15. EL TEMPERAMENTO
HAY PERSONAS QUE,
ante los demás y ante sí mismas, disculpan sus faltas con el temperamento.
Tal proceder es equivocado. Quien así obra muestra
solamente que se ha hecho esclavo de sí mismo. El ser humano pertenece al espíritu, que sigue siendo, en esta
procreación, el más elevado elemento consciente de sí mismo, razón por la que
influye en todo lo demás, lo forma y dirige, tanto si lo hace con voluntad
plenamente consciente, como si no tiene conciencia ninguna de ello.
La facultad de dominar, es decir, la influyente actividad
en la poscreación, está arraigada en la naturaleza
del espíritu, conforme a las leyes de la creación. De ahí que el espíritu
humano obre conforme a su naturaleza por el simple hecho de existir, ya que
procede del reino espiritual. El temperamento, en cambio, no viene del
espíritu, pues no ha sido producido más que por las irradiaciones de una
determinada especie de la materialidad, inmediatamente después de haber quedado
completamente impregnada de la vivificadora sustancialidad, que es, al fin y al
cabo, la que imprime movimiento, infunde calor y da forma a todo lo material. Es
de la sangre de donde procede esa irradiación.
En el lenguaje popular suele decirse — no sin razón — de
esta o aquella cualidad humana: “Se lleva en la sangre”. Con ello se quiere
expresar, en la mayoría de los casos, lo “heredado”. A veces, es así efectivamente,
puesto que la herencia física existe,
mientras que la herencia espiritual resulta imposible. En lo espiritual entra
en consideración la ley de la atracción de las afinidades, cuyos efectos
tienen, en la vida terrenal, la apariencia externa
de una herencia, y por eso pueden ser tomados por tal fácilmente.
El temperamento, sin embargo, procede de la materialidad,
de aquí que también sea parcialmente hereditario. Asimismo, permanece siempre
estrechamente ligado a todo lo material. La causa de ello es la actividad sustancial. Sobre este particular,
existe también un cierto presentimiento en el lenguaje popular, cuya sabiduría
ha surgido siempre del natural sentimiento de algunos hombres dotados de
sentido común, que supieron conservarse sencillos y sin deformación en la
creación. El lenguaje popular habla de sangre ligera, de sangre caliente, de
sangre espesa, de sangre fácilmente irritable. Todas estas denominaciones son
atribuidas al temperamento, sintiendo muy acertadamente que la sangre debe de
desempeñar en esto el papel más importante. En realidad, se trata de una
determinada irradiación que se forma a partir de la respectiva naturaleza de la
composición sanguínea, provocando — primeramente en el cerebro — la
correspondiente reacción, que luego se deja sentir intensamente en todo el
cuerpo.
De este modo, siempre habrá, según la composición de la
sangre, un determinado género de temperamento que predominará en los diferentes
tipos humanos.
En la sangre sana de
un ser humano están ancladas cuantas irradiaciones
puede emitir la sangre y, par tanto, también todos los temperamentos. Me refiero solamente al cuerpo terrenal
sano, pues la enfermedad causa perturbaciones en las irradiaciones.
Con la edad del cuerpo físico varia también la composición
de la sangre. Por consiguiente, siempre que, por efecto de la edad, se
modifique la sangre sana, aparecerá igualmente la correspondiente modificación
del temperamento.
Pero, aparte de la edad del cuerpo, existen otras cosas que
también toman parte activa en la modificación de la sangre, tales como la zona
en que se vive, con todo lo que pertenece a ella: clima, radiaciones siderales,
clases de alimentación, y tantas otras cosas más. Todo eso influye directamente
en los temperamentos, dado que éstos son parte integrante de la materialidad y,
por tanto, están muy estrechamente ligados a ella.
En general, se distinguen cuatro temperamentos humanos
fundamentales, según los cuales son clasificados también los mismos hombres:
sanguíneo, melancólico, colérico y flemático. En realidad, son siete, y, si se
tienen en cuenta todos los matices, doce. Pero los más importantes son,
efectivamente, cuatro.
Si el estado de la sangre es completamente sano, pueden ser
distribuidos a lo largo de cuatro edades, en cada una de las cuales tiene lugar
una modificación de la composición sanguínea. En primer lugar, la infancia,
correspondiente al temperamento sanguíneo: el despreocupado vivir el momento
actual. Viene luego la edad juvenil, correspondiente al temperamento
melancólico: el romanticismo lleno de aspiraciones. A continuación, la edad
madura, correspondiente al temperamento colérico: la acción. Finalmente, la
senectud, correspondiente al temperamento flemático: la serena meditación.
Tal es el estado normal y sano en las zonas más moderadas,
es decir, que no tienen nada de
excepcional.
Cuán estrechamente ligado con la materialidad está todo eso
y de qué manera tan idéntica se manifiesta en ella, podéis constatarlo en el
curso de las cuatro estaciones que se suceden en la Tierra: primavera, verano,
otoño e invierno. Al efervescente despertar de la primavera sigue el ensoñador
crecimiento del verano con tendencia a la maduración. El otoño produce la
acción de los frutos, mientras que el invierno, con su cúmulo de experiencias
representa el tranquilo paso hacia un nuevo despertar.
