12. EL MOVIMIENTO COMO LEY DE LA CREACIÓN
¡MIRAD
A VUESTRO ALREDEDOR, oh hombres, y veréis cómo debéis vivir en la
Tierra! No resultará difícil reconocer las leyes originarias de la creación si
os molestáis un poco en observar
debidamente todo cuanto os rodea.
El movimiento es
una ley fundamental de toda la creación y, por tanto, también de la Tierra.
Bien entendido: el movimiento tal como debe
ser. Pero esta ley, precisamente,
ha sido menospreciada y mal empleada.
Sólo por el movimiento pudo formarse todo, y a eso se debe
también que el movimiento — el movimiento incesante — constituya la conservación y el saneamiento de todo lo existente en la creación. A tal respecto, el
hombre no puede constituir una excepción, no puede ser el único entre todas las
criaturas que, en medio de ese movimiento vivificante, permanezca parado o siga
su propio camino sin sufrir daños personales.
El fin que persigue actualmente el intelecto de tantos
humanos es el reposo y la vida cómoda. Conseguir pasar confortablemente los
últimos años terrenales, constituye, para más de un ser humano, la culminación
de su actividad. Y sin embargo, es veneno lo que él ansía. Es el principio de
su fin lo que él prepara de ese modo.
Seguro que, en casos de defunción, habéis tenido ocasión de
oír lamentaciones tan frecuentes como: “¡No ha podido disfrutar por mucho
tiempo de su retiro!” ¡Apenas un año desde que se retiró a la vida privada!
Semejantes observaciones suelen ser muy frecuentes. Poco
importa que se trate de hombres de negocios, funcionarios públicos o militares:
en cuanto una persona “se jubila”, como se dice en el lenguaje popular, empieza
en seguida el decaimiento y la muerte.
El que abra bien sus ojos para mirar a su alrededor, se
dará cuenta de muchas cosas, verá que tales experiencias suelen darse con sorprendente frecuencia, buscará una
razón precisa que lo justifique, y, por último, tratará de descubrir la ley por
la que se rige todo eso.
El hombre que se entregue verdaderamente al reposo en la
Tierra, el que quiera retirarse de toda actividad hasta el fin de su existencia
terrenal, será sacudido como un fruto sobremaduro por efecto de la ley del
movimiento rítmico de la creación, pues toda vibración, todo movimiento
alrededor de él será mucho más intenso que el movimiento en él mismo, el cual debería llevar el mismo ritmo. Ese hombre tiene que agotarse necesariamente y
enfermar. Sólo si su propia vibración y su vigilancia mantienen el mismo ritmo
que el movimiento reinante en la creación, sólo entonces, puede conservarse
sano, lozano y alegre.
En la expresión: “Inacción es retroceso”, se vislumbra ya
esta gran ley. Sólo el movimiento significa construcción y mantenimiento. ¡En
todo lo que se encuentra en la creación! Ya lo hice constar en mi conferencia:
“La Vida”.
Quien pretenda retirarse literalmente de la actividad en la
Tierra, dejará de perseguir un fin y, por consiguiente, no tendrá derecho
alguno a seguir viviendo en la creación, ya que él mismo habrá puesto “fin” a
su voluntad. Ahora bien, la creación no llega
a su fin, no tiene fin. La
continua evolución es una ley impuesta por la Voluntad de Dios, de aquí que no
pueda ser eludida nunca sin ocasionar daños.
Sin duda, os habrá llamado la atención que las personas que
han de esforzarse continuamente en ganar su sustento, suelen estar mucho más
sanas y llegan a una edad más avanzada que aquellos a quienes les ha ido bien
desde la niñez y han sido cuidados y protegidos de la manera más solícita.
Habréis observado también, que los hombres que han crecido en un ambiente de
prosperidad, que prodigan a su cuerpo toda clase de cuidados con cuantos medios
están a su alcance, que viven confortablemente y sin agitación, llevan los
signos externos de una vejez cercana mucho más pronto que quienes no han sido
tan favorecidos con bienes terrenales y han de dedicar todos sus días al
trabajo continuo.
