domingo, 25 de diciembre de 2022

14. EL MISTERIO DE LA SANGRE

 

14. EL MISTERIO DE LA SANGRE

¡LA SANGRE! ¡Cuántas cosas vibran en esta palabra! ¡Cuán abundantes e intensas son las impresiones que ella es capaz de causar y qué inagotable fuente de hipótesis rodea a esta palabra tan trascendental!

Y a partir de esas hipótesis, ya han surgido conocimientos que se han revelado como saludables para los cuerpos terrenales humanos. Tras penosa búsqueda y abnegados trabajos, hombres privilegiados, movidos por la pura voluntad de socorrer desinteresadamente a la humanidad, consiguieron descubrir, mediante una rigurosa observación, un camino que conduce al conocimiento de la finalidad propiamente dicha de la sangre, pero que no es aún esa finalidad.

Es menester seguir dando otras indicaciones sobre el particular, a fin de que, poniéndolas como base, los que tengan vocación sean capaces de completar la obra mediante el conocimiento de las leyes divinas y sus vibraciones. Se erigirán en ayudas para los hombres de la Tierra, ayudas en el sentido más verdadero, cuya recompensa más preciosa serán las acciones de gracias de todos aquellos cuyos caminos hayan sido soleados por ellos, pudiendo proporcionar, gracias a los nuevos conocimientos sobre el misterio de la sangre, una ayuda tan insospechada como ninguno otro, hasta ahora, ha conseguido proporcionar.

Indico a continuación el fin fundamental de toda sangre humana: debe constituir el puente para la actividad del espíritu en la Tierra, esto es, en la materialidad física.

Parece algo tan simple; y sin embargo, lleva en sí la Llave de todo el saber relativo a la sangre humana.

Así pues, la sangre debe de constituir un puente para la actividad del espíritu o, digamos en este caso particular, “alma”, para que los lectores me entiendan mejor, ya que el término “alma” les es más familiar.

A fin de que la actividad del espíritu pueda manifestarse debidamente a través del ser humano, el espíritu forma la sangre humana.

Que existe una relación entre el espíritu y la sangre, es algo fácil de demostrar. Basta considerar que en el preciso instante de la introducción del espíritu en el cuerpo infantil en gestación, es decir, en el momento de la encarnación, operada a la mitad del embarazo, cuando el cuerpo ha llegado a un cierto grado de desarrollo, provocando sus primeros movimientos, también la propia sangre del cuerpecito empieza a circular, mientras que al sobrevenir la muerte terrenal, cuando el espíritu abandona el cuerpo, la sangre cesa de pulsar, deja de existir absolutamente.

Por consiguiente, la sangre existe sólo durante el espacio de tiempo comprendido entre la entrada y la salida del espíritu, o sea, mientras éste se encuentre dentro del cuerpo. Más aún: por el hecho de que falte la sangre se puede constatar que el espíritu ha roto definitivamente su ligazón con el cuerpo terrenal, esto es, que la Muerte ha llegado.

En realidad, pasa lo siguiente: la sangre humana no puede formarse más que después de la introducción del espíritu en el cuerpo; y al salir de éste, ya no puede seguir existiendo como tal sangre.

Pero no vamos a conformarnos con este nuevo conocimiento y prosigamos. El espíritu — o el “alma” — contribuye a la formación de la sangre, pero él — o ella — no puede manifestarse exteriormente, en el plano terrenal, por medio de la sangre. La diferencia entre ambas especies es demasiado grande para ello. El alma, que contiene al espíritu como germen, es, en su envoltura más física, aún demasiado sutil, y sólo puede manifestarse exteriormente por medio de la irradiación de la sangre.

Así pues, la irradiación de la sangre constituye, en realidad, el puente propiamente dicho para la actividad de la sangre, y esto solamente si dicha sangre es de una composición exactamente determinada, apropiada para el alma en cuestión.

Según esto, en el futuro, todo médico de conciencia podrá intervenir conscientemente para proporcionar ayuda, en cuanto haya adquirido este saber y lo haya asimilado realmente. Esto constituirá, precisamente, la ayuda más grande y más eficaz de los médicos para toda la humanidad; pues los efectos serán tan diversos que, mediante la juiciosa aplicación, los pueblos habrán de prosperar en medio de un maravilloso querer y poder, puesto que, entonces, serán capaces de desplegar toda su fuerza, que no será empleada para la destrucción, sino para la paz y para una agradecida aspiración a la Luz.

Ya he hecho mención varias veces de la importancia de la composición de la sangre que, al ser modificada, cambia naturalmente su irradiación, la cual, entonces, produce efectos correspondientes y diversos, tanto en el hombre en cuestión como en todo su medio ambiente terrenal.

