domingo, 25 de diciembre de 2022

15. EL TEMPERAMENTO

 

15. EL TEMPERAMENTO

HAY PERSONAS QUE, ante los demás y ante sí mismas, disculpan sus faltas con el temperamento.

Tal proceder es equivocado. Quien así obra muestra solamente que se ha hecho esclavo de sí mismo. El ser humano pertenece al espíritu, que sigue siendo, en esta procreación, el más elevado elemento consciente de sí mismo, razón por la que influye en todo lo demás, lo forma y dirige, tanto si lo hace con voluntad plenamente consciente, como si no tiene conciencia ninguna de ello.

La facultad de dominar, es decir, la influyente actividad en la poscreación, está arraigada en la naturaleza del espíritu, conforme a las leyes de la creación. De ahí que el espíritu humano obre conforme a su naturaleza por el simple hecho de existir, ya que procede del reino espiritual. El temperamento, en cambio, no viene del espíritu, pues no ha sido producido más que por las irradiaciones de una determinada especie de la materialidad, inmediatamente después de haber quedado completamente impregnada de la vivificadora sustancialidad, que es, al fin y al cabo, la que imprime movimiento, infunde calor y da forma a todo lo material. Es de la sangre de donde procede esa irradiación.

En el lenguaje popular suele decirse — no sin razón — de esta o aquella cualidad humana: “Se lleva en la sangre”. Con ello se quiere expresar, en la mayoría de los casos, lo “heredado”. A veces, es así efectivamente, puesto que la herencia física existe, mientras que la herencia espiritual resulta imposible. En lo espiritual entra en consideración la ley de la atracción de las afinidades, cuyos efectos tienen, en la vida terrenal, la apariencia externa de una herencia, y por eso pueden ser tomados por tal fácilmente.

El temperamento, sin embargo, procede de la materialidad, de aquí que también sea parcialmente hereditario. Asimismo, permanece siempre estrechamente ligado a todo lo material. La causa de ello es la actividad sustancial. Sobre este particular, existe también un cierto presentimiento en el lenguaje popular, cuya sabiduría ha surgido siempre del natural sentimiento de algunos hombres dotados de sentido común, que supieron conservarse sencillos y sin deformación en la creación. El lenguaje popular habla de sangre ligera, de sangre caliente, de sangre espesa, de sangre fácilmente irritable. Todas estas denominaciones son atribuidas al temperamento, sintiendo muy acertadamente que la sangre debe de desempeñar en esto el papel más importante. En realidad, se trata de una determinada irradiación que se forma a partir de la respectiva naturaleza de la composición sanguínea, provocando — primeramente en el cerebro — la correspondiente reacción, que luego se deja sentir intensamente en todo el cuerpo.

De este modo, siempre habrá, según la composición de la sangre, un determinado género de temperamento que predominará en los diferentes tipos humanos.

En la sangre sana de un ser humano están ancladas cuantas irradiaciones puede emitir la sangre y, par tanto, también todos los temperamentos. Me refiero solamente al cuerpo terrenal sano, pues la enfermedad causa perturbaciones en las irradiaciones.

Con la edad del cuerpo físico varia también la composición de la sangre. Por consiguiente, siempre que, por efecto de la edad, se modifique la sangre sana, aparecerá igualmente la correspondiente modificación del temperamento.

Pero, aparte de la edad del cuerpo, existen otras cosas que también toman parte activa en la modificación de la sangre, tales como la zona en que se vive, con todo lo que pertenece a ella: clima, radiaciones siderales, clases de alimentación, y tantas otras cosas más. Todo eso influye directamente en los temperamentos, dado que éstos son parte integrante de la materialidad y, por tanto, están muy estrechamente ligados a ella.

En general, se distinguen cuatro temperamentos humanos fundamentales, según los cuales son clasificados también los mismos hombres: sanguíneo, melancólico, colérico y flemático. En realidad, son siete, y, si se tienen en cuenta todos los matices, doce. Pero los más importantes son, efectivamente, cuatro.

Si el estado de la sangre es completamente sano, pueden ser distribuidos a lo largo de cuatro edades, en cada una de las cuales tiene lugar una modificación de la composición sanguínea. En primer lugar, la infancia, correspondiente al temperamento sanguíneo: el despreocupado vivir el momento actual. Viene luego la edad juvenil, correspondiente al temperamento melancólico: el romanticismo lleno de aspiraciones. A continuación, la edad madura, correspondiente al temperamento colérico: la acción. Finalmente, la senectud, correspondiente al temperamento flemático: la serena meditación.

Tal es el estado normal y sano en las zonas más moderadas, es decir, que no tienen nada de excepcional.

