sábado, 14 de enero de 2023

51. EL ALMA

 

51. EL ALMA

MUCHOS HOMBRES que han acogido muy bien mi Mensaje, no tienen, a pesar de todo, una idea clara de la expresión: “alma”. Sin embargo, es preciso que ahí también reine la claridad.

Precisamente, la humanidad siempre ha hablado demasiado del alma y ha dado forma a una idea vulgar que, en su superficialidad, se ha convertido en un concepto general que no contiene nada.

Como un cuadro borroso y deteriorado por el uso surge ante los hombres cada vez que se pronuncia la palabra “alma”. Pálida y desprovista de contenido, esa palabra pasa a su lado silenciosamente. No puede decirle nada al individuo, pues ha sido usada con demasiada frecuencia.

Pero precisamente porque no puede expresar nada, se han apropiado de ella, gustosamente, los hombres que quieren hacer brillar su aparente ingenio mediante la fútil elocuencia empleada en terrenos que no pueden ser accesibles al saber humano, porque el hombre de hoy se mantiene cerrado a ellos.

Entre esos tales también se cuentan los seres humanos que pretenden ocuparse de esas cosas seriamente. Se excluyen de ese conocimiento por su falsa voluntad de buscar, que no es ninguna búsqueda verdadera, ya que abordan el trabajo con opiniones preconcebidas y estrechamente limitadas, tratando de comprimirlo en los conceptos propios del intelecto atado a lo terrenal, que nunca estará en condiciones de asimilar algo de eso por sí mismo.

Poned ante un ojo présbita una lupa tallada para la miopía… comprobaréis que ese ojo no podrá apreciar absolutamente nada con ella. No sucede de otro modo en cuanto a la actividad que esos buscadores pretenden ejercer partiendo de principios erróneos. Y si alguna vez hacen un descubrimiento, tendrá una apariencia nebulosa y deformada. En todo caso, no corresponderá a la realidad de los hechos.

Y entre esas incógnitas de nebulosa apariencia, siempre deformadas por carecer de suficientes medios, se ha contado de continuo la expresión “alma”, pero ha sido presentada como si estuviera basada en un sólido conocimiento.

Se tuvo esa osadía, porque cada uno se decía que no habría nadie capaz de refutar semejante afirmación.

Todo eso ha arraigado tan profundamente, que nadie puede renunciar a ello; pues esa imagen sin consistencia y vaga se suscita siempre en el término alma.

Sin duda, el hombre piensa que dando a una imagen un carácter lo más amplio posible no se puede incurrir en error tan fácilmente como estableciendo límites rigurosos.

Pero esa mayor amplitud es, al mismo tiempo, algo impreciso, sin claridad, hasta inconsistente y difusa, como en este caso. No os proporciona nada, porque ella misma no es adecuada.

Por esta razón, voy a expresar nuevamente, en términos claros, lo que es el alma realmente, a fin de que, de una vez, veáis más claramente y no sigáis empleando expresiones sin fundamento cuyo sentido no conocéis en absoluto.

Que se haya hablado tanto del alma se debe, también, a que el espíritu del hombre no ha sido suficientemente activo para mostrar que él también está presente.

Que siempre se haya hablado del alma solamente, y que al espíritu se le haya considerado preferentemente como un producto del intelecto atado a lo terrenal, constituye, en realidad, el testimonio mejor y más expresivo del lamentable estado en que se encuentran realmente todos los hombres de la época actual.

El alma era considerada lo más íntimo del ser, y no se llegó más lejos porque el espíritu está realmente dormido o es demasiado débil y perezoso para poder manifestarse como tal. Por eso ha venido desempeñando un papel secundario que, al parecer, es el justo… él que, en realidad, lo es todo y es también lo único que vive realmente en el hombre, o, mejor dicho, lo que debía vivir pero que, desgraciadamente, duerme.

