08. EL NIÑO
Es bienintencionado que un educador quiera poner a
disposición del niño — para que le sirvan de provecho — las experiencias que él mismo ha tenido que vivir durante su vida
terrenal. Pretende ahorrar al niño muchas decepciones, pérdidas y dolores.
Pero, en la mayor parte de los casos, no es mucho lo que consigue.
Al final, tiene que percatarse de que todas sus molestias y
toda su buena voluntad en ese sentido han resultado inútiles; pues, al llegar
un momento determinado de su evolución, el niño sigue repentina e
inesperadamente su propio camino, olvidándose de todas las advertencias o no
teniéndolas en cuenta cuando se trata de tomar decisiones importantes para sí
mismo.
La tristeza del educador por este motivo no está
justificada; pues, en su buena voluntad, no ha tenido presente en absoluto que
el niño que él quería educar no tenía por qué seguir necesariamente el mismo
camino que el suyo, para cumplir debidamente
el fin de su propia existencia terrenal.
Todas las experiencias que el educador haya podido o tenido
que vivir anteriormente por sí mismo, estaban reservadas y eran necesarias para él, por lo que no podían servir de
provecho más que para el educador si ha sido capaz de asimilarlas como
corresponde.
Pero esas experiencias personales del educador no pueden
dar los mismos beneficios al niño, puesto
que su espíritu tiene que vivir, para su propio desarrollo, experiencias
completamente distintas, en virtud de los hilos del destino entretejidos en él.
Entre todos los hombres de la Tierra, no hay dos que sigan el mismo camino capaz de fomentar la
maduración de su espíritu.
De aquí que las experiencias de un hombre nunca puedan ser
provechosas espiritualmente para un
segundo. Y si un ser humano sigue un camino que es copia exacta del de otro, habrá desperdiciado su propio tiempo
terrenal.
Hasta la pubertad del niño, no debéis hacer otra cosa que
prepararle el instrumento que habrá
de necesitar para su vida terrenal, es decir, su cuerpo terrenal con todas sus
funciones físicas.
A tal efecto, cuidad con esmero de no deformarlo ni, tal
vez, de incapacitarlo completamente por exageración o parcialidad. Junto con la
necesaria destreza de movimientos, el ejercitamiento encaminado a la correcta
actividad de su cerebro juega un importante papel. A esa preparación preliminar
— que termina al llegar la pubertad — ha de seguir la fase inmediata
consistente en enseñar al espíritu a ejercer el debido dominio sobre todo el cuerpo.
Hasta los años de su madurez, en que el espíritu se
manifiesta, los hijos de los hombres terrenales sienten preponderantemente sólo lo que pertenece al plano sustancial, si
bien, como es natural, ya están avivados interiormente por el espíritu. No se
trata, pues, de un noble animal en su máximo grado de desarrollo, sino de más,
mucho más, pese a que, efectivamente, lo
sustancial es el elemento predominante y, por tanto, decisivo. Esto tiene
que tenerlo presente todo educador, y por
ello debe regirse estrictamente toda norma de educación si se desea un
éxito absoluto sin causar daños al niño. Primeramente, el niño ha de llegar a
la completa comprensión de la gran actividad de todo lo sustancial, a lo que
está más abierto que a lo espiritual durante ese tiempo. De este modo, sus ojos
se abrirán gozosos y puros a las bellezas naturales que vea a su alrededor.
El agua, las montañas, los bosques, las praderas, las
flores y también los animales, se harán familiares al niño, y éste irá
afianzándose más y más en el mundo que constituirá el campo de acción de su
existencia terrenal. Así, el niño se hallará firme y plenamente consciente en
la naturaleza, en toda la actividad de la sustancialidad, lleno de comprensión
y, con ello, debidamente pertrechado y dispuesto para influir también, con su
espíritu, sobre todo cuanto se extiende a su alrededor como un inmenso jardín,
haciéndolo evolucionar y prosperar. Sólo así
podrá llegar a ser un verdadero jardinero en la creación.
