52. LA NATURALEZA
COMO
EN EL CASO del término “alma”, también el término “naturaleza” ha dado
forma, entre los seres humanos, a un vago concepto general.
Con demasiada frecuencia también, esa palabra ha sido
empleada como un concepto colectivo para todo lo que se quería resolver de
manera cómoda, sin tener que romperse la cabeza. Pero, sobre todo, para lo que
ya sabía el hombre, de antemano, que nunca podría solucionar claramente.
Cuán a menudo es usada la palabra “natural” sin pensar
absolutamente en nada determinado. El hombre habla de “contacto con la
naturaleza”, de hermosa naturaleza, de naturaleza agitada, de instinto natural,
y así sucesivamente según una cadena interminable de denominaciones con las que
se pretende designar, a grandes rasgos, algo relacionado con la naturaleza en
mayor o menor grado.
Pero ¿qué es la
naturaleza? Sería necesario comprender, primero,
claramente[UdW1] esta expresión fundamental, antes de
emplearla en todos los casos posibles.
Si hacéis esa pregunta, sin duda que se os dará toda suerte
de explicaciones con mayor o menor precisión de datos; pero eso os hará ver
claramente que son múltiples las ideas que los hombres se han forjado sobre ese
particular, ideas en las que se echa de menos una homogeneidad de
conocimientos.
Es por eso que también vamos a trazar un camino conducente
a establecer, con carácter permanente, la idea que debe de suscitar el término
“naturaleza”.
Lo mejor será que, en nuestra facultad de comprensión,
establezcamos subdivisiones dentro de
ese concepto, para, de ese modo, poder llegar a comprender el conjunto más
fácilmente.
Consideremos, pues, en primer lugar, la forma elemental de la “naturaleza”, su
aspecto externo. Excepcionalmente, y por razones de simplificación, voy a
partir del pensamiento humano para, después, invertir el sentido y volver a
presentar, ante vuestros ojos, el proceso tal como se desarrolla normalmente,
es decir, de arriba a abajo.
Considerada en el sentido más elemental — esto es, vista
con vuestros ojos físicos, la naturaleza es la materia penetrada de calor y,
por tanto, vivificada y formada. Imaginaos la materia como las distintas capas
de la materialidad.
Forman parte de ella, en primer lugar, las imágenes que
vuestros ojos físicos pueden apreciar, tales como paisajes y demás formas fijas
y móviles de plantas y animales. Expresado en términos más amplios: todo lo que
podéis percibir con vuestro cuerpo terrenal, con vuestros sentidos físicos.
Pero hay que exceptuar de ahí todo lo que los hombres han formado artificialmente mediante la
modificación de lo ya existente, como son las casas y todas las obras en sus
diferentes tipos. Todo eso deja de pertenecer a la naturaleza.
Nos encontramos así, sin más, ante una diferencia
fundamental: lo que el hombre modifica
— esto es, lo que él no conserva en su constitución básica, deja de pertenecer
a la naturaleza en el sentido más genuino
de la palabra.
Pero dado que también he dicho que, en su aspecto externo,
la naturaleza es la materialidad física penetrada de calor y, por tanto,
vivificada y formada; y como, por mi Mensaje, ya sabéis que fuerzas sustanciales encandecen las distintas
materialidades, os resultará fácil deducir por vosotros mismos, que no puede
ser llamado naturaleza más que
aquello que está en íntima relación con las fuerzas
sustanciales.
Me refiero aquí a las
fuerzas sustanciales que forman un círculo alrededor de las materialidades.
Se trata de una especie muy particular, de la que hemos de
hablar próximamente, puesto que, por ser un género especial de la creación,
conviene separarla del gran concepto general de sustancialidad, la cual
constituye el elemento básico de todas
las esferas y se extiende hasta arriba del todo: hasta los límites donde
empieza la insustancialidad de Dios.
Con el tiempo, he de ir desmembrando cuantos conceptos
sobre la sustancialidad he podido daros hasta ahora, con el fin de completar el
cuadro que vosotros seréis capaces de asimilar con la progresiva maduración de
vuestro espíritu.
Por consiguiente, naturaleza es todo lo de la materialidad
que, penetrado de calor por las fuerzas sustanciales — que habré de describir
más tarde — ha podido formarse y fusionarse, sin que el espíritu humano haya
modificado su carácter fundamental.
No modificar el carácter
fundamental dado por la sustancialidad, es la condición requerida para dar
expresión exacta a lo que es
naturaleza.
Así pues, la expresión “naturaleza” está inseparablemente
relacionada con la sustancialidad que
penetra a la materialidad. De ahí podéis deducir lógicamente, que la naturaleza
no está supeditada a la materialidad, sino solamente a la sustancialidad, y que lo natural y, en general la naturaleza son
efectos no deformados de la actividad sustancial.
De este modo, vamos acercándonos a la Verdad poco a poco;
ya que podemos seguir deduciendo que naturaleza y espíritu no pueden ser
concebidos más que como elementos separados. La naturaleza cae dentro del campo
de acción de una especie sustancial muy determinada, y el espíritu, como bien
sabéis, es completamente distinto.