Como casos ejemplares, hago mención de esas vidas colmadas de trabajo, en que no existe ninguna
exageración innecesaria, donde está ausente el desmesurado afán de amontonar
tesoros terrenales o toda otra forma de sobresalir, que nunca deja momento de
reposo a quien así se afana. El que se hace esclavo de una pasión similar vive
en estado de continua sobreexcitación, por lo que también está en discordancia con la vibración propia de la
creación. Las consecuencias serán, pues, las mismas que en el caso de los que
vibran demasiado despacio. Por consiguiente, el término medio es, también aquí,
el camino más acertado para todo el que quiera comportarse como es debido en la creación y en la Tierra.
¡Lo que hagas, hazlo perfectamente,
oh hombre!: el trabajo durante las horas de trabajo; el descanso a la hora
del necesario reposo; y no arbitrariamente.
El veneno más activo para el armonioso cumplimiento de lo
que incumbe al género humano, es la actividad unilateral.
Así, por ejemplo, una vida llena de trabajos pero
desprovista de fines espirituales no os servirá de nada. En efecto, el cuerpo
terrenal vibraría al unísono con la creación; el espíritu, en cambio,
permanecería inmóvil. Y si el espíritu no se mueve simultáneamente conforme a
la vibración de la creación, querida por Dios, el cuerpo físico — que vibra al
unísono — no será ni conservado ni fortalecido, sino debilitado y gastado por
el trabajo, pues no recibiría del espíritu, por mediación de los seres
sustanciales, la fuerza requerida. El espíritu inmóvil impide toda expansión
del cuerpo, por lo que éste, al seguir vibrando, irá consumiendo sus propias
energías, se debilitará y se descompondrá; no podrá renovarse, ya que la fuente
necesaria, la vibración del espíritu, falta.
De nada sirve, por tanto, que quienes se retraen de todo
trabajo terrenal den regularmente los consabidos paseos para mantener en
movimiento a su cuerpo, y hagan todo lo terrenalmente posible para la buena
conservación del mismo. Envejecerá rápidamente y se descompondrá si su espíritu
no vibra al mismo ritmo. Y las vibraciones espirituales no se forman sino a
partir de una cierta finalidad que infunde movimiento al espíritu.
Ahora bien, una finalidad espiritual no debe ser buscada en
algún lugar de la Tierra, sino que sólo puede ser hallada en el reino del
espíritu, en los planos afines de la creación. Se trata, pues, de una finalidad
situada por encima de lo físico, una finalidad que se extiende más allá de esta
vida terrenal.
El fin perseguido ha de tener
vida, tiene que ser vivo. De lo contrario, no tendrá nada que ver con el
espíritu.
Sin embargo, el hombre actual ya no sabe qué es espiritual.
Ha puesto en su lugar el trabajo intelectual, y atribuye a la actividad del
intelecto un carácter espiritual. Ese fue el golpe mortal que ocasionó su
caída; pues se aferra a algo que ha de permanecer en la Tierra, junto con el
cuerpo, cuando llegue el momento de pasar al más allá.
Un fin espiritual siempre
es algo que encierra en sí valores
impulsores, es decir, valores eternos, valores no efímeros. En eso podréis
reconocerlo. Por consiguiente, siempre que os propongáis hacer algo; siempre
que tratéis de alcanzar algo, sea lo que fuere, preguntaros, antes de nada, qué
valores aportáis y obtenéis obrando así. No resultará difícil a poco que
queráis verdaderamente.
Entre las erróneas actividades e inútiles aspiraciones que
existen en la creación, se cuentan las nueve décimas partes de la ciencia
actual. Tal como son practicadas hoy, las
ciencias constituyen un obstáculo para la ascensión de quienes se ocupan de
ellas, producen estagnación, regresión, pero nunca el progreso que conduce al
encumbramiento. El hombre no puede extender el campo de acción de sus
vibraciones por medio de la ciencia — como se ha dado en llamarla actualmente —
no puede alcanzar nunca todo lo que podría hacer, pues sus vibraciones están
lamentablemente oprimidas, interrumpidas. Sólo en la sencillez de pensamientos
y obras reside la grandeza y la posibilidad de desplegar el poder, puesto que la
sencillez es lo único que concuerda con las leyes originarias de la creación,
lo único que aspira a cumplirlas.