Así, y no de otro
modo, debe encontrarse todo niño en el momento en que el espíritu se ponga de
manifiesto: sano de cuerpo y alma, alegremente desarrollado y preparado sobre el terreno al que pertenece. El cerebro
no debe ser recargado unilateralmente con cosas que no necesitará nunca en su
vida terrenal y que exigen efectivamente grandes esfuerzos para ser asimiladas,
por lo que habrá un desperdicio de fuerza que debilitará al cuerpo y al alma.
Ahora bien, si ya la educación preliminar consume toda la
energía, no quedará nada para la actividad propiamente dicha del hombre.
Mediante la adecuada formación
y preparación para la Vida en si, el trabajo se convierte en alegría, en
placer, ya que, entonces, todo vibrará en completa armonía dentro de la
creación, lo que contribuirá al estímulo y fortalecimiento de la juventud en
desarrollo.
Mas ¡cuán
insensatamente se comportan los hombres respecto a sus descendientes! ¡De
cuántos delitos impetrados contra ellos se hacen culpables!
Precisamente cuando el espíritu se manifiesta en el cuerpo
de una joven a fin de utilizar ese instrumento físico y etéreo a él confiado y
ofrecido, es decir, para convertirse en un ser humano cabal, se arrastra a la
joven feminidad a los placeres terrenales… para que encuentre pronto un marido.
El espíritu, el ser humano propiamente dicho, que debía
iniciar en ese instante su actividad terrenal, no consigue ni siquiera empezar
y, paralizado, tiene que contemplar cómo el intelecto terrenal, erróneamente
cultivado con carácter exclusivo, se evidencia en un burbujeante centelleo
para, a falta de verdadero espíritu, hacerse
pasar por ingenioso; tiene que ver cómo es arrastrado a toda clase de cosas
imposibles, que exigen y desperdician cuanta fuerza es capaz de desarrollar el
instrumento. Por último, llegan a ser madres antes de convertirse en seres
humanos en la verdadera acepción de la palabra.
Por tanto, no queda nada para la actividad del espíritu. No
tiene absolutamente ninguna posibilidad de ello.
En cuanto al hombre joven, no es mucho mejor lo que
acontece. Está ahí desfallecido, agotado por la sobrecarga en las escuelas, con
los nervios sobreexcitados. No ofrece al espíritu más que un terreno enfermo,
un cerebro deformado, sobresaturado de cosas inútiles. A causa de esto, el
espíritu no puede actuar como debiera, ni, por tanto, desarrollarse, decayendo,
completamente abrumado, bajo el peso de tanta escoria. No resta más que una
insaciable aspiración que deja entrever la presencia del espíritu humano
encarcelado y oprimido. Al final, esa aspiración se pierde también en el
vértigo del ajetreo y avidez terrenales, que, primero, deben servir para llenar
ese vacío espiritual y, más tarde, se convierten en costumbre, en necesidad.
Así va el hombre,
hoy, por la vida terrenal. Y la
equivocada educación tiene la mayor parte de la culpa.
Si el hombre desea ser como debe en la Tierra, ha de
modificar necesariamente la primera fase de la formación, es decir, de su
educación. ¡Dejad que los niños sean verdaderamente niños! Tampoco intentéis
nunca igualarles a los adultos, ni, mucho menos, esperéis que los adultos se
rijan por los niños. Sería un poderoso veneno que daríais a vuestros hijos.
Pues, en los niños, el espíritu no se ha manifestado todavía, aún están
dominados preponderantemente por su naturaleza sustancial y, por consiguiente,
no tienen, por el momento, la plenitud de valores que corresponde a los
adultos.