Los mismos pueblos y razas poseen rasgos muy peculiares de
temperamentos comunes. Eso se debe a la región de la Tierra en que nacieron y
viven, a la correspondiente forma de alimentación que el suelo proporciona, a
la afinidad de las irradiaciones astrales en el plano físico y, más que nada, a
la madurez espiritual de todo el pueblo. La población sanguínea está,
metafóricamente hablando, en la infancia, o bien a vuelto a ella obligada por
alguna circunstancia. Entre esos pueblos se cuentan no sólo los bronceados
habitantes de los mares del Sur, sino también, principalmente, los países
latinos.
Los melancólicos, entre los que se cuentan los alemanes y
los demás países germanos, se hallan frente a sus propios actos, ante el
despertar a la acción.
A eso se debe, igualmente, que la edad juvenil sea la época
del temperamento melancólico, porque, al manifestarse el espíritu mediante la
fuerza sexual, en ese mismo instante, se establece una unión perfecta con las
diferentes especies de la creación, lo que pone al hombre ante la plena
responsabilidad de sus actos en la creación, responsabilidad absoluta de cada
uno de sus pensamientos, de cada palabra, de cada acción, puesto que todas las
vibraciones de esos pensamientos, de esas palabras y de esas acciones se
extienden por todos los planos de la sustancialidad presionando con toda la
fuerza y, por consiguiente, creando formas. De este modo, van surgiendo en la
poscreación formas correspondientes a la naturaleza de las vibraciones
engendradas por el ser humano.
Según eso, si un hombre tiene un temperamento desenfrenado,
impondrá en la creación nuevas y malsanas formas que nunca podrán engendrar
armonía, sino que, por el contrario, ejercerán fatalmente un efecto perturbador
entre todo lo existente.
Dado que el espíritu humano, por razón de la naturaleza de
su origen, se encuentra en el punto más elevado de la poscreación, tiene, no
sólo el poder, sino también el deber de dominar sobre el resto de la creación,
ya que, por su misma naturaleza, no puede menos que dominar obligadamente.
¡En eso debe pensar constantemente! Crea de continuo nuevas
formas de esta poscreación, con cada uno de sus pensamientos, con cada
conmoción de su alma. ¡Entendedlo de una vez!: todo lo que forméis durante
vuestra existencia se atará a vosotros, y vosotros seréis también los
responsables de ello. Lo bueno os tirará hacia arriba; lo malo os arrastrará
hacia abajo necesariamente, conforme a la ley de la pesadez, que se cumple
infaliblemente tanto si tenéis conocimiento de ella como si no os ocupáis lo
más mínimo de ese particular. La ley trabaja y actúa a vuestro alrededor en un
continuo tejer. Cierto que vosotros sois el punto de partida de todo lo que
haya de ser formado y creado en ese telar, pero no os es dado pararlo ni
siquiera por un instante.
¡Intentad solamente concebir esta imagen con claridad! Eso bastará para que os alejéis de esas
futilidades a las que tan dispuestos estáis a sacrificar mucho de vuestro
tiempo y de vuestra fuerza. Horror causará en vosotros ver el modo tan frívolo
conque habéis venido pasando vuestra vida hasta ahora, y os avergonzaréis ante
vuestro Creador, que tan grande don os concedió con ella. Pero vosotros no lo
habéis tenido en cuenta; habéis jugado con ese inmenso poder causando daños y
nada más que daños a la poscreación confiada a vosotros, de la que podríais
hacer un verdadero paraíso si os lo propusieseis definitivamente.
Pensad que toda la confusión que habéis causado con vuestra
ignorancia de las leyes divinas, habrá de desorientaros y aplastaros en la
actualidad. Que no las conozcáis todavía, es culpa vuestra. Es vuestro más sagrado deber ocuparos de ellas
personalmente, puesto que os encontráis en la creación.
Pero en Lugar de eso, habéis insultado y escarnecido a los
mensajeros que podían indicaros un camino que os condujera al conocimiento. Mas
sin molestarse no se puede conseguir nada. Eso sería ir en contra de las leyes
del continuo movimiento en la creación, del que depende su conservación y
extensión. Ha de existir movimiento en el espíritu y movimiento del cuerpo. Todo lo que no se mueva en absoluto, o lo
haga indebidamente, será expulsado, pues causa perturbaciones en la vibrante
armonía de la creación; será expulsado como un centro enfermo que no quiere
moverse al mismo ritmo. Ya os he hablado de la necesidad del movimiento
continuo como ley.
El espíritu tiene que
dominar, tanto si quiere como si no. No puede hacer otra cosa, por lo que
ha de esforzarse ahora en conseguir, por fin, dominar espiritualmente con plena consciencia, si es que no
quiere ser causa de desgracias. Ahora bien, sólo puede dominar conscientemente
si conoce todas las leyes que reposan en la creación y se rige por ellas. De
otro modo no es posible. Sólo así cumplirá con el cargo que se le ha asignado y
que no podrá modificar ni desplazar nunca.
