él
que, en realidad, lo es todo y es
también lo único que vive realmente
en el hombre, o, mejor dicho, lo que debía
vivir pero que, desgraciadamente, duerme.
Que el espíritu tenía que
conformarse con un papel secundario, es un hecho que se desprende claramente de
las muchas y conocidas denominaciones de que ha sido objeto. Por “espíritus” se
entiende generalmente, ante todo, fantasmas. Suele decirse que “se aparecen”.
Este es un ejemplo entre muchos.
Dondequiera que el término
“espíritu” es empleado en el lenguaje popular, siempre lleva consigo un algo
que, o bien es acogido con reservas y se procura evitarlo, o bien presenta un
aspecto dudoso, un tanto turbio o, incluso malévolo. En una palabra: se muestra
y surte los mismos efectos que un elemento de orden inferior. A menos que la
expresión “espíritu” no sea relacionada con el intelecto.
En tales casos, cuando esa
expresión es relacionada con el intelecto, se revela, incluso, una cierta
consideración. Así de grave es la
aberración del pretendido saber en esos dominios. Para verlo claramente, no
necesitáis sino interpretar, según los conceptos actuales, las dos expresiones:
Ser espiritual y
ser animado.
Involuntariamente, siguiendo la
antigua costumbre, la expresión “espiritual” os suscitará, más bien, la idea de
una actividad fría y terrenal, la idea de la actividad masculina, el saber
intelectual. En cambio, la expresión “animado” despierta en vosotros un
sentimiento más femenino, más cálido, más elevado, pero, al mismo tiempo, más
vago, menos terrenal, imposible de ser expresado con palabras. En otros
términos: más íntimo, pero indeterminado; es decir, sin límites precisos, más
inmaterial.
¡Haced la prueba!: en vosotros
mismos encontraréis la confirmación.
Esos son los frutos de tan
erróneos puntos de vista mantenidos por los humanos hasta el presente, los
cuales no podían menos de crear falsos conceptos, ya que fueron rotas las
relaciones del espíritu con su patria
espiritual y, por tanto, con los flujos de fuerza de la Luz.
El espíritu tuvo que atrofiarse y caer en el olvido; porque quedó
encerrado tras los muros del cuerpo en la Tierra, con lo que, naturalmente,
también tuvieron que modificarse en consecuencia todas sus opiniones.
El ser humano que pasa toda su
vida en cautividad, pronto es olvidado del pueblo, mientras que quienes no han
convivido con él directamente ignoran absolutamente su existencia.
No sucede de otro modo en cuanto
al espíritu durante el tiempo de su cautividad en la Tierra.
Pero, por mi Mensaje, ya sabéis
que ese espíritu es lo único que da
al hombre su carácter humano, y que el hombre no puede ser tal sino por él.
Asimismo, eso os prueba de que,
bajo el punto de vista de la Luz, ninguna de las criaturas terrenales que, hoy
día, mantienen prisionero al espíritu puede ser considerada como ser humano.
El animal no tiene nada
espiritual; de ahí que tampoco puede llegar a ser hombre jamás. Y el ser humano
que sepulta a su espíritu y no le deja ejercer su actividad — esa actividad que
es, precisamente, lo que hace de él un ser humano — no es, en realidad, un
hombre.
Llegamos, así, a un hecho que todavía no ha sido objeto de
mucha consideración: digo que el espíritu es lo que imprime en el hombre el
sello humano, lo que hace de él un ser humano. En la expresión “hacer de él un ser humano” va implícita
la idea de que el espíritu sólo puede
hacer de la criatura un ser humano por su actividad.
Por tanto, no basta llevar en sí un espíritu para ser hombre, sino que la
criatura se convierte en ser humano únicamente si deja que el espíritu actúe como tal dentro de ella.
¡Tomad esto como base de vuestra
existencia terrenal! ¡Haced de ello el concepto fundamental para la vida futura
en la Tierra! Fuera de la materialidad física, cuando ya no llevéis vuestro
cuerpo terrenal, esa actividad se manifestará espontáneamente.
