viernes, 16 de diciembre de 2022

16. ¡VELA Y ORA!

 

16. ¡VELA Y ORA!

CUÁNTAS VECES se habrá repetido esta máxima del Hijo de Dios, como consejo bienintencionado y advertencia, sin que el que la pronuncia y tampoco el que recibe el consejo se tomen la molestia de reflexionar sobre el verdadero significado de esas palabras.

 

Todo hombre sabe lo que quiere decir “orar”, o, mejor dicho, cree saberlo, cuando, en realidad, no lo sabe. También pretende conocer exactamente el significado de “velar”, y, sin embargo, está muy lejos de ello.

“Velad y orad” es una reproducción simbólica de la exhortación a mantener despierta la capacidad sensitiva, es decir, la actividad del espíritu. El término espíritu ha de tomarse aquí en el verdadero sentido, y no debe ser considerado como la actividad cerebral, pues el sentimiento es la única forma de expresión del espíritu humano. En ninguna otra cosa despliega su actividad el espíritu del hombre, es decir, su germen originario, el cual, durante su periplo a través de la poscreación, se ha convertido en el “Yo” propiamente dicho.

“Vela y ora” no significa, pues, otra cosa que un consejo para ayudar a sensibilizar y reforzar la capacidad sensitiva del hombre terrenal, una sugerencia para que mantenga vivo su espíritu, que es el único valor eterno del hombre, y que será también el único que podrá retornar al Paraíso de donde partió. Tiene que regresar allí necesariamente, ya sea en la plenitud de su madurez y consciente de sí mismo, o en estado de inconsciencia; es decir, como un Yo vivo, tal como la Luz desea, como un ser útil a la creación, o como una individualidad desgarrada y muerta que no ha sido de utilidad para la creación.

La exhortación del Hijo de Dios “vela y ora” es, por tanto, una de las más graves que ha legado a la humanidad. Pero también es una advertencia amenazadora de que, si no se desea que sobrevenga la condenación como consecuencia del efecto autoactivo de las leyes divinas en la creación, es menester ser útiles a ésta.

¡Mirad a la mujer! Ella posee, como el don más precioso de la feminidad, una delicadeza de sentimientos como ninguna otra criatura puede alcanzar. Por eso, sólo se debería hablar de la noble feminidad de esta creación, ya que ella es portadora de las cualidades más eficientes para conseguir la realización de todo lo bueno.

Pero en eso estriba también la gran responsabilidad de la mujer. He aquí la razón de que Lucifer, con todas las huestes de que dispone, considere a la mujer como su principal objetivo, a fin de poder someter bajo su poder a toda la creación.

Desgraciadamente, Lucifer halló en la mujer de la poscreación un terreno muy propicio. Con los ojos bien abiertos, ella corrió a su encuentro, emponzoñando con su proceder toda la creación posterior, y convirtiendo los puros conceptos en deformadas imágenes, lo que había de provocar inevitablemente confusión entre los espíritus humanos.

La pura flor de la noble feminidad, colofón de la poscreación, se denigró a sí misma bajo la influencia del Tentador, y se convirtió en seguida en venenosa planta de vivos colores, cuyo perfume embriagador atrae a todos hacia el lugar en que ella se yergue, hacia ese pantano que devora a todo el que se acerca, con su sofocante blandura.

¡Ay de la mujer! Por no haber empleado debidamente los elevadísimos valores que le fueron confiados, será la primera sobre la que caerá la espada de la Justicia divina, a no ser que se decida, por la movilidad del sentimiento que le es propio, a ponerse al frente de la indispensable evolución de la humanidad, sacándola de las ruinas de una vida falsamente edificada sobre deformados conceptos, nacidos de las sugestiones de Lucifer.

En vez de afanarse ejemplarmente en conservar la joya de la blanca flor de su noble pureza, la mujer se entregó a la coquetería y a la vanidad, teniendo como campo de acción una vida social de impúdicas costumbres.

La mujer se percató en seguida de que con ello había perdido la verdadera joya de la feminidad, y aceptó de las Tinieblas la compensación que le ofrecía, usando de sus encantos físicos indecentemente, y convirtiéndose en una fanática seguidora de las modas más desvergonzadas, con lo que fue hundiéndose cada vez más profundamente, arrastrando consigo a los hombres al excitar sus instintos, lo cual tenía que impedir el desarrollo de su espíritu.

