Epílogo
CÓMO HA DE SER ACOGIDO EL MENSAJE
EL HOMBRE TERRENAL comete una gran falta cuando se pone a buscar
el saber espiritual: quisiera avanzar a saltos, en lugar de ir paso a paso con
calma y segura certeza. Apenas recibe un impulso que puede guiarle a la
búsqueda de valores espirituales, ya pregunta por cosas elevadísimas que
sobrepasan con mucho la facultad comprensiva de un espíritu humano.
De ese modo, se incapacita a sí mismo, desde un
principio, para recibir algo. Confuso, desanimado, pronto abandona la búsqueda.
No pocas veces invade su alma el rencor, y se ríe, se burla y ridiculiza a
otros buscadores, frente a los cuales siempre adopta una actitud hostil. Pero
esa hostilidad tiene sus verdaderas raíces en el agobiador sentimiento de
reconocer que él mismo no ha sido capaz de encontrar valores de orden
espiritual. La consciencia de su
impotencia hace de él un enemigo en el que también anida la envidia y el
resentimiento.
El que se mofa no denota superioridad, sino
indignación. En la mofa y en el sarcasmo va implícita una confesión manifiesta
de la propia insuficiencia, de la propia debilidad, de la incapacidad ante una
cosa para cuyo entendimiento el sarcástico no posee la suficiente facultad
comprensiva. O bien es envidia lo que se manifiesta desde lo íntimo de su ser.
Envidia de que otro haya podido comprender lo que para él es incomprensible.
Otra peculiaridad del espíritu humano es la de
prescindir de burlas y sarcasmos cuando se imagina ser más sabio que los demás.
Si está verdaderamente convencido de su saber, no se siente impulsado al odio,
ni a la hostilidad.
Por otro lado, el temor también puede incitar al
espíritu humano a llenarse de odio. Sobre todo, el temor de verse rebajado de
categoría ante la opinión pública, el temor de que se sepa que esos
conocimientos de que tanto alardeaba hasta entonces han sufrido un descalabro
por una causa que él mismo es incapaz
de seguir, o que no puede seguir sin reconocer como defectuoso, sino como
falso, ese seudo-saber actual.
Esas son,
en efecto, las peores razones que
pueden impulsar al espíritu humano al ataque, a la burla y a la mofa, incluso a
las más repugnantes formas de lucha, que no vacilan en lanzar mentiras y
calumnias, ni rehusan recurrir a la fuerza si el éxito no puede ser alcanzado
de otro modo.
Eso es así tanto en lo más pequeño como en lo más
grande. Cuanto mayor sea la influencia que un ser humano ejerce sobre sus
semejantes mediante su pretendido saber; cuanto mayor sea el número de los que
tienen noticia de él, tanto más enérgicamente se negará a admitir nuevos
conocimientos procedentes de parte ajena, y tanto más desesperadamente tratará
de combatirlos.
Muchos de esos hombres terrenales acogerían
gustosamente un nuevo saber — aun cuando estuviera en franca oposición con su
engreído, falso y pretencioso saber — si nadie tuviera conocimiento de sus
antiguas opiniones.
Pero si el prójimo conoce esas opiniones suyas,
entonces la vanidad no le deja adherirse a un nuevo saber que echa por tierra
el suyo. ¡Eso sería demostrar que el camino seguido hasta el presente era
falso! Por eso, se niega a admitirlo, pese a que, en muchos casos, eso suponga
ir contra su más íntima convicción, lo que suele ser causa de horas de
angustia.
Cobardemente, trata de encontrar altisonantes
palabras con las que encubrir su vanidad, y el intelecto le ayuda a ello con su
consumada astucia. Le incita a declarar con dignidad, que se siente responsable
frente a quienes le han seguido por su camino hasta entonces. Por “amor” al
prójimo, rechaza el nuevo saber, para no sembrar la inquietud en la paz que las
almas de sus fieles han encontrado en esa forma de pensar mantenida hasta el
presente.
¡Malditos hipócritas los que tal hablan! Pues esa
paz de que tanto se vanaglorian no es sino letargo,
un letargo que mantiene encadenado al espíritu humano, le impide moverse
según la divina ley del movimiento y se opone al desarrollo del mismo con
vistas al crecimiento de sus alas para poder remontar el vuelo hacia las
alturas luminosas, esas alturas que han de quedar forzosamente lejos de él
mientras esté sumido en esa somnolienta quietud.
Pero esas alimañas contrarias a las leyes de Dios
son seguidas muy gustosamente por numerosos seres humanos: ¡Es tan seductora,
para los perezosos espíritus humanos, esa complacencia que ellos enseñan…! Ese
es el ancho camino, lleno de facilidades, que conduce a la condenación, a las
regiones de la descomposición. No sin razón se refirió tantas veces el Hijo de
Dios, Jesús, al duro, pedregoso y estrecho camino hacia las alturas, y previno
contra el ancho sendero de la comodidad. Muy bien conocía El la corrompida
pereza de esos espíritus humanos y las seducciones de los secuaces de Lucifer,
que se aprovechan de las flaquezas.
Se ha de agitar el ser humano si quiere llegar a las
alturas luminosas. El Paraíso le espera, pero no desciende hasta él si él no se
esfuerza en alcanzarlo. Ahora bien, esforzarse no significa pensar, rogar o
mendigar, tal como venís haciendo hasta el presente, sino que esforzarse
significa actuar, moverse para llegar
allí.
Pero los hombres sólo hacen que mendigar, y se
imaginan, además, que serán transportados a lo alto por las mismas manos que
ellos, ebrios de odio, traspasaron de clavos en aquel entonces. Mas tan sólo os
será mostrado el camino y nada más.
¡El recorrerlo es asunto exclusivamente vuestro, oh espíritus perezosos! Y ya
es hora de que os esforcéis en ello.
¡Cuántas veces lo dejó dicho Cristo! Y sin embargo,
vosotros creéis que se os pueden perdonar los pecados sin más, directamente,
tan sólo con pedirlo. Vivís según vuestros
deseos y apetencias, y, encima, pedís que es os conceda la ayuda divina. Y
no sólo eso, sino que esperáis que esa ayuda os sea suministrada de la forma que vosotros queréis. Es decir: os atrevéis, incluso, a poner
condiciones.
Pereza y presunción adondequiera que miréis. Nada
más que eso. Ahora bien, cuando, en los comienzos del despertar espiritual, ya
empezáis a dar saltos y a hacer preguntas relativas a las cosas más elevadas, eso también es pereza de espíritu.
Obrando así, no buscáis otra cosa sino percataros, desde el principio, de si
merece la pena recorrer ese camino que exigirá de vosotros cuantiosas
molestias. No sabéis cuán ridículo resulta el ser humano que expone tales
preguntas ante quien puede daros una respuesta. Pues esas preguntas sólo pueden
ser aclaradas por uno que venga de lo alto conscientemente, por uno que sea
parte integrante de esas “cosas sublimes”.
Y el que viene de lo alto también sabe que ni uno
solo de los espíritus humanos puede hacerse la menor idea de esas cosas, y
mucho menos posible le resultará asimilarlas con conocimiento.
¡Yo os he
traído el Mensaje que los hombres terrenales necesitan si quieren elevarse
espiritualmente! ¡Estudiadlo, pues, debidamente! Pero, en el mejor de los
casos, os parecerá hermoso… y en seguida empezaréis a hacer preguntas sobre
cosas que nunca podréis comprender y, por tanto, tampoco pueden seros de
utilidad.
Más si, un día, asimiláis debidamente todo el
Mensaje y dais vida en vosotros a cada una de sus palabras, viviéndolas hasta
en sus matices más insignificantes, para, después, transformarlas en actos como
la cosa más natural de vuestra existencia en la Tierra, entonces serán tan
vuestras como lo son ese cuerpo y esa sangre que tan necesarios os son en la
Tierra para llevar a cabo vuestra peregrinación por el plano terrenal.
Si obráis así,
dejaréis de exponer preguntas; pues, entonces, seréis seres sapientes, tanto como es capaz de serlo
un espíritu. Y, al mismo tiempo, cesarán los deseos insensatos, ya que el saber
os hará verdaderamente humildes y os desprenderéis de las flaquezas de vuestra
vanidad humana, del orgullo, de la presunción de un saber que no es tal, y de
tantas otras faltas de que se ha apropiado el espíritu humano.
Así pues, el que expone esas y semejantes preguntas,
sigue durmiendo en la pereza de su espíritu, y tan sólo se imagina hacer
resaltar, así, la agitación de su espíritu y su poderosa inclinación a buscar.
Es lo mismo que si un niño quisiera participar en una carrera pedestre sin
haber aprendido siquiera a andar.
Tampoco os es dado sacar del Mensaje las cosas
aisladas que mejor os convienen y os interesan. Porque el interés no basta para
el estudio espiritual; sólo basta para el intelecto, pero no para el espíritu,
que exige mucho más.
¡Tenéis que tomar todo o nada!
Cierto que del interés también puede derivarse una
búsqueda auténtica; pero no es fácil y se da en muy raros casos. El celo mismo
también es absolutamente perjudicial, pues incita a dar saltos que paralizan
las fuerzas. Id avanzando tranquilamente, palabra por palabra, frase por frase,
sin leer ni aprender lo que yo os he dado, sino tratando de asimilar todo en
forma de imágenes tal como se presenta en la vida real. Penetrad hasta lo más
profundo de mis palabras. Entonces, sólo entonces, podréis presentir que tenéis
entre manos la Palabra de Vida, la Palabra que vive por sí sola y que no ha
sido el producto de estudios o pensamientos personales.
Sólo si vosotros mismos os obligáis a vivir dentro
de la divina ley del movimiento armonioso, sólo entonces podrá cobrar vida en
vosotros la Palabra y os permitirá remontaros hasta las alturas luminosas, que
son vuestra verdadera patria. Pero antes, destruid todos los muros que la
pereza de vuestro espíritu ha levantado firmemente a vuestro alrededor en el
curso de milenios, esos muros que obligan a las alas del espíritu a contraerse
y mantienen a éste oprimido, hasta el punto de que os dais por satisfechos con
ese dogma rígido y muerto que os parece, incluso, grande y con el cual
pretendéis servir, de forma absolutamente
vanal, al Dios que es la Vida misma.
A pesar de eso, os he explicado, con mis
descripciones, lo que vosotros llamáis últimas cosas, pero que, en realidad,
son las primeras. De ese modo, ya no
queda ninguna pregunta más que exponer en toda la existencia. Os he dado esas
explicaciones a título de recompensa; pues
para discernir lo que ellas contienen, es preciso que vosotros os toméis previamente la molestia de acoger en vosotros, de manera viva, una palabra tras
otra de todo el Mensaje. Quien se abstenga de ese trabajo, nunca podrá
comprenderme, aun cuando crea haberlo conseguido.
Por tanto, evitad todo lo que sea dar saltos y,
desde un principio, profundizad en cada una de mis palabras y frase por frase.
Nadie es capaz de agotar en la Tierra todo el valor del Mensaje; pues su
contenido es útil para todos los universos cósmicos. No escojáis al azar
fragmentos o detalles del Mensaje: constituye un Todo indivisible como leyes divinas de esta creación. El
espíritu humano no puede eliminar ni deformar nada de él, sin ocasionarse a sí
mismo los consiguientes daños. Tampoco podéis agregar nada de fuera, no podéis
poner nada ajeno en ninguno de sus pasajes, nada que os sea más agradable,
tanto si procede de una doctrina que conocéis, como si procede de vosotros mismos.
Tenéis que conservar inalterado mi Mensaje desde la
primera palabra a la última, si queréis que os sea provechoso. Primero tenéis
que vivirlo en vosotros, para,
después, darle una forma exterior en vuestra vida.
Obrando así, iréis por el recto sendero y se
abrirán, ante vuestro espíritu, las alturas luminosas, para permitiros el
acceso al más elevado de los reinos: al reino que vosotros llamáis Paraíso,
donde existe la gozosa actividad de bienaventurados espíritus humanos. Allí
podréis presentir lo que es la espiritualidad originaria, y podréis sentir la
Fuerza emanada de la esfera divina, esfera de la que os he dado sendas
descripciones. Entonces, ya no querréis hacer ninguna pregunta, porque
quedaréis embriagados de una felicidad que no os dejará desear nada. Tampoco os
atormentará más el intelecto, pues viviréis todo personalmente.
Abd-ru-shin
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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