Pero el hombre se ha encadenado y amurallado con su ciencia
terrenal.
De qué sirve que una persona pase todo el tiempo de su
existencia terrenal tratando de averiguar cuándo surgió la criatura mosca,
cuánto durará probablemente su permanencia en la Tierra, y muchas otras
cuestiones que tan importantes parecen para el saber humano. Preguntaros
sencillamente: ¡A quién puede ser útil verdaderamente con una cosa semejante!
¡A su vanidad únicamente! Fuera de eso… ¡a nadie en el mundo! Pues semejante
saber no tiene nada en común con una ascensión, sea de la naturaleza que sea;
no proporciona ventaja alguna al hombre, no le da ningún impulso… nadie se beneficia
de ello.
Así debéis de examinar una cosa tras otra, con sinceridad,
según el valor efectivo que os aporte. Descubriréis entonces, que todo cuanto
acontece hoy se presenta ante vosotros cual un castillo de naipes, al que no se
le puede dedicar una sola hora sin ser castigados, pues el tiempo terrenal, que
se os ha dado gratuitamente para vuestra evolución, es realmente demasiado
precioso para emplearlo en esos menesteres, entregándoos a la vanidad, a la
futilidad, ya que eso no contiene nada capaz de encumbraros realmente, no lleva
en sí sino vacío y muerte.
No creáis que, en el momento del Juicio, compareceréis ante
el trono de Dios para echar un discursito relativo a esa pretendida ciencia.
¡Hechos son exigidos de vosotros en la creación! Pero, por vuestro falso saber,
no sois sino bronce resonante, cuando vuestra misión en la creación consiste en
ser elementos activos e impulsores. El hombre que encuentra placer en cada flor
campestre y, agradecido por ello, dirige su mirada al cielo, está, ante Dios,
mucho más alto que quien sabe analizarla científicamente sin reconocer en ella
la grandeza de su Creador.
De nada sirve al hombre ser el corredor más veloz, un buen
boxeador o un conductor temerario. De nada le sirve saber que el caballo hizo
su aparición en la Tierra antes o después que la mosca: semejante volición no
tiende más que al ridículo, a la vanidad. A la humanidad no le proporciona
ninguna bendición, ningún progreso, ningún beneficio para su existencia en la
creación. Lo único que hace es incitarla a la disipación de su tiempo terrenal.
¡Mirad a vuestro alrededor, hombres! ¡Considerad todo bajo ese punto de vista! ¡Ved lo que
significan en realidad vuestras ocupaciones y las de vuestro prójimo; ved qué
valor tienen! Encontraréis muy pocas cosas dignas de la verdadera humanidad.
Hasta ahora, vuestra ambición os ha convertido en siervos inútiles en la viña
del Señor, pues desperdiciáis vuestro tiempo en bagatelas completamente
inservibles, y recubrís las altas facultades que, como don de Dios, están
latentes en vosotros, con fruslerías superfluas propias de la voluntad
intelectiva vanidosa y terrenal, cosas todas que habréis de dejar atrás
necesariamente cuando llegue el instante de pasar al más allá.
¡Despertad, pues, a fin de que podáis confeccionar en la
Tierra unas vestiduras dignas del espíritu,
y no os veáis obligados a pasar al más allá con los harapos que ahora
lleváis, después de habérseos dado tan ricos tesoros para vuestro recorrido por
la Tierra! Sois como reyes que, cual niños traviesos, juegan con el cetro y se
imaginan que éste y la corona bastan ya para ser rey.
Lo primero que el hombre necesita investigar es aquello que
puede serle útil para su ascensión y, por tanto, también para la evolución de
la creación. Siempre que emprenda alguna cosa, debe preguntarse qué ventajas se
derivarán para sí y para sus semejantes. Un
único fin ha de imperar en todo hombre en el futuro: ser consciente del
puesto que, como ser humano, debe ocupar en la creación, y cumplir debidamente
con las obligaciones del mismo.
Voy a describiros la evolución tal como tiene lugar en
otros puntos de la creación, para que veáis como ha de realizarse en la Tierra
a partir de ahora, conforme a la Voluntad de Dios.