Cierto que, por efecto de las encarnaciones, el espíritu
suele ser puesto frecuentemente en el seno de la naturaleza, pero no es la naturaleza, ni una parte de ella,
lo mismo que la naturaleza tampoco es una parte del espíritu humano.
Ya sé que no os resultará fácil reconocer claramente, por
estas pocas palabras, de qué se trata aquí. Pero si profundizáis en ello como
es debido, podréis comprenderlo; al
fin y al cabo, vuestro espíritu debe, ante
todo, mantenerse activo mediante el
esfuerzo por llegar al fondo de las palabras que he podido daros.
Precisamente, el esfuerzo
exigido os da la movilidad que protege a vuestro espíritu del sueño y de la
muerte, y le impulsa hacia arriba, fuera de las garras de las solapadas
Tinieblas.
Aun cuando, alevosa y malévolamente, se me suele reprochar
que, con mis palabras alusivas al peligro inminente de caer en el sueño y en la
muerte, oprimo y amenazo angustiosamente a los hombres con el único fin de aumentar
mi influencia, no por eso dejaré jamás de mostraros en imágenes los peligros
que amenazan a vuestro espíritu, para que, de ese modo, los conozcáis y no
sucumbáis a ardides y seducciones; pues yo
sirvo a Dios, no a los hombres. Por eso doy lo que es útil a los seres humanos y no solamente lo que les place en la
Tierra y les mata espiritualmente.
Precisamente, el hecho de que se ataque malévolamente a mis
palabras, prestando, así, un servicio a las Tinieblas, ya obligadas a una
defensiva desesperada — ese hecho, digo,
no hace más que dar testimonio de
que, en verdad, yo sirvo a Dios, y no
trato de complacer a los hombres con mis palabras para que se hagan adeptos de
ellas.
Es preciso que
los hombres sean arrancados de esa comodidad espiritual que ellos mismos han
elegido y que no sirve sino para adormecerles en lugar de fortalecerles y
vivificarles, como ya lo dejó dicho Jesús en aquel entonces, al pronunciar la
advertencia de que nadie entrará en el reino de Dios si no nace de nuevo, y al
hacer alusión, repetidas veces, a que todo
tiene que hacerse nuevo para
poder subsistir ante Dios.
Y los mismos seres humanos pronuncian esas palabras tan
significativas, con un énfasis propio de la más sincera convicción de la Verdad
contenida en ellas. Mas tan pronto como se les exige que ellos mismos se hagan
nuevos de espíritu antes de nada, prorrumpen
en un lamento tras otro, pues nunca han pensado en que eso también les
concierne a ellos.
Ahora, sienten que su comodidad está en peligro, después de
haber creído ciertamente que serían acogidos en el cielo con cánticos de
júbilo, sin que ellos no tuvieran que hacer otra cosa que disfrutar de todos
los goces.
Y así, tratan de dominar con sus gritos la voz del
importuno que les amonesta, convencidos de que volverán a conseguir lo que ya
consiguieron otra vez en tiempos de Jesús, al cual le estigmatizaron y le
asesinaron moralmente ante los hombres, tachándole de criminal, insurrecto y
blasfemo, para, después, lograr, incluso, que fuera juzgado y condenado a
muerte según el aparente derecho que les daban las leyes humanas.
Si bien eso ha cambiado en muchos aspectos actualmente, no
falta, sin embargo, en la Tierra, la mordaz astucia del intelecto al servicio
de las Tinieblas, para tergiversar hábilmente hasta lo más sencillo y lo más
claro, con el fin de poder influenciar a seres inofensivos y desinteresados.
Como en todas las épocas, tampoco faltan solícitos testigos falsos que están
dispuestos a todo por envidia, por odio o por afán de lucro.
Pero la sagrada Voluntad de Dios es más poderosa que todas
esas manipulaciones humanas; nunca se equivoca en su inflexible Justicia, como
es posible entre los hombres.
Por eso, al fin de
cuentas, también lo tenebroso propio de la mala voluntad se verá obligado a
servir a la Luz, para, así, dar testimonio de la Luz.
Más los hombres que se esfuerzan seriamente en comprender
la Verdad de Dios, aprenderán a reconocer en todo eso la grandeza de Dios, Su
Sabiduría, Su Amor, y Le servirán con alegría.
¡Guardaos de la pereza de vuestro espíritu, de la
indolencia y de la superficialidad, oh hombres, y pensad en la parábola de las
vírgenes prudentes y las vírgenes necias! Es tan clara en su gran sencillez,
que todo ser humano puede comprender
el sentido fácilmente. Traducidla en actos dentro de vosotros, y todo lo demás
vendrá por sí solo. Nada podrá confundiros; pues iréis tranquilos y con paso
seguro por vuestro camino.
Pero volvamos, ahora, al término “naturaleza”, cuyo
concepto quiero transmitiros por ser necesario.