Y quien deje que su espíritu actúe en él como tal, nunca más volverá
a ser causa de mal, ni tampoco se dejará aprisionar por las Tinieblas.
Se os ha dado conocer a lo que
conduce que el espíritu no pueda entrar en acción dentro del hombre por haber
sido amordazado y apartado de todo flujo de fuerza procedente de la sacratísima
Luz de Dios. También habréis de ver el final.
Y así como, visto desde la Luz,
solamente es considerado ser humano quien
permite a su espíritu actuar en sí como tal, así también debe ser en la
Tierra. ¡Esa es la base fundamental de la
ascensión y de la paz!
Pues quien permite al espíritu
entrar en acción dentro de sí, no puede seguir otro camino que el de la
Luz, lo que le ennoblece y eleva constantemente, de suerte que, al final,
prodigue bendiciones a su alrededor adondequiera que vaya.
Pero voy a deciros otra vez qué
es el alma, a fin de que prescindáis de todos los antiguos puntos de vista y
encontréis ahí, para el futuro, un sólido apoyo.
Lo mejor será deciros
primeramente que, en la Tierra, el espíritu
hace del ser humano un hombre a
la vista de las criaturas físicas.
Pero, con el mismo derecho,
también podemos afirmar que el espíritu
es el ser humano propiamente
dicho, que, revestido de distintas envolturas, ha de pasar evolutivamente de su
estado de germen al estado de completa madurez, porque lleva en sí un anhelo
que le impulsa a ello constantemente.
El punto extremo de su evolución,
el más alejado de la Luz, el punto
donde el espíritu, bajo la presión de la envoltura más pesada y más densa, ha
de desplegar su propia voluntad hasta su mayor intensidad, pudiendo y debiendo,
así, enardecerse de modo que pueda volver a ascender hasta parajes más cercanos
a la Luz, es, en Éfeso, la materialidad física de esta Tierra.
Según eso, la estancia en la
Tierra constituye el punto de inversión de
todas las peregrinaciones. Es, pues, de extraordinaria importancia.
Pero es en la Tierra,
precisamente, donde, a causa de la errónea voluntad humana influenciada
solapadamente por las Tinieblas, el espíritu ha sido encadenado y oprimido por
los propios hombres, de suerte que se le ha condenado de antemano a la inacción
en ese lugar donde debía alcanzar su máximo ardor mediante la actividad más
intensa y agitada, lo cual trajo consigo el fracaso de la humanidad.
De ahí también que, en ese punto
de inversión tan importante para el espíritu humano, la actividad de las
Tinieblas sea la más intensa, y que aquí se
haya entablado la lucha cuyo final habrá de ocasionar la derrota y el
aniquilamiento total de las Tinieblas — si es que la humanidad debe ser ayudada
otra vez para que no se pierda definitivamente.
Así pues, la actividad de las
Tinieblas siempre ha estado en su apogeo en la Tierra, porque ella constituye
el punto de inversión de la peregrinación del espíritu humano y, en segundo
lugar, porque es donde las Tinieblas encuentran la mejor oportunidad para
intervenir, ya que, aquí, el hombre se encuentra en el punto más alejado del
origen de la Fuerza de la Luz dispensadora de ayuda y, por eso, puede ser más
accesible a otras influencias.
Sin embargo, eso no supone
disculpa ninguna para el decaído espíritu humano; pues éste no necesita más que
poner su voluntad en una sincera
oración, para establecer inmediatamente una pura ligazón con la Fuerza de la
Luz. Además, su cuerpo físico también le proporciona, por razón de su densidad,
especial protección contra influencias de orden diferente a las que él mismo
busca con sus deseos.
Pero todo esto ya os es conocido
por mi Mensaje si habéis querido encontrarlo.
Imaginaos, pues, al espíritu como el género humano
propiamente dicho, como un núcleo rodeado de numerosas envolturas con el fin de
evolucionar y desplegar su propia fuerza, esa fuerza que, por mediación del
cuerpo físico, debe de intensificarse hasta el límite de sus posibilidades para
poder alcanzar su victoriosa plenitud.