Cuando, en la Tierra, un hombre realiza una gran proeza, es
colmado de honores, a no ser que su acción sólo suscite envidia. La gloria
perdura hasta su muerte, e incluso, frecuentemente, hasta mucho después,
durante décadas, siglos, milenios.
Pero eso sólo pasa en
la Tierra. Es un fruto de los falsos puntos de vista humanos, una costumbre
que se ha impuesto en esta masa pesada de materia física. No sucede así en
otros mundos más elevados y más luminosos. Allí, el movimiento giratorio no es
tan pesado como en la Tierra. El efecto recíproco se disipa más rápidamente a
medida que aumenta la ligereza. También se miden allí los actos bajo puntos de
vista naturales completamente distintos, mientras que las opiniones humanas
califican de grandes a actos que no lo son en absoluto, y no dan valor a otros
que encierran en sí verdadera grandeza.
Cuanto más elevado, más luminoso y más ligero sea el
ambiente, tanto más brillante será la recompensa, tanto más rápidas también las
consecuencias. Un espíritu humano poseído de una buena voluntad se elevará cada
vez más rápidamente. Con frecuencia, una acción realmente grande le lanza
instantáneamente hacia arriba. Pero no se crea que, entonces, podrá complacerse
en sus recuerdos, como sucede en la Tierra, sino que habrá de conquistar de
continuo nuevas alturas si quiere mantenerse allí; habrá de esforzarse en
elevarse siempre más. Si cesa en sus esfuerzos, aunque no sea más que una vez,
sobremadurará rápidamente en el correspondiente ambiente, se pudrirá, si se
quiere emplear una imagen física.
Al fin y al cabo, el hombre no es, en el fondo, más que un
fruto de la creación, pero nunca la creación propiamente dicha, ni, mucho
menos, el creador. Cada manzana lleva en sí la facultad de enriquecer la
creación con nuevos manzanos, flores y frutos, pero no por eso puede decirse
que crea. No hace sino seguir el curso impuesto automáticamente por las leyes
originarias de la creación, las cuales le confieren esa facultad y la obligan a
actuar de ese modo, cumpliendo así su misión en la creación. En todo caso, la
manzana cumple siempre una misión por
lo menos.
El hombre y los animales pueden hacer lo que quieran con
esa manzana: siempre servirá o para la reproducción, o para el sostenimiento de
otros cuerpos. Nada existe en la creación que no tenga una misión. También en
la descomposición reside movimiento, utilidad, impulsión.
Por consiguiente, en cuanto un hombre ha conseguido
elevarse, tiene que mantenerse en la
altura alcanzada. No puede ni debe reposar pensando que ya se ha mantenido activo
durante bastante tiempo, sino que ha de mantenerse en continua actividad, al
igual que el pájaro en el aire, que se ve obligado a batir sus alas para poder
mantener el vuelo. En todo se impone la misma ley simple y única, tanto en las
regiones espirituales más sutiles como en el plano terrenal más denso, sin
alteración ni desviación de ninguna especie. Se manifiesta en todas partes, y
ha de ser tomada en consideración. En las esferas luminosas y ligeras se cumple
más rápidamente, mientras que, en la materialidad física, sus efectos tienen
lugar más lentamente, por razón de la inercia de lo físico. Pero, de un modo o
de otro, se cumple con toda certeza.
Es tal la sencillez que reside en los efectos de las leyes
de la creación y en las leyes mismas, que no es preciso acudir a una escuela
superior para poder conocerlas exactamente. Todo hombre es capaz de ello; basta
con que quiera. La observación es de una simplicidad pueril; sólo la pretendida
sabiduría de los hombres la ponen difícil, pues gusta de emplear palabras
altisonantes para expresar las cosas más sencillas, comportándose en la
creación como aquel que, para darse importancia, chapotea groseramente en el
agua clara, enturbiando así la sana claridad original.
Con su falsa erudición, el hombre es la única criatura que
no ocupa el lugar que le corresponde en la creación, para vibrar con ella y
obrar debidamente.