La primera subdivisión del mismo: la más densa, ya os la he
expuesto a grandes rasgos. En cuanto el hombre, en su actividad fundamental,
deje que la naturaleza siga siendo realmente naturaleza y no trate de
intervenir en sus especies para modificarlas, sino que trabaje únicamente de
manera constructiva, favoreciendo el desarrollo de una sana evolución; esto es,
de una evolución sin deformaciones, entonces
encontrará y verá todas sus obras coronadas como nunca había osado esperar
hasta ahora. Pues toda deformación causada violentamente en lo natural, nunca
puede ofrecer, al crecer, más que deformaciones desprovistas de consistencia y
duración.
Día llegará, en que todo esto también constituirá una base
de gran valor para las ciencias. La fuerza y la irradiación constructivas
residen únicamente en la forma en que la naturaleza establece ligazones entre
las materialidades mediante su actividad sustancial conforme a las leyes de la
creación, mientras que en el caso de otras ligazones creadas por el ingenio
humano, las cuales no se corresponden exactamente con dichas leyes, se forman
irradiaciones que se perjudican mutuamente o, incluso, tal vez, se destruyen,
se desintegran. De sus últimos efectos propiamente dichos, los hombres no
tienen la menor idea.
En su perfección conforme a las leyes de la creación, la
naturaleza es el regalo más hermoso que Dios ha hecho a Sus criaturas. No puede
proporcionar más que beneficios
mientras no sea deformada por modificaciones, ni sea dirigida hacia falsos
derroteros por la pretenciosa sabiduría de los hombres terrenales.
Y ahora, pasemos a una segunda subdivisión de la
“naturaleza”, subdivisión que el ojo físico ya no puede percibir sin más.
Esa subdivisión consta principalmente de materia física media; o sea, de una materia que no es
la más densa ni la más pesada, la cual, por razón de su pesadez, ha de ser
percibida inmediatamente por el ojo terrenal.
En cuanto a la materialidad física media, el ojo humano
sólo puede observar sus repercusiones en la materialidad física
pesada. Entre ellas se cuenta, por ejemplo, el fortalecimiento por
calentamiento de todo lo formado, su expansión en el crecimiento y la
maduración.
Una tercera subdivisión de la “naturaleza” es la
procreación, que se efectúa espontáneamente al llegar a un grado muy
determinado de calentamiento y de maduración evolutiva. La procreación en la
materialidad física candente no tiene, pues, nada que ver con el espíritu, sino
que forma parte de la naturaleza.
De ahí que la tendencia a la procreación también esté correctamente designada como instinto natural.
Un grado muy determinado de madurez de la materialidad
penetrada del calor de la sustancialidad, produce irradiaciones que, al
encontrarse el elemento positivo y el negativo y juntarse, ejercen una presión
retroactiva sobre la materialidad física y la incitan a la acción.
El espíritu no tiene nada que ver con todo eso, sino que
esa acción es un tributo a la naturaleza.
Está aparte por completo de lo espiritual, como ya he indicado
anteriormente.
Es justo, por tanto, que llamemos a ese intercambio de
irradiaciones y a esa unión: un tributo a
la naturaleza; pues ese es el género propio de toda materia al alcanzar un
cierto grado de calentamiento por la acción de las sustancialidades. En
conformidad con las leyes de la creación, la materia siempre procura renovarse,
y esa renovación lleva consigo, por un lado, el mantenimiento de lo existente, y, por otro lado, la procreación indispensable.
Esa manifestación de la ley de la naturaleza es el efecto
de determinadas irradiaciones. Suscita el mantenimiento por la excitación y la
renovación celular que provoca.
Ese es, más que nada,
el fin primordial de ese tributo que la naturaleza exige de las criaturas
en estado de moverse. La naturaleza no hace ninguna diferencia a tal respecto,
y todos sus efectos son provechosos y buenos.
Pero también aquí, el ser humano ha adulterado todo, por sí
solo, hasta llevarlo a un estado enfermizo; lo ha deformado y desvirtuado a
pesar de haber podido encontrar una compensación normal en ocupaciones
terrenales bien determinadas.
Pero él no tiene en cuenta lo que la naturaleza le exige
con su tácita exhortación o advertencia, sino que, abusando de todo
morbosamente, pretende dirigir o dominar a la naturaleza con su ignorante
obstinación. Con frecuencia, trata de obligarla de un modo que ha de dañar,
debilitar o, incluso, destruir la materialidad física necesariamente, y así es
como ha sembrado la desolación en ese dominio, igual que lo ha hecho en toda la
creación.
El hombre que, en un principio, sólo era un elemento
perturbador, se ha convertido en destructor,
asolando todo con sus pensamientos y sus acciones adondequiera que se
encuentra. Así, se ha puesto por debajo de
todas las criaturas.
¡Aprended, pues, primeramente, a conocer a fondo la naturaleza, de la que os habéis apartado
hace, ya, mucho tiempo! Entonces, es posible que volváis a ser hombres que vivan según la Voluntad de
Dios en la creación y que, gracias a la naturaleza, cosechen la salud necesaria
para una actividad gozosa y constructiva en la Tierra, una actividad dedicada
exclusivamente a ayudar al espíritu a alcanzar su necesaria madurez.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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