Que el espíritu tenía que conformarse con un papel secundario, es un hecho que se desprende claramente de las muchas y conocidas denominaciones de que ha sido objeto. Por “espíritus” se entiende generalmente, ante todo, fantasmas. Suele decirse que “se aparecen”. Este es un ejemplo entre muchos.

Dondequiera que el término “espíritu” es empleado en el lenguaje popular, siempre lleva consigo un algo que, o bien es acogido con reservas y se procura evitarlo, o bien presenta un aspecto dudoso, un tanto turbio o, incluso malévolo. En una palabra: se muestra y surte los mismos efectos que un elemento de orden inferior. A menos que la expresión “espíritu” no sea relacionada con el intelecto.

En tales casos, cuando esa expresión es relacionada con el intelecto, se revela, incluso, una cierta consideración. Así de grave es la aberración del pretendido saber en esos dominios. Para verlo claramente, no necesitáis sino interpretar, según los conceptos actuales, las dos expresiones:

Ser espiritual y ser animado.

Involuntariamente, siguiendo la antigua costumbre, la expresión “espiritual” os suscitará, más bien, la idea de una actividad fría y terrenal, la idea de la actividad masculina, el saber intelectual. En cambio, la expresión “animado” despierta en vosotros un sentimiento más femenino, más cálido, más elevado, pero, al mismo tiempo, más vago, menos terrenal, imposible de ser expresado con palabras. En otros términos: más íntimo, pero indeterminado; es decir, sin límites precisos, más inmaterial.

¡Haced la prueba!: en vosotros mismos encontraréis la confirmación.

Esos son los frutos de tan erróneos puntos de vista mantenidos por los humanos hasta el presente, los cuales no podían menos de crear falsos conceptos, ya que fueron rotas las relaciones del espíritu con su patria espiritual y, por tanto, con los flujos de fuerza de la Luz.

El espíritu tuvo que atrofiarse y caer en el olvido; porque quedó encerrado tras los muros del cuerpo en la Tierra, con lo que, naturalmente, también tuvieron que modificarse en consecuencia todas sus opiniones.

El ser humano que pasa toda su vida en cautividad, pronto es olvidado del pueblo, mientras que quienes no han convivido con él directamente ignoran absolutamente su existencia.

No sucede de otro modo en cuanto al espíritu durante el tiempo de su cautividad en la Tierra.

Pero, por mi Mensaje, ya sabéis que ese espíritu es lo único que da al hombre su carácter humano, y que el hombre no puede ser tal sino por él.

Asimismo, eso os prueba de que, bajo el punto de vista de la Luz, ninguna de las criaturas terrenales que, hoy día, mantienen prisionero al espíritu puede ser considerada como ser humano.

El animal no tiene nada espiritual; de ahí que tampoco puede llegar a ser hombre jamás. Y el ser humano que sepulta a su espíritu y no le deja ejercer su actividad — esa actividad que es, precisamente, lo que hace de él un ser humano — no es, en realidad, un hombre.

Llegamos, así, a un hecho que todavía no ha sido objeto de mucha consideración: digo que el espíritu es lo que imprime en el hombre el sello humano, lo que hace de él un ser humano. En la expresión “hacer de él un ser humano” va implícita la idea de que el espíritu sólo puede hacer de la criatura un ser humano por su actividad. Por tanto, no basta llevar en sí un espíritu para ser hombre, sino que la criatura se convierte en ser humano únicamente si deja que el espíritu actúe como tal dentro de ella.

¡Tomad esto como base de vuestra existencia terrenal! ¡Haced de ello el concepto fundamental para la vida futura en la Tierra! Fuera de la materialidad física, cuando ya no llevéis vuestro cuerpo terrenal, esa actividad se manifestará espontáneamente.

Y quien deje que su espíritu actúe en él como tal, nunca más volverá a ser causa de mal, ni tampoco se dejará aprisionar por las Tinieblas.