Pero de ese modo, cultivaron dentro de si el germen que, a consecuencia del efecto recíproco y cuando tenga lugar el necesario Juicio Universal, precipitará en la perdición a todos cuantos hayan pecado de esa suerte, convirtiéndose en frutos podridos de la creación, incapaces de resistir las tempestades purificadoras que se aproximan produciendo ensordecedores rugidos.

Que nadie se ensucie las manos con los adoradores de esos ídolos de la vanidad y la seducción cuando quieran asirse a ellas para salir de su miseria y encontrar la salvación. Dejadlos que se hundan, rechazadlos: no hay en ellos valor alguno que pueda se empleado en la edificación del nuevo mundo prometido.

No ven lo ridículo y absurdo de su comportamiento. Sus risas y burlas, dirigidas a las pocas mujeres que aún siguen intentando conservar su pureza y su verdadera feminidad y no dejan morir en ellas el delicado sentimiento de pudor, ese sentimiento que es lo más hermoso en la mujer y en las jóvenes, esas burlas, como digo, pronto se convertirán en gritos de dolor y quedarán sofocadas.

La mujer de la poscreación se encuentra puesta como sobre el filo de un cuchillo, debido a los dones superiores que ella recibió. Tendrá que dar minuciosa cuenta del uso que les haya dado. No habrá posibilidad de disculpa alguna. Ya no hay tiempo para desandar el camino y enmendarse. Mucho antes tenían que haber pensado en ello y haber sabido que su opinión no podía oponerse a la férrea Voluntad de Dios, en la cual sólo tiene cabida la Pureza clara como el cristal.

Pero la mujer del futuro, la que haya conseguido salvarse con sus valores en medio de esta época degenerada, de esta Sodoma y Gomorra moderna, y las mujeres de generaciones venideras llevarán consigo, por fin, esa flor de la feminidad, a la que todos se acercarán con el santo respeto de la más pura veneración. Será la mujer que vivirá conforme a la Voluntad divina, esto es, siendo en la creación la radiante corona que puede y debe ser, invadiendo todo con las vibraciones captadas de las alturas luminosas y trasmitidas sin enturbiamiento ninguno, dada la facultad propia de la sutilidad del sentimiento femenino.

Las palabras del Hijo de Dios: “Velad y orad” quedarán personificadas en cada una de esas mujeres futuras, como deberían haberse personificado ya en la mujer de hoy, pues en las vibraciones de la capacidad sensitiva femenina reside, cuando aspiran a la Luz y a la Pureza, el permanente estado de vela y las más hermosa de las oraciones gratas a Dios.

Una vibración tal hace vivir un gozo pleno de agradecimiento. Y eso es la oración, tal como debe ser. Pero ese vibrar implica también un continuo estar a la espectativa, es decir, un constante velar, pues todo defecto que intente acercarse y toda mala voluntad serán registrados y percibidos en seguida, por esas vibraciones supersensibles, mucho antes de que lleguen a convertirse en pensamientos, por lo que siempre le será factible a la mujer protegerse a su debido tiempo, si es que ella no decide otra cosa.

A pesar de la delicadeza de esas vibraciones, está latente en ella una fuerza capaz de transformar todo lo existente en la creación. Nada puede oponerse a ella, pues lleva en sí la Luz, y, por tanto, vida.

Ya lo sabía Lucifer perfectamente. Por eso dirigió todos sus ataques y tentaciones en contra de la feminidad. Sabía que, si conseguía conquistar a la mujer, todo lo demás caería fácilmente en su poder. Y desgraciadamente… consiguió lo que se proponía, como puede comprobar hoy, con toda claridad, el que quiera ver.

He aquí por qué la llamada de la Luz va dirigida nuevamente, en primer lugar, a la mujer. Ella debería percatarse, por fin, de lo bajo que ha caído. Debería reconocerlo si… si su vanidad se lo permitiera. Pero esa añagaza de Lucifer mantiene tan hechizada a la feminidad, que ya no puede ni percibir la Luz; más aún: ya no la quiere, pues la mujer moderna es incapaz de deshacerse de su necia frivolidad, a pesar de que siente en ella, de una forma un tanto vaga, lo que ha perdido con ello. En realidad, lo sabe muy ciertamente, pero procura ahogar las advertencias del sentimiento, claramente conscientes en ella, arrojándose ciegamente, como fustigada con furia, en brazos de nuevas ridiculeces, masculinizando su profesión y todo su ser, en lugar de volver a su verdadera feminidad, que es el don más precioso de toda la creación, y cumplir así la misión que le ha sido encomendada por la Luz.