Los niños lo sienten con toda exactitud. Por eso, no les
atribuyáis un papel capaz de robarles esa consciencia. ¡Les haríais
desgraciados! Se sentirían inseguros en ese terreno de la infancia que es el
suyo, les proporciona seguridad y les ha sido asignado en la creación, mientras
que, en el terreno de los adultos, nunca pueden sentirse a gusto, pues falta la
razón principal, la que les confiere el derecho y les capacita para ello: la
perfecta unión de su espíritu con el mundo exterior por medio del cuerpo.
Les priváis de su verdadera infancia, a la que tienen
perfecto derecho según las leyes de la creación, y que, incluso, necesitan
urgentemente, porque las experiencias propias de la infancia son
imprescindibles para el progreso ulterior del espíritu. No obstante, vosotros
soléis ponerles, ya, entre los adultos, allí donde no pueden moverse por
faltarles lo necesario. Pierden seguridad y se hacen precoces, lo que, como es
natural, causa una cierta repulsa en los adultos, ya que la precocidad es
malsana, perturba la pura facultad sensitiva y toda armonía; pues un niño
precoz es un fruto cuyo corazón no ha llegado todavía a la madurez mientras que
la envoltura está ya a punto de envejecer.
¡Guardaos de ello, padres y educadores!: ¡Es un delito
contra las leyes de Dios! ¡Dejad que los niños sigan siendo niños! Niños que
sepan que tienen necesidad de la
protección de todos los adultos.
La misión del adulto
consiste exclusivamente en asegurar a los niños la protección que es capaz de ofrecerles y a la cual también está
obligado siempre que un niño la merezca.
A su manera sustancial, el niño siente claramente que
necesita la protección de los adultos, y por eso alza sus ojos hacia ellos,
ofreciéndoles a cambio una espontánea consideración nacida de su necesidad de
apoyo, a condición de que vosotros mismos no destruyáis esa ley natural.
¡Pero la destruís en la mayor parte de los casos! Arrojáis
al niño fuera de sus naturales sentimientos mediante vuestro equivocado
comportamiento respecto al mismo, a menudo para vuestra propia satisfacción,
porque, para vosotros, el niño es, en gran parte, un querido juguete en el que
buscáis vuestra alegría y al que procuráis convertir en un ser precozmente
inteligente para poder enorgullecernos de ello.
Pero todo eso no es provechoso para el niño, sino sólo perjudicial. Ya durante los primeros años
de la vida de un niño y en el curso de su juventud, que ha de ser considerada
como la primera parte de su evolución, tenéis graves deberes que cumplir. No vuestros deseos, sino las leyes de
la creación, deben de ser lo que decida. Pero éstas exigen dejar que todo niño sea niño en todas las cosas.
Un ser humano que haya sido verdaderamente niño será
también, más tarde, un adulto cabal. ¡Pero
sólo entonces! Y un niño normal es reconocible por el mero hecho de tener auténtico respeto a los adultos por propio sentimiento, que, de por sí, concuerda exactamente con la
ley natural.
Todo eso ya está inherente en el niño como un don de Dios,
y se desarrolla si vosotros no lo impedís. Por tanto, mantened a los niños
alejados de las conversaciones de los mayores, pues no les incumben. También en
esto deben darse cuenta de que son niños y que, como tales, no poseen aún la
plenitud de su valor ni tampoco la suficiente madurez para la acción en la
Tierra. Estas cosas aparentemente tan insignificantes tienen más importancia de
lo que creéis. Constituyen el cumplimiento de una ley fundamental de la
creación que soléis pasar por alto con frecuencia. Exteriormente, los niños, todos ellos relacionados
predominantemente con lo sustancial, necesitan
esto como un apoyo, de acuerdo con la ley de la sustancialidad.
Los adultos deben proteger a los niños. Esto significa
mucho más de lo que las palabras expresan. Deben ofrecer protección cuando el
niño la merezca. No se ha de proporcionar sin una compensación, a fin de que el
niño aprenda ya, por experiencia, que
ha de existir equilibrio en todas partes y
que en ello reside la armonía y la
paz. También esto está condicionado por
la naturaleza sustancial.