Cuán estrechamente ligado con la materialidad está todo eso y de qué manera tan idéntica se manifiesta en ella, podéis constatarlo en el curso de las cuatro estaciones que se suceden en la Tierra: primavera, verano, otoño e invierno. Al efervescente despertar de la primavera sigue el ensoñador crecimiento del verano con tendencia a la maduración. El otoño produce la acción de los frutos, mientras que el invierno, con su cúmulo de experiencias representa el tranquilo paso hacia un nuevo despertar.

Los mismos pueblos y razas poseen rasgos muy peculiares de temperamentos comunes. Eso se debe a la región de la Tierra en que nacieron y viven, a la correspondiente forma de alimentación que el suelo proporciona, a la afinidad de las irradiaciones astrales en el plano físico y, más que nada, a la madurez espiritual de todo el pueblo. La población sanguínea está, metafóricamente hablando, en la infancia, o bien a vuelto a ella obligada por alguna circunstancia. Entre esos pueblos se cuentan no sólo los bronceados habitantes de los mares del Sur, sino también, principalmente, los países latinos.

Los melancólicos, entre los que se cuentan los alemanes y los demás países germanos, se hallan frente a sus propios actos, ante el despertar a la acción.

A eso se debe, igualmente, que la edad juvenil sea la época del temperamento melancólico, porque, al manifestarse el espíritu mediante la fuerza sexual, en ese mismo instante, se establece una unión perfecta con las diferentes especies de la creación, lo que pone al hombre ante la plena responsabilidad de sus actos en la creación, responsabilidad absoluta de cada uno de sus pensamientos, de cada palabra, de cada acción, puesto que todas las vibraciones de esos pensamientos, de esas palabras y de esas acciones se extienden por todos los planos de la sustancialidad presionando con toda la fuerza y, por consiguiente, creando formas. De este modo, van surgiendo en la poscreación formas correspondientes a la naturaleza de las vibraciones engendradas por el ser humano.

Según eso, si un hombre tiene un temperamento desenfrenado, impondrá en la creación nuevas y malsanas formas que nunca podrán engendrar armonía, sino que, por el contrario, ejercerán fatalmente un efecto perturbador entre todo lo existente.

Dado que el espíritu humano, por razón de la naturaleza de su origen, se encuentra en el punto más elevado de la poscreación, tiene, no sólo el poder, sino también el deber de dominar sobre el resto de la creación, ya que, por su misma naturaleza, no puede menos que dominar obligadamente.

¡En eso debe pensar constantemente! Crea de continuo nuevas formas de esta poscreación, con cada uno de sus pensamientos, con cada conmoción de su alma. ¡Entendedlo de una vez!: todo lo que forméis durante vuestra existencia se atará a vosotros, y vosotros seréis también los responsables de ello. Lo bueno os tirará hacia arriba; lo malo os arrastrará hacia abajo necesariamente, conforme a la ley de la pesadez, que se cumple infaliblemente tanto si tenéis conocimiento de ella como si no os ocupáis lo más mínimo de ese particular. La ley trabaja y actúa a vuestro alrededor en un continuo tejer. Cierto que vosotros sois el punto de partida de todo lo que haya de ser formado y creado en ese telar, pero no os es dado pararlo ni siquiera por un instante.

¡Intentad solamente concebir esta imagen con claridad! Eso bastará para que os alejéis de esas futilidades a las que tan dispuestos estáis a sacrificar mucho de vuestro tiempo y de vuestra fuerza. Horror causará en vosotros ver el modo tan frívolo conque habéis venido pasando vuestra vida hasta ahora, y os avergonzaréis ante vuestro Creador, que tan grande don os concedió con ella. Pero vosotros no lo habéis tenido en cuenta; habéis jugado con ese inmenso poder causando daños y nada más que daños a la poscreación confiada a vosotros, de la que podríais hacer un verdadero paraíso si os lo propusieseis definitivamente.

Pensad que toda la confusión que habéis causado con vuestra ignorancia de las leyes divinas, habrá de desorientaros y aplastaros en la actualidad. Que no las conozcáis todavía, es culpa vuestra. Es vuestro más sagrado deber ocuparos de ellas personalmente, puesto que os encontráis en la creación.

Pero en Lugar de eso, habéis insultado y escarnecido a los mensajeros que podían indicaros un camino que os condujera al conocimiento. Mas sin molestarse no se puede conseguir nada. Eso sería ir en contra de las leyes del continuo movimiento en la creación, del que depende su conservación y extensión. Ha de existir movimiento en el espíritu y movimiento del cuerpo. Todo lo que no se mueva en absoluto, o lo haga indebidamente, será expulsado, pues causa perturbaciones en la vibrante armonía de la creación; será expulsado como un centro enfermo que no quiere moverse al mismo ritmo. Ya os he hablado de la necesidad del movimiento continuo como ley.