En mi conferencia sobre la importancia de la fuerza sexual, dije que ésta sólo se manifiesta a partir de un estado de madurez corporal perfectamente determinado, y que para el alma, protegida y aislada del mundo exterior hasta entonces, eso significa bajar un puente levadizo que no solamente permite al alma influir en el exterior, sino que también da acceso a ella a influencias externas, siguiendo el mismo camino.

Sólo entonces, el individuo se hace plenamente responsable frente a las divinas leyes de la creación, tal como acontece frente a las leyes terrenales en esa misma edad aproximadamente.

Ahora bien, el puente levadizo se baja automáticamente por la acción exclusiva de la modificación de la composición de la sangre — provocada por la maduración del cuerpo terrenal y por el empuje del alma — la cual, entonces, por efecto de la modificada irradiación, ofrece al espíritu la posibilidad de ejercer su actividad en la Tierra. Por tal actividad no quiero dar a entender, como es natural, los actos y trabajos mecánicos del cuerpo terrenal, sino que me refiero al verdadero “elemento dirigente”, es decir, a lo que procede de la voluntad, que es trasformado en actos terrenales por el cerebro y el cuerpo en calidad de instrumentos.

En mi conferencia sobre los temperamentos me referiré también a la sangre, que constituye la base de los mismos por efecto de la diversidad de sus irradiaciones, porque el alma está ligada hasta cierto punto, en sus actividades, a la naturaleza de las irradiaciones de la sangre.

Ahora bien, comoquiera que la madurez y el estado de salud, así como la edad del cuerpo, contribuyen a modificar la composición de la sangre, una sujeción semejante podría implicar una injusticia, que queda descartada por el hecho de que el espíritu puede modificar la composición de la sangre, en lo que reside, al mismo tiempo, el secreto de las palabras: “El espíritu forma al cuerpo”.

Más siempre que un espíritu sea demasiado débil para ello, o esté impedido por algún acontecimiento externo, como, por ejemplo, un accidente o una enfermedad corporal, el médico podrá intervenir eficazmente gracias a su saber.

Y lleno de asombro, se dará cuenta de lo mucho que depende, para el hombre terrenal, de la buena composición de la sangre. Pero no se debe establecer, a tal respecto, un sistema rígido, pues el proceso es completamente diferente para cada ser humano. Hasta ahora, no han sido descubiertas más que las diferencias más resaltantes. Existen aún numerosos matices, desconocidos todavía, que son de importancia capital y causan efectos decisivos.

Las clasificaciones de los grupos sanguíneos, establecidas recientemente, no bastan todavía, y sólo pueden servir para confirmar lo que he mencionado.

Esas clasificaciones indican, efectivamente, un camino hacia lo fundamental, y su empleo se ha revelado, ya, como beneficioso por demás; pero no pasan de ser un camino entre muchos, no son el fin propiamente dicho, capaz de encumbrar al hombre en todos los aspectos, y no solamente bajo el punto de vista de la salud y vigorización del cuerpo.

En mi conferencia: “Posesos”, indico que cuando tienen lugar sucesos de naturaleza espectral, como golpes, ruidos, objetos arrojados, etc. la composición de la sangre de un hombre determinado es también lo único que puede ofrecer la posibilidad de tales manifestaciones. Ese hombre ha de hallarse siempre en las inmediaciones de donde acontezcan esos fenómenos, puesto que de sus irradiaciones emana la fuerza que los provoca.

Semejantes circunstancias pueden ser, asimismo, modificadas inmediatamente por la sensata intervención de un médico iniciado que cambie la composición sanguínea del paciente, con lo que la irradiación también se modificará, cesando así las molestas posibilidades.

No sucede de otro modo en lo referente a los llamados posesos, de los cuales hay muchos, pese a todas las dudas. El proceso en sí es sencillo, si bien terriblemente grave para el afectado y para su ambiente, y doloroso para sus allegados.

En el caso de esos seres, se ha formado una composición sanguínea que no ofrece al alma que mora en ellos sino una posibilidad muy remota — o absolutamente ninguna — de manifestarse exteriormente en toda su fuerza, si bien la irradiación de la sangre puede dar ocasión a otra alma — separada, tal vez, del cuerpo y con pocas cualidades buenas o, incluso, con cualidades netamente malas para influir desde el exterior y llegar hasta a dominar al cerebro y al cuerpo, ya sea temporalmente, ya sea para siempre.

También aquí puede un médico proporcionar ayuda eficaz mediante la modificación de la composición sanguínea, modificando igualmente, al mismo tiempo, la naturaleza de las irradiaciones, con lo que quedarán neutralizadas las influencias externas y se dará posibilidad a la voluntad que mora en lo íntimo de ese hombre, para desplegar su propia fuerza.