Pero la Voluntad de Dios exige que el hombre recobre el juicio definitivamente y cumpla su
misión en la Tierra como es debido. Si no lo hace, madurará demasiado y se
descompondrá como un fruto podrido de la creación. La Luz divina que Dios envía
a la creación, surte sobre ésta los mismos efectos que el calor concentrado
sobre las plantas de un invernadero: acelera su florecimiento y su fructificación.
De este modo, se revelará lo que se mueve conforme a las
leyes de la creación, y lo que ha obrado erróneamente dentro de ella. Según el
modo de obrar, así serán también los frutos. El hombre que se haya afanado en
conseguir cosas que no pueden servir de base para su necesaria ascensión, habrá
desperdiciado su tiempo y sus energías. Quedará apartado de las vibraciones de
la creación y ya no podrá ir al unísono con ella, no pudiendo, tampoco,
recobrar la salud mediante la imprescindible armonía, puesto que él es quien la
perturba.
Por consiguiente, haced uso de la observación para
apreciar, en toda su grandeza, la simplicidad de las leyes divinas,
utilizándolas también en provecho propio. De lo contrario, seréis destrozados
por ellas, ya que os ponéis en su camino entorpeciendo su actividad. Seréis
barridos como un obstáculo nocivo.
El movimiento es
el principal mandamiento para todo lo que existe en la creación, pues ésta
también surgió por él, y él la sostiene y renueva.
Por efecto del poder de la Luz, habrá de acontecer ahora en
la Tierra lo mismo que acontece en el más allá, esto es, en regiones más
luminosas. El ser humano que vibre con las leyes originarias de la creación, se
mantendrá; pero el que desperdicie su tiempo en falaces elucubraciones intelectuales,
será destruido por la fuerza motriz del movimiento, intensificada por la Luz.
He ahí por qué tenéis que conocer definitivamente todas las leyes y regiros por
ellas.
En el futuro, quien no encamine su actividad terrenal hacia
un fin elevado y luminoso, no podrá subsistir, se desintegrará conforme a las
leyes de Dios impuestas en la creación y fortificadas por la Luz, y será
pulverizado también espiritualmente, como un fruto inservible que no cumple su
cometido en la creación.
Completamente sencillo y objetivo es el evento, pero
indeciblemente horroroso en cuanto a los efectos que surte en la humanidad,
como ya se aprecia hoy. No se os perdonará nada. Todavía podéis hacer uso de
vuestra buena o mala voluntad en las decisiones, porque eso va inherente en la
misma naturaleza de todo lo espiritual; pero las consecuencias se harán sentir
inmediatamente hasta en sus detalles más mínimos, con una rapidez como no podéis creer que pueda darse en
la Tierra, dada la inercia de esta materialidad.
Pero ahora, la humanidad también será obligada
materialmente a regirse absolutamente por todas las leyes originarias de la
creación.
A partir de hoy, el hombre que haya conseguido alcanzar una
cierta altura no podrá darse por satisfecho, sino que tendrá el deber de hacer
continuos esfuerzos para mantenerse allí, ya que, si no, descenderá
rápidamente. Todo el que no puede mantenerse en un puesto, tiene que
abandonarlo; pues sólo debe ser valorado en lo
que es realmente, y no en lo que fue. Lo que fue dejó de ser con cada modificación, ya no es. Sólo lo que “es”
tendrá valor y será estimado en el reino de los mil años.
Por eso, de ahora en adelante, mantente en la creación, oh
hombre, de manera que, por tu verdadera forma de ser, valgas tanto como tú
quieres. Con cada transformación que se opere en ti, ascenderás o caerás.
Sin continuo movimiento, no hay, ya, apoyo ninguno en la
creación para ti. No puedes solazarte en la celebridad alcanzada por tus
antepasados. El hijo tampoco puede hacerlo en la fama de su padre. La esposa no
tiene ninguna participación en los actos de su esposo. Cada uno tiene que
responder de sí mismo. Sólo el presente cuenta para ti; pues éste es el que “es” realmente para todo espíritu
humano. Tal es lo que acontece en toda la creación, y así debe acontecer en el
futuro entre los hombres terrenales de hoy, tan reacios a estas cosas hasta
ahora.
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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