Se os ha dado conocer a lo que conduce que el espíritu no pueda entrar en acción dentro del hombre por haber sido amordazado y apartado de todo flujo de fuerza procedente de la sacratísima Luz de Dios. También habréis de ver el final.

Y así como, visto desde la Luz, solamente es considerado ser humano quien permite a su espíritu actuar en sí como tal, así también debe ser en la Tierra. ¡Esa es la base fundamental de la ascensión y de la paz!

Pues quien permite al espíritu entrar en acción dentro de sí, no puede seguir otro camino que el de la Luz, lo que le ennoblece y eleva constantemente, de suerte que, al final, prodigue bendiciones a su alrededor adondequiera que vaya.

Pero voy a deciros otra vez qué es el alma, a fin de que prescindáis de todos los antiguos puntos de vista y encontréis ahí, para el futuro, un sólido apoyo.

Lo mejor será deciros primeramente que, en la Tierra, el espíritu hace del ser humano un hombre a la vista de las criaturas físicas.

Pero, con el mismo derecho, también podemos afirmar que el espíritu es el ser humano propiamente dicho, que, revestido de distintas envolturas, ha de pasar evolutivamente de su estado de germen al estado de completa madurez, porque lleva en sí un anhelo que le impulsa a ello constantemente.

El punto extremo de su evolución, el más alejado de la Luz, el punto donde el espíritu, bajo la presión de la envoltura más pesada y más densa, ha de desplegar su propia voluntad hasta su mayor intensidad, pudiendo y debiendo, así, enardecerse de modo que pueda volver a ascender hasta parajes más cercanos a la Luz, es, en Éfeso, la materialidad física de esta Tierra.

Según eso, la estancia en la Tierra constituye el punto de inversión de todas las peregrinaciones. Es, pues, de extraordinaria importancia.

Pero es en la Tierra, precisamente, donde, a causa de la errónea voluntad humana influenciada solapadamente por las Tinieblas, el espíritu ha sido encadenado y oprimido por los propios hombres, de suerte que se le ha condenado de antemano a la inacción en ese lugar donde debía alcanzar su máximo ardor mediante la actividad más intensa y agitada, lo cual trajo consigo el fracaso de la humanidad.

De ahí también que, en ese punto de inversión tan importante para el espíritu humano, la actividad de las Tinieblas sea la más intensa, y que aquí se haya entablado la lucha cuyo final habrá de ocasionar la derrota y el aniquilamiento total de las Tinieblas — si es que la humanidad debe ser ayudada otra vez para que no se pierda definitivamente.

Así pues, la actividad de las Tinieblas siempre ha estado en su apogeo en la Tierra, porque ella constituye el punto de inversión de la peregrinación del espíritu humano y, en segundo lugar, porque es donde las Tinieblas encuentran la mejor oportunidad para intervenir, ya que, aquí, el hombre se encuentra en el punto más alejado del origen de la Fuerza de la Luz dispensadora de ayuda y, por eso, puede ser más accesible a otras influencias.

Sin embargo, eso no supone disculpa ninguna para el decaído espíritu humano; pues éste no necesita más que poner su voluntad en una sincera oración, para establecer inmediatamente una pura ligazón con la Fuerza de la Luz. Además, su cuerpo físico también le proporciona, por razón de su densidad, especial protección contra influencias de orden diferente a las que él mismo busca con sus deseos.

Pero todo esto ya os es conocido por mi Mensaje si habéis querido encontrarlo.

Imaginaos, pues, al espíritu como el género humano propiamente dicho, como un núcleo rodeado de numerosas envolturas con el fin de evolucionar y desplegar su propia fuerza, esa fuerza que, por mediación del cuerpo físico, debe de intensificarse hasta el límite de sus posibilidades para poder alcanzar su victoriosa plenitud.

Ahora bien, esas pruebas de resistencia, cada vez más duras, son, al mismo tiempo, por razón del efecto recíproco, las distintas fases promotoras de la evolución, siendo la Tierra el último plano de inversión de la misma.