Ahora bien, esas pruebas de
resistencia, cada vez más duras, son, al mismo tiempo, por razón del efecto
recíproco, las distintas fases promotoras de la evolución, siendo la Tierra el
último plano de inversión de la misma.
Digamos, pues, tranquilamente que
el espíritu es el ser humano propiamente
dicho. Todo lo demás no es más que un compendio de envolturas, una carga
que sirve para fortalecerle y obligarle a ejercer una acción más intensa cada
vez, que aumenta su ardor continuamente.
Ese enardecimiento así infundido
en el espíritu no se apaga al despojarse éste de sus envolturas, sino que le
empuja hacia lo alto y le conduce hasta el reino espiritual.
Pues precisamente esa obligación
de mantenerse activo bajo el peso de sus envolturas le proporcionará, por último,
una fortaleza tal, que le permitirá soportar la mayor presión del reino del
espíritu sin perder la consciencia, cosa imposible cuando era germen
espiritual.
Tal es el curso de la evolución
que se verifica en el espíritu y por el espíritu. Las envolturas no deben ser
consideradas más que como medios para alcanzar el fin.
Por eso no cambia nada cuando el
hombre terrenal se despoja del cuerpo físico. Sigue siendo el mismo ser humano,
sólo que sin envoltura física, a la que también permanece adherida la llamada
corteza astral, que fue necesaria para la formación del cuerpo físico y procede
de la materialidad física media.
Tan pronto como se ha desprendido
el pesado cuerpo físico junto con el cuerpo astral, el espíritu queda revestido
solamente de delicadas envolturas. En ese
estado es cuando se llama al espíritu “alma”;
para diferenciarlo del hombre terrenal de carne y hueso.
Al ir ascendiendo, el ser humano
va despojándose, poco a poco, de todas las envolturas, hasta que, por último,
sólo conserva el cuerpo espiritual con envoltura espiritual, y así, convertido
en espíritu desprovisto de toda envoltura de distinta especie, entra en el
reino del espíritu.
Eso constituye un proceso
completamente natural, ya que no puede retenerle ninguna envoltura extraña y,
por tanto, ha de ser llevado hacia lo
alto por la naturaleza de su propia constitución, como lo exigen las mismas
leyes.
Tal es, pues, la diferencia que tan frecuentes dificultades suele
poner a vuestra voluntad de comprender, dado que no estaba claro para vosotros
y, por consiguiente, la idea tenía que ser vaga.
En realidad, el espíritu es lo único a considerar
tratándose de seres humanos. Todas las restantes denominaciones se refieren
solamente a las envolturas que él lleva.
El espíritu es el todo, es lo esencial: el hombre mismo. Si lleva un
cuerpo físico, además de otras envolturas, entonces se le llama hombre
terrenal. Si se despoja de la envoltura terrenal, los hombres de la Tierra le
consideran como alma. Y si también se desprende de las delicadas envolturas, se
revela únicamente como el espíritu que siempre ha sido por razón de su
naturaleza.
Por consiguiente, las distintas
designaciones se refieren simplemente a la naturaleza de las envolturas, las
cuales no podrían ser nada sin el espíritu que las encandece.
En los animales es distinto; pues
llevan en sí, como alma, un elemento
sustancial de una especie que los humanos no
poseen.
Tal vez hayan surgido tantos
errores por el hecho de que los
hombres piensen que los animales también tienen
un alma que les hace actuar. Según eso, sería preciso que en el hombre, que
posee, además, espíritu, éste y el alma constituyeran dos elementos separados,
e incluso, tal vez, que pudieran actuar separadamente.
Pero eso es erróneo, ya que el ser humano no lleva en sí nada propio de la
naturaleza del alma animal. En los hombres, el espíritu encandece a todas las
envolturas por sí solo y aun cuando esté atado y encarcelado. Al ser encadenado
el espíritu por el intelecto, el calor vivificador del espíritu es conducido
por falsos caminos que el espíritu no deformado jamás escogería si se le dejara
libertad de acción.
Pero sobre todas las deformaciones y faltas de los humanos, informa
claramente el Mensaje; más que nada,
en cuanto a cómo ha de pensar y obrar
el ser humano si quiere alcanzar las alturas luminosas.
