viernes, 23 de diciembre de 2022

02. EL HOMBRE QUE CAVILA

 

2. EL HOMBRE QUE CAVILA

EL HOMBRE que pase sus días terrenales cavilando, nunca podrá ascender progresivamente, sino que quedará detenido.

Más cuántos seres humanos viven en la creencia de que ese cavilar, ese observarse a sí mismo, es algo particularmente grande que favorece la ascensión. En pro de ello disponen de numerosas palabras que encubren el verdadero fondo. Uno cavila sobre el arrepentimiento, otro sobre la humildad. Hay otros que, sumidos en profunda meditación, intentan descubrir sus defectos y el camino para evitarlos; y así sucesivamente. No existe sino un continuo cavilar que muy raramente, o nunca, les proporcionará verdadero gozo.

Así no se ha de proceder. Ese camino es equivocado, jamás conducirá hacia arriba, hacia las esferas luminosas y libres; pues, por la cavilación, el hombre se ata, ya que mantiene forzadamente su mirada puesta exclusivamente en sí mismo, en lugar de dirigirla hacia un fin elevado, puro y luminoso.

Un sonreír alegre y cordial es el más poderoso enemigo de las Tinieblas, si bien no debe ser la sonrisa de una malévola satisfacción.

La cavilación, en cambio, ocasiona decaimiento. Ya esto solo explica que retiene abajo y tira también hacia abajo.

El verdadero móvil de ese continuo cavilar no es tampoco una buena voluntad, sino solamente la vanidad, el egoísmo, la presuntuosidad. No es un puro anhelo de Luz, sino un afán de vanagloriarse de sí mismo, lo que da lugar a esas cavilaciones, lo que les infunde nuevos ánimos y las alimenta constantemente.

Ensañándose consigo, ese hombre piensa siempre, absolutamente siempre, en sí mismo, observa con ardor los alternativos pros y contras de sus estados anímicos, se enoja, se consuela, para, finalmente, dando un profundo suspiro de tranquilizadora satisfacción personal, comprobar él mismo que ha conseguido “sobreponerse” nuevamente a algo. Con toda intención digo “comprobar él mismo”; pues, efectivamente, sólo él lo comprueba, y sus constataciones personales no son nunca sino alucinaciones. En realidad, no ha avanzado ni un solo paso. Al contrario, no hace más que incurrir siempre en las mismas faltas, a pesar de imaginarse que ya no son las mismas. Pero son las faltas de siempre, sólo la forma ha cambiado.

Un hombre tal nunca puede avanzar de este modo. Sin embargo, la observación de sí mismo le da la ilusión de superar una falta tras otra, cuando lo cierto es que describe siempre el mismo círculo a su alrededor, mientras que el mal fundamental latente en él no hace sino crear continuamente nuevas formas.

Una persona en continua observación de su propio ser y siempre cavilando sobre sí misma, es la personificación del que lucha contra la serpiente de las nueve cabezas, a la que le crece una nueva en cuanto se le corta otra, por lo que la lucha nunca tiene fin y no se puede apreciar progreso alguno a favor del combatiente.

Tal es, en efecto, el proceso etéreo derivado de esa actividad del pensador profundo, proceso que los hombres de la antigüedad aún pudieron percibir en aquel entonces, cuando tomaban por dioses, semidioses u otras entidades a todo lo que no era materialmente físico.

Sólo quien, con gozosa voluntad, ponga su mirada libremente en un elevado fin, esto es, dirigiendo sus ojos hacia ese fin sin mantenerlos siempre fijos en sí mismo, saldrá adelante y ascenderá hacia las cumbres luminosas. Ningún niño aprende a andar sin caerse muchas veces; pero, casi siempre, vuelve a incorporarse alegremente, hasta conseguir seguridad en sus pasos. Así ha de ser el hombre en su caminar por el mundo. Nada de desalentarse o de quejarse entre sollozos si se cae alguna vez. ¡Levántese valientemente e inténtelo de nuevo! Asimile la enseñanza proporcionada por la caída, pero asimílela mediante el sentimiento, no con el pensamiento observador. Entonces, también llegará el momento en que, de repente, ya no sea de temer caída ninguna por haber asimilado cuanto le fue enseñado.

Más solamente podrá asimilar por la experiencia vivida, no por la observación. El pensador profundo no llega nunca a vivir experiencias personales; pues, por la observación, siempre se sitúa fuera de toda experiencia vivida, analizándose a sí mismo punto por punto como si fuera un extraño, en lugar de vivir intensamente. Pero si fija los ojos en sí mismo, se mantendrá necesariamente al margen del sentimiento. Ya lo dice la misma palabra: mirarse a sí mismo, observarse.