Mas eso es
precisamente lo que tantos padres y educadores han descuidado tantas veces, a
pesar de ser condición fundamental para una educación adecuada, si es que ésta
debe realizarse de acuerdo con las leyes de la creación. Más tarde o más
temprano, la falta del concepto de la absoluta compensación hará vacilar a cada
uno y ocasionará su caída. La consciencia de la ineludible necesidad de ese
concepto ha de ser inculcada en el niño ya desde el primer día, para que se
convierta en algo tan personal, tan
metido en su cuerpo y sangre, tan natural,
como aprender a guardar el equilibrio del cuerpo, que, en realidad, también se
basa en la misma ley fundamental.
Si este principio es aplicado esmeradamente en el curso de
toda educación, surgirán, por fin, hombres libres gratos a Dios.
Pero esta ley fundamental, la más importante e
indispensable de la creación, ha sido, justamente, la que los hombres han
descartado en todos los sitios. Salvo en lo concerniente al equilibrio de su
cuerpo terrenal, no es seguida ni tenida en cuenta en la educación. Esto
provoca una malsana parcialidad que no permite a los hombres ir por la creación
sino tambaleándose espiritualmente, tropezando y cayendo de continuo.
Es deplorable que este sentimiento de equilibrio no haya
sido considerado como una necesidad más que para los movimientos del cuerpo terrenal,
mientras que es distendido o falta por completo en lo anímico y espiritual. En
tal sentido, es preciso ayudar al niño solícitamente, desde las primeras
semanas, mediante la influencia de una imposición exterior. La omisión
ocasionará al ser humano terribles consecuencias para toda su vida, de acuerdo
con la ley del efecto recíproco.
Mirad a vuestro alrededor: en la vida del individuo como en
la familia, en los asuntos estatales como en la forma de ser de las iglesias,
en todas partes se echa de menos esa ley y sólo
ella. Y sin embargo, se os muestra claramente en todas partes. Basta con
que queráis ver. El mismo cuerpo físico la pone en evidencia. Cuando el cuerpo
se mantiene sano, la descubrís en la alimentación y en la defección, en las
distintas maneras de alimentación, en el equilibrio entre trabajo y descanso;
la apreciáis en todos sus detalles, aparte por completo de la mencionada ley de
equilibrio que permite moverse a todo cuerpo, capacitándolo así para los
deberes que impone la actividad en la Tierra. Ella sostiene y conserva la
existencia del mundo entero; pues
sólo por la compensación del equilibrio pueden los astros y los mundos
describir sus órbitas y mantenerse.
Y vosotros, hombres insignificantes de la creación, más
pequeños que una partícula de polvo ante el Creador, habéis violado esa ley
rehusando observarla y seguirla con toda exactitud.
Verdad es que la habéis deformado por algún tiempo, pero
ahora vuelve rápidamente a su forma primitiva, y ese rápido retorno os herirá
dolorosamente.
De esta única falta nacieron todos los infortunios que hoy
se ciernen sobre la creación. También en los estados surge el descontento y la
insurrección cuando falta el equilibrio en alguna parte. Pero todo esto no es
sino la continuación, el crecimiento de los
errores cometidos por los educadores respecto a la juventud.
El nuevo reino, el reino de Dios en la Tierra, establecerá
el equilibrio y creará así una nueva generación. Pero primero será preciso
inculcar por la fuerza el concepto del equilibrio, antes de poder ser
comprendido. Será impuesto mediante la reforma de todo lo deformado. Durante
esa reforma, que ya se pone en evidencia hoy día, lo falso, lo malsano, se
lanzará a su propia perdición, impulsado por el poder y la fuerza irresistible
de la Luz. Vendrá después el gran don de la verdadera comprensión de todas las
leyes de la creación. ¡Esforzaos, ya, en conocerlas debidamente! Estaréis
entonces en la creación tal como corresponde estar, lo que, a su vez, no os
proporcionará sino felicidad y paz.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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