Asimismo, tiene que imponerse también a los temperamentos,
refrenarlos, dominarlos, a fin de que, primero, reine la armonía en su propio
cuerpo y, después, se extienda su acción bienhechora hasta el medio ambiente
inmediato, para, desde allí, influir en toda la poscreación mediante las formas
creadas en correspondencia con sus vibraciones.
Sólo el hombre que
utilice debidamente los cuatro temperamentos, uno tras otro, en las épocas
previstas para ello, estará verdaderamente firme en la creación, pues empleará
esos temperamentos para ir salvando, con seguridad y decisión, cada una de las
etapas de su vida terrenal, sin pasar por alto nada de lo necesario para su
maduración espiritual.
Los temperamentos bien dominados y debidamente empleados
son como un buen calzado para el camino a través de la materialidad terrenal.
Prestad a los vuestros más atención que hasta ahora. No podéis desprenderos de
ellos, pero tampoco debéis doblegaros ante ellos; pues, entonces, se convierten
en tiranos que os atormentarán, a vosotros y a vuestro medio ambiente, en lugar
de proporcionar beneficios.
¡Pero servíos de
ellos! Son vuestros mejores compañeros de camino a través de la existencia
terrenal. Son vuestros amigos si los domináis. El niño se desarrolla del mejor
modo si es sanguíneo, por eso se le ha asignado ese temperamento por la
composición de la sangre. Esta se modifica en el tiempo de la pubertad y trae
consigo el temperamento melancólico.
Este es, asimismo, el mejor auxiliar para ese período de
maduración. Puede indicar al espíritu una dirección hacia la Luz, hacia la
Pureza y la Fidelidad, en esos años en que llega a unirse íntimamente con la creación,
interviniendo, así, en calidad de guía, en todo ese tejer, en toda esa
actividad que tiene lugar dentro de ella en continuo movimiento.
Por consiguiente, el temperamento melancólico puede
constituirse en el mejor auxiliar del espíritu humano durante su existencia
propiamente dicha, siendo su influencia mucho más decisiva de lo que el hombre
puede imaginarse hoy.
De ahí que se deba dejar al niño su límpida alegría del
momento, esa alegría que el temperamento sanguíneo le proporciona, mientras que
al joven y a la joven se les debe dejar ese romanticismo soñador que suele
serles propio. El que lo destruya con el fin de convertir a los jóvenes al
realismo de su alrededor, cometerá un atraco contra el espíritu en su camino
hacia la Luz. ¡Guardaos de obrar así! pues todas las consecuencias que se
deriven de ahí habrán de caer sobre vosotros necesariamente.
El temperamento colérico en su forma depurada, lo necesita
todo hombre de acción. Digo expresamente: en forma depurada, porque el espíritu
tiene que imperar en la edad adulta
del hombre y de la mujer, ennobleciendo y transfigurando todo, emitiendo y
propagando radiaciones luminosas en toda la creación.
En la senectud, sin embargo, el temperamento flemático
contribuye, ya, a que el espíritu se vaya soltando del cuerpo, instándole a
examinar retrospectivamente las experiencias vividas durante su tiempo
terrenal, para retener, como cosa propia, las enseñanzas obtenidas,
preparándose así, poco a poco, para el necesario paso a la materialidad etérea
de la creación, paso que, de ese modo, le resultará mucho más fácil,
convirtiéndose en un evento absolutamente natural, que no supondrá sufrimiento
ninguno, sino solamente un progreso en la observancia de las leyes de la
creación.
Por lo tanto, respetad y cultivad los temperamentos en
cuanto podáis, pero siempre en las épocas correspondientes y sin que se
conviertan en tiranos por el desenfreno. El que pretenda modificarlos o
destruirlos, destruirá los mejores auxiliares para la evolución del hombre
terrenal conforme a la Voluntad de Dios; quebrantará también la salud, causará
confusión, así como insospechadas aberraciones que acarrearán descontento,
envidia, odio, ira, e incluso rapiñas y crímenes en la humanidad; pues,
entonces los temperamentos habrán sido despreciados y destruidos por el frío
intelecto, en las épocas en que debieran ser respetados y cultivados.
Se os han dado, por voluntad de Dios, en las leyes de la
naturaleza, que son cuidadas y conservadas constantemente por los seres
sustanciales, a fin de facilitaros el camino de vuestro periplo por la Tierra,
si es que queréis recorrerlo en el sentido querido por Dios. Agradeced al Señor
y aceptar gozosamente esos dones que están a vuestra disposición en todos los
puntos de la creación. ¡No tenéis más que esforzaron en conocerlos exactamente!
* * *
EN LA LUZ DE LA VERDAD
MENSAJE DEL GRIAL
por Abd-ru-shin
* * *
Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der
Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:
español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio
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