El espíritu tiene que dominar, tanto si quiere como si no. No puede hacer otra cosa, por lo que ha de esforzarse ahora en conseguir, por fin, dominar espiritualmente con plena consciencia, si es que no quiere ser causa de desgracias. Ahora bien, sólo puede dominar conscientemente si conoce todas las leyes que reposan en la creación y se rige por ellas. De otro modo no es posible. Sólo así cumplirá con el cargo que se le ha asignado y que no podrá modificar ni desplazar nunca.

Asimismo, tiene que imponerse también a los temperamentos, refrenarlos, dominarlos, a fin de que, primero, reine la armonía en su propio cuerpo y, después, se extienda su acción bienhechora hasta el medio ambiente inmediato, para, desde allí, influir en toda la poscreación mediante las formas creadas en correspondencia con sus vibraciones.

Sólo el hombre que utilice debidamente los cuatro temperamentos, uno tras otro, en las épocas previstas para ello, estará verdaderamente firme en la creación, pues empleará esos temperamentos para ir salvando, con seguridad y decisión, cada una de las etapas de su vida terrenal, sin pasar por alto nada de lo necesario para su maduración espiritual.

Los temperamentos bien dominados y debidamente empleados son como un buen calzado para el camino a través de la materialidad terrenal. Prestad a los vuestros más atención que hasta ahora. No podéis desprenderos de ellos, pero tampoco debéis doblegaros ante ellos; pues, entonces, se convierten en tiranos que os atormentarán, a vosotros y a vuestro medio ambiente, en lugar de proporcionar beneficios.

¡Pero servíos de ellos! Son vuestros mejores compañeros de camino a través de la existencia terrenal. Son vuestros amigos si los domináis. El niño se desarrolla del mejor modo si es sanguíneo, por eso se le ha asignado ese temperamento por la composición de la sangre. Esta se modifica en el tiempo de la pubertad y trae consigo el temperamento melancólico.

Este es, asimismo, el mejor auxiliar para ese período de maduración. Puede indicar al espíritu una dirección hacia la Luz, hacia la Pureza y la Fidelidad, en esos años en que llega a unirse íntimamente con la creación, interviniendo, así, en calidad de guía, en todo ese tejer, en toda esa actividad que tiene lugar dentro de ella en continuo movimiento.

Por consiguiente, el temperamento melancólico puede constituirse en el mejor auxiliar del espíritu humano durante su existencia propiamente dicha, siendo su influencia mucho más decisiva de lo que el hombre puede imaginarse hoy.

De ahí que se deba dejar al niño su límpida alegría del momento, esa alegría que el temperamento sanguíneo le proporciona, mientras que al joven y a la joven se les debe dejar ese romanticismo soñador que suele serles propio. El que lo destruya con el fin de convertir a los jóvenes al realismo de su alrededor, cometerá un atraco contra el espíritu en su camino hacia la Luz. ¡Guardaos de obrar así! pues todas las consecuencias que se deriven de ahí habrán de caer sobre vosotros necesariamente.

El temperamento colérico en su forma depurada, lo necesita todo hombre de acción. Digo expresamente: en forma depurada, porque el espíritu tiene que imperar en la edad adulta del hombre y de la mujer, ennobleciendo y transfigurando todo, emitiendo y propagando radiaciones luminosas en toda la creación.

En la senectud, sin embargo, el temperamento flemático contribuye, ya, a que el espíritu se vaya soltando del cuerpo, instándole a examinar retrospectivamente las experiencias vividas durante su tiempo terrenal, para retener, como cosa propia, las enseñanzas obtenidas, preparándose así, poco a poco, para el necesario paso a la materialidad etérea de la creación, paso que, de ese modo, le resultará mucho más fácil, convirtiéndose en un evento absolutamente natural, que no supondrá sufrimiento ninguno, sino solamente un progreso en la observancia de las leyes de la creación.

Por lo tanto, respetad y cultivad los temperamentos en cuanto podáis, pero siempre en las épocas correspondientes y sin que se conviertan en tiranos por el desenfreno. El que pretenda modificarlos o destruirlos, destruirá los mejores auxiliares para la evolución del hombre terrenal conforme a la Voluntad de Dios; quebrantará también la salud, causará confusión, así como insospechadas aberraciones que acarrearán descontento, envidia, odio, ira, e incluso rapiñas y crímenes en la humanidad; pues, entonces los temperamentos habrán sido despreciados y destruidos por el frío intelecto, en las épocas en que debieran ser respetados y cultivados.

Se os han dado, por voluntad de Dios, en las leyes de la naturaleza, que son cuidadas y conservadas constantemente por los seres sustanciales, a fin de facilitaros el camino de vuestro periplo por la Tierra, si es que queréis recorrerlo en el sentido querido por Dios. Agradeced al Señor y aceptar gozosamente esos dones que están a vuestra disposición en todos los puntos de la creación. ¡No tenéis más que esforzaron en conocerlos exactamente!

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EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio


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