03. MÁRTIRES VOLUNTARIOS, FANÁTICOS RELIGIOSOS
¡Repugnantes son
los hombres que se imponen voluntariamente sufrimientos y privaciones para,
así, ser gratos a Dios! ¡Ninguno de ellos entrará jamás en el reino de los
cielos!
En lugar de gozar de la hermosa creación, como
agradecimiento por su existencia, atormentan y martirizan su cuerpo — sano las
más de las veces — de la manera más criminal, o le causan daño mediante
deliberadas imposiciones de privaciones y renuncias diversas… sólo para pasar
por grandes ante los hombres o ante
sí mismos, para su propia satisfacción y ensalzamiento, en la pretenciosa
consciencia de realizar un acto extraordinario.
Todo eso no es otra cosa que una excrecencia malsana y
nauseabunda de una gran presuntuosidad de la más baja condición. Es la
pretensión de valer algo necesariamente, a toda costa. Se trata, casi siempre,
de personas íntimamente convencidas de que, de otra manera, nunca podrán
merecer estimación ninguna. Son, pues, personas que sienten con toda certeza su
incapacidad de realizar algo grande y, de este modo, sobresalir. Son los
convencidos de su propia insignificancia.
Engañándose a sí mismos, se imaginan que la convicción de
su insignificancia es humildad. Pero no es tal, como lo demuestra en seguida su
afán de llamar la atención. Solamente la vanidad y la presunción les incitan a
cosas repulsivas. No son piadosos o humildes siervos de Dios, no se les debe
considerar como santos, sino como pecadores
que obran deliberadamente, esperando, incluso, admiración por sus pecados y
recompensa por su holgazanería.
Aun cuando muchos de ellos no llegan jamás a tener
conciencia de esos graves pecados, porque, con vistas a su propio
“ensalzamiento”, rehúsan considerarlos como tales, no por eso cambia en algo el
hecho de que los efectos continúen siendo lo que realmente son y no lo que el hombre quiere y pretende hacer creer a
otros.
Ante Dios, esos hombres no son sino pecadores; pues, premeditadamente o con obstinación, se han opuesto
a las leyes originarias de la creación, no alimentando ni cuidando los cuerpos
a ellos confiados, como sería preciso para desarrollar la fuerza contenida en
los mismos, esa fuerza que les habría capacitado para proporcionar al espíritu
una base sólida sobre la Tierra, un instrumento sano y vigoroso apto para la
defensa y la recepción, capaz de servir al espíritu poderosamente, haciendo las
veces de escudo y espada al mismo tiempo.
Es una simple consecuencia de la enfermedad de los
cerebros, querer arremeter contra las leyes naturales para, de este modo,
sobresalir, llamar la atención; pues a un hombre sano nunca se le ocurriría
pensar que puede modificar o corregir, aunque no sea más que en el grueso de un
cabello, la Voluntad de Dios impuesta en las leyes de la creación, sin daños
para sí mismo.
Cuán insensato, puerilmente antojadizo y ridículo resulta,
en verdad, que un hombre pase toda su vida en el vacío tronco de un árbol, o
deje atrofiar por completo un miembro de su cuerpo, se flagele a sí mismo o se
llene de miseria.
Ya puede el hombre esforzarse cuanto quiera para hallar una
razón capaz de justificar o, incluso, dar un sentido a ese proceder: es, y
seguirá siendo, un crimen contra el cuerpo a él confiado, y, por tanto, un
crimen contra la Voluntad divina.
A esa categoría pertenecen también los innumerables
mártires de la vanidad y de la moda.
No rindáis más homenaje de respeto a esa clase de gente:
veréis cuán pronto cambian, cuán poco profunda es su convicción.
El fanático se pierde por su intransigencia. No merece
llorar por él; pues semejante espíritu humano nunca tiene valores que acreditar.
Y así como millares de seres humanos atentan gravemente
contra sus cuerpos terrenales, rebelándose criminalmente contra la Voluntad de
Dios, miles y miles, también, obran exactamente igual respecto al alma.
Grande es, por ejemplo, la multitud de los que viven
constantemente bajo la opresión — por ellos mismos creada — de ser los
postergados del mundo. Se imaginan estar desheredados de la felicidad,
despreciados por su prójimo y muchas cosas más. Y sin embargo, ellos mismos son
quienes tienen pretensiones absolutamente injustificadas respecto a sus
congéneres; llenos de envidia, actúan como elementos subversivos en su medio
ambiente y, de este modo, no hacen sino echar sobre sí, cual pesado lastre, una
culpa tras otra. Constituyen los reptiles que serán aplastados en el Juicio,
para que, por fin, paz inalterada, alegría y felicidad puedan reinar entre los
hombres.
Mas no atormentan solamente a su prójimo con sus caprichos,
sino que también hieren a su propio cuerpo
anímico, tal como los fanáticos religiosos causan daños a su cuerpo físico.
Mediante ese proceder, infringen especialmente
la ley divina, hiriendo desconsideradamente todas las necesarias envolturas
confiadas a su espíritu, por cuanto no pueden ser utilizadas por éste en la
plenitud de su fuerza y en toda su sana lozanía.
¡Grande es, pues, el alcance de las consecuencias de esa
forma de obrar propia de los profanadores de sus cuerpos físicos y anímicos!
Actúan sobre los espíritus paralizándolos, imposibilitándolos para su
imprescindible y necesaria evolución, pudiendo, incluso, arrastrarlos a la
descomposición eterna, a la condenación. Y no obstante, aun viéndose perdidos,
todos esos seguirán manteniendo la ilusión de sufrir una injusticia.
En el fondo, no son sino seres despreciables, indignos de
sentir alegría. Por consiguiente, no les guardéis ninguna consideración y
evitadles, pues no merecen ni siquiera una palabra bondadosa.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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