Como ya he dicho, la clasificación de los grupos sanguíneos pone a los investigadores en un camino muy bueno y saludable. Precisamente, las observaciones verificadas al poner en práctica esos conocimientos habrán de dar confirmación a mis indicaciones.

Si, en una transfusión de sangre, se empleara un grupo sanguíneo diferente, el alma que morara en ese cuerpo se vería impedida de desplegar íntegramente su voluntad, pudiendo, incluso, quedar imposibilitada por completo, puesto que una composición sanguínea distinta supone una irradiación distinta también, imposible de ser adaptada al alma en cuestión. Esta no puede emplear apenas — o en absoluto — una irradiación de distinta naturaleza.

Ese hombre daría la impresión de estar impedido exteriormente en sus pensamientos y acciones, pues su alma no podría manifestarse como debiera, pudiéndose llegar hasta el extremo de que esa alma, al no poder actuar, se desprendiera, poco a poco, del cuerpo y terminara por separarse de él, lo que equivale a la muerte terrenal.

Asombrados, los médicos se darán cuenta del gran alcance y de la gran variedad de ramificaciones que presentan, en el plano terrenal, los efectos de la adecuada composición sanguínea de cada cuerpo en relación con la facultad de acción de su alma. Se percatarán de cuántas enfermedades y demás inconvenientes pueden ser eliminados mediante el verdadero saber, en tanto que el “misterio de la sangre” quedará aclarado y será la llave necesaria para el ejercicio de una gozosa actividad en la maravillosa creación de Dios.

Pero una modificación duradera no puede operarse a base de inyecciones, sino siguiendo el camino natural, mediante alimentos y bebidas apropiados, que, durante un corto espacio de tiempo, serán distintos en cada caso particular, pero siempre sin restricciones unilaterales.

De estas consideraciones se desprende, asimismo, que un gran número de los niños considerados como “retrasados mentales” pueden ser socorridos radicalmente. ¡Basta con dar a sus almas el puente necesario para el desarrollo de sus fuerzas! Veréis, entonces, cómo se expansionan y actúan gozosamente en la creación, ya que almas enfermas no existen en realidad.

El obstáculo para el alma o, digamos mejor, para el espíritu, lo constituye siempre la deficiente o impropia irradiación de la sangre y sólo ella, a no ser que tenga como causa forzosa una enfermedad del cerebro.

En la trama de la creación está todo tan maravillosamente entrelazado, que ninguno de mis lectores se asombrará si digo que la naturaleza de la irradiación de la sangre de una futura madre, puede ser decisiva para determinar la especie del espíritu que habrá de encarnarse en ella, el cual se regirá necesariamente por la ley de la atracción de las afinidades; pues cada una de las distintas irradiaciones sanguíneas sólo puede preparar la aproximación y la introducción de un alma de naturaleza absolutamente correspondiente a la suya, del mismo modo que, como es comprensible, las mismas especies de almas habrán de esforzarse en producir idénticas composiciones sanguíneas, siendo así que sólo pueden actuar con éxito por medio de irradiaciones de naturaleza perfectamente determinada, que, a su vez, varían con las diferentes edades de la vida.

De todas formas, el que quiera comprender exactamente estas indicaciones referidas al nacimiento, deberá familiarizarse, al mismo tiempo, con lo expuesto en mi conferencia: “El misterio del nacimiento”, ya que, siguiendo las leyes de la creación en su automática actividad, me veo precisado a sacar a la luz esto o aquello, a pesar de que todo constituye un conjunto inseparable, y nada de eso puede ser descrito como un hecho aislado, sino como parte constitutiva del Todo e intrínsecamente unida a él, una parte que se hace visible una y otra vez en diferentes lugares, colaborando con el conjunto y destacando, conforme a las leyes, como un hilo coloreado de la trama.

Más adelante hablaré con todo detalle de estas particularidades, necesarias para completar plenamente el cuadro que hoy he dado a grandes rasgos solamente.

Espero que, un día, todo esto pueda servir de gran bendición para la humanidad.

Sobre este particular, creo conveniente dar otra indicación: el hecho de que la sangre no está relacionada únicamente con el cuerpo, puede ser fácilmente constatado en la diferencia existente entre la sangre humana y la del animal, diferencia que se puede apreciar inmediatamente.

Las composiciones fundamentales de ambas naturalezas sanguíneas son tan distintas, que necesariamente han de saltar a la vista. Si el cuerpo fuera el único que formara la sangre, el parecido tendría que ser mucho más grande. Por lo tanto, ahí tiene que intervenir otro elemento: el espíritu, en cuanto a la sangre humana. El alma animal, en cambio, que actúa a través del cuerpo, se compone de una esencia distinta y no es de naturaleza espiritual, que es lo que da al hombre su carácter humano. De aquí que la sangre también tenga que ser completamente diferente.

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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