Ella es la que roba al hombre todo lo sublime, impidiendo así el florecimiento de la noble virilidad.

Allí donde el hombre no pueda contemplar a la mujer en toda su feminidad, ninguna nación ni pueblo alguno podrá alcanzar su pleno desarrollo.

Solamente una feminidad auténtica y pura puede incitar al hombre a grandes empresas. De otra manera es imposible. Esa ha de ser la profesión de la mujer en la creación, de acuerdo con la Voluntad divina. Contribuirá así a la evolución de los pueblos, de la humanidad, hasta de toda la poscreación, pues solamente en ella está latente esa fuerza suprema que se manifiesta en su dulzura. Un poder irresistible y persuasivo, bendito por la Fuerza divina, surgirá siempre que la mujer haga uso de la voluntad más pura. Nada puede compararse con ella, pues todo lo que es objeto de su influencia, todo lo que procede de ella, pone de manifiesto la belleza en su forma más depurada.

Su acción debe extenderse, por tanto, a toda la creación, reanimándola, sosteniéndola, impulsándola y vivificándola, como un hálito del Paraíso añorado.

Esa perla entre todos los dones de vuestro Creador fue lo primero que Lucifer, usando de todas sus astucias y perfidias, ha procurado conseguir, consciente de que con ello queda destruida la base que os sostiene y vuestro anhelo de Luz. Pues en la mujer se halla el precioso secreto de poder suscitar en la creación la pureza y la nobleza de todos los pensamientos, el entusiasmo por las empresas más grandes y las actividades más nobles… a condición de que ella sea tal como el Creador se propuso cuando la colmó de todos esos dones.

¡Y vosotras os dejasteis seducir con toda facilidad! Sucumbisteis a las tentaciones sin lucha ninguna. Y hoy, la mujer, esclava voluntaria de Lucifer, emplea los magníficos dones de Dios para un fin contrario a aquel para el que fueron concedidos, sometiendo así a toda la poscreación al poder de las Tinieblas.

Insensatas caricaturas son lo único que ha quedado de lo que Dios quería que surgiera en la creación, para gozo y felicidad de todas las criaturas. Cierto que todo ha evolucionado, pero, bajo la influencia de Lucifer, todo ha sido deformado, desfigurado y falseado.

La mujer de la poscreación se prestó, además, como intermediaria. Sobre el claro terreno de la Pureza se ha formado un cenagal pestilente. El radiante entusiasmo se ha trocado en embriaguez sensual. Ahora pretendéis luchar, pero no os atenéis a las condiciones impuestas por la Luz, a fin de permanecer en la ilusión que os proporciona vuestra fatuidad, en esa complacencia frívola que sentís de vosotras mismas y que os embriaga.

Hoy día, muy pocas son las mujeres capaces de sufrir con éxito el examen de una mirada pura. La mayoría de ellas se revelan como leprosas. Su belleza, es decir, su verdadera feminidad, está carcomida y nunca más podrá ser restaurada. Repugnancia de si mismas sentirán muchas de ellas, susceptibles aún de salvarse, si, después de muchos años, echan una mirada retrospectiva y reflexionan sobre todo lo que, hasta ahora, han considerado como bueno y hermoso.

Será como un despertar y una convalecencia de las pesadillas febriles más terribles.

Pero si la mujer fue capaz de arrastrar a la poscreación entera al abismo, también posee poder para volver a encumbrarla y para hacerla evolucionar, pues el hombre también seguirá su ejemplo.

Pronto, después de la depuración, llegará el tiempo en que pueda gritarse con alborozo: “He ahí a la mujer, la verdadera mujer, tal como debe ser, en toda su grandeza, en su pureza más noble, en la plenitud de su poder”. En ella quedarán patentizadas, con toda naturalidad y de la forma más bella, las palabras de Cristo: “Velad y orad”.


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Esta conferencia fue extractada de:

EN LA LUZ DE LA VERDAD

MENSAJE DEL GRIAL

por Abd-ru-shin

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Traducido de la edición original en alemán: Im lichte der

Wahrheit – Gralsbotschaft. Esta obra está disponible en 15 idiomas:

español, inglés, francés, italiano, portugués, holandés, ruso, rumano, checo, eslovaco, polaco, húngaro, árabe y estonio

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