Digamos, pues, tranquilamente que el espíritu es el ser humano propiamente dicho. Todo lo demás no es más que un compendio de envolturas, una carga que sirve para fortalecerle y obligarle a ejercer una acción más intensa cada vez, que aumenta su ardor continuamente.

Ese enardecimiento así infundido en el espíritu no se apaga al despojarse éste de sus envolturas, sino que le empuja hacia lo alto y le conduce hasta el reino espiritual.

Pues precisamente esa obligación de mantenerse activo bajo el peso de sus envolturas le proporcionará, por último, una fortaleza tal, que le permitirá soportar la mayor presión del reino del espíritu sin perder la consciencia, cosa imposible cuando era germen espiritual.

Tal es el curso de la evolución que se verifica en el espíritu y por el espíritu. Las envolturas no deben ser consideradas más que como medios para alcanzar el fin.

Por eso no cambia nada cuando el hombre terrenal se despoja del cuerpo físico. Sigue siendo el mismo ser humano, sólo que sin envoltura física, a la que también permanece adherida la llamada corteza astral, que fue necesaria para la formación del cuerpo físico y procede de la materialidad física media.

Tan pronto como se ha desprendido el pesado cuerpo físico junto con el cuerpo astral, el espíritu queda revestido solamente de delicadas envolturas. En ese estado es cuando se llama al espíritu “alma”; para diferenciarlo del hombre terrenal de carne y hueso.

Al ir ascendiendo, el ser humano va despojándose, poco a poco, de todas las envolturas, hasta que, por último, sólo conserva el cuerpo espiritual con envoltura espiritual, y así, convertido en espíritu desprovisto de toda envoltura de distinta especie, entra en el reino del espíritu.

Eso constituye un proceso completamente natural, ya que no puede retenerle ninguna envoltura extraña y, por tanto, ha de ser llevado hacia lo alto por la naturaleza de su propia constitución, como lo exigen las mismas leyes.

Tal es, pues, la diferencia que tan frecuentes dificultades suele poner a vuestra voluntad de comprender, dado que no estaba claro para vosotros y, por consiguiente, la idea tenía que ser vaga.

En realidad, el espíritu es lo único a considerar tratándose de seres humanos. Todas las restantes denominaciones se refieren solamente a las envolturas que él lleva.

El espíritu es el todo, es lo esencial: el hombre mismo. Si lleva un cuerpo físico, además de otras envolturas, entonces se le llama hombre terrenal. Si se despoja de la envoltura terrenal, los hombres de la Tierra le consideran como alma. Y si también se desprende de las delicadas envolturas, se revela únicamente como el espíritu que siempre ha sido por razón de su naturaleza.

Por consiguiente, las distintas designaciones se refieren simplemente a la naturaleza de las envolturas, las cuales no podrían ser nada sin el espíritu que las encandece.

En los animales es distinto; pues llevan en sí, como alma, un elemento sustancial de una especie que los humanos no poseen.

Tal vez hayan surgido tantos errores por el hecho de que los hombres piensen que los animales también tienen un alma que les hace actuar. Según eso, sería preciso que en el hombre, que posee, además, espíritu, éste y el alma constituyeran dos elementos separados, e incluso, tal vez, que pudieran actuar separadamente.

Pero eso es erróneo, ya que el ser humano no lleva en sí nada propio de la naturaleza del alma animal. En los hombres, el espíritu encandece a todas las envolturas por sí solo y aun cuando esté atado y encarcelado. Al ser encadenado el espíritu por el intelecto, el calor vivificador del espíritu es conducido por falsos caminos que el espíritu no deformado jamás escogería si se le dejara libertad de acción.

Pero sobre todas las deformaciones y faltas de los humanos, informa claramente el Mensaje; más que nada, en cuanto a cómo ha de pensar y obrar el ser humano si quiere alcanzar las alturas luminosas.