Hoy, se trata solamente de
aclarar de una vez el término “alma”, a fin de poner término a la errónea forma
de pensar sobre ese particular.
Será lo mejor para vosotros,
hombres, que dé un paso más hacia adelante y os diga que únicamente el animal tiene un alma
que le conduce. El hombre, en cambio, tiene espíritu.
De esta forma, la diferencia
queda establecida con toda exactitud
y del mejor modo.
El hecho de que, hasta el
presente, yo haya empleado el término “alma”, se ha debido a que, por llevarlo
tan arraigado y tan inculcado en vosotros, no podríais desprenderos de él tan
fácilmente.
Pero veo que, si no separo
tajantemente ambos conceptos, muchos errores quedarán en pie. Por eso, grabad
en vosotros esta noción fundamental:
¡El animal tiene alma, pero el hombre tiene espíritu!
Eso es lo correcto, aun cuando
ahora os parezca extraño, ya que tanto habéis loado al alma. Pero creedme: sólo
la sujeción a la conocida expresión es lo que suscita en vosotros esa
exaltación.sentimental consecuencia de los ditirambos con que siempre habéis
tratado de adornar a la palabra “alma”.
¡Entonad, ahora, cantos en loor
del espíritu! Entonces, esa expresión
pronto se alzará ante vosotros en todo su esplendor, con una claridad y pureza
como nunca se os ha presentado el término “alma”.
Si os acostumbráis a hacerlo,
habréis dado un paso más hacia adelante en el conocimiento que conduce a la
Verdad.
Pero sólo como base de vuestros pensamientos debéis
llevar en vosotros esa diferencia que se os ha dado a conocer. Por lo demás,
podéis seguir empleando la expresión “alma” aun tratándose de seres humanos, ya
que, si no, os resultará muy difícil mantener exactamente separados los
indispensables grados de evolución.
El alma es el espíritu ya
desprovisto de materialidad física, con envolturas
etéreas y sustanciales.
Para vuestro concepto, el
espíritu debe de seguir siendo considerado como alma hasta que quede despojado
de su última envoltura y sea capaz de entrar en el reino espiritual en calidad
de espíritu puro.
Una vez que ese concepto se haya
implantado, así, en vosotros, podréis
seguir empleando y conservando la expresión “alma” incluso al referiros a los
seres humanos.
Lo mejor es que os imaginéis el
proceso evolutivo del germen espiritual según tres fases distintas:
Hombre terrenal — alma humana —
espíritu humano.
Mientras tengáis un concepto
exacto de ello, esa denominación es válida, pero no sería aconsejable en otro
caso, porque, en realidad, sólo el animal posee un “alma” en el verdadero sentido de la palabra; un alma
que constituye un elemento aparte. El hombre, en cambio, no tiene — fuera del
espíritu — un alma independiente.
Sin embargo, cuando se trata del
hombre, no está bien decir, en lugar de alma, espíritu con envolturas, ni
tampoco espíritu envuelto, o, más tarde, espíritu sin envolturas, espíritu al
descubierto. En sí considerado, eso sería correcto, pero es demasiado
complicado para la formación de un concepto.
Por consiguiente, vamos a seguir
conservando la antigua expresión, tal como hizo Jesús al hablar del alma. Sin
embargo, ahora comprenderéis mucho mejor su indicación de que es menester
salvar el alma. En efecto, salvar el alma no significa otra cosa sino despojar
al espíritu de las envolturas aún existentes que le retienen, a fin de que,
liberado de ese peso, pueda seguir ascendiendo libremente.
Pero a los hombres de aquel
tiempo no podía hablarles de ese modo, sino que, adaptándose a su capacidad de
comprensión, tuvo que emplear una sencilla forma de expresión, hablándoles en
los términos habituales.
Vosotros también podéis seguir
empleando esos términos actualmente, siempre que conozcáis exactamente el
verdadero estado de cosas.
Grabadlo bien en vosotros:
¡El animal tiene alma, pero el hombre tiene espíritu!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario