miércoles, 30 de noviembre de 2022

10. CANDOR INFANTIL


“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”


10. CANDOR INFANTIL


LA PALABRA “CÁNDIDO” es una expresión que el hombre en su manera de hablar superficial e irreflexiva suele emplear impropiamente la mayor parte de las veces.

Restringida por la pereza espiritual, la expresión no es sentida con la suficiente profundidad como para poder comprenderla correctamente. Claro que quien no la haya captado en toda su extensión, tampoco podrá emplearla jamás como es debido.

Mas, es justamente el candor infantil lo que tiende al hombre la sólida escala de ascensión hacia las Alturas luminosas, hacia la posibilidad de madurar para todo espíritu humano y hacia el perfeccionamiento con miras a una existencia eterna en esta Creación, que es la mansión de Dios Padre, puesta por Él a disposición de los hombres a condición de que continúen siéndole huéspedes gratos. Huéspedes que no causen daños en los aposentos que por un acto de gracia les fueron entregados en usufructo con la mesa siempre puesta y siempre abundante.

¡Más cuán lejos se halla actualmente el hombre de ese candor que tanto precisa!

Y es que sin él nada puede conseguir para su espíritu. El espíritu tiene que poseer candor, pues aun adquiriendo plena madurez, es y seguirá siendo un “niño” de la Creación.

¡Un niño de la Creación! Esta expresión encierra un profundo sentido; pues llegar a serlo, llegar a ser un “niño” de Dios es su misión. El que lo logre o no, depende del grado de madurez que esté dispuesto a adquirir en el curso de su peregrinación a través de todos los planos de la materialidad.

Ahora bien, esta disposición de ánimo tiene que ir acompañada de la acción. En los planos espirituales, la voluntad es simultáneamente acto. Voluntad y acto son allí la misma cosa. Pero sólo en los planos espirituales y no en los planos de la materialidad. Cuanto más denso y grave es un plano material, tanto más dista el acto de la voluntad que lo engendra.

Que la densidad constituye un obstáculo, se hace patente ya en el sonido, el cual, en su movimiento a través de la materia, resulta impedido en mayor o menor grado según lo densa que ésta sea. Incluso a cortas distancias puede advertirse claramente este fenómeno.

Cuando alguien está haciendo leña o clavando puntas en una obra cualquiera, puede verse claramente el movimiento del hacha o del martillo; en cambio, el sonido de los golpes tarda algunos segundos en llegar a nuestros oídos. Cualquiera habrá tenido ocasión de observar este fenómeno tan notorio.

Cosa análoga, pero mucho más acentuada, ocurre en la Tierra entre la voluntad y la acción del ser humano. La voluntad asalta al espíritu; en él se convierte inmediatamente en acción. Pero para que la voluntad se ponga de manifiesto visiblemente en la materialidad densa, el espíritu precisa del cuerpo físico. Sólo por impulso puede actuar el cuerpo a los pocos segundos de entrar en acción la voluntad. En este caso queda eliminado el trabajo lento y pesado del cerebro anterior que generalmente es quien sirve de vía de comunicación a la voluntad, para que ésta llegue a causar efecto en la actividad del cuerpo.

Esta vía normal exige un lapso de tiempo un poco más largo. A veces sólo se produce un efecto débil o ni siquiera llega a producirse efecto alguno, debido a que la volición, en su largo camino, ha perdido fuerza o ha quedado bloqueada por las cavilaciones del intelecto.

A este respecto, aunque sea un tanto fuera de lugar, permítaseme una observación acerca de la Ley natural de la atracción de las afinidades, de cuyos efectos se ha hecho caso omiso, a pesar de ser claramente visibles en la actividad humana:

Las leyes humano-terrenales son elaboradas y aplicadas por el intelecto. De aquí que los planes premeditados, es decir, los actos precedidos de una reflexión, sean sancionados con mayor rigor y severidad que los actos pasionales, es decir, sin reflexión. En la mayor parte de los casos, estos últimos son juzgados teniendo en cuenta circunstancias atenuantes.

En realidad existe aquí en afinidad con la actividad del intelecto sometido a las Leyes de la Creación, una relación imperceptible para los hombres, para todos aquellos que se someten incondicionalmente al intelecto. Para ellos esto es totalmente comprensible.

De este modo, sin conocer esta relación, cuando se trata de un acto pasional, la mayor parte de la pena se adscribe al plano espiritual. Los legisladores y los jueces ni lo presienten, pues parten de principios muy distintos, netamente intelectuales. Más reflexionando profundamente y conociendo las Leyes que actúan en la Creación, todo se presenta bajo una luz completamente diferente.

No obstante, y lo mismo en otros juicios y sentencias terrenales, las Leyes vivientes de Dios en la Creación actúan de por sí con plena autonomía, sin que influyan en ellas para nada las leyes y conceptos humano-terrenales. ¡A ningún hombre sensato se le ocurrirá pensar que una culpa real y verdadera – no una culpa tildada como tal por el criterio humano – pueda darse por liquidada ante las Leyes divinas por el hecho de haber sido expiada ya mediante el cumplimiento de la sentencia dictada por el intelecto terrenal!

Desde hace miles de años éstos vienen siendo prácticamente dos mundos separados. Separados por el modo de obrar y de pensar de los hombres, debiendo haber sido sólo uno; un mundo donde reinen únicamente las Leyes de Dios.

La redención mediante la pena impuesta por semejante sentencia terrenal sólo puede realizarse en la medida en que las leyes y penas concuerden con las Leyes de Dios en la Creación.

Ahora bien, existen dos clases de actos pasionales. En primer lugar los ya descritos, que en realidad deberían llamarse actos impulsivos, y, por otra parte, los actos pasionales que surgen del cerebro anterior, mas no del espíritu, y que pertenecen al sector del intelecto. Cierto que estos últimos son actos pasionales sin reflexión, pero no deben ser tratados con la aplicación de los mismos atenuantes que tratándose de los actos impulsivos.

No obstante, una justa distinción entre estos actos podrán encontrar aquí solo aquellos hombres que conozcan todas las Leyes de Dios en la Creación y estén instruidos en sus efectos. Esto ha de quedar reservado a tiempos venideros en que ya no existan en los hombres los actos arbitrarios, por haber adquirido una madurez espiritual tal que sólo les permita vibrar en armonía con las Leyes divinas en todos sus actos y todos sus pensamientos.

Este paréntesis sólo pretende incitar a la reflexión; no forma parte del fin propiamente dicho de esta conferencia.

Queda advertido tan sólo que voluntad y acción son una sola cosa en el plano espiritual, pero que en los planos materiales se disocian en razón de la naturaleza de la materia. Por eso dijo Jesús a los hombres en aquel tiempo: “El espíritu está pronto, pero la carne es flaca.” La carne, en nuestro caso la materia densa del cuerpo, no lleva a efecto todo lo que en el espíritu ya fue voluntad y acción.

No obstante, incluso en su vestidura de materia densa aquí en la Tierra, el espíritu podría obligar a su voluntad a que se manifieste, convirtiéndose en acción en el plano material, si no fuese tan indolente para ello. El espíritu no puede hacer responsable al cuerpo de esta indolencia; pues el cuerpo le fue dado al espíritu solamente como instrumento, y es él quien tiene que aprender a dominarlo para servirse de éste de manera adecuada. –

Decíamos, pues, que el espíritu es un niño de la Creación. Y que ha de poseer candor, si es que quiere cumplir con la finalidad que le ha sido asignada en la Creación. La presunción orgullosa del intelecto le apartó del candor, porque no pudo “comprenderlo” en su verdadero sentido. De este modo, el espíritu ha perdido todo apoyo en la Creación, la cual se ve obligada ahora a expulsarlo como elemento extraño, perturbador y nocivo, a fin de poder conservar su propia salud.

Sucede, pues, que los hombres van cavando su propia tumba a fuerza de proseguir en su errada forma de pensar y de obrar. –

Es curioso que cualquier adulto deseoso de experimentar verdaderamente la Navidad tenga que trasladarse primeramente al tiempo de su niñez.

¡Es éste un testimonio bastante claro de que, como adulto, es incapaz de vivir la Navidad con sensibilidad espiritual! ¡Es la prueba neta de que ha perdido algo que poseía cuando niño! ¿Por qué no da que pensar esto a los hombres?

Una vez más es la pereza espiritual la que impide ocuparse seriamente de estos asuntos. “Eso son cosas de niños”, dicen; “los adultos no deben perder el tiempo en ellas. Deben pensar en cosas más serias.”

¡Cosas más serias! Para ellos esas “cosas más serias” se reducen a la codicia de bienes materiales, es decir, al trabajo del intelecto. Tan pronto se le da cabida al sentir intuitivo, el intelecto rápidamente aleja y reprime los recuerdos, con el fin de no perder su preponderancia.

En todos estos detalles aparentemente tan insignificantes podrían reconocerse cosas de suma importancia, si el intelecto concediese tiempo para ello. Pero él es el que ahora posee la supremacía, y por conservarla, lucha con toda astucia y perfidia. Mejor dicho, no es él quien realmente lucha, sino lo que se oculta tras él, convirtiéndolo en su instrumento: ¡las tinieblas!

Su afán es no dejar encontrar la Luz en los recuerdos. Pero hasta qué punto el espíritu aspira encontrar la Luz y beber nuevas fuerzas en sus fuentes, salta a la vista en el hecho de que, al surgir el recuerdo de la Navidad cuando niño, se despierta una vaga nostalgia, casi dolorosa, que a muchos hombres llega a ablandar el corazón pasajeramente.

Este enternecimiento podría muy bien llegar a ser la base del despertar espiritual si fuese aprovechado inmediatamente con toda energía. Pero, desgraciadamente, los adultos lo único que hacen en tales ocasiones es dejarse llevar por sus sueños, desperdiciando así la fuerza surgida. Y con sus sueños se va también la ocasión sin haber sido aprovechada ni haber traído beneficio alguno.

Es más, cuando alguien siente que se le escapan las lágrimas, se avergüenza de ellas y trata de disimularlas, se obliga a dominarse dándose un empujón que con frecuencia pone al descubierto una obstinación inconsciente.

¡Cuánto podría aprender el hombre de todo esto! No en vano se mezcla una vaga melancolía en los recuerdos de la infancia. Es la intuición inconsciente de que algo se ha perdido dejando un vacío, la incapacidad de volver a sentir intuitivamente con aquel candor infantil.

Pero vosotros, seguramente, ya habéis observado repetidas veces el efecto maravilloso y reanimador que produce la mera presencia silenciosa de un hombre cuyos ojos desprenden aquí y allá candorosos destellos.

El adulto no debe olvidar que candor no es lo mismo que puerilidad. Vosotros no sabéis aún lo que es el candor en definitiva, ni a qué se debe que obre de tal manera. Ni por qué Jesús dijo: “Sed como los niños”.

Para comprender lo que es candor debéis poneros primeramente en claro que éste no tiene por qué estar ligado a la infancia como tal. Sin duda conoceréis niños que carecen de este candor verdaderamente hermoso. Es decir, hay niños sin candor. Un niño malo jamás dará impresión de candor, como tampoco un niño mal educado, o mejor dicho, sin educación.

Resulta, pues, que el candor y la condición de niño son dos cosas independientes la una de la otra.

Lo que aquí en la Tierra se califica de candoroso es una ramificación de los efectos de la Pureza. Pureza en el sentido más elevado, no en el sentido meramente humano-terrenal. El ser humano que vive en la luz de la Pureza divina, que da cabida en sí mismo al rayo de la Pureza, adquiere de hecho candor infantil, ya sea niño o adulto.

El candor infantil es el fruto de la pureza interior o el signo de que un ser humano se ha entregado a la Pureza, se ha hecho su siervo. Todo esto no son sino diversas formas de expresión con las que, en realidad, se designa una y la misma cosa.

Por consiguiente, sólo el niño que sea puro en sí puede actuar con candor, como también el adulto que abrigue la Pureza en su interior. ¡Por eso, su presencia refresca y vivifica, por eso inspira confianza!

Y allí donde reside la Pureza verdadera puede albergarse también el Amor auténtico; pues el Amor divino obra a través del rayo de la Pureza. El rayo de la Pureza es la senda por la que camina el Amor. No le sería posible seguir otra.

¡Quien no haya dado entrada en sí al rayo de la Pureza, jamás será alcanzado por el rayo del Amor divino!

El hombre, empero, al apartarse de la Luz por el desarrollo unilateral de su pensar intelectual, en provecho del cual ha sacrificado todo lo que podía elevarle, se ha privado a sí mismo del candor, quedando sujeto a esta Tierra, es decir, a la materia densa, por miles de cadenas que le tendrán cautivo en tanto no se libere él mismo de ellas. Pero su liberación no llegará con la muerte terrenal, sino únicamente con el despertar de su espíritu.

* * *





Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

9. PARALIZACIÓN

 

“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”


9. PARALIZACIÓN



TODO EN LA CREACIÓN es movimiento. El movimiento, provocado por la presión de la Luz según ley natural, genera calor, y hace posible que las formas se constituyan. Así pues, sin Luz no podría haber movimiento, y por esta razón cabe imaginarse también que el movimiento tiene que ser mucho más rápido e intenso en la proximidad de la Luz que en las regiones alejadas de ella.

En efecto, el movimiento se va haciendo más lento y pesado a medida que se aleja de la Luz, pudiendo llegar incluso hasta provocar la paralización de todas las formas que se habían constituido con anterioridad, cuando el movimiento era más vivo.

Bajo el concepto de “Luz” no debe entenderse aquí, naturalmente, la luz de un astro cualquiera, sino la Luz primordial, que es la Vida misma, es decir, Dios.

Después de haber dado esta imagen general del proceso que se desarrolla en la Creación, quiero fijar hoy la atención en la Tierra, que ahora está describiendo su órbita a una distancia de la Luz primordial mucho mayor de lo que era hace millones de años, debido a que cada vez ha sido sometida más y más a la pesadez de las tinieblas por los hombres que, en su fatuidad ridícula, se alejaron de Dios arrastrados por el desmesurado desarrollo unilateral de su intelecto. Éste no podía ni podrá jamás estar orientado más que hacia abajo hacia lo material, pues con ese fin fue dado, si bien bajo la condición de captar con la mayor nitidez todas las radiaciones e impresiones de arriba, emanadas de las Alturas luminosas.

Al cerebro anterior le corresponden todas las funciones del intelecto respecto a las actividades exteriores en la materialidad más densa, es decir, en la materia física; al cerebelo, en cambio, la recepción de las impresiones que provienen de arriba – más ligeras y más luminosas que la materialidad densa –, y la transmisión de las mismas para su elaboración.

Este obrar conjunto y armónico de cerebro anterior y cerebelo dado para provecho del hombre, fue perturbado al abandonarse éste a actividades exclusivamente terrenales, es decir, del orden de la materialidad densa, hasta que con el tiempo quedó completamente suspendido, expresamente estrangulado, porque a consecuencia de su actividad tan intensa, el cerebro anterior se desarrolló desmesuradamente en relación con el cerebelo, el cual, al ser relegado a segundo término, fue perdiendo más y más su capacidad receptiva hasta acabar atrofiándose. De este modo surgió a través de las procreaciones físicas, en el curso de millares de años, el mal hereditario; pues, al nacer ya los niños con un cerebro anterior mucho mejor desarrollado con relación al cerebelo, surgió el peligro de que despierte en ellos el pecado original, que consiste en la inclinación de pensar de antemano con miras a lo terrenal, es decir, alejados de Dios.

Todo esto resultará fácilmente comprensible para todo aquél que lo intente con seriedad; por otra parte en mi Mensaje ya lo he expuesto detalladamente y de muy diversas maneras.

Todo el mal sobre la Tierra surgió por el hecho de que el ser humano, debido a su origen espiritual, estaba en capacidad de ejercer presión a través de su volición sobre todo lo demás existente en la Tierra, cuando precisamente por razón de este origen espiritual hubiera podido y debido desarrollar una función promotora ascendente; pues no otra era y es su verdadera misión en la Poscreación donde, por ley natural, todo lo espiritual es el elemento dirigente. Lo espiritual puede guiar hacia arriba, esto sería lo natural, mas de igual modo puede hacerlo hacia abajo si el poder volitivo de este elemento espiritual tiende preferentemente hacia lo terrenal, que es lo que ocurre en los seres humanos de la Tierra.

En el conocimiento que doy en mi Mensaje acerca de la Creación y la inherente explicación de todas las leyes que obran autoactivamente en ella, – leyes que pueden ser denominadas también leyes naturales –, se muestra, sin lagunas, la actividad completa de la Creación, que  permite al hombre reconocer claramente todos los procesos y, por ende, el sentido de la vida humana en conjunto, y explicar con irrevocable lógica su origen y su finalidad, dando así respuesta a toda pregunta, siempre y cuando el hombre la busque con seriedad.

Aquí habrán de detenerse hasta los adversarios peor intencionados, pues su perspicacia no bastará para penetrar en la perfecta unidad de lo expuesto, con afán de destruirlo, y privar así al hombre también de esta ayuda. – –

Ya he dicho que el movimiento en la Creación necesariamente ha de volverse más lento a medida que un objeto cualquiera se aleje de la Luz primordial, punto de partida de la presión que por consecuencia produce el movimiento.

Tal ocurre actualmente con la Tierra. Su órbita ha ido alejándose cada vez más por culpa del hombre, los movimientos se vuelven cada vez más lentos, más indolentes, y no son pocas las cosas que, por lo mismo, han llegado ya a un estadio próximo a los comienzos de una paralización.

También la paralización tiene numerosas fases; no es tan fácil reconocerla en sus inicios. Incluso durante su progresión sigue escapando de ser reconocida, a menos que un rayo de Luz incite a la observación más sutil.

La dificultad radica en el hecho de que todo lo que vive dentro del entorno de movimientos cada vez más lentos, resulta siendo absorbido y llevado paulatinamente hacia la creciente densificación que conduce a la paralización. Mas no se crea que esto es válido sólo para el cuerpo del hombre, sino para todo, incluido su pensar. Este fenómeno se produce hasta en lo más pequeño. De modo igualmente imperceptible van alterándose y desplazándose todos los conceptos, hasta los que conciernen al verdadero sentido del lenguaje.

El hombre no puede advertir nada de esto en su prójimo, puesto que él también está siendo arrastrado por el mismo balanceo lánguido, salvo que haga por sí mismo un esfuerzo de firme voluntad para elevarse de nuevo espiritualmente y acercarse un poco más a la Luz, único medio de que su espíritu se vuelva poco a poco más móvil y, por ende, más liviano, más luminoso, actuando de esa manera sobre el discernimiento terrenal.

Pero, entonces, lleno de espanto, verá – o al menos percibirá intuitivamente – con horror estremecedor, hasta qué grado de paralización han llegado ya las deformaciones de los conceptos en la Tierra. Hace falta la visión amplia de lo esencial, porque todo está comprimido en estrechos y opacos límites ya imposibles de atravesar y que, al cabo de cierto tiempo, acabarán asfixiando inevitablemente todo cuanto abarcan.

Con frecuencia he llamado la atención sobre conceptos deformados; mas ahora resulta que éstos van deslizándose lentamente por el camino descendente hacia la paralización, en un continuo alejarse de la Luz.

No es necesario citar ejemplos concretos: no se prestaría la más mínima atención a tales explicaciones o se las tildaría de fastidiosa sofistería, pues la rigidez o la apatía existente es ya demasiada como para querer reflexionar más a fondo sobre el particular.

Ya he hablado muchas veces también acerca del poder de la palabra, del misterio de que, incluso en el ámbito terrenal, la palabra humana puede actuar durante cierto tiempo de manera constructiva o destructiva sobre el devenir de la Creación, puesto que, por el sonido, el tono y la composición de una palabra, son puestas en movimiento fuerzas creadoras que no actúan según el sentido del que habla, sino según el sentido de la palabra en su significado.

En efecto, el significado de la palabra fue dado en un principio por las fuerzas que la palabra puso en movimiento y, por lo mismo concuerdan exactamente con el sentido verdadero, o viceversa, y no con la voluntad del que habla. El sentido y la palabra nacieron del movimiento correspondiente de las fuerzas; ¡es por ello que constituyen un todo inseparable!

El pensar del hombre, a su vez, pone en acción otras corrientes de fuerza que corresponden al sentido del pensamiento. Por eso el hombre debería esforzarse por elegir las palabras apropiadas para expresar sus pensamientos, es decir, sentir al mismo tiempo intuitivamente de un modo más preciso y más claro.

Supongamos que se interroga a un hombre sobre algo que ha oído o que tal vez ha visto en parte. Apenas interrogado afirmará, sin el menor reparo, que sabe de qué se trata.

Según la opinión de muchas personas superficiales, esta contestación sería correcta, y, sin embargo, es realmente falsa e inadmisible; pues “saber” significa poder dar informes precisos de todo lo ocurrido, desde el principio del asunto hasta el fin, con todos los pormenores, sin lagunas y sobre la base de la propia experiencia. Sólo entonces uno puede decir que sabe.

¡“Saber” es una expresión que, junto con los conceptos a ella inherentes, implica una gran responsabilidad!

Ya me he referido en otra ocasión a la enorme diferencia entre el “saber” y el “haber aprendido”. La erudición dista mucho del saber verdadero. Éste sólo puede ser absolutamente personal, en tanto que lo aprendido es la aceptación de una cosa fuera de la propia personalidad.

¡Oír hablar de una cosa, o haberla visto en parte, dista mucho de ser el saber mismo! El hombre no debe afirmar: “Yo ”, sino decir a lo sumo “he oído decir” o “he visto”. Pero si su deseo es obrar con rectitud, fiel a la Verdad, su deber será decir: “No sé”.

Bajo todos los aspectos, este modo de proceder será más correcto que si informa de algo sin tener él mismo nada que ver en ello y, por consecuencia, sin poseer un verdadero saber. Por el contrario, con informes incompletos lo único que se lograría es hacer sospechosas a otras personas, acusarlas y aún tal vez precipitarlas innecesariamente en la desgracia sin conocer las circunstancias concomitantes. Ponderad, por tanto, cuidadosamente con vuestra intuición cada palabra que vayáis a utilizar.

Quien piensa profundamente, no queriendo darse por satisfecho con conceptos ya paralizados para disculparse a sí mismo de su parlanchina pedantería y malevolencia, comprenderá fácilmente la verdad de estas explicaciones y, en un examen silencioso, aprenderá a ver más allá de todo cuanto diga.

Un gran número de semejantes conceptos restringidos, con sus nefastas consecuencias, se ha convertido ya en hábito entre los hombres de la Tierra. Fomentándolos con avidez se aferran a estos conceptos los esclavos del intelecto, que son los secuaces más dóciles de las más tenebrosas influencias de Lucifer.

Aprended a observar atentamente y a utilizar como es debido las corrientes que fluyen en esta Creación. Ellas portan en sí la Voluntad Divina y, por ende, la Justicia de Dios en su forma más pura. De este modo volveréis a encontrar la auténtica condición humana de la que fuisteis despojados.

¡Cuántos sufrimientos serían evitados con este proceder y cuántos hombres mal intencionados quedarían privados de la posibilidad de actuar!

Al mismo mal se debe que la descripción de la vida terrenal de Jesús, Hijo de Dios, no concuerde en todos los puntos con los hechos reales, de donde surgió con el tiempo, hasta el día de hoy, en el pensamiento de los hombres una imagen completamente falsa. De igual manera, las Palabras que Él pronunció fueron deformadas, como ocurrió con todas las enseñanzas proclamadas religión, que debían aportar a la humanidad elevación y perfeccionamiento del espíritu.

En esto radica también la gran confusión reinante entre los hombres que, comprendiéndose mutuamente cada vez peor, dan lugar a que nazcan y florezcan el descontento, la desconfianza, la calumnia, la envidia y el odio.

¡He aquí los síntomas infalibles de la creciente paralización sobre la Tierra!

¡Elevad vuestro espíritu, comenzad a pensar y a hablar con miras más amplias y globales! Esto requiere, naturalmente, no sólo que trabajéis con el intelecto, que forma parte de la materialidad más densa, sino que volváis a proporcionar a vuestro espíritu las posibilidades de guiar vuestro intelecto, puesto que es éste el que ha de servir al espíritu según la determinación de vuestro Creador, quien, en un principio, os permitió nacer sin deformación aquí en la Tierra.

Muchas cosas se encuentran ya en el primer estadio de paralización. Todo vuestro pensar pronto podrá verse afectado, obligado a fluir en canales de férrea inflexibilidad, que sólo os pueden aportar miserias, sufrimientos y más sufrimientos, hasta acabar reduciendo vuestra condición humana al nivel de una máquina hueca, al servicio de las tinieblas, lejos de toda Luz.



Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


8. Culto

 

“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”

8. Culto


El culto debe Ser la forma visible del afán por acercar de algún modo al entendimiento humano aquello que es incomprensible desde el punto de vista terrenal.

 

Ese afán que cobra forma visible debe ser, si, pero desgraciadamente aún no lo es, pues muchas cosas deberían tener formas enteramente distintas si éstas hubiesen surgido de tal afán. El camino recto, a tal efecto, exige precisamente que las formas exteriores provengan de lo más profundo del alma. Más todo cuanto vemos hoy día es una estructura de orden intelectual en la que las intuiciones han de ser empotradas a posteri. El camino que se sigue, pues, es justamente el contrario, el equivocado o falso cabría decir también, el que nunca puede portar realmente vida en sí mismo.

Por eso muchas cosas se presentan de manera tosca o inoportuna mientras que, adoptando otra forma, se acercarían mucho más a la intención verdadera, logrando así un efecto convincente.

Cuantas cosas bien intencionadas repugnan por necesidad en lugar de convencer, por no haberse encontrado aún la forma adecuada, forma que el intelecto jamás podrá dar a lo terrenalmente incomprensible.

Lo mismo ocurre en las iglesias. La estructura intelectual orientada a adquirir influencia en la Tierra salta a la vista con sobrada claridad y ciertas cosas buenas no logran conmover porque la impresión que dan carece de naturalidad.

Ahora bien, sólo lo que no concuerda con las Leyes de la Creación se manifiesta de manera antinatural. Mas he aquí que precisamente las cosas de este género son las que abundan en los cultos actuales, donde todo cuan to es opuesto a las Leyes naturales de la Creación es envuelto simplemente en una misteriosa oscuridad

Precisamente al no hablar el hombre nunca a tal respecto de una luz misteriosa, sino siempre inconscientemente de una oscuridad, da en lo justo; pues la Luz no conoce encubrimientos y, por ende, tampoco misticismos, para los que no habría lugar en la Creación que, surgida por la Voluntad perfectísima de Dios, funciona autoactivamente a ritmo inmutable. ¡Nada hay más claro en su funcionamiento que precisamente la Creación, que es la obra de Dios!

En ello estriba el secreto del éxito y la continuidad o del derrumbe. Allí donde se haya edificado sobre las Leyes vivientes de la Creación, éstas ayudarán y aportarán éxito y también perennidad. Pero allí donde las Leyes no hayan sido respetadas, ya sea por ignorancia o por obstinación, el derrumbe acabará produciéndose indefectiblemente, tarde o temprano; pues, a la larga, una construcción tal no podrá mantenerse en pie, porque carece de fundamento sólido y estable.

Por eso resultan efímeras tantas obras humanas que no tenían por qué serlo. Entre ellas figuran no pocas formas de culto de toda clase, que continuamente han de ser sometidas a nuevas modificaciones para evitar que se derrumben por completo.

Con Su Palabra, el Hijo de Dios mostró a los seres humanos, de la forma más sencilla y clara, el camino recto por el que ha de avanzar su vida terrenal en conformidad con la actividad funcional de la Creación, para que, ayudados por las Leyes divinas, sean apoyados y elevados hacia Alturas luminosas a fin de obtener paz y alegría en la Tierra.

Pero, desgraciadamente, las iglesias no siguieron el camino que el Hijo de Dios mismo había trazado y señalado con toda exactitud para redención y elevación del género humano, sino que añadieron a Su doctrina no pocos elementos nacidos de sus propias especulaciones, sembrando así una con fusión que, por necesidad, había de dar lugar a divisiones, puesto que no estaban en consonancia con las Leyes de la Creación y, por lo mismo, con todo lo extraño que parezca, eran contrarias a la clara doctrina del Hijo de Dios, de quien ellas mismas tomaron el calificativo de “cristianas”.

Así por ejemplo, en el caso del culto mariano de los católicos romanos. Jesús, que todo lo enseñó a los hombres, cómo debían pensar y obrar, y aun cómo debían hablar y rezar para hacer lo que es justo y conforme a la Voluntad de Dios, ¿dijo jamás palabra alguna sobre este culto? ¡No, nada dijo de él! ¡He aquí, pues, una prueba de que no era de Su Voluntad, de que no debía existir! Es más, algunas palabras Suyas prueban incluso lo contra rio de lo que exige el culto a María.

Con todo, es obvio que los cristianos quieren sinceramente seguir a Cristo, y sólo a Él, pues, de lo contrario, no serían cristianos.

Que por industria humana se hayan hecho adiciones a su doctrina y las iglesias papistas obren de forma distinta a la que Cristo enseñó, no es sino una prueba de que éstas tienen la osadía de encumbrarse por encima del Hijo de Dios; pues tratan de corregir Sus palabras instaurando nuevas prácticas que el Hijo de Dios no quiso que fueran, ya que, de otro modo, después de todo cuanto enseñó a los hombres, sin duda también se las hubiera enseñado.

Cierto que existe una Reina del Cielo, a quien en conceptos terrenales cabría denominar también “Madre Originaria” de purísima virginidad. Pero ella ha existido eternamente en las Alturas supremas y nunca fue encarnada en la Tierra.

Es su imagen radiante, y no ella verdaderamente, la que puede ser “vista” o “sentida intuitivamente” en ciertas ocasiones por seres humanos profundamente conmovidos. Y también por su mediación se producen a veces ayudas repentinas a las que se llama milagros.

Pero una visión directa y en persona de esta Reina Originaria es absolutamente imposible, incluso para el espíritu humano ya maduro; pues, según las inalterables Leyes de la Creación, cada especie solamente puede ver la especie de naturaleza idéntica a la suya. De aquí que el ojo terrenal no pueda ver otra cosa que lo terrenal, el ojo etéreo solamente lo etéreo, y el ojo espiritual nada más que lo espiritual, etcétera.

Y porque el espíritu humano no puede ver más que lo espiritual, que es de donde él mismo procede, es incapaz de contemplar verdaderamente a la Reina Originaria, de género mucho más elevado. Lo único que puede ver, si recibe la gracia, es su imagen espiritual radiante, que, apareciendo como algo viviente, puede tener en su irradiación una potencia tal, que realice milagros allí donde encuentre un terreno preparado para ello gracias a una fe inquebrantable o como consecuencia de una emoción profunda de aflicción o de gozo.

Esto forma parte de la actividad de la Creación, emanada de la Voluntad perfectísima de Dios y regida por Ella. En esta actividad se hallan, desde el principio y para toda la eternidad, todas las ayudas destinadas al hombre, a menos que él mismo se aleje de ellas, con su engreimiento de querer saber lo todo mejor. Dios actúa en la Creación, pues Su obra es perfecta.

Y es, precisamente por esta misma perfección, que el nacimiento terrenal del Hijo de Dios tenía que ser precedido por una procreación también terrenal. Quien afirme lo contrario duda de la perfección de las obras de Dios y, por consiguiente, de la Perfección de Dios mismo, de cuya Voluntad surgió la Creación.

Una concepción inmaculada es una concepción realizada en el más puro amor, en contraposición a una concepción en pecaminosa lascivia. Un nacimiento terrenal sin procreación no existe.

Si una concepción terrenal, es decir, una procreación, no pudiese darse sin mancha, entonces, ¡por fuerza habría que considerar toda maternidad como un mancillamiento!

Dios también habla a través de la Creación, expresando claramente Su Voluntad.

Reconocer esta Voluntad es el deber del hombre. Y el Hijo de Dios indicó con Su Santa Palabra el camino recto a seguir, porque la humanidad no hacía nada por reconocerla, enmarañándose así más y más en las Leyes autoactivas de la Creación.

Con el tiempo, la ignorancia y el uso indebido de este mecanismo invariable de la Creación acabarían necesariamente por aniquilar al hombre; en cambio, esa misma actividad elevará a la humanidad cuando ésta viva con forme a la Voluntad de Dios.

La recompensa y el castigo de que el hombre se hace acreedor están con tenidos en la actividad de la Creación, dirigida constante e invariablemente por la Voluntad de Dios. ¡En ella se halla también la reprobación o la redención! Es inexorable y justa, siempre objetiva y jamás arbitraria.

En ella se manifiesta la indecible Grandeza de Dios, Su Amor y Su Justicia. En ella, es decir, en Su obra confiada al hombre, como también a otros muchos seres, para que les sirva de morada y patria.

¡Ha llegado el tiempo en el cual es indispensable que el hombre adquiera este saber, para que con plena convicción llegue al conocimiento de la actividad de Dios, manifestada en Su obra!

Entonces, todo ser humano se mantendrá aquí en la Tierra firmemente erguido, con la voluntad jubilosa de obrar, dirigiendo su mirada hacia Dios en la más profunda gratitud, pues al haber reconocido, se mantendrá para siempre unido gracias al saber.

Para transmitir al hombre este saber que le proporcionará una convicción clara y una visión de conjunto de la acción de Dios en Su Amor y Su Justicia, he escrito la obra En la Luz de la Verdad, la cual no presenta lagunas, sino que contiene respuesta a toda pregunta y reporta claridad a los hombres, mostrándoles cuán maravillosos son los caminos de la Creación mantenidos por innumerables servidores de Su Voluntad.

¡Pero sólo Dios es Santo!



* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

7. ASCENSIÓN

 

“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”

7. ASCENSIÓN

¡VOSOTROS, los que con afán buscáis conocimiento, no os enmarañéis en una red, sino tratad de ver con claridad!

Por Ley eterna pesa sobre vosotros una inmutable obligación de expiación que jamás podréis volcar sobre ningún otro. La carga que os imponéis por vuestros pensamientos, palabras u obras no puede ser desatada por nadie más que por vosotros mismos. Reflexionad: de no ser así, la Justicia divina no sería más que mera palabrería huera y con ella todo lo demás se vendría abajo.

Por eso, ¡liberaos! No demoréis la hora de poner término a ese deber de expiación. La sincera aspiración hacia lo bueno, hacia lo mejor, que adquiere fuerza a través de la oración verdaderamente sentida, trae la redención.

Sin querer el bien firme y sinceramente no puede llevarse a cabo expiación alguna. Lo vil seguirá proporcionándose a sí mismo nuevo alimento una y otra vez, volviendo a hacer necesarias nuevas y continuas expiaciones, de tal suerte que lo que se está renovando constantemente os parecerá un solo vicio o sufrimiento. Sin embargo, se trata de toda una cadena sin fin que va atando siempre de nuevo, antes de que lo anterior haya podido liberarse.

De este modo no hay jamás redención alguna, puesto que de continuo se exigen nuevas expiaciones. Es como si una cadena os tuviese atados al suelo, corriendo, por añadidura, grandísimo peligro de hundiros aún más. Por eso, vosotros, los que aún estáis en la Tierra o, según vuestros conceptos, ya en el más allá, ¡esforzáos de una vez por querer el bien! Queriendo siempre el bien acabarán necesariamente las expiaciones, puesto que quien quiere el bien y obra en consecuencia, no da lugar a que se constituyan nuevas deudas que exigen ser saldadas. Entonces es cuando llega la liberación, la redención, que es lo único que permite la ascensión hacia la Luz. ¡Escuchad la advertencia! ¡No hay otro camino para vosotros, ni para nadie!

Esto, a su vez, proporciona a cada uno la certeza de que nunca puede ser demasiado tarde. Claro está que el acto en particular tenéis que expiarlo, purgarlo, esto es indudable; mas en el momento en que vuestra aspiración hacia el bien se implante seriamente, habréis clavado ya el hito que marcará el fín de vuestras expiaciones, pudiendo estar seguros de que este fin tendrá que llegar un día infaliblemente, y que entonces iniciará vuestra ascensión. Con júbilo podréis entonces poneros a trabajar para ir pagando todas vuestras culpas. Todo lo que a continuación se os interponga en el camino será por vuestro bien, os acercará a la hora de la redención, de la liberación.

¿Comprendéis ahora el valor de mis palabras al aconsejaros que comencéis con todas vuestras fuerzas a desear el bien, a purificar vuestros pensamientos? No ceséis en vuestro empeño, sino aferráos a él con todo vuestro ardor, con todas vuestras energías. Ello os eleva a las alturas, os transforma, a vosotros y a vuestro ambiente.

Pensad que cada vida en la Tierra es una breve escuela y que el abandonar la carne no significa el fin para vosotros mismos. Viviréis permanentemente o moriréis de continuo. Gozaréis de felicidad sin ninguna interrupción o padeceréis continuamente.

Quien se entregue a la ilusión de que con el entierro todo queda solucionado para él, todo saldado, que se dé media vuelta y siga su camino, pues lo único que hace con ello es engañarse a sí mismo. Cuando se vea ante la Verdad se quedará horrorizado y entonces comenzará su sendero de dolor… quiera o no. Su verdadero ser, despojado de la protección que le ofrecía su cuerpo, cuya densidad le rodeaba como un bastión, será atraído, cercado y apresado por aquello que le es afín.

Sometido únicamente a la influencia de un ambiente de género afín, que no abriga en sí ningún pensamiento luminoso capaz de despertarle o ayudarle, le será muy difícil y, por mucho tiempo, aún imposible esforzarse para hacer surgir el serio anhelo por mejorar, que es lo que podría elevarle y liberarle. Su padecimiento será doble, bajo el peso de todo cuanto él mismo ha creado para sí.

Por esta razón, la ascensión resulta en tales circunstancias mucho más difícil que en un cuerpo de carne y hueso donde lo bueno camina al lado de lo malo, cosa solamente posible gracias a la protección del cuerpo físico y … porque esta vida terrenal es una escuela en la que a todo “yo” se le ha dado posibilidad de progresar conforme a su libre albedrío.

¡Haced, pues, un esfuerzo! Los frutos de cada pensamiento repercuten en vosotros mismos, ya sea aquí o allá, y sois vosotros los que debéis comer de ellos. ¡Ningún ser humano puede rehuir este hecho!

¿De qué os sirve, ante esta realidad, hundir la cabeza con temor en la arena como lo hace el avestruz? ¡Enfrentad los hechos cara a cara con decisión! Así haréis más fácil vuestra labor, pues aquí en la Tierra se puede progresar con mayor rapidez.

¡Comenzad! Pero con plena consciencia de que todo lo pasado tiene que ser saldado. No esperéis, como muchos insensatos, que la felicidad vaya a caeros del cielo de buenas a primeras entrando por puertas y ventanas. Quizás tenga todavía alguno de vosotros que liberarse de una enorme cadena. Sin embargo, si se acobarda por eso, no hace más que perjudicarse a sí mismo, pues nada se le podrá evitar entonces, nada se le podrá quitar de encima. Demorar las cosas es hacerlas aún más difíciles, si no imposibles por largo tiempo.

Que le sirva esto de estímulo para no perder ni una sola hora; pues con el primer paso es cuando comienza realmente su vida. Bienaventurado el que se decide a darlo con valor; su cadena saltará, eslabón tras eslabón. Con júbilo y agradecimiento avanzará entonces a pasos agigantados y vencerá también los últimos obstáculos, pues se habrá liberado.

Las piedras que los efectos de sus erróneos actos han ido levantando ante él como un muro que forzosamente había de impedir su avance, no son apartadas del medio, sino que, por el contrario, le son puestas delante con todo cuidado para que las reconozca y las supere, puesto que él es quien tiene que reparar todas sus faltas. Y así, no tarda en descubrir con asombro y admiración el amor que le circunda, en cuanto demuestra su buena voluntad.

Se le facilita el camino con tanta consideración y delicadeza, como lo hace una madre en los primeros intentos de su hijo por caminar. Que hay cosas de su vida pasada que le horrorizan en angustioso silencio y que de buen grado dejaría dormitar continuamente … pues bien, cuando menos lo espere, se verá ante ellas cara a cara. No le quedará otro recurso que decidir y actuar. El encadenamiento de los hechos le instará a ello de modo inequívoco. Si entonces se atreve a dar el primer paso, confiando en el triunfo de la volición del bién, se deshará el nudo fatal, franqueará el obstáculo y quedará libre.

Mas apenas haya redimido esta culpa, surge la siguiente, en una forma u otra, exigiendo a su vez ser redimida.

De este modo van saltando en pedazos, uno tras otro, los eslabones de la cadena que, por necesidad, tenía que inmovilizarle y oprimirle. ¡Qué alivio el que ahora siente! Y no es ninguna ilusión esa sensación de ligereza que muchos de vosotros de seguro habéis experimentado ya alguna vez, sino efecto de una realidad. El espíritu, liberado así de la opresión, se eleva ligero y rápido, según la Ley de la gravedad espiritual, remontándose a la región a la que pertenece ya por su liviandad.

Así es como se debe seguir avanzando en pos de la anhelada Luz. Querer el mal oprime al espíritu y lo hace más pesado; querer el bien, en cambio, lo eleva.

Ya Jesús os mostró el camino recto que lleva infaliblemente a la meta; pues una profunda verdad yace en sus sencillas palabras: “¡Ama a tu prójimo como a ti mismo!”

¡Con ellas os dio la llave hacia la libertad y la ascensión! Porque es una verdad irrevocable: ¡Lo que hagáis por el prójimo, lo haréis, en realidad por vosotros mismos! Sólo por vosotros; pues según las Leyes eternas, todo recae ineludiblemente sobre vosotros, tanto lo bueno como lo malo, ya sea aquí o allá. ¡Todo ha de llegar! Por eso, el camino que se os ha señalado es el más sencillo para llegar a comprender cómo han de ser vuestros pasos hacia la volición del bién.

¡Con vuestro ser, vuestra naturaleza, debéis dar a vuestro prójimo! No necesariamente en dinero o en bienes. Si así fuera, los menesterosos quedarían excluidos de la posibilidad de dar. En esa vuestra manera de ser, ese “darse uno mismo” en el trato con el prójimo, en la consideración y en el respeto que le ofrecéis voluntariamente, radica el Amor del que Jesús nos habla y tambien la ayuda que prestáis a vuestro prójimo. De este modo le ofrecéis la posibilidad de cambiar, o de continuar su ascención, pudiendo fortalecerse a través de ello.

Las radiaciones que retroactivamente lleguen luego hasta vosotros os elevarán rápidamente en virtud del efecto recíproco. Por ellas cobraréis de continuo nuevas fuerzas y, con fragoroso vuelo, podréis remontaros hacia la Luz…

Pobres necios, los que aún pregunten: “¿Qué provecho saco con abandonar tantos viejos hábitos y cambiar de modo de ser?”

¿Acaso se trata de hacer un negocio? Y aún cuando sólo ganaran desde el punto de vista humano, adquiriendo un modo de ser más noble, el beneficio ya sería suficiente. ¡Pero es infinitamente más! Repito: Desde el momento en que el hombre comienza a querer el bien, coloca el hito final de su deber de expiación que ha de cumplir y del cual jamás habrá escapatoria. Nadie puede sustituirle en lo que a esto respecta.

Con su decisión pone así un final previsible a su obligación de expiación. Y esto es de tal valor que sobrepasa todos los tesoros del mundo. De esta forma, el hombre puede liberarse de las esclavizantes cadenas que él mismo se forja constantemente. ¡Sacudid, pues, el sueño que os aletarga! ¡Despertad por fin!

¡Acabad con el entorpecimiento que os paraliza, con la ilusión de que la redención por el Salvador es el salvoconducto con el cual podéis entregaros durante toda vuestra vida a un egoísmo despreocupado, con tal de convertiros en creyentes al final, abandonando este mundo con fe en el Salvador y en Su obra! ¡Que insensatos, esperar de la Divinidad una obra a medias, incoherente e imperfecta! ¡Sería lo mismo que querer fomentar el mal! ¡Pensad en ello, liberaos!

* * *




Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

6. EL SILENCIO

 

“Con mi palabra, os conduzco nuevamente a Dios, del que, poco a poco os habéis alejado, a causa de todos los que ponen ese pretendido saber humano por encima de la sabiduría divina.”


6. EL SILENCIO

SI SURGE EN TÍ un pensamiento, reténlo, no lo exteriorices en seguida, sino nútrelo; pues reteniéndolo en el silencio, se condensa y adquiere mayor fuerza, como el vapor sometido a presión.

La presión y la condensación generan una actividad de naturaleza magnética que actúa conforme a la ley según la cual lo más fuerte atrae a lo más débil. Así resulta que, de todas partes, las formas de pensamiento similares son atraídas y retenidas, intensificando más y más la fuerza de tu propio pensamiento inicial; ellas actúan, a su vez, de tal suerte que la forma concebida originalmente se va puliendo mediante la asociación de formas extrañas, se transforma y va tomando aspectos diversos hasta llegar a su madurez. Todo esto lo sientes bien en tu interior, pero siempre crees que es tan sólo efecto de tu propia volición. Pero ¡no es en ningún caso únicamente tu propia volición la que entra en juego, sino que siempre tendrás allí implícitamente algo extraño a ti! ¿Qué te dice este proceso?

Que sólo en la unión de numerosos elementos aislados se puede crear algo perfecto. ¿Crear? ¿Es ésta la palabra exacta? No, sino formar. No hay nada nuevo por crear; se trata únicamente de constituir nuevas formas, puesto que todos los elementos ya existen en la obra magna de la Creación. Sólo que estos elementos, para cobrar utilidad, deben ser encaminados hacia la perfección, que es el resultado de la unión.

¡La unión! No pases de largo por este concepto, sino procura profundizar en él, pues sólo mediante la unión puede alcanzarse madurez y perfección. ¡Este principio reposa en la Creación como un pequeño tesoro que quiere ser descubierto! Está estrechamente relacionado con la ley de que sólo dando se puede recibir. Más, ¿cuál es la condición necesaria para comprender debidamente estos principios, es decir, para vivirlos? ¡El amor! Por eso el amor figura como fuerza suprema, como poder ilimitado en los secretos de la gran Existencia.

Tal como la unión actúa en el caso de un solo pensamiento, constituyendo, puliendo y configurando, así sucede también en el caso del hombre mismo y de la Creación entera, que, en un incesante unirse de formas individuales ya existentes, es objeto de constantes remodelaciones en virtud de la fuerza de la voluntad, abriéndose así el camino que conduce hacia la perfección.

Un solo individuo no puede ofrecerte perfección, pero sí la humanidad entera en la pluralidad de sus caracteres. Todo individuo posee algo que necesariamente forma parte del todo. He aquí por qué el que ya ha llegado a un grado avanzado de perfección, el que ya no codicia las cosas terrenas, ama a la humanidad entera y no a un solo ser, ya que sólo la humanidad entera puede hacer que las cuerdas de su alma ya madura, puestas en libertad a través de varias purificaciones, suenen entonando el acorde de armonía celestial. ¡Y puesto que todas las cuerdas vibran, lleva la armonía en su interior!

Volvamos a ese pensamiento que atrajo formas extrañas adquiriendo con ello cada vez más fuerza. Exteriorizándose finalmente en forma de potentes ondas energéticas, atraviesa el aura de tu propia persona y ejerce su influencia en contornos más amplios.

Esto es lo que los hombres llaman magnetismo de la persona. Los no iniciados dicen: “Irradias un no sé qué”. Según su peculiar carácter, será algo agradable o desagradable, atrayente o repulsivo. Como quiera que sea ¡es algo que se siente!

¡Mas, tú no irradias nada! El fenómeno que produce esa sensación en otras personas tiene su origen en el hecho de que atraes hacia ti, cual un imán, todo lo que espiritualmente te es afín. Y esa atracción es lo que resulta sensible para los demás. Mas también en esto actúa la Ley del efecto recíproco. Así, en contacto contigo, sienten los otros claramente tu fuerza y ello hace, a su vez, que se despierte la “simpatía”.

Ten siempre presente que, expresado con nuestros conceptos, todo lo espiritual es magnético; que lo débil sucumbe siempre a lo más fuerte, por atracción o por absorción, ya lo sabes. Por eso, se quita “al pobre (débil) lo poco que aún le queda”, volviéndose éste dependiente.

En ello no hay injusticia alguna, sino cumplimiento de las Leyes divinas. Para protegerse de ello, el hombre no necesita más que esforzarse con verdadera voluntad.

Sin duda preguntarás: ¿Qué ocurrirá, entonces, cuando todos quieran ser fuertes, si llega el caso en que ya nada se pueda quitar a nadie? Entonces, caro amigo, el intercambio será voluntario en cumplimiento de la ley según la cual sólo dando se puede recibir. Esto no entrañará estagnación alguna, sino que será la manifestación de que todo lo mediocre ha sido eliminado.

Así ocurre que, por pereza, muchos pierden su independencia espiritual, terminando a veces por no poseer apenas la facultad de elaborar pensamientos propios.

Conviene subrayar aquí que sólo se atraen las afinidades. De aquí el refrán: “Cada oveja con su pareja”. Por eso seguirán encontrándose los bebedores, por eso se tienen “simpatía” los fumadores, los charlatanes, los jugadores y tantos otros más. No obstante, también los espíritus nobles se encuentran para alcanzar conjuntamente fines elevados. Pero esto no es todo.

Las aspiraciones espirituales acaban siempre repercutiendo en el plano físico, puesto que todo lo espiritual penetra en la materialidad densa. Aquí hay que tener en cuenta la Ley del efecto recíproco, ya que todo pensamiento mantiene contacto con su origen provocando a través de este contacto radiaciones retroactivas.

Al hablar de pensamientos me refiero exclusivamente a pensamientos “reales” que portan en sí la fuerza vital de la intuición del alma y no al derroche de energías de la sustancia cerebral que te ha sido confiada a manera de utensilio, derroche del que solamente resultan pensamientos efímeros que, cual difusas emanaciones, se manifiestan en frenética confusión y que, por fortuna, no tardan en desvanecerse. Con tales pensamientos no haces sino perder tiempo y energías en tanto que despilfarras un bien que se te ha encomendado.

Si, por ejemplo, meditas seriamente sobre una cosa cualquiera, tu pensamiento, intensamente magnetizado por la fuerza del silencio, atrae todo cuanto le es afín y así se fecunda. Al madurar, sobrepasa las lindes de lo ordinario y penetra incluso en otras esferas de las cuales recibe la afluencia de pensamientos más elevados…¡la inspiración! Por eso, cuando se trata de la inspiración, es de ti de quien ha de surgir el pensamiento fundamental. Contrariamente a lo que sucede en el caso de un médium, aquí tienes que ser tú, con tu pensamiento, el que tienda el puente hacia el más allá, hacia el mundo espiritual, para beber allí de sus fuentes con plenitud de conciencia.

Es por esto que la inspiración no tiene nada que ver con la mediumnidad.

Es así como tu pensamiento alcanza plena madurez en ti, te acercas a su realización y condensado por tu fuerza, llevas a efecto lo que anteriormente, en incontables elementos aislados, flotaba ya en el cosmos como formas de pensamiento.

De este modo, por unión y condensación de elementos espirituales existentes desde mucho tiempo atrás, vas creando tú una forma nueva. Así es como en toda la Creación van cambiando sin cesar las formas, y sólo las formas, ya que todo lo demás es eterno e indestructible.

Guárdate bien de concebir pensamientos confusos, de toda trivialidad en el pensar. La superficialidad se venga amargamente; pues no tarda en denigrarte haciendo de ti un juguete de influencias ajenas, con lo que fácilmente te volverás descontentadizo, caprichoso e injusto con cuanto te rodee.

Si concibes un pensamiento verdadero y lo retienes, su fuerza concentrada acabará llevándolo infaliblemente a la realización; pues el devenir de todas las cosas se desarrolla por entero de manera espiritual, debido a que toda fuerza es únicamente espiritual. Lo que de ello resulte visible para ti no será nunca otra cosa que la manifestación de las últimas repercusiones de un proceso anterior espiritual-magnético que tiene lugar con regularidad continua según un orden establecido.

Observa, y cuando pienses y sientas, no tardarás en poseer la prueba de que toda vida real y verdadera sólo puede ser vida espiritual, la única en la que puede haber origen y también evolución. Es preciso que llegues a la convicción de que todo cuanto ves con los ojos terrenales es, en realidad, un mero efecto del espíritu en su eterna actividad.

Todo acto humano, incluso el más pequeño movimiento, es siempre precedido de una volición del espíritu. Los cuerpos no desempeñan en esto otra función que la de simples instrumentos animados por el espíritu, que sólo a través de la fuerza espiritual llegaron a condensarse. Tal ocurre con los árboles, las piedras y toda la Tierra. Todo es animado, penetrado e impulsado por el Espíritu creador.

Puesto que toda la materia, esto es, lo que es visible con ojos terrenales, no es más que una manifestación de la vida espiritual, no te resultará difícil comprender que las condiciones de la vida terrenal se formarán, cada vez, conforme sea la naturaleza de la vida espiritual circundante más próxima. La consecuencia lógica de esto es bien clara: la sabia disposición de la Creación ha dotado al hombre de capacidad para que, sirviéndose de la Fuerza del Creador mismo, se moldee sus propias condiciones de vida. ¡Bienaventurado el que sólo la emplee para el bien! Más ¡ay de aquel que se deje inducir a emplearla para el mal!

El espíritu en el ser humano se encuentra envuelto y enturbiado solo por los deseos terrenales que se adhieren a él como escorias y le obligan a encorvarse bajo su peso. Ahora bien, sus pensamientos son actos volitivos en los que late la Fuerza del espíritu. ¡El hombre puede decidir y pensar lo bueno o lo malo, o, lo que es lo mismo, puede guiar la Fuerza divina hacia el bien como hacia el mal! En esto radica la responsabilidad que posee el ser humano; pues la recompensa o el castigo son inevitables, ya que todas las consecuencias de sus pensamientos vuelven a su punto de partida en función del efecto recíproco, efecto infalible e inmutable en todo, es decir, inexorable. Por consiguiente, también incorruptible, severo, justo. ¿No es esto lo mismo que se dice de Dios?

Que hoy día muchos adversarios de la fe ya no quieran saber nada de la Divinidad, no altera en absoluto los hechos que acabo de exponer. Sólo tienen que suprimir la palabra “Dios” y ahondar seriamente en la ciencia para encontrar exactamente lo mismo, si bien expresado en otros términos. ¿No es ridículo, pues, proseguir la disputa?

Nadie puede burlar las leyes naturales, nadie puede ir contra ellas. Dios es la Fuerza propulsora de las leyes de la naturaleza; la Fuerza que ningún ser humano ha visto ni ha podido llegar a comprender, pero cuyos efectos todo el mundo tiene que ver por necesidad, percibir intuitivamente y observar cada día, cada hora, cada fracción de segundo, si es que realmente quiere ver; ver en sí mismo, en cada criatura, en cada árbol, en cada flor, en cada fibra de un pétalo cuando éste rompe prominente su envoltura para recibir la luz.

¿No es ceguera oponerse obstinadamente a esta realidad cuando todo el mundo, incluso los mismos inflexibles incrédulos, confirman y reconocen la existencia de esta Fuerza? ¿Qué es lo que les impide llamar “Dios” a esta Fuerza ya reconocida? ¿Es terquedad pueril o vergüenza de tener que confesar que durante tantísimo tiempo han venido tratando de negar obstinadamente una cosa cuya existencia siempre les pareció evidente?

Seguramente nada de esto. La causa habrá que buscarla más bien en el hecho de que por todas partes se presentan a la humanidad imágenes deformadas de la sublime Divinidad que, al someterlas a una investigación seria, no pueden ser aprobadas. Cualquier intento de comprimir en una imagen la Fuerza divina que todo lo abarca y todo lo penetra, ha de empequeñecerla y degradarla por fuerza.

Reflexionando profundamente vemos que ninguna imagen podría estar en concordancia con Ella. Precisamente porque todo hombre lleva en sí la idea de Dios, es por lo que se opone intuitivamente a toda restricción de aquella Fuerza majestuosa e inconcebible que le generó, que le guía.

El dogma tiene la culpa en gran número de aquellos que en su antagonismo tratan de sobrepasar todo límite dirigiéndose, con gran frecuencia, en contra de su más viva certeza interior.

¡Mas la hora del despertar espiritual no está lejos! La hora en que las Palabras del Redentor serán interpretadas correctamente y Su gran obra redentora será comprendida como es debido. Pues Cristo nos trajo la liberación de las tinieblas al mostrarnos el camino hacia la Verdad; al señalarnos, como hombre, la senda que conduce a las alturas donde reina la Luz. ¡Y con la sangre que derramó en la cruz estampó el sello de Su convicción!

¡La Verdad no ha sido jamás diferente de lo que era en aquel entonces y sigue siendo hoy, como seguirá siendo en decenas de millares de años, pues es eterna!

Por eso aprended a conocer las Leyes contenidas en el gran Libro de la Creación. ¡Someterte a ellas es amar a Dios! Pues al hacerlo no introduces disonancia alguna en la armonía, sino que contribuyes a desarrollar el impetuoso acorde hacia su máxima plenitud.

Ora sean tus palabras: “Me someto voluntariamente a las leyes existentes en la naturaleza porque es por mi bien”, ora digas: “Me someto a la Verdad de Dios que se manifiesta en las leyes naturales”, o “a la Fuerza impalpable que impulsa las leyes de la naturaleza”… ¿qué diferencia hay en su efecto? La Fuerza existe y tú la reconoces, tienes que reconocerla, pues otra alternativa no existe para ti a poco que reflexiones … y así, al hacerlo, reconoces a tu Dios, el Creador.

Y ésta es la Fuerza que obra en ti, también cuando piensas. ¡No la emplees, pues, impropiamente para el mal, sino piensa sólo el bien! No lo olvides jamás: al concebir pensamientos estás empleando Fuerza divina con la cual eres capaz de alcanzar lo más puro y sublime.

Procura no perder nunca de vista que todas las consecuencias de tu pensar recaen siempre sobre ti mismo, según la fuerza, la magnitud y la amplitud del efecto causado por tus pensamientos, en lo bueno como en lo malo.

Mas como todo pensamiento es espiritual, espiritual es también el plano en que vuelven a hacerse sentir sus consecuencias. Éstas las experimentarás en todo caso, ya sea aquí en la Tierra o después de tu muerte, en lo espiritual, pues al ser de carácter espiritual no están ligadas a la materia. Por consiguiente, la descomposición del cuerpo no suspende el desencadenamiento de tales consecuencias. El pago que se ha de recibir retroactivamente llegará con toda seguridad, antes o después, aquí o allá, pero llegará.

La ligazón espiritual con todas tus obras sigue manteniéndose sólida; pues también las obras terrenales, materiales, tienen un origen espiritual por efecto del pensamiento engendrador y continúan subsistiendo, aun cuando todo lo terrenal haya desaparecido. De aquí que sea justo decir: “Tus obras te esperan en la medida en que falten por alcanzarte sus efectos retroactivos.” Si en el momento de sufrir un efecto retroactivo todavía estás aquí en la Tierra, o te encuentras de nuevo en ella, la fuerza de las consecuencias que retornan de lo espiritual obrarán según su naturaleza para bien o para mal, repercutiendo en tu medio ambiente o directamente en ti, en tu propio cuerpo.

Recordémoslo aquí de modo especial: ¡la verdadera vida, la vida propiamente dicha, se desarrolla en el plano de lo espiritual! Y en una vida tal no existe noción del tiempo ni del espacio, por consiguiente, tampoco separación alguna. Está por encima de toda noción terrena. Por esta misma razón, dondequiera que estés, las consecuencias de tus actos te alcanzarán en el momento en que las repercusiones retornen, por Ley eterna, a su punto de partida. En este caso, nada se pierde, todo llega a buen seguro.

Esto viene a resolver la cuestión frecuentemente planteada sobre el por qué muchas personas aparentemente buenas tienen que padecer durante su vida terrenal grandes sufrimientos calificados hasta de injustos: ¡Son desenlaces que tienen que alcanzarles!

Ya conoces ahora la respuesta a esta pregunta, pues sabes que en todo ello no cuenta para nada el cuerpo que tengas en cada caso. Tu cuerpo no es tu propio ser, no constituye todo tu “yo”, sino un instrumento que tu mismo escogiste o tuviste que tomar conforme a las leyes que rigen la vida espiritual, que también puedes llamar leyes cósmicas, si con ello te resultan más comprensibles. La vida terrena actual no es más que una breve etapa de tu existencia verdadera.

Terribles perspectivas estas, si no hubiese escapatoria posible ni fuerza que se oponga a todo ello, ejerciendo protección. ¡Cuántos no desesperarían al despertar a la vida espiritual, prefiriendo haber seguido sumidos en su inveterado sueño! ¡No saber qué les espera, qué repercutirá en ellos por efecto retroactivo de sus propios actos de tiempos pasados, o, como la gente dice, “qué males tendrán que reparar”!

¡Mas no temas! Al despertar encontrarás, en la sabia disposición de la inmensa Creación, un camino trazado por esa fuerza que nace de la volición del bién, a la que ya me he referido en particular. Esta fuerza atenuará o desviará por completo los peligros del karma en vías de surtir su efecto.

También esto lo puso en tus manos el Espíritu del Padre. La fuerza de la volición del bién forma a tu alrededor un círculo capaz de disgregar el mal que se cierne sobre ti, o atenuarlo, cuando menos, en muy alto grado, de la misma manera que la atmósfera protege el globo terráqueo.

Mas he aquí que la fuerza de la volición del bién, esa gran defensa, se desarrolla y se acrecienta mediante el poder del silencio.

Por eso vuelvo a exhortaros con insistencia, a vosotros, los que buscáis:

“¡Mantened puro el hogar de vuestros pensamientos y practicad luego, en primer lugar, el gran poder del silencio, si queréis progresar en vuestra ascensión!”

El Padre ha depositado ya en vosotros la Fuerza requerida para todo. ¡Sólo tenéis que aprovecharla!!


* * *


Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

* * *

Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


 



La fuerza secreta de la luz en la mujer 1

  La fuerza secreta de la luz en la mujer Primera parte   La mujer, ha recibido de Dios una Fuerza especial que le confiere tal delica...