Hoy, se trata solamente de aclarar de una vez el término “alma”, a fin de poner término a la errónea forma de pensar sobre ese particular.

Será lo mejor para vosotros, hombres, que dé un paso más hacia adelante y os diga que únicamente el animal tiene un alma que le conduce. El hombre, en cambio, tiene espíritu.

De esta forma, la diferencia queda establecida con toda exactitud y del mejor modo.

El hecho de que, hasta el presente, yo haya empleado el término “alma”, se ha debido a que, por llevarlo tan arraigado y tan inculcado en vosotros, no podríais desprenderos de él tan fácilmente.

Pero veo que, si no separo tajantemente ambos conceptos, muchos errores quedarán en pie. Por eso, grabad en vosotros esta noción fundamental:

¡El animal tiene alma, pero el hombre tiene espíritu!

Eso es lo correcto, aun cuando ahora os parezca extraño, ya que tanto habéis loado al alma. Pero creedme: sólo la sujeción a la conocida expresión es lo que suscita en vosotros esa exaltación.sentimental consecuencia de los ditirambos con que siempre habéis tratado de adornar a la palabra “alma”.

¡Entonad, ahora, cantos en loor del espíritu! Entonces, esa expresión pronto se alzará ante vosotros en todo su esplendor, con una claridad y pureza como nunca se os ha presentado el término “alma”.

Si os acostumbráis a hacerlo, habréis dado un paso más hacia adelante en el conocimiento que conduce a la Verdad.

Pero sólo como base de vuestros pensamientos debéis llevar en vosotros esa diferencia que se os ha dado a conocer. Por lo demás, podéis seguir empleando la expresión “alma” aun tratándose de seres humanos, ya que, si no, os resultará muy difícil mantener exactamente separados los indispensables grados de evolución.

El alma es el espíritu ya desprovisto de materialidad física, con envolturas etéreas y sustanciales.

Para vuestro concepto, el espíritu debe de seguir siendo considerado como alma hasta que quede despojado de su última envoltura y sea capaz de entrar en el reino espiritual en calidad de espíritu puro.

Una vez que ese concepto se haya implantado, así, en vosotros, podréis seguir empleando y conservando la expresión “alma” incluso al referiros a los seres humanos.

Lo mejor es que os imaginéis el proceso evolutivo del germen espiritual según tres fases distintas:

Hombre terrenal — alma humana — espíritu humano.

Mientras tengáis un concepto exacto de ello, esa denominación es válida, pero no sería aconsejable en otro caso, porque, en realidad, sólo el animal posee un “alma” en el verdadero sentido de la palabra; un alma que constituye un elemento aparte. El hombre, en cambio, no tiene — fuera del espíritu — un alma independiente.

Sin embargo, cuando se trata del hombre, no está bien decir, en lugar de alma, espíritu con envolturas, ni tampoco espíritu envuelto, o, más tarde, espíritu sin envolturas, espíritu al descubierto. En sí considerado, eso sería correcto, pero es demasiado complicado para la formación de un concepto.

Por consiguiente, vamos a seguir conservando la antigua expresión, tal como hizo Jesús al hablar del alma. Sin embargo, ahora comprenderéis mucho mejor su indicación de que es menester salvar el alma. En efecto, salvar el alma no significa otra cosa sino despojar al espíritu de las envolturas aún existentes que le retienen, a fin de que, liberado de ese peso, pueda seguir ascendiendo libremente.

Pero a los hombres de aquel tiempo no podía hablarles de ese modo, sino que, adaptándose a su capacidad de comprensión, tuvo que emplear una sencilla forma de expresión, hablándoles en los términos habituales.

Vosotros también podéis seguir empleando esos términos actualmente, siempre que conozcáis exactamente el verdadero estado de cosas.

Grabadlo bien en vosotros:

¡El animal tiene alma, pero el hombre tiene espíritu!

* * *



EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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