Esto demuestra, también, que esa persona no está más que al servicio del intelecto, el cual no sólo se opone a toda experiencia real nacida del sentimiento, sino que la elimina por completo. No permite que el efecto de todo acontecimiento externo procedente de la materialidad llegue más allá del cerebro anterior, que es el primero en captarlo. Allí es detenido, desmembrado y descompuesto en sus partes presuntuosamente, de modo que no puede pasar al cerebro sensitivo, a cuyo través el espíritu podría aprehenderlo como una experiencia personal.

Tened presente mis palabras: así como el espíritu humano, siguiendo un orden lógico, tiene que dirigir su actividad de dentro a fuera, pasando del cerebro sensitivo al cerebro intelectivo, del mismo modo los acontecimientos externos han de recorrer ese camino, pero en sentido inverso, a fin de ser aprehendidos por el espíritu humano como experiencias vividas.

Por tanto, comoquiera que la impresión producida por los sucesos externos acaecidos en la materialidad siempre viene de fuera, habrá de pasar primeramente por el cerebro anterior o intelectivo, y luego por el cerebelo o cerebro sensitivo, para llegar después al espíritu, y no de otra manera. La actividad del espíritu, en cambio, ha de recorrer exactamente el mismo camino pero en dirección opuesta, de dentro a fuera, porque el cerebro sensitivo es el único que posee la facultad de captar impresiones espirituales.

Mas el pensador profundo retiene convulsivamente la impresión de los acontecimientos externos en el cerebro anterior o intelectivo. Allí la descompone y analiza, no trasmitiéndola al cerebro sensitivo en todo su valor, sino sólo parcialmente, en partes que, además, están deformadas por la potente actividad mental, por lo que el acontecimiento ya no es tal real como era.

De ahí que, para él, no pueda haber ningún progreso, ninguna maduración espiritual, que sólo se consigue viviendo realmente los acontecimientos externos.

¡Sed, en esto, como niños! Asimilad plenamente y vividlo al instante en vosotros. Entonces, pasando a través del cerebro sensitivo, refluirá de nuevo al cerebro intelectivo y, desde allí, podrá surgir trasformado, ya sea como potente y eficaz defensa, ya sea para aumentar la facultad de recepción, lo que dependerá de la naturaleza de los acontecimientos externos, cuyas radiaciones son denominadas influencias o impresiones de fuera.

Para el ejercitamiento en estas materias, servirá también el reino de los mil años, que debe ser el reino de la paz y de la alegría, el reino de Dios en la Tierra. Por tal entienden los hombres, de acuerdo con sus exigentes deseos, algo erróneo, porque a partir de su presuntuosidad ya no puede formarse nada preciso y saludable. Al hablar del reino de Dios en la Tierra, un gozoso estremecimiento recorre las filas de los que tienen puestas en él sus esperanzas. Se imaginan, en verdad, un presente de alegría y felicidad que se corresponderá exactamente con su aspiración a un plácido disfrute. Pero será una época de obediencia incondicional para toda la humanidad.

Actualmente, nadie quiere admitir que allí habrá exigencia, que el albedrío de los hombres y sus aspiraciones serán obligados, por fin, a acomodarse estrictamente a la Voluntad de Dios.

Reinará paz y alegría, porque todos los elementos perturbadores serán expulsados de la Tierra por la fuerza y permanecerán alejados en el futuro. Hoy se cuenta entre ellos, en primer lugar, el ser humano. Pues él solo produjo perturbación en la creación y en la Tierra.

Pero a partir de una hora determinada, ningún perturbador podrá seguir viviendo en la Tierra.

Esto se llevará a cabo mediante la variación de las irradiaciones, ocasionada por la influencia de la estrella del Hijo del Hombre. La paz será impuesta, no regalada, y el mantenimiento de la misma será exigido de manera rigurosa e implacable.

Tal será el reino de la paz y de la alegría, el reino de Dios en la Tierra, en el que el ser humano será desposeído del derecho de imponer su voluntad, derecho reconocido hasta el momento porque, siendo el elemento espiritual entre los seres evolucionados en la Tierra, debe de regir como corresponde a la criatura más elevada, cumpliéndose rigurosamente las leyes originarias de la creación.

En el futuro, sólo podrá subsistir el hombre y todas las criaturas que acaten de buen grado la Voluntad de Dios, es decir, que vivan, piensen y actúen de acuerdo con ella. Únicamente esto ofrece la posibilidad de seguir viviendo en el venidero reino de los mil años.

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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